Epílogo.
—¿Ya?
—Calla, todavía no.
—¡Llevamos mucho tiempo en camino!
—No te quejes, no eres tú la que lo estás haciendo.
Kagome refunfuñó por lo bajo algo que sonó muy parecido a "maldito medio demonio" y "malditas sorpresas" que no trató de ocultar al canal auditivo desarrollado de su compañero. Este terminó carcajeándose y apretando el cuerpo femenino más contra sí, pensando en lo mucho que jodidamente amaba a la joven que se encontraba en sus brazos.
—Bien, vale— masculló ella dejando la cabeza caer encima del hombro de él. Sintió los labios de él en el tope de su cabeza y una sonrisa terminó escapándosele de mala gana. Mierda, después de todo, no podía estar enfadada con él.
Un tranquilo silencio los rodeó y Kagome se dejó llevar por el sonido de los pasos de InuYasha mientras pisaba la hierba, corriendo a toda velocidad; el murmullo del viento zumbando en sus oídos o los distintos atisbos de la naturaleza que les rodeaban. ¿A dónde quería llevarla? ¿Qué le tenía preparado?
Antes de lo que había creído, los pasos fueron desacelerando y Kagome creyó oír el sonido de un riachuelo a lo lejos. Poco después, la dejó encima de sus pies y la colocó delante de él, acunándole las caderas con sus manos para dejar que el pecho de él rozase la espalda de ella. El corazón de Kagome tronaba estridentemente en el momento que sintió la respiración de él en su oído.
—Quítate la venda.
Con el estómago lleno de mariposas y un nudo en la garganta por la impaciencia y curiosidad, Kagome llevó las manos detrás de su cabeza y desató el nudo con el que le había impedido ver el camino por el que se estaban dirigiendo. Se quitó la tela y la luz del sol la molestó por un pequeño instante, teniendo que entrecerrar los párpados.
Entonces, sus pupilas se adaptaron nuevamente a la claridad y Kagome sintió su corazón explotar en mil pedazos.
Porque ella conocía aquel lugar. Sí, claro que lo hacía. Conocía la casa que se alzaba frente a ella, el pálido y frágil esqueleto de lo que anteriormente había sido, que con el pasar de los años había sido consumida por la naturaleza que la rodeaba hasta hacerla formar parte de la misma.
Sus piernas amenazaron con no sostenerla y si no hubiera sido por las manos de él sujetándola, hubiera caído al suelo.
—¿Qué…?— el nudo en su garganta le impidió hablar, sin embargo, sintió el dolor en su piel cuando ella misma se pellizcó la mano contraria.
No, no era un sueño, ni una ilusión ni nada. Era real, estaba ahí.
Su hogar.
Su antiguo hogar.
El lugar que la había visto crecer.
—¿De verdad no habías podido pensar que nos dirigíamos aquí? — inquirió InuYasha en tono suave, contenido, deslizando la melena de uno de sus hombros hacia atrás para poder verle la expresión llena de emoción, dolor y sorpresa.
—No— sacudió ligeramente la cabeza—, no. Creí… ¡Ah, no sé qué creía, en realidad! — exclamó, llevándose las manos al rostro, aun sabiendo que era inútil intentar enjuagarse las lágrimas que no dejaban de salir— No me dijiste que… ¿Cómo lo has sabido? — jadeó.
Había tenido recuerdos de aquella casa como un lugar idílico, donde había pasado los mejores años de su infancia, acompañado de InuYasha y su madre, dónde había conocido el amor y la protección, donde se había enfadado y había rabiado; pero, desde que escaparon aquella lluviosa noche de invierno, ella… jamás… pensó que volverían. Con el pasar de los años esa cabaña se había terminado convirtiendo en un lugar idílico, un recuerdo imborrable en su memoria, y ese lugar físico había pasado a ser algo más sentimental.
Ahora, frente con frente a ella, sintiendo el aroma floral que tanto le recordaba a su madre, escuchando el murmullo del arroyo que tantas y tantas noches la había adormecido, viendo enorme árbol donde había aprendido -o intentado- a escalar… Fue como un huracán adentrándose en su pecho y su corazón, devastándola por completo. Porque de pronto, se vio con 12 años, acurrucada en el pecho de su medio demonio, huyendo del único hogar que conocía, mientras el futuro incierto se abría ante sus ojos, devorándolos con sus fauces. De pronto, oyó la voz de los aldeanos gritando «¡Asesino! ¡A por el asesino! ¡Coged a la bestia!» y sintió las lágrimas corriendo por su semblante, asustada e impotentes; las gotas de lluvia empapándolas como una pesada carga sobre sus hombros.
—¿Pequeña?
Unas manos le acunan el rostro y cuando Kagome volvió en sí misma, se encontró con que él se había puesto delante de ella y le está quitando la humedad de su rostro.
—Vuelve a mí— le dijo cálidamente, sus ojos destellando como el oro puro por la preocupación— Vuelve conmigo, todo ha pasado.
Sí, se dijo, sintiendo el calor humano junto a ella, sus manos, su aroma, la profundidad del amor en su mirada. Todo ha pasado.
—Te quiero— susurró, inclinándose sobre sus dedos de los pies para acercarse a él. Cerró los ojos y aunque no lo veía, supo que estaba sonriendo en el momento que los labios de él descendieron hasta su mejilla, primero a una, después a otra, hasta finalmente encontrarse con sus labios.
—Eres mi vida, siempre lo has sido— respondió él con sencillez.
Al igual que cada vez que él, su tosco y malhumorado medio demonio, le decía cosas como esas, Kagome sintió derretirse entera y soltó una risilla. InuYasha nunca había sido de demostrar sus sentimientos, pero cuando lo hacía por ella… simplemente la mataba y la hacía renacer con cada cosa que decía.
Un silencio apacible y cargado de sentimientos y recuerdos se instaló a su alrededor y Kagome disfrutó de la tranquilidad con el solo piar de los pájaros, el arrullo de las hojas al moverse por la acción del viento, y el latido del corazón de él.
Su hogar.
—¿Podemos…
—Lo sé— respondió él.
Se separaron y, sabiendo lo que el otro estaba pensando, emprendieron el camino; uno que, no importaba el tiempo que pasase, todavía se sabía de memoria, y conforme se iban acercando, Kagome iba siendo sus piernas más temblorosas, su corazón bombear con más frenetismo y su respiración volverse más forzosa. InuYasha le apretó la mano en un mudo signo de apoyo y aunque deseaba pasar una mano por su cintura, decidió que, pese a todo, Kagome necesitaba su espacio, como le estaba ocurriendo a él.
A unos pasos del lugar, ambos se detuvieron súbitamente, con sus ojos puestos en el trozo de piedra que había escondido entre distintas flores y matorrales. Con sus apenas 12 años, la joven Kagome había plantado semillas esperando verlas florecer para «alegrar a mamá desde donde estuviera», pero tuvieron que escapar mucho antes de que se pudieran saber si había servido o no… y ahora… ver tantos colores, tanta vida en el lugar que descansaba la mujer más importante de sus vidas…
Las lágrimas volvieron a deslizarse por las lágrimas de Kagome, esta vez más silenciosas, y por la tensión en la mano de él, InuYasha no debía estar muy lejos de sus sentimientos.
La joven inspiró con fuerzas y sin soltar el agarre, emprendió el camino hasta detenerse a poca distancia de la tumba. Acuclillándose delante de ella, se llevó una mano al corazón.
—Hola, madre. Mira donde estamos. Sé que donde quiera que estés, velas y cuidas de nosotros, pero aquí… Supongo que te tengo un poquito más cerca, ¿no? ¿Quién iba a decirme que volvería a este lugar? Después de todo…— murmuró meditabunda, rozando con sus dedos la fría piedra rodeada de flores— Lo hemos conseguido, madre. Huimos de este lugar cuando no era más que una cría y míranos: hemos reunido los fragmentos de la perla, derrotamos a Naraku… Sobrevivimos…
Y como si hubieran retrocedido los años, Kagome habló y habló de todo lo que se le ocurría, aunque sabía que Izayoi debía saber todas esas cosas. InuYasha se colocó a su lado escuchando en silencio, apoyándose mutuamente, y la muchacha le habló de la maravillosa familia que habían creado y que tanto amaba; le habló de cómo consiguieron enfrentarse a Naraku cuando se adentraron en las profundidades de su cuerpo; como la perla la retuvo en su interior y como gracias a InuYasha, pudo regresar y pedir el deseo correcto para que desapareciera… Le contó sobre Kikyo y su muerte, como, después de todo, luchó contra Naraku y terminó pereciendo en la batalla… Le habló de Kaede, quién era ya toda una jovencita que tenía más un pretendiente a su estela y de cómo Sango y Miroku estaban planeando su boda. Le habló de Koga y su prometida, Ayame, y cómo Shippo no dejaba de entrenar como convertirse en un demonio muy poderoso. De Sesshomaru y Rin, quién les visitaba muchas veces y se ha hecho muy amiga de Kaede; de Kohaku, que sobrevivió gracias a un último deseo de la sacerdotisa…
Habló hasta que las lágrimas dejaron de salir. Hasta que sus piernas se quedaron dormidas. Hasta el sol empezó a esconderse por el horizonte.
—Y mamá…—murmuró al final, en su rostro apareciendo la más hermosa de las sonrisas cuando se giró hacia InuYasha, quién no había hecho más que mirarla completamente embelesado— voy a aprovechar la oportunidad para para presentarte a alguien— sus ojos brillaron y algo en el interior de InuYasha cosquilleó cuando la mano que la muchacha no le había soltado se movió y tiró de ella para posarla en su estómago plano.
Durante un latido, el mundo se detuvo.
—¿Qué? — balbuceó como un idiota.
—InuYasha… estoy embarazada. Llevo unos días raras… y hablando con Sango y Kaede…— calló, nuevas lágrimas -esta vez de pura felicidad- arremolinándose en sus ojos achocolatados— Vamos a ser padres.
Silencio.
Entonces…
—¡Mierda, sí! — exclamó el medio demonio poniéndose en pie y llevándose a Kagome consigo para atraerla a sus brazos— Pequeña, yo… yo…— tragó saliva, conmocionado por el barullo de sentimientos que lo asolaba. Incredulidad, emoción, felicidad, conmoción, adoración… amor…— No sabía lo perdido que estaba hasta que te encontré… hasta que le diste sentido a mis días…
—InuYasha…— sonrió, viendo una lágrima descender por la mejilla de él.
Incapaz de contener las emociones, se besaron y el mundo desapareció para ellos, envolviéndose en esa burbuja tan familiar que los aislaba de la realidad y los acobijaba en ese lugar que solamente era para ellos. De hecho, no importaba dónde estuvieran; Kagome había aprendido que el hogar nunca había sido un sitio material. No. Estar con InuYasha… entre sus brazos… y ahora con un pequeño fruto de los dos en camino… sí, aquel era su verdadero hogar.
En la distancia, el sol se escondía entre las montañas y una nueva vida, una nueva aventura, comenzaba para ellos.
Palabras: 1802.
No me creo que haya llegado aquí. Os lo juro, no me lo creo. Todo empezó con historia que llevaba mucho tiempo empezada en mi ordenador y que nunca me atrevía a continuarla. Y con la llegada de una pandemia mundial, pensé que sería un buen momento para intentarlo y alegrar así los días días tan difíciles que llegarían. Y mírame: casi un año después, después de épocas muchos altibajos, de ausencias y actualizaciones regulares, estoy dándole punto final a mi proyecto más ambicioso y del que más orgullosa estoy porque... mierda, nunca pensé que llegaría este momento. ¡Estamos en el epílogo! ¡Lo hemos conseguido!
Muchísimas gracias a todos los que habéis estado ahí apoyándome desde el principio, los que llegasteis después o incluso los que habéis empezado ahora. Si habéis llegado a aquí y simplemente estáis leyendo esto, no me queda otra cosa más que agradeceros por haberme aguantado durante tanto tiempo. Sin vosotros, sin vuestras palabras bonitas, nada de esto habría tenido lugar. Me disteis ánimos en mis peores momentos, me apoyasteis en todo momento, y le habéis dado una oportunidad a mi historia. Simplemente GRACIAS.
Y bueno, creo que ya va siendo la hora de ir anunciando la tan esperada sorpresa: *redoble de tambores*
¡La semana que viene tendréis actualización! Sí, como leéis. Ikigai todavía no ha llegado a su fin. ¿Os acordáis de la pregunta que os hice sobre cosas que os gustaría leer? ¿No os dio una pequeña pista? Se vienen los outtake's. Aún tengo cositas en mi ordenador guardada que están esperando salir a la luz. La primera de ellas y que traeré la semana que viene es lo que, creo yo, todo el mundo está esperando: el origen de Kagome. ¿Estáis preparados?
¡Volveremos a vernos en unos días!
