CIX.

El primer impulso de InuYasha fue el de sacar su espada y cortar unas pocas cabezas, pero sabía que eso traería más problemas de los que solucionaría, por lo que terminó mascullando por lo bajo y la atrajo hacia él, en un movimiento brusco pero no carente de suavidad.

Kagome observó de reojo el crispado rostro de su medio demonio y escondió la sonrisa que tiraba de sus labios. En silencio, con Shippo firmemente en sus brazos, se recostó en el lateral de InuYasha mientras dejaba que Miroku y Sango fueran quienes llevaran la conversación.

Al final de esta, tenían sus propias habitaciones para dormir y pasar la noche mientras se encargaban del demonio que asolaba la aldea algunas noches. Y cuando el terrateniente, quién no le había quitado la vista de encima a su hembra en todo momento, sugirió la idea de darles una habitación a los hombres y otra a las mujeres, un rugido escapó desde lo más profundo de su pecho.

—InuYasha— le riñó ella con suavidad.

El medio demonio farfulló algo que nadie pudo entender pero no dejó de observar con profunda inquina al hombre que les estaba dando un "techo" en el que cobijarse. Finalmente, terminaron dándole dos habitaciones para ellos bajo la apariencia de que acataban las órdenes, pero todos los del grupo sabían cómo iba a ser en realidad el orden establecido. En realidad se hubieran contentado con una sola para todos, estaban acostumbrado, pero no dirían que no a una mayor comodidad. Además, una habitación a solas con InuYasha… sonaba muy, pero que muy bien. Por desgracia, tener una vida ambulante hacía más difícil -pero no imposible- que tuvieran un tiempo a solas para ellos, y se aseguraban a aferrarse a cualquier momento que pudiera venirles bien. Siempre era bienvenido.

Cenaron todos en el comedor del palacio y ese hombre que-tenía-sus-malditos-días-contados no parecía tener ningún interés en nadie más que no fuera su pequeña. ¡Joder, si le sacaba media vida! InuYasha estaba al chasquido de un hilillo de arrancarle los ojos con sus garras.

Kagome se sentó en la comida a su lado, más cerca de lo normal -no por la irritante atención, sino porque sabía lo versátil que podía ser el humor de su… compañero; increíble, qué bien sonaba- y cuando terminaron, se apresuró a levantarse, cogerle la mano y pedir permiso para retirarse a dar un paseo mientas lo instaba a él a levantarse. Algo centelleó en la mirada del terrateniente observando la unión de sus manos, pero mantuvo la boca convenientemente cerrada mientras asentía rígidamente.

El aire nocturno rozándole la piel fue bastante agradable para Kagome.

—¡Maldita sea! — lo escuchó mascullar por lo bajo— ¡La próxima mirada voy a hacer que los cuervos se coman…!

—Calma— murmuró, acogiendo sus labios para callarlo con el tradicional beso. Las maldiciones fueron quedaron ahogadas en su boca y Kagome no pudo más reír—Está bien...

—¿Bien? ¿No viste como él…

—No, porque estaba más pendiente de mi guapo compañero— le dijo, sabiendo lo mucho que le encantaba oírle llamarle así. El gruñido de confirmación que profirió él la hizo volver a reír— ¿Cuándo te darás cuenta de que solo estás tú? — echó la cabeza hacia atrás para mirarlo con una ceja arqueada— Dime, ¿qué más puedo hacer?

Los ojos del medio demonio se desviaron hacia el lugar donde sabía -sentía- que estaba la marca que él le había hecho varias lunas atrás y en un acto inconsciente inclinó la cabeza para que sus labios tocaran ese punto de piel tan sensible para ella. Las marquitas apenas eran perceptibles si no prestabas atención al mirar, pero InuYasha sabía que aunque estuvieran a oscuras, en medio de la tormenta o con los ojos cerrados, él conocería el lugar exacto en el que estaba; no por nada era la prueba fehaciente e irrevocable de que Kagome siempre fue y siempre será suya, así como él era de ella. Sus aromas y almas estaban conectados y un poquito de su esencia demoníaca corría por las venas de ella, marcándola, protegiéndola.

Sintió el cuerpo de Kagome derretirse en sus brazos, como cada vez que lo hacía, y murmuró por encima de su piel.

Ah, qué ganas tenía de llevarla a cualquier rincón oscuros y perdido y hacerle ver lo mucho que le echaba de menos, lo deseoso que estaba por volver a probarla y sentirla, lo mucho que ansiaba escuchar esos soniditos que soltaba cuando estaba en la cima del placer.

—InuYasha…

—Lo sé— jadeó, llevando sus labios hacia la zona sensible de detrás de su oreja.

Pero apenas estaba llegando a sus labios, que la tierra se sacudió a sus pies. Y no metafóricamente hablando, en realidad.

Con un gruñido de molestia, luchó contra las ganas de impedir que ella se moviera cuando, conteniendo una sonrisa, Kagome se alejó de él.

—Siento el fragmento acercándose— murmuró, apartando la mirada para observar un punto lejano.

Mierda.

Qué momento más… fantásticamente oportuno.

Su parte animal -y gran parte de él, en realidad- lo único que deseaba era cogerla en voladas y escaparse a cualquier lugar perdido donde pudieran estar solo. Sin embargo…

Joder, lo sabía: su camino no había hecho más que comenzar. Después de todo a lo que habían tenido que sobrevivir juntos, eso en realidad solo era una ínfima parte de los que le quedaba por delante. Junto a su pequeña, la maldita razón de su existía desde que la encontró cuando no tenía más que unos meses de vidas, y aquellos que habían terminado convirtiéndose en su familia… aun tenían un largo camino por delante.

Los fragmentos de la Perla de Shikon les esperaba, y Naraku también.

Y qué mejor que vivir la aventura de la mano de su -por fin - compañera.

Palabras: 957


Mañana publicaré el epílogo y diré las sorpresitas que se vienen, porque, la verdad, ahora mismo me encuentro sin palabras para describir cómo me siento después de todo este tiempo... Solo hay algo que siento que imprescindible decir: GRACIAS. Gracias por sin vosotros, sin vuestro apoyo, nada de esto sería posible. Mil gracias por estar ahí siempre y seguirme en esta gran aventura.