Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi. La trama me pertenece en entereza, aunque a ustedes no les parezca.
Capítulo 64.
Había conocido por fin a su abogado y eso la ponía contenta. Estaba más tranquila, de hecho. Sabía que era un abogado excelente y mentor de Sango, así que esperaba que todo saliera bien.
En la mañana, unas horas después de que se despidió de su familia, había acudido con él a hacerse los exámenes toxicológicos para comprobar que había sido drogada. Tuvo que contarle todo desde el principio, incluyendo el momento en que casi lo mata con aquella droga para dormirlo, pero él le supo decir que, al no existir pruebas de eso, y Kōga declarando que había sido culpa de él, era muy posible que se tomara en cuenta el secuestro y alegrarían defensa propia. De esa forma, si la juzgaban, los cargos serían menores, quizás de meses o un par de años como máximo. Kagome pensó que un par de años eran mejores que toda su vida.
También tuvo que decirle sobre su hermano y él le comentó que ya sus padres le habían dicho sobre todo aquello. Era verdad, ya recordaba que en el hospital, InuYasha le había dicho que Sango les tuvo que contar todo cuando la creyó desparecida. Todo era una maldita mierda, estaba tan harta de todo eso.
Le había dicho muchas cosas a su abogado y por qué no había podido denunciarlo antes. Le contó incluso sobre Kikyō y que sería una posible testigo. Suikotsu dijo que se vería pronto con el abogado contrario para charlar sobre el caso. No esperaba demasiado, ya que el juez Ginta Wolf era el mejor amigo de Kōga.
Sabía que eso sería una desventaja, pero su abogado se veía dispuesto a luchar. Parecía muy confiado.
Dobló su ropa con delicadeza, poniéndola en su bolso. Otra vez había vuelto a la cárcel, de nuevo estaba encerrada por culpa de Kōga y esa vez, ya no tenía las mismas esperanzas. Si el abogado no hacía algo pronto, la trasladarían a una cárcel para mujeres hasta que empezara el juicio. Sin embargo, estaba compartiendo la celda provisional con una nueva presa. No quería mirarla, tenía miedo.
—¿Tú también estás aquí por matar a un hombre? —Le dijo con voz fría. Parecía un cuchillo cortándole el alma a Kagome.
La aludida sintió pánico y quiso temblar. No quería hacer notar su miedo.
—Fue un accidente. —Confesó, sin saber por qué—. Él me quería violar.
Aquella tétrica y delgada mujer se sentó sobre el filo de la cama, mirando a aquella joven.
—Oh, no te mientas… no tienes que fingir conmigo —sonrió— si el maldito quería hacerte daño, nadie puede juzgarte por matarlo. Yo lo hice con mi marido.
Kagome sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. Nunca la miró, en serio tenía miedo de hacerlo. Pero no podía dejar de pensar en sus palabras y volvió a querer recordar aquel momento en el que la punta del cuchillo rompía la carne de Kōga y atravesaba su pecho. Su expresión desencajada y llena de dolor, un impacto seco y mortal. ¿Había sonreído? Por un momento todo se distorsionó y logró recordar su sonrisa.
Manchada de la sangre de su víctima.
Cuando por fin abrió los ojos se encontró completamente sola. Un silencio eterno rodeaba aquella habitación ya conocida para ella. Parpadeaba sin fuerzas, sintiendo su cabeza dar vueltas.
Cuando pudo ser consciente de la realidad, tomó la aguja de su mano que le permitía el pase del suero, la quitó junto con el esparadrapo y dándose la vuelta con lentitud, abrazó su vientre con ambas manos.
Recogió las piernas y en posición fetal, las lágrimas gruesas comenzaron a rodar sin pereza. Ni siquiera hacía fuerza por producirlas, ellas solo rodaban y ya, rodaban libres y eran abundantes. Su corazón parecía ser estrujado por unas fuertes manos, sentía una fuerte presión ahí.
Lo había perdido, ya no estaba con ella, ya no estaba dentro de ella. Su cuerpo lo sabía perfectamente, vivía los estragos. Nadie debía decirle lo que le había sucedido y no quería escucharlo de todas maneras. No tenía ya sentido. Había sido advertida acerca de las emociones fuertes en su embarazo y escuchar que meterían presa a Kagome por el asesinato de Kōga, había sido lo último que podía soportar.
—Perdóname, Kagome… —susurró, sin dejar de empapar la almohada. Tenía que vivir el dolor, necesitaba vivirlo— pero no puedo pensar más en ti ahora.
InuYasha había permanecido sentado en el mueble sin moverse, siquiera, preguntándose qué carajo había sido todo ese desastre anterior. Su madre no había dicho una palabra después de que el abogado se fue junto con Miroku. Todo quedó en un total silencio.
Midoriko se había encerrado en la habitación de huéspedes y no había salido más, únicamente Kirara y Kyō entraban a atenderla. Ni Tōga había hecho algo por hacerla hablar, ni InuYasha tenía ganas de escuchar más mentiras. Pensaron que eran eso: mentiras.
Todo cambió cuando al día siguiente, Midoriko seguía sin dar la cara y esta vez, Suikotsu se contactó con ellos para decirles que necesitaba de su sangre para hacer pruebas de ADN. Ese fue un terrible balde de agua fría para ambos.
InuYasha pensaba, mientras le extraían sangre, que todos esos malditos años había estado maldiciendo que Kagome fuera su hermana y en ese momento que estaba a punto de confirmar sus sospechas de toda la vida, tenía miedo de que así fuera. Por alguna razón, sentía que algo se estaba rompiendo entre ellos y no supo definir si la sensación era buena o mala, pero algo dentro de él estaba comenzando a respirar.
Veía a su padre y solo podía percibir decepción y tristeza en su andar, en su semblante. Estaba acabado, parecía incluso que había estado llorando.
De camino a casa después de los exámenes que les entregarían en 4 días, decidieron pasar por la clínica, saludar a Miroku y a Sango, pero no fue así. Bueno, al menos Sango estaba durmiendo y no quería ver a nadie. Su mejor amigo había confirmado que, efectivamente, Sango estaba cayendo en una depresión de post aborto y la estaba pasando muy mal. Él aún se veía muy afectado por la pérdida de su bebé, pero entendía que ahora debía ser fuerte por Sango, aunque no sabía si ella quería verlo, no sabían nada de ella, no había querido hablar.
—El día en que nació Kagome, yo casi me desmayo. —Confesó de repente el papá, haciendo sobresaltar a InuYasha, que observaba fijamente a la carretera mientras conducía—. Estaba muy feliz porque al fin había nacido mi primera hija.
Los recuerdos del llanto de su pequeña, él tomándola en los brazos por primera vez, su risa nerviosa viéndola frágil, moviéndose entre sus brazos… todo lo asaltó de manera cruel y sintió el corazón crujir. No estaba asimilando bien todo eso, pero trataba de ser fuerte, de avanzar, porque, de alguna manera, él siempre lo sospechó; mínimamente, pero lo sospechó siempre, así que sorpresa, sorpresa, no era.
Sonrió, pero parecía querer llorar.
—Papá, no sabemos si…
—InuYasha —lo interrumpió de inmediato, con un tono exasperado—, ¿acaso no recuerdas cuando te confesamos que mientras estábamos juntos, tu madre aún seguía con Naraku? —lo miró desde el asiento de copiloto, esperando respuesta. Su hijo asintió—. No sé qué pasó, pero sí que estuve engañado estos últimos veintitrés años.
InuYasha sintió escalofríos al recordar aquella confesión de sus padres sobre la noche en que mataron a Irasue, su madre biológica. Y, bueno, al parecer, al padre biológico de Kagome, también.
—Lo siento… —Atinó a susurrar. Para él no tenía el mismo impacto aquella verdad. Es más, de alguna forma, se sentía aliviado.
—Kagome Higurashi —susurró él, como si lo estuviera presumiendo—. ¿Crees que se oye mejor que «Kagome Taishō»?
Se quedaron en silencio, escuchando nada más que el motor del auto y demás. El ambarino se sintió a mares incómodo con ese comentario. Cualquier apellido que no fuera el de él sonaba bien en Kagome. Eso solo podía significar una cosa: no más incesto. No pudo evitar sonreír.
Y Tōga notó eso.
»—Y tú debes estar muy feliz por esto, ¿no es así, InuYasha?
El aludido suspiró, sin abrir la boca.
Cuando los exámenes estuvieran listos, hablarían con Midoriko y eso de seguro que no sería bonito para él.
—¡Taishō, tienes visita!
Alzó la mirada inmediatamente, esperando que no fuera Sango, pero a la vez sí; que fuera su familia, pero a la vez no… no podía soportar que la vieran de esa manera, simplemente no podía. Escuchó tacones acercándose y miró de reojo a su compañera llamada Tsuyu, aquella mujer extraña que había matado a su marido porque intentó abusarla de nuevo, una de tantas. Era muy extraña y le daba miedo, pero al menos le hacía compañía mientras la trasladaban. Tsuyu estaba leyendo un libro. Kagome no supo qué esperar, pero aquellas pisadas de tacones creía reconocerlas. Cuando la tuvo a su vista fuera de la celda, pero perfectamente visible, seguramente se puso pálida como papel. O quizás que verde como un ogro.
—Kikyō… —susurró, sintiendo el pánico recorrerla. Horribles imágenes de las últimas desgracias físicas que le había causado sangre, inundaron su mente. Tsuyu ni se inmutó.
La aludida alzó el mentón, sintiéndose altísima desde su postura de mujer libre no acusada por asesinato.
—Qué encantadora te ves, Kagome. —Comentó venenosa, sin quitar su expresión inmutable—. Y con vida.
Kagome sintió odio recorrerla y ya no miedo. No era posible que fuera tan pedante.
—Ye te has vengado todo lo que has querido, Kikyō. —Agachó la mirada, muerta de vergüenza. Claro, eso era justo lo que Hishā quería: verla arruinada—. Ahora puedes largarte.
—Vine a decirte que no te sorprendas cuando me veas en el estrado testificando en tu contra. —Su tono fue sereno, no demostraba ira, era como si la hubiesen mandado a decir todo aquello, como si no lo sintiera. Vio a aquella mujer del fondo mirarla de soslayo y sintió asco. Ese lugar era el mejor para Kagome, pensó—. Que estés bien.
Dio media vuelta y con la misma parsimonia que había llegado, se había ido. Se escuchaba el sonido de sus tacones alejarse. Kagome se echó a llorar cuando dejó de oírla. ¡Maldita fuera su vida! ¡Estaba segura de que Kikyō la hundiría, ya no tenía esperanzas!
—Yo que tú —oyó decir con voz burlona a Tsuyu— la mataba.
Había estado esperando impaciente la hora de visitas, así que cuando fueron casi las tres, se dirigió a la estación de policía. Quería ver a su… a Kagome. Sonrió ante esa confusión y nunca había estado más feliz por eso. Aunque seguía sintiéndose extraño.
Justo cuando estuvo dentro, casi tropieza con una mujer.
Su corazón se le quiso salir del pecho cuando la vio de frente, con aquel semblante recio y orgulloso que la caracterizaba, con esa dureza en la mirada y el rencor desbordando por cada uno de sus poros.
Después de que se enterara de la verdad, no la había visto y juraba por su vida que quería zarandearla por haber atacado a Kagome, pero jamás le dio la cara. La vio intentar pasar por su lado para salir, pero la detuvo tomándola por el brazo.
Kikyō sintió el odio recorrerla por completo e inmediatos recuerdos sucios le inundaron la memoria. Cuando vio aquel maldito video sintió todo el asco y todo el repudio que un millón de seres serían incapaces de sentir. No pudo verlo mucho tiempo cogiéndose a su propia-maldita-hermana. InuYasha era un asqueroso, un incestuoso y un maldito infeliz. Un miserable que había hecho que su vida se convirtiera en un infierno y no sabía exactamente cómo... Pero iba a pagarle cada humillación con creces. Lo juraba.
—Te pido que quites tu incestuosa mano de ahí, Taishō —soltó con frialdad, sintiendo otro escalofrío de odio recorrerla entera— me causa náuseas tu tacto.
InuYasha la soltó como si quemara, soportando aquel insulto. Sabía que se lo merecía.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —Imaginó que había ido a hacerle la vida imposible a Kagome y eso lo llenó de un odio desconocido—. ¿Viniste a molestar a Kagome? ¿No estás contenta después de lo que le hiciste?
—No puedo expresar con palabras cuánto asco me das. —Lo miró de arriba abajo, despreciándolo como jamás lo había hecho con nadie en la vida—. No vuelvas a dirigirte a mí. Evítame la vergüenza de volver a pronunciar tu nombre. —Se retiró después de lanzarle la última mirada despectiva.
InuYasha suspiró, tragándose las emociones. No podía creer que Kikyō… ¿Tanto así lo odiaba? No recordaba nunca aquella mirada llena de odio y desprecio, jamás lo habían mirado así. Se sentía mal por el hecho de haberle causado ese cambio, pero nada jamás se compararía a lo que ella le estaba haciendo pasar a su hermanastra. Se dio la vuelta después de unos segundos, caminó hacia la secretaría y pidió su turno para poder visitar a Kagome en su celda. Pocos segundos después, le concedieron el paso hasta una habitación apartada.
La esperó durante un par de minutos y de repente se levantó, cuando la vio entrar por ahí, todavía con su ropa y no con el molesto uniforme naranja.
—Kagome… —Susurró apenas el guardia los dejó solos.
La aludida no tuvo tiempo de procesar la presencia de su hermano allí, pero abrió los ojos de golpe cuando sintió aquel descarado y pasional beso que/él le estaba dando. Fue un gesto salvaje y húmedo que Kagome jamás había experimentado antes. Lo sentía más libertad, sentía más atrevimiento y ella sentía… odio. Ella sentía odio.
—¡Basta, ya suéltame! —Lo apartó con brusquedad, al tiempo que le soltaba tremenda bofetada. Jadeaba y se limpiaba los labios como si estuvieran sucios.
InuYasha no entendió nada, se quedó aturdido. Después de tanto tiempo con remordimiento pensando que su relación no podía ser, justo cuando llega a demostrarle sus sentimientos, ella reaccionaba golpeándolo.
—Q-Qué sucede… —se tocó la mejilla, sintiendo ya la piel caliente. Kagome estaba llorando y eso lo asustó.
—Todo esto es tu culpa —le recriminó, sin dejar de llorar. Sentía tanto odio, tantas iras con ella misma y con su hermano—. ¡Tú me manipulaste para que cayera en tu retorcido juego incestuoso desde que éramos adolescentes! —Recordó cada gesto de InuYasha y por primera vez en la vida, sintió mucho asco de él—. Todo esto lo has provocado tú.
Taishō agachó la vista, avergonzado y apenado. Era verdad que, de alguna forma la había manipulado desde que eran muy jóvenes para empezar con esa enfermiza atracción incestuosa, pero él jamás quiso que nada de eso le ocurriera, nunca pudo verla como su hermana y para cuando tuvieron su etapa adolescente simplemente no pudo contener más su deseo por ella. Él solo quería que estuviera a su lado para siempre, pero algo falló en el proceso.
—Kagome, yo solo…
—¡Fue tu culpa que tuve que verme a mí misma follando contigo en un vídeo! ¡Mirándome repulsiva! —Sentía ganas de golpearlo—. ¡Provoqué el aborto de mi mejor amiga, le hice mierda la vida a ella y a Miroku! —Esa fue la parte que más le dolió—. ¡Arruinamos mi amistad con Kikyō y ella me hirió en el hombro! ¡Me gané su odio y desprecio y entre tanto, terminé asesinando a un hombre!
—¡Yo jamás quise que esto pasara, yo solo quería que fueras mía y protegerte siempre! —La encaró, alzando la voz también. La vio contener las emociones en el rostro y eso le causó pánico.
—Arruinaste mi vida, InuYasha —lo acusó con el dedo índice—, tú eres el único responsable de que mi vida se haya convertido en un infierno, así que voy a pedirte que te largues… —evitó verlo a los ojos, porque sea como fuere, InuYasha era el amor de su jodida vida. No podía ver su rostro lleno de desesperación reaccionando a sus duras palabras porque, aunque sintiera que él tenía algo de parte en su desgracia, sabía que no era cierto todo lo que le decía: ella misma se había arruinado— no vuelvas más por aquí, InuYasha, porque no voy a verte. No quiero volver a verte, así me refundan en el mismísimo infierno…
—Kagome…
—Yo estoy muerta para ti.
Continuará…
Buenas tardes, decidí regresar… me doy las gracias por haber terminado de escribir mi obra hace tiempo y así poder seguir actualizando con facilidad en tiempos complicados.
Gracias infinitas por sus maravillosos reviews a: Lis-Sama, Laurita Herrera, Iseul, Chechy14, Invitado, July, Gaby, Melbrid, Tuttynieves y todos los lectores que le han dado una oportunidad a este fic incluso con tantos capítulos encima. Prometo volver a mis acostumbrados agradecimientos cuando esté mejor anímicamente, pero sepan que les llevo en el corazón.
Nos leemos pronto.
