Capítulo 20
SASUKE
Botón estaba tumbada sobre mi pecho, con el largo cabello rosáceo enmarcándole la cara. Tenía una mano posada en mis costillas, y el anillo que le había encargado relucía en ella como un montón de diamantes. Cuando había decidido dar aquel paso, supe en seguida que un anillo carísimo hecho con joyas de la más alta calidad no era lo adecuado para ella. Botón se merecía algo único, algo cargado de significado.
La única opción posible era un botón.
Después de pasar casi toda la tarde haciendo el amor, dejando las comidas fuera de la puerta, estábamos absortos el uno en el otro. No nos decíamos nada, porque nuestros ojos se encargaban de todo el trabajo. Cuando le hacía el amor, en sus ojos brillaba el amor incondicional y la satisfacción sexual. Cuando me miraba a la cara, yo sabía que veía a un hombre fortalecido por el amor.
El matrimonio siempre había estado descartado en mi caso. Ni siquiera había deseado una relación durante la mayor parte de mi vida adulta. Pero entonces había aparecido Botón y había vuelto mi mundo del revés. Cuando estuvo con otro hombre, me ahogué en mi propia rabia. Cuando los hombres de Bones se la habían llevado, me enfurecí más que nunca en mi vida. Botón era diferente del resto de mujeres que habían honrado mi cama.
Porque había sido la última.
Quería que fuese mía para siempre. No sólo quería vivir con ella y compartir con ella mi casa. Quería que también le perteneciera. Adoptaría mi apellido, y el mundo entero sabría que no sólo éramos dos personas enamoradas: éramos marido y mujer.
Recorrió mis costillas con los dedos y después me posó un dulce beso sobre el corazón.
―Quiero volver a hacer el amor. ―Trepó hacia arriba por mi pecho, colocando sus pechos en el lugar perfecto para que yo disfrutara de las vistas. Sus hombros esculpidos y sus brazos esbeltos la sostenían por encima de mí, y sus piernas rodearon lentamente mis caderas.
Por más que lo deseara, ya me había corrido cuatro veces en su interior. Mi cuerpo necesitaba tiempo para recuperarse.
―Dame una hora.
Hizo un puchero con los labios y después se inclinó para besarme.
La abracé por la cintura y después la hice rodar sobre la cama. Me puse sobre ella hasta tenerla debajo, conteniendo la chispa de la vida. Sus labios sonreían permanentemente, y tenía el pelo diseminado por la almohada.
―Botón Uchiha. Me gusta.
Su sonrisa se ensanchó, con una felicidad contagiosa.
―Ese no sería mi nombre legal.
―Por lo que a mí respecta, lo sería.
―Sakura Uchiha. Suena igual de bien.
Nunca la había llamado por aquel nombre. Botón era mucho mejor, mucho más posesivo.
―La gente sólo te llamará señora Uchiha. Así que no importa.
―Me gusta. ―Me pasó los dedos por el pecho hasta llegar a mis hombros―. No me había dado cuenta de que casarte era algo que querías.
Llevaba un tiempo pensando en ello, pero intenté rechazarlo desde el principio. Mi mente continuaba imaginándola viviendo en mi finca hasta que fuera una viejecita de pelo blanco. A veces estaba embarazada de mí, y otras veces estaba jugando con nuestros hijos en el patio trasero.
―Yo tampoco.
―¿Qué pasó con lo de no casarse nunca?
Froté su nariz con la mía.
―Podría hacerte la misma pregunta.
―Yo dije que nunca me casaría porque nunca confiaría en un hombre. Pero en ti confío, Sasuke.
Nunca me cansaba de ver aquel amor y aquella devoción en sus ojos. Cuanto más me adoraba, más me enamoraba de ella.
–Sólo espero que sepas en lo que te estás metiendo.
Me quedé mirándola, esperando una explicación.
Me masajeó los hombros con sus pequeños dedos.
―Pienso hacer macarrones con queso bastante a menudo, así que espero que aprendas a apreciarlo.
Levanté la comisura de los labios en una sonrisa.
―Me gusta dormir hasta tarde, así que vas a tener que acostumbrarte a que no empecemos los fines de semana al amanecer.
Mi sonrisa no hizo sino aumentar.
―Quiero ver el mundo. Y tú vas a llevarme. ―Me pasó los dedos por la nuca y los enterró en mi pelo―. ¿Podrás con todo eso?
Le deposité un beso en un extremo de la boca.
―Puedo con todo... hasta contigo.
―Bien. Parece que le he dicho que sí al hombre correcto.
―Nunca te lo pedí, Botón. No tenías elección. ―Si hubiera dicho que no, la habría obligado a casarse conmigo de todas maneras. Ella era una parte de mi vida. Era una parte de mi alma.
―Ambos sabemos que tú siempre me das elección. ―Me pasó las piernas por la cintura y me acercó más a ella, deseándome de nuevo en su interior. Yo me había empalmado mientras hablábamos, y ella podía sentir mi erección presionándose contra ella. Pero quería más.
Yo quería conservar siempre mi cara dominante porque era la única vida que conocía, pero Botón me hacía cosas sobrenaturales. Acertaba en todas las suposiciones que hacía. Me tenía comiendo de su mano, era suyo por completo.
Y ella lo sabía.
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LARS LLAMÓ a la puerta del dormitorio.
―Excelencia, Obito ha venido a verlo.
Botón y yo estábamos tumbados en una manta delante de la chimenea. Íbamos desplazándonos por el cuarto y hacíamos el amor en cada uno de los muebles antes de tomarnos un descanso delante del fuego. Nuestros cuerpos desnudos estaban envueltos el uno en el otro mientras nos mirábamos a los ojos. El botón de su anillo reflejaba la luz del fuego, relumbrando como un fuego fatuo.
Lo último que deseaba era que nos molestaran.
―Dile que estoy ocupado.
Lars no se apartó de la puerta.
―Conoce a su hermano, señor. Se quedará aquí hasta que encuentre el tiempo.
Yo quería mucho a mi hermano, pero también lo odiaba al mismo tiempo. Nunca llamaba para avisar de que venía. Simplemente lo hacía, yendo a donde le daba la gana.
―Saldré en un momento.
―Muy bien, Excelencia. ―Lars por fin se alejó por el pasillo.
Botón me pasó la mano por el pecho desnudo.
―Que sea rápido. Tu prometida te está esperando. ―Sus ojos tenían una mirada traviesa mientras me acariciaba el pecho con las puntas de los dedos.
La besé y me metí su labio inferior en la boca, dándole un mordisquito antes de apartarme.
―No te haré esperar mucho. Pero más te vale no empezar sin mí. ―Me puse unos vaqueros que había en el suelo y una camiseta.
Ella se subió más la manta sobre el hombro y se tumbó sobre la almohada.
―No puedo prometerte nada...
Mi entrepierna se agitó debajo de los pantalones ante la idea de ella tocándose y esperando mi regreso. Aquel día ya habíamos echado una cantidad innumerable de polvos, pero no conseguía saciarme. El miembro estaba a punto de caérseme al suelo, pero aquello no me detenía.
Salí del dormitorio y bajé las escaleras hasta la entrada. Obito estaba sentado en el sofá con un vaso de whisky en la mano. Los aperitivos que había preparado Lars estaban sobre la mesa, junto con algunos posavasos. Le había dicho a Lars que no se molestara en el caso de Obito, pero él lo hacía de todas formas.
―¿Qué es lo que quieres?
Obito se terminó el contenido del vaso antes de levantarse.
–Para ser un tío recién prometido, estás bastante cascarrabias.
―Te he preguntado que qué quieres.
―¿A qué te refieres? ―saltó―. ¿Qué tal fue?
–¿Qué tal fue el qué? ―pregunté.
―Eh... ¿La petición? ¿De qué otra cosa podría estar hablando?
Obito era tan entrometido que podría pasar fácilmente por nuestra madre.
―Dijo que sí, obviamente. ¿Por qué otra razón estaría arriba celebrándolo con sexo todo el día, todos los días?
―Entonces, ¿le gustó el anillo?
―Le encantó. ―Me senté en el sofá y apoyé el tobillo en la rodilla opuesta.
Obito se sentó frente a mí.
―¿Quieres saber algo gracioso?
No. Sólo quería que se marchara.
―El día que salimos a por el anillo, me dijo que vosotros nunca os casaríais.
Levanté ambas cejas.
―¿En serio?
―Bueno, dijo que tú no eras de los que se casan. Tuve que contenerme para no reírme de ella en su cara.
―Al menos la pillé por sorpresa.
―Bueno. ―Se frotó las palmas entre sí―. ¿Cuándo es la boda?
–No estoy seguro. Aún no hemos hablado de ello. Probablemente la celebremos en los viñedos o algo así. Algo sencillo.
―Yo seré el padrino, ¿no?
Ni en sueños.
―No vamos a hacer todo eso. Sólo nos casaremos y firmaremos el papeleo. Después nos iremos a pasar una buena luna de miel.
―Em... ¿no te estás olvidando de algo?
Si pensaba que iba a venir con nosotros, tristemente se estaba equivocando.
―¿Qué pasa con Bones? ¿Cargárnoslo no es nuestra primera prioridad?
―Sí, pero sólo voy a tener una luna de miel en mi vida, Obito. Tú puedes seguir trabajando mientras estoy fuera.
―Pero no te vayas demasiado tiempo. Lo último que quieres es que alguien te vea en el extranjero y se lo diga a Bones. Estarás solo y serás vulnerable.
―Probablemente nos quedemos dentro todo el día, de todas formas. ―Botón y yo preferíamos explorarnos el uno al otro que explorar los alrededores.
Obito me guiñó un ojo.
―Te entiendo.
Me puse de pie otra vez, dando por terminada la conversación.
–Si hemos acabado, me esperan en un sitio.
―Apuesto a que sí.
Mientras rodeaba el sofá detrás de él, le di una colleja.
―Ay. ―Se inclinó hacia delante, frotándose la cabeza―. ¿Por qué coño has hecho eso?
―Era mi modo educado de pedirte que te vayas.
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EL TRASERO le sobresalía de la cama y yo tenía la cara entre sus piernas. Le besaba el clítoris, succionándolo vigorosamente con la boca hasta que gritaba mi nombre. Tenía el sexo más dulce del mundo y el aroma más embriagador. Podría estar todo el día comiéndoselo. Durante el resto de mi vida.
Cuando terminó, me levanté y me incliné sobre ella. Tenía las mejillas sonrojadas y calientes, y parecía totalmente satisfecha para la noche. Daba igual la cantidad de veces que le diera placer, ella siempre quería más. Pero quizá hubiera alcanzado su límite por aquella noche.
―¿Quieres que nos casemos mañana?
Ella se quedó paraliza ante la pregunta, con los ojos muy abiertos por la sorpresa.
–¿Cómo?
―Tú y yo fuera, en los viñedos. Puedo hacer que venga un cura del pueblo de al lado y nos case.
―¿De verdad? ―Se incorporó, apoyándose en los codos. La satisfacción se difuminó lentamente y desapareció de sus mejillas, y me miró.
―¿Por qué esperar? ―Nunca habíamos hablado de ello, pero asumí que no íbamos a tener una boda tradicional, con invitados y un banquete. Me imaginé que sólo seríamos nosotros dos, con Lars y Obito. Algo sencillo.
―Pero no tengo vestido.
―Te llevaré a Roma.
―Pero no puedes ver el vestido. A lo mejor los italianos lo hacen de manera diferente, pero en Estados Unidos da mala suerte.
―Pero no estás en Estados Unidos ―le recordé―. Y no entraré en la tienda contigo. Me quedaré haciendo guardia fuera. Me siento más cómodo yendo contigo que permitiendo que otra persona se asegure de que estás bien.
―Oh, Dios mío...
―¿Qué pasa?
―Nos vamos a casar mañana. ―Se sentó y se agarró a los huecos de mis codos―. No me lo puedo creer.
Una parte de mí tampoco podía creérselo. Pero cuando la miraba, todo tenía sentido.
―Entonces más vale que nos marchemos. Tengo que comprar muchas cosas. ―Saltó de la cama y se puso los vaqueros y la primera camiseta que encontró por el suelo―. Ni siquiera estoy segura de lo que quiero. Sin tirantes, con tirantes... no lo sé.
Sonreí de lado al verla. Observar su emoción con nuestra boda sólo hacía que me apeteciera más.
―Pongámonos en marcha, entonces.
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―¿NERVIOSO? ―Obito estaba de pie junto a mí, con su traje negro. Tenía una sonrisa imposible de borrar en la cara y una mirada de complicidad en los ojos.
―No. ―Yo nunca me ponía nervioso.
―¿Puedo tomarme un momento para decir que yo tenía razón? ―Se cruzó de brazos y me miró.
―¿Razón sobre qué?
―Sobre Sakura. La amabas, y yo lo sabía.
No era precisamente la conversación ideal para el día de mi boda.
–¿Obito?
―¿Hmm?
―Cállate.
Sonrió y puso los ojos en blanco al mismo tiempo.
―Dado que hoy es tu día, lo dejaré pasar.
Me puse de cara a las puertas de cedro y esperé a que saliera Botón. Había una arpista a un lado para tocar la canción tradicional italiana de bodas, y el cura estaba al otro lado. Me habían criado como católico, y mi madre se revolvería en su tumba si no me casaba un cura italiano.
Lars me arregló la corbata por quinta vez, aunque estaba perfectamente.
―¿Puedo decir algo, Excelencia?
―Por supuesto.
―Estoy muy contento por los dos. Sakura es encantadora y sé que las vidas de ambos juntos serán preciosas. Me honra ser testigo de este día. ―Lars no solía tener conversaciones personales conmigo. La única manera en la que demostraba sus emociones era su minuciosidad a la hora de ocuparse de la casa. Pero él sabía que formaba parte de la familia Uchiha.
―Gracias. Significa mucho para mí.
Lars asintió antes de hacerse a un lado.
Obito continuó mirando fijamente la puerta.
―¿Por qué tarda tanto?
―Se va a casar conmigo, así que puede tardar todo lo que quiera. ―La esperaría durante toda una vida.
―Sólo te aviso. ―Se inclinó hacia mí y bajó la voz―. Antes la he visto en la casa. Digamos que... tiene un aspecto bastante increíble.
―Qué sorpresa. ―Como si Botón pudiera tener cualquier aspecto que no fuera impresionante en cualquier momento.
La arpista empezó a tocar y yo supe que aquella era mi señal para cerrar la boca. Las puertas de madera se abrieron con un chirrido y apareció Botón con un vestido largo de color marfil. Llevaba un ramo de flores silvestres en la mano, cogidas de mis tierras, y un bello tocado de encaje y botones en el peinado.
En cuanto entró en el sendero, clavó sus ojos en los míos, y aquella misma mirada de amor eterno estaba en ellos. Caminaba lentamente con la música, tomándose su tiempo, aunque estaba ansiosa por llegar hasta mí lo antes posible.
La cola del vestido arrastraba por el suelo, emitiendo un susurro mientras avanzaba. El maquillaje que llevaba era diferente pero no excesivo, como pensé que podría ser. Igual de perfecta que la primera vez que la había visto, parecía una fantasía.
Y era toda mía.
Llegó hasta mí y le tendió las flores a Obito sin mirarlo. Sus ojos estaban fijos en mí, y en sus labios había una sonrisa dulce.
―Estás preciosa. ―Le di la mano y la conduje frente al cura. Su mano ardía dentro de la mía, demostrando su nerviosismo por primera vez. Estábamos uno junto al otro y procedimos con la ceremonia de nuestro matrimonio. Cuando llegó el momento de los anillos, le puse la sencilla alianza de oro junto al anillo que ya llevaba puesto. El botón de la parte superior le quitaba protagonismo a la alianza, y la combinación quedaba perfecta.
Entonces tomó mi anillo de Obito y me lo deslizó en el dedo. Era la primera vez que yo lo veía y sentía curiosidad por saber lo que había elegido para mí. La alianza era fina y de color negro, pero al examinarla más de cerca, vi orificios que parecían idénticos a los de los botones. Entonces me di cuenta de que la alianza había sido formada combinando botones, fundiéndolos y forjándolos juntos para formar el anillo que ahora llevaba.
Mis ojos buscaron de inmediato los suyos, y me sentí profundamente conmovido.
Ella tenía lágrimas en los ojos, pero no se las enjugó. En vez de ello, respiró hondo para evitar que sus emociones se descontrolaran.
Durante toda mi vida, no había sido capaz de imaginarme llevando un anillo, especialmente una alianza de boda. Pero ahora que lo tenía puesto en el dedo, no quería quitármelo. Era una parte integrante de mí, algo que me había faltado hasta entonces. No sólo representaba mi matrimonio y mi compromiso con aquella mujer. Representaba más que eso. Había emprendido un viaje emocional en el instante en que ella había entrado en mi vida, para demostrarme que yo era un hombre mucho mejor de lo que me permitía pensar.
Botón supo que me encantaba sólo con fijarse en la expresión de mi cara.
La ceremonia tuvo lugar en italiano, pero Botón fue capaz de entender la mayoría. Cuando le llegó a ella el turno de finalizar el intercambio, dijo «sí, quiero» en italiano, igual que hice yo. La ceremonia fue rápida y terminó en un abrir y cerrar de ojos. Por fin había llegado la mejor parte.
Besar a la novia.
Botón sonrió, esperándolo, esperando el primer beso que compartiríamos como marido y mujer. Tenía aquella mirada suya de complicidad, como si supiera cuánto deseaba besarla, probablemente más que ella a mí.
La acerqué más a mí y le puse las manos en la cara. Como había hecho cientos de veces, la besé. Pero esta vez fue diferente. Le dije a aquella mujer que la amaba sin tener que expresarlo con palabras. Le dije que no sería nada sin ella, y que era lo más importante del mundo para mí. Le juré mi lealtad y mi vida, eternamente... para siempre.
