¿Acaso es todo lo que quieres decirme?

—Entonces, ¿Es definitivo? —preguntó Candy—. ¿No te arrepentirás?

—Seguramente sí... —respondió algo nostálgico— De hecho, creo que ya lo estoy haciendo —"Allí desvaneciste las dudas que guardaba sobre lo que sentías por mí... "—. Pero son tantas las desdichas que se dieron allí...

—Sí, te comprendo. A mí me sucede algo parecido... Tengo tantos sentimientos contrapuestos en ese lugar.

—Sea como sea, ya está hecho —sentenció, tomándola rodeando su cintura desde la espalda para besar su coronilla con ternura.— En ocasiones, es necesario dejar atrás el pasado. El Sr. Whitman ya se jubiló y finalmente se ha ido a vivir con sus nietos. Los Lagan también vendieron su finca y al servicio que se repartía el mantenimiento entre ambas, ya no les reportaba suficiente como para desplazarse solo para ocuparse de Lakewood. Hubiera tenido que contratar nuevo personal, desconocedor de todas sus particularidades y no tengo ánimo de hacerlo.

—Pero allí tenían muchas pertenencias de sus antepasados ¿No?

—Sí, pero fueron trasladadas a la mansión de Chicago. Tenemos varios historiadores realizando un inventario. Parte de ellas serán trasladas a Escocia, a las fincas de Glasgow y Edingburgo. Otras las enviaré a varias de nuestras fincas del sur, en Gales y en los Midlands, ... Lo que me hace recordar... —Albert se giró hacía una de las cajas que seguían desempaquetando en su futuro nuevo hogar—, que encontré algo que ha ido pasando de generación en generación en mi familia —Sacó un bulto cuadrado, envuelto en una vieja manta y atado con grueso cordel—. Si mi madre hubiera vivido, hubiera sido ella la encargada de traspasártelo. La tradición era regalárselo a la futura esposa del patriarca para que fuera depositando en él todas sus joyas y regalos de su prometido... Pero tú puedes utilizarlo como quieras.

Llevada por la curiosidad, Candy se acercó a la mesa donde Albert lo había depositado para deshacer los nudos del cordel. Con destreza, liberó el contenido, destapándolo y dejándola maravillada por su belleza. Bajo aquellos harapos apareció un hermoso cofre, labrado con hilos de oro formando motivos florales con diminutas incrustaciones de nácar, rubí y esmeraldas, dispuestas con un gusto exquisito. En uno de los laterales se podía distinguir la figura de un embravecido unicornio. En el otro aparecía la de un león rampante. La finura de los detalles le otorgaba al objeto tal delicadeza que no daba lugar a dudas sobre el destino femenino con el que fue elaborado, a pesar de la evidente evocación al orgullo escocés en sus motivos.

Albert abrió el cofre con una llave labrada. Su interior era compartimentado y forrado de terciopelo rojo.

—¡Albert! ¡Qué belleza! ¡Pero esto es demasiado lujoso para mí! —exclamó Candy aturdida. Durante sus permanencias en las propiedades de los Ardlay había vivido rodeada de antigüedades y piezas de arte gran valor. Pero el hecho que algo como aquello pudiera considerarse suyo la sobrecogía—. Ni siquiera sé qué podría guardar en él. No tengo nada tan valioso como para guardarlo en él.

—Bueno, si ese es el problema ya te regalaré yo algo —bromeó Albert riendo.

—¡Albert! ¡Hablo en serio! No vas a regalarme algo que no voy a llevar... —lo regañó. La verdad es que, de niña había soñado con asistir a fiestas y bailes, como los de los cuentos de hadas. De mayor, no eran actos que disfrutara. Allí todo el mundo se movía por las apariencias y lo pasaba infinitamente mejor cuando se encontraba con Albert y los amigos de ambos. No deseaba que Albert empezara a llenarla de joyas que seguramente acabarían olvidadas en el interior de aquel joyero.

—Y yo también estoy hablando en serio —Continuó riendo él—. Candy, es tuyo, haz con él lo que quieras. Puedes guardar en él lo que te apetezca, no necesariamente joyas. Estoy seguro de que si mi madre hubiera vivido desearía que fuera tuyo —sentenció con una de aquellas sonrisas que siempre acababan por desarmarla.

—Pero es tan hermoso... —Volvió a dirigir la mirada hacia el preciado objeto, acercando su mano a él, sin atreverse aún a tocarlo, como si al hacerlo fuera a embrutecerlo.

—Tócalo tranquila. No te va a morder.

—Es bastante grande... —Pensó en voz alta—. Aquí cabrían, de sobra, todos mis recuerdos y cartas...

—Pues úsalo para eso —la animó despreocupado—. De esa forma quedarán protegidos.

—¿Sí? ¿De veras? ¿Te parecería bien? —dudó ella.

—¡Por supuesto! Candy, ya te he dicho que es tuyo. Tú debes decidir qué es lo que quieres guardar en él, no yo —Reafirmó dándole un toquecito en la nariz con su índice. Siempre le resultó graciosa su achatada forma. Sabía que era uno de los complejos de Candy, pero con aquel gesto él siempre intentaba demostrarle que él la encontraba graciosa y bonita, pues resultaba una tentación difícil de ignorar.

Escucharon una tímida llamada en la puerta principal y Albert se encargó de ir a recibir a los nuevos miembros de la casa, la familia de Bianca, a los que habían contratado para diferentes tareas. Candy les dio la bienvenida después, mostrándoles las habitaciones que ocuparían, las diferentes dependencias y las tareas que se les asignarían. Albert continuó desempaquetando el resto de pertenencias que habían trasladado y disponiéndolas tal y como habían decidido con Candy.

Bianca correteaba alegre, examinando cada rincón y asomándose a los diferentes ventanales de su nuevo hogar— ¡Mamá! ¡Papá! ¡Es como en mis cuentos! —Candy no acabó de entender lo que decía la niña en italiano, pero intuyó por su reacción que le gustaba el lugar y se unió a sus risas agradeciendo, una vez más, la bondad y empatía de su amado con los más necesitados. Albert era un hombre muy atractivo, pero su alma aún lo era más. Cuando creía que no podía llegar a amarlo más, él le demostraba que sí era posible. Moría de ganas por empezar una nueva convivencia con él y el traslado de los Silvestri le recordaba que ya faltaba menos.

Desde el anuncio, habían decidido esperar al siguiente año para celebrar su propia boda. De ese modo, ambos podrían comprobar la evolución de sus nuevos retos. Candy con sus estudios de medicina y Albert con la estabilidad del nuevo orden en la familia.

Los proyectos e inversiones en los que había estado trabajando tan arduamente tras asumir su posición como patriarca estaban dando sus frutos. Las empresas del consorcio Ardlay se estaban convirtiendo en uno de los principales proveedores para el continente europeo. Georges regresó a Londres para encargarse de supervisar todos los traslados que le había explicado Albert, así como de supervisar las sucursales allí establecidas, ayudando en su recuperación tras la Gran Guerra.

Albert también había emprendido su nuevo proyecto para ayudar a otras familias en una situación similar a los Silvestri. La demanda europea de materiales para su reconstrucción, supuso una nueva oportunidad de negocio que le facilitó abrir y ampliar diversas factorías. En ellas contrataba, según su preparación, a personal inmigrante distribuyéndolo por las diferentes empresas. La expansión de los Lagan en hostelería también favoreció establecer a otras en trabajos de menor cualificación. Los Lagan consideraban que les aportaban un toque exótico a sus establecimientos.

Estados Unidos había salido fortalecida de la Guerra y aunque se habían establecido nuevas políticas contra la inmigración europea, la economía seguía permitiendo la absorción de aquellos que lograba desembarcar.

También a Terry le iban bien las cosas. No había dejado de cosechar éxitos con papeles protagonistas y ya nadie dudaba que lo había logrado por su propio talento y no por su rumoreado parentesco a la Bella Eleanor. Debido a esto, iba a participar en la representación de una de las obras póstumas de Susanna Marlowe junto a su madre. La expectación que estaba suscitando no tenía precedentes. El ducado de Granchester, aún más castigado tras la guerra, acaparó las portadas de diversos diarios sensacionalistas de William Randolph Hearst. La paternidad del duque era un secreto a voces. Las figuras de Eleanor y Terry iban ganando aprecio entre sus fans americanos, que valoraban como un gran acto de valentía que la joven estrella rechazara sus orígenes en la arrogante aristocracia inglesa... Inglaterra estaba en deuda con ellos y ya era hora de que dejara de mirar, a sus emancipados hijos, por encima del hombro.

Por contra, el duque no se encontraba en su mejor momento. La guerra había causado estragos en las propiedades del viejo continente. La familia de su esposa, tampoco le había ido mejor. Aunque más adinerados que él, aún no eran lo suficiente como para reconstruir la debacle económica que también habían sufrido. El duque empezó a lamentar no haberse casado con alguna heredera del dólar americano. En su juventud consideró que si tenía que casarse con una americana sin título solo haría con Eleanor. El matrimonio con su esposa, que por aquel entonces aún resultaba lo suficiente atractiva, le garantizaba la expansión de propiedades en el resto de Europa, fuera de Reino Unido, y una inyección de dinero harto necesaria para él. Nunca consideró que una guerra de tamaña magnitud azotara e hiciera desaparecer, casi por completo, una dote dispersada por el viejo continente.

Por su parte, la Clínica Feliz iba ganando reconocimiento en la ciudad, garantizando su mantenimiento. Candy continuaba trabajando en ella aunque con una reducción de horario que le permitía seguir estudiando. No tenía tiempo para chismes y apenas prestaba atención a los diarios más que cuando Albert le comentaba alguna noticia. Gracias a él podía seguir la carrera de Terry. Ahora ya podían hablar tranquilamente de él, sin la duda que siempre había pesado sobre Albert, antes de su mutua confesión.

Albert le seguía profesando cariño a su antiguo amigo. Inicialmente, al desconocer su antigua relación con Candy y con el actor, se había sentido como un intruso, pero le había costado menos hablar con Candy de Terry. Era consciente de su lugar y de que en ese momento no había lugar en el corazón de Candy para lo que él empezaba a sentir por ella.

Todo cambió cuando ella regresó de New York, tras la ruptura, y al poco tiempo él recuperó su memoria. El shock fue enorme, pero sus sentimientos por Candy ya eran demasiado fuertes y el saber que la pareja ya no podía estar junta, tampoco le ayudaba a mitigar su deseo por construir una nueva relación con ella. Entonces empezó a evitar hablar de Terry con Candy. Por una parte porque no quería causarle más dolor del que ya testimoniaba. Candy había pasado por mucho durante su infancia y su juventud tampoco había sido un camino de rosas. Por otra parte se sentía extraño por amar a la misma persona que su amigo, pero era algo que no había podido evitar. Candy, con su cariño, alegría y bondad, le había robado completamente el corazón. No había duda de que era ya una mujer muy hermosa... pero el mundo estaba lleno de ellas. Candy era única por su forma de ser...

De todas formas, no podía dejar de preguntarse cómo lo estaría pasando el actor y como sería la reacción de este cuando volvieran a reencontrarse. Candy le había comentado que no había vuelto a recibir noticias suyas. No le había comentado nada a Candy, pero ya tenía las entradas reservadas para su próxima actuación en Chicago en un par de meses, en unos de los mejores asientos, coincidiendo con su aniversario.

Continuará...


Referencias a "Candy Candy La historia definitiva", de Keiko Nagita: