MI DUQUE


13: El Castigo


Los que le habían contado historias de que la muerte estaba llena de coros celestiales y una envolvente sensación de paz, absoluta e irresistible, mentían.

No había coros celestiales. Ni paz.

Al menos, no para él.

A Naruto no le tentaba ninguna luz brillante y reconfortante. Nada apaciguaba aquel dolor lacerante que le atravesaba, privándole de pensamientos y aliento.

Y aquel calor. El fuego le bajaba desde el pecho hasta la mano, recorriéndole el brazo como un reguero de brasas que atravesaba toda su extremidad. No podía luchar contra ello; le mantenían sujeto y le obligaban a soportarlo. Era como si disfrutaran con ello.

Fue aquel calor lo que le hizo darse cuenta de que estaba al borde del infierno.

Los ángeles no venían de arriba, sino de abajo, y le tentaban a unirse a ellos. Sus ángeles eran los caídos, y no cantaban himnos celestiales.

Por el contrario, juraban y maldecían, atrayéndole con tentaciones y amenazas. Le prometían todo lo que había amado en la vida: mujeres, licores y el mejor deporte. Le prometían que volvería a reinar si se unía a ellos. Sus voces eran numerosas; desde el rudo acento de los bajos fondos hasta el educado tono aristocrático. Y también había sonidos femeninos; mujeres que le murmuraban al oído, prometiéndole inmensos placeres si las seguía.

Y, ¡por Dios!, se sintió tentado.

«Y además está ella».

La que parecía susurrar con más severidad. La que amenazaba con golpearle. La que le decía ominosas palabras que le atraían más que cualquier hermosa promesa.

Palabras como «venganza», «poder» o «fuerza».

«Y duque».

Hacía mucho tiempo que él no era duque. Desde que mató a la prometida de su padre.

Algo vibró en el borde de su conciencia al pensar eso. Algo que retrocedía con fluidez al escuchar a otros susurrando a su alrededor, llamándole.

«Solo es cuestión de tiempo...».

«No nos puede escuchar. No puede luchar...».

«Ha perdido demasiado...».

Y era cierto. Había perdido su nombre, su familia, su historia y su vida. Había perdido el mundo en el que había nacido. El mundo que tanto había disfrutado.

Pero cada vez que era tentado por la oscuridad, la oía a ella.

«Peleará. Vivirá».

Su voz no era amable ni angelical, sino fuerte como el acero, y hacía promesas más bonitas que cualquiera de los demás. No lo ignoraba.

«Estúpidos».

«Tú eres más fuerte que cualquiera de ellos».

«Tu trabajo no está terminado. Tu vida no ha acabado».

Pero ¿era cierto? ¿No se había acabado hacía años? ¿No había terminado el día que se despertó en aquella cama llena de sangre? ¿La sangre de la prometida de su padre?

La había matado.

La mató con sus gigantescos puños, su fuerza sobrenatural y Dios sabía qué más. La había asesinado de la misma manera que asesinó todo lo que su vida podía haber sido. La mató y ahora estaba allí, moribundo al fin, recibiendo lo que merecía.

Le habían dicho que antes de morir, pasaba ante los ojos toda la vida. A él siempre le había gustado esa idea, no para acordarse de su infancia en la gran mansión familiar en Konoha, sino para recordar esa noche. La que había cambiado toda su vida.

En alguna parte, en los rincones más oscuros de su mente, siempre había pensado en ese momento. En que cuando gravitara sobre la muerte, se le mostraría aquella noche. La que había sellado su destino. La que le había prometido la entrada en el infierno.

Pero ni siquiera ahora podía recordarla y quiso gritar de frustración.

—¿Por qué?

No escuchó cómo su susurro resonaba en la estancia.

Lo único que oyó fue que su furioso ángel caído se burlaba de él con taimadas mentiras mientras él caía en el delirio.

«Vivirás, Naruto».

«Vivirás y te lo contaré todo».

Ella estaba allí. La chica de aquella noche. La joven hermosa y risueña que continuaba bailando con él en los jardines, deslizándose sobre él entre sábanas blancas, con el pelo sedoso, la piel suave y los ojos brillantes.

Estaba allí, con una fila de niños de cabello oscuro y ojos brillantes.

Estaba allí, tranquilizándole con su contacto en la oscuridad, tentándole con sus promesas para que se alejara de la luz. Para que regresara a ella.

Para que regresara a la vida. Ella le salvaría.

Las horas pasaron y él no despertó, a pesar de que se movió en sueños, resistiéndose al tratamiento cada vez que limpiaban la herida con agua caliente.

Hinata fue llevada a la oficina de Naruto una y otra vez, permitiéndole estar cerca de él solo cuando llegaba el momento de limpiarle la herida o de cambiarle el apósito. Cada vez que entraba, había nuevas personas velando al duque. Õtsutsuki, Kabuto y Sumire estaban siempre presentes y, una vez que el último cliente abandonó las mesas de El Ángel, desfilaron por la estancia lacayos y crupieres, mujeres que parecían trabajar en el club, una constante marea de criadas, doncellas preocupadas y Dios sabía quién más.

La pelinegra llamada Lady que se había dirigido a ella en la habitación de la pared de espejo, apareció una vez terminó su trabajo. Hinata la observó desde un rincón mientras la prostituta observaba a Naruto durante un buen rato, acariciando la piel tatuada de sus brazos, dibujando los músculos y sosteniéndole la mano con firmeza cuando se inclinaba para susurrarle al oído.

Se le ocurrió que podía ser la amante de Naruto por la manera en que le hablaba en la oscuridad. Si tenía en cuenta la manera como suspiraban todas las mujeres que pasaban por allí, cómo lo miraban con ternura, sin duda tenía una buena lista de amantes. Y aquella era lo suficientemente hermosa como para ser el general de ese ejército de enaguas.

Los dedos largos y delgados recorrieron su piel; las uñas de la mujer, perfectamente arregladas, acariciaron el vello de sus brazos en un gesto que no podía ser malinterpretado. Aquella mujer conocía a Naruto. Le importaba. Se sentía cómoda cuando le tocaba mientras él estaba inmóvil y desnudo en la oscuridad.

Hinata apartó la mirada; odiaba a esa mujer. Odiaba los ardientes celos que la recorrían. Tenía que haberle contado todo cuando tuvo la oportunidad. Debía haber confiado en él.

Pero le había atormentado a pesar de que él no había hecho nada para merecerlo.

Mantuvo la cabeza inclinada mientras le cuidaba, mientras le curaba la herida y la limpiaba, mientras le secaba el sudor de la frente, aliviada al sentir su fuerte y constante latido. Alguien lo había cubierto con una manta y había deslizado una almohada debajo de su cabeza, en clara concesión a la comodidad, porque no se atrevían a moverlo de la mesa. Como si aquella tabla de roble tan gastada por el uso tuviera alguna clase de propiedad vivificadora.

Hinata se mostraba cada vez más preocupada cuando el día dio paso al crepúsculo en el mundo más allá del casino y él seguía inmóvil. Õtsutsuki amenazó con llamar a otro médico, pero durante una de las veces que ella no estaba allí, el elusivo Chase se había puesto del lado de Sumire y les concedió también esa noche para intentar reanimar a Naruto.

Chase se había marchado antes de que ella regresara a la estancia para efectuar otra ronda de curas, pero lo que pensaba parecía palabra divina para los demás.

Cuando estaba con Naruto le hablaba, desesperada por conseguir que despertara. Desesperada por ver cómo abría los ojos.

«Algunas veces, creo que me ves».

Las palabras susurradas en la oscuridad de una calle de La ciudad.

No le había visto entonces. No de verdad. Pero ahora sí lo hacía. Ahora quería que la viera. Lo necesitaba. Necesitaba explicárselo todo. Necesitaba que supiera la verdad.

«Mi verdad».

Pero él no despertaba salvo para luchar y maldecir cuando le lavaban la herida con agua hirviendo; la única incomodidad capaz de llegar a algún estrato de su conciencia en el que parecía ser incapaz de hacer otra cosa que susurrar una y otra vez «¿Por qué?».

Ella respondía bajito, sin que los demás pudieran escuchar lo que decía —lo que prometía—, hablándole de la verdad y de su venganza. Esperando que algo de lo que ella le dijera pudiera traerlo de vuelta de donde fuera que estuviera su mente, antes de que los demás decidieran que la condesa y ella estaban locas y mandaran traer a un cruel doctor.

La condesa se había convertido en su aliada. Parecía entender, tras varias horas de cuidados comunes, que ambas compartían la misma meta.

Todas las metas... Y más.

La puerta de la estancia se abrió una vez más y entraron dos mujeres. Una correcta y comedida, claramente una dama, y otra más grande y con uniforme, que llevaba una tetera. La dama miró a su alrededor hasta encontrar a Õtsutsuki y entonces corrió hacia él, hasta que aterrizó en sus brazos. Él la estrechó con fuerza y ocultó la cara en el hueco de su cuello mientras ella le rodeaba la cabeza, enredando los dedos entre los mechones celestes al tiempo que le susurraba algo al oído.

Hinata miró la escena boquiabierta, sorprendida por aquel despliegue — tan incompatible con el hombre que se había enfrentado a ella desde el principio—, incapaz de apartar la vista del momento privado.

Cuando por fin se separaron, la desagradable personalidad de Õtsutsuki hizo su aparición de nuevo.

—¿Qué demonios haces aquí?

La dama no pareció darse cuenta de su tono.

—Tenías que haberme llamado. No debería tener que enterarme por Sumire. —Ella hizo una pausa y le recorrió la mejilla con los dedos—. ¿Qué te ha pasado en el ojo?

—Nada. —Él apartó la mirada, lo mismo que Hinata, que miró a Sumire, situada al otro lado de Naruto, observándola.

—Pues yo creo que sí te ha pasado algo.

—No es nada. —Él le atrapó la mano para besarle la punta de los dedos.

—¿Quién te ha pegado?

Hinata vio que la condesa contenía una sonrisa. Se quedó inmóvil, pero la suerte no estaba de su lado.

—Le golpeó la señorita Hyûga.

La dama se irguió en toda su altura y miró a Sumire.

—¿Quién es la señorita Hyûga?

La condesa la señaló a ella, que deseó que la tragara la tierra. —Es ella.

La mujer la miró de frente. Bajó la vista por su vestido manchado de sangre y el pelo desgreñado, para subirla a su cara, sin duda ojerosa, antes de clavar los ojos en su mano derecha, hinchada y contusionada.

—¿Puedo pensar que se lo merecía? —preguntó, arqueando una ceja rubia.

La sorpresa hizo que la mirara a los ojos.

—Sí, lo merecía.

La mujer asintió con la cabeza.

—Suele ocurrir.

—Te aseguro que no me lo merecía —protestó Toneri.

—¿Te has disculpado? —preguntó la marquesa, frunciendo el ceño.

—¡Disculpado! —gritó él—. Fue ella la que me pegó, cuando iba a matar a Naruto.

Hinata abrió la boca para negarlo, pero la mujer no le dio oportunidad de hablar.

—Señorita Hyûga, ¿tiene intención de matar a Naruto?

Era la primera vez que se le ocurría a alguien preguntarle tal cosa.

—No. —No mentía.

La dama asintió antes de mirar a Õtsutsuki.

—Entonces, sin duda, mi marido se lo merecía.

El marqués entrecerró los ojos mientras ella se daba cuenta de lo que significaba esa afirmación. Esa mujer era la marquesa de Õtsutsuki, y hacía frente a ese horrible hombre sin titubear. Debía ser una santa.

—No quiero que estés aquí —murmuró Õtsutsuki.

—¿Por qué? Soy miembro y estoy casada con uno de los propietarios.

—Este no es lugar para una mujer en tu estado.

—¡Oh, por el amor de Dios! Estoy embarazada, Toneri, no enferma. Sumire también está aquí. —La marquesa señaló a la condesa que, por lo que parecía, también estaba embarazada.

—No es culpa mía que Kabuto no ame a su esposa tanto como yo a la mía.

Kabuto arqueó una ceja al escuchar a su socio antes de mirar muy serio a Sumire.

—Te adoro.

—Lo sé —repuso Sumire. Hinata admiró la sencillez de sus palabras. La perfecta certeza de la condesa de que era amada.

Imaginó cómo sería ser amada con tal convicción. Su mirada cayó sobre el hombre que ocupaba la mesa. En su mandíbula firme y sus largos brazos, en la mano que reposaba encima de la madera, con la palma curva y vacía.

Se preguntó cómo sería deslizar allí la mano. Llenar aquel espacio.

Amar y ser amada.

Volvió a concentrarse en la marquesa de Õtsutsuki, cuya atención parecía estar en su marido.

—Toneri —decía ella con suavidad—, Naruto es tan amigo mío como de cualquiera de vosotros.

La mujer miró la cara del herido, y la preocupación hizo aparecer una línea en su frente. Se acercó y le rozó el hombro antes de apartarle un mechón rubio de la frente. Õtsutsuki acudió junto a su esposa y la sostuvo contra su costado, con la cólera y el dolor grabados en su expresión adusta.

—¡Santo Dios! —susurró ella, apoyándose en su marido.

—Vivirá. —La rudeza y rotundidad del tono de Õtsutsuki hablaba de preocupación y firmeza a partes iguales.

Ella sintió una profunda opresión en el pecho al observar la escena. No había arruinado a aquel hombre, con cuya vida había jugado. Docenas de personas se preocupaban por él, amigos que harían cualquier cosa para salvarle.

¿Cuánto tiempo hacía que alguien se preocupaba así por ella? ¿Cuánto tiempo llevaba anhelándolo?

«¿Cuándo lo he merecido?».

No le gustaba la respuesta a esas preguntas. Miró a la mujer que sostenía la tetera.

—¿Contiene té templado?

La criada asintió antes de mirar a Naruto con los ojos empañados.

Oui. Lo hice yo misma.

—Gracias, Didier —dijo Sumire mientras tomaba la tetera y vertía el líquido en una copa que estaba cerca del decantador de whisky.

—Espero que haya algo mágico en ese brebaje. Bien sabe Dios que lo necesita —comentó la marquesa.

—Es té de sauce —repuso la condesa—. Se dice que combate la fiebre. —Algo que por el momento no parece tener, ojalá siga así —añadió Hinata, mirando a Kabuto—. Ayúdeme a levantarle la cabeza. Debemos obligarlo a beber.

Kabuto se adelantó y con la ayuda de Asriel puso a Naruto en la posición adecuada. Hinata inclinó el líquido en su boca con una cuchara.

—Tienes que beber para curarte —dijo ella con firmeza, tras varios infructuosos intentos.

Al volver a probar, el líquido volvió a resbalar por su barbilla y su pecho, llevándose consigo su paciencia. Iba a beber aquella poción aunque tuviera que echársela directamente en la garganta.

—Trágalo, maldita sea. —Vertió el líquido dentro de su boca.

Naruto abrió los ojos, alerta y brillantes, y escupió el té de sauce. Las gotas le cubrieron el cuello y la cara, haciéndola dar un grito de sorpresa, y sus socios expresaron también su incredulidad.

Él volvió a toser al tiempo que buscaba su mirada, alejando el vaso con fuerza.

—¡Dios! —dijo él, con la voz ronca—. ¿Es que no has intentado matarme suficientes veces?

Las palabras produjeron una respuesta irreverente de Õtsutsuki y una ancha sonrisa en Kabuto. El alivio fue casi abrumador para ella, y cerró los ojos para contener las lágrimas y la risa antes de acercar de nuevo el vaso a sus labios.

Él meneó la cabeza, deteniendo su mano.

—¿Quién ha hecho esa mierda? —Miró a la mujer que había llevado la tetera—. ¿Didier?

La francesa respondió a su llamada con los ojos llenos de lágrimas de alivio.

Oui, Naruto, je l'ai fait. —Sacudió la cabeza como si quisiera recordar el inglés—. Sí, lo hice yo.

Él le lanzó una mirada de cautela.

—¿Y tú no lo has tocado?

Ella meneó la cabeza.

—Solo lo vertí —repuso en cuando encontró su voz.

—Bebe —ordenó él, empujando el vaso hacia ella.

Ella frunció el ceño.

—Yo no...

—Bebe tú primero.

Cuando comprendió, Hinata comenzó a reírse. Un sonido cristalino y extraño, que era bienvenido. Tanto como la mirada azulada y libre de alucinaciones con que él la observaba.

Algo hizo brillar aquellas hermosas pupilas y él volvió a empujar el vaso hacia ella.

—Bébelo, Hinata.

Su nombre sonaba bien en sus labios.

—¡Qué tontería...! —La marquesa dio un paso adelante, separándose de su marido para mirarlo de frente—. Es absurdo.

—Es decisión de Naruto.

Él no confiaba en ella.

«Está lo suficientemente consciente como para recelar de mí».

Se llevó el vaso a la boca y apuró todo el contenido antes de sacarle la lengua.

—Hoy no he venido preparada para envenenarte.

Él la estudió con detalle.

—Mejor.

Hinata ignoró el placer que la recorrió al escucharle, y se volvió para rellenar el vaso.

—Eso no quiere decir que no consigas que lo vuelva a considerar.

Naruto cubrió su mano para acercar el té a sus labios.

—Entonces lo dejamos para otro día.

Ella quiso sonreír. Decir una docena de cosas diferentes. Cosas que él no escucharía, que no creería.

«Cosas que no podía decirle».

Así que se inclinó hacia delante.

—Bébelo de una vez, terco.

Y lo hizo; vació todo el vaso. Cuando ella quiso alejarse, él retuvo su mano con fuerza inquebrantable, lo que resultaba chocante después de haber perdido tanta sangre. Lo miró a los ojos.

—Me has hecho una promesa.

Ella se puso rígida.

—Sí, la hice. Prometí que si regresaba a la sociedad, demostraría que no eres un asesino.

—No me refiero a eso.

—¿A qué te refieres entonces? —Clavó en él los ojos.

—Me has prometido respuestas. Me has prometido decirme la verdad.

A ella le palpitó la sangre en las orejas. No había imaginado que la escuchase mientras le atendía. Cuando murmuró en su oído, llena de miedo y esperanza.

—Te acuerdas.

—Mi memoria funciona de manera desigual en lo que se refiere a ti. Lo sé. —Bebió otra vez—. Pero me contarás toda la verdad sobre esa noche. Mantendrás tu promesa.

Había jurado que le daría su venganza. Que le daría la verdad... Si sobrevivía.

Y allí estaba. Vivo.

Asintió con la cabeza.

—Sí, la mantendré.

—Lo sé —repuso él. Y luego se durmió.

Tres días después, Naruto se hundía en el agua caliente que llenaba la enorme bañera de latón, construida a medida para sus abluciones después de los combates en El Ángel Caído.

Siseó entre dientes cuando el dolor bajó por su brazo izquierdo al moverlo, procurando mantener la herida vendada lejos del líquido. No quería dar ninguna facilidad a la lesión, todavía sin cicatrizar, para provocarle fiebre. Movió el hombro con cuidado hasta que se reclinó en la curva del latón, haciendo una mueca, y apoyó la cabeza en el borde.

Emitió un largo suspiro y cerró los ojos cuando el vapor y el calor le envolvieron, llevándose con ellos sus pensamientos.

La mayor parte de sus pensamientos.

Los que no la incluían a ella, a su hermoso, suave y extraño pelo, a sus ojos irresistibles y su coraje desmedido. Pensamientos que no le hacían cuestionarse por qué había hecho lo que había hecho tantos años atrás; lo que había hecho esa noche en el ring. Ni si había ayudado a su hermano en su propósito, o si le había pasado el puñal que acabó clavado en su pecho.

Los que no le hacían recordar la bondad con la que ella le había lavado la herida la mañana que recobró el conocimiento; la forma en que le había servido el té; la forma en que le había curado. Pensamientos que no le hacían preguntarse cómo sería disfrutar otra vez de esa bondad... con frecuencia.

O peor, lo que esa bondad significaba.

Maldijo entre dientes en la tranquila estancia llena de vapor. No quería su bondad. Quería sus remordimientos. Su arrepentimiento. ¿O no?

Movió el brazo con cuidado, notando una aguda punzada de dolor. Aquella sensación era desagradable, como si su brazo quedara atrapado en arena cuando lo usaba. Tan desagradable como aquellos limitadores pensamientos.

La sensibilidad regresaría. Y su fuerza también.

Tenía que ser así.

Un brillante recuerdo inundó su mente.

La noche del combate Hinata estaba en el borde del cuadrilátero, mirándolo fijamente, con los ojos llenos de terror. «¡Te matará!», le había gritado. Le había advertido, pero él había estado tan condenadamente concentrado en la preocupación que leía en sus ojos —por saber qué podría importarle— que no comprendió el significado de las palabras hasta que el puñal estuvo clavado en su pecho.

Hasta después.

Hasta que se movió dentro y fuera de la consciencia y la voz de Hinata susurraba promesas en su oído.

«Vivirás».

«Vivirás y te lo contaré todo».

Había sobrevivido.

Y ella le contaría la verdad sobre esa noche. Le diría por qué había huido. Por qué le había elegido. Por qué le había castigado.

Por qué le había destrozado la vida y cómo pensaba devolvérsela.

—¿Sabes qué aspecto tienes?

No mostró sorpresa ante la intrusión, aunque su corazón palpitaba más rápido al ver que alguien había entrado en la habitación sin que él se diera cuenta.

—Sin duda tú vas a decírmelo —repuso él, abriendo los ojos para ver a Chase junto a la bañera—. ¿Cuánto tiempo llevas observándome?

—El suficiente como para que la mitad de las mujeres de la ciudad me tengan envidia. —Chase se hundió en un taburete cercano y se inclinó, apoyando los codos en las rodillas—. ¿Qué tal va tu brazo?

—Me duele —repuso lacónico, cerrando el puño del brazo malo e intentado dar al aire un gancho de derecha—. Está rígido.

Omitió otros adjetivos como «entumecido», «débil» o «inútil».

—No ha pasado ni una semana. Da tiempo al tiempo —dijo Chase—. Deberías estar en la cama.

Él cambió de posición en el agua y jadeó ante el ramalazo de dolor que le bajó por el brazo.

—No necesito una niñera.

—Sin embargo, cada noche que no puedes subirte al ring, es una noche que perdemos dinero.

—Ya imaginaba que lo que más te preocupaba era mi bienestar.

Los dos sabían que no era cierto, que Chase arrasaría La ciudad si eso sirviera para que él se recuperara, pero fingía que no era así.

—Me preocupa tu bienestar, porque repercute en mis beneficios.

Él se rio.

—Pensando en el negocio hasta el final.

Mantuvieron silencio durante un buen rato antes de que Chase volviera a hablar.

—Tenemos que hablar sobre la chica.

—¿Qué chica? —se hizo el desentendido.

—Quiere regresar a su casa —repuso Chase, ignorando la estúpida pregunta.

Hacía dos días que no la veía. Quería estar recuperado antes de verla. Quería disponer de sus fuerzas para esa batalla. Antes de enfrentarse a ella. Pero tampoco la quería lejos de él. Se negó a pensar por qué.

—¿Y el hermano?

Chase suspiró y apartó la mirada.

—Sigue desaparecido.

—No puede seguir oculto siempre. No tiene dinero.

—Es posible que la chica financiara el plan. —Chase se pasó una mano por los oscuros mechones—. Después de todo, es experta en ocultarse entre las sombras.

No era posible. Hinata estaba demasiado preocupada por el dinero.

—Ella no le ayudó.

—Eso no lo sabes.

Sí que lo sabía. Había recordado el combate una y otra vez.

—La vi en el ring. Vi cómo intentaba detenerlo. —Hizo una pausa, en la que recordó las promesas que susurró en su mente—. Me salvó. Me sanó.

—No tenía más opción. —El escepticismo impregnaba la voz de Chase.

Él sacudió la cabeza. Hinata no había intentado matarle. No lo creía, no.

Chase arqueó las cejas.

—¿Estás defendiendo a esa chica?

—No. —«Mentiroso»—. Solo quiero que esté claro que su castigo no es el de su hermano.

—¿Cómo será su castigo?

—Necesito a Shino. —Shino Aburame, uno de los miembros más ricos del club y dueño de la mitad de los periódicos de La ciudad.

Chase asintió con la cabeza y se puso en pie, comprendiendo su plan sin tener que explicárselo.

—Será muy fácil.

«Será solo el principio...».

¿Era eso lo que quería? Había estado muy seguro. Lo había imaginado noche tras noche; el momento en que la mostraba a La ciudad y se hacía justicia. La imaginó arruinada. Sin otra elección que empezar de nuevo. Sin más opción que marcharse. Teniendo que experimentar en carne propia lo que le había hecho a él.

Pero ahora...

—Se hará según mis términos, Chase.

Los ojos plateados que le miraban, pusieron una expresión de fingida inocencia.

—Por supuesto.

—Sé lo mucho que te gusta entrometerte.

—Tonterías. —Chase se miró la manga y quitó una mota de polvo del puño—. Solo te recuerdo que las mujeres son excelentes actrices. La tuya no es diferente. —Él resistió el ramalazo de placer que sintió al escuchar el posesivo—. Estaba escandalizando a todo el mundo y provocando la mayor distracción que jamás se ha visto en El Ángel hasta que su hermano te apuñaló. La situación apesta a confabulación.

—Entonces, ¿por qué ella no huyó también? ¿Por qué se quedó? —Las preguntas le habían acosado durante días, desde que se despertó de la inconsciencia en la que le sumió la puñalada y la encontró junto a su cama, con expresión de alivio. Feliz de verle vivo.

Hermosa.

«Mía».

No. No era suya. Nunca lo sería.

—Õtsutsuki no se lo permitió —respondió Chase—. La cuestión es que ella no es de confianza. Tu herida no está curada todavía y aún estás al cincuenta por ciento de tu capacidad. Dale permiso para marcharse y que Asriel la vigile.

Él se puso rígido ante sus palabras. La verdad le desagradaba. Odiaba su debilidad, la idea de que alguien vigilara a Hinata le desequilibraba. Ella era responsabilidad suya. Su camino hacia la verdad.

—No puedo arriesgarme a perderla.

Chase le lanzó una mirada de incredulidad.

—Asriel nunca ha perdido a nadie en su vida. —Al ver que él no respondía, el fundador de El Ángel Caído se inclinó—. ¡Por Dios! No me digas que estás detrás de ella.

—No lo estoy. —Se puso en pie, haciendo que el agua se derramara por el borde de la bañera y formara grandes charcos en el suelo.

No lo estaba.

«No puedo estarlo».

Chase le lanzó una toalla y tiró otra a uno de los charcos.

—Te privó de tu vida, metafórica y casi literalmente. Ahora te intriga esa mujer.

Naruto se secó como pudo, incapaz de usar el brazo izquierdo.

—Ella recuerda todo lo que ocurrió esa noche. Yo no recuerdo nada.

—¿Qué quieres recordar? Te drogó, huyó y te dejó atrás, convirtiéndote en culpable de un asesinato que no cometiste.

Había mucho más. Los porqués y los cómos. Las repercusiones. El niño con su pelo y ojos. Se envolvió las caderas con la toalla y pasó junto a Chase para regresar a su habitación.

—Me lo contará todo esta noche, y probará mi inocencia ante el resto del mundo. Por eso estoy, como tú dices, intrigado por ella. Por eso me preocupa que Asriel la pierda.

«Pero eso no es todo».

Ignoró el pensamiento, que parecía de Chase pero que era suyo. No estaba intrigado por ella, ni por su fuerza, su voluntad y su temeridad. Tampoco le atraían su largo cuello o sus labios voluptuosos. Había miles de mujeres en La ciudad, más hermosas y más dóciles.

No estaba intrigado por la señorita Hinata Hyûga.

Intrigado era una descripción demasiado convencional para lo que sentía cuando estaba cerca de ella. Estaba atrapado, se sentía tentado.

«Estás consumido por ella».

Chase guardó silencio durante un largo momento mientras veía cómo se vestía. Cómo se ponía los pantalones y una camisa blanca, diseñada para respetar su brazo herido.

De hecho, se vistió con un solo brazo. Quizá Chase no se diera cuenta.

Pero Chase lo notaba todo.

—¿Cómo te sientes?

«Mal».

—Todavía podría tumbarte.

Su colega arqueó una ceja oscura.

—Eso son palabras mayores. —Chase se dirigió a la puerta, pero se detuvo con la mano en el picaporte como si se le hubiera ocurrido algo—. Casi me olvido. Hemos estado vigilando el orfanato desde que Hyûga te atacó.

No le sorprendía. Hyûga no tenía dinero ni aliados, ahora que le había atacado en El Ángel. No podía asomar las narices en ninguna parte de La ciudad sin verse amenazado. Solo tenía a su hermana.

Se sintió enfadado al pensarlo.

—¿Y?

—Hyûga envió un mensaje a su hermana. Lo interceptamos.

Menudo idiota.

—¿Qué decía?

Chase sonrió con sorna.

—¿Tú qué crees? Necesita dinero.

Los recuerdos le acosaron. La ayudante de Hinata dándole a entender que el orfanato necesitaba donaciones; las faldas raídas que llevaba puestas Hinata cuando no le esperaba. Sus manos desnudas, rojas por el frío.

—Ella no tiene lo que él necesita.

—Ella no tiene nada.

—¿Tenemos nosotros la nota?

—No. La leímos y la dejamos pasar.

Habían tendido una trampa a Hinata para que ayudara a su hermano. Para que le traicionara a él.

«Otra vez».

—Quiero hablar con ella.

«Quiero verla».

«La deseo».

Chase guardó silencio durante un buen rato antes de hablar.

—Envíala de regreso al Hogar MacIntyre, Naruto. Asriel tendrá el lugar bajo vigilancia todo el tiempo.

Naruto miró a Chase fijamente.

—¿Al Hogar MacIntyre? —Chase vaciló, y nunca vacilaba—. ¿Cómo sabes de su existencia? —presionó él—. No es propio de ti preocuparte por el nombre de un orfanato lleno de bastardos de aristócratas.

—No, por lo general no. ¿Te sorprende que sepa eso? Por supuesto que sé a dónde envían nuestros clientes a sus bastardos.

Era información que Chase querría saber. Información que hacía que El Ángel fuera tan poderoso. Información que Naruto quería poseer. ¡Dios!

Quería gritar las preguntas que le acosaban.

«¿Ese niño es mío?».

«¿Es de ella alguno de esos chicos?».

«¿Nuestro?».

Él se inclinó.

—¿Sabías que ella estaba allí?

—No lo sabía.

Quiso encontrar la verdad en sus ojos. Pero no la encontró.

—Mientes.

Chase suspiró y apartó la vista.

—Señora Hina MacIntyre. Nacida y criada en los muelles de Konoha, casada con un militar que murió de manera trágica en Nsamankow.

La cólera se convirtió en una sensación de traición.

«Sabías que estaba allí y no me lo dijiste».

—¿Qué ha tenido de bueno encontrarla? Te drogó y te apuñaló.

Y de pronto, la furia fue ardiente e incontrolable.

—Largo de aquí.

Chase suspiró.

—Naruto...

—Ni se te ocurra intentar aplacarme. —Naruto avanzó con los puños cerrados, que le hormigueaban por borrar aquella expresión presumida de la cara de Chase—. Has jugado con nosotros durante demasiado tiempo.

Chase le miró con los ojos entornados.

—Te salvé el pellejo ante una docena de hombres sedientos de sangre.

Ahora fue él quien entrecerró los párpados.

—Y me lo has echado a la cara durante años. Y también a Õtsutsuki y a Kabuto. Jugando a ser guardián, confesor y jodida madre de todos nosotros. ¿Y ahora resulta que también posees mi venganza? La conocías. Sabías que mi nombre dependía de su existencia.

Un recuerdo brilló en su mente. Chase en sus habitaciones todas esas noches. «No hay pruebas de que la mataras». La ira se apoderó de él.

—Lo sabías desde el principio. Desde el momento en que me recogiste de la calle y me llevaste a El Ángel.

Chase no se movió.

—¡Joder! ¡Lo sabías! ¡Y jamás me lo dijiste!

Chase alzó las dos manos, tratando de calmarle.

—Naruto...

Pero él no quería que le calmaran. Quería pelear. El ramalazo de dolor atravesó su pecho y crepitó en su brazo cuando los músculos que rodeaban la herida se tensaron. Ardió en el punto medio de su antebrazo.

El dolor no era tan malo como la sensación que provocaba la traición de su socio.

—Lárgate —le ordenó—, antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.

Las palabras fueron suaves, pero tan peligrosas que Chase supo que era mejor que se marchara.

—¿Qué hubieras hecho si lo hubieras sabido? —preguntó su socio desde la puerta.

La cuestión fue como un golpe.

—Hubiera puesto fin a la situación.

—Todavía puedes hacerlo —aseguró Chase, arqueando una ceja oscura.

Pero Chase se equivocaba, no había final. Ya no lo había. Habían avanzado demasiado.

—Vete.

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Continuará...