114. Gloria
Se miraban a pesar del contacto en un duelo que parecía interminable. Los ojos de Heero todavía transmitían advertencias que Duo eligió ignorar dejando caer los párpados.
Se mantuvo en la oscuridad, concentrado en disfrutarlo hasta que, sin separarse, se atrevió a entreabrirlos brevemente. ¡Él los tenía cerrados! La visión de Heero por completo entregado al beso le hizo retorcer el estómago de placer.
De la nada se dio cuenta que estaba en la gloria de la que tanto había escuchado predicar al padre Maxwell. Y ni siquiera la inexperiencia obvia de Heero lo hizo aterrizar. Intuitivo como era este sujeto, no se había demorado nada en acoplarse a su ritmo impuesto y en tiempo récord, lo estaba haciendo perfectamente.
Duo había besado antes, pero nunca se sintió así, tan natural, como si fuesen dos partes de un engranaje que encajara con precisión milimétrica, una y otra vez. Jamás se percibió así de emocionante, como una montaña rusa interminable de dolor agradable en el estómago que superaba con creces el apretón que había recibido en su lesión, que todavía palpitaba.
Por suerte, Heero se había olvidado de torturarlo de esa forma porque, respondiéndole así, lo estaba haciendo sufrir bastante más.
Lo estaba destruyendo, dejándolo tembloroso y sin aliento.
