Hola. ¿Queda alguien? Espero que sí, si no publiqué esto en vano.
Bien, que decir, que decir…supongo que antes que nada les debo una disculpa. Todo el mes de febrero sin una sola publicación. La verdad no lo hubiera deseado así, pero han pasado tantas cosas (me enfermé y hay dificultades en el ámbito académico, por nombrar solo dos) que escribir se ha vuelto tan difícil. Pero bueno, mis excusas a ustedes no les sirven de nada. No vinieron a escuchar mis lloriqueos, sino a ver qué pasa con la historia. Cerraré esto con un sentido LO SIENTO.
Ahora, vamos al capítulo. Lo terminé hace menos de un par de horas. La verdad estoy ansioso por publicarlo, casi lo suficiente para no contestar los reviews. CASI.
Si aún siguen aquí, les quiero agradecer de todo corazón a Pablo 21, jean d'arc, coki 13566, tony warrior, Kirito 720, Luna y Guest por sus reviews. Merecen algo mejor que actualizaciones tan espaciadas de mi parte, pero lamentablemente así son las cosas. En cuanto a los reviews:
Pablo 21: Bueno, antes que nada, gracias por las amables palabras. Me alegra que te gustara el capítulo, sobre todo la forma en que Jon lidió con los señores. La verdad es que ese fue uno de los principales dolores de cabeza a la hora de escribirlo. Y si te parece que el capítulo tiene muchos "adornos" bien, yo respeto tu opinión, pero a veces los "adornos" pueden ocultar otras cosas. Mira si no el primer punto de vista de Bran en la historia. En fin, si aún sigues aquí, que estés muy bien y que sigas así. Un abrazo.
Jean d'arc: ¡hola! No sé si sigas por aquí (espero que sí), pero de una u otra forma es un gusto leerte. Si, Jeyne ha sufrido mucho. Demasiado. Y Jon, aunque una mejora en su suerte, no es un caballero de cuentos ni un héroe inmaculado. Concuerdo en que Catelyn puede hacer más por Jeyne que Jon y todo su ejército junto. Simplemente hay ciertas tareas que requieren una mano más suave, y aunque no considero a Catelyn como tal (suave en el sentido de débil, aclaro), sé que podrá hacer mucho bien por esa niña. Si, Jon lidió bastante bien con sus señores, y aunque es incorrecto, creo que en ese momento le hizo más bien no mostrar cariño o amabilidad abierta con Jeyne: eso posiblemente los habría enojado más. No digo que le dio un trato justo, pero en ese momento debía ser más pragmático que justo. Aun así, creo que Jon podrá superar su enojo con el tiempo. En cuanto a Val: si, lo siento, pero tendrás que esperar. Qué bueno que te agradé el retorno del Pez Negro. Tengo grandes planes para él. Bueno, espero leas este mensaje. Un gran abrazo a ti, saludos a tu familia y los mejores deseos para todos.
Coki 13566: hola otra vez, después de demasiado tiempo. Si, el ataque a Invernalia no será…digamos estándar, a falta de una palabra mejor. No entrare en detalles, así que tendrás que leer para enterarte. En el Cuello hay muchas cosas valiosas e interesantes, y no diré más al respecto. Es una buena pregunta la de qué pasa si aparece Sansa. Aquí te hago una mía: ¿Crees que Baelish se arriesgaría a perder a Sansa de esa manera? Bueno, un gran saludo y que estés muy, pero muy, muy bien.
Tony Warrior: ¡qué onda! Sí, me paso…..me pasé un mes sin publicar. Me paso en serio….bueno, no vale la pena lamentar lo que ya pasó. Ojala que este capítulo valga la pena la larga espera, y espero hacerle honor a la batalla por Invernalia, el corazón del Norte. Espero no te hayas dado de cabezazos: esa es una parte del cuerpo muy frágil y además me sentiría culpable. Sí, hay mucho sin decir, mucho que descubrir, y mucho por responder. Ojala que veas esta respuesta y sigas por aquí. Un gran abrazo y hasta la siguiente ocasión. VALAR DOHAERIS.
Kirito 720: hola. ¡Un gusto responder a esto, lo aseguro! Bien, en cuanto a lo de Foso Cailin, lamento iniciar diciendo que tendrás que esperar al siguiente capítulo para saber qué es exactamente lo que pasó. Lo halagas a Jon, pero el que se hincha soy yo. ¿Eso me hace presumido? Espero que no. No, pero ya enserio, que bueno que Jon siga agradando. Ojalá siempre sea así. Aquí está la batalla, y ojala haga justicia a la larga espera. Ramsay siempre incomoda. A mí me dio escalofríos en la serie: desde la película "El Exorcista" nunca me dio tanto miedo, y al mismo tiempo intriga, ver una pantalla. Si, Rickon está a salvo de él, pero hay otros que no (ya verás a que me refiero). Bien, en cuánto a Jeyne, siempre he pensado cómo tú que los norteños, o al menos la mayoría, son algo cerrados. Ned Stark por ejemplo, no sé por qué pero me hace imaginar a un caballo cuando lo preparan para tirar de un carro: le ponen esa cosa en los ojos para que no vea nada más que el frente. Por eso me recuerda a Ned: no ve NADA más que lo que tiene al frente. Aunque quizás sea eso lo que lo hacía tan querido con los señores norteños, tan cuadrados. En resumen, Jeyne sobrevivió. Es más de lo que muchos (como Robb Stark) pueden decir, y está mal culparla por eso. Bien, tu espera ha acabado, y espero que sepas disculpar lo larga que fue. Un gran abrazo y que todo en tu vida esté bien, y siga así.
Luna: ¡holaaaaaa! ¿Sigues ahí? ¿Hola? Bueno, espero no hablar solo cuando te responda. Jajajaja, inodoro de vidriera, jajajaj muy bueno, te felicito. Jon está más muerto que vivo: no creo que la compasión sea algo que tenga en abundancia. Con suerte, después de la batalla mejorará, pero no prometo nada. La idea de ocultar a Minisa no es nada mala. Nada mala en verdad. Me has dado mucho en que pensar. Bueno, yo me voy a pensar y tú ve a leer el capítulo. Un beso y un abrazo.
Guest: bueno, gracias ante todo por escribir. Cómo le dije a tantos otros, lamento que hayas tenido que esperar tanto por este capítulo, pero espero que te guste. Un saludo y muchas bendiciones.
*Bien, ahora sí, basta de hablar. Vamos a lo que está esperando hace más de un mes.
Disclaimer: todo lo que puedan reconocer pertenece a G.R.R. Martín. Yo solo lo uso para entretenerme y tratar de entretener a otros.
Jon
El día de descanso había pasado con rapidez. Jon casi no había salido de su tienda. No tenía idea de cómo habían pasado sus últimas horas de paz sus hombres, pero había invertido las suyas en comer y tratar de descansar. También había comprobado sus habilidades en la privacidad de su tienda.
Estaba lastimado, y sus heridas tardarían muchos días, probablemente más de una luna, en curarse, si creía en las palabras de los curanderos. Había probado la fluidez de sus movimientos, de su resistencia y de numerosas posturas de lucha, además de intentar acostumbrarse a su percepción momentáneamente limitada. No eran ni de cerca lo que habían sido antes de ser herido en Invernalia, pero bastarían para una lucha, siempre que ésta no se volviera demasiado larga.
Tenían que bastar.
Con la llegada del amanecer, Jon salió de su tienda, Fantasma a su lado. Más allá de los guardias, el ejército se movía. Los arqueros probaban la tensión de sus armas y colgaban carcajes llenos de flechas a sus espaldas. Los infantes daban unos pases más de las piedras de afilar al acero de sus respectivas armas o cogían sus escudos. Los jinetes daban una última revisión a las sillas de montar y a las bestias que las usarían. Y todos daban un último trago o bocado, posiblemente debido a los nervios que a cualquier apetito.
Sentados a unos pasos de su tienda una pareja, hombre y mujer, se mantenían inmóviles mientras sus ojos eran de un blanco lechoso. Jon los miró más tiempo que a los guardias antes de encaminarse hacia el frente. Fantasma aulló, un sonido largo y melancólico que atrajo la atención de los hombres más cercanos. El sonido detuvo los movimientos casi al unísono, y por un largo momento Jon permaneció inmóvil mientras miles de ojos se enfocaban en él.
"Por estar aquí hoy, ahora, os agradezco a todos y cada uno de ustedes" empezó Jon, inclinando ligeramente la cabeza "Hoy, es el último día en que los Bolton retienen lo que no les pertenece. Hoy, es el día en que obtienen castigo por los crímenes que perpetraron. Hoy, es el día en que se hace justicia por aquellos muertos antes de tiempo por sus manos" prometió. Unas pocas palabras y un solitario grito se escucharon en acuerdo, y Jon espero a que cesaran antes de seguir "Si en el calor del combate dudan, recuerden. Al Norte le digo esto: recordad la Boda Roja" hombres con los colores de los Clanes, de Umber, Manderly y otros gritaron en enojo o golpearon sus armas contra sus escudos "Al Pueblo Libre le digo: recordad la aldea en el Agasajo" esta vez fueron hombres con ropas desiguales y colores singulares quiénes golpearon sus armas y gritaron de enojo "Y a todos os digo esto: vencimos antes a los Bolton, así que ¿¡por qué no podemos hacerlo de nuevo!?"
"¡Sí!"
"¡Sí!"
"¡Venceremos!"
Una oleada de gritos rompió el aire, y muchas armas se alzaron al cielo cuando norteños y guerreros del Pueblo Libre perdieron todo interés en ocultar sus emociones.
"Seguid las órdenes, y no os arriesguéis en vano, y esta noche ¡festejaremos la victoria en los salones de Invernalia!" gritó Jon, al tiempo que alzaba un puño al aire.
"¡SIIIIIIII!" "¡VICTORIAAAA!" "¡VENGANZAAA!" "¡POR EL NORTEEEE!" "¡POR LA VICTORIA!" "¡POR EL REEEEEY!"
Galbart Glover
No se sorprendió de que el Rey convocara una reunión improvisada. Acudió con rapidez, pero aun así pareció ser el último en llegar. Reconoció a muchos norteños: Morgan Liddle, Hugo Wull, Jorgen Knott y el resto de los líderes de los clanes norteños. No todos los presentes eran las cabezas de sus respectivas casas: Mors Umber lideraba a los hombres del Último Hogar, mientras que Jorelle Mormont, quién lo había acompañado en su marcha desde Bosquespeso, lideraba a los hombres de la Isla del Oso.
También había muchos caudillos del Pueblo Libre: en apariencia, superaban a los norteños dos o tres a uno. Reconoció a muchos, pero eran mayoría los rostros cuyos nombres desconocía.
La mayoría de los presentes le dirigieron miradas de impaciencia, pero los ignoró a favor de ver al monarca.
"Bien. Ahora que mi señor de Glover ha llegado, podemos empezar" declaró el Rey Jon, pasando su mano brevemente por el pelaje de su lobo huargo antes de continuar "Hay noticias. Los cambiapieles han reportado que el bastardo de Roose Bolton ha retirado a la mayoría de sus hombres a la muralla interna de Invernalia. Los pocos que dejó atrás se concentran en su mayoría en las torres que flanquean las puertas"
"¿Por qué haría algo semejante?" preguntó Jorgen Knott. Galbart tuvo éxito en evitar rodar los ojos ante la estupidez de la pregunta. Cubo Grande y los hermanos Flint no lo lograron.
Si el Rey pensaba algo similar, no dio muestra de ello en su rostro "Tormund tomó una de las puertas externas, y las torres que la flanquean. Éstas ofrecen un punto ciego a los arqueros Bolton. Es el lugar perfecto desde el cuál subir más tropas a la muralla externa" explicó en voz tranquila "la muralla externa ya no es una defensa confiable, por lo que es lógico que prefieran concentrar sus esfuerzos en defender la interna"
Un carraspeo atrajo la atención del Rey, así como la de Galbart y los demás, hacia uno de los miembros de más edad presentes "Dudo que haya necesidad de tomar la muralla exterior" dijo el anciano Lord Locke.
La hija de Locke estaba casada con el hermano de Galbart, y fue por ello que no dio una mirada hiriente cómo hicieron muchos otros norteños y algunos caudillos del Pueblo Libre. La mayoría de ellos sentían que, puesto que ni Locke ni sus fuerzas habían participado aún en ninguna batalla, tenía menos derecho a hablar.
El señor de Castillo Viejo tragó disimuladamente, pero no dejó sus palabras sin acabar "Podemos usar las puertas que el s…Tormund ha tomado para evitar la muralla externa y concentrar nuestros esfuerzos en atacar la interna"
La mayoría de los presentes resoplaron, pero sí lo hicieron por tener argumentos en contra o solo por disentir de Locke, no tenía manera de saberlo.
"Entonces hicimos las torres de asedio en vano" resopló Wull con molestia.
Galbart sabía que había verdad en las palabras del líder del clan de montaña. Las torres de asedio nunca cruzarían las puertas de la muralla externa para ser usadas contra la interna: eran demasiado grandes para ello, y aunque lo lograran, eran demasiado pequeñas para usarse en las murallas interiores, más grandes que sus homólogas exteriores.
"Mi señor" dijo el Rey, inclinando ligeramente la cabeza al tiempo que su único ojo intacto se enfocaban en Hugo Wull "Creí que ya habíais entendido que yo no hago, ni pido hacer, nada en vano"
Galbart supo al instante a que se refería el Rey. A su mente llegaron barriles de brea en llamas arrojados hacia el castillo. En ese momento parecía un sinsentido, pero cuando supo que había sido un hilo en la telaraña…
Hugo Wull se frotó la nuca con incomodidad, al tiempo que hablaba "No, eso…..no quise decir eso, Rey"
"Es bueno saberlo, mi señor. Os alegraréis de las torres. Una de ellas os vendrá bien para la tarea que tengo en mente para vos" la atención de Wull se enfocó totalmente en el Rey con las últimas palabras "Vos y algunos otros os encargareis de tomar la muralla externa y haceros con las puertas. La señal para informar de que éstas han sido tomadas es un toque de cuerno breve" el Rey tomó un cuerno propio de su cinturón, un objeto sumamente valioso cómo denotaban las bandas de marfil y oro "El primer toque, largo y alto, es la señal para empezar el ataque. Cuando escuchéis el segundo, es la señal de que debéis abrir las puertas de par en par a nuestro ejército"
"Eso nos permitiría invadir el espacio entre las murallas por varios puntos a la vez" señaló Jorgen Knott. Una vez más hacía lo usual: decir una estupidez, una cobardía, o una obviedad.
"Aun si nos hacemos con toda la muralla externa sin mucho esfuerzo, ¿cómo harás para atacar la interna?" preguntó Uggart, el líder de los Pies de Cuerno ignorando totalmente a Knott a favor del Rey "¿Usarás a los gigantes?" continuó el Pies de Cuerno, al tiempo que hacía un gesto al que era parte de la reunión. Rog, si Galbart recordaba bien.
"Las torres de asedio no solo servirán para hacernos con la muralla. Enviaremos arqueros por ellas para mantener un ataque constante contra los Bolton, sobre todo cerca de las puertas. También enviaremos infantería, para cubrir a los arqueros" continuó el Rey.
Galbart asintió en silencio, en acuerdo con muchos otros. Era un movimiento que conllevaba riesgo para los arqueros, pero no por eso menos útil o provechoso.
"No has respondido la pregunta, Rey" señaló Uggart, al tiempo que cruzaba los brazos "¿Usaras a los gigantes?" repitió.
El Rey sonrió "Algo así" respondió, su ojo brillando con lo que reconoció como astucia.
Jon
Mientras la reunión improvisada se disolvía y los distintos caudillos y señores se dirigían a sus respectivos lugares, Jon se encontró deseando por un breve momento ser uno de ellos, o mejor aún, un simple soldado. De esa forma, podría luchar por recuperar Invernalia, en vez de valerse de los hombres debajo de él para hacerlo.
Pero no podía. Necesitaba guardar sus energías para la lucha intramuros.
Y además…..era el Rey.
"Eso no detuvo a Robb. También era Rey, pero aun así luchaba en el frente, compartiendo el riesgo con sus hombres" susurró una voz juiciosa en su interior.
Pero Jon no era su hermano. Su hermano fue un Stark, el heredero del mejor hombre que Jon había conocido y un líder de nacimiento. Jon era lo que siempre había sido: una mancha en el honor de su padre. Un bastardo. Y ningún título, corona o legitimación cambiaría eso. No en verdad.
….y aun así, en Jon recaía la tarea de liberar Invernalia. La tarea de recuperarla de quiénes la habían robado.
Posiblemente, la tarea más importante de su vida hasta el momento.
Jorelle
Las fuerzas de la Casa Mormont eran una sombra de lo que habían sido en días mejores, pero aun así eran leales a la Casa Stark, y cómo tal, no serían dejados de lado cuándo el momento de rescatar el hogar de sus señores finalmente había llegado.
Por ello, y a pesar de haber otros con muchos más hombres que ella, Jorelle se había hinchado de orgullo cuando su Rey le había otorgado potestad sobre una de las torres, así como órdenes de atacar la sección de la muralla que daba al norte y al este.
Lo único desagradable de su tarea eran las fuerzas con las que contaría para llevarla a cabo. De las quinientas espadas bajo su mando, poco más de un centenar eran Mormont, además de unas pocas docenas de los clanes norteños. El resto….eran salvajes, al igual que la mayoría de los arqueros a los que deberían cubrir.
La torre se alzaba en la distancia, un conjunto inmenso de tablas y vigas, con seis niveles unidos entre sí por escaleras rústicas pero resistentes. En la cima de la estructura, un séptimo nivel se diferenciaba de los demás por no poseer un techo, así como paredes más bajas. Los hombres que iban en él tenían encargada la tarea de bajar las sogas que sujetaban la rampa por la que la torre quedaría unida a las almenas de la muralla. También podrían llevar tres o cuatro arqueros, aunque la falta de protección y la incapacidad de moverse convertían dicha labor en una muy arriesgada.
Jorelle conocía lo suficiente de armas de asedio para saber que había un elemento ausente en las torres de asedio. Un punto de apoyo desde el cuál empujarlas. Éstos eran por lo general barras de acero reforzadas cuya base se ubicaba en medio de las vigas principales sobre las que se alzaba la torre. Las barras sobresalían a cada lado de la torre, en ocasiones cubiertas por techos de madera que servían cómo protección de los proyectiles para los hombres que empleaban todas sus fuerzas en mover la inmensa estructura hacia la muralla. Otro medio para mover las torres era mediante el uso de animales de tiro: caballos, bueyes, o mulas.
Sin embargo, las torres tenían agarres de acero de al menos cinco pies de largo ubicados en las vigas traseras. Resultaba obvio cómo sería movida la torre al ver los cuatro gigantes que había junto a ella.
A unos mil pasos de distancia, las murallas de Invernalia se alzaban hacia el cielo. Eran las más altas que Jorelle hubiera contemplado.
E iba a tomarlas.
Brandon "El Joven"
Se abrió paso entre las hileras de guerreros. La mayoría eran Norreys, al menos en esa sección del frente. Unos pocos cientos entre miles de norteños, que a su vez eran unos pocos en las decenas de miles de salvajes que rodeaban Invernalia.
En el frente, contempló por un largo momento el tramo que lo separaba de las murallas de Invernalia. Era tierra vacía: la nieve casi había desaparecido, dejando un lodo suave que se pegaba a las botas. No había árboles ni rocas, solo unos pocos arbustos esqueléticos cuyas hojas habían caído largo tiempo atrás.
Su cabeza giró, primero a la derecha, luego a la izquierda. En ambas direcciones contempló una visión similar: hilera tras hilera de hombres y mujeres que contemplaban en silencio las altas murallas. Las hileras se contraían o doblaban ligeramente hasta llegar al horizonte. Las torres resaltaban en medio de ellas, figuras gigantescas que rivalizaban con las de las murallas. Junto a ellas, entre dos y tres veces más grandes que cualquier hombre, los gigantes se alzaban cómo seres de leyenda.
La atención de Brandon fue atraída por un silbido bien conocido. Su mirada volvió al frente, a tiempo de ver una veintena de flechas volando por el aire en dirección a ellos. Por instinto se encogió, al tiempo que alzaba su escudo para protegerse desde la cabeza hasta la cintura.
Los silbidos de las flechas se detuvieron, pero ningún escudo resonó con el sonido de la madera golpeada por un proyectil. Tampoco hubo gritos, gemidos, jadeos, gruñidos, ni ningún otro sonido que delatara el encuentro de tal proyectil con la carne. Bajó ligeramente su escudo y contempló por encima del borde cómo todas las flechas disparadas temblaban ligeramente en el suelo, a menos de cinco pasos de su posición.
Unas pocas risas burlonas se escucharon entre su gente, todos ellos regocijados por el completo fracaso del ataque de los Bolton.
AAAAAAAAAAWWWOOOOOOOOOO
El sonido del cuerno ni siquiera había concluido cuando Brandon habló "¡Avancen!" gritó.
"¡Avancen!" "¡Avancen!" "¡Avancen!" gritaron otras voces entre el ejército. Otros más gritaron palabras inentendibles, tal vez la Antigua Lengua, pero el significado era el mismo.
Con un movimiento ligeramente descoordinado, miles de hombres y mujeres avanzaron, una marea elevándose con lentitud.
"Somos la marea" pensó Brandon "Creciendo hasta ahogar a los malditos Bolton"
El silbido de las flechas se volvió a escuchar en el aire, y Brandon alzó su escudo, en sintonía con muchos otros, pero sin dejar de avanzar. Una de las flechas fue detenida por la madera reforzada, al igual que muchas de las otras. Unas pocas golpearon el suelo nuevamente. Ninguna encontró carne.
Una sombra lo cubrió, y Brandon bajó el escudo una vez más para ver a los gigantes empujando una torre de asedio en dirección a la muralla. No tardaron en adelantarse a la infantería.
"¡Más rápido!" alentó Brandon, al tiempo que alargaba sus pasos. Una tercera ráfaga de flechas cayó de las murallas, golpeando escudos, más no el de Brandon "¡No os quedéis atrás!" gritó sobre el aullido de un hombre, un ser infeliz que era la primera víctima de las flechas disparadas desde la muralla.
Brandon se había sorprendido la primera vez que vio a los gigantes: había pensado que solo eran seres de cuentos creados para divertir niños. Se había estremecido al verlos en batalla: había visto a uno dar un golpe con un mazo más grande que el mismo Brandon. El impacto fue tan fuerte que había destrozado los huesos de tres hombres, incluyendo a uno con armadura completa.
Un gigante tenía fácilmente la fuerza de diez hombres, al menos. Eso demostró ser cierto cuando los cuatro que empujaban la torre avanzaban a un ritmo francamente anonadante, la enorme estructura pareciendo no ser un verdadero esfuerzo para las fuerzas combinadas de los cuatro seres. Brandon se vio forzado a alargar sus pasos aún más para no ser dejado atrás, al igual que los demás.
Sin embargo, la rapidez de los gigantes no llamo solo la atención de Brandon. El eco de un grito llegado desde un lugar muy por encima de su cabeza fue todo el aviso que hubo antes de que los arqueros que había en las murallas dejaran de disparar contra ellos. En cambio, las flechas fueron enviadas en dirección a los gigantes.
Pocos días antes de haber entrado en Invernalia, el Rey había ordenado el asesinato de varias docenas de reses adultas. La carne había sido consumida, obviamente, pero las pieles habían sido curtidas y cosidas para formar las prendas más grandes que Brandon hubiera visto, lo bastante para los gigantes. El trabajo era burdo, pero aun así la especie de túnica que los inmensos seres llevaban los cubría hasta más allá de las rodillas y codos. Sumados a los cascos circulares los hacía mucho más difíciles de herir.
Una docena de flechas golpearon a los gigantes de la derecha, pero éstos siguieron moviéndose, ajenos a las astas clavadas en el pecho y los brazos.
Las murallas estaban casi a la mitad de la distancia, pero los arqueros enfocaban su atención definitivamente en los gigantes. Uno de ellos soltó una de sus manos de la torre el tiempo justo para pasarla sobre su torso, rompiendo media docena de flechas, pero dejando las puntas de las mismas enterradas. Un pequeño bosquecillo de éstas también estaba en los torsos de los demás.
"¡Berjen!" llamó, girando la cabeza. A través de una docena de hombres, su hermano lo miró "¡Reúne algunos arqueros, y cubrid a los gigantes!" espetó, sin dejar de avanzar. Lo último que vio antes de volver su mirada al frente fue a su hermano girando sobre sus talones y abrirse paso en sentido contrario a los demás hombres.
El avance prosiguió sin mayores complicaciones: paso a paso, momento a momento, las murallas crecían ante sus ojos, miles y miles de soldados marchando en dirección a ellas.
El aire pronto se llenó del silbido de las flechas. Brandon las contempló volando una última vez hacia los gigantes antes de que los hombres en las murallas, simples insectos debido a la distancia, se perdieran de vista cuando se ocultaron ante lo que fácilmente era un centenar de proyectiles volando hacia ellos.
Bajo la cobertura de sus arqueros, el avance hacia las murallas externas se hizo sencillo. Los arqueros Bolton aún intentaban disparar, pero bajo la amenaza de ser atravesados por al menos tres o cuatro de las veinte flechas que se les disparaba al menor avistamiento, sus tiros eran descoordinados y lamentables. Menos de una decena de flechas desde la muralla alcanzaron carne, y hasta dónde Brandon podía escuchar, tan solo una o dos habían ocasionado una herida grave.
Ninguna sorpresa les esperaba hasta el último y diminuto tramo que los separaba de la muralla. Una ráfaga mucho más numerosa, casi un centenar de flechas, cayó desde el cielo. Brandon alzó su escudo sobre sus hombros, su aliento cortado cuando nada menos que tres flechas se clavaron en la madera con borde de hierro. Una de ellas atravesó el escudo, la punta de acero temblando a menos de una pulgada de su cuello. Uno de los gigantes rugió de rabia cuando dos flechas se clavaron en sus nudillos, pero no cesó en su empuje de la torre. Los gritos de dolor se hicieron más numerosos a sus espaldas, pero no los suficientes para hacerle dudar. Una segunda ráfaga de flechas cayó, hiriendo a más y probablemente matando a varios de los suyos.
Sin embargo, ese fue el último ataque considerable que sufrirían. La muralla externa ahora se alzaba como un obstáculo imposible ante ellos, y Brandon encontró casi hilarante el hecho de que era precisamente ese obstáculo el que ahora los mantenía fuera del alcance de los arqueros enemigos. Ninguna flecha, sin importar cuán fuerte fuera disparada, podría atravesar una muralla de piedra.
Cuando la torre finalmente dejó de ser empujada, apenas a quince pies de distancia de la muralla, una ovación general estalló entre todos, a la que Brandon se unió gustoso antes de encaminarse a la torre, seguido por otros.
Jon
Desde su posición, mantenía tres torres de asedio al alcance de su vista. Dos de ellas ya se habían detenido ante la muralla; la tercera estaba retrasada, pero seguía avanzando. Las demás estaban dispersas por el resto de la muralla, más allá de sus ojos. Sin embargo, no contaba solo con los suyos para ver.
"Hess, ¿qué es lo que ves?" interrogó.
"Tres torres ya están en posición" respondió el cambiapieles. Su animal, un perro, se encontraba en los campos que estaban fuera del alcance de la vista de Jon "Los hombres empiezan a subir, pero no han bajado a la muralla aún"
Jon asintió en reconocimiento antes de mirar a otro con la útil habilidad "Nadsor" nombró.
El hombre tenía el cabello del mismo tono que el del lobo que era su compañero. Se movió mientras hablaba "Las demás están cerca de la muralla, pero una está siendo atacada con flechas en llamas"
Las torres habían sido cubiertas de pieles empapadas en agua para prevenir cualquier incendio. Aun así….. "No la pierdas de vista. Informa si ocurre algo" ordenó Jon, antes de que su mirada volviera a las murallas.
Había enviado a quince mil hombres, casi la mitad del ejército, al frente para atacar las murallas. Jon dudaba que los arqueros que intentaban en vano contenerlos desde la cima de las murallas de Invernalia fueran una centésima parte de tal fuerza. Sin embargo, no comprometería a todas sus fuerzas a menos que fuera absolutamente necesario.
"Rey" la voz de Dormund sacó a Jon de sus pensamientos "Ya los están preparando. Los gigantes ya están allí también" informó.
"Bien" murmuró Jon "Torreg ya debe estar transmitiendo las órdenes a los arqueros" dijo en voz alta, más para sí mismo que para sus acompañantes.
En la batalla contra Roose Bolton, Jon había elegido concentrar sus esfuerzos en la defensa antes que el ataque. En la batalla contra Ramsay, la situación era a la inversa. Sin embargo, había un principio que podría aplicarse para ambas situaciones.
El golpe adecuado en el momento adecuado puede decidir el curso de la batalla.
Hugo Wull
Estaba entre los primeros en subir la torre, con sólo un par de salvajes, hombre y mujer, por delante de él. Las escaleras tenían apariencia quebradiza, pero eran capaces de resistir una constante de al menos cinco o seis cuerpos a la vez.
Las escaleras rechinaban bajo el peso de múltiples cuerpos a la vez. Las flechas resonaban contra el exterior de las paredes. Los jadeos y gruñidos se escuchaban por todas partes, y ocasionalmente eran acompañados por un forcejeo momentáneo.
Con cada nivel que subía, Wull sentía que la emoción crecía. A sus espaldas, su escudo y hacha golpeaban entre sí con los movimientos, y sus manos, empeñadas en aferrarse a los barrotes a medida que subía, cosquilleaban por la necesidad de usarlos.
Llegó al quinto nivel y salvó la distancia hasta la siguiente escalera con dos zancadas. Los últimos barrotes que lo separaban del nivel al que ansiaba llegar pasaron en un borrón, y pronto se encontró sin más escaleras para subir. El nivel de la torre en que estaba no era muy diferente a los anteriores: un recinto con cuatro paredes, cada una con quince pies de ancho y más del doble de alto. La delantera era en verdad una rampa mantenida en vertical por cuerdas atadas a sus extremos superiores.
Cubo Grande apenas se había separado de la escalera cuando alguien más llego: un salvaje de barba canosa en la cual se entretejían varias hojas rojas de arciano. Unos momentos más tarde otro hombre, este de su propio clan, lo alcanzó.
Una veintena de personas podrían entrar en el pequeño recinto sin dificultad, y mientras éste se seguía llenando, Wull descolgó sus armas de su espalda y se posicionó al frente.
Quince….Dieciséis…..Diecisiete…
Cuando fueron ya veinticuatro guerreros esperando, Cubo Grande supuso que no faltaba mucho tiempo. Y tenía razón: unos momentos más tarde, un grito se escuchó por encima de su cabeza, a través de una ranura diminuta en el techo.
Las flechas habían dejado de golpear contra la torre por el exterior: los Bolton habían entendido que no lograrían nada atacando la estructura de madera. O tal vez preparaban sus arcos para soltar una andanada mortal en el instante en que finalmente salieran de la torre.
"Recordad: estaremos al alcance de los arqueros en la muralla interna" dijo cuándo la plancha empezó a descender, la luz inundando el pequeño espacio a través de la creciente abertura "Y debemos proteger a los arqueros que vendrán detrás. Por esos motivos, ¡mantened los jodidos escudos arriba!" exclamó en voz alta, una docena de voces respondiendo su grito con uno propio.
La rampa había bajado más de la mitad del camino. A cada lado, Wull veía la cima de una muralla de piedra, separada por una distancia corta pero considerable. Entre la muralla y su posición una caída muy grande y una muerte segura esperaban a quienes no siguieran el único camino que se abría a ellos: hacia el frente.
La plancha descendía con una lentitud casi dolorosa, y con cada instante que transcurría Cubo Grande esperaba ver un centenar de flechas volando hacia ellos. Sin embargo, ninguna llegó, y por un efímero instante se encontró pensando que los Bolton habían abandonado la muralla. Que habían huido de la batalla como los cobardes que eran, para ir a esconderse en algún lugar, lejos de los verdaderos norteños.
Sin embargo, Wull sabía que ese era un sueño. Una fantasía tonta de un viejo.
Y tenía razón.
En el instante en que la plancha tocó las almenas, sucedieron dos cosas. Ocurrieron con una diferencia de tiempo tan pequeña que probablemente ni siquiera existiera.
Con un gritó, se lanzó hacia el frente. Y una lluvia de flechas voló desde algún punto por delante de él.
Sintió un dolor repentino en su pierna, y su brazo izquierdo retrocedió ligeramente cuando su escudo recibió tres golpes simultáneos. Los ignoró a ambos mientras cruzaba la plancha corriendo. Detrás se escuchaban gritos. Uno de ellos, en un tono indudablemente femenino, se alejó con gran rapidez antes de silenciarse abruptamente con un golpe seco.
"¡Rápido!" gritó, al tiempo que saltaba la distancia que lo separaba de las almenas con una gran zancada, para caer en la cima de la muralla con estruendo. Una flecha rozó su hombro para rebotar en la almena detrás de él "¡Formen, ahora!" ordenó a las figuras que venían detrás de él. No las veía, ni le importaba saber qué o quienes eran, solo que unieran sus escudos.
"¡Ah!" "¡Aaaaahhh!" "¡Aaaahh!" la cacofonía de gritos a su espalda le decía todo lo que necesitaba saber. Cayó de rodillas y se encogió lo más posible cuando más flechas llegaron volando, ocasionando nuevos gritos, aunque su escudo alzado lo mantuvo a salvo de ellas.
No se atrevía a asomarse a mirar, pero de reojo vio a otros, tanto norteños como salvajes, llegando a la muralla. Uno de ellos, con pantalones grises hechos de lana con parches de piel, apenas había alcanzado a plantar ambos pies cuando una flecha golpeó su pecho con precisión; cayó al suelo con los pies extendidos, completamente inmóvil.
"¡Junten los escudos!" gritó, y al menos cuatro o cinco obedecieron sus órdenes. Mientras dos se arrodillaban a su lado, los otros tres se pararon detrás, escudos superpuestos a los suyos. Un momento más tarde, otros tres escudos se sumaron a su incipiente muralla, sus portadores encogiéndose al igual que el resto de ellos, buscando cobertura contra las flechas.
Cubo Grande notó en ese momento que una flecha estaba clavada en su pierna, arriba de su rodilla. Dejó su hacha y, con un gruñido, rompió el asta en dos, dejando caer la parte trasera de la flecha al tiempo que más de éstas llegaban volando, clavándose en madera, piedra y carne.
Jorelle
Siempre había sido mejor atacando que defendiendo. El ataque era mil veces preferible, y lo había saboreado inconscientemente en cada batalla que había peleado. En el Bosque Susurrante, en las afueras de Aguasdulces, y en Cruce de Bueyes. Incluso lo había saboreado pocos momentos antes, mientras subía la torre de asedio, su maza lista para machacar huesos Bolton.
Pero al ser recibida con una lluvia de flechas en el instante en que pisó la muralla, no pudo sino encogerse detrás de su escudo y resistir. Su maza no le serviría contra un enemigo a distancia.
Poco a poco, bajo fuego de flecha casi constante, sus números en la cima de la muralla se habían incrementado. Diez habían dado lugar a veinte. Luego, a treinta. Después, a cuarenta. Ya eran más de un centenar, pero por cada cuatro de ellos, uno estaba muerto y otro estaba herido.
Por fin, cuando casi cincuenta hombres ilesos estaban en la cima de la muralla, sus cuerpos apiñados y sus escudos formando un muro del que sobresalían un centenar de flechas, Jorelle supo que no podía seguir allí. A su izquierda, siguiendo la muralla, había una torre solitaria. Y al otro lado de ésta, a menos de doscientos pasos de distancia, flanqueada por dos torres de mayor tamaño, un conjunto de puertas se alzaba.
Una nueva flecha cayó cerca de ella, la punta rebotando en el borde de acero de su escudo "Tenemos que tomar la torre. ¡Prepárense!" espetó, sus ojos vislumbrando a través de un diminuto resquicio entre dos escudos varias figuras en la cima de la muralla interior. Uno de ellos mantenía su arco tensado "Esperando un blanco de verdad" pensó con certeza, al tiempo que tragaba, decidida a no recibir esa flecha "¡Síganme todos!" gritó Jorelle, al tiempo que empezaba a correr.
Por un instante, había temido que no la escucharan. La mayoría de ellos eran salvajes insolentes, y todos conocían el riesgo de salir del muro de escudos. Sin embargo, los pasos detrás de ella dejaron de lado sus dudas.
Más flechas cayeron sobre ellos durante su arriesgada carrera. Jorelle mantuvo su escudo separado de su cuerpo, protegiendo desde se cuello hasta su muslo. El casco que llevaba protegería su cabeza. Detrás, gritos, gruñidos, maldiciones y lamentos se superponían entre sí. Estaba claro que no todas las flechas habían fallado.
Jorelle sabía que con cada paso se acercaba a la torre, pero no lo parecía. Sus zancadas se volvieron aún más largas, más desesperadas. Sabía que lo más sensato era esperar a los demás, mantenerse unidos. Pero una parte de ella, desesperada por poner un muro de piedra solida entre sí y los tres veces malditos arqueros Bolton, la forzaba a avanzar lo más rápido posible.
Una flecha cruzó por delante de ella, rebotando en la piedra sólida de una de las almenas. Otra, demasiada alta, pasó sobre su cabeza para perderse en los campos más allá de las murallas.
"¡Corran!" el grito llegó de algún punto detrás de Jorelle. No le interesaba quién lo dijo, solo que todos los que aún podían mantenerse en pie lo obedecieran.
La torre estaba a veinte pasos…..quince….diez….cinco…..
En el último instante antes de entrar en contacto con la madera, Jorelle sintió un cuerpo detrás del suyo. Alguien la había alcanzado, y su propio impulso se sumó al de ella cuando embistió la puerta con todas sus fuerzas. La madera era sólida, como comprobó por dolorosa mano propia. Pero ante el impacto combinado de varios cuerpos, cedió con estrépito.
Varios gritos se escucharon cuándo una manada de cuerpos sudorosos cruzaron la puerta, y por un efímero momento Jorelle pensó que pertenecían a los Bolton. Solo para suspirar con alivio cuándo se dio cuenta de que la torre estaba vacía de hombres.
No había nada allí. Sólo un objeto. Un barril pequeño.
La confusión llenó a Jorelle por un momento, y dio un paso en dirección al barril, notando que estaba hecho de una fabricación tosca, con múltiples bordes afilados sobresaliendo de la madera. Un olor apestoso llenó su nariz, y le tomó un momento comprender que venía del barril.
"¡Dejaron de disparar!" una voz resonó, y Jorelle vio de reojo cómo al menos una veintena más de guerreros, salvajes y unos pocos norteños, entraban por la puerta en tropel "Se les habrán acabado las flechas" dijo la misma persona, un salvaje con el rostro cubierto de tatuajes que asemejaban heridas de garras.
Había una solitaria rendija en la pared trasera de la torre, a pocos pasos de dónde estaba el barril. Jorelle no lo entendía. El Rey había dicho que las torres de la muralla no tenían tales aberturas. Solo las que guardaban las puertas lo hacían.
Un destello entró de manera repentina por la abertura, quedando detenido contra la madera del barril. Una flecha con su punta en llamas.
Los ojos de Jorelle se abrieron a más no poder cuándo lo entendió todo. El olor apestoso del barril. Sus bordes afilados. La abertura. Y la flecha.
"¡Cúbranse!" gritó, al tiempo que se encogía detrás de su escudo.
¡PUM!
Se sintió arrojada hacia atrás. Lo último que escuchó fue una oleada de gritos de dolor. Sintió la piedra dura golpear toda su espalda. Luego, todo se volvió negro.
Brandon Norrey
A costa de poco menos de sesenta muertos o heridos, había logrado hacerse con esa sección de la muralla externa. La verdadera dificultad había consistido en lograr crear un muro de escudos para proteger el paso a la muralla. Una vez que esto había sido hecho, la nueva llegada de guerreros a través de la torre les había permitido seguir ampliando el muro.
El corazón de Brandon difícilmente había alterado su ritmo desde que empezara el asalto. De hecho, la explosión hacia el este había sido lo púnico en acelerarlo en verdad. Al haber estado lo bastante cerca para poder distinguir el humo que salí de la torre, reforzó su resolución de quedarse fuera de éstas. Mejor arriesgarse a las flechas que a cualquier trampa sorpresa del bastardo de Bolton.
Ahora, un muro de escudos se elevaba por un tramo de más de dos centenares de pasos en la cima de la muralla. Detrás de éste, sus arqueros pululaban, lanzando flechas a través de los escasos espacios dejados entre los escudos unidos, para luego moverse antes de que el ataque pudiera ser contestado por sus homónimos Bolton. La precisión no existía, pero de acuerdo al Rey Jon, no la necesitaban.
No por primera vez, Brandon se preguntaba cuál era el plan para salvar la muralla interna, más alta y gruesa que la externa.
Por la torre seguían llegando hombres y mujeres, todos ellos encogidos para ofrecer un blanco más pequeño mientras se aferraban a sus armas. Fue uno de éstos, un salvaje con barba y cabello castaño, ambos desgreñados, quién destacó al llegar a la muralla. En su mano derecha llevaba un hacha corta, y mantenía en alto un escudo de color blanco con espirales verdes con su mano izquierda, mientras en su cinturón había lo que reconoció como una antorcha apagada.
El ceño de Brandon se frunció. ¿Para qué necesitaba una antorcha?
Jon
Sus manos estaban apretadas a cada lado, pero no podía forzarse a relajarlas. No con lo que contemplaba.
Tres columnas de humo se elevaban hacia el cielo. Una era más lejana que las demás, pero todas nacían de torres en la muralla externa de Invernalia. Una de éstas, la más cercana al lugar desde dónde observaba, se había derrumbado, las ruinas humeantes de piedra y madera vomitando gran cantidad de fuego hacia el cielo.
¿Qué había ocurrido? ¿Sus hombres habían incendiado las torres? No parecía probable: había dado órdenes estrictas de no hacer algo semejante, y además, las otras dos columnas parecían moribundas. Serían mucho más grandes de haber arraigado en la piedra y la madera.
¿Acaso era parte de algún plan de los Bolton? No podía sino suponer que sí. De alguna manera, Ramsay Bolton había dejado trampas listas. Al parecer, no había desperdiciado su tiempo desde que volvió al castillo.
¿Habría más trampas? No podía saberlo, al menos hasta que la batalla hubiera concluido y se realizara una búsqueda a fondo. Solo podía esperar que, hasta entonces, éstas no destruyeran la moral de sus hombres.
AAWWOO
El sonido del cuerno llenó el aire. Jon respiró hondo, sus plumones inundándose de aire mientras su mente se inundaba de pensamientos.
El primer juego de puertas en la muralla externa había sido tomado. Con las que Tormund había capturado la noche del rescate de Jeyne, tenía ya dos puntos para salvar la muralla externa y concentrar sus esfuerzos en el interior de Invernalia.
Al girar levemente la cabeza hacia la derecha, podía ver en la lejanía las dos torres que flanqueaban una de las puertas aún no tomadas. Frente a éstas, dos edificios homónimos y aún más grandes cubrían una de las entradas de la muralla interna.
No dudaba que los hombres en las torres estarían bien provistos de flechas, rocas, lanzas y otras municiones para repeler cualquier ataque a las puertas.
"Su Alteza" la voz sacó a Jon de sus pensamientos. Un solo hombre, bajo los colores de la casa Glover, se había aproximado a él, deteniéndose a unos pasos de distancia "Lord Galbart informa que los preparativos que habéis ordenado ya están listos" dijo, al tiempo que sus manos se cruzaban por debajo del puño de plata que estaba bordado sobre su túnica.
"Bien" dijo Jon, antes de hacer un gesto para despedir al hombre. Éste no se había alejado ni veinte pasos cuando un nuevo cuerno sonó desde la cima de las murallas. Éste sonaba más lejano y ligeramente diferente, confirmando que provenía de otro lugar.
Ya habían tomado otra puerta. Solo faltaba una más antes de hacer su jugada.
"Harle" llamó Jon, al tiempo que su mirada iba hacia uno de los pocos caudillos del Pueblo Libre que, por orden directa, se había mantenido apartado de la lucha.
El hombre a quién apodaban El Cazador se acercó, seguido por otros tres hombres, todos con arcos en las manos y carcajes llenos de flechas a la espalda.
"Veo que ya has elegido" comentó Jon, dirigiendo una mirada por sobre el hombro de Harle al pequeño grupo de arqueros junto al que él y sus acompañantes habían estado antes de llamarlos.
"Cuarenta. Los mejores de todos" afirmó El Cazador "Pueden darle en el ojo a un conejo a cien pasos de distancia"
El objetivo al que deberían darle los arqueros estaría a más de cien pasos, pero sería más grande que un conejo. Mucho más.
"Divídelos en cuatro grupos. Mismo número para todos. Llévalos por las torres de asedio y asegúrate de que tengan a rango de tiro las puertas. Los otros preparativos estarán listos pronto" ordenó Jon "Suerte" concluyó.
Harle se limitó a un asentimiento firme antes de volverse, seguido por los otros tres.
Jon flexionó el brazo de la espada, logrando ocultar con éxito la mueca que quería surgir. El solo movimiento hacía que una punzada de dolor lo atravesara, desde su hombro a la punta de sus dedos. Sumado al calor anormal en su frente, eran pruebas indudables de que necesitaba reposo pronto.
Pero eso debería esperar.
Hugo Wull
Con un grito, estrelló su escudo con todas sus fuerzas contra el rostro del maldito. El hombre retrocedió, escupiendo sangre y dientes sobre su jubón con el repulsivo hombre desollado. Antes de que pudiera reponerse lo golpeó nuevamente, esta vez con la cabeza de su hacha, antes de hacerle probar el filo del arma. Con un gruñido, cayó.
Las torres que flanqueaban las puertas estaban bien defendidas. Al menos una veintena de hombres. Sin embargo, él tenía el doble cuando entró, y además estaba furioso.
Dejando caer su escudo, golpeó el asta de su hacha con todas sus fuerzas, empujando a otro Bolton hacia la pared de la torre con estrépito, antes de pasar el filo del hacha en un corte horizontal que le abrió la barriga, de la que salieron numerosos y gruesos gusanos manchados de sangre y llenos de mierda.
Giró en busca de un nuevo rival, pero se decepcionó al ver que la mayoría de los Bolton ya estaban muertos. Su sangre manchaba el piso de piedra, mientras los últimos cuatro se veían arrinconados contra la pared más alejada de él.
Uno de los Bolton logró abrirse camino por el anillo de atacantes, solo para ser perseguido por dos mujeres salvajes. Los tres estaban armados con escudos y espadas, pero la mierda Bolton debía usar los suyos para mantener alejadas las armas de las mujeres.
Wull se lanzó contra el hombre que estaba de espaldas. Por un instante consideró simplemente enterrar su hacha en su maldito cráneo, pero cambió de idea en el último instante, optando por coger su arma por ambos extremos y alzándola sobre sus hombros. El Bolton, tan concentrado en las dos mujeres salvajes, no se dio cuenta hasta que el asta de su hacha estuvo contra su cuello, empujándolo hacia atrás. Atrapado entre el cuerpo más grande de Wull y el asta de su arma, se empezó a ahogar.
"Por el Joven Lobo, basura" murmuró al oído del hombre que se retorcía, sus armas caídas y sus manos ahora libres luchando para separar su cuello del agarre mortal.
Wull no tenía intención de soltarlo hasta que estuviera muerto. Sin embargo, antes de que se ahogara, una de las manos del hombre bajó, quizás hacia la daga en su cinturón. Sin embargo, antes de que llegara a ella, las dos mujeres salvajes realizaron sendos cortes a la altura del torso, antes de que una lo rematara enterrando la punta de su espada entre sus costillas, justo a la altura del corazón.
El Bolton quedó colgando flácido, y Wull separó al fin su hacha de su cuello, dejando que el cadáver cayera al suelo "Era mío" gruñó a las mujeres.
"No es cierto. Era nuestro" replicó una de ellas.
"Tú te metiste" secundó la otra casi al instante, al tiempo que hacía un gesto en su dirección con la espada manchada de sangre.
Wull no pudo evitar pensar que se parecían mucho. Por su apariencia y edad, supuso que eran hermanas. Con una sacudida de su cabeza, se enfocó en asuntos más apremiantes "Mierda" gruñó, al tiempo que se acercaba a las troneras de la torre. Con un suspiro, tomó su cuerno de su cinturón y lo hizo sonar.
Galbart
Pese a no tomar parte en el asalto a las murallas de Invernalia, sintió el temor acumularse en su estómago mientras realizaba su tarea. Con los dientes apretados observó cómo cuatro de sus hombres aunaban fuerzas para subir el barril hasta el carro, dónde dos más los esperaban con los brazos extendidos. Todos ellos moviéndose con cuidado. Cómo él, sabían lo que podía pasar si algo salía mal.
Detrás de él, escuchó pisadas gigantescas, y al volverse contempló como dos gigantes se detenían a pocos pasos de distancia, sus pequeños ojos fijos en su trabajo. Galbart contempló por un largo momento los cascos que cubrían sus cabezas y las inmensas prendas, más parecidas a túnicas cortas que a cualquier otra cosa, que cubrían gran parte de sus cuerpos.
Con el presentimiento de saber porque estaban los grandes seres allí, Galbart volvió la vista al carro lleno hasta rebosar en el mismo instante en que los hombres sobre él bajaban de un salto y se alejaban cómo si hubieran sido quemados, a pesar de que no había fuego cerca. No podía haber una sola chispa cerca de ese carro.
Lo contempló por un largo momento, su mirada pasando por las ruedas laminadas por chapas de acero sólido, para luego seguir por la madera gruesa y concluir en los grandes barriles, algunos de los cuáles eran casi de su tamaño.
Media docena de mujeres del Pueblo Libre se acercaron al carro, sus brazos cargados con numerosas pieles. Sin palabras, empezaron a cubrirlo con éstas, los barriles perdidos debajo de pelajes de osos, lobos y otras bestias que habían sido cosidos de manera desigual entre sí. Al terminar, cada una desenrollo un grueso manojo de sogas que llevaba al hombro. Ataron un extremo a las pieles que había colocado y cogieron el otro.
Un toque de cuerno largo y fuerte sonó, originado indudablemente en los campos a las afueras del castillo. Al mirar hacia las puertas, Galbart contempló cómo éstas se empezaban a abrir.
Tormund
En el instante en que las puertas se empezaron a abrir algunos hombres, pese a sus palabras, intentaron correr hacia ellas. Golpeó a uno en la cara, y eso bastó para que los otros recordaran sus palabras y volvieran.
"¡A un lado!" "¡Muévanse!" "¡Apártense!"
Los gritos llenaron el aire. Tormund giró a tiempo de ver a dos gigantes corriendo a toda velocidad en su dirección. No necesitó pensarlo "¡A un lado! ¡Abran paso a los gigantes, joder!" gritó, al tiempo que cogía a la persona más cercana y tiraba de sus pieles, arrastrándola mientras se alejaba de las puertas.
"¡Salgan del camino! ¡Salgan!" "¡A un lado!" "¡Aparten!"
Más gritos se escucharon mientras cientos y cientos de cuerpos se alejaban con premura de las puertas, todos buscando salir del camino de los dos inmensos seres.
Con la gran cantidad de cuerpos moviéndose, Tormund fue capaz de ver brevemente algo por delante de los gigantes. Fue solo cuando pasaron ante él que lo distinguió completamente.
Era un carro lleno y cubierto por pieles. Junto a él había tres mujeres de las lanzas, pero eran los gigantes los que empleaban sus fuerzas en hacerlo moverse. Rápido. Muy rápido.
Brandon Norrey
Las flechas no habían dejado de silbar en ningún momento. Los proyectiles surcaban el aire con una frecuencia casi constante, desde la cima de una muralla hasta la de la otra. Se clavaban en madera, piedra y ocasionalmente carne. Los gritos que se escuchaban eran órdenes vociferadas, junto con algún ocasional grito de dolor cuando una punta de acero lograba esquivar madera y armadura para enterrarse en la carne de algún pobre desdichado.
Brandon mismo habría muerto en dos ocasiones a causa de los mortíferos ataques a distancia. De no ser por su escudo, su mujer ya sería viuda y sus hijos ya no tendrían un padre.
Sin embargo, por sobre los gritos y los silbidos de las flecha, había escuchado el toque del cuerno. Un sonido largo y alto. Un grito sin letras ni voz, pero que anunciaba la llegada inminente de la lucha, de la caída de los traidores, el resarcimiento por los heridos y la venganza por los perdidos.
Había una serie de puertas al alcance de su vista. Hacia el este, más allá de una curva que la muralla externa de Invernalia describía para englobar dentro de sí una pequeña elevación, dos torres inmensas flanqueaban un juego de puertas en la muralla externa. Enfrente de éstas, separadas por un espacio de la menos doscientos pies, dos torres aún más descomunales vigilaban el más grande obstáculo aún sin pasar: las puertas de la muralla interna, que daban hacia el corazón mismo de la fortaleza.
Las torres solo podían ser descritas cómo prácticas y funcionales: dos estructuras que sobresalían de la muralla para flanquear a quien intentara atacar las puertas. En forma circular, las curvaturas hacían más probable que un ataque con armas de asedio tales cómo trabuquetes o catapultas resultara en la munición siendo desviada. Completamente lisas, ofrecían pocas o nulas oportunidades para ser escaladas desde el exterior, y contaban con agujeros de mortero bien distribuidos para poder lanzar flechas y lanzas a los atacantes. Las puertas también eran formidables: madera gruesa y sólida reforzada con placas de acero, al igual que las grandes bisagras de las mismas, todo ello debajo de más agujeros de mortero y lo que parecían pequeñas tuberías que sobresalían entre ellas, de las que se podría arrojar agua o aceite hirviendo, o brea.
No envidiaba a quiénes debieran atacar las puertas, y no podía evitar sentirse frustrado con el Rey por no explicar cómo rayos lograría abrirlas.
No podía ver las puertas de la muralla externa, pero estaba seguro de que estaban siendo abiertas en esos momentos. Se atrevió a mirar con un solo ojo a través de una hendidura entre su escudo y el del hombre a su lado, esperando ver a millares de norteños y salvajes cruzar las puertas para inundar el espacio entre las murallas. Sin embargo, no vio nada.
Ni un solo guerrero se había abierto paso a través de las puertas de la muralla externa. Se repitió a sí mismo que esperaban a que éstas hubieran sido completamente abiertas para atacar, pero con cada momento que pasaba resultaba más y más difícil creer eso.
La confusión invadió a Brandon. ¿Por qué no entraban? ¿Qué estaban esperando?
Pero los momentos pasaban y no ocurría nada. Ningún hombre, bien fuera norteño o salvaje, cruzaba esas puertas. Las mujeres guerreras tampoco lo hacían. Tampoco había rastro alguno de los gigantes.
Se empezaba a frustrar. Tanto que fue inconsciente de la flecha que voló por el aire para golpear el escudo del hombre a su lado, a menos de un palmo de distancia de su ojo.
Pero no pudo darle importancia cuando al fin sucedió algo. Sobre los gritos de la batalla, un gran rugido inundó el aire, seguido casi a la vez por un segundo. Eran gritos primarios, llenos de determinación y un instinto primitivo y primordial.
Dos figuras inmensas cruzaron las puertas abiertas, transportando lo que parecía un carro inmenso lleno de ¿pieles? Varias figuras más pequeñas iban junto al carro, con las cabezas agachadas y los escudos alzados.
El carro se movía a gran velocidad, los gigantes empleando todas sus fuerzas en empujarlo. Las ruedas traqueteaban, y las figuras más pequeñas a sus lados debían correr a grandes pasos para siquiera intentar mantenerse junto a él.
Una gran cantidad de pensamientos agobiaron la mente de Brandon en los primeros instantes luego de que la visión llegara a sus ojos. ¿Qué rayos era eso? ¿Acaso el Rey había ordenado eso? ¿En verdad creía que un carro sería capaz de derribar las puertas? Necesitarían al menos medio centenar de hombres tripulando un ariete con cabeza de acero reforzado. Quizás incluso más de uno.
Una serie de gritos llegaron desde las murallas internas, y aunque las voces se superponían unas a otras, Brandon captó la esencia de éstas. Los arqueros Bolton parecieron olvidarlos, prefiriendo centrar sus ataques contra el carro y sus acompañantes.
"¡Seguid disparando!" gritó Brandon a los arqueros "¡Cubridlos!" ordenó, al tiempo que hacía un gesto con la mano en que sostenía su espada.
Sus arqueros emergieron del muro de escudos, disparando de manera irregular pero constante las flechas. Los Bolton se ocultaron un momento tras las almenas de la muralla interna mientras los proyectiles volaban hacia ellos. El carro siguió avanzando, pero apenas había cruzado la mitad de la distancia hasta las puertas cuándo los hombres bajo el emblema del hombre desollado volvieron a surgir. Mientras unos disparaban hacia el carro, los demás lo hacían hacia los arqueros detrás del muro de escudos.
Una de las flechas, demasiado baja, golpeó su escudo. Otra más voló sobre él, perdiéndose más allá de las murallas. No todos sus arqueros lograron ocultarse a tiempo; uno de ellos cayó con un grito, una flecha enterrada en su pecho.
"¡No dejen de disparar!" gritó una voz, y Brandon se sumó a ella por puro instinto.
"¡Cubran el carro! ¡No dejen que lo detengan!" gritó.
Mientras sus arqueros seguían disparando, Brandon arriesgó una nueva mirada de reojo hacia el pequeño sequito que escoltaba el carro. Sus ojos captaron justo a tiempo cómo las flechas Bolton surcaban el aire. Al menos media docena de éstas se hundieron en los gigantes, pero ninguno parecía notarlas mientras seguía empujando el carro. Otras más rebotaron en los grandes cascos que éstos portaban. Un escolta que corría junto al carro cayó al suelo, una flecha atravesando su pierno de extremo a extremo por debajo de su rodilla.
Cuando el cuerpo trastabillo y cayó al suelo de rodillas, algunas de las pieles fueron atraídas hacia él, o al menos así le pareció desde la distancia. Estaba más interesado en el guardia, que se arrastraba con su pierna sana y una de sus manos hacia atrás, mientras sostenía su escudo en alto con la otra. No notó que debajo de las pieles había algo.
El carro ya había recorrido tres cuartas partes del camino que separaba las puertas de la muralla interna de las de la muralla externa. Más flechas llovieron sobre él por parte de los Bolton, pero casi todas dirigidas hacia los gigantes. Fue en ese momento, justo cuando el segundo de los escoltas caía con una flecha en el hombro, que los demás se detuvieron de repente, y con ellos cayeron también las pieles, que fueron abandonadas en el suelo mientras los cuatro guardias emprendían la huida.
Con los gigantes ya solos, los arqueros Bolton se concentraron en ellos, y aun debiendo ocultarse de los arqueros detrás del muro de escudos de Brandon, al menos una veintena de flechas volaron hacia los inmensos seres. Uno de ellos soltó un rugido francamente aterrador.
En un solo instante, Brandon fue consciente de dos cosas a la vez. La primera era el contenido del carro: barriles. Docenas y docenas de grandes barriles de madera. Al mismo tiempo, los gigantes soltaron el carro al unísono, antes de girar con mucha menos gracia que un hombre y empezar a correr, siguiendo a los otros escoltas.
Brandon no notó las flechas que los arqueros Bolton dispararon contra la espalda de los gigantes. Sus ojos estaban enfocados en el carro, que aún se movía velozmente hacia las puertas, las fuerzas que los gigantes habían imprimido en él dándole el impulso necesario para estrellarse contra la madera reforzada con estrepito.
Cuando el carro se volteó ante las puertas, los barriles cayeron de él, quedando la casi totalidad de ellos anidados al pie de las puertas. Sin embargo, dos de ellos se quebraron por el impacto del golpe, derramando un líquido espeso y oscuro cómo la noche que salpicó los otros barriles, además de la madera y el acero de la puerta.
Y en ese instante, Brandon comprendió el plan del Rey.
Hugo Wull
Estaba nervioso. Lo había estado desde que se abrieron las puertas y el resto del ejército no las cruzó al instante. Estaba considerando muy seriamente gritar a través de las troneras que daban al exterior que rayos esperaban para atacar. Con la victoria tan cerca, sólo los idiotas y los cobardes se abstendrían de atacar.
Los salvajes eran muy difíciles de distinguir unos de otros. O tal vez fuera que ponía poco interés en intentarlo. En cualquier caso, el resultado era el mismo: había pocos a los que podría darles tanto cómo un hombre. Sin embargo, al que había entrado corriendo a la cabeza de una decena más, casi todos ellos con arcos en las manos, lo reconoció. Harle el Cazador.
"¡Ustedes dos, disparen desde allí!" exclamó Harle al tiempo que señalaba hacia las troneras que daban al interior de Invernalia. Dos hombres, ambos con el cabello oscuro hasta más allá de los hombros, corrieron hacia ellas al tiempo que tomaban una flecha de sus carcajes y la colocaban en sus arcos "¡Los demás, conmigo!" ordenó Harle, antes de salir de la torre, seguidos por los otros salvajes.
Por un fugaz instante, Wull creyó que Harle y los suyos se sumarían a los otros arqueros, disparando contra los Bolton en la cima de la otra muralla. Sin embargo, supo que ocurría algo más cuando dos hombres con antorchas entraron por el mismo lugar que Harle el Cazador lo había hecho momentos antes. Uno de ellos siguió al caudillo salvaje, y el otro lo siguió luego de encender las flechas de los dos arqueros dejados atrás.
Un fuerte rugido atravesó las troneras, y movido por la intriga, Cubo Grande se aproximó a una tronera vacía, a tiempo de ver cómo dos gigantes se alejaban de las puertas internas mientras un carro lleno de barriles se estrellaba contra éstas.
"¡Listos!" llegó el grito de Harle el cazador a través de la puerta derribada "¡Vamos a llenar de agujeros…el trasero de los arrodillados!" aulló, y un momento más tarde, los arqueros junto a Wull, así como otros, soltaron flechas en llamas.
Observo casi con fascinación cómo los proyectiles surcaban el aire: una decena de llamas móviles que cruzaron a toda velocidad el espacio entre las dos murallas, para luego llegar hasta los barriles.
¡PPPUUUUUUUUUUUUUUMM!
La explosión resonó con fuerza titánica. Aún protegido por el grueso muro de piedra, Cubo Grande se sintió empujado hacia atrás. Trastabillo, al tiempo que sus oídos palpitaban tanto que por un momento juraría que sangraron. A su alrededor, otros fueron más lejos, cubriendo sus oídos al tiempo que sus rostros se contraían en gritos y muecas de dolor.
Sin embargo, aún con el dolor auditivo vio a través de la tronera de la que había sido alejado por la explosión. Lo único que logró distinguir fue un muro de fuego que se elevaba hacia el cielo.
Los oídos de Wull acababan de empezar a recuperarse cuando escuchó una nueva explosión. Aunque no tan fuerte como la que había presenciado, fue un nuevo latigazo de dolor a sus oídos.
Jon
Había visto el resultado de las explosiones aún desde la lejanía. Columnas de fuego tan altas que habían incluso superado la altura de las torres de la muralla interna. Algunos de sus Guardias incluso habían retrocedido un paso o dos de manera inconsciente, mirando con un breve atisbo de temor las inmensas bestias de humo y fuego que surgían desde el interior del castillo.
Las llamas habían disminuido luego de un tiempo, pero Jon, aún sin verlas, no dudaba que estuvieran lamiendo, mordiendo, rascando las puertas de Invernalia hasta sus mismas entrañas en esos momentos. La gran cantidad de humo negro y espeso que se elevaba hacia el cielo era testimonio de ello.
"Pueden empezar" declaró, al tiempo que giraba su cabeza ligeramente hacia sus Guardias.
Sin palabras, Alysanne Mormont cogió un gran cubo lleno de agua y lo arrojó sobre él, golpeando justo a la altura de su estómago. Estaba helado, y Jon lo sintió corriendo en riachuelos a través de sus ropas, bajando por sus piernas y entrando a sus botas antes de filtrarse hacia el suelo.
El alivio en su pierna lastimada ante el sueño inducido por el líquido helado era casi palpable. Jon suspiró con disimulo, al tiempo que miraba a tiempo de ver cómo más cubos de agua eran arrojados sobre otros.
Eran una fuerza pequeña: setecientos guerreros, principalmente del Pueblo Libre, aunque había al menos un centenar de norteños. Como él, todos ellos deberían soportar un barril de agua helada. Necesitarían la humedad de su parte. Lo mismo se aplicaba a Rog Puño de Piedra y a cinco gigantes más, los más fuertes y feroces de entre todos los que había en su ejército.
Jon cogió un escudo ofrecido por Rickard Liddle: un lobo sobre un partido en negro y rojo. Lo contempló un largo momento antes de volver su mirada al resto de sus fuerzas.
"Diez filas. Setenta hombres en cada una" ordenó Jon. De inmediato, hombres y mujeres se movieron mientras formaban. Jon tomó su lugar a la cabeza de ellos, con Rickard Liddle y Alysanne Mormont a su derecha, y Awrryk y Ery a su izquierda.
Había llegado el momento. Reprimiendo su lengua por temor a que ésta lo traicionara, Jon simplemente alzó su escudo en un gesto silencioso. Una oleada de gritos masculinos y femeninos llegó de la multitud, que se apresuró a seguirlo mientras se encaminaba hacia la batalla.
Hacia su destino.
Hacia su hogar.
Hacia Invernalia.
Tormund
Había aceptado que Jon no era un hombre común hace mucho tiempo. No porque fuera un Rey, o un arrodillado, o porque cabalgara de manera perfecta, o porque tuviera la mejor espada que había visto nunca, o porque peleara con una habilidad que no podía ser equiparada por nadie. Ni siquiera porque tuviera un lobo huargo malditamente inmenso.
No. Lo que hacía a Jon tan singular era el hecho de que era totalmente impredecible. Era el tipo de hombre que se reprimiría durante lunas enteras de usar su ejército para vencer a alguien a quién odiara. El tipo de hombre que asesinaría a un centenar de enemigos en el campo de batalla sin parpadear, solo para perdonar a una docena de otros y sumarlos a sus propios hombres. El tipo de hombre que aun contando con decenas de miles de brazos listos para ayudar, elegiría entrar solo a un lugar lleno de enemigos para salvar a una hermana.
Ahora tenía una prueba más de que Jon era impredecible. El fuego furioso que devoraba las inmensas puertas del castillo, tan ardiente que incluso desde la distancia sentía su calor, y del que no dudaba que lo quemaría vivo en instantes si no esperara hasta que hubiera disminuido lo suficiente.
Incluso los gigantes pensaban de esa forma. Tormund los sorprendió mirando las llamas con algo parecido a la aprensión. Aun así, se colocaron al frente mientras Tormund y varios cientos de otros los seguían de cerca.
Sin embargo, y a pesar de su aprensión, se encaminaron hacia las puertas. Había algunos jadeos y murmullos detrás de él, pero en general todos estaban silenciosos.
"El silencio antes de la pelea" supo el Matagigantes "Donde solo hay dos opciones: matar o morir"
Jon
Rog y los otros gigantes habían rompido a correr en cuánto estuvieron debajo de la entrada en la muralla externa, soltando rugidos que reverberaron en el aire mientras embestían las puertas cubiertas de parches de llamas. Alrededor de ellos, la madera se había ennegrecido hasta ser casi uniformemente oscura. Pequeños riachuelos de acero fundido corrían cómo lagrimas sobre ella, todo lo que perduraba de las planchas de metal reforzado que habían hecho las puertas aún más resistentes. El suelo estaba cubierto de pequeños incendios.
"¡Muro de escudos!" ordenó Jon antes de pasar debajo de la muralla externa, al tiempo que se inclinaba ligeramente y sostenía su escudo ante sí, cubriéndolo desde sus muslos hasta su cuello.
Reprimió la mueca que quería aparecer en su rostro ante el ardor de su pierna: la postura implicaba apoyar todo su peso en sus piernas. Sus Guardias Personales lo flanquearon, y detrás el resto de sus hombres formaron, apretados unos contra otros. En unos momentos, todos los escudos estuvieron alineados. Aquellos en los bordes de la formación mantuvieron sus escudos a sus costados, mientras aquellos que iban en el medio alzaron los suyos sobre sus cabezas, formando una cubierta móvil.
¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!
Las embestidas de los gigantes contra las puertas eran tan furiosas que, aun sabiendo que peleaban junto a él, Jon sintió temor de ellos. Aun así, siguió avanzando, sintiendo los cuerpos de sus Guardias y de otros presionados contra el suyo.
Los gritos se habían escuchado ocasionalmente desde la cima de las murallas desde que se había acercado a éstas. Sin embargo, otros se escucharon: más urgentes, más frenéticos. Aún sin comprenderlos, Jon distinguió lo suficiente para saber lo que pasaría un momento antes de que ocurriera.
El acero resonó contra la madera cuando los escudos cumplieron su función, protegiendo a los guerreros de Jon de las flechas disparadas hacia ellos.
"¡Manteneos juntos!" ordenó, justo antes de que una flecha golpeara el borde de su propio escudo; el proyectil habría atravesado su hombro con toda seguridad de no ser por éste "¡No os separéis!" grito cuando la lluvia de flechas se volvió más constante.
Siguieron adelante, marchando a paso lento pero constante. Jon sentía el sudor en su frente; el calor que había allí no era a causa de la proximidad con otros cuerpos o los fuegos aún encendidos que había en su camino. También, contrastaba totalmente con la sensación de sus piernas, dónde el agua helada casi las había entumecido.
Sin embargo, Jon sentía la herida que había en una de ellas: estaba allí, cómo un lobo al acecho, esperando el momento para poder enterrar sus dientes en él. Con los dientes apretados, siguió avanzando, ignorando la advertencia sin palabras que sus heridas le daban.
¡PUM! ¡PUUUM! ¡PUM!
A través de una diminuta rendija entre su escudo y el que estaba encima, Jon veía a los gigantes seguir golpeando las puertas. La madera ennegrecida crujía, las astillas de madera volaban en el aire y los goznes rechinaban ante los impactos.
Cruzó encima de un parche de fuego. El agua helada había hecho efecto: las llamas no se aferraron a sus botas ni a nada más.
Nuevas flechas llegaron por el aire. Algunas golpearon el suelo inofensivamente. Otras más acertaron a los gigantes, pero sus golpes a las puertas no cesaron en ningún momento, los cascos y las pieles de las reses que llevaban a manera de burda armadura haciéndolos aún más difíciles de abatir. Muchas más perforaron escudos. Unas pocas encontraron carne.
"¡Resistan!" gritó Jon cuando los primeros gritos de dolor sonaron a sus espaldas "¡No se queden atrás!" el muro de escudos era su protección, y de separarse, se acabaría en un instante.
Mors Carroña
En cuanto vio las llamas dónde suponía que estaban las puertas, supo que ya casi era el momento. Montó en su caballo, la misma bestia que lo había traído desde el Último Hogar, y comprobó que su escudo estuviera atado correctamente a su brazo izquierdo antes de girar su cabeza para contemplar al resto de los hombres que vendrían con él.
Trescientos hombres. Un centenar de ellos eran imbéciles de Puerto Blanco, otro más eran Umber y de los Clanes Norteños, y el último estaba compuesto de s….…..el Pueblo Libre.
El Rey le había dado la misión de encabezar el ataque a las puertas: más allá de éstas, un terreno plano y seco se podría aprovechar al máximo para un ataque montado. Sus hombres se encargarían de romper cualquier intento de resistencia que los Bolton hicieran en las puertas, la velocidad y la pura fuerza de carga de sus monturas bastando para despejar éstas. Luego de ellos, vendrían miles más a pie, además de gigantes. En cuánto los suficientes de los suyos hubieran cruzado las puertas, los Bolton se verían abrumados y la victoria sería suya.
Sonaba sencillo. Pero cómo Mors había aprendido, sencillo y fácil eran cosas muy diferentes.
Esperaba una gran resistencia por parte de los Bolton: eran unos idiotas, pero no lo eran al extremo de ignorar que su única esperanza de vivir era pelear. Si se rendían o dejaban capturar, terminarían ahorcados o decapitados.
"¿Cómo los que fueron capturados en batalla?" preguntó una voz llena de malicia en su interior. Mors apretó la mandíbula al tiempo que se forzaba a ignorar tales pensamientos. No era el momento.
Clavó los talones en los flancos de su caballo. Sin más que un gesto seco con su mano libre, los otros jinetes lo siguieron en completo silencio. Al frente, las murallas de Invernalia se alzaban hacia los cielos, y las ignoró a favor de mirar a las puertas abiertas. En el horizonte, más allá de éstas, varias figuras inmensas parecían golpear llamas.
Tormund
Se había abierto paso a través de la inmensa multitud. No había sido difícil; después de la gran cantidad de llamas que habían surgido abruptamente, pocos tenían deseos de estar al frente. Los más valientes se habían detenido por debajo de las puertas que daban al exterior, sus escudos superpuestos unos a otros para una protección más efectiva.
Cuatro gigantes golpeaban las otras puertas, las que habían sido incendiadas. Tormund las oía crujir con fuerza, mientras las flechas volaban hacia los golpeadores. Pero eran pocas, y los gigantes no les daban importancia mientras seguían haciendo añicos las puertas.
¡CRACK! ¡PUM! ¡PUM! ¡CRACK! ¡PUM!
Jon
La coincidencia fue casi providencial. A mitad de camino de las puertas internas, El gozne de la parte superior izquierda fue finalmente roto por las embestidas y golpes de los gigantes. Cuándo habían cruzado tres terceras partes del camino entre las murallas, el gozne inferior de la izquierda fue arrancado también.
"Solo un poco más" murmuró Jon, al tiempo que una nueva flecha golpeaba su escudo. La punta de acero sobresalió, un palmo por encima de su brazo.
Algunos gritos se escuchaban a sus espaldas, pero eran pocos. Jon, aún sin voltear a ver, se arriesgaba a creer que su fuerza de setecientos hombres estaba casi intacta.
¡PUM!...¡PUM!...¡PUM!...¡PUM!...¡CRACK!
"¡Más rápido!" ordenó Jon, sus pasos tornándose más largos. Cubriendo la distancia que lo separaba de las puertas casi derribadas.
Las puertas de la muralla interna estaban al límite de su resistencia. Los goznes rotos y arrancados las hacían inclinarse peligrosamente, y la madera ennegrecida por el fuego presentaba al menos una decena de agujeros del tamaño de una cabeza humana, creados por los descomunales puños de los gigantes.
Sin embargo, el esfuerzo también había cobrado su precio en los descomunales seres. Los pequeños fragmentos de piel peluda que eran dejados a la vista por los cascos de madera y las túnicas de piel de res brillaban con sudor. Sus rugidos se habían apagado casi del todo, siendo reemplazados por jadeos de agotamiento similares a los barritares de sus mamuts. Las flechas sobresalían de sus cuerpos en múltiples puntos: brazos, piernas, torsos, hombros, muslos, incluso unas pocas en los cuellos.
¡PUM!...¡PUM!...¡PUM!...¡PUM!
"Ya casi" murmuró Jon para sí mismo. Desenvaino a Hermana Oscura. Giró ligeramente la cabeza a cada lado y vio de reojo cómo Alysanne Mormont cogía su maza de su cinturón, mientras los nietos de Ygon y Rickard Liddlle desenvainaban sus espadas "¡Todos listos!" advirtió.
¡PUM!...¡PU!...¡CRACK!
Con un crujido tan sonoro como un trueno, la hoja derecha se rompió cuando los golpes de los gigantes ocasionaron una rasgadura que recorrió dos de los agujeros. La parte superior de la hoja cayó hacia el interior, y la inferior la siguió un momento más tarde.
"¡Ataqueeeeen!" gritó Jon, al tiempo que cargaba. Detrás de él, cientos de gargantas dejaron oír rugidos, gritos y aullidos propios al seguirlo.
La segunda hoja de la puerta ya había caído, y los gigantes se habían apartado del camino. Ante Jon, el camino estaba libre.
"El camino para recuperar Invernalia está libre" comprendió, al tiempo que luchaba contra el estremecimiento de emoción que surgía desde lo hondo de su pecho.
Nunca sus pasos se habían sentido más largos o lentos: por un fugaz instante creyó que no estaba avanzando nada. Y aun así, antes de ser verdaderamente consciente, se encontraba cruzando el umbral a través de parches en llamas y fragmentos de madera ennegrecidos y destrozados. Tras él, la vanguardia de sus fuerzas lo siguió.
"¡AAAAAAAAAAAHHHHHHHH!" una oleada de gritos llegaron de todas partes, tan repentinos que Jon solo atinó a detenerse, seguido casi al instante por sus fuerzas. Miró de manera frenética alrededor, contemplando en un instante los edificios de Invernalia, pero estando más interesado en las personas que salían de ellos.
Una oleada de atacantes parecieron surgir de todas direcciones en un momento, cargando hacia Jon y sus fuerzas con la ferocidad de los perros de Ramsay. Y la misma coordinación.
Jon no tuvo tiempo de dar órdenes o instrucciones propias: una nueva lluvia de flechas cayó sobre ellos, y en un instante los Bolton habían salvado casi del todo la distancia que los separaba de Jon y sus fuerzas, que respondieron con gritos propios.
"¡Por los Stark!" "¡Venganza por la Boda Roja!" "¡Pueblo Libre, por el Pueblo Libre!"
Los Bolton se estrellaron contra la muralla de escudos. Descoordinados, pero no menos feroces. Jon bajó su escudo para detener un golpe de maza. Reprimiendo un gemido de dolor ante el palpitar de la herida en su brazo, lo movió para detener un segundo golpe antes de llevarlo hacia el frente.
"¡Invernalia!" gritó una voz detrás de Jon.
"Sí" pensó Jon, al tiempo que su escudo golpeaba la mandíbula de su rival y su espada se enterraba en su pecho cubierto por un jubón sucio con el hombre desollado "Por Invernalia" se encontró luchando contra un nuevo rival antes de que el primero hubiera caído al suelo.
Mors "Carroña" Umber
Su caballo corría a toda velocidad, a juego con su corazón. Delante de él, las puertas estaban casi derribadas. Detrás de él, cientos más de hombres montados lo seguían al son de aullidos y gritos.
Había miles de los suyos afuera de las puertas, pero todos se apartaron del camino. Algunos incluso alzaron sus armas y rugieron su aprobación al cruzar junto a ellos. Mors los ignoró a favor de desenvainar su espada en el mismo momento en que las puertas terminaban de caer.
"¡Último Hogar!" rugió al cruzar las puertas.
Dentro, los gigantes forcejeaban contra una multitud de hombres que los rodeaban mientras intentaban derribarlos. Con un grito y sin detener su carga, Mors se inclinó en la silla y descargó un golpe terrible que abrió a un hombre armado con una lanza desde el cuello casi hasta el estómago. Su caballo derribó a varios más al abrirse paso.
Mors resistió el impulso de sonreír al sentir los huesos crujiendo al romperse bajo los cascos de su montura. Soltó otro golpe aún sin detenerse, rompiendo el escudo aunque hubiera preferido acertar al hombre encogido detrás de él. Un espadachín lanzó un golpe desde el suelo, pero lo detuvo con su escudo antes de que su espada cruzara sobre la cabeza de su corcel y apuñalar al hombre en el hombro. El hombre se derrumbó, pero Mors no se interesó en él.
Arriesgando una mirada sobre el hombro cuando tuvo un momento para orientarse, vio que la mayoría de los Bolton en las puertas estaban ya muertos. Los que no, se retorcían heridos en el suelo. Los jinetes seguían entrando por las puertas. Los gigantes, ya a salvo, se movían con lentitud.
"¡Vamos!" urgió, al tiempo que giraba su espada sobre su cabeza. Clavó los talones en los flancos de su caballo y volvió a correr, seguido por otros.
Había más soldados con el emblema del hombre desollado, pero la mayoría se apartaron del camino para evitar ser aplastados bajo los cascos de las monturas.
A los lados, los edificios del castillo pasaban como un borrón mientras Mors cabalgaba entre ellos. Había gritos detrás de él, pero ninguno sonaba particularmente aterrado ni llamaba por él, por lo que dejó a los demás el lidiar con los Bolton.
Entonces ocurrió. De una puerta a la derecha, salió una figura armada con un escudo y una maza. Su rostro estaba cubierto por un casco, pero Mors no necesitó ver sus facciones para saber lo que pensaba. Al verlo girar en redondo y correr lejos de él, supo que era un cobarde.
Espoleó a su caballo "¡Bolton!" llamó, rogando para que el maldito al menos girara e intentara pelear. Pero no lo hizo. Siguió corriendo, luchando por alejarse de él…
…en vano. Porque él iba a pie, mientras Mors tenía una montura más rápida que ningún hombre. En cuánto estuvo lo suficientemente cerca, dejó caer su espada. El golpe fue certero. El cobarde cayó al suelo, inmóvil. Con una mueca, Mors siguió adelante.
Su espada aún no había bebido suficiente sangre Bolton.
Tormund
Desvió la espada del imbécil con su propia arma antes de cogerlo por el cuello y arrojarlo haca atrás. Estaba sobre él un momento más tarde, golpeando su cabeza contra la muralla una, dos, tres veces, antes de asesinarlo con un golpe de espada.
Saltó sobre el cadáver y subió los escalones de piedra que llevaban a la cima de la muralla, seguido de cerca por media docena de hombres y el doble de mujeres. Debajo, en el patio, cientos más peleaban entre gritos. Por un lado, el Pueblo Libre y los arrodillados que habían jurado lealtad a Jon. Por el otro, los hombres desollados Bolton.
Dos hombres desollados lo encontraron a medio camino a la cima de la muralla. Sin gritos, el que iba al frente alzó su espada con ambas manos antes de dejarla caer. Bloqueó el golpe con su propia espada, y se lanzó hacia un lado para evitar la estocada del otro estúpido. Los que venían detrás de él intentaron acercarse lo bastante para pelear. Fallaron, pero le obtuvieron suficiente tiempo para que abriera la barriga del hombre más alejado con su espada y golpeara al otro, aturdiéndolo. Cogiéndolo con ambas manos, lo arrojó de la escalera, su gritó muriendo al mismo tiempo que él, con el golpe de su cuerpo contra el piso. Recogió su espada y siguió subiendo.
Las flechas silbaron y al menos tres o cuatro gritos diferentes se escucharon detrás de él mientras una flecha lo rozaba, para luego rebotar en los escalones de piedra antes de caer hasta el suelo.
"¡Veamos lo que valen estas mierdas sin un muro jodidamente alto!" gritó antes de saltar los últimos escalones y llegar a la cima de la muralla.
Había muchos arrodillados allí, casi una veintena, pero la mayoría solo portaban arcos. Tormund se arrojó sin pensar sobre el más cercano. Pero tuvo que dar un nuevo salto, esta vez al costado, para evitar la flecha que soltó. Casi sintió las plumas de ganso rozando su ropa. Antes de que el hombre pudiera colocar una nueva flecha, Tormund estaba ante él. Un puñetazo en el rostro partió su nariz, y un golpe de su espada partió su arco y su cabeza.
Tormund cogió al hombre que acababa de matar por las ropas y lo mantuvo en alto, al tiempo que se acurrucaba detrás de él. Las flechas dirigidas a él se clavaron en cambio en la espalda del muerto. Una, dos y luego tres.
Arrojó el cadáver contra dos de los arqueros antes de cargar hacia el tercero. Se encargó de él con dos cortes rápidos antes de volverse a los demás. Asesinó a otro sin ayuda, y luego ayudó a matar a dos más.
Se detuvo, jadeando, mientras los arqueros huían a través de las murallas, seguidos por todos los demás. Con excepción de uno.
Un niño verde cómo la hierba de verano con un gran hacha de dos manos, que se aproximó a un asta en la que ondeaba ligeramente un estandarte con el hombre desollado. Con un fuerte golpe de hacha cortó el asta en dos antes de recoger el estandarte del suelo y arrojarlo de la cima de la muralla con una risa.
Jon
Las batallas tenían una cosa en común: en todas llegaba un momento en que los planes, los esquemas, las órdenes, las formaciones y cualquier otro tipo de orden se desvanecía, dejando solo un caos absoluto y primario. En ese momento, todos los pensamientos se dejaban de lado a favor de una sola y primaria necesidad: la de sobrevivir.
Jon se sentía viviendo esos momentos.
Con un gruñido, cayó de rodillas al tiempo que alzaba su escudo sobre su cabeza para detener el golpe descendente de una espada, antes de cortar con su propia arma de manera horizontal, amputando una pierna a la altura del muslo. Al siguiente momento, un lancero del Pueblo Libre remató al hombre herido, solo para ser asesinado un momento más tarde por un golpe de maza. Jon asesinó al responsable con una estocada en el cuello antes de que lanzara otro golpe.
La batalla era una bestia con muchas bocas: algunas aullaban de emoción, otras gritaban de rabia, otras más gemían de dolor. Y muchas más hablaban.
"¡Arrodillados de mierda!" "¡Los mataré a todos, malditos!"
La sangre de Jon corría por sus venas, y su corazón latía con tanta rapidez que parecía querer escapar. Detuvo un golpe de hacha con su escudo antes de alzar su espada y efectuar dos cortes rápidos a su oponente, que cayó degollado y con un brazo cortado a la altura del codo.
"¡Peleen!" "¡Salvajes bastardos!"
Se agachó, esquivando un corte de espada dirigido a su cabeza. Saltó hacia el frente y golpeó el rostro de su rival con la empuñadura de Hermana Oscura, rompiendo su nariz y haciéndole soltar un aullido de dolor. Jon bloqueó un nuevo golpe de espada con su escudo al tiempo que se alejaba de un salto.
Antes de poder hacer otra cosa, el hombre con el hombre desollado cayó al suelo con un grito. Detrás de él, con una maza ensangrentada y un corte a la altura del hombro, Alysanne Mormont hacía honor al sigilo de su casa: un oso feroz. Pero el hombre aún se movía. Jon lo alcanzó al mismo tiempo que Alysanne: mientras su espada se enterraba en la nuca, la maza de Alysanne golpeaba su espalda baja con tanta fuerza que indudablemente la rompía.
"¡Hasta la muerte!" "¡No tenga piedad de los desgraciados!" "¡No perdonen a ningún salvaje sucio! ¡Mátenlos a todos!"
Jon no vio desaparecer a la heredera de la Isla del Oso, pero no podía buscarla. Antes de darse cuenta, estaba luchando contra dos Bolton con lanzas en las manos. Esquivó los ataques de las armas largas en tres ocasiones antes de ver una oportunidad. Empujó una lanza hacia abajo y bajó su pie sobre ella, rompiéndola en dos. Saltó hacia el otro enemigo y cortó su pecho con Hermana Oscura de lado a lado. Al siguiente instante un golpe en su hombro lo hizo gruñir: giró a tiempo de detener el siguiente golpe del asta rota con su escudo, antes de estrellar su rostro contra la mandíbula del soldado Bolton. Ignorando la punzada en su frente, llevó su brazo derecho hacia atrás antes de devolverlo al frente, enterrando la espada de acero valyrio justo a la altura del corazón.
"¡Venganza por la Boda Roja!" "¡NO TOMEN PRISIONEROS!"
Una forma pesada se estrelló contra su costado, derribándolo. El impacto fue tan repentino que Jon sintió cómo su agarre en la empuñadura de su espada se aflojaba. Al siguiente instante, un grito de dolor se abrió paso a través de su boca cuando, a la altura de su cadera, una sensación desagradable pero familiar se hizo presente.
La sensación de un juego de dientes afilados enterrándose en su carne.
Con un nuevo grito, esta vez de furia, Jon estrelló el borde de su escudo contra el cráneo del perro, que lo soltó, solo para volver a atacar al momento siguiente. Jon interpuso su arma, manteniendo al maldito animal lejos de él mientras con su otra mano buscaba a ciegas por un arma, cualquier arma. Sintió un objeto delgado en sus manos y no dudó: bajó ligeramente su escudo para que el sabueso se acercara más, y golpeó con su otra mano. La parte superior de una lanza rota, la misma que él había rompido momentos antes, se enterró profundamente en la boca abierta llena de dientes afilados.
El perro, aunque con acero empalado a través de su garganta, pareció luchar por acercarse. Sin embargo, solo duró unos momentos antes de caer de lado, los ojos rabiosos y estúpidos viendo a la nada.
Jon vio a Hermana Oscura, aún enterrada en el último cuerpo cuya vida había apagado. Se arrastró hasta ella, pasando por encima de un cuerpo inmóvil. En cuánto sintió la empuñadura dentro de su agarre, sintió una inexplicable y anormal calidez.
"Con ella, no tienes por qué temer" susurró una voz en su interior. Y Jon…..le creyó.
Se puso en pie con la espada en la mano, y su único ojo útil buscó un nuevo enemigo contra el que luchar.
Por doquier, la batalla seguía. Los Bolton eran muchos, más de los que hubiera creído, pero las puertas estaban rotas y los hombres seguían entrando por ellas. Las escaleras eran suyas, y largas hileras de hombres y mujeres subían por ellas para sumarse a los combates en la cima de las murallas.
Volviendo la vista a dónde debería, Jon al fin lo vio.
El bastardo de Bolton.
Con una daga en cada mano, se encontraba de rodillas apuñalando una y otra vez un cuerpo inmóvil y cubierto de pieles, mientras dos sabuesos mantenían los dientes clavados en los muslos, cómo si buscaran arrancar las piernas. Con el cabello y las ropas sucias, su rostro manchado de sangre y su sonrisa enloquecida mientras los cuchillos seguían moviéndose, Ramsay parecía un compañero de camada de los sabuesos.
Un destello por el rabillo del ojo devolvió a Jon a la lucha. Alzó su escudo y detuvo un golpe de espada. Antes de que su oponente pudiera atacar de nuevo, Jon movió a Hermana Oscura en un golpe descendente que hizo caer la espada, antes de que la espada de Jon subiera de nuevo, cortando a la altura del pecho. Un corte más, este desde el hombro hasta la barriga, vio al guerrero Bolton caer muerto.
Jon volvió su atención a Ramsay Bolton. Éste pareció darse cuenta de que era observado, porque sus ojos se movieron directamente hacia Jon. Lentamente, una sonrisa llena de crueldad y deseo asomó a los labios gruesos y repugnantes del bastardo de Roose Bolton.
Respirando hondo, Jon flexionó las rodillas al tiempo que movía su escudo para proteger su frente. Su otro brazo subió, dejando la hoja plana de Hermana Oscura sobre el borde de este.
Aún sin palabras, el mensaje era obvio: Cuando quieras.
Ramsay, aún sin dejar de sonreír, arrojó a sus sabuesos contra Jon. Resuelto a no dejar que otro de esos malditos animales enterrara sus colmillos en él, Jon se preparó para un ataque…..
…que no se pudo concretar. Una lanza surgió de la nada, empalando a un perro de lado a lado. El otro fue interceptado por una figura de cabello negro que cortó sus patas delanteras y lo derribó. El animal cayó al suelo, sus lamentos de dolor no duraron mucho. Un hombre con una gran hacha descargó todo el peso de su arma sobre el animal, casi partiendo su cuerpo en dos con un solo golpe.
Fue en ese momento que Jon, tan centrado en Ramsay, notó que los gritos y el choque del acero se habían detenido. Mirando alrededor, comprendió porque.
La batalla había terminado. Los cuerpos cubrían el suelo. Los muertos eran muchos, pero los vivos eran aún más numerosos, y no eran Bolton. Eran norteños, y del Pueblo Libre. Y todos ellos miraban a Ramsay con distintos grados de rabia, enojo y odio.
Jon escuchó pasos detrás de él, y al mirar por sobre su hombro vio que sus Guardias Personales se acercaban, a la cabeza de una multitud de al menos un centenar de hombres, entre ellos Donnel Flint el Negro, Soren Rompescudos y Halleck, el hermano de Harma Cabeza de Perro. Fue este último, con un pómulo hinchado pero por lo demás ileso, quién habló.
"Se acabó. Rey" dijo en voz cansada.
Por un momento, Jon creyó haber oído mal, motivo de que alejara la mirada de Halleck. Su ojo fue instintivamente hacia Ramsay, cuya sonrisa se había desvanecido, aunque volvió en cuánto su mirada encontró la de Jon.
"Tenemos algo que acabar" dijo, sus labios gruesos extendiéndose sobre su nariz ligeramente torcida. Tiró una de sus dagas al piso, su mano ahora libre desenvainando la espada que llevaba en la cadera "Solos tú y yo, bastardo. ¿Qué dices?" preguntó con una sonrisa burlona y un valor que a Jon le pareció muy cercano a la demencia.
Un millón de pensamientos recorrieron la mente de Jon en un solo instante…..
Debía pelear con Ramsay. Aquellos entre los suyos que dudaran de sus heridas dejarían de hacerlo si mataba al bastardo de Bolton. Debía tomar venganza de los Bolton por lo que habían hecho. Ramsay debía morir por su mano por los crímenes que había cometido, tanto contra el Norte como contra el Pueblo Libre. Era su oportunidad de tomar la cabeza de un Bolton, obtener justicia para Robb y venganza por la Boda Roja.
…..al siguiente, su mente se aclaró y supo lo que debía hacer.
"Sujetadlo y desarmadlo" las palabras de Jon llenaron el patio en silencio por un largo momento. Al siguiente, una veintena de guerreros norteños y del Pueblo Libre corrieron hacia el bastardo de Bolton. Éste intentó luchar, pero solo logró dar un golpe con su espada, el cuál fue detenido por un escudo de color verde y rojo, antes de ser sujetado por los brazos. Inmisericordemente, lo pusieron de rodillas y lo desarmaron. Mientras dos hombres fornidos lo sujetaban por los hombros y otros cuatro hacían lo propio con sus brazos, los demás lo rodearon, espadas y lanzas bajadas y apuntando directamente hacia él, listos para matar a la primera amenaza del prisionero u orden de su líder.
El bastardo de Bolton forcejeó durante todo el proceso, luchando primero con sus armas y luego intentando liberarse. Cuando lo pusieron de rodillas intentó morder una de las manos callosas y nudosas que lo sujetaban por los hombres, pero el dueño de la misma usó su otra mano para cogerlo por el cabello sucio y tirar hacia atrás, dejando su cuello pálido al descubierto.
Jon había vuelto a tener consciencia de todas sus heridas. En el fragor del combate las había ignorado con facilidad, pero ahora estaban recordándole su existencia con dolorosa precisión. Tuvo que reprimir las lágrimas de dolor que querían asomar a la comisura de su ojo libre mientras caminaba hacia el arrodillado Ramsey: su pierna ardía, y la mordida que recibió en la batalla parecía palpitar con cualquier pequeño movimiento. Aun así, se forzó a no demostrar ningún signo de dolor a los cientos de ojos que lo miraban. Los más peligrosos de todos, los de Ramsay.
Nunca demostraría debilidad frente al enemigo.
"¿Dónde está mi esposa, bastardo?" preguntó el hijo ilegítimo de Roose Bolton. El hombre que lo sujetaba por el cabello tiró con más fuerza al escuchar la manera en que se dirigía a Jon, pero Ramsay no pareció sentirlo "La quiero devuelta. ¿O es que acaso no terminaste con ella aún?" dijo en un tono que dejaba los pensamientos muy en claro.
La mano derecha de Jon temblaba por la tentación de alzar a Hermana Oscura y acabar con la escoria ante él. Miró por encima de su hombro, observando a sus Guardias Personales. Awrryk y Ery estaban serios, pero Liddle y Mormont tenían los ojos brillantes por la rabia y la expectativa. Esperaban que matara a Ramsay, y Jon no podía culparlos.
Su ojo subió más, y se centró en un objeto. En un instante, supo que era lo que haría.
"Que tenga una buena vista. Si hace falta, separad sus párpados. Quiero que vea todo" dijo, dando una mirada hacia los hombres que sujetaban a Ramsay. Aunque confundidos, asintieron a manera de comprensión "Ery, mantente cerca" ordenó, al tiempo que dejaba caer su escudo y empezaba a caminar.
Se detuvo solo lo suficiente para coger un fragmento de un jubón Bolton en el suelo. Ignorando el cuerpo destripado junto a él, siguió caminando, limpiando a Hermana Oscura y devolviéndola ya limpia a su vaina justo antes de empezar a subir las escaleras de piedra de la muralla.
Los hombres y mujeres en la muralla guardaron silencio mientras pasaba junto a ellos, pero Jon sintió sus ojos, a juego con los cientos que los contemplaban desde los patios. Por las puertas entraban más, y también lo observaban con intriga.
Por fin, tras la agonía que le causaban sus heridas, Jon logró llegar a la cima de la muralla. Más de los suyos, casi un centenar de hombres y mujeres, lo contemplaron mientras cruzaba junto a ellos, para seguir recorriendo las almenas. Cruzó por el interior de una torre y salió al exterior, llegando a su destino.
A sus pies, Invernalia se extendía. A sus pies, miles de hombres y mujeres lo observaban en silencio, esperando a ver qué haría el hombre a quién habían pronunciado Rey. Jon los contempló por un largo momento antes de descender con cuidado, hasta estar de cuclillas. Tomó las sogas que caían por la cara interna de la muralla y tiró de ellas.
"Mi Rey, ¿deseas…." La voz de Rickard Liddle cortó el aire, y Jon la cortó a su vez con la suya propia.
"No. Lo haré yo solo" dijo en un tono que no admitía réplica.
Cuando al fin logró subir la barra de metal, suspiró. Se detuvo un momento antes de coger la daga en su cinturón y empezar a rasgar la tela con ella, el color rojo sangre siendo dividido de un extremo a otro.
Jon se alzó, sus manos apretando el gran estandarte con el hombre desollado por un momento antes de arrojarlo al vacío con un gruñido. En ese solo acto, Jon soltó más ira de lo que había esperado. Y soltó aún más mientras veía la tela roja ondear mientras caía, hasta terminar en los patios, a los pies manchados de barro y sangre de sus hombres. Uno de ellos, con el emblema de los Flint de las Montañas, escupió abiertamente sobre él.
"Ery. Dámelo" dijo, al tiempo que extendía su mano hacia atrás, su mirada aún perdida en el patio y la multitud en él. A lo lejos, podía ver a Ramsay aún sujetado y bien vigilado "Que vea. Que grabe en su maldita mente este momento" pensó al sentir una tela siendo colocada en su mano extendida.
Con lentitud pero con firmeza, Jon reemplazó el estandarte que había arrojado por otro.
Uno mejor.
Con el rostro fruncido por la concentración y el dolor de sus heridas, Jon arrojó la barra de metal devuelta por el borde de la muralla. Las sogas se estiraron a toda su capacidad, antes de detenerse abruptamente. Jon se asomó a tiempo de ver la barra de metal quedar colgando, el estandarte en ella cayendo hasta quedar extendido.
El Lobo Huargo quedó desplegado a la vista de todos los que lo contemplaban.
Una oleada de gritos se escuchó desde los patios, y también en las murallas. Los gritos sólo se intensificaron cuando Jon alzó el puño. Miles de voces gritando un mensaje sin palabras, y aun así tan claro cómo el cielo despejado.
La victoria era suya…
…e Invernalia era libre.
Y eso es todo por ahora. ¿Qué les pareció? Sean tan amables de dejar sus pensamientos en la cajita de abajo. Y si quieren dejar críticas (constructivas), sugerencias, opiniones o cualquier otra cosa, adelante. Las recibiré con mucho gusto y las contestaré en el siguiente capítulo.
Bien, cuando el siguiente capítulo esté listo, lo publicaré.
Hasta entonces, que estén bien. Saludos a todos.
