MI DUQUE


14: Mentiras y Verdades


Hinata se había preparado para librar una batalla esa mañana. Estaba preparada para luchar contra su encarcelamiento, a negociar su liberación.

Había pasado tres días encerrada en El Ángel Caído, con libertad para moverse por una infinidad de pasillos y cuartos secretos, aunque siempre acompañada. Algunas veces la seguía Asriel, solemne como él solo; otras era la condesa de Harlow, en las ocasiones que pasaba por el club para interesarse sobre el estado de Naruto, y también la acompañaba la hermosa Lady, que lo mismo le hablaba como permanecía en silencio absoluto.

Esa tarde fue Lady la que fue a buscarla, tras golpear la puerta de su habitación antes de abrirla para entrar sacudiéndose las faldas.

—Naruto ha preguntado por ti —anunció con sencillez.

Ella se tensó al escucharla. No lo había visto desde la mañana que recuperó el conocimiento, protestando por el té de sauce y recelando de todo lo que ella hacía. Había llegado a plantearse que se había olvidado de ella.

Deseó poder olvidarle a su vez; no recordar cómo había yacido pálido en las horas previas a ese momento en el que recobró la conciencia y el temperamento. Cómo había temido por él. Cómo había deseado que mejorara.

Cómo había deseado que llegara ese momento... Aquella situación había crecido hasta escapar por completo a su control.

Le había añorado.

Había dicho a los otros hombres —Õtsutsuki, Kabuto y al misterioso Chase — que deseaba marcharse. Que quería regresar al Hogar MacIntyre. Que había unos niños que dependían de ella.

Que tenía una vida que vivir.

Y hasta el momento no había obtenido ninguna respuesta.

Pero había llegado Lady y la había dejado sin aliento. Acelerándole el corazón con unas simples palabras: «Naruto ha preguntado por ti».

Iba a verlo otra vez.

Lo vería ahora.

La excitación bulló en su interior haciéndola estremecer. Asintió con la cabeza al tiempo que se ponía en pie y se alisaba las faldas. Estaba tan nerviosa que enderezó la espalda por completo.

—Parezco Ana Bolena camino del cadalso.

Lady esbozó una sonrisa burlona.

—Te comparas con una reina de Inglaterra nada menos.

—Siempre hay que tener aspiraciones —repuso, encogiéndose de hombros.

Recorrieron el largo pasillo curvo en silencio.

—¿Sabes? No es un mal hombre —comentó Lady después de un buen rato.

Ella no vaciló.

—Jamás he pensado que lo fuera.

«Es cierto».

—Nadie confía en él —añadió Lady—. Nadie que no lo conozca. Y nadie lo conoce lo suficientemente bien como para saber que no sería capaz de... —Se interrumpió.

—Matarme. —Hinata terminó la frase por ella—. ¿Tú le conoces bien?

—Sí —replicó la hermosa pelinegra mirándose las manos.

Ella odió aquella afirmación. Esa mujer era la amante de Naruto, no cabía duda. Y ¿por qué no? Lady y Naruto formarían una pareja perfecta. Ella era pelinegra y él rubio, ella guapísima y, aunque cubierto de cicatrices, él seguía siendo un hombre muy atractivo. Tendrían hijos guapísimos.

Pero Naruto tenía otras aspiraciones distintas a las de casarse con su amante.

«Cuando tenga la vida para la que me educaron». Le había dicho en una ocasión. «Cuando me case. En el momento en que tenga un hijo... Y pueda transmitirle mi legado».

Hijos correctos e impolutos. Lo que merecía un amable duque. No cabía duda que con una esposa joven y bella tendría una descendencia perfecta. Los celos la carcomieron por dentro. No le gustó la idea de que esa mujer tuviera hijos con él.

Odió la idea de que cualquier mujer tuviera hijos con él a no ser que fuera...

Interrumpió el pensamiento antes de terminarlo. Sería mejor no dar alas a esa locura. Debía protegerse a sí misma.

—Tiene suerte de tener tan buenos amigos —dijo ella.

Lady la miró.

—¿Y tú?

—¿Yo?

—¿Quiénes son tus amigos?

Ella se rio sin humor.

—Llevo ocultándome doce años. Tener amigos es un lujo que no puedo permitirme.

—¿Y tu hermano?

Ella sacudió la cabeza. Utakata era su familia, pero no su amigo. Y ahora, nunca lo sería. Soltó un suspiro.

—Casi mató a Naruto. ¿Qué clase de amigo haría eso?

Lady se dio la vuelta y puso la mano en el picaporte de una puerta cercana.

—Deberías asegurarte de que Naruto lo entiende así —dijo antes de girarlo por completo.

Ella no tuvo tiempo de pedirle aclaraciones. Entró en las habitaciones de Naruto y la puerta se cerró tras la críptica declaración de Lady. Clavó los ojos en otra de las puertas que había en la estancia, la que ahora sabía que daba acceso a la sala donde se llevaban a cabo los combates.

Se dirigió hacia allí.

Él estaba de pie en el centro de la estancia vacía, en mitad del cuadrilátero. Fuerte y silencioso, atractivo incluso en mangas de camisa y con una venda apretándole el brazo contra el pecho. Quizá precisamente por eso. Los pantalones negros se ceñían a la perfección a sus muslos y ella los siguió con la mirada hasta el serrín que cubría el suelo, donde sus pies desnudos asomaban por debajo del dobladillo.

Se sintió impactada por ellos. Por la fuerza que transmitían. Por las curvas y valles de músculos y huesos. Por los dedos perfectos y rectos, por las uñas blancas.

«Incluso tiene los pies atractivos».

Subió la mirada hasta la de él con aquella ridícula idea dando vueltas en su mente, y percibió su extraña sonrisa; parecía como si le hubiera leído el pensamiento.

No pondría la mano en el fuego por ello.

Sin espectadores, hacía frío en la sala y ella se rodeó con los brazos mientras se aproximaba a él, treinta centímetros más arriba, en el ring, aunque, de alguna manera, mucho más lejos todavía. Naruto la observó, haciendo que fuera consciente de cada paso que daba por la manera en que la miraba. Ella deseó alisarse el pelo y las faldas, pero resistió la tentación.

Cuando llegó al cuadrilátero, lo miró. Tenía la vista clavada en ella con una expresión reservada, como si no estuviera seguro de lo que ella pensaba hacer. De lo que haría a continuación.

Claro que tampoco ella lo sabía.

Intuyó que él estaba dispuesto a esperar una eternidad a que ella tomara la palabra, así que fue lo que hizo.

—Lo siento.

No era la primera vez que lo pensaba, pero sí que lo decía en voz alta. A él.

Lo vio arquear las cejas con sorpresa.

—¿Por?

Ella tendió la mano, apoyándola en una de las gruesas cuerdas.

—Por todo. —Lo miró. Sus ojos azules no revelaban nada—. Por las acciones de mi hermano. —Hizo una pausa y tomó aire para confesar sus pecados—. Por las mías.

Él se acercó a ella, se inclinó y la ayudó a atravesar las cuerdas con una mano callosa y cálida, que cubría la suya por completo. Una vez que estuvo dentro de ring, Naruto retrocedió. Ella quiso borrar la distancia que los separaba.

—¿Te arrepientes? —Le había preguntado lo mismo hacía toda una vida; la noche que se acercó a él ante su casa.

—Lamento que te vieras atrapado por ellas. —Su respuesta fue la misma, pero algo diferente. De alguna manera más certera. No lamentaba haber huido, pero sentía profundamente haberlo implicado en aquella pantomima absurda y descuidada—. Jamás lograré hacerte comprender lo mucho que lamento lo que hizo mi hermano. —Hizo una pausa, en la que él esperó—. Sí —decía la verdad—. Lo siento, lamento lo que sufriste. Cómo arruiné tu vida, cómo jugué con ella. Volvería atrás si pudiera.

Él se apoyó en las cuerdas, al otro lado del cuadrilátero.

—Entonces, ¿no conocías los planes de tu hermano?

Abrió mucho los ojos, sorprendida por su pregunta.

—¡No! —¿Cómo podía pensar...?

«¿Cómo podría no pensarlo?».

Meneó la cabeza.

—Nunca quise hacerte daño.

Los labios de Naruto se curvaron en una sonrisa de medio lado al escucharla.

—Te había llamado puta. Estabas bastante enfadada.

El insulto dolía incluso ahora.

—Lo estaba, te lo aseguro. —No apartó la mirada—. Pero manejaba bien la situación.

Él se rio al escucharla. Un sonido cálido y envolvente.

—Sí que lo hacías.

Naruto permaneció en silencio durante un buen rato, hasta que ella no pudo evitar volver a mirarlo; la observaba con aquellos ojos azules que parecían verlo todo. Quizá fue esa mirada lo que la impulsó a hablar.

—Me alegro de que te hayas recuperado.

Era cierto.

O quizá fuera una terrible mentira. Porque decir que «se alegraba» no describía ni de lejos la avalancha de emociones que la atravesaban mientras le observaba, recuperado su poder y vitalidad. Su fuerza y salud.

Alivio. Gratitud.

Júbilo.

Soltó un largo suspiro y él se impulsó desde las cuerdas para acercarse a ella, haciéndola sentir un estremecimiento de anticipación. Naruto la abrazó y ella no vaciló; se recreó en su contacto, en el roce de su pulgar en la mejilla. Alzó la mano y sostuvo allí sus dedos, piel contra piel.

—Me alegro de que estés vivo —susurró.

Notó un brillo pasajero en su mirada.

—Como tú.

Por primera vez en doce años se sentía así. Ese hombre conseguía que se sintiera viva. Ese hombre, que debería ser su enemigo, que seguramente era su adversario. El que sin duda quería destruir todo lo que ella había conseguido, revelar todos los pecados que ella había cometido.

El que, de alguna manera, la veía como era.

—Llegué a pensar que morirías.

Él sonrió.

—No es cierto. Y no me atreví a decepcionarte.

Hinata intentó responder a su sonrisa. Falló. Su mente revivió a otro paciente. Otra muerte.

Naruto lo leyó en su expresión. Tuvo que hacerlo.

—Cuéntamelo...

Y de repente, ella quiso que lo supiera.

—No la pude salvar —musitó.

—¿A quién? —preguntó él sin moverse.

—A mi madre.

Lo vio fruncir el ceño.

—Tu madre murió cuando eras una niña.

—Tenía doce años.

—Una niña —repitió él con firmeza.

Ella bajó la vista a sus tontos escarpines de seda, que asomaban por debajo del vestido prestado, casi pisando los pies desnudos de Naruto.

«Tan cerca...».

—Era lo suficientemente mayor para saber que iba a morir.

—Enfermó de fiebres —comentó él. Hinata percibió la nota de consuelo en su voz.

«No podías saberlo. No hay nada que hacer», le dijeron docenas de personas.

Todas se habían creído la misma historia.

Pero su madre no contrajo fiebres.

O, más bien, sí... Pero no de la manera en que su padre lo había contado. No fueron provocadas por una enfermedad, sino por una infección.

Por una herida incurable.

Y había sufrido muchísimo.

Naruto movió la mano para alzarle la barbilla, obligándola a mirarle a los ojos. Ese hombre era sinónimo de calor y fuerza, era enorme y duro. Y honesto.

Contempló sus ojos, azules como el mar, fijamente.

—Él la mató —susurró.

—¿Quién la mató?

—Mi padre. —Incluso ahora, tantos años después, era difícil llamarle así. Dolía pensar en él de esa manera.

Naruto sacudió la cabeza y ella supo lo que estaba pensando. Que era imposible, que un hombre no mataba a su esposa.

—No le gustaba que Utakata y yo fuéramos en contra de sus deseos, y ella hacía todo lo que podía para protegernos. Ese día... —vaciló. No quería contar nada más, pero no podía detenerse. Estaba perdida en sus recuerdos —. Él acababa de comprar un busto nuevo. Era griego o romano... no puedo recordarlo.

»Utakata y yo atravesamos la casa corriendo y me enredé con las faldas. — Se rio sin humor, absorta en sus visiones—. Acababa de recibir el permiso para ponérmelas largas y me sentía muy orgullosa de mí misma; ya era mayor. Pero tropecé con la estatua que estaba apoyada en el borde de una mesa del vestíbulo superior —explicó. Naruto contuvo la respiración como si pudiera imaginar lo que venía a continuación. Lo que ella había sido incapaz de prever cuando era niña.

Se encogió de hombros.

—Volcó sobre el pasamanos y cayó sobre el suelo del vestíbulo de entrada.

Era como si estuviera viéndolo. Miles de trozos irreconocibles, diseminados en un suelo que parecía estar a un kilómetro de distancia.

—Él se puso furioso. Subió los escalones de dos en dos y me apresó en el primer piso.

—¿No escapaste?

Las palabras la sobresaltaron.

—Escapar solo lo hubiera empeorado todo.

—Te pegó.

—Podría haber soportado una paliza. No era la primera vez que me castigaba, ni sería la última. —Vaciló—. Pero mi madre decidió que ya había sido suficiente.

—¿Qué hizo?

—Le atacó... con un puñal.

Él jadeó.

—¡Dios mío!

Hinata había revivido la escena una y otra vez casi todos los días desde que ocurrió. Su madre, cual reina vengadora, se había interpuesto entre ellos y su padre.

Negándose a permitir que les hiciera daño.

—Se rio de ella —siguió contando, aborreciendo las palabras tanto como la imagen. Odiando la manera en que la hacían parecer la niña que había sido. Tragó saliva antes de mirarle a los ojos—. Era muy fuerte.

—Giró el puñal hacia ella y se lo clavó —adivinó él.

Otra herida llena de sangre. Esa vez, desafortunada.

—Los médicos la atendieron, pero no había nada que hacer. Su sentencia fue dictada en el mismo momento que le asestó la puñalada. Solo era cuestión de tiempo.

—¡Dios mío! —repitió él, esta vez sujetándola para estrecharla con fuerza contra su firme y ancho pecho—. Y tuviste que seguir viviendo con él —murmuró contra su pelo.

«Hasta que me vendió a otro hombre, y no tuve más remedio que huir».

Retuvo esas palabras. En parte porque no deseaba recordarle que ella le desagradaba, que era la razón por la que su vida había cambiado de rumbo.

Le gustaban demasiado su fuerza y su abrazo.

«Una mentira por omisión».

Apretó la cara contra su afectuosa suavidad e inhaló su aroma, a tomillo y clavo. Se permitió ese fugaz momento antes de tener que volver a enfrentarse al mundo.

—Si no hubiera roto el busto... —Era lo que nunca se había atrevido a decir en voz alta.

Él le puso la mano debajo de la barbilla, alzándole la cara hacia la suya, hacia su mirada.

—Hinata... —El nombre seguía sonando extraño después de una década sin oírlo—. No es tu pecado.

Lo sabía aunque no lo creyera.

—Sin embargo, pagué por él. —Vio que él curvaba los labios en una amenaza de sonrisa, pero pudo notar la ironía que contenía—. Tú también pagaste por algo que no hiciste. Sabes mucho sobre ello.

—No tanto como pareces pensar —dijo él, deslizando el pulgar con suavidad por su mejilla de un lado a otro, consiguiendo con aquel roce que se calmara y desequilibrara a la vez.

Naruto siguió el movimiento de su dedo con la vista y ella aprovechó la oportunidad para observarle. Tenía la nariz rota, una cicatriz debajo de un ojo y otra dividía su labio inferior. Durante un buen rato, ella se olvidó de las palabras y sus pensamientos sucumbieron a la promesa de su contacto. —Pensaba que lo merecía —explicó él, curvando los labios.

Naruto no la miró a los ojos ni siquiera cuando ella susurró su nombre; ese nombre que él se había apropiado al convertirse en un hombre nuevo, en un exiliado pecador.

—Pensaba que te había matado —añadió él, con sencillez. Como si expusiera algo insignificante. Como si hablara de una noticia del periódico. Del clima. Naruto se aclaró la voz al tiempo que retiraba la mano de su mejilla—. Sin embargo, no lo hice.

Anheló volver a sentir su contacto.

«Lo siento», quiso decir.

Pero se limitó a subir la mano a su cara, donde la barba incipiente le hizo cosquillas en la palma. Tentándola. Él le sostuvo entonces la mirada y ella percibió pesar en sus ojos; pesar matizado con confusión y frustración... y sí, también vio cólera. Tan oculta que no la hubiera notado si no estuviera tan cerca.

—Jamás tuve intención de hacerte daño. —Hizo una pausa, mirando por encima de su hombro al espejo desde detrás del cual las mujeres habían presenciado el combate—. Nunca se me ocurrió que podrías sufrir por mi culpa.

Él no dijo nada. No era necesario. La idea de que sus acciones no tuvieran repercusiones para él era una absoluta estupidez. Siguió hablando como si su voz pudiera mantener a raya el pasado. —Pero las oí mientras estaban observando el combate...

—¿A quiénes? —preguntó él.

Ella señaló el espejo con un gesto de cabeza.

—A las mujeres. Odié la manera en que hablaban de ti —explicó al tiempo que deslizaba los dedos por su barbilla y más abajo, por su pecho, dibujando las colinas y valles que formaban los músculos bajo la camisa—.

Odié cómo te miraban.

—¿Celosa?

Sí, pero no quería admitirlo.

—Odié que te devoraran con los ojos, como si fueras una bestia. Un premio. Algo que podía ser consumido. Menos que... Menos de lo que eres.

Él le apresó la mano y la retiró de su piel. Ella anheló seguir tocándole.

—No necesito tu piedad.

—¿Piedad? —repitió poniendo los ojos en blanco. ¿Cómo podía pensar que esa emoción, ese inquietante y cálido sentimiento que la recorría de pies a cabeza y ponía su vida patas arriba, era piedad?

No se trataba de algo tan simple.

—Ojalá fuera piedad —comentó, librándose de su agarre y volviendo a poner la mano en su torso, donde los músculos se tensaron al sentir su contacto—. Quizá si fuera piedad podría evitarlo.

—¿Qué es entonces? —preguntó él, con un tono ronco y profundo que la hacía sentir como si aquella enorme habitación fuera la más pequeña en la que había estado nunca. Como si estuviera aislada en el mundo.

Meneó la cabeza, consciente de él con cada célula de su ser. Desesperada por su contacto. Por su perdón. Por él.

—No lo sé. Tú me haces sentir...

Se interrumpió, incapaz de expresar aquella emoción con palabras.

Él llevó la mano a su garganta y le deslizó los dedos por el pulso, rozándolo apenas, como si ella fuera a escapar si no tenía cuidado.

—¿Qué?

Sus dedos se movieron como si tuvieran voluntad propia y se enredaron con el pelo de Naruto, recreándose en su suavidad. Él detuvo la caricia con su mano buena al tiempo que la empujaba hacia atrás, contra las cuerdas, y hacía que ella se aferrara al grueso cordón. Primero una mano y luego la otra. Después, se inclinó sobre ella.

—¿Qué te hago sentir, Hinata?

Después de su discusión sobre el cuadrilátero, todo La ciudad la consideraba su amante misteriosa. ¿Ese pensamiento no la convertía ya en ello? ¿Importaba acaso que fuera solo de nombre? ¿Importaba que ella quisiera que la farsa se convirtiera en realidad? ¿Que le deseara? ¿Que quisiera sentir sus manos, sus labios, su cuerpo...?

Vaciló. No sabía cómo terminar la frase. Pensó en su significado.

Dudaba en cómo enfrentarse al camino que la arruinaría más que cualquier castigo que Naruto quisiera infringirle.

Pero la llama ya había prendido y ella sabía que era inútil luchar. En especial cuando deseaba que él ganara. Se agarró con firmeza a las cuerdas, su ancla en aquella tempestad.

—Me haces sentir... —hizo una pausa y él fundió sus labios con los de ella aprovechando la vacilación. Un beso más tierno que ningún otro. Su lengua acarició la de ella con devastadora y delicada pasión.

Él se retiró antes de que pudiera saciarse.

—Sigue... —susurró él sin tocarla, pero doblegándola por completo. Era como si la sostuviera ante un ancho abismo y solo las cuerdas del ring la retuvieran.

—Me haces sentir caliente y al mismo tiempo fría.

Él recompensó sus palabras con un largo y devoto beso en la base de la garganta.

—¿Cómo te sientes ahora?

—Caliente —repuso estremeciéndose sin control—. O fría. No sé.

Naruto sonrió contra su piel, y ella adoró la manera en que sus labios se curvaron.

—¿Y qué más?

—Cuando me miras, me haces sentir que soy la única mujer en el mundo.

Él clavó los ojos en el borde del vestido prestado, donde el corpiño apretaba sus pechos de manera imposible, y deslizó un dedo por la línea de tela. Apenas le tocaba la piel, pero la hacía desear que nada se interpusiera. De pronto, él tiró con fuerza del pequeño lazo blanco que lo sujetaba y poco a poco soltó el cordón que cerraba el frente del corpiño, hasta que hizo lo que ella deseaba. Que la tela se soltara. Por instinto, ella soltó las cuerdas y movió las manos para que no se cayera. Para retenerla.

Pero él apartó uno de sus brazos del vestido de lana, y luego el otro.

Y ella se lo permitió.

—Agárrate a las cuerdas —ordenó él.

Hinata se rindió, asiéndolas otra vez.

El vestido quedó sujeto en sus pechos, pero amenazaba con caer. Él observó la manera en que lo hacía y ella se preguntó si podría llegar a quitárselo solo con la mirada.

Cuando pasó un dedo bajo la tela en un suave gesto, este cayó a sus pies.

Ella contuvo el aliento.

—¿Frío? —preguntó él.

—No. —Ardiente como el sol.

Él inclinó la cabeza, tomando la punta de un pecho con la boca, por encima de la camisola, haciendo que sintiera a través de la tela un húmedo dolor y mucho más. Anhelo por él. Al alzar la vista, Naruto buscó sus ojos. —¿Qué más, Hinata? —preguntó—. ¿Qué más te hago sentir?

—Me haces desear que todo sea diferente —musitó ella.

Él recompensó su confesión lanzando la camisola al suelo y dejándola cubierta tan solo con unas medias de lana y aquellos escarpines de seda que hacían juego con el vestido que llevaba puesto la noche que llegó al club, el que ya no existía. Él la observó durante un buen rato, haciéndola suspirar con sus ojos de la misma manera que lo había hecho cuando posó sus labios en la punta de su pecho.

Jadeó y él alzó la vista para buscar sus ojos. La miraba igual que ella le miraba a él; con ardiente deseo. Y cuando se pasó el dorso de la mano por la boca, como un hombre muerto de hambre, a ella se le debilitaron las rodillas y agradeció que las cuerdas la sostuvieran.

—Me haces desear ser diferente —repitió. «Me haces desear ser más».

Él sacudió la cabeza.

—Es extraño, yo no deseo eso.

Aquellas palabras confundieron sus pensamientos porque no pudo comprenderlas. Quiso decir lo que fuera más apropiado... lo que lo acercaría a ella. Eso que le daría lo que quería. Lo que ansiaba.

Lo que le haría suyo.

—Todo —susurró por fin—. Haces que lo sienta todo.

Y allí, en el ring que era su castillo y su reino, él se arrodilló delante de ella y le rodeó la cintura con un brazo al tiempo que presionaba los labios contra la suave curva de su vientre.

—No todo. Todavía no —respondió contra su piel.

Cubrió de besos su ombligo y siguió besando su piel más abajo, hasta los suaves rizos. Allí se quedó quieto. Inmóvil.

—Pero lo sentirás —le prometió mientras deslizaba la lengua por su suavidad, tan sensible.

Ella suspiró y llevó la mano a su cabeza, enredando los dedos en sus rizos.

Él se quedó paralizado, antes de concentrar la atención en la caricia y buscar su mano para capturar la carne del pulgar entre los dientes. La mordisqueó con suavidad.

—Agárrate a las cuerdas.

Ella se quedó quieta.

—¿Por qué?

Naruto buscó sus ojos y ella vio en ellos una pícara promesa. —Las cuerdas —repitió.

Ella obedeció y aferró con codicia los ásperos cordones que tenía a su espalda. Él la recompensó al momento, acariciándole el tobillo y la larga línea de la pierna, curvando los dedos para dibujar la rodilla hasta llegar a la suave piel del interior del muslo, justo encima de las medias. Le sacó la pierna del charco de enaguas y faldas con una mano y la colocó sobre su hombro sano como si no pesara nada.

Las mejillas le ardieron de vergüenza, pero el resto de su cuerpo ardió de deseo. Estaba horrorizada y ansiosa a la vez. Una pura contradicción, como siempre que estaba cerca de él.

—Mírame.

Como si pudiera hacer otra cosa. Lo único que podía hacer era observarle.

Observar cómo la miraba.

—En el espejo —añadió él, y Hinata subió la vista hasta la enorme superficie plateada que había frente a ellos. Había estado tan concentrada en él que lo había olvidado. Olvidado que allí podía ver una escena que jamás había imaginado. Que nunca había soñado.

Estaba desnuda ante él, el ring y el espejo, con las manos sujetas en las cuerdas. La imagen que presentaba era un escándalo absoluto, entregada como un sacrificio en aquel extraño altar. Pero era él quien estaba arrodillado entre sus muslos, con una de sus piernas apoyada en el hombro, en una postura de salvaje y caprichoso abandono.

«Cualquiera podría vernos».

Saber lo que había detrás del espejo debería haberla avergonzado. Debería haberla asustado. Debería haberla escandalizado. Sin embargo, solo consiguió que lo deseara más.

«¿Qué me ha hecho este hombre?».

—Naruto —dijo con suavidad, cerrando los ojos ante la escena que aparecía ante ella. Ante el poder que destilaba. Aterrada por lo que él pensaba hacer después.

Y lo hizo, la abrió por completo a sus ojos y la estudió de una manera que nadie había hecho antes. De una forma que nadie debería hacer.

Y le encantó.

Esa mano esa mano mágica y gloriosa se movió otra vez. Un dedo recorrió la parte más secreta de su cuerpo, explorando pliegues, valles y surcos, haciéndola estremecer de placer. Cerró los ojos para disfrutar la sensación y se apoyó en las cuerdas, que rechinaron bajo su peso mientras los ásperos hilos le arañaban la espalda, toscos donde él era suave. Brutales donde él era gentil.

—¡Dios mío! —susurró él con reverente sacrilegio, al tiempo que hacía girar el dedo para acariciarla hasta robarle el aliento y los pensamientos—. No sé cómo llegué a pensar que podría resistirme a ti.

Un eco de sus propios pensamientos. Aquello había sido inevitable... desde el momento en que se acercó a él en la calle. Incluso antes.

Y al instante sintió su boca en su centro y ya no pudo pensar. La recorrió con la lengua con largos y juguetones lametazos, tentándola y torturándola mientras le proporcionaba un placer que apenas podía creer que existiera.

—Naruto —gimió sin dejar de arquearse y ofrecerse a él.

Confiando en él.

Confiando en alguien por primera vez en su vida.

Y él la recompensó con su gloriosa boca. Le apretó la cintura con el brazo y la estrechó con fuerza para apretar los labios contra un punto increíble, insoportable e inconcebible, antes de comenzar a chupar con más fuerza, de lamer con más firmeza, raspando levemente antes de ejercer más presión, como si así pudiera exprimir sus gemidos.

—Naruto —suspiró el nombre en el que había pensado cientos veces tumbada en la cama. Mil veces, quizá. Pero que nunca creyó que pudiera provocar ese placer tan glorioso.

Él se quedó quieto al escuchar su nombre. Lo miró, encontrando su mirada azul junto a su cuerpo desnudo. Estuvo segura de que aquello era una error y al mismo tiempo un acierto.

Naruto comenzó a mover la lengua formando remolinos maravillosos en su sexo y ella tuvo que cerrar los ojos, incapaz de soportar aquella tortura de placer.

—Mírame —dijo él alzando la boca solo el tiempo necesario para decirlo.

Ella meneó la cabeza, con las mejillas ardiendo.

—No puedo.

—Claro que puedes —prometió él, girando la cabeza para besar la curva superior del muslo—. Quiero que mires cómo te doy todo lo que puedo ofrecer.

Volvió a cubrirla con su boca mientras ella le miraba. Luego alzó la vista para estudiar el espejo, segura de que el reflejo mostraría una expresión impúdica y escandalosa pero incapaz de seguir con los ojos clavados en él. No pudo evitar soltar las cuerdas para deslizar los dedos entre aquellos gloriosos cabellos y mantenerlo apretado contra ella. Sintió la necesidad de moverse contra él, no pudo ignorar la inundación de poderoso placer que la atravesaba con sus caricias.

Cuando ella gimió, él redobló sus esfuerzos con la lengua, los labios y los dientes, que movió en perfecta sintonía para enviarla todavía más arriba, surcando una oleada de goce insoportable, hasta que se derrumbó contra él gritando su nombre y tirándole del pelo, hasta que pasó aquella gloriosa sensación.

Jamás apartó la mirada, ni siquiera cuando se meció contra él, sosteniéndose en las cuerdas entre suspiros.

Él la sujetó mientras recuperaba el resuello y ella tuvo de nuevo el pie en el suelo. Incapaz de mantenerse derecha, se arrodilló a su lado.

Naruto la atrajo a su regazo y permanecieron así, con los corazones acelerados, jadeando, durante una eternidad en la que ninguno de los dos habló, pero ambos tuvieron la certeza de que todo había cambiado.

Para siempre.

Jamás había sentido nada así. Ni siquiera aquella noche en la que hizo de él lo que quiso, cuando lo había llevado a su cama, donde se besaron y abrazaron. Cuando él había bromeado en su oído mientras jugaba con su cabello, haciéndole promesas que nunca tuvo intención de mantener.

«Cuando le despojaste de su vida».

No podría seguir ocultándose de él. No podría mentirle. Encontraría otra manera de conseguir dinero para el orfanato. De proteger a los niños. Tenía que haber alguna forma.

Una forma que no dependiera de ese hombre.

Al menos podía ofrecerle eso.

Una profunda tristeza la atravesó mientras le contemplaba, impresionada por su inescrutable mirada. Deseó poder leer sus pensamientos, poder contárselo todo. Deseando poder abrirle su corazón.

Deseó que su futuro no estuviera labrado en piedra.

—Te he prometido que te diría... —comenzó.

Él sacudió la cabeza, interrumpiéndola.

—Ahora no. No por esto. No lo estropees, es la primera vez que lo he sentido auténtico...

La voz de Naruto se desvaneció, pero aquellas palabras hicieron que cantara para sus adentros, llena de esperanzas y promesas; dos cosas que no podía aceptar. Dos cosas que sabía desde hacía mucho tiempo que acabarían con ella si se lo permitía.

Pero no dejó que esos pensamientos arraigaran.

—Nosotros nunca... —Se movió en su regazo, deslizándose hasta el suelo—. Empezamos, pero no llegamos al final. —Él cerró los ojos al escucharla y respiró hondo. A pesar de que quería dejar de hablar, continuó contando su historia—. No debería haber dejado que creyeras que... La buscó con la mirada.

—Así que eso fue otra mentira.

Ella asintió con la cabeza; quería revelárselo todo. Quería decirle que aquella noche, hacía tanto tiempo, cuando hizo lo que más se arrepentía de haber hecho, fue también la noche en la que hizo lo que menos lamentaba del mundo.

Él la había hecho reír y sonreír. La hizo sentirse guapa.

Por primera vez en su vida.

Por única vez en su vida.

Abrió la boca para decírselo, para explicárselo. Pero él ya estaba hablando.

—Boru...

Eso la confundió.

—¿Boru?

—No es mío.

Se sonrojó al entender el significado de sus palabras. Meneó la cabeza.

—No entiendo...

—Dijiste que llevaba contigo desde siempre.

Boru, con el pelo rubio y los ojos azules, de la edad correcta, justo la que debería tener si hubieran hecho el amor. Si hubieran llegado hasta el final.

Durante un momento, permitió que esa idea la envolviera. Naruto; fuerte, seguro y guapo... y ella. Un hijo, rubio y dulce.

Un niño suyo.

Era la vida que él quería; una esposa, un hijo, un legado.

Pero no era real. Meneó la cabeza, buscando sus ojos y leyendo allí una profunda emoción. Pena, cólera, tristeza...

Había vuelto a hacerle daño. Daba igual que intentara no hacerlo. Sacudió la cabeza con lágrimas en los ojos.

—Desde siempre... Desde que fundé el orfanato. No es... —Se calló de golpe, deseando que la verdad fuera muy diferente.

Él se rio, un sonido brusco y sin humor.

—Claro que no es mi hijo. Por supuesto que no hicimos nada.

Aquellas palabras la desgarraron.

Él se levantó con un elocuente movimiento. Se desplazó hasta el lado contrario del ring, elegante y resuelto, incluso con el brazo en cabestrillo.

Incluso con una herida que hubiera matado a un hombre más débil.

Le dio la espalda y se pasó la mano por el pelo.

—Solo quería la verdad por una vez. —La miró por encima del hombro —. Una sola vez. Quería que me dieras una razón para poder pensar que eres más de lo que pareces. Más que una mujer ávida de sangre y dinero. — Lo vio reírse al tiempo que se daba la vuelta otra vez—. Y me la has dado.

Debería contársela.

La historia completa.

Debería hablarle del dinero. De la deuda. De la razón por la que había huido. Debería arrodillarse a sus pies y pedirle que la perdonara. Que la creyera. Que confiara en ella.

Quizá entonces podrían comenzar de nuevo. Quizá entonces podría haber algo más que ese algo extraño e inquietante entre ellos.

¡Santo Dios!, lo deseaba más de lo que necesitaba seguir respirando.

—Nunca he querido tu sangre —aseguró, poniéndose en pie con el vestido en la mano para ocultar su desnudez—. Ni tampoco dinero, la verdad. —Dio un paso hacia él—. Por favor, déjame explicarte...

—No. —La miró al tiempo que cortaba el aire con la mano.

Ella se detuvo.

—No —repitió él—. Estoy cansado de todo esto. De tus mentiras. De tus juegos. Estoy cansado de querer creerlos. Ya no pienso seguir haciéndolo.

Ella se envolvió en el vestido segura de que se merecía eso. Sabiendo que, durante doce años, su vida se había dirigido a ese punto; al día en que se enfrentara a ese hombre y le dijera la verdad para sufrir las consecuencias.

Pero jamás había pensado lo doloroso que sería perderle. Lastimarle.

Preocuparse por él.

«Preocuparme por él».

Qué frase tan absurda. Qué tibia resultaba si la comparaba con la emoción que la atravesaba en ese momento, mientras observaba cómo aquel hombre notable se enfrentaba a sus demonios. Los demonios que ella había enviado tras él.

—No me importa cuáles fueron tus razones, ni lo mucho que las hayas pensado. He terminado con todo esto. ¿Cuánto querías por esto? ¿Por esta noche?

Las palabras fueron un golpe. No podía creer que él pensara que le pediría dinero por...

«Por supuesto que lo piensa». Era el arreglo que habían hecho.

Sacudió la cabeza.

—Y ahora, ¿qué más quieres de nuestro acuerdo?

Ahora no quería un acuerdo. No lo quería, punto. Solo lo deseaba a él. Y así, de golpe, lo entendió.

«Le amo».

Y por si eso no fuera lo suficientemente malo, sabía que él jamás la creería.

Pero aun así, siguió intentándolo.

—Naruto, por favor. Si permites que...

—No digas nada más. —Su voz flotó en el aire, fría y aterradora. Y supo que se enfrentaba a el mayor luchador de La ciudad, no a Naruto el duque—. Y no vuelvas a llamarme así. No tienes derecho.

Claro que no lo tenía. Le había robado el nombre al huir de su vida. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se las tragó. No quería llorar. No quería pensar en nada que la hiciera llorar. Asintió con la cabeza.

—Por supuesto.

Naruto se mostraba frío e inamovible y ella no podía mirarlo. Se rodeó con los brazos mientras él lanzaba su golpe final. Mientras ponía fin a todo. —Mañana todo habrá acabado. Mostrarás tu cara, restaurarás mi nombre y te daré tu dinero. Y luego te alejarás de mi mundo.

La dejó allí, en el centro del ring, en el corazón del club.

Solo cuando la puerta de sus habitaciones estuvo cerrada y el cerrojo pasado, se dejó llevar y permitió que brotaran las lágrimas.

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Continuará...