Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi. La trama me pertenece en entereza, aunque a ustedes no les parezca.
Capítulo 65.
—Cero por ciento de probabilidad paternal. —Movía el documento de arriba abajo, con gestos que denotaban impaciencia.
No sabía si sentir odio o tristeza, pero sí que se veía traicionado y engañado por la única mujer que había amado en la vida.
Ella se mantenía en silencio, sentada al otro lado de la mesilla de la sala. No decía palabra, únicamente observaba a un punto fijo en la nada. Era desesperante verla tan seria y sin expresión alguna. Tōga bufó y dejó ir un poco de sus sentimientos sofocados en ese gesto. Sentía ganas de llorar, inclusive. Con los años, su carácter ya no podía aguantar cosas como esa.
Como que su hija no era su hija. Aun después de tantos años, seguía maldiciendo a Naraku, a Irasue y a todo el que se interpuso entre ellos. Dejó los papeles sobre la mesa y quiso retirarse, pero la vio al fin mover un músculo.
—Naraku me había tomado por la fuerza justo antes de que nos viéramos aquella noche que planeamos huir juntos. —Quiso llorar por los amargos recuerdos, pero no lo hizo. No lo haría mientras pudiera. Escuchó a su marido volver a bufar—. Las fechas coincidieron y yo… yo solo quería que ese hijo que esperaba fuera tuyo, sin importar qué había pasado conmigo antes.
—Debiste decírmelo, Midoriko. Debías contarme y yo acababa con él, esperaba lo que tuviera que esperar y te habría cuidado con ese hijo. —Le sostuvo la mirada, muy serio. No podía creer que ella no hubiera confiado en él—. Me mentiste por más de dos décadas. ¿Cómo pudiste, Midoriko? —No alzó la voz en ningún momento.
A ella se le quebró la voz, ya no soportaba la tristeza. Aun así, se contuvo el llanto. No quería ser la mujer llorona que había sido todos esos años, marcada por la culpa que no la dejaba disfrutar al cien de su familia, por la que tuvo que alejarse de sus hermanos para tratar de tener una vida nueva y no involucrar a sus hijos con aquel pasado tan trágico que la había castigado de por vida. Le sorprendía que Koshō y Arata, después de todo, siguieran respondiendo a sus cartas y a sus llamadas. Después de la muerte de sus padres hacía más de 18 años, no los había visto más. Los extrañaba mucho y definitivamente, después de liberar esas cadenas, se daría el tiempo de estar cerca de ellos nuevamente.
—No podía decírtelo, tenía miedo de que me abandonaras, Tōga. —Agachó la vista. Sentía miedo, creía que de repente le pediría que se fuera de la casa—. Y Kagome había nacido para cuando me di cuenta por aquel lunar extraño en su espalda.
Él se quedó en silencio. No conocía la espalda desnuda de su hija… bueno, de Kagome. De su hija, pues. Nadie iba a quitarle a su pequeña.
—Pero no confías en mí. ¿Acaso crees que iba abandonarte, mujer? ¡Podría ser capaz de matar únicamente para seguir a tu lado! —Se levantó de golpe, no soportando el hecho de que ella pensara que era un canalla capaz de herirla y abandonarla de esa forma tan cobarde—. ¡¿Por quién me tomas?!
—¡Lo siento! —También se levantó, pero esta vez ya lloraba—. ¡Tienes razón, Tōga, fui una tonta al no confiar en ti, pero entiéndeme, por favor…! ¡Maté a una mujer frente a tus ojos y lo único que quería después de eso era estar a tu lado! ¡Quería paz! ¡Quería una familia! —Jadeaba, su pecho no podía acompasarse. Tragó duro ante la mirada indescriptible de su esposo… parecía abrumado.
—No voy a permitir… —jadeó, se sentía sofocado. De alguna manera, pensó en que no estaba en cuenta las razones de ella, que llevaba esa culpa absurda de la muerte de Irasue a cuestas, pero, por todos los cielos, no podía pensar más que en su hija en esos momentos— que nadie me quite a mi única hija. —No iba a discutir sobre el engaño, pero sí dejaría en claro que Kagome seguía siendo su hija y haría lo que fuera por ella.
Midoriko dejó ir aire, ladeando el rostro y sintiendo como si un nudo se hubiera soltado en su cabeza. Tōga siempre sería el padre de su hija, pero no era la hermana de InuYasha… un problema más. Ahora no sabía qué sería de su pequeña, del mismo InuYasha, de ella y su marido. No sabía qué sería de su familia.
—Todo este tiempo… —se escuchó la voz masculina del menor, mientras los irrumpía entrando a la estancia. Había estado escuchando todo en silencio.
—InuYasha…
—Aún sabiendo lo que tenía con Kagome, dejaste que me martirizara por pensar en que éramos hermanos —debía admitir que la peor parte de la mentira, en términos paternales, había pasado cuando supo que ella no era su madre, pero en ese momento, lo único que le estaba jodiendo fuerte era eso: haberlo castigado con la culpa y la vergüenza sabiendo la verdad.
La aludida se sentó lentamente, tapándose el rostro con ambas manos.
Eso era lo único que le faltaba.
—¡¿Es lo único que te importa?! —Rugió Tōga, sin ser capaz de comprender el sentimiento frío y estúpido de InuYasha. ¿A qué clase de hombre había criado? Sí, era un muchacho imbécil—. ¡Nuestra familia se cae a pedazos y tú solo piensas en tus sentimientos impuros hacia tu hermana!
—¡Mi hermanastra! —Se atrevió a enfrentarlo, con unos huevos bien puestos—. Y sí, papá: lo único que me importa es Kagome.
Sintió una punzada en el pecho al recordar lo que había pasado hacía cuatro días en la cárcel. Kagome había sido muy dura con él, pero comprendía que lo hacía por el miedo, ya que esa situación no pintaba bien para ella, sin embargo… no podía dejar de pensar en su mirada llena de repulsión y resentimiento. Aun a pesar de todo, él seguiría esperando por ella y haciendo hasta lo imposible por sacarla de ese maldito lugar.
Y más, después de confirmar que su parentesco sanguíneo era inexistente. Entonces, por fin podía tener una vida con ella sin culparse por sentir una atracción incestuosa hacia Kagome. Todo se arreglaría muy pronto, así que no debía tomarle demasiada importancia a un arranque de ira que, de alguna manera, era entendible. Suspiró hondo, intentado disipar la incomodidad de ese momento.
—Eres un desvergonzado… —comentó su padre, sin mucho qué agregar— no deja de ser enfermo que hayas visto de esa forma a tu hermana.
—Tōga, InuYasha jamás vio a Kagome como una hermana. —Cansada de la poca compresión de su esposo, Midoriko se sacó las manos de la cara y lo miró harta, molesta. Suspiró. Aunque aquel problema había llegado justo en ese momento, no tenía cabeza para pensar en otra cosa que no fuera sacar a Kagome de la cárcel. Haría todo por evitar que su hija fuera juzgada, ella no perdía las esperanzas.
Si ya después todo tenía que irse a la mierda, que se fuera.
—Así es. —Asintió—. Y ahora que finalmente sé que no hay sangre que me una a ella… Voy a luchar contra lo que sea para reunirnos otra vez. —Quiso irse directamente a gritarle a los cuatro vientos que no eran hermanos, pero Higurashi lo detuvo con una advertencia.
—No, InuYasha, espera… No puedes decirle aún. —Ahora sonaba nerviosa. Kagome… su pequeña Kagome. Ella no podía enterarse así por así, no en ese momento.
—Esto es algo que nos compete más a nosotros, ¿no crees? —Secundó Tōga, achicando los ojos y perdiendo hasta la última esperanza porque eso fuera broma y le dijeran que su hija seguía teniendo su ADN.
InuYasha los miró alternativamente, suspirando con frustración. Parecía que ninguno de ellos había aprendido la lección.
—¿Aún quieres seguir mintiéndole, mamá? —Se sentía raro llamarle madre, pero jamás dejaría de verla así.
—Se enterará de todos modos cuando estén en el juicio… —miró hacia un lado, imaginando cómo sería todo. Según el abogado, era muy probable que le hicieran un juicio en el que él expondría su caso bien armado, pero tenía miedo de que la condenaran, tenía mucho miedo—. Y lo prefiero así. Si se lo dices ahora, va a creer que estamos inventando todo esto. Sabes que ni siquiera ha querido vernos todo este tiempo.
Y así era: Kagome no había querido recibir a nadie. A Miroku le había permitido verla un par de minutos solo para informarle de Sango y nada más. Le dijo que, si algo malo le pasaba, que fuera por ella y de lo contrario, que se me mantuvieran a raya y la dejaran en paz. No sabían nada de ella, aunque iban todos los días a la estación para saber algo, por pequeño que fuera. Lo único que Suikotsu había conseguido era que no la trasladen a una cárcel de mujeres antes del juicio. No les dieron fianza, pero al menos ella seguiría en una celda más o menos vacía y más o menos segura.
—¿Crees que Suikotsu le vaya a decir? —Tōga también estaba muy destrozado en esos momentos, pero entendía que no servía de nada alterarse, sino unirse y hacer todo lo posible por salvar a Kagome de aquel infierno en el que su vida se había convertido.
Maldito el día en que conocieron a Kōga.
InuYasha agachó la mirada, sin mucho más qué decir. No entendía por qué esa actitud tosca de Kagome, pero podía jurar que estaba loca por verlos. Le causaba mucha confusión.
—El abogado está atento y no dirá este secreto. No hasta que sea inevitable… —Comentó la mujer, ya con la voz más pacífica—. Es el único por el que podemos saber de Kagome.
Miroku se había estado quedando con ella. Francamente no le importaba si estaba allí o no, ya que ni siquiera podía sentirse ofendida o traicionada. El tener su vientre vacío había hecho un hueco también en su corazón. Su expareja estaba pendiente de ella, le daba las medicinas, la cuidaba y le hacía de comer, y, aunque ella no quisiera probar bocado, le insistía tanto hasta que accedía.
Había decidido no contarle a sus padres, era mejor así. No quería ver a nadie, ni siquiera tenía ánimos de levantarse y preguntar por su mejor amiga. Miroku tampoco le hablaba de ella, y aunque no era tonta, sospechaba que Kagome se encontraría en un momento difícil. Le había mandado decir con su ex novio que no podría visitarla en unos días.
Todo el tiempo pasaba acostada en la cama, con aquella misma posición fetal, y las manos metidas entre las piernas, arropada y con muchas pijamas. Sentía mucho frío.
—Debes comer. —Lo oyó decir, mientras a su nariz llegaba el olor del caldo de pollo.
—¿Cuándo vendrá Kagome? —Soltó, sin moverse de su posición. No podía verlo desde su ángulo, pero advertía su presencia detrás de ella.
Lo oyó suspirar y dejar los platos a un lado. Jaló la silla que tenía cerca de la cama y se sentó ahí, con expresión preocupada, esperando a que Sango se volteara y pudiera decirle la verdad.
—Ella está teniendo líos legales.
No iba a decirle que estaba encerrada, ya que no era algo que Sango supiera a ciencia cierta. La última vez que había visto a Kagome, ella le dijo que tratara de ocultarle a Sango la verdad, mientras a ella le daban una libertad condicional, por lo menos, y así evitara preocuparla en vano. Además, Suikotsu era un excelente abogado.
—No me mientas —pudo notar aquel tono de voz inseguro que lo delataba—. ¿Encerraron a Kagome?
Por todos los cielos pedía que no fuera así. Eso era más de lo que ella podía soportar, no tenía ni siquiera fuerzas para seguir adelante y mucho menos sentiría fuerzas para ponerse al frente de un cargo como ese. Y no sólo se trataba de ella, sino de lo mucho que sufriría su mejor amiga. Ella no era tonta y sabía que algo así estaba pasando, pero algo dentro de sí misma quería hacerle creer que no era así, que había alguna posibilidad de que Kagome estuviera libre.
—Ella está bien, Sango.
Miroku no le diría, no le fallaría a Kagome. Sabía que en algún momento debía enterarse, pero no en ese momento en que estaba viviendo su depresión. Sango estaba destrozada por dentro y, aunque no llorara, era muy notorio su vacío y destrucción emocional. Estaba consciente de que ella no soportaría saber que su mejor amiga estaba encerrada. Además, Sango no tenía fuerzas y sabía que después de aquel golpe, no podría y no querría pensar en nadie más que no fuera la pérdida de su bebé.
Él aún se sentía miserable también.
Todo ese tiempo había sido una mierda.
Extrañaba a InuYasha, a sus padres y a sus amigos como el mismísimo infierno. Le dolía en lo más hondo del alma haberlos alejado así de ella, pero es que ni siquiera podía verlos a la cara. Suspiró, secándose las lágrimas. El beso de su hermano le quemaba los labios y el alma todavía. Se iba a dormir todos los días regocijada en ese pedacito de cielo que él le había regalado con esa caricia.
Era mentira que por culpa de él estuviera viviendo todo eso, era mentira que lo despreciaba, era mentira que le dijo que arruinó su vida, era mentira que no quería volver a verlo, era mentira que estaba muerta para él, era mentira-cada-maldita-cosa. Ella siempre lo había querido, no importaba cómo, ella lo había querido. También estaba ahí por sus mentiras, por las veces que prefirió evitar un escándalo, evitar romper el corazón de Kikyō y que los mirara como a unos enfermos. Todo ¿para qué? Para que al final de cuentas, haya terminado apuñalada por aquella loca que sabría Dios en dónde estaría en ese momento o qué demonios estaría planeando decirle a la policía. Humillada, encerrada y con la vida hecha mierda. Todo fue en vano, todas las apariencias que intentó guardar la destruyeron, todo el miedo de que su hermano matara a Kōga a golpes por chantajearla terminaron convirtiéndola en una asesina. Todo para nada.
Todo lo había hecho en vano y ahora estaba pagando por haber terminado con la vida de su acosador. Qué irónico era todo: ella era la víctima y resultó ser la victimaria. Ya no soñaba con él, pero la sensación extraña de culpa todavía no la dejaba. Ella no se había visto a sí misma cuando sucedió todo, así que en su mente seguía dando vueltas en aquella sonrisa y satisfacción perdida que cree haber experimentado cuando el acero traspasaba la vida de Kōga. Necesitaba ver ese vídeo, sin aquello, estaba perdida.
Ese día su abogado debía informarle sobre el avance de la investigación.
Estaba sola, ya que su ex compañera de celda había sido trasladada a la cárcel de mujeres para luego ser juzgada. Le había dicho muchas cosas cuando le contó su caso y esperaba que le sirvieran alguna vez.
—¡Taishō! —Oyó llamar a un oficial y se puso alerta, levantándose de la cama—. Su abogado desea verla.
Su corazón latió desbocado mientras se abría la celda y ella procedía a seguir a la autoridad hasta ese pequeño cuarto en el que recibían a todas las visitas.
Cuando le abrieron la puerta y pudo ver quién estaba ahí, su sonrisa se desvaneció por completo. El oficial cerró la puerta mientras Kagome miraba fijamente a la persona que la esperaba.
—Kagome… —sus ojos brillaban y tenía enormes ganas de abrazarla con fuerza. Aún eran demasiadas emociones en poco tiempo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —El odio se apoderó de su tono de voz al recordar la promesa que le habían hecho aquellos dos tontos y que en ese momento habían fallado.
—Kagome, yo…
—Quiero que te vayas. —Respiraba hondo y pausado, sintiendo enormes ganas de llorar. No podía soportar un segundo más la mirada castaña sobre ella. No podía mirarla y recordar que ahora no sería madre por toda su puta culpa. Debía alejar a todos a quienes les había arruinado la vida con su presencia—. Por favor, vete. —Fue una súplica.
—¿Por qué me hablas así? —Las lágrimas de Sango habían empezado a correr solas, estaba muy sensible aún. No soportaba el desprecio de Kagome, eran como puñales en su corazón. Después de haber perdido a su hijo solo necesitaba un abrazo de ella, pero estaba siendo tan fría y grosera. ¿Acaso la odiaba? No podía ser—. Kagome, amiga…
—No me llames amiga —tomó aire, reteniendo el llanto. De todas las personas en el mundo, justo a la que había hecho más daño, justo a ella se le ocurría ir a verla en ese estado maltrecho, metida en una celda por asesinar a un hombre. Ella no merecía ni siquiera las lágrimas de Sango, ni de nadie—. Por favor, Sango, no vuelvas a llamarme así.
—¿Qué…?
—Fui muy clara. —Sentenció, componiendo la voz.
La aludida mantenía la boca entreabierta. El shock había parado su llanto en seco. Eso no podía ser posible. ¿Era por eso que Miroku le había impedido de todas las maneras posibles que fuera a visitarla? ¿Había hecho algo malo y ahora Kagome no quería que la vuelva a llamar amiga? Alzó el mentón, tragándose el dolor.
—¿Estás acabando con esta amistad? —Quería saberlo de una puta vez, porque eran suficientes decepciones en su vida y quería acabar con eso ya.
Vio a Kagome asentir, pero en ningún momento la vio a la cara. Negó despacio, sin dar crédito. ¿A dónde había ido su amiga Kagome? Su amiga dulce y alegre que la quería con el alma… y ahora estaba dando por terminada una amistad de casi veinte años.
—Y ya vete. —Soltó fría, sin una sola lágrima que bordeara sus ojos. Algo en Kagome había cambiado a tal punto de hacerla irreconocible.
—Al menos dame una explicación… —su voz era ronca, pero sonaba más calmada—. ¿Qué hice, Kagome?
Taishō apretó los labios, odiándose profundamente. Nuevamente estaba pasando lo que con InuYasha: le estaba mintiendo y le estaba hiriendo para que la dejaran sola. ¡¿Acaso no podían entender que si se estaba yendo a la mierda tenía que irse ella sola sin joder a los demás?! Era una maldita egoísta que los envolvió en sus mentiras y en sus secretos incestuosos a tal punto que terminó rompiendo a su mejor amiga. Ahora Sango se encontraba sin hijo y sin pareja, toda su vida se había arruinado gracias a ella.
Le dolía en el alma hacer eso, pero tenía que alejarla. Sango se haría cargo de su caso, lo sabía, sabía que, aunque sus heridas estuvieran sangrando, ella no la dejaría sola y eso le jodía tanto… le jodía no poder hacer nada más que darle problemas. Ni Tanaca ni Takeda tenían por qué seguir allí. Y aunque saliera de esa pocilga, jamás podría regresarles todo lo que les quitó. Así que lo mejor era alejarlos. Y si la castaña la odiaba, pues lo prefería.
—Lárgate y no vuelvas más por aquí, ¿entiendes? ¡No quiero volver a verte! —Le gritó, con los ojos rojos y ardiendo. Por su mente pasaron veinte años de amistad que le dolieron en lo más hondo.
Le dio la espalda y pocos segundos de silencio después, escuchó cómo Sango corría la silla de metal y caminaba lento hacia la salida, abriendo la puerta de forma pausada. El cuerpo de Kagome temblaba por la necesidad de llanto, pero no fallaría hasta saberse sola.
Intuyó que Tanaca la miraba con decepción y tristeza y eso la hizo sentirse más mierda y más basura. Pocos segundos después, la puerta se cerró.
Kagome dejó ir su cuerpo al suelo, sollozando y deshaciéndose en lágrimas. Se tomó de los cabellos en un intento desesperado de no gritar por la impotencia y enojo, su cara estaba roja. Había querido evitar eso a toda costa y por eso le pidió a Miroku e InuYasha que no la dejaran ir a verla bajo ningún concepto, ¡y los malditos lo habían permitido! ¡Le jodía como el infierno! ¡Una sola puta cosa debían hacer! ¡Una!
Dejó ir aire unos segundos después, tranquilizándose apenas… Aun a pesar de todo, ella se había preocupado por su estado, a pesar de haber perdido a su bebé, lo único que hacía a Sango verdaderamente feliz.
Y ella le arrebató esa felicidad.
«¿Serás capaz de perdonarme algún día, Sango?»
Se encontraba tan perdida en su tristeza, enojo y en su frustración, que no escuchó cuando la puerta se abrió nuevamente y esta vez, sí era su abogado.
—¡Kagome! —Suikotsu corrió a levantarla del suelo ante la mirada impasible del oficial, que observaba el panorama pensando en lo patético que se veía.
Cerró la puerta después de poco.
—Abogado… —Se secó las lágrimas torpemente cuando estuvo en pie y corrió la silla para sentarse. Debía recomponerse para escuchar lo que diría. Ese día traía noticias importantes—. ¿Qué lo trae por aquí? —Se estregó el rostro con ambas manos, intentando reponer la compostura.
Suikotsu inhaló y exhaló hondo, sin saber muy bien cómo proceder. Su cliente se encontraba en un estado lamentable: pálida, ojerosa, más delgada, con los ojos hinchados y un semblante apagado. No parecía poder ser capaz de recibir aquella noticia.
—Kagome… Nunca se encontró la cámara de vídeo que mencionaste —ella lo miró inmediatamente, perdiendo toda esperanza y con una expresión tan asustada que pareció haber visto un fantasma— el juez decidió seguir con el caso… —volvió a respirar hondo—. Kagome, tu caso es serio, tienes muchos elementos en tu contra y…
—Dígalo ya. —Sabía lo que le iba a decir y quería que acabara de una vez. Sin ese vídeo estaba perdida. Todo se iba a ir a la mierda.
—Serás juzgada por el asesinato de Kōga Ikeda.
Continuará…
Amor eterno a:
Invitado: ¡Ponte un nombre para poder agradecerte tu hermoso review, por favor! Me alegro que estés disfrutando de esto, en serio.
AIROT TAISHO: ¡Ahora ambas sufren tanto, mis bebés! Con Sango las cosas son más duras porque ella sabe que la va a exponer a su situación legal, porque fue la más afectada. Con InuYasha había un poco de rencor, un poco de culpa, de amor, de todo... Me da vida que pienses que todo es necesario, porque no lo hice por dramática, sino porque era NECESARIO, después de una relación así... No lo sé, no es fácil dejarlos juntos y ya. Te quiero muchísimo, mi hermosa. Gracias por cada hermoso comentario y por vivir esta historia.
Chechy14: ¡Mi hermosa! Sí, acá estoy de nuevo. Gracias por seguir leyendo, eres un sol.
Tuttynieves: ¡Mi hermosa! Extrañaba leerte. ¿Cómo vas con tu historia? Muchas gracias por tus halagos.
Iseul: Tu review es la prueba fehaciente de que hice bien mi trabajo con este capítulo anterior. Te amo.
Laurita Herrera: ¡Mi preciosa! Gracias por tu apoyo, me gustaría que podamos contactar en redes sociales si fuera posible. Me alegro que hayas disfrutado de este capítulo anterior.
Gaby: Como siempre tu review es una maravilla. Kagome está en un momento donde ve todo al revés y empieza a pensar en todas las cosas que dijo. Igual le vienen cosas fuertes. Tōga también me dolió:( tu review es una maravilla, me encanta leerlo y encontrar análisis de mi obra. Me da vida.
Lis-Sama: ¡Diosa! Al fin tengo la oportunidad de mencionarte. Para serte sincera, me ha dolido mucho este capítulo y no el anterior, la amistad en esta historia es un punto tan fundamental como el romance, por eso es tan fuerte. Los lazos parecen romperse. Como mencioné anteriormente, InuYasha tiene nuevas esperanzas que hacen que pase por alto los desplantes de K. Tenía que ser así, ponerlos tensos a los dos en estos momentos es simplemente cruel y obstruye mucho la fluidez de trama. Me pone tan alegre que pienses que es realista porque es justo lo que he tratado de hacer. Me metí en un tema muy fuerte y estoy haciendo lo posible para salir bien librada de acá. Te mando un beso enorme, mucho amor y mi admiración para ti.
