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Vida normal, Parte 3

Antofagasta, 22 de noviembre de 1992, 00:24a.m.

Después de haber probado que la diosa de la luna existía en la realidad objetiva, Kakeru recibió muchas propuestas de parte de diversos grupos de investigación. Pero el cliché de que era difícil decidir cuando había abundancia de opciones había probado ser falso en su caso, porque él sabía exactamente qué investigar a continuación. Así, sin mucho pensamiento, Kakeru optó por regresar a Chile, específicamente a Cerro Paranal, ubicado a 105 Km al sur de Antofagasta, lugar donde Kakeru había decidido hospedarse entre turnos. Pese a que la ciudad era pintoresca en la zona costera, con multitudes de panoramas entretenidos, sobre todo en la noche, procuraba no caminar por el interior, pues la ciudad era conocida por el tráfico de drogas, la prostitución y otros asuntos turbios con los que no quería lidiar.

La razón por la que Kakeru había decidido regresar a Chile, después de haber pasado un tiempo allá, cuando había descubierto aquel asteroide (117), residía en unas palabras que le había dicho a Luna después de que ella hiciera que se reconciliara con Himeko. Y en Cerro Paranal se encontraba el único telescopio en todo el mundo con las capacidades ópticas para encontrar un agujero negro supermasivo que los astrónomos creían que se encontraba en el centro de la Vía Láctea. El equipo de investigación había quedado entrampado en un problema, aparentemente sin solución, y esperaban que Kakeru diera con la idea que les permitiera continuar con la investigación. Y no se equivocaron al contratarlo.

El problema consistía en tratar de penetrar la densa nube de polvo y gas que obstaculizaba la visión del núcleo galáctico. Los métodos normales de observación no eran efectivos, y los científicos estaban siendo presionados para obtener resultados en un plazo de un mes, o los fondos para la investigación serían destinados a proyectos más financieramente redituables. A Kakeru le tomó una semana darse cuenta que ciertas bandas del espectro electromagnético captaban mejores detalles que otras. Dedicó una noche entera a experimentar con diferentes bandas, y se percató que el espectro infrarrojo era el más efectivo, pues su longitud de onda le permitía atravesar sin problemas la nube de gas que bloqueaba la visión del centro de la galaxia. El problema lo ponía la atmósfera terrestre. La luz infrarroja era muy mala tratando de penetrar la capa de vapor de agua de la baja atmósfera, pero ya se encontraban en un lugar con una altura considerable, con 350 noches despejadas al año, y un clima desértico, y todo ello favorecía la observación del centro de la galaxia a través del espectro infrarrojo. Dos semanas después, los primeros resultados cambiaron el destino del proyecto. Los patrocinadores del proyecto se vieron impresionados y esperanzados por la idea de Kakeru, y decidieron financiar la investigación por dos años más. Kakeru aseguró que tendrían resultados definitivos en menos tiempo que ese.

En ese momento, Kakeru disfrutaba de un descanso bien merecido en su departamento, cuyo arriendo pagaban los patrocinadores del proyecto en el que trabajaba. En realidad, esperaba por algo, algo que lo tenía despierto a causa de la emoción. Himeko había llegado a Santiago hace tres horas, y su vuelo hacia Antofagasta había salido hace una hora. Por momentos, Kakeru estaba tentado en coger un taxi e ir al aeropuerto Cerro Moreno a esperarla, pero después lo pensaba bien y se decía que no debía mostrar necesidad por verla lo más pronto posible. Mostrar necesidad era una de las cosas que más rápido podía matar una relación de pareja. De ese modo, Kakeru escogió no seguir mirando por la ventana, atisbando el horizonte, buscando el destello de las balizas de un avión en pleno aterrizaje, y escogió tomar asiento frente a la pantalla de su computadora de escritorio. Vio que el programa de mensajería instantánea tenía una notificación de conexión. Cuando vio el nombre de la persona que quería hablar con él, se llevó una mano al mentón.

Cualquier persona que estuviera vinculada al mundo de la ciencia había oído alguna vez de Amy Mizuno, la joven prodigio que había redefinido la palabra inteligencia. Después de aquella memorable reunión en Nueva York, su nombre fue aún más conocido, aunque no por buenas razones, y fue en ese momento que Kakeru supo que ella era una de esas Sailor Senshi, Sailor Mercury. Inmediatamente, crucificó a la ONU por haberles tendido semejante trampa con la ley Kobayashi, juzgando impresentable que ellas estuvieran supeditadas a poderes políticos, porque sabía que los políticos rara vez eran neutrales, y casi siempre fomentaban una agenda que les beneficiaba a ellos y no a la población. Decidió aceptar la conexión, y vio, para su sorpresa, que se trataba de una videollamada. Activó la cámara web, y vio a Amy en la pantalla principal. A juzgar por las decoraciones de fondo, Kakeru dedujo que se encontraba en su casa.

—Señorita Mizuno —saludó Kakeru, alzando una mano—. No nos habíamos visto antes.

—Puede llamarme Amy, así como yo le voy a llamar por su primer nombre. De ese modo, esta conversación será más personal.

Kakeru no pensó que ella le otorgara confianza en el primer encuentro, pero le pareció que así era mejor. De ese modo, la conversación sería más distendida y menos formal. Ya tenía suficientes formalidades en el trabajo.

—Me parece bien —accedió Kakeru, y Amy le sonrió a modo de aprobación—. ¿Por qué te comunicaste conmigo?

—Bueno, es que estuve leyendo unos artículos sobre agujeros negros, y tu nombre apareció —dijo Amy, mostrándole la revista en la que aparecía su nombre, y Kakeru asintió en señal de reconocimiento—. Aparecía una reseña sobre tu idea de usar luz infrarroja para investigar la presencia de un agujero negro en el centro de la Vía Láctea.

—Bueno, es algo que se me ocurrió mientras veía imágenes de galaxias lejanas.

—Eso no es lo que me importa —dijo Amy, sonando un poco más seria, y Kakeru no podía explicarse por qué se comportaba de ese modo—. Me llamó la atención que estuvieras investigando agujeros negros, en particular, uno en el corazón de la galaxia.

—¿Y por qué el interés?

—Bueno, mi interés también es académico, pero no niego que hay un motivo ulterior por el que te estoy mencionando tu investigación —dijo Amy, mostrando lo que parecía un cetro de color azul, bastante ornamentado y en cuyo centro se mostraba claramente el símbolo astrológico del planeta Mercurio—. Supongo que viste las noticias de la reunión de Nueva York.

—Yo y todo el mundo —repuso Kakeru, luciendo un poco nervioso—, pero nunca estuve de acuerdo con la ley Kobayashi.

—Estoy segura que ese es el caso —dijo Amy, sonriendo otra vez—. El punto es que, en algún momento, necesitaremos viajar al centro de la galaxia, y necesitamos un mapa que nos guíe hasta allá. Su idea de emplear radiación infrarroja para penetrar las nubes de gas puede sernos muy útil para dibujar un mapa que nos muestre el camino más seguro hacia el centro de la Vía Láctea.

Kakeru se quedó en silencio, pensando en lo que Amy le estaba pidiendo. No podía creer que las Sailor Senshi necesitaran de su ayuda. Aunque no sabía qué esperaban encontrar ellas en el núcleo de la Vía Láctea, Kakeru sabía suficiente de las Sailor Senshi para entender que, lo que fuese que necesitaban hacer allá, podía salvar al mundo una vez más.

—Cuenten conmigo —fue la respuesta de Kakeru, justo cuando su teléfono sonó.

Himeko había llegado.

Tokio, 21 de noviembre de 1992, 10:22p.m.

Amy acababa de llegar a su apartamento, pero su madre aún no regresaba de su turno en el hospital. Durante el camino, estuvo reflexionando sobre la forma en que iba a enfrentar lo que venía a continuación, y, después de mucho análisis, tanto lógico como no tanto, concluyó que debía ser honesta con su madre, en todo, y eso implicaba también decirle que ella era una Sailor Senshi. Sabía lo que su madre podría decir al respecto. Ella era bastante protectora cuando se trataba de Amy, y si sabía que ella era una Sailor Senshi, que exponía su vida al peligro para salvar a los demás, seguramente iba a enloquecer, y, si las circunstancias se daban, prohibirle seguir arriesgando su vida, alegando que tenía sueños que cumplir. Sí, aquella sería su excusa para impedir que Amy siguiera siendo una Sailor Senshi. Pero Amy juzgaba necesario decir la verdad. Era la verdad, y no la mentira, la que unía a las personas. Eso se lo había enseñado su propia madre, e iba a recurrir a la sabiduría materna para expresarse.

Mientras esperaba por ella, Amy cogió una revista de ciencia, y la leyó. La mayoría de los artículos hablaban del gigantesco acelerador de partículas que estaba en construcción, y de cómo iba a revolucionar el campo de la física, pues se tenían altas expectativas del monstruoso aparato científico. Con una capacidad energética sin paralelo en toda la historia de la ciencia moderna, los físicos esperaban encontrar cosas nunca antes vistas por la humanidad, tal como el Bosón de Higgs y los elusivos gravitones.

No obstante, entre tanta reseña sobre el acelerador de partículas, el cual iba a recibir el nombre de uno de los pioneros de la física atómica, Niels Bohr (otro de los ídolos de Amy), vio un artículo sobre astronomía. El artículo trataba de una investigación que se estaba realizando en el norte de Chile, en el que se estaba tratando de dar caza a un agujero negro supermasivo, supuestamente ubicado en el centro de la galaxia. Aquel artículo le hizo recordar algo que había dicho Saori en una ocasión, cuando hablaba de su enfrentamiento anterior con Sailor Galaxia, a finales de 1963. En aquella ocasión, Saori había sido transportada al centro de la Vía Láctea para enfrentarse con Sailor Galaxia, y recordó que, mientras platicaba sobre aquella contienda, había visto un jardín repleto de cristales luminosos, pero ninguna entrada que pudiera dar acceso al salón del trono de Galaxia. Si lo que decía Saori sobre su ubicación era cierto, entonces necesitaba un plan para ganar acceso a su sanctum.

Amy, desde que Sailor Moon derrotó a Neherenia, y especialmente después que Saori mencionó a Sailor Galaxia, entendió que no podían permitir que ella llegara al planeta a cumplir con su propósito. Si querían salvar al mundo, debían ir al centro de la Vía Láctea, lugar al que era técnicamente imposible llegar sin alguna especie de mapa, porque estaba segura de que no sería tan fácil como ir en línea recta. El núcleo galáctico era muy denso, lleno de gas y estrellas inestables, aparte de que podría darse el caso de que hubiera más de un agujero negro en ese lugar, haciendo de aquel viaje el más peligroso que alguna vez hubiera hecho. Sin embargo, como muchas cosas riesgosas, era necesario, si quería evitar que los agentes de Sailor Galaxia llegasen al planeta.

Cerrando la revista, Amy decidió contactarse con alguien del equipo científico que estaba investigando el centro de la galaxia, pero después de que resolviera su asunto con su madre. No obstante, dejó preparada la computadora de bolsillo para una eventual videollamada.

Por fortuna, no tuvo que esperar más de diez minutos para que su madre llegara al apartamento. Amy salió de su habitación, justo cuando su madre prendió la luz de la sala de estar. Ella tragó saliva al ver a su hija en medio de la sala de estar, mirándola como queriendo vaciar el alma con cosas que seguramente le estaban carcomiendo por dentro. Y, a juzgar por los ojos brillantes de su madre, ella también tenía cosas que decirle. Como Amy era educada, dejó que su madre se explayara primero, aunque tenía las entrañas revueltas, expectante y temerosa de que ella pudiera reprenderla por su comportamiento en los últimos días.

Y la madre de Amy habló.

—Amy, después que te fuiste, pensé en todo lo que me dijiste, y tenías razón. Te subestimé. Debí decirte la verdad hace tiempo atrás, y ocultártela por estos años solamente hizo que tu dolor fuese más grande. En cuanto a lo de tu aventura, también tendré que retractarme de mis palabras, porque mi primera vez fue más o menos a tu misma edad, y ni siquiera me molestó que él no usara protección. Fue pura suerte que no hubiera quedado embarazada por eso.

Saeko Mizuno tomó asiento sobre un sillón, mirando a Amy con expectación, como si esperara que ella le reprochara, cualquiera fuese la razón. Pero Amy se atuvo a lo que había decidido mientras viajaba desde la heladería hasta el apartamento.

—Tú igual tenías derecho a estar molesta —dijo, también sentándose en un sillón, mirando a su madre con ojos brillantes—. Reaccioné mal a tus palabras, y me comporté como una niña malcriada. Tú no me enseñaste a actuar de ese modo. Me fui a Estados Unidos a tratar de asesinar al hombre que había matado a mis padres biológicos, pero subestimé a ese hombre, y, de no ser por Saori, casi me mata. —Al escuchar esas palabras, Saeko casi sintió que su corazón le fallaba, pero no dijo nada—. Todo eso me hizo cobrar conciencia de que, pese a todo, sigo siendo una adolescente, que puede comportarse de forma irreflexiva si las condiciones se dan.

Amy tragó saliva, sabiendo lo que se venía a continuación. Por otra parte, Saeko Mizuno miraba a su hija como si no la hubiera visto antes. Amy jamás había admitido, ni ante los demás ni ante sí misma, que era una quinceañera, prisionera de los inevitables cambios biológicos de los que eran presa todos los adolescentes del planeta. Era una muestra de humildad, de las tantas que había mostrado Amy a lo largo de su vida, pero aquel era cualitativamente distinto a los otros, porque había aceptado una limitación de la que nunca hablaba, tal vez por pudor, tal vez por falta de interés. Cualquiera fuese la razón, aquel era un gran avance en la dirección correcta. No obstante, a juzgar por la mirada de Amy, Saeko concluyó que eso no era lo único que quería decirle. Y no se equivocó.

—Mamá —continuó Amy, temblando un poco—, tal vez te tome tiempo aceptarlo, pero considero que no sería correcto que te ocultara algo tan importante. Y creo que es tiempo de que sepas lo que en realidad soy.

Saeko Mizuno no necesitó que Amy continuara. Sabía lo que le iba a decir. Lo supo el 14 de noviembre, en aquella fatídica reunión de las Sailor Senshi con los líderes mundiales. Al principio, había pensado que Amy solamente conocía a las Sailor Senshi, porque le había pedido apoyo económico para su viaje a Estados Unidos. Pero cuando vio por televisión a Amy junto a sus amigas, en la reunión (la que fue televisada a todo el mundo), supo que su hija era una de esas Sailor Senshi. Al principio, no quiso comentarle nada a Amy, porque estaba segura que ella iba a pensar que le iba a prohibir seguir arriesgando su vida por una humanidad a la que no le debía nada. Pero después de la discusión que tuvo con ella, Saeko entendió que, en lugar de preocuparse por la vida de Amy, debía sentirse orgullosa de ella por tener una responsabilidad tan grande sobre sus hombros, y soportarla con tanta firmeza. No creía que ella misma pudiera hacer lo mismo que su hija, y, ante aquella revelación, su admiración por Amy creció aún más.

—Sé lo que me vas a decir, hija, y no puedo estar más orgullosa de lo que haces —dijo Saeko, poniéndose de pie y plantándose delante de Amy, mirándola con respeto y admiración—. Créeme que por un momento pensé en confiscarte ese cetro para que no lo volvieras a usar, pero después pensé en las consecuencias. ¿Quién nos protegería de las amenazas de este mundo? Amy, quiero que sepas que ser una Sailor Senshi es una oportunidad única en la vida para hacer una diferencia. Pese a que eso implica estar jugando con tu vida a cada momento, tampoco es que pueda hacer mucho para evitarlo. Está en tu naturaleza ayudar a los demás, sin importar de dónde vengan o si les agradas o no. No voy a coartarte de hacer lo que mejor sabes hacer.

Amy se quedó en silencio, con los ojos brillando a causa de las lágrimas. De todas las personas que no fuesen sus amigas, era su propia madre la que menos probabilidades tenía de aceptar su rol de protectora de la humanidad. Pero, al escuchar hablar a su madre, y de la forma en que lo hizo, se puso de pie casi por instinto, y la abrazó con fuerza, rompiendo en llanto. Saeko le devolvió el abrazo, derramando lágrimas, pero sin llorar. Ninguna de las dos dijo algo. En todo caso, las palabras estaban de más.

Tokio, treinta minutos más tarde

Lita no tenía ganas de dormir esa noche, pese a que había salido de una batalla consigo misma bastante intensa. No podría descansar si no intentaba conseguir un novio, o al menos intentarlo sin tener que ver a su superior en todas partes. Tenía que superar esa compulsión de enamorarse de cualquier hombre que se pareciera, aunque remotamente, a ese joven que le había roto el corazón. Tenía que madurar si quería encontrar el amor. No había otra alternativa. Si no lo hacía, quizás terminaría como Mina, quien, con independencia de su nivel de madurez, estaba destinada a quedarse sola. Lita no le deseaba ese destino a nadie.

El problema era adónde podía ir una joven de quince años a esas horas. Los bares no admitían a menores de edad, así como las discotecas, lugares propicios para conocer a alguien interesante. Decidió tomar asiento en un banquillo, de los tantos que habían en la plazoleta donde esperaba por algo interesante a que ocurriera.

Veinte minutos transcurrieron, sin que nada fuera de lo ordinario pasara. El único ser vivo que acompañaba a Lita era un gato callejero, aunque no lo espantó, más pendiente de lo que podía pasar en la próxima media hora, al cabo de la cual, se iría a su casa, para intentarlo el día siguiente.

Faltaba un minuto para que se cumpliera la media hora, y un hombre alto, de cabello albino, y un traje blanco del cuello a los pies, tomó asiento junto a ella. Lita lo notó, y enrojeció al instante. Es muy guapo pensó, comenzando a temblar de la cabeza a los pies. ¿Qué estás haciendo, Lita? ¡Tienes que controlarte! ¡No permitas que su atractivo le de poder sobre ti! Pero no había caso. Sus mejillas decían mucho más de lo que podían decir sus pensamientos.

—Hola, Lita —saludó el hombre del cabello albino. Lita pegó un brinco. Aquella voz le resultaba familiar, pero no podía decir dónde la había escuchado antes, distraída como estaba por su apariencia—. Supe que tuviste un día muy difícil.

Lita se aventuró a mirar con más detalle al sujeto. Aunque aún no podía determinar por qué esa voz le resultaba tan familiar, no fue necesario jugar a las adivinanzas, porque el símbolo en la frente del hombre le dijo todo lo que necesitaba saber sobre su identidad, y por qué conocía su voz.

—¿Artemis? —preguntó Lita, con un hilo de voz.


(117) Ver el capítulo 23 de este fic para más detalles sobre ese meteorito.