Capítulo 67.

Bangkok.

Cuando el partido acabó, lo primero que hizo Eriko fue dirigirse directamente a Azumi. Iba con los ánimos encendidos, dispuesta a confrontar a la chica que había ido hasta Tailandia, viajando desde el otro lado del mundo, para ver al que actualmente era su novio. Eriko obviamente se sentía muy molesta por esto, no le era desconocido el hecho de que Azumi estuvo enamorada de Taro durante años y que de buenas a primeras se interesara mucho por él otra vez no era una buena señal. Sin embargo, ¿de verdad Hayakawa iría a un país extranjero a buscar a Misaki para decirle que todavía lo quería? Mientras más lo pensaba, más irreal le parecía el asunto a Eriko, pero no se le ocurría por qué otra razón Azumi se tomaría tantas molestias por ir a ver jugar a alguien a quien tenía años de no dirigirle la palabra. De cualquier manera estaba decidida a averiguarlo, le sonsacaría la información a Azumi aun así tuviera que hacer uso del lanzallamas que le dijo a Taro que compraría.

Debido a que se encontraba en un palco y Azumi estaba en las tribunas generales, Eriko temió ya no encontrarla al bajar a dicha área, pues fueron pocos los aficionados que se quedaron una vez acabado el encuentro (los tailandeses no querían ver a su equipo perdedor y los japoneses no harían alboroto en un estadio ajeno), además de que daba por descontado que Azumi trataría de buscar a Taro en los vestidores. Por esta razón, Eriko se sorprendió mucho cuando encontró a la chica todavía sentada en su lugar, con cara de no saber qué hacer con su vida. Y tal vez así era.

Azumi había viajado hasta Tailandia siguiendo un impulso idiota, llevada por el orgullo que siempre la caracterizó, pero ahora que ya se le había bajado la adrenalina no sabía qué hacer a continuación. Le había dicho a Misaki que quería verlo y cuando se lo dijo así era, pero en ese momento ya no estaba segura de por qué quería verlo. Sí, lo extrañaba, era cierto, ¿pero ya había pasado suficiente tiempo como para que hubiese dejado de quererlo? Si tomaba en consideración los últimos acontecimientos de su desastrosa vida amorosa, sí, sin duda que Azumi Hayakawa ya había dejado de amar a Taro Misaki, aunque la persona que ocupó su puesto era definitivamente mucho peor. Siendo así, si ya no amaba a Taro, ¿por qué estaba ella ahí? Definitivamente Azumi ya no podría fingir demencia y marcharse sin avisarle a nadie acerca de su presencia en esa ciudad. ¿Por qué había sido tan tonta? Huir no había sido la respuesta correcta a sus múltiples preguntas, pero ya era demasiado tarde para corregir el error. Azumi contemplaba la cancha vacía con expresión ausente, aunque sí estuvo bien consciente de que alguien se dirigía directamente hacia ella.

– Miren lo que trajo el gato hasta Tailandia –soltó Eriko al estar frente a ella–. ¿Qué se te perdió por acá, Hayakawa?

– Si faltaba algo para las cosas se pusieran peor, ese algo eres tú y ya estás aquí –respondió Azumi, sin mirarla–. Tengo que alabar tus dotes de detective, no pensé que alguien se tomaría la molestia de averiguar en dónde estaba sentada, pero no podía esperar menos de alguien tan obsesiva como tú.

– ¿Qué es lo que quieres con Taro? –preguntó directamente Eriko, con cara de pocos amigos–. ¿Por qué no lo dejas en paz?

– Él fue mi amigo antes de ser lo que sea que es ahora de ti –replicó Azumi–. Tú no me puedes impedir que lo vea y si quiero verlo, así va a ser.

– Ustedes cortaron su amistad hace tiempo. Por culpa tuya, por cierto. –Eriko se cruzó de brazos y se aguantó las ganas de contestarle como quería, no deseaba hacer un escándalo que pudiera afectar a Taro o incluso a Genzo–. ¿Ya se te olvidó? ¿Por qué vienes ahora hasta acá para hablar con él?

En ese momento Azumi se sintió muy cansada. Había hecho un viaje largo desde París y además tuvo que trabajar turnos dobles en el hospital antes de su vuelo para que le dieran los días libres que pidió para viajar. Sabía por experiencia que Eriko Wakabayashi era muy difícil de tratar y que llevarle la contraria no la ayudaría; quizás en otras circunstancias le habría hecho frente sin reservas, pero en ese momento sólo tenía ganas de llorar. Por culpa de Jean Lacoste, por cierto.

– No me vas a dejar en paz hasta que te lo diga, ¿verdad? –suspiró la chica–. Bien, si te cuento mi historia, ¿me vas a dejar hablar con Taro?

– Todo depende de lo que sea –contestó Eriko, con cautela.

A ella le había sorprendido tanto el cambio de actitud de Azumi que no sabía si era real o una simple trampa, pero ya lo averiguaría.

Por su parte, Misaki daba por descontado que Azumi estaría esperándolo al final del partido contra Tailandia, la cosa sería cuándo y dónde. No creía que ella viajara hasta Japón para hablar con él, así que sin duda aprovecharía su estancia en Bangkok para hacerlo. Por otro lado, Taro también había estado recibiendo mensajes insistentes de Jean en donde le preguntaba, con poco disimulo, si ya se había reunido con Hayakawa y qué le había dicho ella de él. Lo cual, había que decirlo, no auguraba nada bueno. Tras finalizar el partido, Misaki creyó que se toparía con Azumi al salir del estadio o que encontraría la manera de llegar hasta los vestidores, pero después razonó y llegó a la conclusión de que lo más lógico sería que ella lo buscara en el hotel, dado que la Selección viajaría de regreso a Japón hasta el día siguiente.

– Vamos a ir al bar a celebrar, Misaki –le dijo Ishizaki, al bajar del autobús que los trasladó al hotel–. ¿Vienes con nosotros?

En ese momento Hana les avisó que el entrenador Kira quería decirles algunas palabras y les pidió que esperaran un poco antes de dispersarse, por lo que los jugadores que iban bajando del autobús se quedaron en el vestíbulo del hotel, a la espera. Ishizaki aprovechó entonces ese momento para tratar de convencer, a quien se dejara, de que fuesen al bar a festejar el resultado obtenido contra los tailandeses.

– No deberían de tomar alcohol después de un partido–. Taro frunció el ceño; a últimas fechas a Ishizaki le estaba entrando la onda de aprovechar que ya era mayor de edad para abusar de las bebidas alcoholizadas–. El cansancio hará que el efecto de la sustancia sea más rápido y duradero.

– ¿Y por qué no? Entiendo que no hay que hacerlo antes de jugar pero no pasa nada si nos bebemos unas cuantas cervezas después –replicó Urabe, quien también intentaba reclutar a otros compañeros de parranda–. No seas mojigato y ven con nosotros.

– No puedo, tengo algo que hacer –negó Taro.

– ¿Qué, vas a enrollarte otra vez con la prima de Wakabayashi? –Ishizaki le dio un codazo de manera burlona–. Seguramente querrá darte un premio especial por la actuación que tuviste el día de hoy.

– Cierra la boca o te partiré la cara, Ishizaki –advirtió Wakabayashi, quien apareció de la nada para darle un golpe en la cabeza a su compañero–. No estoy sordo, imbécil.

– ¡Era broma, era broma! –aseguró el muchacho, mientras ponía una prudente y sana distancia entre Genzo y él–. Sólo quiero saber por qué Misaki se resiste tanto a acompañarnos al bar.

– Bien, él tiene razón al decir que no es conveniente beber después de un partido –opinó Wakabayashi–. Pierdes líquido y electrolitos al jugar y si no los has repuesto adecuadamente, el alcohol incrementará la deshidratación.

– ¿Líquidos? ¿Electrolitos? –Ishizaki lo miró con extrañeza–. ¿De qué carajos hablas, Wakabayashi, y desde cuando te interesa cuidar tu salud?

– ¡Ah! Pues… –Genzo se dio cuenta, con sorpresa, de que había repetido una frase que Lily le había dicho con frecuencia en varias ocasiones–. Para un deportista profesional es importante cuidar su salud.

– Ésa ni tú te la crees –replicó Ishizaki, burlón.

– Seguramente fue algo que le dijo su novia doctora –señaló Urabe.

– Quizás –admitió Wakabayashi, experimentando otra vez esa punzada de dolor latente que se le estaba haciendo permanente, aunque gracias a su imperturbabilidad consiguió que nadie lo notara–. En cualquier caso, harían bien en seguir la recomendación que les dio Misaki de no tomar alcohol.

– Así es, aunque no es por eso por lo que no voy a acompañarlos –señaló Taro–. Estoy esperando la visita de mi amiga Azumi.

– ¿No es ésa la chica que estuvo enamorada de ti mientras viviste en Francia? –preguntó Ishizaki.

– No estaba enamorada de mí –lo corrigió Misaki, con el ceño fruncido. ¿Qué acaso todo el mundo iba a decirle eso? –. Fue mi amiga en Francia, si es a lo que te refieres, y sí, es a ella a quien espero.

– Como digas.- Ishizaki le dio por su lado.- ¿A qué vino a verte a Tailandia, si no está enamorada de ti?

– A quejarse del que sí está enamorada –contestó Taro, ofuscado–. Es una larga historia. Que no les interesa, por cierto.

– ¿Ahora es tu hobbie hacerla de casamentero, Misaki? –preguntó Genzo, con mofa–. No porque te haya ido bien con Eriko significa que eres un experto en el amor.

– Lo mismo le dije yo pero no me hizo caso –comentó Matsuyama, al tiempo en que pasaba a un lado de los jóvenes que hablaban.

– De verdad que los odio –gruñó Taro, mientras miraba a sus compañeros con enojo–. Con ustedes no se puede hablar en serio.

– No te lo tomes tan a pecho –lo aconsejó Genzo–. Pero si quieres un consejo que sé que no estás pidiendo, no te metas en asuntos amorosos que no sean los tuyos. El amor es un tema complicado, mucho más que el fútbol.

– "El amor es un tema complicado, mucho más que el amor" –repitió Ishizaki, en tono de burla–. Qué frase tan más profunda, Wakabayashi, con razón huele a quemado: se te está tostando el cerebro.

– No te vayas a morder la lengua –replicó Genzo e intentó darle otro golpe pero el muchacho se movió.

– Aunque estoy de acuerdo contigo, por más sorprendente que parezca –continuó Ishizaki, satisfecho de haber podido esquivar a Wakabayashi–: No te metas en asuntos de amor ajenos, Misaki, te vas a llevar un chasco.

– No es como si tuviera opción –refunfuñó Taro–. A mí me involucran sin pedirme mi opinión.

En ese momento llegaron los últimos seleccionados, acompañados por Kira, así que los otros tuvieron que cortar su charla y prestarle atención al entrenador. Éste inició su discurso felicitándolos por su desempeño y continuó diciendo que esperaba que se mantuviera ese ritmo de juego en el futuro. Les quedaban por jugar algunos partidos en casa y había que sacarles el máximo provecho posible, así que al volver a Japón se pondrían a entrenar de inmediato. Así mismo, les dijo a Wakashimazu y a Nitta que se enfocarían en mejorar su rendimiento como jugadores individuales y como dupla, y a Morisaki le comentó que le pondría más presión al entrenador de porteros para que le diera un adiestramiento especial.

– Sólo por si acaso –dijo Kira, aunque no parecía estar muy seguro de cuál sería ese "por si acaso"–. Ahora Hana les dirá a qué hora tenemos que estar listos mañana para no perder el vuelo.

– Gracias, entrenador. Debemos salir muy temprano así que hay que estar listos a las cinco de la mañana –anunció Hana–, por lo que es recomendable que no se desvelen esta noche. Por indicaciones de la compañía aérea, no podemos esperar a los que se retrasen o nos dejarán a todos en tierra, así que si se quedan dormidos y no están listos a la hora en la que sale el autobús del hotel, perderán el vuelo y tendrán que tomar otro avión que los lleve a Japón.

– Que pagarán con el dinero que haya en sus bolsillos, por cierto –añadió Kira–. No vamos a favorecer la holgazanería de los rezagados.

Que alguien como Kozo Kira, tan acostumbrado a beber antes, durante y después de un partido, les diera este ultimátum, les hizo saber a todos los seleccionados que estaba hablando en serio. Esto desencadenó una ola de protestas entre los jugadores que ya se habían apuntado para ir al bar con Ishizaki y Urabe. Como Misaki no estaba interesado en este punto, se puso a mirar con nerviosismo hacia la entrada del hotel, en donde esperaba ver aparecer en cualquier momento a Eriko o a Azumi o, peor aún, a una detrás de la otra, lo que causaría un confrontamiento inevitable de consecuencias impredecibles.

"De acuerdo, estoy exagerando", admitió Taro, esbozando una sonrisita de burla. "Las probabilidades de que Eriko se encuentre con Azumi es de una en un millón, cuando menos".

Como era de esperarse, Misaki se fue de espaldas cuando las vio llegar juntas; desde donde se encontraba, él alcanzaba a visualizar una parte del camino que terminaba a la entrada del vestíbulo del hotel y fue testigo de cómo de un mismo taxi se bajaron ambas mujeres. No se comportaban como si fueran amiguísimas de toda la vida, pero sí era evidente que habían enterrado el hacha de guerra.

– ¿Pero qué cuernos? –farfulló Taro, al verlas.

– Uy, no, ya no quiero ir al bar –exclamó Ishizaki–. Esto se va a poner mucho mejor.

– Cállate, Ishizaki –espetó Wakabayashi, quien tampoco sabía que esperar de Eriko.

– Taro, qué bueno que estás aquí. –Eriko prácticamente ignoró a todo aquél que no fuese Misaki y fue directamente hacia él–. ¡Tienes que ayudar a Azumi!

– ¿Qué cosa? –expresó Misaki, más confuso aún–. ¿Qué tú quieres que yo haga qué?

– Que la ayudes –repitió Eriko, muy seria–. Sólo tú puedes poner en su sitio a ese imbécil francés que tienes por amigo.

Misaki se quedó sin saber qué decir. Volteó a ver a Azumi y ésta le lanzó una mirada desesperada, pero al notar que había otros miembros de la Selección Japonesa detrás, escuchando y viendo el espectáculo, perdió el valor.

– ¿Sabes qué? Olvídalo, me regreso a casa –aseguró la chica, tras lo cual dio la media vuelta–. No debí venir.

– No, espera. –Taro la detuvo al tomarla por el brazo–. Aunque no me creas, me da gusto volver a verte.

– ¿Ustedes qué están viendo? –Eriko les lanzó una mirada furibunda a los entrometidos–. ¿No tienen otra cosa mejor qué hacer?

– Eriko, ¿te sientes bien? –inquirió Genzo, atónito–. No te reconozco, ¿te han secuestrado los extraterrestres y te lavaron el cerebro?

– No tenemos tanta suerte –susurró Hana, en voz baja.

Para su fortuna, Eriko no la escuchó así que Genzo recibió toda la ira de su réplica. Mientras tanto, Taro se había llevado a Azumi con él a un sillón apartado del vestíbulo, en donde se sentaron a conversar. Misaki estaba ya intrigado: que Azumi llegara con Eriko era sorprendente, pero que además ésta le pidiera que la ayudara era algo para tomar en cuenta. Y peor aún si además estaba involucrado Jean Lacoste, el médico francés que había causado estragos en más de un lugar, según lo que le habían contado a Misaki.

"Jean, Jean, ¿qué carajos hiciste ahora?", se preguntaba Misaki, mientras Azumi daba una atolondrada explicación de por qué había decidido ir a verlo. Más que nada, Taro estaba consciente de que Jean tuvo que haber hecho algo muy fuerte para que Eriko aceptara que Azumi recibiera ayuda de Taro. Conforme ésta fue contando su historia y sus motivos para salir huyendo de París, a Misaki le dieron ganas de volar con ella de regreso a Francia para estamparle el puño en la cara a Lacoste.

En resumidas cuentas, lo que había sucedido fue que, al volver a Francia, un atormentado Jean Lacoste se dedicó a hacer tontería tras tontería para tratar de olvidar el descalabro amoroso que tuvo en Alemania. Salió con cuanta enfermera, doctora, pasante, laboratorista y asistente se dejó; además, se emborrachó y se comportó de la manera más escandalosa posible, y si esto no afectó su desempeño laboral fue porque el hospital a donde iba a volver a trabajar todavía no lo tenía contemplado en las rondas del mes. Esto no impidió que Jean llegara al nosocomio en un par de ocasiones en evidente estado de ebriedad y fue Azumi la que evitó que la carrera se le fuera al carajo al detenerlo y llevarlo de vuelta a su departamento. Si no lo dejó morir solo, según las propias palabras de Hayakawa, fue porque eran amigos desde siempre y le tuvo compasión, aunque Taro llegó a la conclusión de que debía de haber más que compasión en las intenciones de Azumi pues acabó teniendo sexo con Jean en más de una ocasión. En esos momentos, tanto Lacoste como Azumi estaban demasiado confundidos como para saber qué estaba sucediendo entre ellos, pero a juzgar de Misaki sin duda que esos encuentros no habían sido meramente casuales, había sentimientos más profundos involucrados por ambas partes. Con lo que Azumi le contó, a Taro no le sorprendía que Jean hubiera estado enviándole mensajes como loco para preguntarle por ella, era obvio que sus dos amigos se habían metido en un lío del cual no sabían cómo salir.

– Pero no es eso lo que me hizo venir a Tailandia a buscarte –aseguró Azumi, tras soltar una bocanada de aire–. Es algo mucho peor.

– No me digas… –musitó Taro, presintiendo lo que Azumi estaba por confesar.

– Sí te digo –replicó ella–. Si ya me tomé la molestia de venir hasta acá y de confrontar a la loca de tu novia, lo menos que puedo hacer es decirlo todo ya de una buena vez: tengo un retraso de un par de semanas y me temo lo peor.

"Lo dicho: voy a matar a Lacoste", pensó Taro, ofuscado, sin saber qué responder a lo que Azumi acababa de revelarle.

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Múnich.

Habían pasado ya varios días desde que el abuelo Huan-Yue regresó a China y Nela todavía no encontraba el momento perfecto para volver a hablar con Sho acerca de su futuro como pareja. Era cierto que ya había charlado con él acerca de las solicitudes que envió a Oxford y a Cambridge para estudiar una maestría en cuanto terminara sus estudios en Alemania y Sho se lo tomó de buena manera en aquel entonces, pero la plática había sido rápida y su abuelo todavía estaba en Alemania, así que no habían podido ahondar en el tema de manera adecuada. Sin embargo, lo que empujaba a Nela a querer volver a tratar el tema con Shunko era que entre la última vez que lo hablaron y el momento actual se presentó un dato que afectaría todavía más la decisión de Nela de permanecer en Alemania: el panorama mundial había cambiado drásticamente y ahora el Brexit era ya una realidad, era cuestión de tiempo para que Gran Bretaña saliera de la Unión Europea y eso complicaría la estancia de la joven en cualquier país de Europa, pues ya sería vista como extranjera, con todo lo que ello implicaba.

Lo más sencillo para Nela, quizás la mejor opción, era volver a Inglaterra para evitarse el lío de los permisos de residencia, independientemente de si era aceptada o no en Oxford o en Cambridge, aunque sin la motivación de la maestría, la decisión de Nela de marcharse se debilitaba, aun con todo y Brexit. Ella tenía que admitir, aunque no le gustara, que amaba demasiado a Junguang Xiao como para simplemente irse sin mirar atrás.

"No sé cómo le hace Lily para lidiar con esto", pensó Nela. "Yo me estoy volviendo loca con una cuestión tan sencilla, o tal vez es por eso por lo que su relación con Wakabayashi se está tambaleando".

Débora se burlaba de Nela constantemente al decirle que, si esperaba hasta que encontrara el momento perfecto para hablar con Sho acerca de la maestría, acabaría primero un doctorado. ¡Y lo peor del caso era que tenía razón! Nunca habría un momento perfecto para hablar con su novio pero, como era su costumbre, la inglesa dejó pasar más tiempo del necesario pretextando que él estaba muy ocupado. Y aunque en parte era cierto, Sho siempre había dado muestras de que, si su novia lo necesitaba, él estaría disponible para ella sin importar el día ni la hora.

Duke, alias Food, hacía el viaje constante del departamento de Sho al de Nela cada dos días, más o menos, para que el gato pudiera compartir tiempo con ambos "padres". Lo ideal hubiera sido que el minino se quedara en un solo lugar, pero Nela se negó a dejar a Duke a solas con Sho, pretextando que el hecho de que él lo siguiera llamando Food no era buena señal (la verdad era que se había encariñado con el gato, para qué negarlo). Para corregir el problema y "evitarle un daño psicológico al felino", Shunko le sugirió que se fueran a vivir juntos y después tuvo que protegerse para evitar que uno de los libros de Nela le diera en la cabeza. Ella se puso tan nerviosa que esquivó el tema, a sabiendas que ése era el momento perfecto para hablar del futuro de su relación y luego se llamó a sí misma cobarde por darle tantas vueltas al asunto. Shunko se había reído con la reacción que Nela tuvo al sugerirle que era momento de que vivieran juntos y le aseguró que sólo estaba tomándole el pelo, pero ella se dio cuenta de que él, en el fondo, la había estado probando.

Al reconocer que su amiga necesitaba un pequeño empujón que no podía darle cualquier persona, Débora habló con Lily sobre el dilema de Nela y su reticencia a ver la realidad de las cosas y le pidió que, si podía, tratara de ayudarla. Lily no lo pensó dos veces y aprovechó una tarde que ambas tenían libre para dejarse ver en el departamento de Nela. La doctora no le dio vueltas al asunto y le dijo a su amiga sin rodeos que, si dejaba pasar más tiempo, el asunto le iba a estallar en la cara.

– Mira lo que me ha pasado con Genzo, que por ignorar las señales obvias que decían que nuestra relación a futuro se iba a complicar, ahora todo se me fue de las manos –señaló Lily–. Creo que te estás tomando las cosas a la ligera porque Sho y tú están viviendo en la misma ciudad, pero cuando estén en lugares distintos, en países distintos, es cuando te empezarás a preguntar si tanto esfuerzo realmente vale la pena.

– Te escuchas tan pesimista que me preocupas –notó Nela–. No es habitual en ti.

– ¿Qué te puedo decir? Me ha alcanzado la realidad. –Lily se encogió de hombros–. Mi novio se ha resentido porque no he podido ver todos sus partidos y eso que él sabe que por la diferencia de horarios el asunto se me complica, pero no lo puedo culpar, creo que yo me sentiría igual si estuviera en su lugar. Cuando uno habla las cosas en teoría, crees que no te importarán estos detalles y que los superarás, pero cuando vives la situación con todos sus contras, te das cuenta de que la realidad es muy distinta.

– Quizás por eso temo hablar con Sho –admitió Nela, tras pensarlo un momento–. Soy objetiva, sé que cuando me vaya a Inglaterra va a ser muy difícil que podamos seguir manteniendo nuestra relación pero tampoco quiero renunciar a ella tan fácilmente.

– Pues no lo hagas. –Lily le sonrió–. Pero no cometas mi error, no des por hecho que los dos están en la misma sintonía. Aunque él te haya dicho que no le molesta que te vayas, hay que ver lo que realmente piensa cuando eso se vuelva una realidad. Si es que se vuelve, claro.

– Sí, lo sé –suspiró la inglesa–. No voy a darle más vueltas al asunto, cada vez está más cerca el fin del plazo que tienen las universidades para enviarme una respuesta. ¿Y tú qué vas a hacer, por cierto?

– Darme de golpes contra la pared por idiota –contestó Lily–. Yo solita me metí en un lío de proporciones épicas al negarme a resolver mis problemas con Genzo cuando él estaba aquí y, ahora que está lejos, no me queda más remedio que aguantarme porque justo ahora no puedo hacer gran cosa. Pero me lo merezco por babosa, ahora sólo puedo esperar a que Genzo vuelva y que no quiera terminar conmigo antes.

– No seas tan dura contigo misma –le dijo Nela, para tratar de animarla–. Lo hecho, hecho está y no vale la pena que te tortures con lo que hiciste o dejaste de hacer. ¿Al menos ya sabes qué es lo que quieres hacer con respecto a su relación?

– No –confesó Lily, resignada–. Sigo sin tener idea. Cada vez que intento pensar en alguna posible solución, la parte trol de mi cerebro me dice que no servirá de nada porque él no me ve como una opción a largo plazo así que yo misma me boicoteo. Creo que me hace falta un psicólogo para tratar ese problema con mi autoestima.

– Sí, tal vez –asintió Nela–. Si llego a ver alguno, te avisaré.

Ambas se echaron a reír y Nela le agradeció a Lily sus consejos, tras lo cual le aseguró que hablaría con Sho cuanto antes. La psicóloga no estaba dispuesta a echar las palabras de su amiga en saco roto así que dejó de dar tantos rodeos y la próxima vez que se reunió con Shunko le dijo que quería hablar con él acerca de qué harían cuando ella volviera a Inglaterra. En esa ocasión, Nela había ido al departamento del chino para dejarle a Duke, alias Food, durante unos días, así que los dos se encontraban sentados en la sala mientras el gato daba vueltas por ahí y rascaba los muebles de manera ocasional.

– Ya habíamos hablado sobre eso, ¿no? –cuestionó Sho, confundido–. Además, todavía no es un hecho que te vas, ¿o ya le dieron respuesta a tus solicitudes?

– Aun no –negó Nela, intranquila–. Pero no quiero tocar el tema hasta entonces.

– ¿Qué es lo que realmente te inquieta? –preguntó Shunko, sin rodeos–. Te dije que nunca ha estado entre mis planes el interponerme entre tus metas y habíamos llegado a un acuerdo. ¿Por qué te sigue preocupando tanto este tema?

– Porque si me voy, que es altamente probable gracias al Brexit, va a ser muy difícil que podamos continuar con nuestra relación –aclaró ella–. Ya de por sí ha sido bastante difícil mantener un balance entre mis ocupaciones y tus partidos, imagina lo pesado que se pondrá cuando me vaya.

– Ya estás dando por hecho que te irás y todavía no lo sabes –señaló Sho y frunció el ceño–. ¿Y qué tiene que ver el Brexit en esto?

– Que cuando entre en vigor, tendré que irme de Alemania –aseguró Nela.

– No es una obligación, puedes pedir un permiso de residencia –contradijo él–. No serías ni la primera ni la última en hacerlo y dudo mucho que todos los británicos salgan corriendo hacia su país de origen cuando el Brexit se vuelva una realidad. ¿No será que más bien estás buscando un pretexto para terminar conmigo y que no siga interponiéndome en tus metas?

– ¿Qué? ¡Por supuesto que no! –se indignó la joven–. ¡No empieces con eso, no soy Genzo Wakabayashi!

– Ese pobre idiota cometió un error grande y ahora lo usan de ejemplo –señaló Sho, burlón–. No eres él, pero actúas de una manera similar. Si quieres que terminemos, dímelo directamente y deja de poner pretextos tontos como el Brexit.

– Eres un idiota –farfulló Nela, muy enojada.

Le dio tanta rabia que se puso en pie y dejó a Sho solo en el sillón. El departamento del joven tenía un pequeño balcón al cual ella salió para respirar aire fresco; gracias a su temperamento, nunca se le pasó por la mente el irse tras dar un portazo (como seguramente habrían hecho Elieth o Débora), pero sí necesitaba calmarse. Tras lo que pudieron ser cinco minutos o cinco siglos de estar contemplando la nada (en realidad habían sido menos de diez minutos), Nela sintió, más que escuchar, que Shunko abría la puerta del balcón y se paraba a un lado suyo.

– No quiero pelear contigo ni acelerar algo que no quiero que suceda –comentó Sho, con tranquilidad–. No quiero tomarme las cosas a mal, pero el que menciones el Brexit como una justificación real me hace sentir que estás planeando sacarme pronto de tu vida. Entiendo que me cambies por una maestría pero, ¿hacerlo por la peor decisión política y económica que ha tomado Gran Bretaña en los últimos años? No, no lo acepto.

– Es precisamente todo lo contrario. –La indignación de Nela incrementaba su acento británico–. No quiero que salgas de mi vida y por eso estoy preguntándote qué se te ocurre que podamos hacer para evitarlo. No quiero vivir de llamadas a larga distancia ni de conversaciones de WhatsApp o charlas por Skype, no sé de verdad cómo es que Lily lo soporta.

– Tal vez porque ella desde un inicio supo que su relación iba a ser así –explicó Shunko, al tiempo en que se recargaba en el barandal de metal–. Con nosotros no era ni siquiera una posibilidad remota, por eso nos cuesta más trabajo el hacerse a la idea.

– Sí, puede ser… –musitó Nela, sin saber qué más decir.

– Me preguntas qué se me ocurre que podamos hacer y la verdad es que no lo sé –confesó el joven–. No había querido pensar en ello, iba a dejar que las cosas siguieran su curso y maldecir después cuando llegara la fecha límite.

– No me sorprende. –Nela no pudo evitar sonreír–. Eso es propio de ti.

– Ya me conoces. –Sho le guiñó el ojo, se puso serio y después añadió, con la cara que pone alguien que ha tenido una idea brillante–: ¡Lo tengo! Cásate conmigo, ¡así te daré la nacionalidad y no tendrás que irte ni buscar un permiso de residencia!

– ¿Estás loco? –Nela se echó a reír–. ¡Eso no va a funcionar!

– ¿Por qué no? –cuestionó él–. Miles de personas lo hacen en todas partes, ¿por qué no nos serviría a nosotros?

– ¡Porque eres chino, no alemán, tonto! –farfulló ella, entre risas; se rio tanto que el estómago comenzó a dolerle–. ¡Para que eso funcione tú ya deberías de tener la nacionalidad alemana y estás aquí con un permiso de residencia!

– Ah, lo notaste –sonrió Shunko, con malicia–. Pensé que jamás advertirías el detalle de que yo también estoy fuera de mi país y que, si yo puedo seguir aquí pues tú también podrás, sólo es cuestión de que lo quieras.

– Siempre y cuando no me acepten en Oxford o en Cambridge –replicó la joven, sin dejarse atrapar.

– Sí, lo sé –reconoció Sho y la abrazó–. Hay que aceptar la realidad, Nela: por más que hablemos de ello e intentemos buscar una solución, sencillamente no la hay, o no hay ninguna que no resulte complicada. Ya veremos qué pasa cuando llegue el momento.

– Supongo que tienes razón –suspiró Nela–. Me dejé influenciar mucho por lo que sucedió entre Wakabayashi y Lily pues, como bien dijiste, ya habíamos hablado de esto y habíamos llegado a un acuerdo, pero no pude evitar sentir que tú y yo estamos en riesgo de pasar por lo mismo que están pasando ellos.

– Es normal que te hayas sentido afectada por eso –dijo él–. Yo también lo resentí porque en cierto modo me sentí identificado cuando Lily lo contó, aunque pensé que serías tú la que diría que "nunca me va a olvidar".

– Yo no soy tan idiota –replicó Nela, dándole un pequeño golpecito en el pecho–. No tanto, al menos buscaría ser menos insensible.

Sho hizo un gesto pensativo, como si dudara en decir lo que acababa de ocurrírsele. Al final soltó lo que pasaba por su mente, aunque no parecía estar muy seguro de lo que decía.

– Podría irme a jugar a la Premier League –soltó de manera inesperada, haciendo referencia a la liga de fútbol inglesa–. El Manchester United o el Liverpool podrían ser una buena opción, incluso el Chelsea.

– ¿Estás de broma? –Nela se separó de él–. ¿Por qué dejarías la Bundesliga para jugar en la Premier League?

– Si tanto te preocupa lo que pueda suceder cuando te vayas a hacer la maestría, es porque piensas en nosotros a largo plazo. –Sho se encogió de hombros–. No me molestaría probar suerte en otra liga europea.

– No creo que ésa sea la mejor solución, Junguang –negó Nela, enérgica–. Queda claro que si yo no voy a renunciar a mis sueños, tú no tienes por qué hacerlo con los tuyos.

– Pero a diferencia de Schneider o de Wakabayashi, yo no soy tan intenso con eso de pertenecer a un club –replicó Shunko–. Yo deseaba jugar en Europa, salir de China y calarme a nivel mundial, pero eso lo puedo hacer en cualquier equipo de las cinco grandes ligas europeas, no sólo en la Bundesliga. Le debo muchísimo al Bayern y a los Schneider por haber confiado en mí, ahora mismo tienen mi lealtad, pero no estoy casado con ellos.

– Okey, puedo entender eso –dijo Nela, tras analizar sus palabras a detalle–. Pero creo que si piensas cambiar de equipo a uno inglés, será porque tienes una mejor oferta o porque sientes que puedes mejorar en él, no porque yo vaya a estar en Inglaterra; además, no estaríamos viviendo en la misma ciudad de cualquier manera si tus posibles opciones son el Manchester United, el Liverpool o el Chelsea. Me emociona que consideres esta opción, pero no creo que sea la más adecuada.

– Tal vez no, pero tampoco es la peor. –Sho se rascó la nariz.

Duke comenzó a arañar la puerta del balcón, que Sho había cerrado al salir, lo cual interrumpió la conversación de sus dueños. Nela fue hacia allá para tomar al minino en brazos y sacarlo al balcón, con lo cual ella y Sho cambiaron de tema hacia cosas más triviales.

Quedaban al menos cuatro semanas para que Nela recibiera respuesta a sus solicitudes y el Brexit no sería una realidad en por lo menos un par de años. Así pues, el asunto debía quedar en pausa, ya que de cualquier manera no tenía caso seguir hablando de algo en lo que todavía no podían ponerse de acuerdo en su totalidad.

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Stuttgart.

Tras meses de acoso periodístico, estrés mediático y difamaciones, las cosas comenzaban a tranquilizarse un poco. El Bayern Múnich seguía con su racha ganadora y se perfilaba para volver a ganar la Bundesliga y la DFB-Pokal. Una vez que el Hamburgo fue totalmente neutralizado y desmoralizado con la partida de Genzo Wakabayashi y la goleada que le propinó el Bayern en la DFB-Pokal, los otros rivales de peligro para tratar de arrebatarle la primera posición al equipo muniqués en la tabla general eran el Borussia Dortmund, cuya estrella en ascenso, Schweil Teigerbran, podría representar un problema, y el Stuttgart, en donde militaba Dïeter Müller, el ya conocido portero que había sustituido a Oliver Han en el amistoso entre Alemania y Japón, ocurrido tiempo atrás.

La mayoría de los aficionados alemanes esperaban el encuentro entre el Bayern y el Stuttgart debido a que Müller era el otro guardameta que podría detener los disparos de Schneider, pues era conocido que su nivel era tan alto como el de Genzo Wakabayashi y el de Gino Hernández. Además, era poco común que Schneider se enfrentara a Müller pues ambos eran dos de los pilares más fuertes de la Selección Sub-21 de Alemania, así que verlos confrontados era un espectáculo que los aficionados de ambos equipos ansiaba ver (y también lo esperaban algunos de los que no eran fans de ninguno de los dos clubes). Sin embargo, a pesar de que Müller era un buen portero, pocos creían que la tercia juvenil del Bayern llegara a realizar un Rugido del Dragón contra él, quizás porque esta técnica fue planeada para vencer a un portero específico, Genzo Wakabayashi, y Müller tenía un estilo de juego muy diferente al del japonés.

Müller, por su lado, estaba confiado en que podría detener con eficacia los ataques del Bayern Múnich, llevaba mucho tiempo esperando ese encuentro y había analizado a detalle los movimientos de sus oponentes. Los expertos deportivos, sin embargo, no estaban tan convencidos de esto: los más optimistas creían que él quizás sería capaz de detener a Schneider, pues era al que conocía mejor gracias a su labor compartida en la Selección, más no pensaban lo mismo con respecto a Levin y a Sho, ya ni hablar de los jugadores más veteranos que conformaban el resto de la alineación del equipo muniqués (y que, para fines de este fic, no interesan). Además, el Stuttgart no contaba con un delantero capaz de crear una jugada de riesgo para la sólida defensa del Bayern Múnich, así que, aunque Müller consiguiera mantener su portería en ceros, el Stuttgart no lograría embolsarse los tres valiosos puntos, a lo más conseguiría un empate que, aunque no fuese un mal resultado, no le bastaría para arrebatarle al Bayern la primera posición. La única ventaja real con la que contaba el Stuttgart era que jugarían en casa, pero el entrenador no se basaba en eso para arrancarle una victoria a los muniqueses.

– Aunque el Stuttgart no sea un equipo particularmente fuerte, no debemos confiarnos con él –dijo Rudy Frank a su alineación–. Aunque no cuenten con un delantero o mediocampista de renombre, han logrado mantenerse dentro de los primeros puestos de la clasificación general, lo que indica que han estado haciendo un buen trabajo.

– Sobre todo no hay que subestimar a Müller –añadió Karl–. Es un portero con una defensa muy sólida, prácticamente no tiene puntos débiles y a él no se le puede vencer con la táctica de disparar una y otra vez contra su portería esperando a que se canse.

– Supongo que una combinación de pases tampoco será muy efectiva contra él –señaló Sho, pensativo–. De ahí que no nos sea de mucha utilidad el Rugido del Dragón.

– Exacto –señaló Rudy Frank–. Por eso es que deben apegarse a la estrategia que hemos estudiado a conciencia, la cual está basada en los pocos puntos débiles conocidos de Müller. Por otro lado, la defensa deberá estar al pendiente de cualquier descolgada que haga alguno de los jugadores del Stuttgart y tomar a cualquiera como un potencial peligro.

– Al menos sabemos que Müller no es de los que bajan a atacar –añadió Levin–. Con Wakabayashi nos tuvimos que enfrentar a este problema, pero el que Müller sea tan alto y pesado lo hace menos rápido y eso disminuye las posibilidades de éxito en un ataque iniciado por él.

– Además de que no es su estilo dejar su portería sola –acordó Schneider.

– Bien, ya sabemos a qué atenernos –concluyó Rudy Frank, dando un par de palmadas–. Mantengan la mente concentrada en el campo de juego.

– ¿Podemos contar con que la señorita Shanks no haga una intrusión sorpresa en el campo hoy? –le preguntó Sho a Schneider, con sorna.

– ¿Cuándo vas a dejar de hacer este chiste? –bufó Karl, molesto–. ¡Lo has dicho antes de cada partido desde que ocurrió ese evento!

– Nunca: es la mar de divertido –contestó Sho, mientras Stefan soltaba una risita burlona.

Los jugadores salieron al Mercedes-Benz Arena, hogar del VfB Stuttgart, y fueron recibidos por una oleada de banderines de color blanco con detalles en rojo, características del equipo local. En una tribuna muy bien definida ondeaban las banderas rojas del Bayern Múnich, aunque en una menor proporción. Esto, sin embargo, no les afectaba a los visitantes, quienes estaban más que acostumbrados a jugar en cualquier situación y localidad.

Como una muestra de la amistad que los unía, Müller se acercó a Schneider para darle un apretón de manos, que Karl se lo regresó de buena fe.

– Tengamos un buen partido, Schneider –pidió Müller–. Espero que me lances varios de tus Fire Shots.

– Lo haré –asintió Karl–. Agradezco que no hayas dicho la clásica frase cliché de "te venceré".

– Porque no es necesario decírtela: es seguro que lo haré. –Müller esbozó una sonrisa de confianza.

– Sí, claro. –Schneider esbozó una sonrisa burlona.

La plática entre ambos alemanes no fue escuchada más que por ellos mismos, pero la escena de su apretón de manos sería reproducida por Elieth Shanks a todo color en la edición de Sport Heute, en la que señalaría que, si bien Müller y Schneider cambiaban sus papeles de aliados a rivales de manera constante debido a los equipos en los que jugaban, era más que evidente que se respetaban el uno al otro y que estaban conscientes de las habilidades que cada uno poseía. "Es quizás debido a esto que se complementan tan bien a nivel nacional, aunque no hay que negar que siempre es un espectáculo verlos enfrentarse", concluiría Elieth.

Una vez que ambos equipos estuvieron en sus posiciones, el árbitro dio comienzo al encuentro, con el Bayern Múnich teniendo el privilegio de mover el esférico. La técnica empleada por Rudy Frank era sencilla: hacer llegadas constantes a la espera de encontrar una oportunidad adecuada. Esto evitaría que hubiera un festival de goles, pero a final de cuentas bastaría con anotar uno más que el rival para llevarse la victoria, además de que había que estar conscientes de que no a todos los porteros se les podría golear. Como era de esperarse, la primera mitad fue dispareja, pues mientras que el Bayern tuvo muchas llegadas importantes, el Stuttgart apenas y pudo conseguir pasar de la media cancha en un par de ocasiones. Aún así, Rudy Frank sabía que cualquier descuido podría ser aprovechado por el rival, por lo que animaba a su defensa a no dejar espacios.

– Jugar de esta manera es desesperante –comentó Sho, la cuarta vez que Müller le detuvo un tiro–. Pero tengo que admitir que ese gigante de allá es un buen guardameta.

– No desesperes –le aconsejó Levin–. En algún momento encontraremos una oportunidad.

Sin embargo, el medio tiempo llegó con el marcador en ceros, lo cual no hacía más que atizar a los aficionados del Stuttgart. Para ellos un empate no bastaba, pero haber contenido al Bayern durante tanto tiempo era una buena señal. El único otro equipo que había logrado un mejor resultado que ellos era el Hamburgo de Wakabayashi, quien además ya había conseguido anotarles un gol a los muniqueses para la primera mitad.

– Pensé que sería más complicado detener a Sho y a Levin –señaló Müller, mientras abandonaba el campo para ir a los vestidores–. No ha sido tan complicado como esperaba.

Sho, que escuchó esto, estuvo a punto de lanzarle un balonazo al alemán, pero Stefan se lo impidió.

– Vamos, que habitualmente soy yo el que tiene ganas de destrozar porteros con sus disparos –dijo el sueco–. Controla tus impulsos.

– Yo también solía romper manos de guardametas incautos –suspiró Shunko–. ¡Qué buenos tiempos aquellos!

– Ustedes se pasan de idiotas –refunfuñó Lily, al darse cuenta de que ellos estaban hablando de Genzo, lo que hizo que los otros dos se rieran a carcajadas.

En el segundo tiempo el Bayern cambió ligeramente de táctica; gracias a la insistente petición de Sho, el entrenador Schneider al fin cedió y permitió que el chino atacara cuanto quisiera, siempre y cuando Levin estuviera cerca para recuperar el balón y evitar un contragolpe letal. Schneider permanecería en la posición previamente establecida, como un balance entre el par de desesperados y el resto del equipo. Rudy Frank tenía que esto pudiese resultar contraproducente, pero al final la audacia del chino rindió sus frutos: al realizar un potente disparo contra la esquina superior izquierda en un ángulo muy cerrado, Müller fue incapaz de atrapar el balón y se tuvo que conformar con despejarlo con el puño. Levin, que estaba a la expectativa, recuperó el esférico con un cabezazo y con el mismo impulso se lo envió a Schneider, quien se había acercado a toda velocidad por el flanco opuesto. El alemán tomó desprevenido a Müller, el cual no pudo evitar que el tiro de Schneider golpeara a toda velocidad las redes de su portería.

– ¡SÍ! –gritó Rudy Frank, mientras Karl elevaba su puño al cielo–. ¡Bien hecho, Schneider!

– ¡El Bayern Múnich se pone a la cabeza con el primer gol del partido! –exclamó el comentarista del estadio–. Gran tragedia para nuestro equipo, ¡pero conseguiremos darle la vuelta a este marcador!

¡Súper Bayern, súper Bayern, hey, hey! –gritaron los fans del club muniqués que habían acudido al Mercedes-Benz Arena.

– Un gol es más que suficiente –les dijo Karl a Sho y a Levin, tras haberlos felicitado por su perseverancia–. Pero si es posible, tenemos que anotar otro.

– Lo haremos –aseguró Sho–. Ya le encontré el modo a este portero.

Sin embargo, a pesar de su buena determinación, los jóvenes no pudieron encontrar otra oportunidad tan pronto como hubieran querido. El Stuttgart dejó abrir su defensa tras el primer tanto, pero Müller cerró su meta y no permitió que volvieran a tomarlo con la guardia baja. Sho intentó repetir la misma estrategia, pues estaba consciente de que rara vez se le puede engañar a un portero dos veces con la misma técnica, mucho menos en el mismo partido, así que no se sorprendía tanto cuando Müller conseguía detener sus intentos.

– Estamos en el minuto 85 y el marcador continúa igual, con un gol a favor del Bayern Múnich –comentó el narrador–. El Stuttgart intenta emparejar el resultado, pero sus esfuerzos han sido inútiles hasta el momento y estamos siendo testigos de cómo lentamente se le escapa el punto del empate en casa.

Rudy Frank echaba vistazos inquietos hacia su reloj de pulsera, contando los minutos que faltaban para que terminara el juego. Habitualmente no le gustaba conformarse con un resultado tan pobre, pero con Dieter Müller en la portería iba a ser poco probable que se pudieran anotar más goles en tan poco tiempo. Además, si el equipo se confiaba o perdía la cabeza buscando un segundo tanto, corrían el riesgo de obtener un empate.

– Todavía me quedan unos cuantos minutos –masculló Sho, cuando Müller detuvo su milésimo intento de anotar–. No dejaré de presionar hasta el final.

– Nadie va a negar que, cuando quieres, puedes llegar a ser muy terco –replicó Schneider, con una sonrisa torcida.

El chino se lo había tomado ya como algo personal. Faltaban dos minutos para el silbatazo final cuando Müller, agotado por las presiones de Sho, dejó escapar un balón en el área. Un defensa del Stuttgart se apresuró a desviarlo con un despeje largo, pero Schneider lo interceptó en el aire y lo envió de nuevo al área chica, en donde Levin lo recuperó con mucha maestría. El reloj continuaba con su avance inexorable y los defensas del Stuttgart se acercaban al invasor a toda velocidad con la finalidad de detener sus acciones. Levin pronto se vio cercado y el cansancio le taladró los músculos de las piernas.

"Podría dejar esto así", pensó Stefan. "Ya tenemos lo suficiente para ganar".

Pero con el rabillo del ojo vio a Sho, quien le hizo señales para que le enviara el balón. Y Levin se dio cuenta entonces de que no podía darse por vencido, se lo debía a su amigo.

"Se ha esforzado tanto que se lo debo", se dijo el sueco, al tiempo en que disparaba el esférico hacia su compañero. "¡Aprovéchalo bien!".

Müller se acercó a toda velocidad hacia Sho para tratar de atrapar el balón o por lo menos para despejarlo. Shunko sabía que tenía las de perder, pues Müller era más alto y pesado que él, además de que no era un portero cualquiera al que se le pudiera engañar fácilmente. Sin embargo, su cuerpo actuó por sí solo y saltó lo más alto que pudo para ganarle al guardameta en su propio juego.

– ¡No puedes anotarme con una técnica tan simple! –exclamó Müller, estirando su brazo lo más que pudo para atajar la pelota.

Pero la diosa de la Victoria, esa caprichosa diosa, le sonrió a Sho al permitir que el balón llegara directamente a su cabeza; sin pensarlo dos veces, él lo empujó hacia el suelo, en donde rebotó en un extraño ángulo y entró en la portería. El árbitro pitó la validez del gol, lo cual puso eufóricos a los del Bayern y deprimió a los del Stuttgart. Con excepción del portero y de Schneider, todos a uno se lanzaron a festejar con Sho, quien estaba eufórico por haber conseguido vencer a Dieter Müller. Dos minutos después, el réferi silbó el final del juego y el Bayern se embolsaba así los tres codiciados puntos con un marcador de dos goles por cero.

– ¡Bien hecho, Sho! –exclamó Shiken, muy feliz–. ¡En algún momento tendría que servirnos de algo que seas tan terco!

– No sé si lo tuyo fue técnica o golpe de suerte –comentó Schneider–. A mí no se me hubiera ocurrido hacer rebotar el balón contra el pasto.

– No fue suerte, fue mi increíble habilidad y perseverancia –replicó Sho, con una sonrisa petulante.

Levin le dio un golpe en la cabeza para bajarle los humos y los demás se echaron a reír, bajo los cánticos de la porra del Bayern que había viajado hasta Stuttgart para ver jugar a los suyos. Antes de abandonar el campo de juego, Dieter Müller se acercó a Sho con la orgullosa y teutona cabeza en alto.

– Bien jugado. –El alemán le ofreció una mano al chino–. Tengo que admitir que eres mejor de lo que pensé.

– Lo mismo digo –respondió Shunko, estrechando la mano del otro–. No fue fácil vencerte.

– No perderé a la próxima, Schneider –dijo entonces Müller, tras dirigirse a su compañero de Selección–. Y les arrebataremos el trofeo de la Bundesliga.

Karl asintió con la cabeza y Müller se retiró bajo los aplausos de los aficionados, quienes a pesar de todo tuvieron que reconocer que su equipo hizo lo que pudo contra el que seguía siendo el mejor club de Alemania. Al menos no los golearon como al Hamburgo, lo cual ya era una gran diferencia. Los del Bayern iban cansados pero satisfechos, se habían anotado otra victoria en casa ajena y su deseo de conquistar la Bundesliga estaba cada vez más cerca.

Al volver a los vestuarios, Schneider se dio cuenta, con sorpresa, de que había recibido un correo electrónico de su abogado, Otto Heffner. El hombre comenzaba con una disculpa por enviar un correo a una hora en la que sabía que estaba ocupado, pero había recibido excelentes noticias y quería comunicárselas cuanto antes: la Paulaner había capitulado y buscaba la manera de llegar a un acuerdo con Schneider para evitar una demanda. Evidentemente, alguien dentro de su equipo de abogados le dijo a la directiva que llevaba las de perder, por lo que ahora se buscaba la manera de evitar que el daño fuese irreparable. Si bien Karl había expresado que quería llevar adelante la demanda hasta sus últimas consecuencias, Otto le sugería que aceptara reunirse con los de la Paulaner para saber qué ofrecían y cuáles eran sus condiciones.

"Al fin y al cabo, eres un jugador en activo y no sería tan conveniente que a tu corta edad se te relacione con tantas demandas, aún cuando estás en tu derecho", decía el abogado. "Sobre todo si piensas continuar jugando con el Bayern durante la mayor parte de tu carrera futbolística. Además, se verá que tienes disposición y que no haces esto por fama o por dinero".

"Sería absurdo que creyeran que hago esto por fama o por dinero", pensó Schneider, mientras esbozaba una sonrisa torcida. "Aunque no me sorprendería que hubiese alguien que sí lo pensara".

Así mismo, Heffner le informó a Karl que la demanda contra Blind y su reportero de cuarta tomaría más tiempo en resolverse, pues el periódico no estaba en condiciones de ofrecerle un arreglo a nadie y la justicia alemana podía ser algo lenta en esas cuestiones (como en cualquier país, es una de las cosas que apestan en todas partes). Así pues, había que armarse de paciencia, como siempre debe hacerse en estos casos.

Karl decidió que respondería al correo al día siguiente, cuando ya estuviese descansado y con la mente despejada. Él también creía que lo mejor sería hablar con los directivos de la Paulaner para averiguar qué planeaban; si bien llegó a estar muy molesto y en aquellos momentos sólo quería llevar el asunto hasta sus últimas consecuencias, con el tiempo el enojo se le fue pasando y ahora estaba consciente de que debía ser más prudente, no por la Paulaner sino por él mismo. Además, ya había sentado un precedente y había enviado su mensaje al mundo del fútbol, ahora podía calmarse un poco y aceptar que los de la cervecera le ofrecieran una forma tranquila de resolver la situación. Sin embargo, con respecto a Blind y a Gunther Schäfer, Karl no quitaría el dedo del renglón: la primera cometió el error de meterse con sus amigos y el segundo lastimó a su hermana, así que con ellos no tendría consideración.

Por otro lado, la entrevista conjunta que tuvieron Karl y Elieth para declarar que eran pareja seguía siendo muy comentada y criticada a partes iguales en todas las redes sociales en las que apareció e incluso en algunos canales de televisión. La mayoría de las personas coincidía en que ese asunto no era más que una trama de telenovela, pero precisamente a eso se debía su éxito: no hay cosa que guste más a la población que un buen chisme cursi de pareja. Elieth comenzó a ser conocida como "die Kaiserin", es decir, "La Emperatriz" en alemán, así como a Karl se le conocía como "der (junge) Kaiser", o en palabras que se entiendan: "El (Joven) Emperador"; habían pasado ya varios meses desde aquella vez en la que Sho se burló de Elieth al usar este mote y al parecer al chino no le pareció que fuese indiscreción el repetirlo delante de algún reportero, al cual le gustó la idea y la propagó de inmediato. A Elieth le incomodaba ligeramente que la gente se refiriera a ella de esta manera, pero Karl íntimamente se sentía muy satisfecho con el asunto: ahora no quedaba duda de que ellos eran una pareja establecida. Y Schweil Teigerbran tendría que resignarse a ello.

– Bien, es hora de irnos –anunció Rudy Frank, tras ser el último que subió al autobús del equipo que los llevaría de regreso al hotel.

Karl, que llevaba ya rato sentado, aprovechaba esos momentos para hablar con Elieth y decirle que ansiaba verla pronto. Si bien sabía que ella había hecho el viaje hasta Stuttgart, no tendría oportunidad de verla sino hasta que ambos estuvieran de regreso en Múnich, no sólo por comodidad sino porque habían decidido que serían lo más discretos posible con respecto a su relación: tras lo que hizo Elieth, que era del conocimiento público, ellos necesitaban dejar descansar a su buena suerte y no tentar más al destino.

"Que duermas bien, mi Emperador", le respondió Elieth, cuando Karl le dijo que estaban por partir.

"Todavía no he llegado al hotel y todavía es temprano", replicó Karl, mientras el autobús encendía los motores.

"Oh, pero necesitas descansar, que cuando volvamos a Múnich vamos a aprovechar bien el tiempo", replicó la reportera, tras lo cual le envió una carita pervertida.

Schneider sonrió de oreja a oreja. Definitivamente le gustaba el cambio que había tenido Elieth en su comportamiento desde que le habían anunciado al mundo que eran pareja.

Contrario a lo que muchos expertos en chismología proclamaban, Hedy Lims seguía sin dar señales de vida. Lo irónico de su asunto es que por fin estaba consiguiendo la atención que tanto deseaba, aunque la obtuvo de la manera errónea: antes a nadie le importaba su existencia y ahora la gente estaba a la espera de ver qué otra rabieta hacía. Quizás era por esto por lo que la modelo no aparecía en lugares públicos, aunque esto amenazaba con cobrarle factura: la Paulaner inició un casting para buscar a una nueva modelo que fuese la cara de sus productos, y si bien se dijo oficialmente que esto era algo que "ya tenían contemplado desde hace tiempo", extraoficialmente todo parecía indicar que la cervecera buscaba desesperadamente zafarse de la presencia de la Lims a como diera lugar. Y realmente no había motivos para creer que no lo harían, dado que, si los directivos querían volver a congraciarse con el Bayern y con el Káiser de Alemania, lo primero que debían hacer era sacar a Hedy de sus filas.

Sin embargo, el propio Schneider dudaba mucho que Hedy volviera a aparecer o, si lo hacía, no lo haría para molestarlo a él ni a Elieth. Él confiaba en que ella hubiese aprendido la lección, aunque siendo honestos con esa mujer no había nada asegurado.

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Tokio.

Era de madrugada y Genzo había tenido un sueño inquietante que no podía recordar. Se levantó de su cama y se sirvió un vaso con agua, pues sentía la garganta reseca. A través de las cortinas se colaban las luces del exterior, las cuales opacaban la media luna que se erguía en el cielo. Mientras consumía el agua a traguitos, Wakabayashi consiguió acordarse de que el sueño había estado relacionado con Lily, aunque no podía rememorar exactamente qué sucedió en él, sólo estaba seguro de que no había sido algo positivo. Seguramente eso se debía a que estaban distanciados, pero quizás obedecía a un hecho que él no había querido admitir abiertamente: la extraña horriblemente. No era ésa la primera vez que estaban separados, pero sí la primera en donde la comunicación no había sido constante y eso estaba afectándole a Genzo más de lo que creyó.

"No estaba consciente de lo mucho que te metiste en mi vida, doctora, hasta ahora que casi no estás ya en ella", pensó Wakabayashi, al tiempo en que volvía a sentarse en la cama y tomaba su teléfono celular. Según su reloj y los cálculos horarios, debían ser alrededor de las siete de la noche en Múnich así que el portero no dudó en enviarle un mensaje a Lily, sin detenerse a pensar en cómo se lo tomaría ella.

"Te extraño, doctora".

Genzo no esperaba una respuesta pronta, es más, estaba seguro de que Lily no contestaría, pero no pasaron ni cinco minutos antes de que recibiera un mensaje de ella.

"Yo también", había escrito Lily.

Era increíble cómo un mensaje tan simple podía causarle a Genzo tanta tranquilidad y, sí, también felicidad.