MI DUQUE


17: La Medianoche


Pareces haber perdido el abrigo.

Naruto vació la tercera copa de champán, y la cambió por otra llena que cogió de la bandeja de un lacayo que pasaba. Ignorando a su inoportuna compañía, observó a la multitud de aristócratas que giraban en el salón de baile, cuya excitación había crecido de manera exponencial gracias al vino, que no dejaba de fluir, y al tiempo transcurrido.

—También pareces haber perdido a tu pareja —añadió Chase.

Él apuró otro trago.

—Sé que es imposible que estés aquí.

—Me temo que no soy una alucinación.

—Te dije que no metieras las narices en mis asuntos.

Chase puso los ojos en blanco tras la máscara que acompañaba a un dominó negro idéntico al suyo.

—Me invitaron.

—Eso no impidió que evitaras acontecimientos como este en el pasado. ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

—De acuerdo, no podía abandonarte en este momento culminante.

Naruto le dio la espalda y volvió a mirar a la sala.

—Si te ven conmigo, se harán preguntas.

Chase se encogió de hombros.

—Estamos cubiertos por una máscara. Y además, durante unos minutos, no vas a provocar ningún escándalo. Esta noche es la noche, ¿verdad? ¿La del regreso del duque de Uzushiogakure?

Eso era lo esperado. Pero de alguna manera, la oportunidad había pasado mientras estuvo en los jardines, mirando a la mujer sobre la que había volcado doce años de cólera... Sin ganas ni estómago para la venganza.

Ojalá solo fuera eso.

Ojalá no hubiera mirado a esa mujer y visto a otra persona. A alguien por quien se preocupaba demasiado. Tanto, que no parecía importarle que ella hubiera dado dinero a su hermano para ayudarle a escapar.

Lo único que le importaba era que ella se hubiera marchado también.

Porque la quería de vuelta.

La quería. Punto.

«Dios».

—Te he dicho que me dejes solo.

—No te pongas dramático —dijo Chase, destilando sarcasmo en cada palabra—. Sabes que no podrás evitarme eternamente.

—Puedo intentarlo.

—¿Serviría de algo que me disculpara?

Menuda sorpresa. Era muy raro que Chase pidiera perdón.

—¿Tú qué crees?

—No me gusta la idea, pero lo haré.

—Lo cierto es que no me importa particularmente.

Chase suspiró.

—Está bien, perdona.

—¿Por qué me estás pidiendo perdón exactamente?

—Estás comportándote como un idiota —repuso Chase apretando los labios.

—Siempre he pensado que el fuego se combate con fuego. —Debería haberte dicho que Hinata Hyûga estaba en La ciudad.

—En efecto. Si lo hubiera sabido... —Se interrumpió. Si lo hubiera sabido, la habría buscado. Y tarde o temprano la habría encontrado. Todo hubiera sido diferente.

«¿Cómo?».

—Si lo hubiera sabido, habría evitado todo este lío.

—Si lo hubieras sabido, este lío hubiera sido mucho peor.

Lanzó a Chase una mirada de advertencia.

—Pensaba que estabas disculpándote.

Su colega esbozó una amplia sonrisa.

—Todavía estoy familiarizándome con la situación. —La sonrisa se desvaneció—. ¿Dónde está la chica?

Imaginó que Hinata habría vuelto al orfanato, desesperada por reclamar su libertad. Peor, porque ahora ya no tenía ninguna razón para volver a verla.

Algo que no debería molestarle tanto como lo hacía.

—La dejé marchar.

—Entiendo —repuso Chase, en actitud pensativa—. Aburame lo lamentará, sin duda.

Naruto se había olvidado ya del periodista. Se le había olvidado todo, una vez que contempló aquellos ojos plateados y confesó el temor que puso en marcha toda aquella parodia.

—Nadie se merece pasar por la humillación que había planeado.

«Y Hinata menos que nadie».

«No a mis manos».

—Así que seguirás siendo el duque asesino.

Había vivido bajo el manto de ese nombre durante doce años. Esa prueba le había convertido en un hombre más fuerte, en el más poderoso de La ciudad. Había amasado una fortuna que podría rivalizar con su ducado. Y quizá, ahora que sabía que ella estaba viva, que no era un asesino, el nombre le molestaría menos.

«Está viva».

Debería haberse acercado a él después de esa noche y contarle la verdad.

La habría ayudado. La habría protegido.

La habría hecho suya.

Aquel pensamiento acabó con él, junto con las imágenes que le acompañaban. Hinata en sus brazos, en su cama, en su mesa. Suya.

El uno del otro.

«¡Dios!».

Se pasó la mano por el pelo, intentando borrar aquel alocado pensamiento. Aquella idea imposible. Miró a Chase.

—Seguiré siendo el duque asesino.

Tras haber asentido con la cabeza, Chase fijó la mirada por encima de su hombro, dirigiéndola hacia el otro lado del salón.

—O no...

Las palabras le hicieron estremecer de incertidumbre, y siguió la dirección de la vista de su socio.

Hinata no se había marchado.

Estaba en el extremo más alejado del salón, en lo alto de las escaleras que conducían a la fiesta, con su abrigo colgando de los dedos, alta y hermosa con aquel vestido, con algunos cabellos sueltos alrededor de la cara que resaltaban su pálida piel. Quiso tomar esos mechones con la mano y acercárselos a los labios.

Pero antes...

Dio un paso hacia ella.

—¿Qué demonios hace aquí?

Chase lo detuvo poniéndole la mano en el brazo.

—Espera. Es magnífica.

Lo era. Y mucho más.

«Es mía».

Naruto se volvió hacia Chase.

—¿Qué has hecho?

—Te juro que esto no es idea mía. Es solo suya. —Chase había devuelto la atención a Hinata, a la que miraba con una sorprendida sonrisa—. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. Lo va a cambiar todo.

—No quiero que cambie nada.

—No creo que puedas detenerla.

La música de la orquesta se detuvo y él clavó la vista en el enorme reloj que había junto a una de las paredes del salón de baile. Era medianoche. La duquesa de Nara subía las escaleras hacia Hinata, sin duda para anunciar que era el momento de que todos se quitaran las máscaras. Hinata la detuvo y le susurró algo al oído.

La dueña de la casa se echó hacia atrás, sorprendida, y preguntó algo. Hinata respondió y, por fin, la duquesa hizo otra pregunta, seria y anonadada. Todo La ciudad observaba el intercambio. Por último, la anfitriona asintió con la cabeza, satisfecha, y miró a la multitud con una sonrisa en los labios.

Él supo lo que estaba ocurriendo.

—Es posible que sea la mujer más fuerte que he conocido nunca —dijo Chase, con admiración.

—Le dije que no quería que lo hiciera. Que no era necesario... —repuso él enfadado, asombrado.

—Pues parece que no te va a hacer caso.

Naruto no respondió. Estaba demasiado ocupado quitándose la máscara y abriéndose paso entre la gente, sabiendo lo lejos que iba a llegar ella.

Sabiendo que no podría detenerla.

—¡Damas y caballeros! —gritó la duquesa, reclamando la atención mientras tomaba la mano de su marido y procedía a iniciar el anuncio—. Como saben, soy una gran admiradora de los escándalos.

Todos los presentes se rieron, encantados con aquel misterioso acontecimiento, mientras Naruto seguía moviéndose, desesperado por llegar junto a Hinata. Quería impedirle que hiciera algo temerario.

—Con respecto a eso —continuó la duquesa—, me han informado de que habrá un anuncio realmente escandaloso esta noche... Antes de que nos quitemos las máscaras. —Hizo una dramática pausa, sin duda encantada con la excitación, y agitó una mano en dirección a Hinata—. Les presento a... ¡una invitada cuya identidad no conocía!

Naruto trató de apurar el paso, pero parecía como si toda La ciudad estuviera allí dentro y nadie quisiera ceder un lugar cerca de algo que parecía prometer un escándalo. Tomó a una mujer por el brazo y la apartó, ignorando su chillido de sorpresa.

Su pareja le miró, enfadado, pero él siguió avanzando, al tiempo que escuchaba cómo murmuraban a su espalda: «Es el duque asesino».

Bien, quizá así toda esa maldita gente le abriría paso.

Hinata respondió a la llamada de la duquesa y comenzó a hablar con la voz clara y fuerte.

—Me he escondido de ustedes durante demasiado tiempo. Durante demasiado tiempo les permití creer que me había ido. Durante demasiado tiempo permití que la culpa recayera en un inocente.

El reloj comenzó a dar las campanadas de medianoche y él se movió con más rapidez.

«No lo hagas —rogó—. No te hagas esto».

—Durante demasiado tiempo, permití que creyeran que Naruto Uzumaki, duque de Uzushiogakure, era un asesino.

Él se detuvo ante sus palabras. Lo hizo al escuchar su nombre y su título en aquellos labios, al percibir los jadeos y resoplidos de la multitud como si fueran truenos.

Y el reloj seguía repicando.

Ella llevó las manos a la parte de atrás de la máscara y desató las correas.

—Como pueden ver, no es un asesino. —Puso fin a su anuncio—. Estoy viva.

«No puedo llegar a ella».

Hinata se quitó la máscara y se inclinó en una profunda reverencia a los pies de la duquesa de Nara.

—Excelencia, perdone que no me haya presentado antes. Soy Hinata Hyûga, hija de Hiashi Hyûga y hermana de Utakata Hyûga. Hace doce años que todos me consideran muerta.

«¿Por qué lo habrá hecho?».

Ella le buscó entre la gente y lo miró.

¿No lo encontraba siempre?

—No estoy muerta. Es evidente que nunca lo he estado —repitió con tristeza, mirándolo a él—. Sin duda, él no es el villano de este drama.

La última campanada de medianoche resonó en el silencio que siguió al anuncio, y después, como si se hubiera visto liberada de golpe, la multitud se movió, explotando de excitación ante el escándalo y la locura.

Mientras, ella dio la vuelta y corrió. Él no la pudo alcanzar.

Las murmuraciones y especulaciones estallaron a su alrededor. Las oyó a trozos, en pequeñas dosis.

—...ella le arruinó...

—¡Cómo se ha atrevido a hacerle eso!

—¡Utilizó a uno de los nuestros!

—¡Arruinó a uno de los nuestros!

Eso era... Justo lo que él había pensado que quería para ella. Lo que había soñado a altas horas de la madrugada en la calle, frente a su casa, unas noches atrás. Antes de que se diera cuenta de que su deshonra era lo último que quería. Antes de darse cuenta de que la quería. De que la amaba.

—...pobre hombre...

—Siempre he dicho que era demasiado noble para haber hecho algo así...

—Sí, y es guapísimo...

—¡Menuda chica!

—El demonio hecho carne...

—Jamás podrá dar la cara otra vez...

«Ella se había deshonrado. Por él».

Y ahora, una vez que tenía lo que tanto había ansiado, una vez que escuchó aquel odio en sus voces, los aborreció. Y la mitad de su mente estaba puesta en luchar contra todos los ocupantes de esa estancia.

Lucharía contra todas por ella, si fuera necesario.

Notó una mano en el hombro.

—Su excelencia... —Se giró para enfrentarse a un hombre que no conocía, de buena cuna y aristócrata hasta la médula. Odió escuchar su título en aquellos labios—. Siempre he dicho que usted no lo hizo. ¿Quiere unirse a nosotros para jugar una partida? —Señaló al grupo de hombres que los rodeaba, y luego a las salas de juego junto al salón de baile.

Eso era... la meta que tanto había ansiado.

La aceptación.

El perdón.

Como ella le había prometido. Como si nada hubiera ocurrido. Ya no volvería a ser el duque asesino. Pero ella no estaba con él. Y todo estaba mal. Él dio la espalda a su título. A su pasado. A lo único que había querido. Y fue detrás de lo único que había necesitado.

Hinata sabía que debería haberse marchado inmediatamente.

Naruto estaba atrapado en el salón de baile, con toda La ciudad a sus pies, esperando reconciliarse con él, y ella podría haberle dado esquinazo. Y había querido hacerlo, pero no podía soportar la idea de no volver a verle.

Así que estaba oculta entre las sombras, frente a la casa, en Temple Bar, mimetizándose con la oscuridad mientras se prometía que solo lo miraría.

Que no se acercaría a él.

Que le dejaría... ya redimido.

Le había dado todo lo que podía darle.

Le había amado.

Y eso, sumado a un breve vislumbre de él esa noche, sobre los brillantes adoquines, sería suficiente.

Pero no lo fue.

El carruaje recorrió la calle a toda velocidad y él saltó del interior antes de que se detuviera.

—Ve a El Ángel. —Le oyó dar instrucciones al conductor—. Cuéntales lo que ha ocurrido. Encuéntrala.

El carruaje desapareció antes de que él entrara en la casa y ella contuvo el aliento en la oscuridad, prometiéndose que no hablaría. Bebió su imagen, su altura y anchura. El pelo le caía en desordenados rizos sobre la frente. Su cuerpo parecía apenas contener los movimientos mientras él extraía la llave y abría la puerta.

Pero no entró. Se quedó quieto. Se dio la vuelta hacia ella, mirando con atención hacia las sombras. Ella sabía que no podía verla, pero parecía saber que estaba allí.

—Muéstrate —ordenó, dando un paso hacia la calle.

No pudo negarse. Era imposible. Se acercó a la luz.

—Hinata... —suspiró él su nombre con un susurro, que se volvió blanco con el frío.

Ella movió la cabeza.

—No era mi intención venir aquí. No debería haber venido.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó él, acercándose.

«Para devolverte tu vida. Todo lo que querías».

Odió esa idea aunque fuera cierta. La odió porque representaba algo que no era ella; perfección.

Así que respondió con indiferencia.

—Era el momento adecuado.

Él se detuvo frente a ella, alto y ancho, guapísimo. Hinata cerró los ojos cuando alzó la mano sana hasta su cara y le acarició la mejilla con los dedos.

—Ven adentro —susurró.

La invitación era demasiado tentadora para rechazarla.

Una vez que la puerta se cerró tras ellos y Hinata estuvo al pie de la escalera, él habló.

—La última vez que estuviste aquí, me drogaste.

De eso hacía toda una vida. Entonces no había previsto todas las estúpidas repercusiones. Entonces pensó que podría pasar unas semanas con él sin llegar a conocerle. Sin llegar a preocuparse por él.

—La última vez que estuve aquí, me asustaste.

Él empezó a subir las escaleras que conducían a la biblioteca donde ella le había dejado inconsciente.

—¿Estás asustada ahora?

«Sí».

—Dado que no llevo láudano encima, creo que no es relevante.

Él se detuvo, se giró y la miró.

—Claro que es relevante.

—¿Quieres que esté asustada?

—No.

La palabra fue tan firme y sincera que ella no pudo evitarlo. Le siguió. Subió la escalera como si él tirara de ella con una cuerda. Pero él no se detuvo en la biblioteca, siguió subiendo el siguiente tramo, hacia la oscuridad. Ella vaciló, paralizada por el presentimiento de que si le seguía podría ocurrir cualquier cosa.

Y luego, la aguda sensación de que no le importaba acaparó su atención.

O, más bien, que podía querer que ocurriera cualquier cosa.

¿Cómo era posible que ese hombre hubiera tardado tan poco en consumirla? ¿Cómo había pasado de pensar en él como el enemigo, a otra cosa mucho más aterradora, y en solo unas semanas?

«¿Cómo he llegado a amarle?».

No pudo evitarlo. Le siguió hasta la oscuridad. Hasta lo desconocido. Una vez en lo alto de la escalera, él encendió una vela y se acercó a una enorme puerta de caoba.

Hinata supo que debía decir algo.

—Creo que será mejor que hable con tu periodista. —Se estremeció—. Que le cuente toda la historia, cómo fue nuestro acuerdo, y después dejarte en paz; tus pecados serán absueltos. De hecho... —balbuceó—, debería marcharme ahora. Este no es mi sitio.

Él asió el candelabro y se giró hacia ella. La dorada luz de la vela titilaba sobre sus hermosos rasgos.

—No vas a ir a ninguna parte hasta que hablemos. —Abrió la puerta y la dejó pasar delante.

Ella entró.

—Esto es un dormitorio.

—Ya lo sé —repuso él, dejando la luz sobre una mesa.

La cámara era completamente masculina; con maderas de roble oscuro, revestimientos pesados y libros por todas partes. Libros amontonados en mesas, en una de las sillas cercanas a la chimenea y apilados junto a los postes de la cama... Una cama enorme.

—Esto es tu dormitorio —señaló ella al darse cuenta.

—Sí.

Claro que tenía una cama enorme, la necesitaba. Pero esta rivalizaba con la cama de Ware, en la que según la tradición, cabían tres parejas.

Hinata no podía apartar la vista. Las grandes hornacinas y la red de relieves que cubrían el cabecero de roble tallado hacía que todo resultara muy masculino, y la mullida colcha parecía prometer el Cielo, aunque sin duda había sido tejida en el Infierno.

—¿Es necesario que hablemos aquí? —Sus palabras fueron agudas.

—Sí.

Podría hacerlo. Se las había arreglado sola durante doce años. Se había enfrentado a momentos mucho más aterradores que este... aunque no tenía la certeza de haberse enfrentado alguna vez a otro más tentador.

Lo miró.

—¿Por qué tiene que ser aquí?

Él se acercó, tras haber depositado el candelabro en una mesa cercana. Tenía la cara en sombras. El corazón de Hinata se aceleró sin remedio; quizá debería tener miedo, pero no era así. No había ninguna amenaza implícita en el movimiento, solo promesas.

—Porque cuando terminemos de hablar, te voy a hacer el amor.

Las palabras, francas y honestas, parecieron abrir el suelo bajo sus pies, y su corazón comenzó a palpitar tan rápido que los latidos resonaban como gritos en sus oídos y apenas podía escuchar nada.

—¿De verdad? —preguntó.

Él asintió una vez con la cabeza, muy serio.

—De veras.

¡Santo Dios! ¿Qué podía responder a esa afirmación?

—Y después... —continuó él—, me casaré contigo.

Sin duda le fallaba el oído.

—No es posible.

Y no lo era. Ella estaba deshonrada y él era duque. Los duques no se casaban con mujeres arruinadas.

—Claro que es posible.

—¿Por qué? —preguntó al tiempo que negaba con la cabeza.

—Porque es lo que deseo —repuso él con sencillez, acercándose a la chimenea para avivar el fuego—. Y porque creo que tú también lo deseas.

Se había vuelto loco.

Lo observó agacharse bajo el resplandor de las llamas, hasta que su silueta quedó enmarcada por el resplandor anaranjado. Prometeo castigado por los dioses tras haber robado el fuego del Olimpo. Ciertamente magnífico.

Se alzó y sacó el brazo herido del cabestrillo, antes de acercarse al enorme sillón vacío junto al hogar. Se deshizo de la tela negra que había sostenido su brazo antes de extender el otro hacia ella.

—Ven. —Las palabras sonaron como una orden, pero fueron una petición.

Podría haberse negado.

Pero se dio cuenta de que no era lo que deseaba hacer.

Se acercó, dirigiéndose hacia la silla que contenía el montón de libros.

Estaba dispuesta a moverlos para hacer sitio, pero él la cogió de la mano.

—Ahí no, aquí.

Le indicaba que compartiera el sillón con él. Que se sentara en su regazo.

—No podría... —musitó.

Los dientes blancos de Naruto brillaron bajo la luz del fuego.

—No voy a contárselo a nadie.

Quería unirse a él desesperadamente, pero sabía que no era lo más prudente. Sabía que una vez que estuviera sentada en su regazo, que lo tocara, no podría resistirse. Vaciló mientras pensaba.

—Creía que estabas furioso conmigo.

—Y lo estoy. Mucho. Muchísimo.

—¿Por qué? He hecho lo que deseabas, te he devuelto tu nombre.

Él la observó durante un buen rato con aquellos ojos azules que lo veían todo.

—Hinata... —dijo con suavidad, colocando su palma hacia arriba para pasar los dedos por la seda del guante. El gesto hizo que la recorriera una oleada de calor como si su mano estuviera desnuda. Como si estuviera rozando su piel—. ¿Qué ocurriría si no lleváramos puesto el manto del pasado? ¿Si no fuéramos el duque asesino y Hinata Hyûga?

—No quiero que te llames así —le riñó.

Él tiró de su brazo, acercándola más.

—Supongo que ya no lo soy. Has arruinado mi reputación.

—Pensaba que era lo que querías —replicó, quedándose quieta.

Él tiró con más fuerza, al tiempo que separaba los muslos para situarla entre ellos. La miró fijamente, con aquella mirada que parecía prometer todo lo que ella quería, solo si se lo daba él.

—Yo también lo pensaba.

—¿Y no era así? —preguntó confusa.

Él la capturó con el brazo bueno, acercándola para hundir la cara en sus faldas mientras le recorría las piernas con las manos, dejando a su paso un rastro de calor y confusión. Ella no pudo evitar enredar los dedos en su pelo, odiando que aquellos guantes la privaran de sentir su suavidad, de tocarle.

Él frotó la cara contra el suave montículo de su vientre.

—Has entregado demasiado —susurró.

—Subsané un error —aseguró ella, sacudiendo la cabeza—. Eres inocente.

Naruto se rio contra la seda de su vestido, y el sonido que acompañó su cálido aliento la hizo estremecer de placer.

—No soy inocente. He hecho algunas cosas...

—Lo que has hecho fue por culpa de lo que yo te hice —musitó ella, adorando el roce de sus manos, la presión de su cara contra ella. Adorando sentirlo.

—No —repuso él—. Eso es mentira, ya te lo he dicho. Mis pecados son míos. Sé quién soy y quien fui. —La miró—. No era un dechado de virtudes, te lo aseguro.

Por supuesto que no lo era.

—Tonterías. Eras...

—Era un idiota arrogante. La noche que nos conocimos... Esa primera vez...

Lo recordó entonces, desenfadado y con la sonrisa rápida.

—¿Sí?

—Te seguí a tu dormitorio. Te aseguro que no lo hice pensando en que fuéramos a iniciar una larga relación.

Ella sonrió.

—Te aseguro, su excelencia, que yo tampoco pensaba en ello.

—¿Fui grosero contigo?

—No. —Se apresuró a menear la cabeza.

—¿Me lo dirías si lo hubiera sido? —preguntó él sin atreverse a mirarla a los ojos, con la vista clavada en su torso.

Hinata le deslizó las manos por las mejillas, obligándole a alzar la cabeza.

—Muy pocos hombres se preocuparían por algo así —dijo, incapaz de ocultar su sorpresa—. A muy pocos hombres les importaría, y menos después de dejarlo inconsciente y hacerle responsable de un asesinato que no cometió. Un asesinato que no ocurrió.

Él guardó silencio durante un momento, reflexionando sobre lo que había dicho, y ella reprimió el deseo de instarle a hablar.

—Me alegra mucho que no ocurriera —susurró él, finalmente.

La atrajo hacia su cuerpo otra vez y ella perdió el equilibrio, cayendo en su regazo; en sus brazos. Debería haber protestado, pero los dos parecían haber dejado de pensar y se dio cuenta de que no le importaba.

La rodeó con los brazos.

—No sé por qué renunciaste a la venganza —se sintió obligada a decir.

Él llevó las manos a su pelo para quitar las horquillas que lo mantenían sujeto. Sintió como se soltaba mientras Naruto se deshacía de ellas lentamente.

—Y yo no sé por qué me la ofreciste de todas maneras.

Con una sola mano peinó sus cabellos, masajeándole el cuero cabelludo, y ella se estremeció de placer cuando lo notó sobre los hombros.

Quizá fue aquella lujuriosa caricia lo que le hizo decir la verdad.

—Me liberaste, pero no me sentía libre.

Él se quedó inmóvil mientras consideraba las palabras.

—¿Qué quieres decir? —preguntó al tiempo que volvía a moverse de nuevo.

Ella cerró los ojos, disfrutando de su caricia.

—Pasaste por alto mis acciones. Lo que te hice. —Era una verdad a medias. Se interrumpió, pero él continuó adorando su cabello, haciendo que surgieran más palabras—. No me refiero a hace doce años, sino a la noche que Utakata se enfrentó a ti en el ring... A esta noche... —Soltó el aire, odiando la culpa que la consumía por lo que había hecho solo unas horas antes. Le capturó la mano del brazo herido y la apretó entre los dedos—. Esta noche te traicioné y tú me liberaste.

«Te amo y podía darte lo único que quieres».

Pero no lo dijo. No pudo.

Le daba miedo lo que ocurriría después, si lo decía.

Le daba miedo que se riera de ella.

Le daba miedo que no lo hiciera.

Abrió los ojos y su mirada se encontró con la de él, cálida y concentrada en ella.

—Me ves con buenos ojos —dijo en cambio.

—Hinata, ¿cuándo fue la última vez que alguien te tuvo en cuenta? — preguntó, retirando los dedos de su cuero cabelludo y deslizándolos por sus pómulos, su garganta, la clavícula... —¿Cuándo fue la última vez que le importaste a alguien? ¿Cuándo permitiste que ocurriera eso?

Él resultaba hipnotizador. Apenas le tocaba la piel y su aliento era un suave roce cada vez que hablaba. Ella sacudió la cabeza.

—¿Cuándo fue la última vez que confiaste en alguien?

«Jamás habría dejado que te hiciera daño».

Las palabras que casi la habían destruido en el salón de baile aquella noche resonaron en su mente. La promesa de que incluso doce años antes, si hubiera conocido la realidad, la hubiera protegido.

Aquel pensamiento era tan devastador como la tentación que suponía.

Sacudió la cabeza.

—No puedo recordarlo.

Él suspiró, inclinándose hacia ella para poner los labios en su frente, en su mejilla, en la curva de la mandíbula y la línea del cuello, en la comisura de los labios... Le respondió. Quería que la besara de verdad. Quería esconderse de aquellos abrumadores pensamientos que él hacía que echaran raíces en su mente. Quería ocultarse de él.

«En él».

Pero no lo permitiría.

—Una vez me preguntaste cómo adquirí la fama de peleador.

Ella no se detuvo, no quería saber ahora esa verdad. No estaba segura de poder enfrentarse a ella.

—Sí.

—Es el lugar donde dormí la noche que llegué a La ciudad, después de mi exilio.

Ella frunció el ceño.

—No entiendo. ¿Pasaste la noche en un cuadrilátero?

Naruto sacudió la cabeza.

—Dormí bajo la protección de Temple Bar.

Ella conocía el monumento, apenas unos bloques en el límite este de la ciudad, un lugar de referencia en el que vivían y padecían los más desgraciados de La ciudad. Pensó en aquel joven de brillante futuro que le había mostrado bondad y placer, allí, solo. Desgraciado él también. Aterrado.

—¿Tú...? —Trató de encontrar las palabras con las que terminar la pregunta sin insultarle.

Él torció los labios en una sonrisa carente de humor.

—Sea lo que sea lo que pienses... la respuesta seguramente sea sí.

Era un milagro que pudiera mirarla.

Era un milagro que pudiera estar cerca de ella.

«No lo mereces».

—¿Qué ocurrió después de la primera noche? —preguntó.

—Que hubo una segunda. Y una tercera... —respondió él, desabrochando los botones del guante con mano experta y quitándole la prenda con la misma eficacia con la que se la había puesto—. Y luego aprendí a abrirme paso.

Él deslizó la seda entre los dedos y ella, al instante, puso la mano en su brazo, sintiendo los músculos que se tensaban y se movían bajo su contacto.

—Aprendiste a luchar.

Naruto se concentró en el otro guante.

—Era grande y fuerte. Lo único que tenía que hacer era olvidar las reglas de boxeo que había aprendido en la escuela.

Ella asintió. También ella había olvidado todas las reglas que aprendió de niña para sobrevivir después de huir.

—Ya no era necesario aplicarlas.

Él la miró a los ojos mientras el segundo guante se deslizaba de su mano.

—Para mí funcionó. Estaba enfadado y las reglas de los caballeros no servían para apaciguar mi ánimo. Luché en las calles durante dos años, participando en cualquier pelea en la que pudiera ganar dinero. —Hizo una pausa y luego sonrió—. Y en muchas en las que no ganaba nada.

—¿Cómo llegaste a Él Ángel?

Lo vio fruncir el ceño.

—Toneri y yo habíamos sido amigos en el colegio. Cuando él perdió todo lo que no estaba vinculado a su título, se sentía amargado y enfadado por su suerte, así que decidimos aliarnos. Él organizaba las partidas de dados. Yo me encargaba de que los perdedores pagaran. —Hinata se sentía sorprendida por el giro de los acontecimientos y él lo notó—. Ya ves... No es tan honorable después de todo.

—¿Qué ocurrió entonces? —le presionó, desesperada por conocer la historia completa.

—Una noche fuimos demasiado lejos. Presionamos demasiado y un desagradable grupo de hombres nos esperó en una esquina.

Ella se imaginó lo peor.

—¿Eran muchos?

Él encogió el hombro sano al tiempo que le bajaba la mano por el muslo, distrayéndola.

—Una docena. Quizá más.

Al escucharlo volvió a angustiarse.

—¿Todos contra ti?

—Y contra Toneri.

—Imposible.

—No tienes nada de fe en mí —dijo él, sonriente.

—¿Me equivoco? —preguntó arqueando las cejas.

—No.

—Entonces, ¿qué?

—Entonces apareció Chase.

«El misterioso Chase».

—¿Estaba allí?

—En cierta manera. Luchamos durante lo que nos pareció una eternidad y seguían llegando hombres... Confieso que llegué a pensar que era el final. —Señaló la cicatriz en el rabillo del ojo—. Sangraba tanto que no podía ver nada. —Ella se estremeció y él se interrumpió al instante—. Lo siento. No debería...

—¡No! —dijo ella, llevando los dedos a la fina línea blanca y dibujándola con las yemas, mientras se preguntaba qué haría él si la besaba —. Es que no me gusta la idea de que te hagan daño.

Naruto sonrió al tiempo que le capturaba la mano para llevarla a los labios y besar la punta de los dedos.

—¿Y cuándo me drogan?

Ella respondió con una sonrisa.

—Eso lo hago yo. Es diferente.

—Entiendo —replicó él, y ella adoró la risa que contenía su voz—. Bien. Basta decir que pensé que era el final. Luego un carruaje se detuvo en el camino y un grupo de hombres salió en tropel. Como imaginarás, ahí ya estuve seguro de que no teníamos nada que hacer —añadió—, pero lucharon a nuestro favor. Y no me importaba quiénes eran, solo quería que Toneri y yo sobreviviéramos.

—Trabajaban para Chase.

—En efecto. —Naruto asintió.

—Y desde entonces, trabajas para él.

—Trabajo con... nunca para —explicó, moviendo la cabeza—. La oferta fue clara desde el principio. Chase alentaba la idea de abrir un casino que cambiara los clubs de juego de la nobleza para siempre, pero su plan requería de un luchador... y de un jugador. Toneri y yo éramos idóneos.

Ella soltó el aire.

—Os salvó.

—Sin duda. —Naruto hizo una pausa, perdido en sus pensamientos—. Y jamás me consideró un asesino.

—Porque no lo eras —dijo ella. Ya no pudo contenerse más, se inclinó y le besó en la sien. Se demoró en la caricia y él le acarició la espalda. Cuando ella se apartó, se movió para capturar sus labios.

Siguieron besándose, perdidos el uno en el otro, durante un buen rato antes de que ella se apartara.

—Quiero saber cómo acaba la historia. Te volviste invencible.

Él flexionó la mano dañada contra su cadera.

—Siempre tuve habilidad para la lucha.

Ella movió las manos sin rumbo, deslizándolas por su ancho y cálido pecho. Tenía una constitución magnífica, producto de sus años de combates. No solo por el deporte en sí, sino por la seguridad.

—Era mi destino.

Hinata movió la cabeza.

—No —dijo—. No lo era.

El Naruto que había conocido doce años antes había sido inteligente y divertido, un chico amable y bien parecido, no violento.

Él le aferró la barbilla con firmeza.

—Escúchame, Hinata. Tú no me convertiste en el hombre que soy. Si no hubiera existido en mí la semilla de la violencia, jamás habría llegado a donde estoy. El Ángel jamás habría tenido éxito.

Ella se negaba a creerlo.

—Cuando uno se ve obligado a ejercer un papel, lo termina asumiendo. Tú te viste forzado, las circunstancias te obligaron. —Hizo una pausa—. Yo te obligué.

—¿Y quién te obligó a ti? —preguntó él, entrelazando los dedos con los suyos y llevándose la mano al pecho, donde ella sintió el latido de su corazón—. ¿Quién te apartó del mundo?

Toda la conversación convergía en ese punto. Él le había relatado su historia con precisión y un propósito, conduciéndola lentamente a ese momento, cuando fuera su turno. Cuando podía contarle la verdad o no decirle nada.

Una de esas opciones la pondría a salvo.

La otra la exponía a un terrible peligro.

Ese peligro era él.

La tentación era algo perverso y maravilloso.

Clavó los ojos en el perfecto nudo de su corbata.

—¿Tienes ayuda de cámara?

—No.

—Eso imaginaba —dijo, asintiendo con la cabeza.

Él se estiró y desanudó la corbata, deshaciendo el nudo hasta que dejó al descubierto un triángulo perfecto de cálida piel bronceada.

Naruto era hermoso.

Era una palabra poco adecuada para describir a un hombre como él; masculino, fuerte y perfectamente constituido. La mayoría de la gente utilizaría notable, o bien parecido, algo que implicara más virilidad.

Pero a ella le parecía hermoso. Todas aquellas cicatrices y tendones y, debajo, una suavidad por la que no podía evitar sentirse atraída.

Las palabras acudieron con facilidad.

—Siempre he tenido miedo. Desde que era niña. Primero me asustaba mi padre y luego el tuyo. Después que me encontraran. Y, una vez que conocí mi error, de lo que provoqué cuando me marché, que no me encontraran. —Le miró a los ojos, sosteniendo aquella mirada azul—. Debería haber regresado en el momento en que descubrí que habías sido acusado de mi asesinato, pero había lanzado los dados y ya no sabía cómo recuperarlos.

Él meneó la cabeza.

—Dirijo un casino. Sé mejor que nadie lo que sucede una vez que los dados abandonan los dedos de uno.

—Durante meses no supe lo que te ocurrió. Me marché a Sunashire, allí los periódicos eran escasos y llegaban en mal estado. No supe que eras el duque asesino hasta que...

Él asintió.

—Hasta que fue demasiado tarde.

—¿No lo entiendes? No era demasiado tarde. Nunca lo es. Pero me aterraba regresar y... —Hizo una pausa para sosegarse—. Mi padre se habría puesto hecho una furia, y todavía seguía comprometida con el tuyo.

Tenía miedo.

—Eras joven.

Ella sostuvo su comprensiva mirada.

—Tampoco regresé cuando murieron. —Se le había ocurrido y quiso hacerlo. Sabía que era lo correcto, pero...—. También tenía miedo.

—Eres la persona menos miedosa que he conocido —la tranquilizó.

Hinata no podía aceptar aquel elogio.

—Te equivocas. Durante toda mi vida he tenido terror a que me controlen. Miedo a perderme en otra persona. Mi padre, el tuyo... Utakata, tú.

—Yo no quiero controlarte —aseguró él, atrapando su mirada.

—No sé por qué —repuso ella.

—Porque sé lo que supone estar controlado por algo y no lo deseo para ti.

—Basta —le reprochó ella con suavidad—. No seas tan amable.

—¿Prefieres que sea duro? ¿No he sido suficientemente duro ya? —Se movió debajo de ella para ahuecar la mano sobre su cara—. ¿Por qué lo hiciste, Hinata? ¿Por qué esta noche?

Ella no fingió no entender. Estaba preguntándole por qué se había descubierto delante de todo La ciudad. Por qué había regresado cuando él ya le había dicho que no lo necesitaba.

—Porque me dio miedo en quién me convertiría si no lo hacía.

Él asintió.

—¿Por qué?

—Porque temía que si seguía ocultándome, solo sería cuestión de tiempo que alguien me encontrara.

—¿Por qué? —preguntó otra vez.

—Porque estoy cansada de vivir en la sombra. Arruinada o no, esta noche veo la luz.

Entonces, él la besó, capturando sus labios en una larga y permanente caricia al tiempo que deslizaba las manos por sus costados, acercándola más y dejando un rastro de calor a su paso.

Cuando se retiró, apoyó la frente en la de ella.

—¿Por qué? —insistió, casi con demasiada suavidad.

Ella cerró los ojos, adorando sentirlo tan cerca. Deseando poder vivir allí, en sus brazos, para siempre.

—Porque tú no lo merecías.

Él sacudió la cabeza.

—Pero esa no es la razón.

Ella respiró hondo.

—Porque no deseaba perderte.

Naruto asintió con la cabeza.

—¿Y qué más?

Él lo sabía. Conocía la verdad que se abría ante ellos como un gran abismo. Lo que él estaba pidiéndole era que lo dijera en voz alta, para saltar.

Y entonces comenzaría su noche, su única noche juntos. Saltó, mirándolo a los ojos y con su cuerpo entrelazado con el de él.

—Porque de alguna manera, a pesar de todo esto...

Se resistió a la verdad. Sabía que si lo decía en voz alta, todo cambiaría.

Todo sería más difícil.

—...Tú... tus deseos... tu felicidad... lo significaban todo.

Pero lo que ella repetía mentalmente, como una letanía, era: «Te amo. Te amo. Te amo».

Y quizá él la escuchó, porque se puso en pie y, en un silencioso y elocuente gesto, la tomó en brazos y la llevó a su cama.

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Continuará...