De traidores

Saga fue directo al hotel en el que se había quedado con Alfa en Interlaken. El pueblo estaba ahora libre de cosmos de renegados. Abrió la puerta de la habitación en donde todo seguía como lo dejaron, con la excepción de que fueron a arreglar la cama y a dejar café nuevo. Miró las cosas de la chica y por un momento sintió el ardor en los ojos que causan las lágrimas. Se esforzó en respirar profundamente: tenía un plan y lo iba a ejecutar. Era imposible que dejara que lo derrotaran sin rescatar a su esposa y al resto.

Se miró la mano. Apenas había pasado un par de días con ese anillo en el dedo, pero ya formaba parte de él y era muy extraño no llevarlo consigo. Fue a revisar las cosas que dejaron ahí, como las identificaciones y demás papeles. También estaba su maleta con ropa y el auto debía seguir estacionado en donde lo dejaron. Guardó todas las cosas. Ese día lo dejaría pasar en Interlaken, y por la mañana se subiría al auto y comenzaría a manejar hasta Hamburgo. De ahí en avión hasta Estocolmo y luego otro auto para llegar a Narvik. Todo el camino le iba a tomar al menos 4 días, pero necesitaba hacer tiempo y no quería sencillamente quedarse encerrado en alguna habitación de hotel. Manejando al menos sentía que estaba haciendo algo y eso también le daba tiempo para pensar en todas las posibilidades y posibles escenarios. Y confiaba en que por las noches estaría lo suficientemente exhausto como para poder tirarse a dormir sin pensar en nada.

Se aventó en la cama, la verdad es que ya estaba cansado. Desde el día de la boda en el que durmieron un gran total de 3 horas que en sí no había dormido mucho y eso ya estaba empezando a afectarlo. De todos modos los pensamientos en su cabeza no le daban mucha tregua, pero al menos logró cerrar los ojos un par de horas antes de salir a comer algo, a dar una vuelta por el pueblo, recordando que hasta hace no mucho tiempo todo parecía estar en perfecto control. Quiso ir a asomarse a la cabaña abandonada, pero decidió en contra de ello, nada más sería torturarse a sí mismo sobre lo que pudo haber hecho y eso no le iba a ayudar a nadie. Por cierto, su celular y el de Alfa eran no habidos. Quizá seguían tirados en la montaña. Suspiró. Al menos ahora tenía un pretexto. Ya era tarde y difícilmente podría ver algo, pero lo iba a intentar.

No le tomó mucho tiempo llegar. Observó los alrededores y tampoco le fue difícil encontrar los lugares en los que pelearon. Los árboles caídos y las marcas en el piso eran evidentes. Se acercó al lugar en el que estaba bastante seguro atraparon a Alfa y, efectivamente, el celular de la chica terminó ahí tirado. Lo levantó. Por supuesto estaba apagado. Lo guardó y decidió ver si encontraba el suyo. Recorrió el lugar por el que bajó corriendo tras escuchar el grito de su esposa. De pronto lo vio también. Le parecía increíble que ambos teléfonos estuvieran ahí, pero aparentemente nadie se iba a asomar a esos lugares y mucho menos estarían buscando celulares perdidos. El suyo también estaba apagado. Maldito iPhone y sus pilas de dos horas. Lo recogió también y ahora sí fue de regreso a su hotel.

Una vez en la habitación conectó ambos celulares y casi lanzó un suspiro de alivio cuando vio que ambos encendían. Sabía que la clave del teléfono de Alfa era su fecha de nacimiento, es decir, la de él, no la de ella. Lo puso y el teléfono se desbloqueó. Sin detenerse a pensarlo mucho se metió al álbum, porque vio muchas veces a la chica sacar el teléfono y tomar fotos como cualquier turista. Incluso habían fotos de él y de ambos en la boda. Una vez más tuvo que reprimir el impulso de ponerse a llorar. Dejó el aparato a un lado, luego fue a asomarse a la ventana y más tarde se puso a revisar el suyo. Eran las 3 de la mañana cuando al fin consiguió quedarse dormido.

¿Cuánto tiempo había pasado ya? Ninguna de las mujeres tenía ni idea. Las horas pasaban pero ellas no podían medir el tiempo, tampoco sabían si era de noche o de día. De vez en cuando les llevaban algo de comer, y también hielo de afuera el cual, o derretían primero, o se lo comían como estaba, porque no les iban a facilitar la tarea. Alfa estaba convencida de que pronto iba a dejar un camino permanente en el suelo por todas las vueltas que daba. Alessandro no había regresado a verla todavía, pero como no tenía idea del tiempo, ya no sabía si eso era bueno o malo. Durmió, mucho, porque no podía hacer otra cosa. También se concentró en meditar a pesar de que sus pensamientos regresaban una y otra vez a Saga. Quería saber cómo estaba. Lo extrañaba y se preguntaba qué estaría haciendo en ese momento.

Saga abrió la cajuela del auto para meter su maleta, luego la cerró, entró, cerró la puerta, conectó su teléfono al auto y finalmente se puso en marcha. La idea era que ese día iba a ser largo, debía manejar por al menos ocho horas, quizá se detendría a comer algo, o bien compraría comida chatarra para el camino, no estaba seguro. Llevaba todos esos días sin poder dormir bien y sabía que no era lo más sano eso de manejar cansado, ¿cuántas veces no se lo repitió Alfa? Sin embargo no es como que tuviera muchas opciones en ese momento. Al menos llevaba consigo café, cosa que siempre tenían con ellos durante sus viajes. Todo el punto de manejar él mismo hasta Narvik era para perder tiempo, nada más. Pero tampoco podía estacionarse en algún pueblo y dejar las horas pasar sin hacer nada, sencillamente no podía quedarse quieto.

Puso música en shuffle, pero no es como que le prestara atención, y de hecho ni cuenta se dio del momento en que se quedó en silencio. Estaba bastante consciente de que, esta vez, la decisión de regresar a Longyearbyen fue de ella, para que les regresaran a los niños de Dicro, pero no podía dejar de darle vueltas al asunto en su mente. Debió haberlo previsto, aunque eso era idiota, porque nadie se llegó siquiera a imaginar que intentarían secuestrar a los niños de Dicro. No debieron dejar que la mujer fuera a buscar a su hijo sola, pero vaya, él ni sabía que había ido.

Pero tampoco es que hubiera hecho mucho cuando tuvo bastante presente que tenían renegados en la mira. La idea era cazarlos, pero ellos fueron los cazados. No debió dejarla sola vigilando a Jivika, pero ¿qué opción tenía? No estaba en sus planes dejar que ninguno de los renegados se quedara sin vigilancia. Eran tres Santos Dorados y así, tan fácil, se la llevaron. Y ella era un Santo de Plata, sí, con muy poca experiencia, pero lo era. El problema fue que, aunque no usaran cosmo, tampoco pensó en que la fueran a drogar. Pero esa parte sí debió preverla, porque así se llevaron a Helena. Quiso creer que, el que llamara a sus compañeros cubría todas sus bases, pero en su lugar parecía que bajaron la guardia.

La carretera era tremendamente aburrida: árboles a ambos lados, dos carriles, apenas un pequeño acotamiento y kilómetros y kilómetros de camino completamente recto. Apenas si tenía que mover el volante, lo que dejaba sus pensamientos en completa libertad. Sin darse cuenta comenzó a acelerar mientras su mente se encargaba de buscar todos los errores cometidos, todo lo que pudo hacer mejor, todo lo que no previó, todo lo que debió hacer.

Por suerte no había mucho tráfico en aquellos lugares, porque los demás autos que encontraba por el camino eran rápidamente rebasados, apenas tomando nota de que nadie viniera del lado contrario. Algún osado de pronto lo alcanzó. Saga miró en el retrovisor al auto deportivo que se acercaba rápidamente. Y aceleró aún más. No tardó en volver a dejarlo atrás, mientras los árboles a los lados parecían ahora manchas verdes moviéndose rápidamente.

¿Cómo iba a presentarse con Alessandro ahora? Suponía que lo único que en realidad podría hacer sería llamar al timbre y esperar que respondieran. Tenía claro que no lo iban sencillamente a matar, lo necesitaban con o sin armadura. Ese sello creaba una especie de burbuja alrededor de las cavernas. Sabía que todos los renegados podían usar cosmo ahí dentro sin problemas, y lo más importante, y de hecho, lo que logró mantenerlos ocultos por tanto tiempo era que, mientras estuvieran dentro de esa burbuja, nadie en el exterior era capaz de detectar el cosmo. Alessandro debía tener una manera de permitir que sus cómplices pudieran usarlo sin problema mientras quienes no tuvieran su "permiso", se quedaban sin esa energía.

Shion tenía razón, solamente un dios sería capaz de lograrlo. Se preguntaba ahora qué deidad estaba detrás de todo aquello. Tenía una corazonada que no le dijo a nadie, pero suponía que más de uno lo imaginaba: Ares. ¿Quién más? Tuvo la oportunidad perfecta durante esos trece años de hacer su voluntad. Estaba bastante seguro de que era él. Y de ser así, entonces él, de alguna manera, seguro estuvo implicado también. Apretó el volante en ambas manos.

Las chicas estaban completamente indefensas ahora. Sin cosmo y sin manera de comunicarse entre ellas, porque seguro las mantendría separadas. Alfa ya sabía a lo que se enfrentaba, y se mantendría en calma, quizá intentando ganarse la confianza de Alessandro, pero le preocupaba el resto. En especial Marin, Vivien y Lexa. Ninguna de ellas se dejaría derrotar fácilmente, las creía capaces hasta de intentar excavar una salida con sus propias uñas de ser necesario. Alessandro no necesitaba a tantas personas para hacer palanca, así que, si alguna le daba muchos problemas quizá y se desharía de ella.

También estaba la posibilidad de que se ensañara con alguna de las "bien portadas" para darle una lección a las otras. En serio le dolía el estómago de pensar que podrían hacerle a alguna lo que hicieron con él. Al menos suponía que su esposa estaría relativamente a salvo, porque quería el poder de la chica, y para eso la necesitaba en relativo buen estado, pero el resto eran también sus amigas y las apreciaba. Incluso a Jabú, con quien casi no se relacionaba. Igual eran compañeros de armas y el muchacho mejoró mucho a últimas fechas.

Y de pronto se preguntó cómo es que las cosas se complicaron tanto. Apenas unos días atrás ellos llevaban las de ganar. Tenían renegados capturados, al líder en la mira, y hasta pudieron hacer un alto para casarse. Miró su mano, en donde ese anillo estuvo hasta el momento en que se marchó del Santuario. Regresó la vista al frente cuando no lo vio ahí. Golpeó el volante con una mano. Frenó.

El rechinido de las llantas fue como un trueno en la silenciosa carretera, seguro lo escucharon a kilómetros, si es que había alguien por ahí, claro. Llevó el auto a un lado del camino y se detuvo, luego bajó del mismo y azotó la puerta para cerrarla. Se llevó una mano a la cara, la otra a la cintura y comenzó a caminar sin prestar atención a sus alrededores. Estaba intentando con todas sus fuerzas contener las ganas que sentía de caerle a golpes a lo que fuera, una roca, un árbol, el piso, lo que sea.

No lo logró. Dio un par de pasos más y comenzó a golpear a puño cerrado el primer árbol que se cruzó en su camino. Una vez, luego otra y una más. Sangre comenzó a brotar de sus nudillos, pero no se detuvo hasta que dicho árbol no pudo aguantar más y se derrumbó frente a él. Entonces Saga se dejó caer al piso, respirando pesadamente y con lágrimas aún amenazando con salir de sus ojos.

Se acostó en donde había caído, viendo al cielo sin en realidad ponerle atención. Tenía que concentrarse en lo que haría cuando llegara a Longyearbyen, no en todo lo que pudo haber hecho mejor, no en los errores y no en golpear un pobre árbol que no tenía la culpa de nada. Entonces se dio cuenta de que la noche estaba empezando a caer. El sol ya estaba bajo en el horizonte, aunque no era en realidad tan tarde. Se llevó ambas manos a la cara, luego se levantó del suelo y regresó al auto. Una vez adentro se dio cuenta de que sus nudillos sangraban, así que salió de nuevo, abrió la cajuela y de ahí sacó un par de vendas. Se entretuvo algunos minutos limpiando las heridas y vendándolas. Luego regresó al interior, encendió el auto y comenzó a manejar. Estaba cerca de Kiruna y le quedaban al menos otras dos horas de camino.

Efectivamente llegó ya de noche y fue a instalarse en algún hotel, estaba bastante cansado y tenía hambre, así que decidió salir a cenar algo. Pensó en ir a dar la vuelta al campo de entrenamiento, a ver cómo había quedado luego de los ataques, pero prefirió no hacerlo, por si alguien estaba vigilando el lugar. Lo dudaba, pero igual quería ser precavido. Luego de su cena regresó al hotel y se puso a dar vueltas en la cama sin poder dormir, a pesar de lo cansado que estaba. Sus pensamientos regresaban a su esposa y a lo que sucedería cuando llegara. Seguramente Alessandro le pediría pruebas de que abandonó el Santuario y estaba bastante convencido de que una de ellas sería enfrentarse de alguna manera a Alfa. Ella entendería pronto, eso no le preocupaba y habían entrenado muchas veces juntos, algunas bastante en serio, pero de todas maneras no lo hacía feliz el tener que pelear contra ella. Se recriminó a sí mismo el tener de nuevo esos pensamientos. Necesitaba dormir. Casi se pone a contar ovejas. Al fin el sueño lo venció a las cinco de la mañana.

Cuando despertó fue a desayunar, luego guardó todas sus cosas en el auto y le fue a buscar una pensión y pagó por un mes. Le informó a su hermano en dónde lo dejó, nada más porque el mundo exterior no tenía por qué no recibir el pago del auto o de la pensión si algo pasaba. Sí, era un pensamiento mundano entre todo lo que estaba sucediendo, pero prefería concentrarse en esas cosas que en lo que venía. No tenía ni idea de cuánto tiempo le iba a tomar sacar a las mujeres de allá, pero no esperaba que fuera algo rápido y sencillo. Cuando todo estuvo listo salió del pueblo en dirección a alguna montaña o lugar vacío desde el cual podría abrir un portal. Respiró profundamente y entonces lo abrió.

Apareció a las afueras de las cavernas, en donde todavía podía hacer uso de su cosmo. Por supuesto el grupo de renegados se puso en alerta al instante y cinco de ellos salieron corriendo de las cavernas, pero se detuvieron al verlo solo. Saga levantó las manos en señal de que no iba a hacer nada.

—Mi nombre es Saga y estoy buscando a Alessandro —les dijo.

No estaba nervioso por lo que tenía que hacer, lo que lo tenía de nervios era no saber nada de Alfa ni lo que ella estaba haciendo o cómo estaba. Sin embargo era muy bueno ocultando sus emociones, en especial ante un grupo de gente, así que nadie podría adivinar lo que pensaba. El grupo de renegados que salió se le quedó viendo durante algunos instantes, aunque no mucho después Otis salió de las cavernas.

—Saga de Géminis, no estábamos esperando tu visita. ¿A qué debemos el honor?

—Quiero hablar con Alessandro. No vengo de parte del Santuario.

—¿Ah, no? Eso es extraño. ¿A qué vienes entonces?

—Eso es algo que le tengo que decir a Alessandro. ¿Lo llamas o me dejas pasar? No puedo usar mi cosmo ahí dentro, lo sabes. Ni voy a intentar nada de todas maneras.

—Muy bien, pero comprenderás nuestra desconfianza. Si nos permites encadenarte las manos, te dejo pasar —contestó Otis.

Como respuesta Saga puso ambas manos delante de él y juntó sus muñecas. Otis asintió y mandó a uno de los hombres ahí reunidos por unas cadenas. El sujeto no tardó en regresar y Otis entonces le pidió que se las pusiera a Saga. El pobre diablo titubeó, pero fue a acercarse al Santo. Saga no se movió para nada y permitió que le amarrara las muñecas. Luego caminó hasta Otis quien lo sujetó por un brazo para guiarlo a las cuevas. Uno de los renegados también había ido ya a avisar a Alessandro, así que el hombre los esperaba en su "oficina". Cuando los vio entrar sonrió.

—Saga de Géminis, esto sí que es una sorpresa. No esperaba que volvieras, luego de la última vez que nos vimos. Dime, ¿qué te trae por aquí?

—Vine a unirme a ustedes. Ya no soy Saga "de Géminis" ni tampoco soy parte del Santuario.

—¿Te revelaste? Por favor, Saga, eso es imposible, eres un Santo Dorado. ¿Exactamente qué pudo haberte empujado a dejar el Santuario?

—No es la primera vez que me revelo contra la diosa, ya no debería ser sorpresa para nadie.

—En eso tienes razón, pero ¿cuál es la razón ahora?

Saga no contestó, nada más se le quedó viendo y como que Alessandro comprendió.

—Ah. Alfa. ¿En serio?

—¿Te parece poco lo que hizo? ¿Lo que dijo? O mejor dicho, ¿lo que no hizo?

—¿Y vienes a vengarte de ella? Esto se pone interesante.

—Me di cuenta de que tu plan es bueno. El de hacerle daño por medio de Kanon.

—¿Por qué no trajiste a Kanon contigo?

—Porque él también es un Santo Dorado y su poder es extremadamente similar al mío. La manera de ganarle es que esté aquí, mucho mejor si es frente a ella. Si quieres que te ayude en tu plan contra el Santuario, estoy dispuesto, pero quiero a Kanon.

—Así que el Santuario no te interesa.

—¿Alguna vez me ha interesado? Aspros lo intentó, yo también. Pero tú tienes algo poderoso justo aquí, es un sello, ¿no es así?

Alessandro no pudo contener la sonrisa.

—No lo recuerdas, ¿verdad? Tú me lo diste. O mejor dicho: Ares me lo dio. Cuando tú eras Patriarca del Santuario. Su plan era que lo ayudara con toda la revuelta que provocaste, pero desgraciadamente te suicidaste, de nuevo, y el plan de Ares se quedó a medias. Pero me dejó este regalo que hemos estado aprovechando.

Saga estaba bastante sorprendido, era verdad que no lo recordaba, aunque tampoco se le hacía descabellado. Evitó mostrar cualquier emoción.

—Es un tanto irónico que seas tú, precisamente, el que viene a ofrecer su ayuda ahora.

—Quizá esto es justo lo que tenía que pasar.

—Quizá sí, Saga. No lo sé, creo que sabes que no voy a aceptar tu ayuda de buenas a primeras, ¿verdad? Tengo que considerarlo y hablarlo con mi lugarteniente aquí presente. Tienes nuestra "hospitalidad", podemos regresarte a tu antigua celda. ¿Estás dispuesto?

—No tengo inconvenientes.

—Muy bien, entonces que así sea. Otis, llévalo a su celda y luego regresa a hablar conmigo. Y que Alfa no se entere de que está aquí.

Luego de eso Otis empujó a Saga fuera de la oficina y lo llevó a la celda en la que lo mantuvieron antes. Le quitó las cadenas de las muñecas y le puso la anterior, de esas que quitan energía. Después regresó a hablar con Alessandro.

En el Santuario no se quedaron de brazos cruzados. La fundación Graad, que seguía siendo propiedad de Saori, se estaba ocupando de hacer un mapa detallado de la isla. Específicamente querían ver qué tan grandes eran las cavernas de Alessandro, cuál era su extensión y si habían más entradas como la que Aldebarán y los demás usaron para rescatar a Saga y a Alfa.

Por el momento descubrieron que no eran especialmente pequeñas. Había espacio para que Alessandro y sus renegados vivieran cómodamente. Aldebarán, Kanon y Mu trabajaron con ellos para trazar el mapa de lo que vieron, por ejemplo, el área de celdas. Con esa información esperaban poder llegar de sorpresa, aunque el método para sacar a las chicas todavía no lo tenían del todo claro.

Si entraban iban a tener que pelear meramente a puño porque no podrían usar cosmo y eso los dejaba en desventaja, porque, los renegados podrían ser malos usando cosmo, con sus excepciones, pero lo usaban y eso los convertía en personas peligrosas para cualquiera que no pudiera. Por un momento consideraron usar métodos humanos, como armas de fuego, por ejemplo, pero la realidad es que a ninguno de ellos le gustó la idea. El ser parte del Santuario les impedía usar ese tipo de armas, y eso a pesar de que Saori les dijo que si era necesario podrían conseguirlas. Descartaron la idea. Quizá y sólo quizá podrían considerar usar bombas de humo o alguna cosa similar, pero eso tampoco les hacía mucha gracia.

Si querían irrumpir en las cuevas iban a tener que usar los números y experiencia a su favor. El problema de eso era que entonces una gran cantidad de ellos iban a tener que ir, y eso no les gustaba en absoluto porque no podían dejar a Saori sola. Si bien el objetivo principal de Alessandro era llegar a ellos, a sus guerreros, el objetivo final, obviamente, era la diosa. Dejarla casi sola en el Santuario no era opción. La otra era sencillamente rodearlos en su caverna y llevar a la adolescente con ellos. Saori estaba más que dispuesta, en especial si con eso podía ayudar en algo, pero les daba dolor de estómago nada más pensar en llevársela. En fin. Tenían muchas cosas qué planear todavía y esperaban que al menos Saga hubiera podido entrar y que tuvieran aliados ahí dentro en él y en las chicas.

Saga también pasó las siguientes horas, quién sabe cuántas, dando interminables vueltas en su celda. A lo lejos podía escuchar algunas otras cadenas arrastrándose, y suponía que eran las de sus compañeras. La buena noticia es que Alessandro le confirmó que su esposa estaba bien, si no, no le habría pedido a Otis que Alfa no se enterara de su presencia en ese lugar. De pronto escuchó una puerta abrirse. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba acostado en el piso, pero se arrastró hacia la puerta y por debajo pudo ver que dos renegados llevaban a una de las chicas con ellos. Era Vivien. La joven se resistía, lanzando maldiciones y patadas, pero los hombres se veían bastante fornidos y no los detenía. Cuando la sacaron de esa área todo volvió a quedar en silencio.

Llevaron a Vivien fuera de las cuevas, pero apenas a la entrada. Ahí se encontraba reunido un grupo de renegados, al igual que Alessandro y Otis.

—Vivien, te preguntarás por qué te hemos traído aquí. Bueno, la respuesta es simple. Como sabrás, la mayoría de mis renegados sabe usar cosmo, sin embargo muy pocos de ellos han tenido el... privilegio de ser entrenados por maestros del Santuario, así que, dado que ahora estás aquí con nosotros, pensé en que podrías ayudarlos un poco.

—No te voy a ayudar a absolutamente nada.

—No era una petición, Vivien, Quítenle las cadenas y comiencen a entrenar. Uno por uno. Uno de los hombres que todavía sujetaba a Vivien se acercó a quitarle las cadenas, luego se alejó y la chica quedó libre. Al instante puso una pose de defensa y empezó a medir lugares por los cuales pudiera escapar. Sin embargo, uno de los hombres se lanzó en contra de ella. No le quedó más remedio que pelear contra él, lo cual no fue muy difícil, pero en cuanto lo venció alguien más llegó en su lugar y otro más y otro, a muchos no los estaba derrotando, tan sólo dejaban su lugar y alguien más venía a suplirlo. Estaban acabando con sus energías, pero la mujer no podía sencillamente no pelear, ellos no le iban a dar tregua. Alessandro y Otis los observaban, a veces gritando órdenes, a veces llamando a alguien más para que peleara con ella.

Vivien no sabía cuánto tiempo llevaba peleando, pero de pronto sintió algunos golpes más y cayó de rodillas en el suelo. Alessandro dio la orden de que se detuvieran y lo siguiente que supo fue que un par de hombres volvían a encadenarla y la llevaban de regreso a su celda.

La misma historia se repitió durante las siguientes horas con Lexa, luego Dicro, Gabriella, June, Marín y Jabú. A los únicos a los que no llevó a pelear fueron Saga y Alfa. Para ellos tenía otros planes, pero no todavía. Aún era muy pronto, a ellos los mantendría en aislamiento al menos un par de días más.

A quien fue a visitar luego fue a Helena. La mujer llevaba ya mucho tiempo encerrada, había perdido peso y se veía terrible, sin embargo se negaba a hablar con él, a traicionar al Santuario o a pedir clemencia. Alessandro estaba bastante sorprendido por ello, pero por otro lado era típico de esa mujer hacer ese tipo de cosas. Ni modo, si la joven no quería unirse a su causa, ya le encontraría alguna utilidad de todas formas. Le dijo que sus puertas siempre estaban abiertas y que podría hablar con él cuando quisiera.

La idea de ir a atacar más campos de entrenamiento alejados no había dejado de rondarle la cabeza a Alessandro, pero no estaba seguro de que fuera lo más prudente ni de que no hubieran ya evacuado a quienes estaban en esos lugares. A lo mejor sería una reverenda pérdida de tiempo, aunque, por otro lado, no es como que tuviera demasiadas cosas qué hacer. Ya había dado órdenes claras a todos sus renegados. Siempre algunos hacían rondas por la isla, otros siempre debían entrenar, ya fuera entre ellos o con los prisioneros. Cada quien sabía qué es lo que tenía que hacer en caso de emergencia, y mientras tanto, él se aburría como nadie. Ni entrenar le resultaba divertido. Decidió pues, dar una vuelta por algunos de los campos de entrenamiento que no atacaron, para ver qué tal estaban las cosas.

Primero llegó a un campo en Indonesia, pero estaba vacío. Decidió subir a Cambodia, en donde sí encontró un campo habitado. Por supuesto los ocupantes se dieron cuenta de inmediato de la explosión de su cosmo cuando llegó y salieron corriendo. Le pareció reconocer al Santo de la Lira y quizá al de Lobo, pero de eso no estaba seguro. Aventó algunos golpes cargados de cosmo en su dirección y acto seguido desapareció del lugar. Se transportó hasta Rusia, uno de los campos que no atacaron fue precisamente el de Siberia, el mismo en el que Camus entrenara, al igual que sus alumnos. Y fue precisamente Camus quien salió corriendo, estaba ahí nada más para asegurarse de que todo estuviera en calma y le acababa de llegar el reporte de Cambodia, por lo tanto estaba alerta. No esperaba encontrarse de frente con Alessandro, y Alessandro no esperaba encontrarse con un Santo Dorado. Sonrió cínicamente, le lanzó un par de técnicas al de Acuario y, lo mismo como hizo en Cambodia, desapareció del lugar. Regresó a sus cuevas, al menos ahora sabía que tenían esos campos vigilados y no valía la pena intentar atacarlos. Estaba satisfecho con su pequeña excursión y por lo tanto decidió no volver a salir, al menos de momento.

Los reportes de los "avistamientos" de Alessandro llegaron de inmediato a oídos de Shion, quien no estuvo para nada feliz. Se daba cuenta de que aquel hombre estaba nada más jugando con ellos y lo peor es que, si seguía en esas, iba a lograr el objetivo de desalojar los campos hasta que tuvieran todo bajo control. Shion se preguntaba si eso sería prudente. Los primeros reportes que le llegaban de Graad no le decían mucho, todavía estaban trabajando en descifrar la topografía de la isla y no habían dado con alguna otra entrada. Por lo tanto la incursión todavía estaba lejos. No querían llegar a ciegas. Por otro lado lo ponía de nervios el tomar la decisión de ir. No quería dejar a Saori sola en el Santuario, a pesar de que la joven diosa le recordó que sola no iba a estar porque los Plateados y sus Saintias se iban a quedar con ella llegado el caso, pero es que eso no debía ser así. En todas las guerras pasadas, pocas veces fueron ellos los que incursionaran en contra del enemigo, y en las últimas Guerras Sagradas no es como que les hubiera ido especialmente bien. Por otro lado, esta vez se trataba de un humano, no de un dios, por más ayuda que tuviera del sello de algún Olímpico.

El plan que estaban comenzando a trazar suponía que iban a poder sacar a todos los renegados de su escondite, incluido a Alessandro y de paso rescatarían a los prisioneros. Ya después podría ir Saori a romper ese sello, cuando la costa estuviera vacía. No tenían razones para pensar que no iban a poder lograrlo, en especial si los Santos Dorados eran los que se encargaban de ir, y con Saga y los prisioneros ayudando desde adentro, al menos en sus posibilidades. En realidad contaban con que pudieran ayudarlos, porque si no, todo se iba a complicar. El caso es que una vez teniendo a todos fuera entonces Atenea podría ir a romper ese sello con tranquilidad.

Saori no estaba muy contenta con ese plan, a ella le gustaría ir e incursionar con los demás, en primera para facilitarles el trabajo, y en segunda porque esa era una de esas ocasiones en las que los guerreros necesitaban de su diosa con ellos. También quería demostrarles que no huiría de sus responsabilidades, que estaba con ellos y que contaban con su ayuda y su apoyo. Le había contado sus preocupaciones a sus Saintias, y ellas, por supuesto le dijeron que lo que decidiera, iban a estar ahí para apoyarla, aunque al menos una de ellas, Katya, le dijo que quizá lo más prudente sí sería escuchar al Patriarca y no ir a arriesgarse si no era necesario.

Racionalmente Saori sabía que eso era lo más sensato, pero emocionalmente no podía soportar la idea de que sus Santos se fueran sin que pudiera ayudarlos, en especial porque no podría darles algo con qué contrarrestar el sello de las cavernas si no tenían idea de qué dios puso el sello en un principio. Por supuesto que todos sospechaban de Ares, pero no estaban seguros y no querían confiarse como ya lo habían hecho antes. Tanto Saori como el Patriarca, decidieron esperar algunos días más a que su fundación le diera más detalles de lo que sucedía allá. Pero la espera no era sencilla, todos estaban como gatos de espaldas. Cualquier cosa los ponía alerta y esa última visita de Alessandro a sus campos de entrenamiento se les hacia una ofensa terrible, porque lo hizo sencillamente para demostrarles que podía.

Y cuando los reportes de Graad comenzaron a llegar, la urgencia en cada uno de ellos se incrementó. Lo primero que llegó fueron los reportes de topografía, que indicaban que efectivamente había una entrada recóndita y bastante perdida en el medio de las montañas y que, seguramente, estaría completamente bloqueada por nieve, pero eventualmente podrían llegar a ella. También sabían que podían llegar a la isla por métodos humanos desde un punto bastante alejado y que se encontraba a "espaldas" de la entrada principal y las conocidas.

Por cierto, Longyearbyen era nada más el poblado más cercano a las cuevas de Alessandro, en realidad el lugar se encontraba en un archipiélago llamado Svalbard. El caso es que podrían llegar desde el lado contrario, con algo de trabajo porque, o tendrían que caminar un buen trecho o se arriesgarían a ser vistos desde otro pequeño campamento minero, o bien los recibiría un lindo y congelado acantilado. Necesitaban planear mejor en dónde era un buen lugar para llegar.

Pero eso no fue lo alarmante. Gracias a los Satélites de la fundación se pudieron hacer unos muy buenos acercamientos, y si bien los detalles no eran claros, lo que vieron no le hizo gracia a nadie. Básicamente habían programado un satélite para que pasara sobre el área de las cavernas y tomara todas las imágenes posibles en cada paso. Las fotografías revelaron que, durante los pasados días, los renegados se reunían a la entrada de las cuevas. No podían saber exactamente quién estaba peleando, pero era claro que eso es lo que estaban haciendo. Quizá y nada más eran entrenamientos de los renegados, pero la manera en la que se reunían en círculos alrededor de un par de figuras, y la manera en la que luego parecían dispersarse y volver a reunirse lo único que les hizo pensar era que se estaban divirtiendo con sus prisioneros, y eso le causó dolor de estómago a todos y cada uno de ellos.

Necesitaban sacarlos de ahí pronto. Sabían que podían soportar duros entrenamientos, pero las condiciones en las que los mantenían definitivamente no eran las mejores, Saga y Alfa se los dejaron bien claro, y con poca comida y agua y encerrados, no iban a resistir mucho tiempo. Debían comenzar a moverse pronto.