A Sirius no le sorprendió que, siete días antes de la siguiente luna llena, Snape cambiara su patrón y decidiera unirse a ellos en el salón tras la cena. Tampoco le sorprendió que pusiera una caja sobre la mesa con viales llenos de poción. Lo que sí le sorprendió fue la reacción de Remus al distinguir el conocido color azulado.

— Te dije que no lo hicieras, Sirius —le renegó, molesto.

Le miró molesto, sin saber qué había hecho aquella vez.

— Black no ha tenido nada que ver —contestó la voz seca de Severus, que le tendía uno de los viales.

Lupin se giró a mirarle con reproche. Y lo entendía, había convivido con el hombre más de un mes y sabía lo orgulloso que era. Pero aún así siguió con la mano extendida hacia él, sin alterar su expresión.

Reticente, Remus acabó por tomar el vial, pero no lo abrió, se limitó a mirarlo, con las manos en el regazo.

— No voy a envenenarte.

Levantó los ojos para mirar a Snape, que le miraba a su vez con el ceño fruncido, molesto, pensando que la causa de aquella reticencia era que dudaba de sus intenciones.

— No la he tomado en muchos años, pero recuerdo que no me sentaba bien —le explicó con el tono que usaba en sus clases, tranquilizador—. Hacía su función, pero los días anteriores me sentía fatal.

— Eso ocurre cuando los ingredientes no son de la mejor calidad, pero te aseguro que yo solo trabajo con lo mejor.

Snape estaba a la defensiva y Black casi se compadeció de él. Su trabajo era lo único que había controlado en su vida, que dudaran de sus capacidades era lógico que le molestara. Remus debió de seguir la misma línea de pensamiento, porque quitó el tapón de corcho y se llevó el vial a los labios, sin dejar de mirar a Severus.

Cuando Sirius entró al sótano la madrugada tras la luna llena, no se sorprendió de encontrar allí a Snape, ante la reja de la celda. Había confiado en su criterio cuando le dijo que se asegurara de que se instalara una cama en la celda. La teoría decía que, tomando Matalobos, Remus no perdería el control de su mente estando transformado, lo que le permitiría pasar la noche tumbado sobre la cama. Y por supuesto le generaría menos sufrimiento porque no se heriría a sí mismo, solo sufriría los efectos físicos de la transformación.

Al acercarse a la reja, vio que Snape sonreía un poco. Había estado muy tenso la noche anterior cuando Remus se despidió de él y bajó al sótano, ahora entendía que necesitaba ver con sus propios ojos que su poción funcionaba. Remus dormía tranquilo en la cama, bien arropado. No se apreciaban heridas en la poca piel que se veía desde ahí. Aún así, junto a la cama, en una mesita que no estaba allí la noche anterior, había varias pociones.

No dijo nada, solo palmeó el hombro del pocionista antes de marcharse rumbo a la cocina a hacer rabiar a los elfos prepararando café. Snape le siguió un rato después, todavía con aspecto de sentirse satisfecho con su trabajo.

A media tarde, unos nudillos golpearon la puerta del laboratorio.

— Adelante —respondió, imaginando quién era su visitante.

Los pasos cautos de Lupin se adentraron en la pequeña habitación, pero él no despegó los ojos de los ingredientes que cortaba con mucho cuidado. Su visitante se quedó a un par de metros de la mesa en la que trabajaba. La incomodidad en su postura era evidente cuando se giró a mirarlo.

— Quiero pagarte.

No le sorprendió. Le indicó con un gesto una silla mientras acababa de cortar aquello y lo guardaba en un pequeño bote de cristal. Con calma, se lavó las manos y se movió por la habitación hasta sentarse en una silla frente al lobo.

— No necesito dinero.

— Los ingredientes son caros —insistió.

— No necesito tu dinero — le aclaró.

Como cabía esperar, Lupin se ofendió. Se levantó, dejó unas monedas sobre la mesa, y fue a salir sin más de la habitación cuando la voz de Severus le detuvo.

— Me refería a que si quieres pagarme, puedes hacerlo de otra manera.

Fue consciente de que aquello sonaba realmente mal cuando el otro se giró, con cara de estar aún más ofendido. Levantó las manos para tranquilizarlo.

— Quiero montar un negocio de pociones, pero mucha gente no confía en mí por mi pasado. Tú puedes ayudarme siendo el intermediario. Te pagaría, un porcentaje —se apresuró a explicar—. Jamás me aprovecharía de tu situación, Lupin.


Ya os estabais asustando ehhh. Pocas veces nos paramos a pensar en cómo vivió Severus socialmente el ser un mortífago, tuvo que ser duro y explica mucho de su carácter en la treintena.

¡Hasta mañana!