MI DUQUE


19: No lo merezco


Naruto se despertó en paz por primera vez en doce años y buscó a Hinata para abrazarla, ansioso por estrecharla entre sus brazos y hacerle el amor correctamente. Ansioso por mostrarle todas las razones por las que debían casarse. Ansioso por mostrarle todas las formas en que la haría feliz. Todas las formas en que la amaría.

Y la amaría, a pesar de lo extraña y etérea que resultaba la palabra; un concepto que nunca hubiera pensado que tendría cabida en su vida. La amaría.

Y empezaría ese mismo día.

Pero ella no estaba en la cama. Se encontró con un puñado de sábanas vacías entre las manos. Demasiado frías para pensar que hacía poco tiempo que se había levantado.

¡Joder! Se había marchado.

Saltó de la cama al instante y se puso los pantalones que ella le había quitado la noche anterior, encerrando aquel recuerdo en su mente. No quería que la razón o la prudencia se nublara por lo que ella le hacía sentir; pasión, placer, pura y dura frustración.

Se vistió y bajó las escaleras en segundos para dirigirse a las cuadras y ensillar el caballo. Se detuvo frente al número 9 de Cursitor Street media hora después. Subió las escaleras del orfanato de tres en tres y entró antes de que nadie pudiera detenerle. Fue una suerte que la puerta no estuviera cerrada con llave, o la hubiera echado abajo.

Tenten atravesaba el vestíbulo cuando él entró y se detuvo al verlo. Él no vaciló, no era momento para andarse con rodeos.

—¿Dónde está?

Sin embargo, aquella mujer había aprendido de la mejor.

—Perdone, su excelencia. Dónde está ¿quién?

Naruto había vivido más de treinta años sin estrangular a una fémina y no pensaba empezar ahora, pero eso no impedía que utilizara su tamaño para intimidarla.

—Señorita Baker, no estoy de humor para jueguecitos.

Tenten respiró hondo.

—No está aquí.

En su corazón sabía que era cierto, pero no quería creerlo, así que en vez de continuar aquella conversación inútil, se dirigió al despacho y abrió la puerta esperando encontrarla allí, detrás del escritorio, con el pelo negro azulado recogido en un apretado moño.

Pero no estaba.

La mesa estaba ordenada, como si fuera parte del attrezzo de un escenario y no tuviera ningún propósito útil.

Se dio la vuelta y vio la verdad en los tristes ojos de Tenten.

—Su habitación. Lléveme hasta allí.

A ella se le ocurrió negarse, él lo supo, pero cambió de idea y empezó a subir las escaleras hasta el segundo piso, donde recorrió un largo pasillo hasta detenerse ante una puerta de roble cerrada. No esperó que Tenten le diera permiso para abrirla. Entró.

Olía a limones.

A limones y a Hinata.

La pequeña estancia estaba limpia y recogida, justo como él había esperado. Había un armario de reducidas dimensiones, tan reducidas que solo servía para albergar las prendas básicas, y una pequeña mesa donde reposaba una vela a medio consumir y un montón de libros. Se acercó para hojearlos. Novelas; usadas y muy queridas.

Y también había una cama diminuta que, estaba seguro, ella habría ocupado por completo cuando dormía. Esa era la única parte de la habitación desordenada, porque estaba cubierta de seda esmeralda; el vestido que ella se había puesto la noche anterior, cuando se descubrió ante el mundo. Y junto a él, la capa a juego, con el ribete de armiño, y los guantes que él le había regalado.

Hinata se enfrentaba al mundo y no llevaba guantes.

Los cogió y se los llevó a la nariz, odiando que fuera seda y no su piel.

Su calor.

Se volvió hacia Tenten.

—¿Dónde está?

—Se ha ido —repuso con una mirada de tristeza.

«No».

—¿Dónde? —Estaba perdiendo la paciencia.

La vio negar con la cabeza.

—No lo sé. No me lo dijo.

—¿Cuándo volverá?

Tenten miró al suelo y él supo la respuesta antes de que la dijera en voz alta.

—Nunca.

Quiso gritar. Quiso soltar exabruptos contra las mujeres idiotas y el cruel destino.

—¿Por qué? —Se limitó a decir.

Tenten le sostuvo la mirada.

—Por nosotros.

«Menuda tontería», estaba a punto de decir cuando Tenten continuó.

—Cree que todos estamos mejor sin ella.

—Los niños la necesitan. Usted la necesita. Este lugar la necesita.

Tenten sonrió. Una sonrisa triste y tierna a la vez.

—Me ha entendido mal... También piensa que usted estará mejor sin ella.

—Se equivoca. —Estaba mejor con ella. Infinitamente mejor.

—Estoy de acuerdo. Hinata piensa que nadie de la nobleza dejará a sus hijos con alguien que posea un pasado tan oscuro como el de ella. Que un orfanato administrado por una mentirosa confesa no tendrá benefactores. Que ningún duque podrá volver a alternar en sociedad con alguien tan escandaloso a su lado.

—¡Que se pudra la sociedad!

Aquellas palabras deberían haber conmocionado a Tenten, pero la vio sonreír de oreja a oreja.

—Vaya, vaya...

—¿Cómo la conoció? —preguntó Naruto, sin saber por qué lo había hecho, pero demasiado desesperado por conocer algo más sobre la mujer que amaba.

¡Dios! Tenía que haberle dicho que la amaba. Quizá entonces se habría quedado.

Tenten sonrió.

—Es una larga historia.

—Cuéntemela.

—Existe un refugio al norte, en el campo. Un lugar donde las mujeres que quieren cambiar su destino se encuentran a salvo. Hijas y hermanas. Esposas. Prostitutas... En esa casa todas las mujeres encuentran una segunda oportunidad.

Él asintió con la cabeza. No le parecía extraño que existiera tal lugar, en ocasiones las mujeres no eran tan apreciadas como deberían. Pensó en la madre de Hinata, apuñalada por su marido. En ella, golpeada y forzada a casarse con un hombre que le triplicaba la edad.

«Yo la habría protegido».

Pero no hubiera podido. No después de que estuviera casada. No después de que él regresara a la universidad.

Y siempre habría odiado a su padre por casarse con la mujer de sus sueños.

Tenten seguía hablando.

—Hinata estuvo allí durante varios años, antes de tener la oportunidad de regresar a La ciudad para fundar el Hogar MacIntyre. Yo llevaba allí un año, quizá menos, pero ella siempre hablaba de este lugar como si fuera algo más que una casa de acogida para chicos. Creo que significaba mucho más para ella. Creo que lo era todo. —Lo miró a los ojos—. Creo que estaba tratando de compensar el castigo que sufrió por su culpa un heredero, ayudando a otros.

Por supuesto que sí. La verdad que contenían aquellas conclusiones amenazó con destruirle.

Y esos niños eran lo más importante de su vida.

Cuando la encontrara, les compraría una mansión en el campo donde tuvieran caballos, juguetes y enormes jardines en los que correr y crecer. Le ofrecería a cada uno de esos niños la oportunidad de que tuvieran la vida que ella había soñado.

Pero antes, le ofrecería a ella esa posibilidad.

—Le he pedido que se case conmigo.

Tenten puso los ojos en blanco.

—Bien.

Sin duda.

—Le ofrecí convertirse en mi duquesa, darle todo lo que quisiera. Y ha huido. —Deslizó los guantes entre los dedos—. Ni siquiera se ha llevado los malditos guantes.

—No se llevó nada.

Subió la mirada hacia ella.

—¿Por qué?

—Dijo que no podía aceptar nada más de usted, así que lo dejó todo. No quiso llevarse la ropa ni la capa.

Él se quedó paralizado al recordar la manera en que había desgarrado la nota que él le había ofrecido. Los fondos que ella había ganado durante su estúpido trato.

—No tiene dinero.

—Lleva algunos chelines, pero nada sustancial —convino ella, sacudiendo la cabeza.

—Le ofrecí lo suficiente para poder mantenerse durante años. ¡Una fortuna!

Tenten negó lentamente.

—No habría cogido su dinero. No hubiera aceptado nada de usted. No ahora.

—¿Por qué?

—No comprende a las mujeres enamoradas, ¿verdad? «¿Enamorada?».

—Si estuviera enamorada de mí no me habría dejado.

—No lo entiende, ¿verdad, su excelencia? —preguntó Tenten—. Se ha marchado porque le ama. Por su legado.

Una esposa. Hijos. Un legado. Era lo que él le había dicho que quería.

Y le había creído.

—Solo la quiero a ella.

—Bien. Algo es algo. —Tenten sonrió.

No podía pensar en que le amaba. Le volvía loco. Tenía que mantenerse cuerdo si quería encontrarla. Y luego la encerraría en una habitación de la que no la dejaría salir nunca. Sería lo mejor.

—Se ha ido en pleno invierno, sin guantes ni dinero.

—No muy estoy segura de por qué son tan importantes los guantes... —Pues importan.

—Claro, claro... —Tenten se había dado cuenta de que era mejor no discutir—. Así que ya sabe por qué tenía la esperanza que usted apareciera.

Y espero que la encuentre.

—La encontraré.

Tenten soltó un suspiro de alivio.

—Bien.

—Y luego me casaré con ella.

Ella sonrió.

—Perfecto.

—No se entusiasme, es posible que después la estrangule.

La joven asintió con la cabeza, totalmente seria.

—Me parece razonable.

Él se inclinó para hacerle una seca reverencia y se dio la vuelta para salir al pasillo y bajar las escaleras. A medio camino, escuchó un ruido de pasos y una voz infantil salió de las sombras, deteniéndole.

—Se ha ido.

Naruto se giró y encontró a una fila de niños en el descansillo, cada uno más preocupado que el anterior. Boru sostenía a Lavanda bajo el brazo.

—Sí. —Asintió con la cabeza.

El niño le miró con el ceño fruncido.

—Cuando se marchó, estaba llorando.

Notó una opresión en el pecho al escuchar aquello.

—¿La viste?

Boru asintió con la cabeza.

—La señora MacIntyre no llora nunca.

Él recordó las lágrimas que anegaban sus ojos la noche que la había dejado desnuda en el cuadrilátero y se sintió avergonzado.

—Fue usted quien la hizo llorar.

La acusación fue directa y brusca, y él no la negó.

—Voy a ir a por ella. Quiero traerla de regreso.

Metal Lee alzó la voz. La cólera y la frustración se habían apoderado de su cara, como si su meta en la vida fuera vengar a Hinata.

—¿Qué le hizo?

Le había hecho miles de cosas.

«No creí en ella».

«No confié en ella».

«No le demostré cuánto la amo».

«No la protegí».

—Me equivoqué —se limitó a decir.

Shikadai asintió.

—Pues debería disculparse.

Los demás niños parecían de acuerdo con esa propuesta.

—A las chicas les gustan las disculpas —añadió Metal Lee.

Naruto asintió una vez más con la cabeza.

—Lo haré. Pero antes tengo que encontrarla.

—Se le da muy bien esconderse —apuntó Metal Lee.

Él no lo dudaba.

—A mí también se me da bien esconderme. Y eso es excelente para saber dónde buscar.

Shikadai le lanzó una mirada escéptica.

—¿Tan bien como a ella?

Asintió con la cabeza.

—Mejor incluso. —Esperaba que fuera cierto.

Fue evidente que Boru no le creyó.

—Nos ha dejado. No creo que regrese.

El miedo en los ojos del niño era un eco que le oprimía el pecho y le hizo recordar por qué había llegado a pensar que Boru podía ser su hijo.

El chico miró a la cerdita que acunaba en los brazos.

—Ha abandonado a Lavanda.

Los había dejado. A los niños, pensando que era más conveniente para ellos. A Tenten, porque creía que sería más fácil que dirigiera el orfanato sin el peso del escándalo sobre su cabeza. Y había dejado también a Lavanda, porque en el lugar a donde iba no había sitio para una cerdita.

—Se olvidó a Lavanda —dijo otro de los niños, con el mismo sentimiento de pesar.

Él subió las escaleras de nuevo y se puso en cuclillas para hablar con los niños antes de intentar tomar a Lavanda en sus brazos.

Se había olvidado a Lavanda.

Él sabía muy bien cómo se sentía aquel rosado animal. Y también los niños.

También le había olvidado a él.

—¿Me la puedo llevar prestada?

Los niños consideraron la pregunta y formaron una piña para tomar una decisión unánime antes de que Metal Lee se pusiera frente a él.

—Sí. Pero tiene que traerla de nuevo.

Boru dio un paso adelante y le tendió la cerdita.

—Tiene que traer de vuelta a las dos.

A él le dio un vuelco el corazón y asintió con la cabeza.

—Lo haré. Si podía.

—Ella no está aquí.

Naruto se paseó por el despacho de Shino Aburame en Fleet Street, negándose a creerlo.

—Tiene que estar aquí.

Sabía cómo funcionaba el cerebro de Hinata. No se marcharía de La ciudad antes de que hubiera honrado su disposición, redimiendo su reputación. Lo creía con todo su ser. Tenía que hacerlo, porque si no lo hacía tendría que enfrentarse a la posibilidad de que ella ya se hubiera marchado, y le llevaría más tiempo encontrarla.

El tiempo era algo a tener muy en cuenta, porque la quería recuperar inmediatamente. La necesitaba en sus brazos. En su cama. En su vida.

Quería empezar ya la vida que debería haber comenzado doce años atrás. La que deberían haber tenido los dos. Quería disfrutar de la felicidad, del placer... del amor.

¡Dios! Incluso podía estar embarazada. De él.

Y querría a ese niño a esa niña de ojos extraños y pelo oscuro con toda su alma. Por supuesto que querría estar con las dos cada minuto que fuera posible.

«Tiene que estar aquí».

Se dirigió a Aburame, que estaba sentado detrás de un escritorio lleno de papeles, notas, artículos y Dios sabía qué más.

—Ella tiene que haber venido aquí para hablar contigo. Para relatarte su historia.

Aburame se reclinó en el sillón y abrió los brazos.

—Naruto, te lo juro, nada me gustaría más que se abriera esa puerta y que Hinata Hyûga entrara para darme una década de datos con los que rellenar una página. —Hizo una pausa y los ojos oscuros del periodista se clavaron en su brazo sano—. Pero todo lo que tengo es un duque con un cerdo.

Naruto bajó la vista a la dormida Lavanda.

—¿Por qué llevas un cerdo contigo?

—No es asunto tuyo —repuso mirando con el ceño fruncido la media sonrisa de Aburame.

El periodista inclinó la cabeza.

—Es lo suficientemente extraño como para poder escribir una interesante historia.

—Te daré una historia realmente interesante si no me has dicho la verdad.

Aburame ignoró la sutil amenaza.

—¿Planeas que sea el plato principal en algún banquete?

Él estrechó a Lavanda, asqueado ante aquella implicación de que pudiera convertirse en la cena.

—¡No! Se la guardo... a alguien.

Aburame ladeó la cabeza.

—Lo abrazas.

Él negó con frenesí.

—Olvídate del maldito cerdo. Júrame que no has visto a Hinata.

—No la he visto.

—Si me has mentido... Aburame arqueó las cejas.

—Te lo aseguro, cuando tenga la posibilidad de hablar con esa mujer, lo sabrá todo La ciudad.

—Ni se te ocurra dejarla en ridículo —advirtió, frunciendo el ceño.

—Lo cierto es que ha destrozado tu vida, podría merecer un par de bromas. Los ilustradores ya están trabajando en lo que ocurrió anoche.

Naruto se inclinó sobre el escritorio y dio rienda suelta a su furia.

—Ni se te ocurra hacer un chiste a su costa. ¿Me has oído?

Aburame le observó durante un buen rato.

—Entiendo —dijo finalmente.

—¿Qué entiendes? —inquirió Naruto.

—Te preocupas por ella.

No era habitual verse descubierto, y menos por un miembro de la prensa.

—Claro que me preocupo por Hinata. Pienso casarme con ella.

Aburame hizo un vago gesto con la mano.

—Nadie apuesta una mierda por los matrimonios. Tira una piedra al azar y golpeará a un infeliz hombre casado. El caso es que esa joven te importa.

Naruto bajó la vista a Lavanda, que dormía entre sus brazos. Era la única criatura en el mundo que en ese momento no era una molestia.

—¡Dios! ¡Es increíble! El invencible Naruto derrotado... derribado... vencido ¡por una mujer!

Lanzó al periodista su mirada más ominosa y oscura.

—Si aparece por aquí, avísame. Inmediatamente.

—Si eso ocurriera... ¿Tengo que encerrarla hasta que llegues?

—Sí, si es necesario.

Hinata deambulaba sola por las calles de La ciudad, sin recursos. Y quería ponerla a salvo. La necesitaba a su lado y no descansaría hasta que la encontrara. Se dio la vuelta para salir.

—Lo haré, con una condición.

Debería haberlo esperado, por supuesto. Debería haber imaginado que Aburame obtendría su pedazo de carne. Se volvió despacio y esperó.

—Dime por qué es tan importante. Después de todo, ya ha restaurado tu nombre. El mundo sabe que está viva. En el salón de baile había al menos media docena de mujeres que la reconocieron sin lugar a dudas. Es más mayor, pero igual de hermosa, y todo el mundo recuerda sus extraños ojos.

Una furia irracional le recorrió al escuchar que mencionaban los ojos de Hinata. No quería que nadie los viera. No quería que pensaran en ellos. No eran para ellos, eran suyos. Los había estudiado y ahora la conocía.

Aburame siguió presionándolo.

—¿Por qué te importa tanto si se queda o se va?

Buscó la mirada del periodista.

—Algún día la mujer que amas se escabullirá entre tus dedos y te haré la misma pregunta.

Salió del despacho dejando que Aburame considerara a solas la implicación de su declaración.

El periodista esperó durante algunos minutos hasta que escuchó que se cerraba la puerta exterior, lo que señaló la partida definitiva de Naruto. Entonces se volvió hacia la ventana y observó cómo el duque asesino montaba su caballo y se dirigía hacia su siguiente destino... Buscando a su amor.

Solo cuando el estrépito de las pezuñas se desvaneció, habló en la habitación vacía.

—Ya puede salir.

Se abrió una pequeña puerta oculta y Hinata entró en la estancia, con las mejillas manchadas por las lágrimas.

—¿Ya se ha marchado?

—Va en su busca.

Ella asintió con la cabeza, mirándose los pies, más triste que nunca en su vida. Deseando algo como nada a lo largo de su existencia. «Me ama». Lo había dicho. Había ido a buscarla, y había confesado su amor por ella.

—Acabará encontrándola.

Ella le miró.

—Quizá no.

En el mismo momento en que las palabras abandonaron su boca, escuchó en su mente el eco de una promesa.

«Podrías huir, pero te encontraría».

Aburame negó con la cabeza .

—La encontrará, porque no dejará de buscarla hasta que lo haga.

—Quizá no —replicó ella, esperando que fuera cierto. Esperando que decidiera que ella no valía la pena. Esperando que pudiera encontrar otra vida, otra mujer. Una digna de él.

Aburame sonrió.

—¿De verdad piensa que un hombre deja de buscar sin más a la mujer que ama?

«A la mujer que ama...».

Con esa frase llegaron las lágrimas, cálidas y dolorosas, y no las pudo detener. Él la amaba.

—Esta es la parte que no comprendo —intervino Aburame, casi más para sí mismo que para ella—. Usted también le ama.

Ella asintió con la cabeza.

—Con desesperación.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

No pudo evitarlo... Se rio.

—¿Que cuál es el problema? Todo es un problema. Le destrocé la vida, se la arruiné. Destruí todo lo que se suponía que debía ser. Le privé de ello. Se merece que su esposa sea una dama, que sus hijos sean perfectos, que su legado no esté manchado por mí.

Aburame apoyó la barbilla en los dedos.

—Me ha dado la impresión de que a él eso le importa muy poco.

Hinata sacudió la cabeza.

—¡Importa! ¡A todo La ciudad le importa! Jamás volverá a ocupar el lugar que le corresponde como duque de Uzushiogakure si se casa con la mujer responsable de todo lo que manchó su reputación.

—Oh, la reputación... —se burló Aburame.

Ella puso los ojos en blanco.

—Usted basa su vida en ella.

Él sonrió de oreja a oreja.

—Precisamente por eso sé lo arbitraria que es.

Hinata sacudió la cabeza.

—Se equivoca.

—Creo que usted lleva demasiado tiempo alejada de la sociedad — explicó él—. Se ha olvidado de que a los duques, tengan o no esposas escandalosas, se les perdona con mucha rapidez. Después de todo, son las únicas personas capaces de engendrar duques. La nobleza los necesita, no sea que la civilización se desmorone a nuestro alrededor.

Quizá tuviera razón. Quizá Naruto podría sortear el escándalo que sin duda asolaría La ciudad.

Pero ¿lograría olvidar en algún momento que ella era la causante de todo?

Negó con la cabeza.

—¿Requiere algo más de mí, señor Aburame?

Shino Aburame se dio cuenta de que la conversación había llegado a su fin.

—No.

—¿Le dirá que he estado aquí?

—No lo haré hasta después de que publique la historia.

—¿Cuándo será eso?

Él consultó un calendario.

—Dentro de tres días.

Sintió una opresión en el pecho al escuchar aquello. Tenía tres días para abandonar La ciudad. Para escapar tan lejos como pudiera, a un lugar secreto. Tres días para que él fuera libre... Y para que ella tuviera que comenzar a olvidarle.

Por el bien de los dos.

Salió del despacho de Aburame tomando la precaución de ocultarse bajo la capa, y se puso la capucha sobre la cara al llegar a la calle, donde la fría y húmeda niebla de La ciudad mostraba lo peor del clima inglés en invierno. Se quedó congelada al instante y deseó tener unas botas más calientes. Una capa más caliente. Un clima más benigno.

Naruto siempre estaba caliente... Era como una estufa.

Le echaba de menos. Penaba por él.

Caminó un kilómetro, quizá algo más antes de darse cuenta de que la seguía un carruaje. Iba casi a su paso, se movía despacio cuando bajaba el ritmo y rápido cuando ella se apresuraba. Se detuvo y se giró hacia el gran vehículo negro, que no llevaba un escudo dibujado en la puerta ni marcas que lo identificaran.

Este también se detuvo.

El conductor bajó del pescante y abrió la puerta. Hizo descender los peldaños pertinentes antes de ofrecerle una mano para subir. Ella se negó.

—No voy a entrar.

El joven pareció confundido, hasta que una manga de seda violeta atravesó la puerta.

—Date prisa, Hinata —dijo una voz femenina desde el interior que le resultó familiar. Ella no pudo evitar acercarse—. Entrará el frío en el carruaje.

Hinata asomó la cabeza en el interior.

Lady —la mujer con la que había entablado amistad en El Ángel— estaba en el interior.

—¡Tú! —se sorprendió.

Lady sonrió.

—Soy yo, sin duda. No quiero presionarte, pero preferiría conversar en un lugar cómodo y caliente.

Ella vaciló.

—No estarás aquí para llevarme con Naruto, ¿verdad?

La otra mujer negó con la cabeza.

—No, a menos que decidas que quieres regresar con él.

—No quiero.

—Entonces no se hable más. —Se acurrucó en el interior del carruaje, estremeciéndose—. Ahora, por favor, sube al coche y cierra la puerta.

Lo hizo. Los ladrillos calientes que había en el suelo de la cabina también le dieron la bienvenida. Lady golpeó con suavidad el techo del carruaje y el enorme coche negro comenzó a rodar calle abajo.

—¿Cómo supiste dónde encontrarme? —Fue la primera pregunta que se le ocurrió.

La mujer curvó los labios en una preciosa sonrisa.

—No sabía dónde buscarte, pero Naruto sí.

—Le seguiste.

—Es posible que él te conozca mejor, pero yo sé cómo piensan las mujeres. —Hizo una pausa—. Aunque también dudo que exista una mujer que dejara pasar la posibilidad de compartir una mañana con Shino Aburame.

Ella la miró con sorpresa.

—No entiendo.

Lady miró al techo con los ojos en blanco.

—Cualquier mujer que no esté loca por Naruto.

—No estoy... —Se interrumpió antes de completar la protesta. Después de todo, sí estaba locamente enamorada de Naruto.

—Sé que lo estás —le confesó Lady—. Por eso estoy aquí. —Hinata frunció el ceño y Lady agitó una mano con despreocupación—. Alguien tenía que conseguir meterte en vereda. Pensábamos que Naruto lo conseguiría por sí solo, pero al parecer está demasiado consumido para pensar de manera inteligente.

Ella esperó, deseosa de escuchar las palabras que podrían salir por la boca de esa mujer. No sabía lo que Lady pretendía, pero sabía que sería una sorpresa.

—Tú no arruinaste la vida de Naruto.

Estaba empezando a cansarse de que una colección de desconocidos le dijera que estaba equivocada.

—¿Acaso eres una experta en el tema de la deshonra?

Lady apretó los labios con fuerza.

—De hecho, sí. Lo soy.

—Tú no estabas allí.

—No. No estaba cuando se despertó en una cama llena de sangre y se sintió responsable de tu muerte. Ni cuando su padre le echó de casa y el resto de la aristocracia le dio la espalda. No estaba cuando pasó aquella primera noche bajo el cobijo de Temple Bar, ni cuando comenzó a usar los puños, ni cuando Toneri y él elaboraron ese plan idiota para ganar dinero con los dados con la peor calaña de La ciudad.

Hinata se quedó fría ante sus palabras, odiando que aquella mujer supiera tanto sobre el pasado de Naruto. Pero Lady no pareció darse cuenta ya que siguió hablando.

—Pero sí estaba allí cuando fundaron El Ángel. Cuando comenzó la vida que tiene ahora, como el mayor boxeador que el país haya visto nunca. Estaba con él cuando ganó el primer combate en el ring de El Ángel y cuando crecieron su fortuna, su posición y el respeto del resto de La ciudad.

—No es respeto —la corrigió ella con voz afilada—. Es miedo. Y un miedo inmerecido. Le consideran el duque asesino porque yo le convertí en eso.

Lady sonrió.

—Me resulta encantador que pienses que él nunca ha hecho nada para ganarse ese mote.

Hinata frunció el ceño.

—No ha hecho lo que piensan que ha hecho.

Lady se encogió de hombros.

—Sea lo que sea, respeto o miedo. Ni el uno ni el otro valen lo que cuesta la tinta para escribir una sola de esas palabras. —Hizo una pausa mientras el carruaje seguía meciéndose bajo ellas y la fina llovizna se convertía en aguanieve a otro lado de la venta—. Y sea lo que sea, a Naruto le gusta.

Quizá fuera cierto.

—Tiene dinero, amigos y un club por el que mataría cualquier hombre. La mitad de La ciudad está de su parte, la que juzga a un hombre por su trabajo y no por su sangre. Y a él le gusta todo eso.

¿Tendría razón esa misteriosa mujer? ¿Disfrutaría él de esa vida que llevaba? ¿O por el contrario lamentaría a cada instante no disponer de la que ella le había robado?

—Lo único que le falta eres tú. —Se quedó inmóvil al escucharla, y Lady lo notó, así que la presionó—. Vuelve conmigo a El Ángel. Pregúntale tú misma. —Se inclinó hacia delante—. Vuelve, y deja que te demuestre cuánto te ama.

Las palabras dolían. La oferta era muy tentadora, no tenía deseos de seguir huyendo.

—Se lo debo. Tengo que devolverle todo lo que le robé. Poner una página en blanco.

—Incluso si estuvieras en lo cierto y fuera posible tal cosa —dijo Lady —, ¿no le debes también la posibilidad de ser feliz?

Él había dicho que era la mujer que amaba.

Y él era el hombre que ella amaba.

¿Era eso todo lo que se requería para alcanzar la felicidad?

¡Santo Dios! Si pensara que ella podía hacerle feliz, correría a sus brazos. Sostuvo la mirada de Lady bajo la tenue luz.

—A veces, el amor no es suficiente.

Lady asintió con la cabeza.

—Bien sabe Dios que eso es cierto, pero en este caso no solo tienes amor, ¿verdad?

Era difícil imaginar que tuvieran algo más después de más de una década de odio, mentiras y escándalos. Pero compartían coraje y pasado, a pesar de ellos mismos.

Lady puso una mano enguantada sobre la suya y la estrechó sobre su regazo.

—Una vez me dijiste que no tenías amigos.

Ella negó con la cabeza.

—No los tengo. No de verdad.

—Sí que los tienes. Y le tienes a él.

Las palabras llamaron de nuevo a sus lágrimas. Dio un golpe en el techo como había visto hacer a la mujer un poco antes. Como si fuera un instrumento bien afinado, el vehículo aminoró la marcha hasta detenerse, y el lacayo le abrió la puerta y desplegó los escalones. Bajó, prometiéndose a sí misma que no regresaría.

Y no lo hizo ni siquiera cuando Lady gritó.

—Considera lo que te he dicho, Hinata. Serás bienvenida al club a cualquier hora.

.

.

Continuará...