XC.
Una niña.
Una niña de no más de ocho años de piel pálida, vestida por completo de blanco, con los cabellos del mismo cromatismo y que portaba un espejo en sus manos.
Una niña había derrotado al boomerang de Sango, golpeándola a ella y Shippo y haciéndoles perder a ambos el sentido. Sin ni siquiera parpadear, había dejado fuera de combate a una de las exterminadoras de demonios más fuerte que había conocido.
¿Quién era y qué estaba pasando?
—¡Sango! ¡Shippo! — corrió hacia ellos con el corazón en la garganta. Respiraban. Solo estaban inconsciente.
—Kagome…— susurró la niña con una voz dulce y angelical.
«¿Esa niña es un demonio?», se preguntó confundida mientras se incorporaba para hacerle frente. Su expresión reflejaba tranquilidad y dulzura y si no fuera porque lo había visto con sus propios ojos, jamás hubiera creído que había sido ella la culpable.
De pronto, sintió unos brazos rodearla, impidiendo así que se moviera.
—Pero qué... ¡Koharu, ¿qué haces?! — se removió, intentando soltarse. Koharu, la chica quién había amado a Miroku desde que era una niña y el motivo por el que habían pasado la noche en ese lugar, se aferró a ella con la expresión ida.
El espejo que tenía la niña en sus manos empezó a brillar y Kagome sintió un tirón en el interior de ella. Sus músculos se paralizaron y su corazón palpitó con rapidez. Dolía. Dolía mucho. Le estaban arrancando la piel a tiras y ella era incapaz de hacer algo.
—Entrégame… tu alma…— murmuró la niña.
Kagome perdió la conciencia.
·
La próxima vez que la recobró sentía como si una bruma la rodeara y, contradictoriamente, jamás se había notado tan ligera. Lentamente se fue incorporando, llevándose una mano a la palpitante sien.
Estaba… Estaba en la casa del amable anciano que les había dejado pasar la noche y prometió encargarse de Koharu, en el mismo sitio donde había visto a esa extraña niña albina y esta la había paralizado con la ayuda del espejo que portaba.
Pero… Frenética, miró a su alrededor y, efectivamente, allí no había nadie. Ni Sango, ni Shippo, ni Koharu, ni ese pequeño demonio…
¿Qué había pasado?
Rápidamente corrió por los pasillos de la casa mientras llamaba a voz de grito a sus amigos e InuYasha. No había nadie, el interior estaba desierto. ¿Por qué le habían dejado atrás? Salió por la puerta de atrás y sus pasos se detuvieron cuando se encontró cara a cara con la imagen: Kagura, Naraku y la niña albina estaban en un extremo, y al otro…
—InuYasha— jadeó sin aire.
En suelo se habían formado hondos surcos y InuYasha yacía sobre ellos con el cuerpo lleno de sangre, prácticamente inconsciente. Con Shippo junto a él, Miroku se había colocado al frente para defender a su amigo de los ataques de los demonios, aunque no sirvió de nada. Apenas fue rival para la danza de las cuchillas de Kagura; Miroku salió volando por los aires, herido, y Kagome chilló mientras corría hacia ellos.
—¡Os cortaré la cabeza a todos! — sonrió la demonio con satisfacción, volviendo a batir su abanico.
Kagome no lo pensó. Sacó una flecha del carcaj que llevaba al hombro y desde lo alto del monte en el que estaba ubicada la casa, apuntó a dónde estaba InuYasha y disparó una flecha que llevaba en ella parte de sus poderes sagrados, creando así un muro que pudo resistir al ataque.
—¿Qué ha sido eso? ¿De dónde ha salido ese poder? — exclamó Naraku sorprendido mirando a todos lados.
—Es una fecha de Kagome— murmuró Shippo, todavía junto a InuYasha.
El medio demonio al oír ese nombre intentó moverse, pero era tal la profundidad de sus heridas que apenas pudo hacer otra cosa más que soltar un quejido bajo.
—Señor…— dijo la niña, viendo como su espejo empezaba a fulgurar.
—¿Qué está pasando, Kana?
Kagome corrió hacia dónde estaba el cuerpo del medio demonio y se colocó delante de él como escudo natural.
—¡No dejaré que te salgas con la tuya! — gritó, cogiendo otra de sus flechas y apuntando a dónde estaba Naraku.
Pero este no parecía haberla oído. Estaba centrado en Kana y en su espejo, cuya superficie se ondulaba sospechosamente.
Kagome sintió su corazón palpitar con rapidez, pero alejó de su cabeza la inquietud por ese hecho.
—Las almas se están desbordando en el espejo— murmuró este con fastidio— Seguro que esa muchacha… ¿Qué le hiciste? Dijiste que habías acabado con ella.
—Señor…
El espejo relució con mayor intensidad y el golpeteo del corazón de Kagome se incrementó. Apretando los dientes con fuerzas, apuntó adónde a ese extraño objeto. Si le daba, a lo mejor su poder espiritual podría borrar aquella sensación de inquietud y malestar que se había adueñado de ella desde que despertó.
No dudó. La saeta cruzó el aire, incrustándose en la superficie y esta fue rápidamente absorbida.
—¡¿De dónde ha salido?! ¡¿Qué está pasando?! — bramó Naraku cuando el espejo se iluminó por completo.
De pronto, cientos de luces surcaron el cielo como estrellas fugaces, yendo a caer en los cuerpos que había tirados en el terreno. Era las almas de los aldeanos que volvían a su lugar. Era el alma de su querida Sango, o el alma de la pobre Kahoru.
Y era…
«Imposible»
Kagome sintió sus piernas temblar y el corazón en la boca.
Porque allí, a pocos pasos, recostada sobre el cuerpo de Kirara… estaba ella. Inconsciente.
Y ninguna estrella fugaz la había alcanzado.
En su lugar, la estaban rodeando unos seres enanos con la piel verdosa que portaban una guadaña en sus manos; una macabra sonrisa adoraba su expresión y sus ojos brillaban por un deseo voraz.
Demonios del inframundo.
Palabras: 993.
Bueno... ¿alguien se acordaba de ellos? ¿De su amenaza? Uhhhh
PD: sois los mejores dando ánimo. No había caído en que ahora mismo no es un buen tiempo y el ritmo en general en ff haya decaído, pero con vuestras palabras juro que me habéis levantado la confianza a la estratosfera. No tengo suficiente palabras de agradecimiento por todas las cosas que bonitas que me decís. Millones de besos y abrazos, de verdad. Como muestra de todo mi cariño, este finde una vez más, actualización doble. ¿Estáis preparados para lo que se viene?
