Capítulo 58
Cuando Sakura llegó a casa de Sasuke, su tío Matsuura la esperaba montado en su caballo.
—¿Todo bien, muchacha?
—Sí.
—¿Y los niños y Janetta? —se interesó él.
Los ladridos de Tritón se oían dentro de la casa, sin duda el animal sabía que Sakura estaba allí, y respondió:
—Los niños se han quedado dormidos. Y Janetta me ha dicho que te mandaba mil besos.
Matsuura sonrió.
Janetta era una buena mujer, maravillosa. Si su vida hubiera sido otra, no habría dudado en seguir con ella, pero, como su sobrina decía, su vida era... la que era.
Ambos miraron aquella casa que durante un tiempo había sido su hogar en silencio.
—Si quieres, entra —dijo el japonés.
Durante unos segundos la joven dudó. Deseaba entrar allí, en el hogar que Sasuke le había ofrecido y donde había pasado por todos los estados de ánimo. Pero, consciente de que era innecesario alargar la agonía, preguntó:
—¿Has recogido lo que te he dejado sobre el baúl?
Él asintió y ella, necesitando dejar de oír los gemidos de Tritón, añadió:
—Entonces no tengo por qué entrar. Partamos, es lo mejor.
Matsuura asintió y, espoleando como hacía Sakura a su caballo, ambos se dirigieron hacia la playa de Cullen. Allí los esperaban.
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Sasuke, que desde hacía un buen rato no había visto a Sakura, disfrutaba de la fiesta junto a sus amigos y miraba inquieto a su alrededor. De pronto, Suigetsu se acercó a él.
—Preciosas mujeres las invitadas. Especialmente Tayuya... —comentó Suigetsu. Sasuke, Naruto y Suigetsu miraron a la muchacha en cuestión—. Acabo de pasar un magnífico rato con ella... —añadió.
Sorprendido por aquello, Naruto se le aproximó y cuchicheó:
—Pues que no se entere su prometido, o te aseguro que tendrás un grave problema. —Suigetsu Hōzuki frunció el entrecejo al oírlo y Naruto afirmó—: Dodal Namikaze, el hijo de Ebisu, es su prometido.
Sasuke sonrió y Suigetsu, sin poder creérselo, se quejó:
—Por san Fergus..., ¿y cómo ella no me lo ha dicho?
—Porque quizá se lo estabas haciendo pasar demasiado bien —repuso el vikingo.
Los tres hombres rieron; entonces Temari se acercó a ellos y exclamó dándose aire con la mano:
—¡Qué calor!
—No paras de bailar —dijo Naruto agarrándola por la cintura—, ¿cómo no vas a tener calor?
Sonrieron encantados y la joven preguntó:
—¿Lo pasáis bien?
Suigetsu asintió mientras le guiñaba un ojo a una muchacha que pasaba frente a él y Sasuke, por su parte, señaló:
—¿Sabes dónde está Sakura?
Temari se encogió al oírlo, pero contestó disimulando:
—La última vez que la he visto, bajaba de ver a los niños y ha comenzado a bailar con Yamato.
Sasuke cabeceó, si algo le gustaba a Sakura era bailar. Y cuando Temari se quedó mirando a una mujer, harto ya de aquello, siseó:
—Ni se te ocurra proponerlo o te juro que...
—Vale..., vale... —se defendió ella.
Instantes después, algunos escoceses se acercaron a ellos y Sasuke y el resto, olvidándose de todo, se sumergieron en una conversación.
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Sakura y Matsuura llegaron a la bonita y solitaria playa de Cullen amparados por la oscuridad. Una vez que desmontaron de sus caballos, ella aproximó su rostro al hocico de Pirata y susurró:
—Ahora toca decirte adiós a ti. Fuiste al primero que conocí y el último del que me despido.
El animal cabeceó, y ella, sintiendo que le faltaba el aire, musitó:
—Me ha encantado que fueras mi caballo. Ahora regresa a casa. A tu hogar.
Dicho eso, Matsuura y Sakura les dieron un azotito a Pirata y a Bo y los animales se alejaron al galope; por el camino que tomaban, con seguridad regresarían a su casa.
El rumor de las olas rompiendo en la playa era un sonido muy conocido para ellos. Y, sentándose en el suelo a esperar, semiescondidos tras las dunas que recorrían la playa, Matsuura indicó:
—El mar es caprichoso. Nunca deja de besar las costas.
Ambos sonrieron, y Sakura, relamiéndose, murmuró:
—Mis labios ya saben a sal.
Matsuura asintió y, tumbándose en la arena, se quedó mirando las estrellas. Su sobrina lo imitó.
Permanecieron allí en silencio y durante un buen rato, hasta que el japonés se incorporó y dijo señalando con el dedo:
—Ya están ahí.
Al levantarse, Sakura vio los barcos de su padre a lo lejos. Ahí estaba su hogar. Pero, frunciendo el ceño, gruñó:
—Por las barbas pestilentes de Neptuno..., ¿han venido los cuatro?
—¿Acaso lo dudabas? —repuso Matsuura.
Incómoda porque se acercaran tanto a la costa escocesa, exponiéndose así al peligro, siseó:
—Los voy a matar. Juro que los voy a matar. Son unos inconscientes.
Durante un buen rato esperaron pacientemente en silencio ocultos tras las dunas. Sabían que una barcaza iría a recogerlos y, cuando esta llegó, Gus saludó mirando a Sakura:
—¡Bicho, qué bien te veo!
Montándose en la barcaza, la joven sonrió.
—Te diría lo mismo, pero... ¿dónde está el diente que te falta?
Gus resopló.
—El cagapantalones de Sean bebió demasiado la otra noche y, al ir a sujetarlo para que no cayera por la borda, me lo arrancó de un puñetazo.
Sakura suspiró. La bestialidad de aquellos en ocasiones era increíble y, en silencio, junto a tres hombres más que se encargaron de remar, llegaron a La Bruja del Mar.
Tan pronto como la barcaza se pegó al casco de la nave, los hombres que estaban a bordo lanzaron una red a la que se engancharon y, en cuanto terminaron de escalar con soltura y pusieron los pies en la proa del barco, vieron que unos cincuenta hombres de aspecto nada recomendable los observaban; entonces se oyó:
—¡Bicho, se te echaba de menos!
Sakura sonrió y, cambiando su tono de voz por otro más grave, respondió:
—¡Repámpanos, Ferdinald, pues yo a ti no!
Los hombres estallaron en carcajadas; Kendrak se acercó a ella y dijo mirándola:
—Me alegra ver que esta vez no traes a la mocosa contigo.
—Ella se alegra más de no tener que verte a ti —replicó la joven.
Todos rieron de nuevo y entonces aquel, acercándose más a ella, gruñó:
—Las mujeres traéis mala suerte en el mar. Bien sabes que pienso así.
Sakura lo miró. Ese imbécil nunca cambiaría y, antes de que pudiera moverse, le propinó un cabezazo en la nariz y siseó aguantando el dolor de su frente:
—Los pedazos de mierda seca como tú sí que traen mala suerte.
Esta vez los demás aplaudieron; si algo les gustaba de la hija de su capitán era su fuerza. La muchacha, riendo como ellos, levantó los brazos y exclamó:
—¡¿Qué pasa?! ¡¿Aquí no se bebe?!
Rápidamente todos gritaron y, sacando varias botellas de ron y whisky, comenzaron a celebrar su regreso.
Tras saludar a varios de aquellos marinos, que, como su padre y sus tíos, la habían visto crecer, Sakura y Matsuura se encaminaron hacia donde sabía que los esperaban mientras él murmuraba:
—Mucho tiempo llevabas tú sin un chichón.
Tocándose la frente, ella suspiró y cuchicheó con gesto de dolor:
—Ese Kendrak cada vez tiene la cabeza más dura.
El japonés resopló y, abriendo la puerta de un camarote, Sakura iba a saludar cuando oyó:
—Mon Dieu, Naori, ¿ya llevas un chichón?
Entrando junto a Matsuura, ella sonrió y, mirando a sus tíos, repuso:
—Bien sabéis todos que, si no llevo uno, ¡no soy yo!
—Kurenai, ¡pero qué preciosa estás con esas joyas!
Dándose cuenta de que aún llevaba puestos los pendientes y los brazaletes de la fiesta, la joven iba a contestar cuando su tío Dan musitó:
—Tsunade, amore mio, ¡ven aquí!
Sus tíos la abrazaron con mimo y con amor. Amaban, adoraban a aquella terca jovencita. Con cada abrazo, con cada beso, Sakura, sin entender qué le ocurría, sintió que perdía las fuerzas. Se estaba emocionando más y más, cuando se oyó:
—Sakura Mebuki Tsunade Naori Kurenai, ¿acaso no vas a saludar a tu padre?
Con una sonrisa en los labios, la joven corrió hacia él, pero cuando se refugió entre sus brazos, sin poder remediarlo, y consciente de que ya no podía más, rompió a llorar.
Ver eso los dejó a todos sin habla. Aquella muchacha no lloraba. Desde pequeña la habían enseñado a no hacerlo. Siempre había sido dura como una piedra, y el capitán Haruno, sin saber qué hacer, preguntó asustado:
—Por Tritón, ¿qué te ocurre?
Pero Sakura no pudo contestar. Ahora que estaba en La Bruja del Mar, en lo que para ella era su hogar, sin importarle que aquellos la vieran ni la prohibición de no llorar que allí había, se permitió hacerlo.
Quería a sus tíos y a su padre, los adoraba, pero al ser finalmente consciente de que su vida volvía a ser la de antes y que nunca más vería a los niños ni a Sasuke le partió el corazón en mil pedazos.
Sus tíos, nerviosos, rápidamente le sirvieron agua, whisky, ron..., cualquier cosa era buena para que Sakura dejara de llorar, y el capitán Haruno, mirando a Matsuura, que sabía por qué lloraba, preguntó:
—¿Qué le ocurre?
—Mejor que os lo cuente ella —repuso él conmovido.
El capitán Haruno, tan desconcertado como Kakashi, Asuma y Dan, no sabía qué hacer ni qué decir. La sensiblería no formaba parte de la vida de la joven.
—¿Acaso la tierra firme me ha devuelto a una hija y no a un hijo? —preguntó mirándola.
Al oír eso Sakura levantó la cabeza. Quería gritarle que siempre había sido una mujer, a pesar de haber tenido que criarse como un hombre. Pero, cuando iba a contestar, las palabras murieron en sus labios y, sentándose en el suelo, lloró y lloró y lloró.
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Muchos de los invitados a la fiesta en la fortaleza comenzaban a marcharse ya cuando Sasuke, sin poder aguantar un segundo más, preguntó:
—¿Dónde demonios está Sakura?
Tenten, que en ese instante se acercaba hasta el grupo junto a Neji, dijo al oírlo:
—La verdad es que llevo gran parte de la noche sin verla.
Incómodo, el vikingo miró a su alrededor y no la vio. ¿Dónde se habría metido?
—Subiré al cuarto de los niños —decidió.
—Oh, los niños duermen plácidamente. No subas —se apresuró a intervenir Temari.
Pero Sasuke insistió:
—Voy a subir. No sería la primera vez que se queda dormida con ellos.
Una vez que desapareció, Naruto, al ver que su mujer lo seguía con la mirada mientras se retorcía las manos, pidió:
—Cariño, mírame.
Sin pensarlo, ella lo hizo y rápidamente él preguntó al ver el color de sus ojos:
—¿Te ocurre algo?
La joven apartó enseguida la mirada de él.
—¿A mí? Pues no. ¿Qué tendría que ocurrirme?
Pero él, no contento con su respuesta, insistió:
—Rubia..., ¿tú sabes dónde está Sakura?
Temari negó con gesto inocente y, mirando entonces a unos vecinos, indicó:
—Cecil, llévate un poco de asado. Ha sobrado un montón.
En cuanto su mujer se alejó, Naruto maldijo. La conocía y sabía que algo ocultaba.
Sasuke, que había subido los escalones de dos en dos, al llegar ante la habitación de los niños, abrió la puerta con sumo cuidado. La luz de una vela iluminaba la estancia y, acercándose a los pequeños para mirarlos, sonrió.
Asami y Shii, como siempre, dormían abrazados, y entremedias de ellos tenían a Pousi. Estaba mirándolos cuando Janetta se despertó sobresaltada.
—¿Ocurre algo, mi señor?
Sasuke la miró y susurró:
—Duerme. Solo he venido para ver cómo estaban.
Janetta volvió a tumbarse y cerró los ojos. Cuando el señor se enterara de la marcha de su mujer, se iba a liar bien gorda.
A continuación Sasuke se asomó a la cama donde dormía Siggy y, con dulzura, la observó. Aquella regordeta de ojos verdes como Sakura y pelo negro como él lo traía loco y, agachándose, fue a besarla cuando algo en su rostro le llamó la atención.
Lo tocó con los dedos, que se impregnaron de algo brillante, y lo examinó unos segundos pues no sabía qué era aquello. Hasta que, acercándose a la vela, el brillo ocre de sus yemas le erizó el vello de todo el cuerpo.
—No... —murmuró.
Saliendo a toda prisa de la habitación de los niños, abrió sin llamar la de Sakura y, al ver el vestido de aquella sobre la cama, se quedó sin palabras y supo que se había ido. Se había marchado sin decirle nada. Desesperado, miró entonces a su alrededor y, al fijarse de nuevo en el vestido, vio que sobre él había una nota en la que decía su nombre.
Con manos temblorosas, la cogió y, desdoblándola, leyó:
Sasuke:
Tú y yo sabíamos que este día llegaría.
La vida está llena de recuerdos de personas increíbles y de momentos inolvidables que solo tienes que agarrar con ganas y fuerza para ser feliz. Solo eso...
Siempre estarás en mi corazón y serás mi bonito recuerdo,
SAKURA
Sin dar crédito, la leyó varias veces más mientras sentía que el cuerpo se le descomponía; entonces oyó:
—Lo siento.
Al volverse, se encontró con Temari. Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos y luego él musitó con la respiración entrecortada:
—Dime que tú no lo sabías.
Ella no contestó. Ni quería ni podía mentirle. Y Sasuke, subiendo el tono, gruñó:
—¡Por Odín, Temari, ¿dónde está?!
Horrorizada, la joven se le acercó.
—Se ha ido, Sasuke —musitó.
—¡No!
—Lo siento, pero tuve que ayudarla. Ella me lo pidió.
Con el corazón latiéndole con fuerza, él se dio la vuelta y se acercó a la ventana. La abrió y miró abajo, y ella añadió:
—Le imploré que no se fuera. Le dije que...
—¿Cómo se lo has permitido? —gritó mirándola—.¿Cómo no me has avisado?
—Sasuke...
—Temari, ¡por todos los santos! Te quiero y sé que me quieres, pero esto no me lo esperaba de ti. De ti, no. —Ella no contestó y él, desesperado, musitó—: Quedan aún unas dos semanas para que su padre la recoja y...
—Nos mintió.
—¡¿Qué?! ¡Explícate!
Temari tomó aire y respondió:
—La noche de su recogida era hoy, pero nos mintió a todos porque no quería que supiéramos cuándo era el día de su marcha. Y... y si no os hubierais enfadado, seguro que yo tampoco me habría enterado y...
—¿Desde cuándo lo sabes?
Ella no respondió y Sasuke, perdiendo los nervios, gritó:
—¡¿Desde cuándo lo sabes?!
Sintiendo que le había fallado, finalmente su cuñada contestó:
—Desde hace cuatro días. Desde la última vez que estuve en tu casa.
—¡Temari! —bramó él ofuscado levantando las manos al cielo.
La joven, al ver su desesperación, murmuró:
—Entiendo tu enfado, pero...
—¡Pero ¿qué?! —bramó Sasuke descolocado.
La rubia tomó entonces aire, levantó el mentón con dignidad y soltó:
—Enfádate todo lo que quieras conmigo; reconozco mi falta al ayudarla y no avisarte. Pero tú y solo tú has tenido la culpa de que ella se marchara al hacerle sentir que ese no era su hogar, sino el de Ingrid. —Sasuke maldijo en noruego y ella prosiguió—: Una parte de mí adora que sigas amando a mi hermana, pero otra lo odia porque tú estás vivo y...
—Le dije que la amaba... Amo a Sakura. —Oír eso hizo que Temari parpadeara, y él, sintiendo que el mundo se desmoronaba bajo sus pies, añadió—: Te digo a ti lo que le dije a ella. No lo hice bien. Antepuse el recuerdo de Ingrid a Sakura sin darme cuenta de mi error. Pero... pero hace unos días por fin me di cuenta de que Ingrid era mi pasado y Sakura mi presente.
—Sasuke...
—La amo. Se lo dije. Intenté hablarle de amor, pero ella estaba tan enfadada conmigo que no me creyó.
Oír eso a Temari la hizo suspirar y, endureciendo el tono, siseó levantando las manos al cielo:
—¡Maldita seas, Sakura... ¿Por qué no me lo dijiste?!
El vikingo no podía contestar, y su cuñada, mirándolo, insistió:
—¿Por qué no se lo gritaste? ¿Por qué no la ataste a la cama y se lo dijiste una y otra vez hasta que te creyera?
—Porque no soy un salvaje —soltó él.
Temari lo entendió y él preguntó entonces en busca de una solución:
—¿Ha ido a la playa de Cullen?
—Sí...
—Voy a ir...
—No creo que esté allí ya. Ha partido hace horas.
Desesperado, y sin poder quedarse allí sin hacer nada, Sasuke tomó aire, se quitó el anillo que llevaba de su primera boda y, guardándoselo en el bolsillo, insistió:
—Iré de todos modos.
Sin tiempo que perder, ambos bajaron la escalera con rapidez; Suigetsu y Naruto, al verlos correr hacia el exterior, sin dudarlo fueron tras ellos. Al llegar a las caballerizas, Suigetsu asió al vikingo del brazo y preguntó:
—¿Qué pasa?
Pero Sasuke saltó de inmediato sobre su caballo y exclamó clavando los talones en él:
—¡Tengo que encontrar a Sakura!
Temari, que estaba montando para seguirlo, fue detenida por Naruto, que siseó mirándola:
—Sabía yo que tú estabas metida en algo...
Desesperada, ella protestó, pero entonces Suigetsu y su marido se subieron también a sus caballos y los tres siguieron a Sasuke. Tenían que encontrar a Sakura.
