Capítulo 55

Como cada vez que celebraban una fiesta, la fortaleza de Naruto y Temari se veía fastuosa.

Una vez que Sasuke llegó allí con Sakura, Janetta y los niños, tras saludar con cariño a los anfitriones preguntó:

—¿Somos los primeros?

Naruto negó con la cabeza.

—Suigetsu, Tenten, Neji y algunos invitados más ya están en el salón.

Sasuke asintió gustoso y Temari dijo:

—Os he instalado en la primera planta. En las tres habitaciones del fondo.

—¡¿Tres?! —exclamó su marido.

Ella asintió y, tras mirar a Sakura y entender que seguían con el plan, declaró:

—Los tres niños con Janetta en una de ellas, y Sakura y Sasuke en dos distintas.

Oír eso molestó al vikingo. Si algo necesitaba era roce y cercanía con Sakura para que ella sintiera que lo que le decía era cierto.

—Con una habitación para los dos bastará —señaló mirando a Temari.

Según oyó eso, Sakura clavó los ojos en él y replicó:

—Te bastará a ti. —Y luego, dirigiéndose a Temari, pidió—: Dime cuál es mi habitación y la de los niños y Janetta, y que Sasuke duerma donde él quiera.

A la rubia le dolió oír eso. Estaba claro que todo seguía igual entre ellos, y cuando estas desaparecieron Naruto musitó sonriendo:

—Menudo genio tiene... «nadie», y luego yo me quejo de mi rubia.

Sasuke, fastidiado por lo imposible que estaba siendo Sakura, declaró:

—Le he confesado mi amor.

—Ya era hora —repuso Naruto complacido.

—Le he dicho que la amo. Pero, aun así, ¡no me cree!

Su amigo resopló; sabía lo que era luchar contra una mujer terca.

—Dale unos días —indicó—. Seguro que recapacitará.

Sasuke asintió. Aunque tarde, al menos había despertado.

—Eso espero —señaló suspirando—. Pero es tan cabezota...

Naruto rio divertido y, pasando la mano por los hombros de aquel, afirmó:

—Bienvenido al club de los maridos pacientes.

A continuación, entre risas y con complicidad, los dos amigos pasaron al salón.

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Sakura y Temari, tras acomodar a los niños en la habitación con Janetta, se encaminaron hacia la que ocuparía Sakura, y tras cerrar la puerta la rubia susurró:

—Por el amor de Dios, ¿sigues pensando en hacerlo?

Rápidamente Sakura abrió la ventana. Y, al ver que podría descolgarse con facilidad por ella para llegar abajo, aseguró:

—Por supuesto.

—Sakura, por favor...

—Temari, por favor...

Esta resopló y entonces la pelirosa añadió mirándola:

—Estás muy guapa. Ese vestido te sienta muy bien.

Su amiga suspiró. Estaba visto que, dijera lo que dijese, aquella iba a proseguir con su plan, por lo que, omitiendo lo que pensaba, preguntó:

—¿Qué vestido te vas a poner tú?

Sakura dejó la bolsa que llevaba consigo sobre la cama y, cuando la abrió y quedó ante ellas un vestido rojo con detalles plateados, indicó:

—Lo compré con Sasuke el último día que estuvimos en Forres. Aunque los adornos plateados se los he puesto yo.

—Qué maravilla —exclamó Temari admirándolo.

Entonces oyeron unos golpes en la puerta y, cuando esta se abrió, entró Tenten, que exclamó al ver el vestido:

—Muero de amorrrrr..., ¡es preciosooo!

Temari y Sakura se miraron al oírla y sonrieron. Si algo hacía bien su amiga, sin duda era morir de amor.

Durante un rato las tres charlaron en la habitación hasta que se les unió Matsuri, que había llegado con Gaara. Como siempre que se veían, reían y hablaban con total tranquilidad, pero en un momento dado, al oír unas gaitas Temari indicó:

—Sakura, tienes que vestirte. La fiesta va a empezar ya.

Ella asintió y, cuando finalmente la dejaron a solas en el cuarto, de la misma bolsa de donde había sacado el vestido extrajo sus botas, los pantalones, la camisa y el chaleco y, guardándolo todo bajo el colchón para que nadie lo viera, sonrió satisfecha.

Acto seguido se desnudó, se aseó en la jofaina con agua que había en la habitación y, al acabar, se puso el vestido rojo y suspiró al sentir cómo se ceñía a su cuerpo.

Por el color de su piel, el rojo le sentaba muy bien. Siempre se lo habían dicho su padre y sus tíos, y quería estar guapa esa noche. Quería que Sasuke, si alguna vez pensaba en ella, la recordara como poco impresionante.

De otra bolsa más pequeña sacó entonces unos brazaletes de plata que habían pertenecido a su madre y se los colocó. A continuación se puso unos pendientes que eran de su abuela y, tras dejarse el cabello suelto y perfumarse el cuello con unas gotas de una esencia que guardaba en un bote, se miró en el espejo y sonrió.

Cuando terminó de arreglarse, tras asegurarse de que todo estaba como lo necesitaba para esa noche, salió de la habitación y se dirigió a ver a los niños. Parándose ante su puerta, se estremeció; esa sería la última vez que los vería despiertos y, tras tomar aire, entró.

Siggy estaba tumbada sobre una cama jugando con sus manitas, mientras que Asami y Shii jugaban con Janetta con unas piedras sobre el colchón. Salir de la casa familiar e ir a la de Temari y Naruto les había venido muy bien y, cuando estos vieron a Sakura aparecer, Asami se apresuró a decir:

—Mamá..., pareces una princesa.

Sakura sonrió al oírla.

—Serás la más guapa de la fiesta —aseguró Shii.

Conmovida por los piropos tan bonitos que aquellos niños le dedicaban, con cariño se acercó a ellos. Quería decirles tantas cosas en tan poco tiempo que supo que era imposible. Por ello, aproximándose a la cama donde Siggy estaba, la cogió y, consciente de que Shii y Asami habían vuelto al juego, acercó la nariz al cuello de la pequeña para olerla y susurró muy bajito:

—Desde el primer instante en que te vi, me enamoré de ti, pequeña mofetilla. Eres y has sido el mejor regalo que la vida me ha dado, y gracias a ti he vivido los mejores seis meses de mi vida. Te quiero, Siggy, y siempre serás mi bebé, aunque te olvides de mí y sea Sasuke quien te críe y te cuide.

Conteniendo las ganas de llorar, besó a la pequeña, que como siempre, le dedicó una de sus preciosas sonrisas. Y una vez más, aspiró su aroma; necesitaba retener eternamente el dulce olor de Siggy. Tras un último beso, la dejó sobre la cama.

A continuación cogió aire, se volvió y, sentándose con Asami y Shii, los miró con cariño y preguntó:

—¿Lo pasáis bien?

Los niños rápidamente asintieron y Sakura, tocando el cabello rojo de la niña, murmuró:

—Tienes el pelo más precioso que he visto en mi vida, cariño mío. —Y, tras darle un cariñoso beso que duró más de lo habitual, susurró—: Eres muy especial para mí y siempre, siempre te voy a querer.

—Yo también a ti, mami. —Ella sonrió.

Janetta, al oír eso, se conmovió y, cogiendo a Asami en sus brazos, dijo:

—Ven, vamos a ver a Siggy.

Una vez que la mujer pasó a la otra cama, Sakura miró a Shii y musitó con cariño:

—Posees los ojos más especiales y maravillosos que un hombrecito puede tener. Estoy convencida de que, cuando crezcas, romperás cientos de corazones.

—¡Mamá! —gruñó él poniéndose colorado.

Sakura sonrió y, besándolo con todo el amor del mundo, pidió:

—Prométeme que cuidarás de tus hermanas, ¿de acuerdo?

Shii la miró extrañado y ella se apresuró a añadir entonces bajando la voz:

—Te lo digo porque esta habitación no la conocen y quizá luego tengan un poco de susto.

—Tranquila, mamá —dijo él sonriendo—. Yo las cuidaré.

Con el corazón encogido, la joven asintió y se levantó. Fue hasta la puerta y, tras intercambiar una mirada con Janetta, contempló a los pequeños una vez más y afirmó antes de salir de la habitación:

—Os quiero mucho. Nunca lo olvidéis.

Dicho eso, salió al pasillo y, llevándose la mano al corazón, cerró los ojos. El dolor de aquella despedida estaba a punto de hacerla llorar, pero tomando aire murmuró:

—Maldita sea..., no es momento de llorar.

Después de recuperar el resuello, tras atusarse el cabello levantó el mentón y bajó en dirección al salón. Había ido a una fiesta y pensaba disfrutarla.