Entraron a la habitación. Lo primero que vio, sobre el escritorio, fue un marco de fotos triple. Allí estaban, las copias de las tres fotos que había tomado aquel día agridulce.

Caminó hacia allí, respirando profundamente. Mientras, Sirius se acercó a la ventana, abriendo para dejar entrar aire limpio. Nadie había entrado en la habitación desde la muerte de su madre, y, por lo que veía, seguramente ella tampoco había entrado allí desde la última vez que Regulus había dormido en esa cama. Aún había una túnica extendida en un sillón, como si su hermano se hubiera cambiado apresuradamente antes de marcharse aquel infausto día.

Se acercó a Severus, aún parado ante el escritorio. El pocionista había tomado en sus manos el marco y tenía la mirada fija en la foto central. Pudo ver que la de la izquierda era la misma que había en su salón. La de la derecha retrataba a los dos jóvenes Slytherin, que no sonreían. La del centro los representaba a los tres, Narcissa en el centro, con una sonrisa algo tensa, los chicos a sus lados, los brazos de ella sobre sus hombros protectoramente.

— La siguiente vez que vi a Narcissa después de esta foto fue el día en que nos marcaron a los dos como mortífagos.

El dolor en la voz de Snape era tan evidente, que abrió la boca para decirle que no era necesario hacer aquello, pero el otro siguió hablando, sin mirarle.

— Nunca supe cual era la misión que le encargaron a Regulus. Él mandó a Bellatrix a comunicarle la noticia a la familia, no era una pérdida digna de que él se molestara —la voz se hacía más amarga de palabra en palabra—. Yo lo supe por Narcissa, que lo primero que hizo fue reprocharme que lo hubiera dejado marchar solo, como si me hubieran dado opción.

— Aún así tu te lo reprochas —reflexionó con voz suave Sirius.

Afirmó con la cabeza. Volvió a dejar el marco con cuidado sobre el escritorio y se alejó de Black, buscando aire junto a la ventana.

— Los tres fuimos muy estúpidos, pensábamos que teníamos algo de control sobre nuestras decisiones.

Snape estaba girado hacia la ventana, pero había captado en su voz el momento exacto en que se había roto. Y su nobleza Gryffindor hizo algo que seguramente no habría hecho en otro momento: se acercó y apoyó una mano en el hombro vestido de negro. Sintió el pequeño respingo que dio y esperó que le rechazara, que se sacudiera el contacto bruscamente. Pero no lo hizo.

— Fueron afortunados aun así de tenerte en sus vidas.

No hubo respuesta. Permanecieron unos minutos más así, sintiendo el aire frío que entraba por la ventana cortando sus caras.

— Tu hermano tenía un diario.

Aquello le pilló por sorpresa, igual que el movimiento de Snape de nuevo hacia el escritorio. Lo vio abrir cajones y sacar libros. Decidido a dejarle espacio, se quedó a un par de metros mientras Severus colocaba sobre el escritorio todo el contenido y luego acudía a las mesillas para sacar más libros. Reconoció algunos, eran textos de Hogwarts. Otros eran libros de la biblioteca de su casa.

Lo vio mover la varita, murmurando un hechizo, y tomar un libro encuadernado en verde. Las páginas que parecían blancas desde su posición se llenaron enseguida de la apretada letra picuda de Regulus. Severus no le miró a la cara cuando le tendió el diario.

— Si quieres conocerle, aquí lo tienes.

Y salió con paso rápido de la habitación, de nuevo con su postura erguida y segura. Sirius no le siguió, convencido de que ya había pedido demasiado a Snape. Se dejó caer en la cama de Regulus y abrió el diario por la primera página.

"¿Por qué Sirius me odia? Yo no le hecho nada..."

Cuando entró aquella noche al comedor para la cena de cumpleaños, Snape apenas le dedicó una mirada. Pero supo que sabía, que había visto sus ojos hinchados y los vanos intentos por sonreir y ser el de siempre.


Snif, snif. Hoy sí que Sirius se ha llevado un puñetazo moral, dejémosle digerirlo.

¡Hasta mañana!