Capítulo 52
Al día siguiente, cuando Sakura despertó se encontraba mucho mejor. Aún notaba que le faltaban las fuerzas, pero ya no sentía la debilidad del día anterior. Incluso haber hablado con Temari con sinceridad le había hecho bien. Aunque pensar que lo que tenía que hacer aquel día era contárselo a los niños la acobardó.
¿Cómo se lo tomarían?
Desde la cama, miró a la ventana. El día era gris, pero no llovía, y decidió salir a cazar con Pirata, algo que una vez que regresara al mar ya no podría hacer. Cuando volviera, pasaría el día con los niños jugando en el salón. Quería disfrutar al máximo de ellos.
Tomando aire, se sentó en la cama y, tras desperezarse, se levantó. Caminó hacia donde estaban sus cosas. En esos dos días Matsuura le había subido un par de sillas, un bonito espejo y un baúl. Mirando las preciosas ropas que Sasuke le había comprado en aquel tiempo, pensó en qué ponerse. Sasuke siempre era espléndido con ella, le gustaba agasajarla con cosas materiales, y de no tener qué ponerse cuando lo conoció, ahora contaba con infinidad de vestidos, faldas, zapatos, corpiños y camisolas.
Con mimo, acarició todo aquello que tendría que abandonar allí al cabo de unos días. No pensaba llevárselo y, mirándolo, tomó una decisión. A excepción del día de la fiesta que Temari daría en su casa, no utilizaría nada de aquello. Solo usaría sus propias ropas. Por ello, y como iba a salir a cazar, miró los pantalones que no había vuelto a ponerse desde que había llegado a aquella casa, se los colocó junto a una camisa y su chaleco y, después, se calzó sus botas. Después de vestirse, cogió las dagas que estaban en el suelo y se las guardó: dos en la cintura y otra en el interior de la bota.
Cuando acabó, se peinó frente al espejo y pudo comprobar que tenía ojeras. Eso la sorprendió; llevaba meses sin tenerlas. Se recogió el pelo en una coleta alta y tras contemplarse en el espejo, sonrió y musitó convencida:
—Sakura Mebuki Tsunade Naori Kurenai, ¡jodida pirata, vuelves a ser tú!
Miró la katana, aquella espada que desde que había llegado a aquel hogar no había tenido que empuñar. Con cariño, la cogió también, la tocó, pero finalmente la desechó. Para cazar no la necesitaba, así que cogió el arco y cuando iba a colgárselo oyó unos golpecitos en la puerta.
—Pasa, tío Matsuura.
Miró hacia allí con una sonrisa, pensando que se trataba del aludido, pero la sonrisa se le borró al ver a Sasuke. Su gesto era serio, tanto como el de ella, y más cuando lo oyó preguntar:
—¿Qué haces así vestida?
De inmediato la joven levantó el mentón y repuso:
—Me voy a cazar.
Sasuke asintió. No era la primera vez que Sakura hacía aquello, pero sí lo sorprendió verla vestida con aquellas ropas que habían llamado siempre tanto su atención. Estaba preciosa.
Ella, en cambio, imaginó todo lo contrario al ver cómo la miraba. Sin duda, le desagradaba verla así vestida, y en ese instante decidió volver a ser la que era y dijo caminando hacia él con gesto ceñudo:
—Si no te importa, esta es mi habitación.
Tras tres días sin hablar con ella, Sasuke no esperaba oír eso e iba a hablar cuando la puerta se cerró en sus narices de golpe. ¿En serio?
A continuación Sakura levantó el mentón, dio media vuelta y sonrió. Se había acabado ser la dulce y conciliadora Sakura Mimura. Volvía a ser la osada y descarada Sakura Haruno.
Sin dar crédito, el vikingo cerró los ojos unos segundos. Aquella faceta suya lo ponía enfermo, pero, consciente de que era parte de su encanto, con seguridad asió entonces el pomo de la puerta y la abrió de nuevo.
—Sakura...
Oír su nombre hizo que ella se volviera y, achinando los ojos, musitó:
—Tú tienes tu habitación y yo tengo la mía, ¿lo has olvidado?
Él no respondió. Si estaban así había sido por no haber pensado antes de actuar. Era un bocazas, e intentando reconducir la situación dijo:
—Creo que deberíamos hablar.
Pero la joven replicó con una frialdad que lo dejó sorprendido:
—Tú y yo ya no tenemos nada de que hablar.
—Sakura...
Ella, implacable, pues se había preparado para algo así, insistió:
—Vamos a ver, quedan pocas semanas para que me vaya. ¿Qué tal si las vivimos en paz?
—No te vas a marchar —musitó él furioso al ver su seguridad.
—¡Porque tú lo digas!
—Sakura...
—Sakura Mebuki Tsunade Naori Kurenai, ¡ese es mi nombre!
Sasuke parpadeó.
—¿Acaso pretendes que ahora te llame así?
Consciente de que lo desesperaba cuando se comportaba de ese modo, la muchacha exclamó:
—¡Jodido vikingo! Te acabo de decir que es mi nombre.
—¡¿Jodido vikingo?!
—¿Acaso eres escocés, asiático o francés? —señaló ella con mofa.
Sasuke resopló molesto al verla tan enfadada cuando él necesitaba hablar de algo importante. ¡Qué difícil se lo ponía!
De pronto, la que tenía ante sí volvía a ser la mujer fría y esquiva que conoció en Edimburgo. Pero, sabedor de aquella parte dulce de Sakura, y necesitando conectar con ella, preguntó omitiendo lo que pensaba:
—¿Te encuentras mejor?
Mientras se guardaba las flechas una a una, Sakura repuso intentando no perder la compostura:
—A la vista está.
Se quedaron unos segundos en silencio, y luego ella añadió:
—Salgo a cazar, pero cuando regrese hablaré con los niños sobre mi partida.
—Pero ¿qué dices?...
—Cuanto antes lo sepan, antes lo digerirán.
Horrorizado por aquello, él exclamó entonces sin moverse del sitio:
—Sakura, ¡por Thor!, hablemos antes tú y yo.
Al oír eso, ella lo miró y siseó con mofa:
—Sasuke, ¡por Tritón!, he dicho que no tengo nada que hablar contigo.
El cuerpo del vikingo se rebeló. Cuando se ponía en aquel plan tan imposible sentía ganas de matarla, y sin pensar soltó:
—¿A qué vienen esos modales? ¿Por qué te comportas así?
—Mis modales son los que te mereces —replicó ella sin cambiar el gesto, y a continuación cuchicheó—: No olvides que soy Sakura Haruno, la Joya Haruno. Esa pirata sanguinaria que...
—Eres mi mujer y...
—¡Yo no soy tu mujer! —lo cortó. Y al ver cómo la miraba, añadió dulcificando el tono, deseosa de importunarlo—: Si lo dices por el disfrute del cuerpo, tranquilo. Ya sabes que soy bastante pagana y deseo disfrutar del tuyo antes de marcharme. Y, no, no me mires así. Ya te dije que eso es importante para mí.
A cada instante más sorprendido por su descaro y su comportamiento cuando él quería hablar con ella de sentimientos, Sasuke calló. Si decía lo que pensaba, sin lugar a dudas ella se enfadaría más aún.
—Y ahora hazme un favor y desaparece de mi vista —dijo mientras asía el pomo de la puerta—. Que yo sepa, no te he llamado y mucho menos te he invitado a entrar en mi habitación.
Cuando se disponía a cerrar, esta vez él no se lo permitió, y Sakura siseó enfadada:
—¡Vete!
—No.
Incapaz de ganarlo en fuerza física, pues él era más alto y fornido que ella, la joven miró sus dedos y, sin dudarlo, se los mordió. Rápidamente Sasuke gruñó dolorido.
—¡Serás bruta!
Con su típico descaro, Sakura asintió. Se había cansado de ser dulce y gentil. No iba a permitir que aquel le hiciera más daño a su corazón.
—Puedo serlo mucho más —replicó—, ¡no me tientes!
Durante unos segundos los dos se miraron con rivalidad, hasta que ella dijo:
—Y ahora voy a cerrar la puerta.
—No.
—¡¿No?!
Sasuke negó con la cabeza y siseó enfadado:
—Si esta es tu habitación, permíteme recordarte que esta es mi casa.
Sin inmutarse, la joven cabeceó. Conociéndolo, esperaba que tarde o temprano llegara esa contestación, y, tomando aire, respondió:
—Muy bien. Quédate con tu jodida habitación y tu jodida casa. No las necesito ni a ellas ni a ti.
Y, dicho eso, salió al pasillo, donde echó a andar para dirigirse hacia la planta baja y Sasuke, atónito por su proceder, gritó yendo tras ella:
—Sakura, ¡para!
—No.
—¡Sakura, obedece! —dijo levantando la voz.
Oír aquel bramido hizo que la joven se detuviera.
—¿Que obedezca? ¿A ti? —se mofó. Él no contestó, y ella añadió—: Mira, no me hagas reír.
Enfadado por la situación, iba a hablar cuando ella, furiosa como en su vida, siseó mientras Tritón se acercaba a ellos:
—Te odio. Te odio como nunca he odiado a nadie.
Sasuke negó con la cabeza y, viendo lo nerviosa que estaba, musitó:
—Eso no es cierto. Me quieres.
Oír esa verdad le dolió a la joven. Ella y solo ella era la culpable de que él lo supiera y, con una frialdad que llevaba tiempo sin emplear, gruñó:
—No, Sasuke, no te equivoques. No te quiero. Creí sentir algo bonito por ti, pero he abierto los ojos y me he dado cuenta de que no mereces mi amor. —Y, endureciendo la voz, masculló—: No mereces nada mío, ¡nada!
Horrorizado por lo que oía y veía en su rostro, el vikingo se le acercó. Tenía que tranquilizarla, serenarla. Pero cuando alargó el brazo para tocarla, ella levantó la mano y le advirtió:
—Ni se te ocurra tocarme.
Él retiró la mano pero se acercó más a ella, y esta sin dudarlo lo empujó.
—Estás acabando con mi paciencia —afirmó entonces Sasuke enfadado mientras Tritón empezaba a ladrar.
Sakura asintió sonriendo, sin percatarse de que por la puerta de la habitación de los niños asomaban las cabecitas de Shii y Asami.
—Suerte la tuya, que aún tienes paciencia, porque a mí ¡ya se me ha acabado! —respondió.
Con un rápido movimiento, él la agarró y la inmovilizó contra la pared, pero cuando iba a hablar, Sakura le propinó un cabezazo. Por suerte, esta vez pudo esquivarlo. Furiosa por no haber conseguido lo que esperaba, con su mano libre, Sakura se sacó de la cintura una de las dagas que llevaba y, sin pensarlo, se la apretó contra las costillas y murmuró:
—Suéltame o te juro que te la clavo.
—Sakura..., deja la daga —replicó él ofuscado.
Pero ella, negándose, insistió mientras ignoraba los ladridos del perro:
—Por tu bien, suéltame.
Estaban mirándose como dos auténticos rivales cuando de pronto se oyó gritar:
—¡Nooooooo!
Al oír la vocecita de Asami, ambos se volvieron y, al ver a los niños mirándolos con cara de susto, enseguida se separaron.
Los cuatro se quedaron mirándose en silencio en el pasillo de la casa, hasta que Shii, tras llamar a Tritón, que estaba tan nervioso como ellos, lo agarró y preguntó:
—Pero ¿qué os pasa? ¿Por qué os seguís peleando?
Sasuke y Sakura no supieron qué responder; que los niños hubieran presenciado aquel terrible espectáculo era bochornoso para ellos. Sakura, viendo el desconcierto de Sasuke, susurró:
—Lo sentimos. Estábamos discutiendo y se nos ha ido de las manos.
Shii asintió y Asami, asustada, comenzó a llorar. Rápidamente Sasuke fue hasta ella, y, cogiéndola en brazos, musitó:
—Cariño..., cariño..., lo siento.
—Tengo susto —hipó la niña.
Sakura se guardó la daga y, acercándose a ellos, acarició la cabecita de la niña con amor mientras la besaba y murmuraba:
—Lo siento, mi vida. Te prometo que no volverá a pasar.
Shii se apresuró a abrazarla y Sasuke, aprovechando el momento, pasó su brazo libre por encima de los hombros de Sakura y la acercó a él. Los cuatro quedaron unidos por un emotivo abrazo y cuando, segundos después, el vikingo notó que todos lo miraban, aseguró:
—Os prometo que esto no volverá a pasar nunca más.
Sakura no dijo nada, su cercanía como siempre podía con ella, y Asami terció:
—Mamá siempre dice que lo que se promete se ha de cumplir.
Sasuke sonrió con una triste mueca y, tras darle un beso a la pequeña y dejarla en el suelo junto a su hermano, declaró mirando a Sakura:
—Sin duda tu madre tiene razón.
Oír eso hizo que la joven sintiera unas irrefrenables ganas de llorar e, incapaz de aguantar un segundo más, dijo dirigiéndose a los niños:
—Shii, Asami, tengo algo que contaros.
Horrorizado, Sasuke la miró.
—Sakura, no —suplicó.
Pero ya estaba decidido. Nunca sería un buen momento para decirlo. Agachándose para estar a su altura, la muchacha se tragó las lágrimas y empezó:
—Sabéis que os quiero mucho, ¿verdad? —Los niños asintieron y prosiguió—: Cuando os encontré, vosotros estabais solitos. Vuestros padres habían muerto y yo os prometí que os buscaría un hogar, ¿lo recordáis?
—Sí, mamá —dijo Shii.
Sakura asintió.
—Pues bien, esta preciosa casa será vuestro hogar, junto a Siggy y Sasuke.
Shii miró al vikingo sin reaccionar, pero Asami intervino:
—Mami, has olvidado nombrarte a ti y a tío Matsuura.
Con una triste sonrisa, Sakura le acarició el rostro. La inocencia de los niños era lo más bonito del mundo y, sabedora de que, lo dijera como lo dijese, nunca acertaría, musitó:
—Tío Matsuura y yo tenemos que marcharnos.
Según dijo eso, el mundo se tambaleó bajo los pies de Sasuke. Sakura no podía irse. ¿Qué iba a hacer él sin ella?
—Noooo... —susurró Shii.
—Sí, cariño. Dentro de unos días tío Matsuura y yo nos marcharemos.
—Pero ¿por qué?
Sakura suspiró y, sin mirar a Sasuke, o la fuerza que tenía en ese instante se desmoronaría, contestó:
—Porque este no es mi hogar.
—Pero ¿qué dices, mamá? —musitó Shii.
—Cariño, yo tengo un hogar. Un sitio donde me esperan y está muy lejos de aquí.
—Pues nos vamos contigo, ¿verdad, Shii? —susurró Asami en un hilo de voz.
Oír eso emocionó a la joven, mientras que a Sasuke se le partía el corazón, pero tomó aire y repuso:
—No, preciosa. No podéis venir. Quiero que estéis seguros y a salvo, y eso yo no os lo puedo ofrecer, pero Sasuke sí. Con él tendréis una maravillosa vida en esta bonita casa, donde no os faltará de nada, y...
—Nos faltarás tú. —Shii sollozó.
Llevándose la mano al corazón, Sakura asintió y Shii exigió entonces dirigiéndose a Sasuke:
—Dile que no se marche, papá. Dile que este es su hogar.
Él miró a Sakura, que no lo miraba, y cuando iba a hablar ella se le adelantó:
—Shii, Sasuke os quiere mucho a Siggy, a Asami y a ti. Y Janetta os cuidará.
—¿Y a ti no te quiere? —preguntó Asami entre sollozos.
Sakura, horrorizada, se disponía a responder cuando Sasuke susurró desde el fondo de su corazón:
—Claro que la quiero.
Al oír eso, la joven se puso nerviosa, pero, aún sin dirigir la vista al vikingo y omitiendo su comentario, prosiguió mirando a los niños:
—Estando aquí podréis ver a Temari, a Ingrid a Suigetsu y a Naruto. Incluso Sasuke os llevará a visitar a los tíos Hashirama y Mito y...
—Pero yo no quiero que te vayas —repuso la niña llorando.
—Asami...
—Mami, por favor.
Incapaz de seguir con aquello, que solo le causaba dolor, Sakura le dio un beso a la pequeña en la cabeza y se incorporó.
—Sé que quizá sois demasiado pequeños para entender lo que os voy a decir. Pero no debéis llorar porque nos tengamos que despedir, sino que debéis sonreír porque un día llegamos a conocernos.
Y, viendo las lágrimas en el rostro de los niños, tomó aire y, tras hacerles un cariñito con la palma de la mano a cada uno, susurró:
—Ahora me voy a cazar.
Asami rápidamente la agarró de la mano y Sakura afirmó mirándola:
—Después, prometo que regresaré para estar contigo, ¿vale?
La niña asintió y ella, sin mirar a Sasuke, que estaba destrozado, dio media vuelta y se marchó mientras oía a Shii y a Asami sollozar e imaginaba que él los consolaba.
Una vez fuera de la casa, corrió hasta las caballerizas, donde montó a Pirata, y en cuanto se alejó a lomos de aquel, gritó furiosa al aire:
—¡No voy a llorar! ¡No!
