De farsas y peleas

Alfa estaba acostada en el piso viendo al techo. Había tomado el agua que le dejaron más temprano y también se tragó el pedazo de pan duro. No era para nada de su gracia pero bien sabía que de nada le iba a servir el no beber ni comer. Si bien a ellos les convenía mantenerla débil y con pocas energías, no querían matarla de hambre o sed. Escuchó pasos acercarse, no tenía idea de cuándo fue la última vez que alguien fue a verla, las horas y los días se fusionaban y de pronto se preguntó por qué carajos no había agarrado un reloj. Giró la cabeza en dirección a la puerta, un par de hombres entraron en compañía de Jivika.

—Giannis quiere verte —le dijo.

Los dos hombres se acercaron y Alfa se levantó, luego los dos hombres la agarraron por los brazos y la llevaron fuera de la celda y finalmente fuera de las cuevas en donde una gran cantidad de renegados estaban reunidos. La dejaron en un extremo y luego los hombres se pusieron delante de ella. Uno de ellos se acercó a quitarle la cadena que tenía puesta. Después de eso nadie se movió ni dijo nada y ella prefirió tampoco hacer algún movimiento. Decidió esperar.

Saga estaba de pie, recargado en una pared, mirando al piso, cuando escuchó los pasos y que se dirigían a otra celda. Se tiró en el piso para ver por debajo de la puerta. Estaban sacando a Alfa y no tenía ni idea de por qué. Un nudo de ansiedad comenzó a formarse en su estómago, en especial cuando la perdió de vista. Pero no pasó mucho tiempo antes de que más pasos se acercaran. Saga se levantó del piso y se le quedó viendo a la puerta mientras escuchaba cómo la abrían. Otis se presentó ante él.

—Alessandro quiere verte —le dijo.

Dos hombres más entraron, lo tomaron por los brazos y lo llevaron afuera. Ahí vio una fila de renegados que le daban la espalda. Lo dejaron frente a ellos, y alguien fue a quitarle las cadenas. Luego Alessandro salió de las cuevas.

—Antheia, aquí hay alguien que te quiere ver —dijo, y le hizo una señal a los hombres para que se separaran y Alfa y Saga quedaron frente a frente.

Alfa levantó la mirada, no tenía ni idea de que Saga había llegado, ¿cuánto tiempo llevaba ahí? Quiso sonreír, porque hacía mucho que no lo veía, pero pudo contenerse a tiempo, sabía que debía mantenerse en personaje y pretender que odiaba a ese hombre frente a ella. Volteó a ver a Alessandro.

—¿Lo capturaste o vino por su propio pie? —le preguntó.

Alessandro sonrió.

—Vino por su propio pie, por supuesto. Quería verte. Me dijiste que tú también, ¿no? Que tienes asuntos pendientes con él, así que decidí dejar que te viera. Al parecer él también tiene algunas cosas que te quiere decir, pero no estamos todos aquí reunidos para verlos hablar. Dado que mis renegados aún necesitan algo de entrenamiento y, teoría, en las artes de la pelea cuerpo a cuerpo, pensé que ustedes dos serían perfectos para las demostraciones. Quiero que peleen entre ustedes, aquí y ahora, cualquiera de los dos puede dar el primer golpe.

Saga también había volteado a verlo y se aguantó con todas sus fuerzas el ver a Alfa cuando escuchó eso último. Ninguno de los dos podía darse el lujo de titubear, así que sin perder más tiempo le lanzó un golpe a la mujer. Alfa no estaba preparada para eso, tanto para verlo como para lo que Alessandro dijo, así que por mero reflejo alcanzó a dar un paso hacia atrás y a centrar su atención en el hombre. Le detuvo el brazo, luego usó el impulso para hacerse a un lado, volteó a verlo. Saga no tardó un segundo en volver a lanzarse contra ella.

La joven creyó ver un leve gesto de asentimiento por parte de Saga. Esto no iba a ser diferente a un entrenamiento, ¿verdad? Había peleado muchas veces con Saga, habían entrenado por ya más de año y medio juntos, esto no tenía por qué ser distinto, aunque tenían que fingir que lo hacían en serio. Una vez más detuvo el golpe de Saga y volvió a usar el impulso para quitarse de su camino, una vez más Saga cargó contra ella y Alfa no tuvo más remedio que comenzar a contestar los ataques. Patada tras patada, golpe tras golpe, empezaron a moverse por el espacio que les abrieron los renegados.

No era la primera vez que peleaban con público presente, siempre había alguien observándolos, esto no era diferente. O al menos eso era lo que los dos seguían repitiendo en sus mentes. No podían perder la concentración y no podían detener la pelea si es que alguno de los dos terminaba en el piso. Comenzaron dando golpes que sabían que el otro podía detener o esquivar, usaron esas técnicas que el otro conocía perfectamente, hicieron todo lo posible por comunicarle al otro lo que iban a hacer después para que no los tomara por sorpresa, pero no estaban seguros de que eso fuera suficiente para Alessandro. Alguno de los dos necesitaba conectar un buen golpe y pronto, porque si no, nadie creería la farsa.

Alfa miró a Saga un fugaz momento a los ojos y le pareció ver que él asentía con la mirada. Bajó el puño tan sólo una milésima de segundo, y ella aprovechó la oportunidad que le estaba dando para golpearlo con toda su fuerza. Y se sintió terrible. Quiso detener el golpe pero no lo hizo, en cambio sintió su puño conectar contra las costillas del hombre, que, al menos, fueron las del lado contrario a las que le rompieron antes. Lo escuchó expulsar el aire de sus pulmones, y lo vio derrapar varios metros por el piso. Se detuvo. Bajó el puño y miró al hombre en el suelo. Luego salió corriendo tras él.

Saga apenas tuvo tiempo de levantarse lo suficiente como para atajarla y lanzarla para atrás, lejos de él. Alfa detuvo su caída, se levantó de nuevo y giró hacia el hombre, quien también ya estaba de pie, ambos corrieron el uno hacia el otro. Sus manos se encontraron. Saga utilizó una buena cantidad de fuerza para volver a lanzar a la mujer a un lado, aunque no pudo evitar la patada que la joven le lanzó y que terminó golpeando su rodilla derecha. Y esa sí fue la rodilla que no había terminado muy bien parada la última vez que estuvo en ese lugar. Alfa se levantó de nuevo, dio un buen salto en el aire e intentó darle otra patada, pero Saga la detuvo a tiempo, en cambio la sujetó por un brazo, estuvo a punto de titubear, pero al fin cerró el puño y golpeó a la mujer en el estómago, lanzándola de nuevo algunos metros hacia atrás.

Alfa sintió el aire salir de sus pulmones, terminó de espaldas en el piso intentando recobrar el aliento, cuando de pronto Saga estuvo de nuevo frente a ella. Lo vio arrodillarse, luego rodearle el cuello con una mano y levantarla del suelo. El primer impulso de Alfa fue sujetar el brazo de Saga con ambas manos, pero eso no iba a lograr nada, así que utilizó la palma de su mano para golpearlo justo en la nariz, y escuchó y sintió el crack y que Saga la soltaba de pronto, tan solo para llevarse una mano a la sangre que ahora corría por su nariz, pero un segundo después el puño del hombre conectaba contra la mandíbula de ella. Alfa giró sobre sí misma en el momento en que otro puñetazo estaba a punto de estrellarse contra su cara de nuevo, Saga la siguió arrastrándose también por el piso, Alfa le lanzó algunas patadas, unas llegaron a su objetivo, otras no, al igual que los golpes que él lanzaba.

Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, porque seguían forcejeando en el suelo, Alessandro hizo una señal, y algunos hombres se reunieron alrededor de los dos que peleaban. Un valiente hizo su movimiento y sujetó un brazo de Saga, otro lo sujetó por el otro y dos hombres más agarraron a Alfa y de esa manera los separaron, aunque ellos querían volver a lanzarse en contra del otro. La adrenalina de ambos corría libre por sus venas. Ninguno de los dos quería seguir golpeando al otro, pero no podían sencillamente detenerse y agradecer que había terminado, al menos por el momento. Los llevaron frente a Alessandro y sólo entonces ambos dejaron de forcejear.

—En serio quieren matarse ustedes dos, ¿eh? Qué bueno que no pueden usar cosmo aquí, aunque me pregunto qué es lo que hubieran hecho de poder usarlo. ¿La hubieras mandado a otra dimensión, Aspros? Y tú, Antheia, ¿le hubieras mostrado sus más obscuros secretos?

—¿Para qué nos pusiste a pelear si nos ibas a detener? —preguntó Alfa.

—Porque no va a ser divertido si se matan en un sólo día. Y mientras el Santuario no se decida a venir a atacarnos, necesitamos entretenernos de alguna manera. Llévenlos a sus celdas. Ya veremos si los saco mañana a pelear o no.

Un par de sujetos se acercaron a encadenarlos de nuevo y luego los llevaron a sus celdas. Alfa pudo ver entonces la celda en que metieron a Saga, ya no importaba que supieran en dónde se encontraba el otro. Una vez que estuvieron solos se dieron el tiempo de revisarse a si mismos para saber qué golpes tenían, y vendarlos de la mejor manera que pudieran con los pedazos de tela que tenían disponibles. Eso también les dio tiempo para pensar en lo que acababan de hacer. Ninguno de los dos se sintió especialmente bien por los golpes que le dieron al otro, pero se daban cuenta de que no tenían opción y que, si querían ganar el favor de Alessandro, iban a tener que continuar con la farsa.

Pero no era sencillo hacerse a la idea. Saga terminó de vendarse la mano izquierda, luego dio algunas vueltas dentro de su celda, como animal enjaulado. Se llevó ambas manos a la cara, luego al cabello y finalmente se sentó contra una pared, con los puños apretados. La había golpeado y bastante en serio. Sí, era algo que desde hace mucho pensó que iba a tener que hacer, pero se sintió mal, se arrepintió en el segundo en el que su puño hizo contacto con la mujer. Quería verlo como si fuera un entrenamiento, pero no podía, era diferente, tenía que convencer a Alessandro de que la odiaba a muerte, y por eso sus golpes fueron mucho más en serio que nunca. Sentía vergüenza de sí mismo, se daba asco, y entonces comprendió cómo debió sentirse Alfa cuando le dijo a Alessandro que lo detestaba.

Alfa estaba también sentada en el piso de su celda, recargada contra la plataforma que servía de cama, abrazándose a sí misma. En su mente repasaba las imágenes de Saga cargando contra ella, y de cómo ella no tardó en responder los ataques, quizá con la saña que Antheia le impregnaba a sus golpes. Sintió las lágrimas llegar a sus ojos, y sintió el impulso de gritar, de golpear el suelo, de...

Pero no podía hacerlo. Tenía que mantener la compostura y la cabeza fría. Esto era una prueba de Alessandro y ella no planeaba permitir que su plan fallara. Debía ganarse su confianza, de otra manera no podría ayudarse a sí misma ni a Saga.

Los dejaron a solas por las siguientes horas, mientras los renegados practicaban lo aprendido con los demás prisioneros. Esta vez se ensañaron con Jabú y Gabriella. Alessandro no tenía ni la más mínima intención de darles tregua, sabía que debía quebrarlos en mucho menos tiempo del que usó con Jivika. Desde el Santuario no daban señales de vida, pero estaba convencido de que pronto lo harían, porque no iban a dejarlos en paz por la bondad de sus corazones, en especial considerando que tenían a tantas personas en su poder.

La buena noticia es que su excursión a las afueras de las cuevas les dio al menos una idea de la otra parte de las cavernas. Cada uno de los prisioneros se estaba devanando el cerebro en busca de alguna manera de liberarse por sus propios medios, pero lo que los tenía detenidos era no poder comunicarse con los demás. Necesitaban estar juntos y escapar juntos, porque ahí dentro sus únicas ventajas eran su experiencia y sus números trabajando en equipo, y por eso Alessandro los mantenía separados.

No iban a poder aguantar mucho tiempo más en su situación actual. Esos entrenamientos diarios... ¿eran diarios?, el sol siempre estaba en el mismo lugar allá afuera, los dejaban agotados. Regresaban a sus celdas a dormir y, cuando despertaban, a comer y beber lo poco que les daban. Pasaban horas en soledad, luego los volvían a sacar a pelear. Una y otra vez, tanto, que ni siquiera sabían ya cuántas veces se enfrentaron. Su cordura comenzaba a pensar en irse de vacaciones.

Y en cuanto a Alfa y Saga, volvieron a sacarlos a pelear el uno contra el otro en múltiples ocasiones. Llegó el momento en el que ambos empezaron a flaquear en el desempeño de su farsa. Estaban cansados física y emocionalmente. Si bien el ver al otro les alegraba un tanto el día, la verdad es que ya no soportaban tener que verse para inmediatamente fingir que querían acabar con la vida del otro, a como diera lugar. Lo que ellos no sabían era que eso, justo eso, pretendía Alessandro, no le convenía que se mataran entre ellos, necesitaba que los dos estuvieran de su lado.

Por fin Alessandro se decidió a hablar con ellos. Por supuesto primero los puso a pelear con el otro, y luego los dejó varias horas en la soledad de sus celdas. Luego mandó a Jivika y a Otis a que le llevaran a Alfa. La mujer no se resistió, llevaba quién sabe cuánto tiempo esperando que Alessandro quisiera hablar de nuevo con ella. La llevaron a su oficina. Luego sus escoltas salieron y la dejaron sola con él.

—Antheia, me estás decepcionando un poco, ¿cómo es posible que no hayas acabado con el de Géminis?

—Porque detienes las peleas cuando se empiezan a poner interesantes, por eso. Y esto se está empezando a poner aburrido, si es que no quieres que le de el golpe de gracia.

—¿Estás lista para dárselo?

—Desde hace tiempo, pero nos sigues deteniendo.

—Tienes razón, eso hago, ¿sabes por qué?

—¿Además de porque se te hace entretenido? Supongo que no te conviene que lo mate, o que él me mate a mi. Nos quieres vivos a los dos.

—Así es, él es un Dorado, y tú llevas una armadura de Plata que, por cierto, sigue estando en mi poder.

—Eso pensé.

—¿Estás lista para pasarte a mi bando?

—¿No fue eso lo que dije hace tiempo? Pero con la condición de que me dejaras a Aspros, y no quieres que acabe con él.

—No me interesa lo que hagas con él después, pero lo que quiero es tu... cooperación y la suya. Básicamente te estoy pidiendo que no lo mates todavía, sino hasta después de que consiga mi objetivo.

—¿El cuál es?

—Traer a la diosa para acá.

—Ah. Pues yo veo un gran problema en tu plan, y es que el Patriarca no va a permitir que la diosa salga del Santuario.

—Entonces vas a tener que ir por ella.

—¿Vas a dejar que vaya al Santuario a secuestrarla?

—No creo que secuestrarla vaya a ser posible, pero de alguna manera te las vas a ingeniar para traérmela.

—Alessandro, no puedo hacer eso, y lo sabes. No porque no quiera, si no porque no es posible. Si quieres que Atenea salga del Santuario, se te va a tener que ocurrir una manera de sacarla por su propio pie, y el que yo vaya, no va a ayudar.

—Puedes ir con Saga por ella. Allá afuera son libres de usar sus cosmos como les plazca. Esa va a ser su misión.

—Eso no va a funcionar.

—¿Por qué no?

—¿Por qué sí? O sea, tú quieres que Saga abra un portal al Santuario, agarre a la diosa y la traiga para acá. ¿Por qué no lo haces tú? Tienes telequinesia, ¿no? ¿Qué te impide ir tú por ella? Ya todos saben que la puedes usar y también quién eres, no es como que tengas que ir de incógnito.

—Me gusta tu manera de pensar, pero no voy a ir a meterme a la boca del lobo.

—Pues a lo mismo nos estarías mandando a nosotros. Si entramos, no nos van a dejar salir. Te lo repito, si quieres que Saori salga del Santuario, vas a tener que atraerla hasta acá.

—Tienes razón. ¡Otis, Alexiel! —gritó.

Al instante ambos entraron de nuevo a la oficina.

—Otis, lleva a Antheia afuera. Alexiel, ve por Helena y llévala a la entrada. Avisa a los renegados —Alessandro se levantó, Otis agarró a Alfa del brazo y ambos comenzaron a salir de las cuevas.

Una vez afuera Alessandro dio algunas instrucciones más que Alfa no pudo escuchar. Esperaron. Poco tiempo después Jivika y otro renegado sacaron a rastras a Helena y otro par de hombres trajeron a Saga. Una vez que estuvieron todos reunidos afuera Alessandro los empezó a guiar por las montañas, a un lugar en el que un poco de cosmo comenzó a regresar a los prisioneros. Entonces se detuvo.

—Antheia, tu amigo Roberto, aquí presente, me habló de una técnica interesante que desarrollaste. Puedes ingresar a la mente de tu oponente. ¿Por qué no me haces una demostración?

—¿A la mente de quién quieres que entre? —preguntó.

—A la de Aspros.

—Aspros fue mi principal conejillo de indias cuando desarrollaba mi técnica, sabe perfectamente cómo bloquearla, así que dudo que él sea el mejor sujeto para tus experimentos.

—Me imaginé que ibas a decir eso, por eso traje a Helena. Entra a su mente, muéstrame lo que está pensando.

Alfa miró a Alessandro, luego le lanzó una fugaz mirada a Saga y finalmente volteó a ver a Helena quien estaba sentada en el piso, sin moverse, apenas consciente de lo que sucedía. De regreso a Alessandro.

—Si es lo que quieres —le dijo y se encogió de hombros.

Se concentró en Helena. A pesar de que era muy poco el cosmo que podía utilizar, le fue fácil llegar hasta la mente de la mujer. Le pareció que estaba en blanco. Se esforzaba en evitar que entrara en su mente, ella también había experimentado la técnica, aunque de una manera muy tranquila. Alfa nada más ingresó a su mente pero no le mostró sus peores miedos. Alfa quiso poder decirle que todo estaba bien y que necesitaba hacer eso para ganarse el favor de Alessandro para así sacarlos a todos de ahí, pero la chica frente a ella como que se negaba a escucharla. Se sentía confundida, con miedo, con pesar y desamparada. Estaba esperando que todo terminara, pero no iba a rendirse así como así. La joven respiró profundamente y se concentró más. Intentó transmitirle seguridad y apoyo, aunque no estaba segura de haberlo logrado. Al fin, de todas formas, logró entrar en los recuerdos de Helena.

Un poco sorprendida, notó que los recuerdos de la joven no la llevaban a esta vida, sino a la anterior, en la que vivió en los tiempos de Antheia y la anterior generación de Santos Dorados, y la vio con Aldebarán: con el Aldebarán de esas épocas que compartía nombre con el de esta generación. También vio la manera en la que aquél hombre fue derrotado en la anterior Guerra Santa, salvando a sus protegidos, y defendiendo al Santuario y a la diosa. Pero en esos momentos Helena, en esas épocas Celintha, no tenía armadura, era una aprendiz más, y su maestro era él. En otras palabras, Celintha se sentía culpable porque Aldebarán murió por protegerlos a ellos y ninguno de sus aprendices fueron capaces de ayudarlo en sus últimos minutos. Levantó la mirada y se esforzó por alejar las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. Volteó hacia Alessandro.

—Ni siquiera intentes mentirme, Antheia —le dijo el hombre como adivinando sus pensamientos.

Alfa negó con la cabeza, luego se concentró en lanzar todos los recuerdos de Helena a la mente de Alessandro. El hombre sonrió cuando terminó de verlos.

—Todos nos enteramos de eso, no es ninguna novedad, Celintha. Quizá si ustedes dos se hubieran concentrado nada más en ser maestro y alumna, hubieras entrenado lo suficiente como para obtener tu armadura al momento en el que fueron atacados por aquellos espectros. ¿Ves cómo es mala idea involucrarse con tus maestros?

Alfa y Saga pusieron buena parte de su fuerza de voluntad para evitar rodar los ojos. Alessandro miró a Alfa, luego a Saga.

—A Antheia le parece que es una buena idea ir al Santuario a secuestrar a la diosa con tal de ganarse su libertad y que los deje pelear a muerte, ¿que te parece la propuesta? —le dijo Alessandro, completamente serio.

Ahora sí Alfa no pudo evitar rodar los ojos justo en el momento en el que Saga volteaba a verla. El de Géminis tuvo que reprimir una sonrisa.

—Honestamente dudo que ella te haya dicho que quiere ir al Santuario a secuestrar a Atenea, principalmente porque sabe que no va a poder llevársela así como así.

—Por supuesto que no, para eso necesita de tus portales.

—De igual manera dudo que ese sea un plan que se le haya ocurrido a ella.

—¿No te crees capaz de ir al Santuario por Atenea?

—No me creo capaz de poder regresar con ella, no. Te recuerdo que ahora yo soy también un traidor. Si quieres a Saori, vas a tener que hacer que ella venga para acá porque ella quiere, y aún así, dudo que el Patriarca la deje.

Alessandro enarcó una ceja, luego sonrió.

—Alexiel, querida, regresa a Celintha a su celda, luego tráeme a algún otro de nuestros prisioneros. Al que quieras.

La adolescente asintió, luego levantó a su maestra y junto con el renegado que la había ayudado en un principio, fueron de regreso a las cuevas. El resto se quedó ahí, Otis se puso a hablar con Alessandro, los renegados conversaban entre ellos y, completamente solos, aún con las manos esposadas, estaban Alfa y Saga alejados varios metros entre ellos. Intentaban con todas sus fuerzas no mirarse, pero no podían evitarlo. Se habían visto hacia apenas algunas horas, cuando los obligaron a pelear, pero no tuvieron oportunidad de en realidad analizarse hasta ese momento. Fue cuando al fin se dieron cuenta de lo en serio que pelearon todo ese tiempo. Ambos estaban llenos de cortadas y moretones que el otro había provocado. Sangre seca manchaba sus ropas y en varios lugares estaban desgarradas. Evidentemente no llevaban ropa apropiada para el lugar en el que se encontraban, y la única razón por la cual no estaban congelándose era por el poco cosmo que podían usar para mantenerse calientes.

—Lo vamos a lograr —le dijo Saga a Alfa por medio de cosmo, de una manera increíblemente sutil porque no quería que nadie más se diera cuenta. Fue arriesgado, y lo sabía, pero no podía pasar más tiempo sin decirle nada.

Alfa cerró los ojos y asintió. Las lágrimas que llegaron de pronto fueron difíciles de contener. Estaba segura de que Saga sabía que todo eso era parte de la farsa que ella misma había comenzado, pero una pequeña parte, muy dentro de sí, se llegó a preguntar si el hombre no estaría peleando con ella en serio, si él no estaba fingiendo, si había verdad en las palabras que seguro le habría dicho a Alessandro. Era ridículo, y ella racionalmente lo sabía, pero llevaba el suficiente tiempo encerrada como para que su mente comenzara a jugarle malas pasadas.

No sucedió nada durante un buen rato, hasta que vieron la figura de Jivika regresando con Dicro. Alfa suspiró. Seguramente nadie le dijo a la chica que sus hijos estaban sanos y salvos de regreso en el Santuario. Dicro la miró con un tanto de sorpresa, luego a Saga. Antes de que las capturaran, Alfa le había mandado un mensaje que decía que le tenía noticias ENORMES, pero que iba a tener que esperar a que todo esto terminara antes de decirle. Dicro no tenía mucha idea de cuántas personas estaban cautivas con ella, porque la mandaron a la celda más alejada, ahí en donde no podía ver mucho.

—Haz lo tuyo, Antheia —dijo Alessandro antes de echarle una mirada a Dicro.

Alfa atajó un exasperado suspiro. Así que su idea era sacarle información sobre sus compañeras, seguramente para tener algo con qué chantajearlas, utilizarlas, quebrarles, o todas las anteriores. Dicro miró interrogante a Saga quien le hizo un muy, pero en serio muy, sutil gesto de asentimiento que esperaba la joven hubiera visto. La llevaban esposada, con las manos detrás de su cuerpo. Alfa la miró y también esperaba que esa mirada le dijera a su amiga que por el momento esto era lo mejor que podían hacer.

Por supuesto la primera reacción de Dicro cuando sintió el cosmo de Alfa llegando a ella fue bloquearla. Alfa estuvo a punto de reír, porque ya veía a todos haciendo lo mismo. Se concentró más, hasta que finalmente pudo entrar a la mente de la otra mujer. Por supuesto vio que su mayor miedo era que algo le pasara o le hubiera pasado a sus niños en esas cuevas. De nuevo deseó poder decirle que sus niños estaban a salvo, pero no habría manera de que se lo comunicara sin que Alessandro se diera cuenta. Le estaba prestando demasiada atención.

Siguió indagando en los recuerdos y, por algún motivo, llegó también a la vida de la anterior encarnación de Dicro, cuando fue un oráculo, cuando le debía su vida a Sage y a Manigoldo en cierta medida. Perfecto. Un motivo más para que Alessandro pensara que las relaciones entre Santos eran una malísima idea. Aunque bueno, esa joven en realidad no era un Santo.

Después vio el presente, la vio con Deathmask y el temor que todavía guardaba dentro de ella de que todo fuera una mentira, y en realidad no existiera ningún sentimiento por parte de Deathmask hacia ella. Alfa salió de la mente de su amiga. Negó con la cabeza mientras la veía a los ojos. Quiso decirle: "no seas tonta, todos lo vemos desde kilómetros de distancia", pero evidentemente no podía. Alessandro no dejaba de mirarla, enarcó una ceja y sonrió. Alfa lo miró también y le mostró lo que vio dentro de la mente de Dicro. Una gran sonrisa se formó en los labios del hombre.

—Querida, pero si es el padre de tus hijos. ¿Acaso temes que te esté utilizando como Antheia a Aspros?

Dicro se le quedó viendo, no le iba a demostrar lo avergonzada que la hicieron sentir esas palabras. Miró a Alfa, luego a Saga. Alfa estaba a punto de lanzar su suspiro exasperado número mil millones. Saga tenía cara de pocos amigos. ¿Qué demonios estaba pasando y por qué Alessandro creía que...? Ah. Nada más alguien como Alessandro podría pensar que ese par se odiaba a muerte.

—No creo nada.

—Tu subconsciente opina lo contrario. Y no sabía que también te habías metido con Manigoldo. Ese Santuario debería de considerarse un prostíbulo y no el Santuario de una diosa virgen. Y todos pensando que nada más te estaba enseñando a comunicarte. Con razón te hiciste amiga de Antheia. Cada minuto que pasa me decepcionan más y más —dijo lo último viendo a Alfa, porque esas habían sido sus palabras. —Alexiel, puedes llevarte a Dicro. Ah, y Dicro, tus hijos seguirán bien mientras tú te sigas portando bien. Trae a algún otro de los prisioneros.

Una vez más Alfa y Saga evitaron hacer cualquier tipo de comentario, a pesar de que les dolió ver la manera en la que la chica bajaba la mirada y atajaba algunas lágrimas.

—¿Los vas a traer a todos uno por uno para que les lea la mente para ti? ¿Es muy necesario que estemos aquí mientras lo hago? Y ya en eso, ¿qué tiene que hacer ese hombre aquí? —protestó Alfa.

—Sí, justo eso voy a hacer. Sí, es necesario porque dentro de las cuevas no tienes cosmo. Y él está aquí porque se me dio la gana. Qué bueno que están de civilizados y no han intentado matarse el uno al otro. Además, así podemos discutir los siguientes planes mientras esperamos a que traigan a algún otro invitado. ¿Ya pensaron cómo atraer a la diosa? —Ambos negaron con la cabeza. —Pues se están viendo lentos. El tiempo corre y sus compañeros del Santuario no creo que estén de brazos cruzados.

Alessandro tenía razón. Dentro del Santuario las cosas comenzaban a moverse. En primer lugar estaba la organización. No les quedaba de otra más que ir directamente a las cuevas en un buen número. Por obvias razones, quienes se apuntaron enseguida a ir a la incursión fueron Mu, Aldebarán, Kanon, Deathmask, Aioria, Milo, Camus y Afrodita. Y eso era malo porque nada más dejaba a cuatro Santos Dorados dentro del Santuario. Finalmente Afrodita accedió a quedarse.

El plan era primero llevar a todos los aprendices pequeños al Templo Principal. Todos los niños menores de 10 años estarían allá arriba. Shaka se iría a apostar al templo de Aries, Dohko al templo de Cáncer, Aioros al de Libra, Shura se quedaría en su Templo y Afro también en el suyo. En los templos intermedios se quedarían Santos de bronce y Plata de a dos. En el Templo Principal por supuesto estaría Shion y las Saintias haciendo compañía a Saori, al igual que las doncellas que se ofrecieron voluntarias a ayudar a cuidar de los niños.

Los aprendices adolescentes se quedarían en el Recinto de las Amazonas, junto con varias de ellas. Por suerte los heridos ya habían podido dejar la Fuente de Atenea, y ahí se quedarían aquellos que quisieran, que fueron todos los que trabajaban ahí porque era su manera de aportar algo. El edificio administrativo quedaría vacío y los encargados de hacer rondas iban a ser los soldados. Los Santos Dorados entonces empezaron a moverse por Europa tomando diferentes aviones y a horas separadas.

Llegarían ocultando su cosmo, porque no tenían intenciones de anunciar a los renegados su presencia. Una vez que se reunieran en Noruega iban a salir en dos barcos hasta la isla. Ya tenían ubicados dos lugares en los cuales podrían desembarcar. Y así comenzarían a moverse tierra adentro, hasta las dos entradas secundarias que la fundación Graad había terminado por encontrar. Iban a tener que excavar en la nieve para abrirse espacio hasta dentro de las cuevas, pero eso no les preocupaba.

Una vez dentro seguirían los túneles que finalmente los conducirían a los espacios habitados por los renegados. En un grupo iba Milo, Kanon, Camus y Mu, y en el otro Aioria, Deathmask, y Aldebarán. Quisieran o no, los mandaron con varias bombas de humo y de gas lacrimógeno, por si acaso. Todas las armaduras fueron además salpicadas con algo de Sangre de Atenea, para que les brindara al menos un poco de protección. Eso no sería suficiente para anular el sello, pero al menos esperaban que les permitiría usar su cosmo al mínimo, lo cual era mejor a no poder usarlo en absoluto. Les tomó día y medio reunirse todos en Noruega, pero al fin ya estaban listos y juntos. Era hora de comenzar el plan.

Alessandro hablaba en serio cuando les dijo que quería información de todos, pasaron horas afuera de las cuevas haciendo exactamente lo mismo. Una vez que el último "invitado" fue sometido al proceso emprendieron el regreso.

—Ninguno de ustedes dos tiene mi confianza todavía, lo saben, ¿no?

—Difícilmente nos vamos a ganar tu confianza, hagamos lo que hagamos —contestó Saga—. Pero nos necesitas de todas formas, así que, ¿qué va a ser, Alessandro?

—Tú, Aspros, te vas a encargar de ponerle fin a la vida de Jabú. La verdad es que el chico no me sirve para absolutamente nada, y tú no deberías de tener problemas en acabar con él en unos cuantos golpes, sin necesidad de que ocupes tu cosmo. Y tú, Antheia, te vas a ocupar de eliminar a alguna de tus amigas. Me parece que eres muy cercana a la alemana, así que espero que te enfrentes con ella y de paso me hagas una demostración de tu técnica, y con eso quiero que acabes con ella. O quizá a Dicro, o a la novia de Aldebarán, él también fue tu maestro, ¿no? Aún no lo decido, pero alguna de ellas tres será, pero para eso esperaremos a mañana, ya es tarde y tengo ganas de dormir. Mientras, ustedes pueden pensar en un plan contra la diosa. Una vez que acaben con sus amigos, entonces podré empezar a considerarlos como parte de nuestro grupo. Hasta entonces se quedarán en sus celdas. Mañana temprano comenzaremos, así que les sugiero que duerman bien.

Ninguno de los dos protestó. Esperaban que primero fuera turno de Alfa, porque eso significaba que la iba a dejar usar su cosmo en algún lado, y entonces, quien quiera que fuera la elegida, tendría oportunidad de huir o bien ella podría crear una ilusión contra Alessandro. Algo se le tenía que ocurrir. En cambio, si primero le tocaba el turno a Saga, difícilmente Jabú podría defenderse de él durante mucho tiempo. Saga pensó en que podría dejarlo inconsciente y nada más, pero eso no iba a ser suficiente para Alessandro, debían pensar en algo rápido.