Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi.


Capítulo 67.


«Midoriko se ha vuelto un cristal roto y sus pedazos se incrustaron en la piel de sus hijos»

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Despedirse de su familia había sido un dolor terrible que le había costado más lágrimas.

Es que ya no podía más, no podía un segundo más. Todo el maldito juicio se la había pasado llena de vergüenza, de miedo y de tristeza. Sus nervios estaban a punto de estallar. Inhalaba y exhalaba hondo, intentado calmarse. Sentía miedo, después de todo, sentía miedo. Al principio estaba resignada por la culpa de haberlo matado con alevosía y ventaja, pero en esos momentos tenía la película más clara y no lo recordaba así. Y también sentía la cárcel cerca. Si ese lugar era un calvario, no quería saber si la condenaban.

—Perdóname, Sango... InuYasha, Miroku… Papá, mamá… —las lágrimas rodaron libres. Ese día tendría el último juicio y cada segundo le acortaba más la respiración— los alejé por miedo y vergüenza y ahora me siento tan sola…

—¡Taishō!

Y el proceso comenzaba de nuevo: le permitían estar con su familia hasta después de darse una ducha rápida y cambiarse con la ropa que su mamá le había llevado y dejado en recepción. Tuvo que apresurarse haciendo todo eso para poder salir al juzgado junto con su familia en un auto y claro, la policía con ella en otro. Esta vez, Miroku había llegado temprano también.

—Hija, no van a juzgarte, ¿entiendes? —le dijo su papá, tomándola por los hombros—. Venderé mi alma si es necesario, pero no te van a condenar.

—Muchas gracias, papá. —Lo abrazó con fuerza y luego a su madre.

No se atrevía a ver a InuYasha a la cara y menos a Miroku. No sabía cómo explicarle lo que había pasado con Sango, pero fuera cual fuere el resultado de ese día, ella tendría mucho tiempo para explicar.


—Así es, abogado. —Asintió la chica—. La señorita Kagome también me preguntó si alguien había subido a su departamento sin ser avisado ese día y la única persona que lo hizo fue el señor Ikeda. —Hitomi se sentía nerviosa. Era la primera vez que estaba en un juzgado.

—¿Y por qué motivo lo dejó ingresar a la propiedad, señorita Hitomi? —Inquirió Sebun, observándola con seriedad.

Los presentes no despegaban la vista de ella en el estrado.

—Dijo que… —agachó la vista, avergonzada— me rogó para que lo deje entrar, que solo quería darle una sorpresa a la señorita Kagome y marcharse, llevaba una bolsa con chocolates. No demoró demasiado y tampoco regresó con la bolsa. —Explicó rápido, evitando que el nerviosismo enturbie su sincera confesión.

Todo el cuerpo le temblaba a Kagome mientras escuchaba hablar a los pertinentes. Su abogado parecía muy preparado, estaba defendiendo el caso muy bien, pero sabía que pronto tendría que salir a la luz el tema incesto. Lo sabía y por eso sentía tanto miedo y vergüenza. Ese día, de seguro que Kikyō iría a declarar y no podía parar de morderse los labios, muerta de miedo.

InuYasha la miró de reojo. Aunque sus padres le impidiera una mejor vista de Kagome, él aún podía ver su cuerpo frágil temblar como una hoja. Le dolía en el alma verla así. Todos esos días no había podido dormir casi nada pensando en lo que les esperaba. Había hablando con el abogado Sebun, ayudándole con toda su investigación, comentándole acerca de aquel auto extraño que él pensó que los había estado siguiendo aquel día del secuestro, así que charlando con Hitomi, llegaron a la conclusión de que el maldito de Kōga había contratado a algún espía para vigilar a Kagome y así pactar el secuestro. Suspiró, volviendo su vista hacia el estrado: así como tenían pruebas en contra, tenían también su revancha.

Midoriko tomó discretamente la mano helada de su hija y notó cómo esta pesaba menos que antes, se notaba delgada. Kagome estaba delgada. Aquel vestido negro que le había llevado ese día parecía quedarle dos tallas más grandes. Por Dios, su niña, su pequeña niña. Cerró los ojos con fuerza, reteniendo el llanto. Sus nervios estaban a punto de reventar y no hacía más que pensar en el destino de su hija. Miró de vuelta a su marido, que, serio, veía al frente. Tōga había jurado sobornar a medio mundo con tal de que no metieran a su hija a la cárcel por un crimen que no había cometido y si no lo lograba… la ayudaría escapar o lo que fuera.

Miroku, por su parte, se había sentado a lado de Kagura, su nueva amiga, esperando a que todo saliera bien y ella pudiera testificar. La aludida se sentía algo nerviosa, pero estaba dispuesta a declarar todo lo que sabía.

—Sí, un hombre que vestía extraño llegó a preguntar por la señorita Kagome, haciéndose pasar por un amigo de ella, quería saber si se encontraba en el edificio. —Tomó aire—. Yo solo le dije que no; dejó una caja de bombones y se fue. —Terminó de decir la recepcionista, mirando únicamente al abogado. Sentía confianza cuando le miraba los ojos.

—Como lo ve, su señoría, este testimonio sustenta mi argumento de que el señor Ikeda contrató a un espía para saber la ubicación exacta de mi cliente y así poder secuestrarla. —Expuso, complacido por saberse en toda la razón.

Snow respiró hondo y lleno de rabia, sin esperar aquello. Él no sabía nada sobre un supuesto espía. Quería objetar, pero no tenía sustento. Todo era tan difícil cuando el defendido era un muerto. Su prima tampoco le había dado la información que decía tener. Le había mandado un audio a su correo antes de que comience la sesión que no había podido escuchar y debía confiar en ella si quería ganar. O eso le había dicho Kikyō. Esperaba que funcionara.

—Llamo al señor InuYasha Taishō al estrado.

El aludido se levantó de inmediato, sintiendo la sangre correr con brío por sus venas. Quería aplastar al maldito juez, al maldito abogado gringo de pacotilla y a todo aquel enfermo mental que quisiera hacerle daño a Kagome. ¡A su Kagome! Se sentó con precisión, haciendo el juramento de protocolo.

—Yo llevaba a Kagome desde el templo de nuestros padres a su departamento ya que ella había tenido un accidente, así que mamá decidió cuidarla en casa mientras se recuperaba. —Recordó con detalle cada hecho de ese día. No tenía que mentir, así que estaba bastante tranquilo a pesar de las miradas de todos. El jurado estaba atento a él.

—Dígame, señor Taishō, ¿notó algo extraño en el trayecto? —Preguntó Sebun. Snow también lo observaba, sin poder creer que él fuera el amante de su propia hermana. Parecía un hombre tan serio y correcto—. ¿Algo que llamara su atención, tal vez? —Siguió.

—Sí. —Asintió con su expresión seria—. Un auto parecía estarnos siguiendo. No le tomé atención, pero cuando dejé a Kagome en su casa, el auto seguía estacionado cerca del recinto.

Kagome observaba a su hermano con mucha atención. No podía evitar pensar que, entre toda esa mierda, él aún estaba ahí para ella, a pesar de las horribles palabras que le había dicho aquel día, de sus rechazos y de todo lo que se interponía entre ellos. Por un pequeño momento, quiso sonreír.

»—Desconozco los motivos, pero Kagome jamás confirmó una relación con Kōga. —Evitó el contacto visual con las personas. No mentía, sabía cómo había sucedido todo, pero le costaba mucho aquello—. Todo lo que sé es que de repente, mi ex jefe apareció de la mano de otra mujer en mi cena de compromiso y luego de un par de meses, la anunció como su novia.

—¡Objeción!

—Ha lugar. —Ginta permanecía expectante, odiando cada vez más esa situación. Había algo en ese caso que le decía que esa mujer sí había atentado contra la vida de su mejor amigo, pero, por otro lado, parecía que Kōga tenía sus problemas—. Abogado Snow.

—Señor Taishō, usted afirma que nunca se confirmó una relación entre su hermana —InuYasha notó el énfasis y sintió escalofríos— y el señor Ikeda, pero varios de los trabajadores de la editorial afirman haber visto a la acusada pedirle una cita al occiso frente a sus compañeros de trabajo —carraspeó ligero— y usted estaba entre los presentes, señor.

Sebun se quedó en silencio. Aún no era hora de objetar.

—Sí, pero…

—Y el señor Ikeda la rechazó —lo interrumpió. El público estaba en silencio y muy atento. Los jurados no podían despegar la vista ni un solo segundo, había tanto por descubrir. Los hechos no parecían claros—. Lo que corrobora mi argumento: la acusada intentó ganar la simpatía del señor Ikeda para después secuestrarlo.

Sebun encontró la oportunidad perfecta y la aprovechó.

—¿Puedo proseguir, su señoría? —El tono que usó fue más bien una indirecta para que el otro cerrara de una vez la boca.

—Ha lugar.

El turno de InuYasha había acabado. Suikotsu le agradeció y llamó al estrado a su testigo, Kagura Toriyama.

A Kagome le tomó por sorpresa. No tenía idea de que aquella mujer fuera a declarar algo. Poco había escuchado sobre ella y en la editorial se la había topado un par de veces. Encerrada en esa pocilga, no sabía nada del exterior. Ahora, ella estaba levantándose justo de a lado de Miroku. La vio caminar hacia el estrado y hacer su juramento, al igual que todos los testigos.

—Kōga jamás mencionó tener una relación con Kagome… —el corazón le latía con fuerza. Vio a su amigo, que la alentó con un pequeño gesto de la cabeza y prosiguió—. Cuando lo conocí, él era novio de una ex amiga mía: Yura Sakasagami. —Comenzó a relatar, sintiendo algo de vergüenza—. Después de unas semanas, Kōga y yo iniciamos una relación a escondidas de Yura. —La voz del público no se hizo esperar y la llamada de atención de Ginta tampoco—. Él y yo terminamos unos tres días previos al secuestro. Tuvimos una discusión alrededor de las nueve de la mañana.

—¿Cómo fue esta discusión, señorita? —Indagó Sebun, dándole seguridad también con su mirada.

Kagura suspiró, tomando fuerzas.

—Kōga estaba como loco —volvió a respirar. Sus manos aún le quemaban el cuello—. En medio de la discusión, se alteró e… —carraspeó. Todos se habían quedado en silencio y la observaban atentamente— e intentó ahorcarme con sus propias manos.

¡Oh!

De nuevo, los presentes hicieron de la sala, un mar de murmullos.

—¡Orden en la sala! —Ginta se había quedado sin argumentos. La testigo estaba declarando y había dicho claramente que Kōga había intentado matarla.

—Muchas gracias, señorita Toriyama. Es todo. —Suikotsu notó que el testimonio no le estaba haciendo bien a Kagura, así que se volvió a su señoría, sonriendo—. Y, como ve, su señoría, señores del jurado… —se dirigió a ellos con un ademán en las manos—. El señor Ikeda mostró signos de violencia y criminales hacia su pareja en ese momento, mi testigo reciente. El señor Ikeda era completamente capaz de llegar a contratar a un espía para saber la ubicación de mi cliente y así poder secuestrarla, dejar su auto para que no fuera tan obvio y preocuparse también de abrir sus puertas, para que pareciera un secuestro; algo muy inteligente de su parte, debo aclarar y que solo exalta su mentalidad obsesiva y criminal.

Ese juicio estaba siendo más pesado que tantos otros que había presenciado en su vida. El recuerdo de su amigo seguía ahí y aún le dolía su muerte. Apenas había podido verlo en su entierro por unos minutos. Se preguntaba por qué Kikyō no aparecía. Él la estaba esperando. Sabía que esa mujer acusada había intoxicado a Kōga, con esa arma y antecedentes, habían armado el caso que la llevó a juicio, pero aún los argumentos eran muy flojos y no sabía si los jurados decidieran algo diferente a lo que él deseaba, pero sabía que Kikyō tenía respuestas de todo.

—¿Es todo, Sebun? —Aun así, el tono del juez fue estoico y no parecía dudar un segundo.

—Es todo por ahora, su señoría. —Suikotsu tragó duro.

Sintió que Ginta parecía convencido de que su cliente era culpable y él ya se había quedado sin armas. Debía defenderse con lo que tuviera. Todo habría sido más fácil si el dichoso vídeo que Kagome había mencionado, hubiera sido encontrado. Nadie sabía algo sobre esa cámara. Snow parecía muy confiado y eso le revolvía el estómago.

—Prosiga, Snow. —Cedió el turno.

—Gracias, su señoría. —Asintió—. Llamo al estrado a la acusada.

De nuevo, los murmullos. Los padres de la aludida sintieron el mundo venirse abajo. Tenían tantos nervios. Miroku e InuYasha la miraban como rogándole que fuera fuerte y que superara esa situación. Kagura la veía con algo de pena. No sabía si lo que había testificado le serviría, pero eso esperaba.

Vieron a Taishō caminar despacio hasta su llamado, notándose cada segundo más pálida. Juraba que pronto se desmayaría. Pero sería fuerte, debía ser fuerte y diría la verdad.

«—Tienes que ser totalmente sincera contigo misma en ese maldito tribunal».

Las palabras de Tsuyu resonaron en su mente y recordar su rostro lleno de decisión y seriedad, la puso rígida.

El maldito abogado que defendía a Kōga empezó su interrogatorio preguntándole abiertamente por qué lo había asesinado. Lo miró con odio. Suikotsu intentó objetar en nombre de todos quienes la apoyaban, pero Ginta se lo negó.

—Yo no maté a Kōga. —Así empezó, con seguridad y sin titubeos.

—Dígame, Taishō, ¿a qué lugar se dirigía a la hora que tuvo lugar el supuesto secuestro? Se supone que usted venía de recuperarse de un accidente de su hombro —ella aún tenía la señal de la herida en esa zona. No hacía mucho que le habían quitado el esparadrapo— y debería quedarse reposando.

—Debía informarle algo muy importante a mi mejor amiga, así que…

—¿Y no podía esperar al día siguiente? ¿Qué era eso tan importante que necesitaba saberlo ya y no le pudo comunicar vía celular? —La interrumpió, sin darle tiempo de defenderse—. ¿En dónde está su amiga ahora?

Kagome sintió una punzada en el alma. Ese hijo de puta sabía en dónde atacar.

—Ella no pudo venir. —Articuló con dificultad—. Y se trataba de algo muy íntimo, no tengo por qué revelar detalles de su vida privada.

Snow asintió.

—Bien. —Sonrió apenas—. Señorita Taishō, ¿fue usted la causante de la intoxicación del señor Ikeda, ocurrida hace algunos meses?

El corazón le palpitó como si quisiera salirle de su pecho. Se puso pálida y le temblaban las manos, helada. La gente a su alrededor parecía moverse y abrir la boca, pero ella vio todo en cámara lenta.

Una gota de sudor rodó por su sien y se preguntó de dónde podía salir tanta agua, si no bebía ni comía prácticamente nada desde que todo eso había sucedido.

La voz de Tsuyu resonaba por todas partes y apretó los ojos ante la vista curiosa y casi preocupada del jurado. Ginta la veía como si de un ser despreciable se tratara.

El abogado extranjero seguía observándola y ella miró a sus padres, a InuYasha, Miroku y Kagura, que parecían negar con la mirada.

Pensó en que sería tan diferente si Sango la estuviera defendiendo, que le daría fuerzas para seguir, pero ella… ella había arruinado su amistad y ahora restaba enfrentar sola todo eso.

—Sí, fui yo. —Agachó la mirada ante la exclamación de todos. Escuchó el mazo golpear contra la madera y volvió hacia Snow—. Kōga deseaba que me entregara a él y yo no quería… —rememoró cada momento y deseó salir corriendo de ahí— así que pensé en dormirlo, pero él bebió champagne, así que todo se salió de control y simplemente… —miró para el abogado fijamente, como pidiéndole que la entendiera— fue un accidente.

Suikotsu se tragó toda la ira e intentó parecer serio y calmado. Todo se había ido a la mierda con Kagome confesando aquello, pero entendía que esa maldita grabación de Kōga la había puesto al descubierto y habría sido peor mentir.

—Oh, entonces usted sostiene la idea de que el señor Ikeda la acosó y manipuló para intentar conseguir algo más de usted. —Su tono era casi sarcástico. Kagome asintió—. Si ya intentó deshacerse de él una vez, no sería raro que lo haya asesinado en esta ocasión, ¿no?

—¡Yo no lo maté! —Golpeó las palmas de las manos contra el pedestal de madera. Sus ojos ardían por llorar, pero no dejaría caer ni una lágrima.

Los jurados anotaron algo en sus libretas y Ginta intentó no sonreír a causa de sus desvaríos: se estaba condenando con lo que acababa de hacer y de decir.

—Díganos ya cómo fue que logró secuestrarlo, ¿cuándo lo llamó? —Insistió con su tono irritante, como si fuera el dueño de la verdad, como si tuviera las pruebas y se estuviera burlando del culpable. Odioso.

Sebun quiso objetar, pero no, debía callar, por ahora debía callar.

—Ya lo he dicho muchas veces: se atravesó en la vía, me drogó y cuando desperté, ya estaba en esa maldita cabaña. —Las palabras solo salían y ella las dejaba—. Me drogó y eso fue confirmado en mis pruebas toxicológicas.

—Usted pudo introducirlas al organismo con anticipación, planeando el hecho —contratacó y ya se estaba cabreando con todo eso.

Kagome abrió la boca para decir algo, pero calló. InuYasha quiso morirse. Se tapó la cara con las manos mientras enfocaba el piso. No podía ser, ¡no podía ser!

—Taishō, usted afirma que el señor Ikeda la acosó y la manipuló, pero, cuéntenos ya, ¿con base en qué los chantajes del occiso eran perjudiciales para su persona? ¿Qué hecho era tan importante como para que usted soporte intentos de violación, humillaciones y demás supuestos que ha mencionado, sin denunciarlo a la autoridad competente o sin renunciar a la editorial? —Sabía que sus preguntas eran precisas y eso le dio orgullo.

—Son temas íntimos… —lo vio ceñuda, respirando hondo. No diría una palabra más.

Ni una.

—Es todo. —Dijo el abogado, seriamente, entiendo la determinación en los fieros ojos de aquella mujer.

La aludida respiró y Sebun recuperó la esperanza por unos momentos. ¿Sería que Snow se había detenido y ya no tenía armas para responder? Su cliente bajó del estrado ante las murmuraciones nuevas y la voz autoritaria del juez, que volvía a pedir silencio.

—¿Hay algo más que los abogados quieran exponer para el caso? —Inquirió su señoría, teniendo asegurada la sentencia de aquella mujer.

—Sí, su señoría. —Snow volvió a sonreír—. Si me permite… ¡Llamo al estrado a mi último testigo! —Se dirigió con sus gestos a la entrada del tribunal— y con esto doy por terminada mi exposición.

Absolutamente todos observaron atentos hacia la persona que venía entrando y cuyos enormes tacones negros, retumbaban por todo el lugar. Pasos fuertes, marcados y fríos.

Fríos y afilados como navajas.

InuYasha, Kagome y el resto de su gente, quedaron en shock. La azabache observó con la boca abierta el espectáculo.

Ahí, ante la mirada confundida de todos, caminaba flamante la mismísima Kikyō Hishā: traía puesto un vestido rojo de mangas largas pegado al cuerpo que le llegaba hasta las rodillas. Era muy rojo, pero rojo color pasión, un tono intenso que te marcaba la retina y te hacía replantearte la gama de colores. El cabello atado a una enorme coleta que la hacía lucir más alta. Los labios rojos como la sangre y las uñas también. Era un espectáculo visual, increíblemente bella, caminando como si fuera la dueña del universo. Increíblemente hermosa.

Increíblemente perfecta.

—No puede ser…

Fue casi inaudible, pero InuYasha y Kagome lo susurraron al unísono desde su lado cuando vieron lo que Kikyō traía enredado en la muñeca izquierda.

El toque, el toque perfecto que Kikyō había estado planeado. Pensando, incluso, en el lado del que ese par de incestuosos iban a estar sentados para colocarlo en la mano correcta, para que lo miraran mientras la veían pasar justo como en ese momento. Kikyō sonrió de lado, viendo de reojo cómo aquellos se retorcían ante su presencia.

Kikyō había atado una joya idéntica al Kotodama de InuYasha de tal forma que pudieran apreciar que era una réplica del mismo.

Eso había sido como si el mismísimo diablo los hubiera tentado. Ellos no lo podían creer.

La vieron subir al estrado sin quitarle ni un segundo la mirada de encima.

Ella hizo su juramento de protocolo y los miró indirectamente. Parecía orgullosa y complacida. ¿Haría algo para hundir a Kagome? InuYasha apretó los dientes hasta que chillaron por sí solos. Eso tenía que ser una maldita broma.

—Mi nombre es Kikyō Hishā. —Miró a todos de forma general, con su voz asombrosamente firme, sin titubear, aunque la adrenalina la estuviera consumiendo por dentro—. Soy prima de Kōga y vengo a declarar todo lo que sé.

Taishō tragó duro, dejando de mirarla al instante. Sabía que Kikyō la odiaba, así que asumió que después de eso, su sentencia estaba más cerca que nunca.

—Señorita, por favor. —La invitó a seguir, el juez.

—Mi primo y la acusada parecieron tener algo, aunque jamás se oficializó —inició con lo básico— mucho acerca de su vida privada, no sé. Todo esto que Kōga me confesó salió a la luz hace poco. —Respiró hondo por un momento, procesando todo lo ocurrido—. Me enfrenté a él por haberme estado guardando un secreto muy bajo, que me involucraba directamente.

—Por favor, no lo digas... —rogó a Kagome en voz bajita. InuYasha se moría de ganas por levantarse y decir algo.

Qué diablos creía Kikyō que estaba haciendo ahí. Por suerte, solo faltaba nada para terminar el trámite de anulación de matrimonio para no tener que saber más de ella.

Miroku y Kagura desviaron la mirada, entendiendo que la situación se había puesto imposible. Kagura entendía un poco, ya que su amigo le había comentado algún fragmento de la situación, por fin.

Tōga se mordió la lengua y sintió a su mujer apretarle la mano. Solo restaba esperar.

—¿Qué cosa era esa, señorita? —Prosiguió Snow, como si le leyera la mente.

Kikyō intentó no sonreír. Hacia poco había dejado de hablar con Bankotsu por todo aquello, así que Kagome e InuYasha debían pagarlo de alguna manera.

—Entonces, él me confesó, no solo que la señorita lo hubiera intoxicado, sino cuál era el motivo de su manipulación y por qué Kagome no podía zafarse de eso. —Su voz fue estoica, en ningún momento fingió alguna emoción. El jurado también anotó eso y Ginta la miraba con atención.

Esa guerra estaba ganada.

—¿Qué era eso que impedía a la acusada parar el supuesto acoso?

Kikyō regresó la mirada a su ex y a la amante de este, como si les dijera cuánto los odiaba solo con los ojos. Ese era el clímax de su venganza y todo aquel plan que había armado, aunque —a veces— arrepintiéndose, tenía que parar la ira que el engaño y la repentina muerte de su primo, habían provocado dentro de ella.

—Las cámaras de seguridad de la editorial captaron el momento en el que Kagome…

La aludida sintió sus nervios casi estallar. Con cada letra que ella decía, su corazón parecía querer explotar.

No lo hagas, Kikyō.

«No lo digas».

Todos los corazones involucrados latían a un solo compás.

»—Besaba apasionadamente a mi ex novio —se empezaron a escuchar los comentarios— y ese, es su propio hermano.

¡OH!

Esta vez, el juzgado se quedó en silencio. Fueron unos segundos nada más, pero por un momento, nadie pareció respirar. Todos con sus caras petrificadas y expresiones alucinadas.

—¡Objeción, su señoría!

—¡No ha lugar! —Volvió para la prima de su amigo—. Señorita Hishā… —Ginta, es que jamás esperó tal cosa. Todo menos tal cosa—. ¿Está usted segura de lo que dice?

Automáticamente, Kikyō asintió, haciendo un ademán hacia Snow.

—El abogado puede presentar el fragmento de la grabación que encontré entre las cosas de mi primo.

Snow comprendió entonces, de qué se trataba aquel audio en su correo.

—En seguida lo muestro.

Preparó su grabadora lo más rápido que pudo mientras descargaba el archivo adjunto.

Los Taishō lo observaron sin podérselo creer. Todos esperaban que esa afirmación fuese falsa. Es que no podía ser.

El audio comenzó a sonar.

«—Estás muy altanera. —Se reconoció la voz de Kōga, al instante—. Dime, ¿tus papás saben que follas con tu hermano?

—¿Haces todo esto…? —Se escuchó un silencio incómodo y prolongado—. ¿Haces todo esto por sexo? Me das mucha lástima.

—¡Mide tus palabras, Taishō! —Se escuchó un severo golpe contra la madera—. O yo mismo les mostraré lo que haces con InuYasha, hoy, en la cena de compromiso de mi prima».

—Y creo que se confirma todo… —agachó la vista, apenada, ante la mirada queda del jurado y de los demás—. Si ella fue capaz de intoxicar a mi primo, no dudo que haya intentado asesinarlo. —No volvió a mirar a nadie directamente... ¿se habría pasado con ese comentario?

—¡Kikyō, ¿cómo has sido capaz…?! —InuYasha se había levantado de inmediato, apretando las manos con todas sus fuerzas. Quería romper algo, quería callar a Kikyō y sacarla de ahí para que ya no hiciera más daño con su veneno.

Quería… saber en dónde había quedado la mujer sensata que él conoció. No aquella que estaba ahí, viéndolo con odio y venganza y arruinando lo único que él realmente quería en la vida: Kagome.

—¡Señor Taishō, voy a pedirle que guarde silencio o se retire de mi sala! —El rugido de Ginta no se hizo esperar—. ¿Eso es todo, señorita Hishā?

—Sí, su señoría. —El grito de su ex le había calado, siendo incapaz de poder encararlo con la misma valentía con la que había entrado ahí, sintiéndose triunfal por llevar a cabo un plan de venganza que se le había salido de las manos, pero, que aún mas grande, era el orgullo que no la dejó dar marcha atrás.

—Juez, objeto… —Suikotsu estaba casi temblando. No podía procesar muy bien lo que había pasado. Las pruebas habían caído sin que él las supiera, siquiera. El caso se había venido abajo; después de haber tenido la victoria, simplemente…

—Ha lugar. —Al fin se lo concedió.

—¡El examen de ADN! —Llegó con el sobre hasta el pedestal y lo presentó. Ginta lo miró confundido. Todos lo miraron así. Esa sala era un caos. Snow trató de ocultar su desagrado—. Que prueba que el señor InuYasha y la acusada no tienen ningún vínculo sanguíneo —Kagome abrió los ojos de golpe, regresando a su familia, que no era capaz de verla a la cara— es decir, que ellos no son hermanos.

Kagome comenzó a negar rápidamente. No, no podía ser.

No podía ser.

No.

No-podía.

InuYasha no era…

El jurado, conformado por 3 mujeres y 3 hombres de mirada seria e impasible, volvieron a tomar aire. No podían sumar al historial un incesto. No, eso sería aberrante.

—Abogado, esto no comprueba la inocencia de la acusada —lo miró por sobre los lentes, sonriendo de lado.

Kikyō sonrió. De seguro eran artimañas… algún examen alterado para poder encubrir toda aquella mierda.

—Que quede claro que no hay ningún incesto en estos hechos. —Sebun hizo una pequeña reverencia, agotando todos sus misiles—. Es todo por mi parte, su señoría.

La sala volvió a quedarse en silencio.

—El jurado debe tomar una decisión. —Dijo, mirando a todos de manera general.

Mientras sucedía todo aquello, la mente magullada de Kagome entró en una especie de colapso. No podía soportar ya todo eso de por sí, como para que justo en ese momento, se enterara de esa manera, que su hermano InuYasha no era realmente su hermano. ¿Sería verdad? ¿Acaso sus padres habían decidido alterar los resultados solo para quedar bien? Eso era muy seguro, pero…

Sintió que la mano de Midoriko intentó tomarla por la muñeca, pero ella se apartó, arisca. No dijo una palabra. Ni una sola. No miró a nada más que no fueran sus pies, con aquellos zapatos livianos de color negro. Sentía su delgado cuerpo temblar y por primera vez en mucho tiempo, deseó el abrazo sincero de alguien. Pero ya no tenía a nadie. Ni siquiera a Sango.

Dónde estaba Sango en ese momento. Qué haría. La necesitaba, necesitaba que estuviera allí incluso odiándola, pero que estuviera allí.

»—El jurado ha tomado una decisión —escuchó decir al maldito juez. Sentía odio, en ese momento sentía mucho odio. Pero también sentía miedo, mucho miedo—. Se expuso mucho aquí, se supo mucho también. Los antecedentes apuntan a una sola cosa…

InuYasha ya no podía más y el resto de su gente tampoco. No podían más.

—Por Dios… —susurró Miroku, sin poder evitar el nerviosismo.

Tōga trataba de no quebrarse. No quería y no podía. Su esposa había empezado a derramar lágrimas en silencio y eso lo ponía peor. No ahí, no ahora. No, Midoriko, por favor, no.

—La acusada es declarada culpable…

Kikyō miró para la puerta, comenzando a sentir un vacío en el estómago. No, no, debía levantarse en ese momento si no quería que sucediera una maldita tragedia.

Todo pasó muy rápido: el juez estaba tomando su mazo para sentenciar el veredicto, el corazón de Kagome se había hecho pedazos, su familia apenas estaba procesando la información y sus amigos aún ni habían entendido lo que pasaba, cuando, de pronto, se escuchó una exclamación desesperada en la entrada de la sala, que rogaba atención.

En cámara lenta, todos volvieron a ella y no lo pudieron creer. Algunos ni siquiera lo lograron entender.

—¡Su señoría, soy Sango Tanaca, la abogada de Kagome Taishō! —La muchacha estaba con una mano asida por el marco de la puerta, respirando como si hubiera corrido una maratón. Suikotsu dibujó una enorme sonrisa en su rostro, sintiendo alivio—. ¡y con estas pruebas —alzó una pequeña memoria USB— vengo a demostrar la inocencia de mi cliente!

Continuará…


Tardé mucho haciendo este capítulo, viendo películas donde se trataban juicios, ordenando mis argumentos, haciendo de ambos abogados, recopilando información de capítulos previos y estudiando un poco de derecho para traerles el trabajo lo mejor posible y que vivieran el momento. En este capítulo, es muy importante para mí que me digan TODO lo que sintieron: si les transmitió, si les pareció entretenido a pesar de ser tan extenso, si estuvieron conformes con lo que leían… ¡todo! ¡Estoy muy nerviosa!

Y, sobre Kikyō: sí, ella orquestó todo esto, desde hundir a Kagome hasta salvarla —o eso intenta—. Si Sango no llegaba, ella era la encargada de mostrar el vídeo, aunque le fuera mal por omitir evidencia, lol.

Si al terminar de leer esto, se sienten cansados, los entenderé. Yo estoy agotadísima solo corrigiendo.

Agradezco infinitamente a AIROT TAISHO por su hermosa frase que parafraseé para el epígrafe de este capítulo.

Perdón por tanta presión, estamos llegando al fin del relleno de esta empanada —«Premium», dice Lis-Sama—. Prometo que esto acaba ya.

Un sincero agradecimiento a TaishoScott por exorcizar esta empanada donando un review. ¡Bendita seas!

Gracias infinitas a: Paulina Hayase, Gabriela Cordon, Iseul, Paula Valadez, Nicole Fray, Laurita Herrera, Gaby Obando x2, Gaby Hina, Tuttynieves, Elyk91. ¡Son mis diosas todas!