De escalas técnicas
Un día más en carreteras, pero ahora Suizas. Alfa manejaba mientras Saga iba mirando por la ventana. Tenían planeado hacer una escala técnica en algún registro civil, el que fuera, para finalmente firmar los papeles.
—¿Estás nerviosa?
—¿Por qué?
—Por la boda de hoy.
Alfa volteó a verlo un segundo, sonrió y negó con la cabeza.
—No me da miedo firmar un papel. Miedo cuando le vendí mi alma al Santuario para que hicieran conmigo lo que les viniera en gana. Miedo cuando Aldebarán decidió dejar de ser mi maestro. Atarme legalmente a ti es sencillo.
Saga exhaló una risa.
—¿No te dio miedo cuando me ofrecí a ser tu maestro?
—No, aunque sí me dieron nervios, porque no te conocía para nada. Pero en realidad creo que estaba más preocupada por lograr que no se me notara la escurrida de baba que seguro me iba a dar cuando te viera entrenándome.
—¿Te gustaba desde ese entonces?
—¿Crees que estaba ciega? No tengo idea de qué catálogo del universo los sacaron a todos ustedes, pero vaya que fueron buenas elecciones. Así que sí, te veía el atractivo desde ese entonces.
—Yo también te vi el atractivo desde ese entonces. —Alfa se llevó el dorso de una mano a la boca para ocultar la sonrisa. —Desde que llegaste al Templo Principal, siguiendo a Aldebarán, con una cara de asombro absoluta. Te veías completamente diferente a cualquiera de las mujeres que estaban en el Santuario. Sin máscaras, sin cicatrices, sin ese dejo de temor que sienten todas las personas que suben por primera vez. Eras una joven normal, del mundo de fuera, te veías fuera de lugar en ese momento, pero no te dejaste amedrentar por las miradas ni los cuestionamientos que te hicimos ese día.
Alfa regresó la mano al volante y miró al frente, recordando cómo había sido la primera vez que conoció a aquellos de más alto rango del Santuario y que, además, decidirían su futuro.
Aldebarán finalmente la había convencido de unirse al Santuario. Su amistad llevaba ya un par de meses, y el brasileño no dejaba de contarle historias sobre el lugar que llamaba hogar y en donde protegía a una diosa reencarnada y los dominios que le fueron encomendados. Ella no estaba del todo convencida en un principio, porque nunca se vio madera de guerrera. Ni siquiera sabía dar un golpe, pero lo que le llamó la atención fue esa manera de Aldebarán de hablarle sobre el cosmo. Esa energía en su interior que ahora tenía nombre y que, según él, podría llegar a dominar y hacer cosas increíbles con él. Esa búsqueda de conocimiento, esa curiosidad en ella fue lo que logró convencerla.
Por supuesto Aldebarán no podía sencillamente llegar al Santuario con la mujer y decirles a todos que esa era su nueva aprendiz y punto. Generalmente los niños eran elegidos desde muy pequeños, a veces por designio de las estrellas, a veces por los padres de los mismos, porque algo vieron en ellos. Muy pocas veces se aceptaron aprendices mayores, mucho menos adultos, pero Aldebarán sencillamente no podía quedarse callado, y le hablaba a todo aquél que estuviera dispuesto a escuchar sobre esa chica que conoció.
Al principio todos los Dorados supusieron que Aldebarán se estaba consiguiendo una novia del mundo de fuera, pero mientras más hablaba sobre ella, más se dieron cuenta de que ese no era el caso. El de Tauro no la quería como novia, la quería como aprendiz porque estaba completamente convencido de que ella podría llegar a ser un Santo, de la denominación que fuera, pero la idea de que la mujer pertenecía al Santuario nadie se la quitaba de la mente. Cuando lo habló con Shion y sus compañeros, el Patriarca le dijo que necesitarían conocerla primero, hacerle algo así como una entrevista, y si todos estaban de acuerdo, entonces se le podría dar un tiempo de prueba, a ver si le gustaba y quería quedarse. No eran pocos los aprendices que sencillamente claudicaban antes de estar muy sumidos en sus entrenamientos. O si ella no tenía ese "algo".
Y Aldebarán accedió y procedió a picar más la curiosidad de la joven, lo cuál logró en poco tiempo. Le dijo que, para aceptarla, primero tendría que conocer a todos sus compañeros de mayor rango, al igual que al Patriarca, y ella accedió porque al final no perdía nada. Igual y al verlos decidía que era una locura y mejor continuaba su vida normal. Quizá en una semana se daba cuenta de que no era lo suyo, y también podría irse sin complicaciones. Eso no era como si se estuviera uniendo a un ejército en donde se tachaba de traidores a cualquiera que desertara, ya no.
Así que Aldebarán finalmente hizo la cita con el Patriarca y sus compañeros. Eran las 8 de la mañana cuando el de Tauro llegó al departamento de Alfa, en donde ella ya estaba lista. Como no tenía la más remota idea de cuál era el atuendo adecuado para ir a conocer al Patriarca de un Santuario, asumió que debería ponerse algo al menos remotamente formal. Así que se decidió por un pantalón de vestir negro y una camisa blanca, aretes, tacones, el cabello recogido, como si fuera a una entrevista de trabajo. El de Tauro le sonrió cuando la vio. Él iba de civil, pero en cuanto llegaran al Santuario se pondría su armadura.
Llegaron caminando al Santuario, y le hicieron firmar un papel a la mujer, porque llevaban el registro de las personas que entraban. Luego Aldebarán comenzó a guiarla a la Calzada Zodiacal. La mujer nunca había entrado al Santuario, pero bueno, encontró algunas pocas imágenes en internet. De mala calidad y borrosas, pero existían, así que algunas cosas las alcanzó a reconocer. Cuando llegaron al pie de las escalinatas Alfa miró hacia arriba y suspiró.
—No mentías.
—Te dije que eran muchas escaleras y un largo camino.
—O sea, sí, pero esto va más allá de lo que me imaginé. Y traigo tacones, ¿sabes?
—Nada más tenemos que llegar hasta Aries. Mu nos teletransportará al Templo Principal.
—Por supuesto que eso hará, porque si no, yo no iba a llegar hasta allá arriba.
Y comenzaron con la subida de escaleras. Alfa agradeció que estaba perfectamente acostumbrada a pasar ocho horas de pie en tacones, porque si no, no lo hubiera logrado. Aldebarán encendió su cosmo una vez que llegaron a Aries y de inmediato un adolescente pelirrojo se acercó corriendo.
—¡Maestro Mu! ¡Aldebarán y su aprendiz han llegado! —gritó a todo pulmón—. ¡Hola! Mi nombre es Kiki y soy el aprendiz de Mu de Aries —saludó a la chica con alegría.
—Hola Kiki, mi nombre es Alfa.
—¡Kiki! —Mu no gritó, pero reclamó de inmediato la atención del adolescente.
—Debo irme, ¡suerte allá arriba! —le dijo Kiki a la chica antes de desaparecer.
—Debo disculparme por mi aprendiz, pero así son los adolescentes. Bienvenida a Aries, Alfa. Mi nombre es Mu.
—Mucho gusto, Mu, es bueno ponerle al fin cara a todos esos nombres de los cuales me ha hablado Alde.
—Igualmente. A todos nos ha hablado mucho de ti. ¿Listo? —preguntó mirando a Aldebarán.
El de Tauro asintió y luego llamó a su armadura, que no tardó en cubrirlo, y lo mismo hizo Mu. Alfa los miró de arriba a abajo.
—Wow, en serio son de oro —les dijo asombrada.
—¿No pensaste que lo fueran?
—No estoy muy segura de qué es lo que me imaginaba en realidad.
—¿Lista para tu primer viaje por medio de teletransportación? —preguntó Mu tendiéndole la mano.
—No. Pero asumo que ya es un poco tarde para echarme para atrás, y la perspectiva de subir todas esas escaleras se me hace todavía menos atractiva —le dijo tomando su mano.
—Te acostumbrarás a ambas cosas. Ahora, cierra los ojos, probablemente te marees un poco y vas a sentir algo muy extraño dentro de ti, casi como un vacío, pero no te preocupes, no va a ocurrir nada. Cuando abras los ojos estaremos arriba. Respira profundamente.
Alfa hizo lo que le pedían, sintió que Aldebarán le tomaba la otra mano y, justo como dijo Mu, de pronto sintió algo similar a un mareo, luego una fuerza rodeándola y finalmente como si su estómago hubiera ido al piso y de regreso a su lugar. Trastabilló, pero los hombres la mantuvieron firme. Se animó por fin a abrir los ojos sintiéndose un poco mareada. Ambos la miraban con atención.
—¿Estás bien? —preguntó Mu.
—Sí, todo bien. —Entonces miró a su alrededor, estaban en la explanada, no lejos de la estatua de Atenea. Algunos soldados la observaban, justo a la entrada del enorme Templo.
—Voy a avisar que han llegado —dijo Mu y los dejó solos.
—¿Nerviosa? —le preguntó Aldebarán, quien todavía no le soltaba la mano, por mera precaución.
—No. A la expectativa, quizá, pero en serio quiero ponerle caras a todos los nombres que me has repetido ya tantas veces.
Además eran demasiadas cosas reclamando la atención de la muchacha, para empezar el lugar en el que estaba. Amaba Grecia con todo su corazón y había visitado múltiples zonas arqueológicas, pero todos aquellos templos estaban en ruinas, algunos eran poco más que cimientos en el medio de montañas desérticas, pero ese lugar no. El Santuario de Atenea estaba vivo, los templos lucían como toda Grecia debió verse en su mayor momento de gloria.
Luego estaba el hecho de que iba a conocer a todos aquellos Santos que literalmente murieron y volvieron a la vida, luego de darlo todo por su diosa y la Tierra. Y ella ni siquiera se había enterado de que debía su vida a esos hombres.
También notaba, claramente, un constante cosquilleo dentro de sí. Aldebarán le explicó, antes de su visita, que era probable que lo sintiera, que era su cosmo sin entrenar sintiendo el de todos los habitantes del Santuario. Ella pensó que seguro no iba a notar nada, pero se equivocó. Lo sentía fuerte y claro.
Y finalmente estaba el haber experimentado cosmo por primera vez y ese viaje de telequinesia. Jamás pensó que tal cosa fuera posible, pero ahí estaba. En resumen, demasiadas cosas rondaban por su mente como para estar nerviosa por la "entrevista".
Un soldado se acercó entonces a ellos y les dijo que podían entrar. Aldebarán le sonrió una última vez a la mujer y la guió al interior del Templo.
Una cámara gigante, a ojos de Alfa, se abrió ante ella. La mujer miró asombrada a su alrededor, sin siquiera notar, todavía, a las 11 figuras enfundadas en oro que estaban de pie, haciendo dos filas frente a ella. Al final del Templo, un Trono, y frente a éste, la figura del Patriarca. Alfa fijó su vista en él por unos instantes antes de recorrer rápidamente al resto de los hombres que voltearon a verla. Aldebarán continuó caminando al frente, con ella a la siga. Cuando estuvieron delante de Shion, Aldebarán le ofreció una reverencia y Alfa lo imitó por mera inercia.
—Bienvenidos sean todos a esta reunión. Bienvenida, Alfa —le dijo Shion con una sonrisa, mientras hacía ademán de que tanto ella como el de Tauro se colocaran a su lado.
La joven le sonrió al Patriarca y fue a colocarse donde le indicaron, de frente a los 12 hombres enfundados en oro. Los Dorados hicieron una sola fila delante de ellos y la miraron con atención, algunos más disimuladamente que otros. Milo le sonreía ampliamente, Camus miraba con un tanto de hastío a su compañero. La chica notó al par de gemelos, uno con la armadura de Géminis y el otro en ropa de entrenamiento. Luego a los dos hermanos, que eran casi tan similares como los gemelos, al menos para ella. Shaka mantenía los ojos cerrados, por supuesto. Deathmask estaba cruzado de brazos. Afro le sonrió amablemente cuando sus ojos se encontraron.
—Santos Dorados, nos hemos reunido el día de hoy porque nuestro compañero, Aldebarán, ha expresado interés en aceptar a esta mujer como su aprendiz. ¿Aldebarán?
El Santo de Tauro dio un paso al frente y comenzó a hablar. Les repitió a sus compañeros que quería tener a esa mujer como aprendiz, que sentía algo dentro de ella que le llamaba la atención y que no podía quitarse de la mente que ella pertenecía al Santuario, que la mujer también estaba interesada y que ambos querían, al menos, darle una oportunidad.
Alfa medio lo escuchaba y medio se distraía con las caras de los hombres frente a ella. Por supuesto no pudo no notar lo atractivos que eran, vaya, tenía ojos, imposible no darse cuenta, pero lo que le llamó más la atención fueron sus reacciones. Todos se mantenían estóicos, casi como estatuas, sencillamente siguiendo con la mirada a Aldebarán mientras este hablaba y se paseaba frente a ellos. De pronto alguno la miraba, a veces con disimulo, otras no tanto. Alfa mantenía los brazos a los lados de su cuerpo, sin estar muy segura de qué hacer mientras lo escuchaba. Al menos así fue hasta que, sin previo aviso, Aldebarán le cedió la palabra. Y todas las miradas se clavaron en ella.
—Sí, sí me gustaría formar parte del Santuario —contestó.
—¿Por qué te gustaría unirte a nosotros y servir a nuestra diosa? —preguntó ahora Shion y ella volteó a verlo un segundo, a los ojos. Después bajó la mirada.
—Voy a ser sincera: viví toda mi vida sin saber que este lugar existía. Sin saber que todo este tiempo hubieron guerreros que nos salvaron a todos en este mundo y nosotros ni siquiera sabíamos que estuvimos en peligro. O al menos no en un peligro tan real. Pero un día dejé mi hogar en el otro lado del planeta, dejé a mis amigos y mi familia, dejé casi todas mis cosas y subí a un avión que me trajo aquí. Y si ya estaba enamorada de Grecia, el recorrerla como lo hice, logró que me enamorara más. Pero tenía 18 años, todo mi dinero en una cartera, y una decisión que tomar. O me quedaba aquí trabajando de lo que fuera, ilegalmente, por cierto, o me subía a un avión de regreso a mi país. Por suerte una familia griega se compadeció de mi, me dieron un hogar y trabajo, y ahí conocí a Aldebarán. —Hizo una pausa en la que volteó a verlo y le sonrió. —Y él me contó de ustedes, de su hogar, de su diosa, de todo lo que han hecho, de las guerras, de cómo dieron sus vidas. Para ustedes es su historia, para mi es increíble y fascinante y algo que no cualquiera es capaz de hacer. Cuando llegué a Grecia, sentí como si estuviera en mi hogar, por eso no quise irme, y por eso aún no quiero irme. Siento como si este lugar fuera mi casa. Siento que debo quedarme y hacer... algo. Y Aldebarán me hizo sentirme parte de ese algo, ¿saben? No estoy loca y no soy rara por tener esa energía dentro de mi, esa que tienen todos ustedes y que puedo sentir. Los siento, a todos y cada uno de ustedes, y para ustedes es normal, y es algo que quizá ni siquiera notan, pero para mí es la primera vez que me siento así, rodeada de personas que lo entienden, y que de hecho lo entienden mucho mejor que yo. No quiero irme. Quiero estar aquí, quiero saber si puedo ayudarlos, si puedo lograr las hazañas que Aldebarán me ha contado, que puedo hacer una diferencia como han hecho ustedes, aunque pocos los supieran. Cuando Alde me pidió venir, yo seguía sin estar por completo segura, ¿cómo estarlo si este mundo es completamente desconocido para mí? Pero... llevo media hora aquí y no quiero marcharme.
—Ser un Santo no es sencillo. Ni es una idea romántica como... —habló Shion pero se interrumpió cuando la vio negar con la cabeza.
—Lo sé. No es sencillo. Ustedes dieron sus vidas. Algunos más de una vez. —Volteó a ver los gemelos, no sabía quién era Saga y quién era Kanon, pero no importaba, conocía su historia, al menos una parte. Saga le sostuvo la mirada, aunque estuvo tentado a mirar al piso, no tenía idea de que Aldebarán le hubiera contado ya esas cosas a la chica, ni que ella fuera a voltear a verlo cuando lo mencionó. —No es romántico, es real, y es difícil y es desgarrador. Y yo tampoco estoy segura de que voy a poder lograrlo, ni de que alguna vez llegaré a portar una armadura. Pero quiero intentarlo. No por ser un héroe, ni por la grandeza de sus rangos, sino porque siento como si algo me llamara a este lugar. ¿Entienden? No puedo irme sin haberlo intentado. Sin intentar seguir sus pasos y ayudar en lo posible a ustedes y sus ideales. Nunca he pensado que la guerra sea romántica: no lo es. Ustedes dieron sus vidas sin esperar nada a cambio más que el que esta Tierra continúe. Como dije, allá afuera pocos saben que les deben sus vidas a ustedes, pero es así. ¿Cómo no querer ser parte de eso? ¿Cómo no querer ayudar en lo posible cuando ustedes ya lo han dado todo por nosotros?
—Si te aceptamos, tu vida va a cambiar completamente —habló Aioros—. Los entrenamientos no son sencillos tanto física como mentalmente. Nada de lo que has vivido en el mundo de fuera puede compararse con lo que es vivir aquí dentro.
—Lo entiendo. Y sería ingenuo de mi parte decirles que estoy preparada para tal cosa, porque en realidad no sé lo que es estar aquí dentro. Tienen razón en tener sus dudas, yo también las tendría, en realidad no hay nada en mi que pueda asegurarles que voy a poder superar el entrenamiento.
—Lo que nos lleva entonces a: ¿por qué deberíamos aceptarte? —preguntó Deathmask, aún de brazos cruzados.
Alfa lo miró a los ojos.
—Si entiendo bien las cosas, los aprendices llegan aquí por designio de las estrellas o bien porque los padres de los niños notan algo en ellos, y es como si ofrecieran a sus hijos al servicio de la diosa. Aquí, quien vio algo en mi fue Aldebarán, y él está dispuesto a llegar al fondo del asunto y ver si en realidad puedo serle de utilidad a la diosa, y yo estoy dispuesta a intentarlo. Ni ustedes ni yo tenemos garantías, no puedo demostrarles mis conocimientos en la guerra, porque no los tengo, tampoco puedo hacerles una demostración sobre mis avanzados conocimientos de cosmo, porque tampoco los tengo. Lo que tengo es la disposición para aprender y el deseo de ayudarlos y servir a la diosa. Quiero demostrarles a ustedes y a mi que puedo serles de utilidad.
—¿Y por qué quieres servir a la diosa? Como dijiste, allá afuera no saben lo que ha hecho por este mundo, podrías sencillamente seguir tu vida normal y listo —dijo Aioria.
—Porque creo en sus ideales. Creo que se puede llegar a hacer algo bueno con esta Tierra, creo que los humanos no son intrínsecamente malos, creo que hay cosas en este mundo que vale la pena salvar. Por otro lado, ahora lo sé. Ahora sé que existen, que les debo mi vida, ¿creen que eso es poca cosa? No lo digo de manera individual, no fueron a salvarme a mí personalmente, ni a las personas que amo, pero lo hicieron, todos estamos en deuda con ustedes, y ahora que lo sé, no podría sencillamente quedarme de brazos cruzados y no hacer nada. No puedo pretender que no conozco la verdad, y que no sé que hay algo más allá, más importante que los individuos.
—¿Darías tu vida por esos ideales? Porque eso es justo lo que se pide de cada uno de nosotros —dijo Milo.
—Creo que es lo mínimo que podría hacer. Porque esto es más grande que ustedes o yo. Por eso es que ustedes dieron sus vidas, ¿no es así? La respuesta es que sí.
—¿Qué es lo que notaste en ella, Aldebarán? —preguntó Saga y tanto Alfa como el de Tauro voltearon a verlo.
—Su cosmo —contestó Aldebarán y sonrió—. Aprendió a usarlo. Es básico, no es nada extraordinario entre nosotros, pero es innegable que está ahí. Y lo ha tenido consigo toda su vida.
Saga asintió, tenía una corazonada de lo que se trataba, así que avanzó el par de metros que lo separaban de la joven, mientras se quitaba el guante de la mano derecha. Cuando estuvo frente a ella la miró a los ojos, luego bajó la vista hacia sus manos y se hizo un corte en la palma. Dejó que la sangre brotara de la herida abierta y se la mostró a sus compañeros, luego giró de nuevo hacia Alfa y le ofreció la mano sin decirle nada.
La joven no necesitó palabras para entender lo que quería, tomó la mano del hombre entre las suyas y, sin titubear, encendió su cosmo. Había hecho lo mismo incontables veces en sí misma, y no tenía motivos para pensar que no resultaría si lo intentaba en alguien más. Todos prestaron atención y lo sintieron: el cosmo suave, un tanto salvaje, comenzó a emanar de la chica. Pasaron unos cuantos segundos y finalmente ella le soltó la mano, Saga miró su palma y sonrió, luego la levantó para que el resto pudiera comprobar que, en efecto, la herida estaba cerrada.
—Nadie te enseñó a hacer esto —le dijo Saga y Alfa negó con la cabeza—. Si ella está dispuesta a intentarlo y Aldebarán la quiere como alumna, yo no tengo objeciones. —Comenzó a caminar de regreso a su lugar. —Que sea como ellos quieren, no puedo negar que es, al menos interesante, el que ella haya aprendido a hacer esto —dijo mientras levantaba la mano una vez más—, sin ayuda de nadie.
Alfa le dedicó una media sonrisa y asintió con la cabeza cuando sus ojos y los de Saga se encontraron de nuevo. El de Géminis también asintió.
—Necesitamos hablar a solas un momento. Aldebarán, Alfa, esperen afuera, por favor —dijo Shion y ambos aludidos asintieron y salieron del templo.
Una vez afuera, el de Tauro se sentó en las escalinatas y Alfa fue a sentarse a su lado.
—El que me pidió la demostración, ¿fue Saga o Kanon?
—Saga.
—¿Le dijiste que podía hacerlo?
—No lo sé. He hablado de ti con muchos de ellos, no puedo estar seguro de si a él le dije específicamente esto, no lo recuerdo. Pero Saga tiene buen ojo para estas cosas, no me sorprendería si sencillamente intuyó que podías hacerlo.
—¿Crees que me permitan quedarme?
—No veo por qué no, además Saga ya te dio el visto bueno, y su opinión es muy importante aquí. ¿Ya estás nerviosa?
Alfa miró sus manos y negó con la cabeza, un poco de la sangre de Saga manchaba su palma.
—No. Les dije lo que podía decirles, no les mentí en nada. No sé si haya sido suficiente, pero al menos sé que en mi no quedó. ¿Tú?
—Quizás un poco, nunca he tenido una aprendiz.
Se quedaron en silencio durante los siguientes minutos, esperando. Alfa levantó la mirada a la explanada, y volvió a fascinarse con el lugar, luego se levantó y caminó a un extremo, a donde comenzaba la Calzada Zodiacal, y contempló los terrenos que se extendían frente a ella. La ciudad se veía a lo lejos, pero justo abajo, el Santuario bullía de actividad. No se dio cuenta del momento en el que Aldebarán se colocó a su lado, pero pronto ya estaba señalándole los lugares y lo que eran: Star Hill, el Coliseo, el Campamento de las Amazonas...
De pronto escucharon algunos pasos, giraron en esa dirección y vieron que Mu les sonreía y les hacía señas con la mano para que lo siguieran. Aldebarán volteó a ver a la chica, le dio un apretón en la mano y luego ambos regresaron al Templo y al lugar que habían ocupado antes.
—La decisión tenía que ser unánime. Pocas veces hemos aceptado aprendices adultos, y menos aún son aquellos que han sido aceptados por un Santo Dorado sin haber pasado primero años en el Santuario —comenzó Shion—. Pero aquí estamos, y los tiempos han cambiado. Los Santos son libres de buscar y elegir a sus propios aprendices, y al parecer Aldebarán ha encontrado una. Alfa: hemos decidido permitir que Aldebarán comience con tu entrenamiento. Estarán a prueba un par de semanas, para asegurarnos, todos, que ha sido la decisión correcta. Pero eres ahora parte, oficialmente, de el Santuario de Palas Atenea. Bienvenida.
—Bienvenida —dijeron los Dorados a coro.
Aldebarán puso una enorme sonrisa, que fue correspondida por Alfa y luego ambos se abrazaron. Las siguientes horas estaban borrosas en su mente: bajaron al edificio burocrático en donde le dieron un montón de papeles que debía firmar, y luego le dieron una cita para ir a hablar con los abogados del Santuario y Shion. Pero una vez que firmara, sería oficial, le habría vendido su alma al Santuario, como a ella le gustaba decirlo.
Alfa volteó a ver a a Saga de nuevo y le tomó la mano.
—Casi había olvidado que me demostraste lo salvaje que eres desde el momento en que te conocí, cuando te hiciste un mega corte en la mano para comprobar que sería capaz de curarte.
—Y lo hiciste sin que yo te dijera nada y sin titubear —contestó y le besó el dorso de la mano—. No puedo negar que también le vi cierto atractivo a ello. No me preguntes por qué, nada más fue así.
—Sin embargo pasaron AÑOS antes de que nos dirigiéramos más de algunas palabras. Y como dijo Milo: nos vimos lentos.
—No, yo creo que las cosas pasaron a su debido tiempo. Si hubiera sido diferente, seguramente no estaríamos por casarnos en Suiza.
—I'll give you that.
De pronto el teléfono de Alfa, que por cierto estaba conectado al auto por aquello de la música, comenzó a sonar. Ambos voltearon a ver la pantalla que decía que era Noah. Se lanzaron una mirada un tanto extrañada, pero Saga se encogió de hombros y contestó la llamada.
—¿Noah? —preguntó Alfa.
—Alfa, ¿está Saga contigo? Les tengo noticias.
—Aquí estoy, estás en speaker —contestó el de Géminis.
—Muy bien, escuchen, me encuentro en Lucerna, y podría jurar que acabo de ver a uno de sus renegados, ¿Alessandro se llama?
—Continúa —respondió Saga.
—No está solo, sino que se encuentra con ¿Otis? Camus me mandó sus fotografías para que estuviera atento, pero como comprenderán, los años han pasado. No puedo estar 100% seguro, pero me parece que son ellos.
—Podemos estar ahí en una hora. Quizá menos. ¿Todavía los tienes a la vista? —preguntó Saga.
—No. Estábamos en un restaurante, los tenía detrás de mí, pero no me dieron muy buena espina así que me levanté y me fui. No quiero elevar mi cosmo, como ustedes me dijeron, pero si pueden estar aquí en una hora, les muestro el lugar. Escuché un poco de su conversación. Si no están aquí para cuando lleguen, dijeron que irían a Interlaken mañana o a lo mucho pasado mañana.
—Muchas gracias por la información, Noah. Mándanos tu ubicación y no te muevas de ahí. No tardaremos mucho en llegar.
—Así será. —Y con eso colgó. Alfa entonces aceleró mientras Saga buscaba en su teléfono la manera más rápida de llegar.
Como bien dijo Saga, el camino les tomó poco menos de una hora y Alfa se dirigió directo al hotel en el que Noah les dijo se estaba hospedando. El hombre los esperaba en la recepción y ya les había rentado una habitación, nada más para hacer las cosas más rápidas. De nuevo se subieron al auto y esta vez Saga fue quien tomó el volante para irse al restaurante en el que estuvo Noah. Como también era de esperarse, los renegados ya no se encontraban ahí, así que volvieron a salir y a subir al auto.
—¿Damos vueltas por la ciudad a ver si los encontramos? —preguntó Alfa—. ¿Los sientes?
—Ligeramente, sí. No han salido de aquí, estoy seguro. Pero no sé si seguirlos justo ahora.
—¿Por? —preguntó Alfa.
Saga señaló con la cabeza el asiento de atrás en donde Noah se encontraba sentado.
—Tenemos un testigo.
—¿Un tes..? Oh. Ya. Noah, ¿tienes algo qué hacer justo en este momento? —le preguntó Alfa mientras se asomaba a verlo.
Noah la miró con una ceja enarcada.
—Err... no. ¿Me voy a arrepentir por haber dicho eso?
—Necesitamos un pequeño favor. ¿Conoces a alguien en el Registro Civil?
—De hecho sí, ¿por?
—Nos queremos casar. Aquí y ahora. Y necesitamos un testigo —contestó Saga mirándolo por el retrovisor.
—En realidad necesitan dos, y entregar sus papeles y el trámite dura unas semanas. Aunque asumo que se pueden hacer excepciones dado que son Santos de Atenea y todo eso... déjenme hacer unas llamadas. Vayan manejando hacia allá. A estas horas no suele haber mucha gente —dicho eso sacó su teléfono y comenzó a llamar a alguien.
Mientras tanto Saga y Alfa se sonrieron y el de Géminis finalmente encendió el auto y se fue hacia la oficina de Registro Civil más cercana. No les tomó mucho tiempo llegar y para ese momento Noah ya había contactado a un par de personas que le dijeron que verían qué podían arreglar.
—¿Tienen sus papeles? Pasaporte, acta de nacimiento... —preguntó Noah cuando se estacionaron.
—Sí —contestó Alfa—. Le pedí a Milo que me los mandara y llegaron ayer.
—¿Eso hiciste? —preguntó Saga—. ¿A Milo?
—Prometió guardar el secreto. Y me pareció que pedirle el favor a Milo era mejor porque pedírselo a Kanon iba a ser muy raro. En fin. Los consiguió, y me dijo que lo hizo lo más discretamente posible, y le regaló una caja de chocolates a la secretaria que los sacó, con tal de que también mantenga el secreto. Dice que le debemos una caja de chocolates y un buen Ouzo. —Y mientras explicaba se puso a hurgar en una bolsa hasta que dio con los papeles que Google le dijo iban a necesitar—. ¿Nos van a pedir más papeles además de esto? —Le pasó las cosas a Noah, quien se puso a revisarlos.
—No, con esto debe ser suficiente dado que no son residentes. Se supone que se meten los documentos y aquí se hace algo de burocracia, pero mi amiga me dijo que pueden firmar sus papeles y ella se hace cargo de la burocracia luego. Le voy a deber una cena, así que espero que a mí también me consigan un buen coñac.
—Muchas gracias, Noah.
—Por nada. Y espero invitación a la boda de Grecia. Porque me imagino que el Patriarca no los va a dejar salirse con la suya así como así.
—Te llegará, tenlo por seguro —contestó Saga.
Entonces los tres salieron del auto y se fueron a meter en las oficinas en donde un hombre y una mujer los esperaban. Entregaron los papeles, y el par se fue a preparar lo que debían firmar. Alfa entonces regresó al auto, sacó de una maleta un vestido y unos tacones y pidió indicaciones al baño más cercano, mientras que Saga también fue a sacar un poco de ropa más decente y se fue a cambiar a otro baño. Noah se quedó esperando en la sala en la que se celebraría la ceremonia.
Finalmente los novios estuvieron listos al igual que los papeles. La chica, amiga de Noah y llamada Nina, sería la otro testigo, mientras que el hombre, que también era amigo de Noah y se llamaba Colin, era el juez. Colin intentó poner un par de trabas más, pero en cuanto Noah le informó que los que se casaban eran Santos de Atenea, decidió mejor no decir nada. En el Santuario eran su propio mundo y no le gustaba la idea de quedar mal con ellos, en especial porque este par era de los Santos de mayor categoría. Y bueno, Noah era amigo suyo.
Saga y Alfa se encontraron en la entrada de la sala y se tomaron de la mano mientras caminaban hacia la mesa del juez que, por cierto, siempre estaba sencillamente decorada con un arco de flores blancas. Noah se encontraba de un lado y Nina del otro. La chica estaba contenta, le gustaba trabajar ahí porque veía muchas parejas felices amarrando el nudo y era la primera vez que presenciaba una boda de un par de Santos. Casi le salían corazones por los ojos. Saga y Alfa sonreían, era una boda pequeña y súper improvisada y estaban a la mitad de una misión, pero no les estaba tomando mucho tiempo de cualquier manera. Cuando llegaron frente a Colin, este les sonrió y comenzó con la ceremonia, en Francés, por cierto, a petición de Noah, porque se dio cuenta de que la chica lo entendía mejor en ese idioma.
—¿Tenemos anillos? —preguntó Colin cuando por fin llegó a la parte de los votos. Saga asintió y miró a Noah a quien le había pasado la caja de joyería que contenía los anillos que apenas compraron. Noah asintió, sacó la caja y la abrió.
Entonces Colin comenzó a recitar los votos para que Saga los repitiera y luego hizo lo mismo para Alfa. Ninguno de los dos se atragantó con sus palabras ni comenzaron a llorar tampoco, a diferencia de Nina quien lloraba a moco tendido, pero sí se sonreían de oreja a oreja y no se habían soltado las manos. Finalmente Colin les dijo que podían besarse. Los tres estallaron en aplausos. Los recién casados permanecieron algunos segundos en su burbuja privada, luego se soltaron y le agradecieron a los tres. Se sentían felices y como que estaban haciendo lo correcto. Ya se preocuparían por dar las explicaciones del caso cuando se diera la oportunidad.
—Desafortunadamente estamos de misión y no podemos invitarlos por los tragos que amerita la celebración, pero les agradecemos mucho lo que hicieron por nosotros, estamos bastante conscientes de que "doblaron" algunas reglas por nosotros y lo apreciamos como no tienen idea —dijo Saga.
Los tres asintieron y luego pasaron a felicitarlos.
Luego de la ceremonia, Saga y Alfa se ofrecieron a dejar a Noah de regreso a su hotel, pero él les dijo que no era necesario y no quería hacer el mal tercio. Les pidió que siguieran buscando a los renegados y él estaría atento por si se los volvía a encontrar. Saga y Alfa regresaron a sus ropas normales, y solo entonces los ahora esposos salieron de las oficinas a dar la vuelta por la ciudad. Las sonrisas no se les quitaron de las caras por el resto del día.
