Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
73. Acontecimientos inesperados
—…y eso sería todo, señor Vaisey—concluyó el hombre de los Moose Jaw Meteorites con una sonrisa profesional.
Bruce asintió, distraído. Había accedido a reunirse con el agente del equipo canadiense simplemente por curiosidad, porque los Meteorites ya habían mostrado interés por él el año pasado. Le ofrecían un montón de ventajas, como un exclusivo piso en el centro de la ciudad, dos elfos domésticos para sí solo, un sueldo que casi duplicaba el actual, la promesa de que sería titular en todos los partidos importantes, un agente que se encargara de organizar sus citas y quién sabe cuántas cosas más. Pero sabía que los Meteorites iban cuartos en su Liga y no tenían posibilidades ni de estar en el TIAQ al año siguiente, por lo que no tenía ningún interés en ellos. Pero como debía reunirse de vez en cuando con algún equipo para no dar la impresión de ser inalcanzable, ahí estaba, aunque por nada del mundo se iría ahora a un equipo con menos visibilidad que los Warriors. Era justo lo contrario de lo que buscaba, si quería regresar a Europa.
Así que Bruce le dio las gracias, inventó algunas excusas, escuchó algunas sugerencias más del hombre y se despidió educadamente, desapareciéndose sin ni siquiera salir del restaurante donde se habían reunido para evitar a la prensa que inevitablemente esperaba fuera.
Cuando entró en su casa descubrió a Danny en el sofá, leyendo una revista con la radio sonando de fondo. Era habitual ya que Danny estuviera en su casa incluso cuando no estaba él. Ni siquiera lo habían hablado, pero había ropa de Danny en su armario, para aquellas mañanas en las que no tenía ganas de irse a vestir a su piso, y hasta tenía un cepillo de dientes en el baño. La mayor parte del tiempo no le molestaba: claro que le gustaba estar con Danny, por eso eran pareja. Pero a veces… simplemente tenía ganas de estar solo, y aquella casa era claramente para una persona; no había espacio para estar a solas. En tardes como aquella, en la que se había pasado una larga hora hablando con un desconocido que intentaba convencerle con ofertas maravillosas y palabras bonitas, tenía ganas de un poco de soledad y silencio.
Pero Danny, que parecía no sentir lo mismo, le miró sonriente y preguntó:
—¿Qué tal te ha ido?
Bruce se dejó caer a su lado, bufando.
—Igual que las otras. Me ha contado muchas cosas que no me interesaban, me he aburrido y ha intentado retenerme cuando he dicho que no.
—Tienes pinta de haber sufrido mucho—se rio ella.
Asintió con la cabeza.
—Creo que voy a echarme un rato en la cama.
—¿Te apetece hacer algo?
—No, estoy cansado—respondió él.
—Vale, yo me quedaré por aquí—dijo ella, dándole un rápido beso—. Y por cierto, tienes correo. De tu amigo Jason y un par de equipos de quidditch, pero no me suenan sus escudos. Y creo que a tu cucaburra no le caigo muy bien, porque ha intentado morderme.
—Tienes que esperar a que acabe de comer antes de intentar quitarle las cartas—le recordó Bruce.
Se levantó del sofá con otro bufido, recogió las cartas de al lado de la repisa de la ventana y se dirigió hacia el piso de arriba, repasando los sobres distraídamente. El de Jason era bastante grueso; sabía que los Minotaurs estaban luchando encarnizadamente por la primera posición de la Liga, y en su primer año como capitán y con solo tres partidos por delante, Jason debía estar de los nervios (y por otra parte, Bruce llevaba semanas esperando que en cualquier momento le dijera que iba a mudarse fuera de Nueva York con Lily).
La siguiente carta era de un equipo que no reconocía, con un escudo verde claro y algo que parecía un cocodrilo estampado encima. Rasgó el envoltorio mientras entraba en su habitación, y ya echado de espaldas en la cama leyó las primeras líneas. Eran los Lagartos de Kempff, de Bolivia. Por supuesto, debería haberlos recordado: fue el primer partido de su vida en el TIAQ. Se sabía el nombre, pero el escudo… Bueno, no era culpa suya si su lagarto se parecía tanto a un cocodrilo. Tristemente para los Lagartos, Bruce no tenía ningún interés en mudarse a Bolivia.
Pero la tercera carta… En cuanto reconoció el escudo del sobre, el pulso se le aceleró de inmediato. Se incorporó en la cama de un salto, con el corazón latiéndole a mil por hora. No podía ser. Imposible.
Los dedos le temblaban mientras rompía el sello y sacaba con delicadeza el pergamino del interior, como si por tocarlo demasiado fuerte se fuera a convertir en humo.
"Estimado señor Bruce Vaisey,
Me complace enviarle esta carta en nombre del equipo al que represento, los Vratsa Vultures de Bulgaria, mostrándole nuestro más sincero interés en que considere incorporarse a nuestro equipo para la próxima temporada…"
Apenas podía seguir leyendo, mucho menos pensar. Los Vratsa Vultures. De Bulgaria. De Europa. Y no solo un simple equipo europeo, no; los malditos Vratsa Vultures, habituales ganadores de su Liga y una presencia casi constante en la Liga de Campeones de Europa. ¿Cómo demonios…? ¿Cómo se habían fijado en él? ¿Cómo le habían encontrado? Los Vultures eran conocidos por dar muchas oportunidades a jugadores jóvenes, que casi siempre acaban siendo brillantes (los rumores decían que los encargados de fichajes de los Vultures eran videntes, algo que nunca se había comprobado), pero aún y así… Bruce estaba demasiado lejos como para que los Vultures le prestaran atención. Como para que nadie en Europa le prestara atención sin haber ganado nada en una Liga importante como la australiana.
O eso había creído hasta ese momento.
Su primer impulso fue decir que sí de inmediato; de saltar de la cama y redactar su respuesta al instante. Era Europa. Eran los Vultures. No le iba a salir una oportunidad mejor.
Pero luego, una vocecita prudente en su cabeza le susurró que se lo tomara con calma. Que respirara hondo, que se tranquilizara. No podía decir directamente que sí. Tenía que acceder a la entrevista primero. Tenía que escuchar su oferta y sus condiciones. Y él también tenía muchas preguntas que hacerles, ¿verdad? No podía lanzarse al vacío solo porque fuera un equipo europeo…
Hasta hacía unos momentos, había tenido muy claro que no se iba a mover de los Warriors. ¿Por qué iba a hacerlo? Ni se le había pasado nunca por la cabeza que fuera a llegarle una oferta de Europa, y entre todas las demás posibilidades, no se le ocurría nada que fuera mejor que los Warriors. Le gustaba Australia, con la gente con su acento extraño, su desbocada emoción por el quidditch, el tiempo (por mucho que se quejara del calor), y hasta el surf, que estaba empezando a disfrutar. Y le gustaban sus compañeros, mayoritariamente; uno nunca se aburría con Rachel, la amistad de Kyle y Jane era de ensueño, de Marlene se podía aprender mucho si no se la escuchaba, Liam se estaba ganando su respeto poco a poco, Little Pete y el resto del equipo era increíble… y además, estaba Danny.
Oh, no. Danny. A Danny le había dicho que no se preocupara, que no pensaba irse a ningún lado. Que era imposible que llegara una oferta mejor que lo que tenía. Que no había nada mejor que estar en Australia, con los Warriors… con ella. ¿Cómo iba a decirle que eso había cambiado? ¿Cómo decirle que había aparecido una opción mejor? ¿Algo que quería más que estar con ella?
Ya había pasado por eso una vez. Cuatro años atrás. Con Eve. Había tenido que elegir entre una carrera en el quidditch o seguir al lado de ella. Había elegido el quidditch.
Ahora, la decisión era algo distinta. Por un lado, tenía seguir su sueño: ir a Europa, triunfar ahí, ser conocido, lo suficiente como para hacerse famoso, lo suficiente como para que la gente en Reino Unido le quisiera de vuelta, lo suficiente como para poder volver a casa. Era lo que siempre había deseado, triunfar en su hogar. Y por el otro lado… Podría quedarse en Australia. Ahí era parte de uno de los mejores equipos del mundo, era una estrella en un país que le quería y que a él le gustaba. Podría quedarse ahí, labrarse un nombre, triunfar, convertirse en una leyenda… y hacerlo al lado de una mujer increíble que le quería.
Un peso le oprimió el pecho. No quería tener que decidir. Era difícil. Demasiado difícil.
Y todavía más teniendo en cuenta que apenas quedaba una semana para el partido más importante de la temporada. El tercer partido contra los Thundelarra Thunderers. El partido del desempate. El partido que decidiría la Liga.
Su cabeza no estaba lista para aquello.
No le dijo nada a nadie sobre la oferta de los Vultures. Especialmente a Danny. ¿Cómo iba a decírselo? No se lo iba a tomar bien. Danny hablaba de ellos casi como si fueran uno, de las ganas que tenía de que se fueran de vacaciones, y de que ya era hora que conociera a sus padres, y muchas cosas así. Saber simplemente que estaba considerando irse, y romper con ella, le rompería el corazón. Y puede que fuera un cobarde, pero no quería hacer eso cuando el irse solo era una posibilidad. No sabía qué hacer con su vida… pero sabía que aún no podía contárselo a ella.
Así que había aceptado reunirse con el representante de los Vultures, pero no se lo había dicho a nadie aunque le hubiera gustado hacerlo. Pero, ¿a quién? Habría querido decírselo a Theodore, Tracey y Lily. Con sus tres puntos de vista diferentes se habría aclarado. Jason también le entendería. Amanda le aconsejaría. ¡Por Merlín, hasta habría aceptado una lista de pros y contras de Rud Harper! Pero todos estaban muy lejos, y no tenía en Australia ni un solo amigo fuera del equipo. Para cuando sus cartas hubieran llegado a Inglaterra y Estados Unidos y vuelto con una respuesta, podrían haber cambiado muchas cosas. Había considerado hablar con Rachel o Liam, y durante un buen rato estuvo seguro de que reunirse con Jill sería la mejor opción, pero lo acabó descartando todo; todos eran parte de los Warriors, y no quería que eso interfiriera. Por lo tanto, se había callado y había seguido con su vida con aparente normalidad. Y la normalidad implicaba la vuelta de Marlene.
Los primeros entrenamientos de Marlene tras la lesión demostraron que los dos meses de inactividad le habían pasado factura. Estaba más lenta y torpe de lo habitual, y por lo tanto, más enfadada si cabe. Pero eso pasó pronto. Marlene era un prodigio del quidditch, y menos de una semana más tarde ya había recuperado todo su talento y volvía a estar al cien por cien, lista para liderar al equipo y aplastar a cualquier rival que se atreviera a mirarla mal.
Y como era de esperar, un día al acabar el entrenamiento Pete llamó a Bruce y Marlene para tener una charla privada. Era viernes, y quedaban ocho días para jugar contra los Thunderers.
—Chicos, quería hablar con vosotros sobre vuestra posición en el equipo. El partido contra los Thunderers se acerca, y tenemos que tomar una decisión.
—¿Qué decisión hay que tomar? —preguntó Marlene con agresividad, frunciendo el ceño—Yo soy la líder. Es mi puesto. Ya estoy completamente recuperada y es mío. No voy a dar un paso atrás porque este…
—Para ahí, Marlene, antes de que digas algo de lo que luego te arrepientas—le cortó Pete en seco. Le dirigió una breve mirada a Bruce que pareció ser de disculpa, pero él ni se inmutó. Marlene le había dicho cosas peores—. Sí, en parte tienes razón. Estás recuperada y vas a volver a tu puesto original, pero no creas que ha sido una decisión tan fácil como lo pintas. Vaisey te ha suplido perfectamente todo este tiempo, ha tenido actuaciones memorables y la afición le quiere. Nos hemos estado pensando el mantenerle en el puesto de líder.
—Sí, claro, ¿y encima querrás que yo acepte órdenes de él? —replicó Marlene en tono desdeñoso.
Bruce resopló y se mordió la lengua para no hacer ningún comentario sarcástico.
—No, y por eso hemos tomado esta decisión finalmente, pero hay algo que quiero dejarte muy claro, Marlene, y Vaisey está aquí presente porque quiero que sepa esto—respondió Pete con seriedad—. La líder serás tú, Marlene, pero no tendrás el control completo del juego. Has visto lo que Vaisey puede hacer; no te has perdido un solo partido y no eres idiota. Sería muy contraproducente que no explotáramos sus habilidades, especialmente en los partidos que nos quedan. Por eso quiero que colabores con él y que confíes en él para dejarle innovar… y que ni se te ocurra sabotearle durante el juego para quedar tú mejor. Ten la completa seguridad de que si lo haces, me daré cuenta, y entonces me sería muy fácil apartarte del equipo.
—No te atreverías.
—Tengo a otro cazador líder que nos ha llevado a la final de la CITOQ y nos tiene en primera posición en la Liga—contestó Pete sencillamente, encogiéndose de hombros—. ¿Entendido?
Marlene les miró a los dos alternativamente con un visible enfado.
—Sí, entendido—masculló finalmente—. ¿Contentos?
Pete asintió con la cabeza.
—Bien. Vaisey, ya lo has oído. Sabes cuál es tu rol. Marlene, espero que recuerdes bien esta conversación. Esto es todo. Id a disfrutar el fin de semana, pero no salgáis mucho de casa y vigilad el correo. Puede haber elementos peligrosos de los fans de los Thunderers y no necesitamos ninguna lesión más.
Little Pete se despidió y se alejó de ellos en dirección contraria, dejando que Bruce y Marlene se fueran solos hacia los vestuarios.
—Que sepas, Vaisey, que eres bueno—le espetó Marlene cuando estuvieron a solas, mirándole fijamente—. Pero no tan bueno como te crees o ellos se creen. Nunca llegarás a ser como yo.
—No te preocupes por eso—respondió él ácidamente—. No quiero ser como tú.
Una vez más, ese fin de semana Danny le sugirió que la acompañara a comer con su familia. Le caerían muy bien, les había hablado muy bien de él y además su abuela cocinaba estupendamente, por lo que según ella sería una buena forma de desconectar del quidditch y relajarse un poco. La opinión de Bruce era la contraria; creía que conocer a la familia de su novia iba a ser un evento más estresante que relajante, y no necesitaba eso precisamente en aquel momento de su vida. Le aseguró a Danny que estaría dispuesto a conocerles en cuanto se acabara la temporada y todo estuviera más tranquilo, pero Danny se marchó molesta y Bruce no podía culparla. Sabía lo importante que era para ella que conociera a sus padres y la ilusión que le hacía, y sabía que ya llevaba muchos meses retrasándolo… Pero no se veía con fuerzas para hacerlo.
Además, era el cumpleaños de Eve. Y por mucho que intentara evitarlo y no pensar en ello, le había invadido la misma extraña melancolía de cada año, que le hacía lamentar no estar a su lado para celebrar ese día con ella. ¿Qué estaría haciendo? Probablemente algo romántico con Dean Thomas, si todavía seguían juntos. Tal vez algo con su familia. Puede que hasta le hubiera presentado a Thomas a su familia y estuviera haciendo algo con todos juntos. O tal vez lo estaría celebrando con sus mejores amigas. ¿Qué debía estar haciendo Vicky Frobisher con su vida? ¿Seguiría en el mismo puesto en el Ministerio y saliendo con el mismo chico de Ravenclaw? ¿Y cómo estaría Ginny Weasley? ¿Debía llevar seis, siete meses de embarazo ya? Qué raro se le hacía pensar en Weasley con un bebé…
Y ahí estaba Bruce, a miles de quilómetros de distancia, sin saber nada y sin poder saber nada, más ausente de lo habitual. Pensando qué decisión tomar.
Al final escribió una carta. Pero no a Eve, ni a sus amigas, ni a ninguno de sus amigos. Esa carta no iba a tener nada que ver con su cumpleaños. Pero había olvidado que había una persona con quien tenía que hablar sobre sus decisiones en el quidditch.
Llegó el sábado del decisivo partido contra los Thundelarra Thunderers sin que nadie del equipo sufriera ni lesiones ni ataques de los aficionados rivales. Todo estaba bien. Todo estaba a punto para que se decidiera la Liga.
Bruce estaba nervioso, pero lo cierto era que lo había estado más en otras ocasiones. La tensión previa a un partido importante no era algo a lo que uno pudiera acostumbrarse, pero al menos ya lo había vivido antes y sabía qué esperar. La excitación que flotaba en el ambiente, los tics nerviosos de sus compañeros, los movimientos rápidos y las palabras aceleradas, esa sensación de que no había un segundo que perder… Todos lo sentían.
Ya habían jugado contra los Thunderers. Habían perdido una vez, pero habían ganado la segunda. ¿Por qué no iban a ganar la tercera? Bruce tenía un buen presentimiento. Todo iba a salir bien. Tenían a Marlene de vuelta, y él tenía libertad para improvisar. Rick lo pararía todo. Danny encontraría la snitch. Ganarían la Liga.
Little Pete les dio un último discurso en los vestuarios, y hasta el presidente Manuel Gerber bajó a desearles suerte y darles personalmente unas cuantas palabas de ánimo. Después ambos se marcharon, y los siete se quedaron solos. Solos, por supuesto, con los otros siete jugadores de los Thunderers alineados no muy lejos de ellos, al otro lado del pasillo que daba al campo. Tras los últimos ánimos, las palabras fueron sustituidas por un silencio cortante y tenso, solo roto por el rumor sordo de los cánticos y gritos de la muchedumbre ahí afuera, sobre sus cabezas. Los catorce esperaban, intranquilos, a que las voces de los comentaristas empezaran a retumbar por todos lados, llamándoles uno a uno.
—¡…y esto está a punto de empezar! ¡Por parte de los Wollongong Warriors, comenzamos con el número uno a la espalda… la gran Marlene Neeson-Mills!
El estadio rugió, y Marlene salió la primera volando a toda velocidad, seguro haciendo un par de piruetas para animar al público en su camino hacia el círculo central.
A Marlene le siguió Rachel, con su número tres, y después Danny con el siete. Rick se llevó la mayor ovación con el número diez, y a continuación fue Bruce con su dieciocho.
El estadio estaba abarrotado. Eso no era extraño en Australia, gracias a sus gradas que cambiaban mágicamente de capacidad según el número de espectadores; lo impresionante era el número de hileras de asientos que había. Una tras otra, se elevaban hacia el cielo tan apretadas entre sí que Bruce no sabía si formaban círculos o una gran espiral. Montones y montones de gente ahí apelotonada, vestidos o bien con el rojo de los Warriors o con el púrpura de los Thunderers. Había un ruido ensordecedor, reverberando en todos los recovecos y extremos del estadio. El cielo matinal, cubierto por unas finas nubes altas, le daba a la escena una luminosidad etérea, como si fuera parte de un sueño.
Tras Bruce salió Jane con el número veintisiete, y el último fue Kyle con el setenta y dos. A continuación, también en estricto orden numérico, los siete jugadores de los Thunderers fueron saliendo uno a uno. Fueron ocupando sus posiciones con precisión, mientras Bruce notaba los latidos de su corazón en todas las partes del cuerpo. Cuando el último jugador de los Thunderers estuvo fuera, completando el círculo, el árbitro se acercó a ellos y liberó la snitch. Luego dejó sueltas las bludgers. Y finalmente, a la vez que soplaba su silbato, lanzó la quaffle al aire. Para sorprender a todos, quien se lanzó a por la quaffle fue Rachel, y se hizo con la primera jugada del partido ante la desconcertada mirada del cazador Charlie Vollman.
El partido había comenzado.
El enfrentamiento entre los Wollongong Warriors y los Thundelarra Thunderers duró exactamente cuatro horas y cuatro minutos.
Fueron cuatro horas y cuatro minutos muy largos e intensos, con muchas idas y venidas, goles, lesiones, improperios, exclamaciones de júbilo y rabia, jugadas espectaculares y goles de rebote, que concluyeron súbitamente cuando Rod Biggins, flamante buscador de los Thunderers, atrapó la snitch tras una encarnizada pelea y habiendo esquivado las dos bludgers.
—¡…y Biggins coge la snitch y se acaba el partido! —narró a gritos la comentarista Michelle Odenkirk—¡Esto le da ciento cincuenta puntos a los Thunderers… lo que les hace ganar el partido! ¡El excelente partido de los Warriors no ha sido suficiente, y tras llegar al momento final con noventa puntos de ventaja, los Thunderers ganan por 310 a 250!
—¡Este resultado deja a los Thunderers como líderes en solitario de la Liga y a los Warriors en segunda posición, a una victoria y cientos puntos de diferencia! —continuó otro de los comentaristas, el eufórico Jonas Adams—¡Con solo una jornada más para disputarse, los Thunderers tienen la Liga servida en bandeja de plata!
—Todavía podrían tener una catástrofe y perder contra los Kids…—refunfuñó el tercer comentarista, Vincent Vowell, conocido por ser partidario de los Warriors.
—¡Bah! ¿Los Kids? ¡A nadie le preocupan los Kids! —replicó Adams, lo que le hizo ganarse unos abucheos momentáneos por parte del público (después de todo, todos los australianos tenían mucho cariño a los Alice's Kids), pero él decidió ignorarlos—¡Los Thunderers tienen la Liga casi asegurada!
Los comentaristas tenían razón, pensó Bruce, mientras tocaba tierra y se contenía para no hacer alguna estupidez como darle una patada al césped o lanzar su escoba contra el suelo. Estaba enfadado y triste, ambas cosas a la vez; no habría sabido decir cuál ganaba en esos momentos.
Había sido un buen partido. No habían hecho nada mal. Habían hecho jugadas espectaculares, y si bien él se había sentido un poco limitado al volver a su antigua posición y devolverle el liderazgo a Marlene, había tenido suficiente libertad como para jugar a gusto y sorprender a los rivales. Habían defendido bien. Habían marcado muchos goles. No habían dejado que los nervios les controlaran. Se habían alejado en el marcador y habían dominado claramente el partido, alzándose por encima de los Thunderers y mostrando su superioridad. Y entonces, había aparecido la snitch… y todo había sido en vano. Todo se había decidido en los buscadores. Y Danny había perdido aquella vez. Estaría hundida, y tendría que consolarla… y no tenía ni idea de cómo.
Pero los comentaristas tenían razón. Les quedaba una última oportunidad… solo que ya no dependía de ellos. Para que los Thunderers echaran a perder la Liga, tendrían que perder contra los Alice's Kids, mientras que los Warriors tendrían que ganarles a los Melbourne Fighters… y con una diferencia de puntos de al menos doscientos diez más que los Thunderers. Teniendo en cuenta que los Thunderers habían perdido un solo partido en toda la Liga… era sencillo ver que se produjera aquella casualidad era muy improbable.
Los vestuarios estuvieron silenciosos. Solo se oía el agua caer en las duchas, y aunque Rick intentó decir unas palabras de consuelo y ánimos, incluso él se dio cuenta de que sus compañeros no estaban de humor para escuchar nada. Bruce se dio prisa en cambiarse, ignoró a los periodistas que le llamaban a gritos para que hiciera unas declaraciones y se marchó lo más rápido posible a casa. El cielo se había ido oscureciendo, y para cuando aterrizó en el salón de su casa en Wollongong, estaba cubierto de nubes negras y en el horizonte, allá a lo lejos sobre el mar, los rayos relucían irregularmente anunciando una próxima tormenta. La temperatura también había refrescado, así que por primera vez en mucho tiempo, Bruce se puso un jersey. Parecía que el tiempo se había aliado con su estado de ánimo.
Pasó el resto del fin de semana solo. El domingo por la mañana tiró directamente a la basura el Australia Today sin siquiera mirar la portada. No tenía ganas de leer sobre su fracaso. Danny no fue a verle y él tampoco se acercó hasta su casa, y estuvo bien así. Necesitaba procesar el duelo de la derrota a solas, tranquilo. No quería compañía, y aunque sonara egoísta, tampoco quería tener que ocuparse de consolar a otra persona cuando ya tenía suficiente con lo suyo.
Pero el lunes llegó, y Bruce tuvo que enfrentarse inevitablemente a la realidad. Volvió a los entrenamientos, donde descubrió que todos sus compañeros tenían su misma cara de descontento y apatía. Zoe y Noah, los preparadores físicos, intentaron hacer comentarios simpáticos para aligerar el ambiente, pero no funcionó demasiado. La única que les siguió la corriente fue Rachel, y aún así fue incómodo y forzado.
—Mirad, chicos—acabó diciéndoles el entrenador con un suspiro, deteniéndoles en plena sesión de ejercicios—, sé que el partido del sábado fue un revés muy duro. Todos teníamos muchas esperanzas puestas en ese día y todos hicisteis un partido estupendo, del que estoy muy orgulloso. Pero a veces, en el quidditch y en la vida, las cosas simplemente no pueden ser. Perdimos y no es culpa de nadie. A veces las cosas son así y no podemos hacer nada. Pero en lo que sí podemos hacer algo es en lo que nos espera en el futuro. Este sábado tenemos un último partido contra los Fighters, y mientras nos quede una mínima oportunidad para ganar la Liga, quiero que la peleemos como si nos fuera la vida en ello. Hay que dar buena imagen hasta el fin. Y todavía más importante, nos queda la final de la CITOQ en menos de veinte días, y ese va a ser el partido más importante de la temporada. Y no nos podemos descuidar, ¿entendido? Si nos desmotivamos ahora, perderemos la CITOQ. Y no podemos perder la CITOQ.
Bruce se animó un poco tras oír eso. ¡La CITOQ! Casi se había olvidado de ella. Con todos los pensamientos deprimentes de los últimos días, apenas había pensado en la final que todavía les esperaba el quince de mayo. Todavía podían ganar la final. Todavía podían salvar la temporada. Ganar la CITOQ… La competición internacional… Eso sería mucho mejor que la Liga.
—¿Qué has hecho durante el fin de semana? —le preguntó Danny un poco más tarde.
Se había vuelto con él a casa al final del entrenamiento, y estaban decidiendo qué comer. Por suerte para ellos, siempre tenían comida se sobras hecha por el elfo doméstico, Nedly.
—No mucho. Estar solo y pensar—respondió Bruce, encogiéndose de hombros—. ¿Y tú?
—Básicamente lo mismo. Estar sola—Danny hizo una pausa significativa—. Te he echado de menos.
—Podrías haber venido.
—Sí, pero sabía que tú querrías estar un tiempo solo. Esperaba que vinieras a buscarme cuando estuvieras listo para tener un poco de compañía.
Bruce se sintió culpable. Siempre era Danny la que iba a su casa, la que iba a buscarle y la que sugería que podían hacer cosas juntos. Bruce aceptaba siempre, porque le iba bien… Pero era cierto que él nunca tomaba la iniciativa. Una parte de él se decía que era porque quería que Danny estuviera cómoda en la relación; que fuera ella la que marcara el ritmo. Pero en realidad… la verdad era que cuando estaba solo nunca tenía el interés suficiente como para decidirse a ir a hacer algo con ella. Y en el fondo, sabía que eso no estaba bien. No era justo.
—No se me ocurrió—se disculpó él.
Danny le miró, herida.
—Nunca se te ocurre—le dijo con suavidad—. A veces tengo la sensación de que en realidad no quieres estar conmigo.
—Eso es una tontería—protestó Bruce—. Claro que quiero estar contigo, Danny. Por supuesto. Pero últimamente tengo muchas cosas en la cabeza… Necesito tiempo a solas para procesarlas.
—Siempre tienes muchas cosas en la cabeza, y nunca hablas de ellas—apuntó Danny—. Si las compartieras conmigo…
Bruce suspiró.
—No se me da bien hablar de eso.
—Y solo te pido que lo intentes. Quiero apoyarte. Quiero ayudarte. Pero no puedo hacerlo si no me dejas.
Bruce se sintió culpable. Un idiota culpable. Danny estaba haciendo todo lo posible por ayudarle, y él era simplemente incapaz de dejarla hacerlo. Podría decirle cómo se sentía respecto a la Liga y la CITOQ, pero ¿cómo le explicaría lo confusos que eran sus sentimientos por ella? ¿Cómo le hablaría de la oferta de los Vultures y de que se estaba replanteando su futuro constantemente? No podía.
Dejó lo que tenía en las manos y abrazó a Danny, respirando hondo. Ella se dejó abrazar, pero la notó rígida.
—Lo siento—dijo sinceramente—, lo siento mucho. Lo intentaré, lo prometo. Pero ahora no puedo. Dame tiempo, ¿vale? Deja que se acabe la temporada. Entonces, intentaré hablar de todo.
Esperaba para entonces haber tomado una decisión sobre su futuro y haber reunido suficiente valor como para explicárselo.
El miércoles se reunió con el agente de los Vratsa Vultures. No era el día ideal, encajado entre la derrota contra los Thunderers y el extraño partido que les esperaba contra los Fighters, mezclado con la presión de la prensa y la tensión de los últimos días con Danny. Pero el hombre de los Vultures había cogido un traslador expresamente para verle a él, y no tenía otro día disponible.
—¿Por qué os habéis interesado por mí? —fue lo primero que quiso saber Bruce.
Era la pregunta que llevaba rondándole por la cabeza desde el momento en el que abrió la carta. ¿Cómo le habían encontrado? ¿Cómo se habían llegado a interesar por él?
—Ah, pues esa es una pregunta interesante, señor Vaisey, y me temo que todavía no puedo darle todos los detalles—le dijo el agente, bebió un sorbo de su refresco, volvió a dejarlo sobre la mesa del reservado de ese caro restaurante y le dirigió una media sonrisa de disculpa antes de continuar—. Aunque sí que puedo decirle que fue una recomendación de otro de nuestros nuevos fichajes. No puedo decirle quién es por tema de privacidad, ya que su fichaje no será anunciado públicamente hasta después de la Eurocopa… Pero ya está cerrado desde hace varios meses, y como es muy importante para nosotros, le preguntamos sobre jugadores a los que le gustaría tener en el equipo. Entre otros nombres, dijo el suyo, así que le buscamos, le seguimos hasta aquí, le observamos… Y nos ha gustado lo que hemos visto.
Bruce se quedó atónito ante aquella revelación. ¿Quién conocía él que pudiera haber fichado por los Vultures? Y no solo eso, sino que además, le hubiera recomendado. Su mente repasó rápidamente nombres de jugadores que fueran medianamente conocidos y con los que se llevara bien, pero no se le ocurrió nadie que encajara en el perfil.
—¿Así de fácil?
—Yo no diría exactamente que haya sido fácil—dijo el hombre, volviendo a sonreír—, pero así ha sido. Si sigue interesado, pasada la Eurocopa podrá tener el resto de detalles. ¿Tiene alguna pregunta más o prefiere que le empiece a exponer la oferta de los Vultures?
Bruce no sabía qué más preguntar en ese momento, así que dejó que el hombre hablara.
Se llamaba Vasil Asenov y era búlgaro, como cabía esperar aunque en los países de Europa del este hubiera una cantidad muy alta de jugadores internacionales. Más que el agente, era el director deportivo de los Vultures, el equivalente de Caitlin Rhodes. Llevaba el cabello, muy negro, un poco largo, aunque no lo suficiente como para poder recogérselo; y aunque sonreía amistosamente, tenía una nariz ganchuda y muy grande que distraía a Bruce cuando hablaba. Tardaría un rato en acostumbrarse.
Vasil Asenov le habló de los Vultures y su historia (cosas que en su mayoría ya sabía), de qué tal les iba en la Liga y en la Liga de Campeones de Europa, de sus logros más recientes y sus proyectos de futuro. Mencionó el escándalo de Krum, a quien Bruce había visto en directo declarar en el pasado Mundial que se retiraba del quidditch, y lo que estaban haciendo en el equipo para recuperarse de su pérdida y cómo podría Bruce encajar en todo aquello. Cuando acabó de hablar del equipo, Asenov le contó unas cuantas cosas sobre Bulgaria y sobre cómo vivían los magos ahí. Todo lo que el director deportivo le contó le recordó a Inglaterra más que a cualquier lugar en el que hubiera vivido en los últimos años. Por grande y diversa que fuera Europa, en todos sus rincones el mundo mágico estaba más claramente separado del muggle que en el resto del mundo. Le recordaba a Reino Unido… con la obvia diferencia de que no había en el país una escuela de magia que perteneciera a las once grandes. Asenov solo lo mencionó de pasada, para explicarle cómo reclutaban a jugadores novatos, pero Bruce aprendió que los jóvenes aprendían magia o bien en casa con tutores, o acudían al lejano pero prestigioso Durmstrang, o estudiaban en los colegios de magia menores que había repartidos por el país; estos últimos tenían organizada una Liga de quidditch entre colegios, por lo que los ojeadores solían fijarse en sus partidos, además de en los campamentos de quidditch veraniegos que cada equipo organizaba.
Todo lo que le explicaba Asenov le gustaba. Le había vendido Bulgaria, y en particular la pequeña ciudad de Vratsa, maravillosamente. El equipo necesitaba un cazador más y él encajaba con el resto de compañeros; si la pretemporada iba bien, le prometían ser titular en el cincuenta por ciento de partidos como mínimo. El sueldo sería excelente, podía elegir alojamiento pagado por el equipo entre varias opciones diversas y había muchas otras ventajas, como servicio de elfos domésticos, amuletos de traducción e incluso traductores siempre que los necesitara, conductores y guardias de seguridad… Tal vez había mucho más de lo que necesitaba, pero no estaba mal saber que estaba disponible si le llegaba a hacer falta. Todo sonaba tan bien…
—¿A vuestra afición no le importará mi pasado?
Vasil Asenov hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.
—¿Un jugador que viene de Estados Unidos y Australia? Es extravagante, pero la afición de los Vultures está acostumbrada a eso. Fichamos jugadores muy jóvenes y provenientes de lugares exóticos habitualmente. No habrá ningún problema.
Asenov tenía razón, y Bruce lo sabía, pero no se estaba refiriendo a eso.
—¿Ni tampoco con la guerra?
Asenov volvió a hacer el mismo gesto despreocupado.
—¿Vuestra guerra? Acabó hace ya seis años. Bulgaria no fue afectada, así que para el público general es de poca importancia. Y aunque fuera relevante, nuestra información indica que usted recibió una condecoración escolar por luchar en la guerra, así que no hay nada negativo en su historial.
Bruce meditó la respuesta. No les importaba… En Bulgaria ni siquiera sabían lo que significaba ser un Slytherin, claro. Les daba igual, y exceptuando eso, él no había hecho nada malo. Les parecería bien. ¿Qué otra cosa cabía esperar de un país que mandaba a un tercio de sus niños al colegio de magia con la reputación más oscura y simplemente esperaba que fueran suficientemente listos como para no torcerse en el camino?
—Todo eso suena muy bien—admitió Bruce—, pero es un cambio muy grande…
—Lo sabemos, y entendemos sus dudas. Pero seguimos creyendo que encajaría usted muy bien en el proyecto de los Vultures.
Bruce dudó. Era tan tentador decir que sí y olvidarse de todo… Pero aún tenía muchas cosas con las que lidiar en Australia. Distraerse con un futuro muy lejos de ahí no le iba a ayudar en nada a centrarse en el final de la temporada. Y tenía que concentrarse, o de lo contrario, todo lo que había hecho en los últimos meses no habría servido de nada.
—¿Puedo pensármelo durante un tiempo? En los Warriors estamos en un momento crucial de la temporada, y no creo que sea adecuado tener la cabeza en otro sitio mientras tanto.
—¡Claro, por supuesto! —exclamó Asenov, sonriente—Es perfectamente comprensible, y es un compromiso que en los Vultures apreciamos. No necesitamos una respuesta inmediata. Podemos esperar a que termine la temporada. Digamos que nos gustaría saber su decisión la semana posterior a la final de la CITOQ. ¿Le parecería bien?
La semana después de la CITOQ. Le habría gustado tener más tiempo, pero no quería tentar a la suerte. ¿Y si acababa decidiendo que sí quería irse y ya era demasiado tarde y habían encontrado a otro? No iba a arriesgarse. Así que dijo que sí, lo que dejó a Asenov satisfecho y ya casi listo para despedirse.
Había ganado tiempo para decidir, pero a la vez, se había hecho más difícil.
Jugaron su partido contra los Melbourne Fighters ese sábado por la mañana. Fue un partido raro por muchas cosas. Por un lado, podía ser que ese fuera el último partido de Liga de Bruce en Australia. Intentaba quitárselo de la cabeza pero no había forma de que se fuera del todo, y en cada jugada que hacía tenía la idea en el fondo de su mente y eso afectaba a su forma de jugar.
El juego de los Fighters también se veía afectado por el hecho de que, hicieran lo que hicieran, no iban a moverse de la sexta posición, así que jugaron con un equipo mezcla de los más novatos y algún que otro jugador que iba a retirarse o a fichar por otro conjunto. Y los Warriors estaban afectados porque a menos que se diera un milagro, iban a quedar segundos.
Los Warriors tenían que ganar por mínimo doscientos diez puntos para tener alguna opción de ganar la Liga, sí, pero no había forma de saber qué cantidad sería suficiente para sobrepasar a los Thunderers. Bueno, había una opción: que nadie atrapara la snitch en todo el día, y esperar a que los Thunderers jugaran al día siguiente por la mañana. Si se daba el hipotético caso de que los Thunderers perdieran, entonces ya sabrían cuántos puntos tenían que conseguir ellos… Pero obviamente, nadie en los Warriors quería pasarse como mínimo un día y medio jugando para que al final, los Thunderers ganaran como estaba previsto y todo aquel esfuerzo hubiera sido inútil.
Pero jugaron y lo hicieron bien, despidiéndose de la Liga con un partido lleno de jugadas creativas y puro espectáculo, alejándose en el marcador poco a poco y marcando muchos goles. Danny dejó pasar perezosamente la snitch un par de veces; el buscador de los Fighters era un chico novato, sacado de los campamentos a principios de año para que fuera entrenándose y preparándose para jugar con un equipo real, pero era su primer partido de verdad, así que no era ningún rival para ella. Cuando los Warriors llegaron a los ciento cincuenta puntos de diferencia, con un gol de Bruce desde larga distancia que hizo las delicias de la afición y disparó un montón de cánticos que le hicieron sentir culpable por pensar en irse, Danny se activó y se puso a buscar la snitch.
Dicho y hecho, diez minutos más tarde y con un gol más gracias a Rachel, Danny encontró la snitch y dio el partido por concluido sin más ceremonias. Todo el equipo se reunió en el centro del campo para abrazarse y celebrar la victoria, pero fue una celebración deslucida. No habían ganado nada. Bueno, el pase a la CITOQ para la temporada siguiente, pero ese era un baremo mínimo que de no haber conseguido, habría causado el despido de medio equipo en el próximo mes.
Todas sus esperanzas estaban puestas ahora en la final de la CITOQ, que iba a celebrarse en dos semanas. También tenían que estar atentos al partido de la mañana siguiente de los Thunderers, pero… Ellos habían ganado por trescientos diez puntos; las matemáticas indicaban que con esa diferencia los Thunderers tenían que perder por ciento diez o más. Teniendo en cuenta que estaban hablando de los Thunderers… Podían empezar a centrarse en la CITOQ ya.
Bruce y Danny no se despertaron demasiado tarde a la mañana siguiente, a pesar de haberse quedado levantados hasta las tantas de la madrugada en la cama la noche anterior, consolándose mutuamente de más de una forma. No eran todavía las diez, y a pesar de que el partido entre los Thunderers y los Kids habría empezado puntualmente a las nueve, Bruce no tenía ganas de encender la radio y escuchar la narración. Si hubiera estado en Estados Unidos, habría sido tan simple como dejar la televisión en el canal mágico en silencio… Pero eso no existía aún en Australia, y si quería saber qué pasaba, no le quedaba otro remedio que poner la radio y escuchar emocionarse a los comentaristas por los goles de los Thunderers. No quería pasar por eso… pero tenía que enterarse de qué pasaba en el partido antes del día siguiente en el entrenamiento.
—Voy preparando algo para desayunar mientras tú pones la radio—le dijo Danny, que tampoco tenía ganas de saber qué pasaba con los Thunderers.
Pero no tenían otra opción si no querían que Caitin Rhodes les asesinara, así que los dos salieron de la cama. Danny se fue a la cocina y Bruce al salón, donde empezó a trastear con la radio, intentando sintonizarla. Pasaron un par de minutos hasta que encontró el canal adecuado, y entonces un ruido abrumador de gritos, chillidos, vítores, aplausos, cánticos y otros no identificados casi le dejó sordo. Confundido por un momento, Bruce se aseguró de estar en el canal deportivo; no se había equivocado. Pero aquello sonaba demasiado caótico como para tratarse de pleno partido.
Transcurrieron unos segundos más hasta que fue capaz de entender alguna frase coherente:
—¡…impresionante, señoras y señores! ¡Nadie se esperaba este desenlace y mucho menos tras solo cuarenta y seis minutos de partido! ¡Este resultado habrá roto las casas de apuestas y sin ninguna duda, no es el final de Liga que esperábamos todos!
Danny había oído la radio desde la cocina y se había apoyado en el marco de la puerta que comunicaba con el salón. Le miraba con interrogación, pero Bruce se encogió de hombros. Él tampoco sabía qué demonios estaba pasando, pero sentía un cosquilleo en el fondo del estómago. Algo se había salido de lo previsto. ¿Pero qué?
—¡…y recapitulando, los Alice's Kids necesitaban ganar por mínimo cien puntos para sobrepasar a los Hobart Monsters, conseguir la cuarta plaza y meterse en la CITOQ la temporada que viene…! ¡Y lo han logrado! —seguía gritando el mismo comentarista, y ante eso, Bruce cruzó una atónita mirada con Danny—¡Reggie Marsden ha atrapado la snitch con solo cuarenta y seis minutos de partido jugados, otorgándole la victoria a los Kids por 40 a 160!
El corazón de Bruce se saltó un latido, y justo después comenzó a latir muy rápido. Subió el volumen de la radio. ¿Había oído bien? ¿40 a 160? ¿Ciento veinte puntos de diferencia?
—¡Nadie esperaba esta jugada espectacular del joven Reggie Marsden, que debido a una lesión solo ha podido jugar cuatro partidos esta temporada…! ¡Pero lo ha compensado con un espléndido final! ¡La derrota de los Thunderers es solo la segunda en toda su temporada! ¡Y me informan de que…! ¿Son correctos los números? ¿Estamos completamente seguros? ¡Parece que sí, señoras y señores! ¡La derrota por ciento veinte puntos de los Thundelarra Thunderers también les aparta del primer puesto de la clasificación! ¡Están empatados en victorias con los Wollongong Warriors… pero los Warriors tienen una diferencia de puntos mayor por solamente dos goles! Lo que significa, señoras y señores… ¡Los Wollongong Warriors han ganado la Liga!
No podía ser. Era… increíble. ¿Cómo podía haber pasado eso? Nadie creía en los Kids. Por Merlín, ni siquiera sabía quién era Reggie Marsden… Tendría que encontrarle y darle las gracias. ¿Era eso siquiera posible? ¿Ganar una Liga así? ¿Tenerla perdida y de repente encontrarse con que gracias al destino, o a la casualidad, o a alguna clase de milagro se había producido lo improbable y habían ganado sin estar sobre el campo?
Danny se había cubierto la boca con una mano y le miraba atónita, congelada como una estatua, sin reaccionar. Tampoco parecía poder creérselo. Bruce tampoco sabía qué hacer.
Y de repente, se echó a reír. ¡Habían ganado la Liga! ¡Los Thunderers se habían confiado y habían perdido con los Kids! ¡La Liga era suya!
Su risa sacó a Danny de su estupor, que sonrió lentamente antes de echarse a reír con él y saltar a sus brazos, envolviéndole en un eufórico abrazo.
No era así como se imaginaba que iba a ganar una Liga… Pero era una Liga ganada.
Así eran las cosas en Australia.
Esa tarde no hubo descanso. Poco después del final del partido entre Thunderers y Kids, llegó a casa de Bruce un howler. Hacía siglos que no veía uno de esos, pero la sorpresa se le pasó rápido al abrirlo. De inmediato, la voz de Tessa inundó la habitación: la asistente le informaba de que, en caso que no se hubiera enterado, los Warriors habían ganado la Liga y que un conductor pasaría a recogerle personalmente unas horas más tarde para llevarle al Ministerio de Magia. En Australia no había fiesta de Fin de Temporada, así que tenían que acudir al Ministerio para que les entregaran el trofeo de la Liga y enfrentarse a una posiblemente agotadora rueda de prensa.
Danny se marchó corriendo a su piso nada más oír aquello, alegando que tenía que arreglarse, y para cuando volvieron a reunirse en el Ministerio todo fue un caos. Un caos alegre, pero seguía siendo un desastre.
Kyle, Jane y Rachel parecían haberse emborrachado en tiempo récord, y si bien Rachel podía aguantar el tipo bastante bien, los bateadores eran totalmente incapaces de disimularlo. Tommy llegaba tarde, y nadie sabía exactamente dónde estaba; por primera vez desde que la conocía, Tiffany no sabía dónde podría estar y parecía bastante enfadada con él y con la gente que asumía que debería saberlo. Rick había traído a su mujer y a sus hijos, y mientras que sus niños lloraban a todo volumen porque parecía ser que no querían estar ahí, su mujer había entablado una sosa conversación con el marido de Marlene, que por lo que Bruce había oído no iba más allá de comentar el frío que estaba empezando a hacer. Mientras tanto, Rick y Marlene hablaban orgullosamente con Manuel Gerber y otros altos cargos del equipo, ignorando a sus familias. Mitch estaba ahí sin hacer nada, solo mirando fijamente a la gente que pasaba sin articular palabra. Y Liam también estaba ahí, paseándose incómodamente de un lado a otro sin saber muy bien qué hacer. Sinceramente, Bruce tampoco tenía ni idea: el conductor le había dejado en la entrada del Ministerio, y nada más entrar en el vestíbulo alguien le había reconocido y arrastrado hasta aquella sala con el resto del equipo, donde no parecía estar muy claro qué pasaba.
Afortunadamente, todo se resolvió poco después. Apareció Caitlin Rhodes prácticamente llevando del brazo a Tommy tras de sí, y entonces los acontecimientos se aceleraron. Manuel Gerber dio un emocionado discurso, felicitándoles por haber conseguido la Liga, aunque hubiera sido de forma tan inesperada, y después Little Pete tomó el relevo, agradeciendo a sus jugadores el esfuerzo y a los directivos su confianza. A continuación pasaron a una sala mucho más grande, que resultó estar repleta de reporteros y gente importante del Departamento de Deportes del Ministerio: ahí alguien que Bruce no reconoció dio la bienvenida a todos y una especie de discurso, para después hacerles entrega del Trofeo de la Liga, que Rick recogió con una deslumbrante sonrisa mientras el resto del equipo le rodeaba y vitoreaba. Los reporteros se volvieron locos, con las cámaras haciendo ruido constantemente y luces de los flashes dejándole prácticamente ciego, aunque eso a Bruce le dio igual cuando se empezaron a pasar el trofeo de jugador a jugador. Cuando le tocó el turno a Bruce, se sintió feliz, exultante. Era grande y pesado, de al menos diez kilos; su superficie, de un brillante dorado, era lisa y fría, con el nombre de los Wollongong Warriors grabado acompañado de relieves de escobas y pelotas de quidditch. Habían luchado sin parar durante más de ocho largos meses para conseguir aquel trofeo. Todas las horas, todo su esfuerzo, habían servido para tener ahora aquella pieza de metal en sus manos.
Y se sentía feliz. Como si en aquel momento fuera capaz de cualquier cosa. Incluso de sobrevivir a la previsiblemente eterna rueda de prensa que se les venía encima.
¡Hola a todos!
En este capítulo no ha habido ni un momento de pausa, ¿eh? Bruce no tiene tiempo para descansar, entre la Liga y la CITOQ, la vuelta de Marlene, la oferta desde Europa, su relación con Danny, sus dudas sobre su vida y su futuro... Aquí hemos visto cómo se ha resuelto la Liga, pero para todo lo demás, toca esperar a la semana que viene y al último capítulo de esta temporada.
Como siempre, millones de gracias por seguir leyendo. Si tenéis cualquier opinión, teoría sobre qué va a pasar a continuación o lo que sea, ¡ya sabéis cómo dejar un review!
¡Nos leemos pronto!
