*DISCLAIMER: Los personajes y serie no me pertenecen, son propiedad de la mangaka Rumiko Takahashi. Únicamente el fanfic y su trama son de mi entera pertenencia. No se aceptan copias, adaptaciones y/o plagios. Muchas gracias.

*SUMMARY: Izayoi se ha escabullido de los brazos de su esposo para ir a cuidar unas horas a su nieto. Entre juego y juego, aprovecha para enseñarle un par de palabras nuevas, sin sospechar que esa tarde sería inolvidable para ambos.


''Grandma''

—Iza, Iza... —Pronunció por enésima vez con paciencia y sin dejar de gesticular cada una de las letras.

—I... I...

—Vamos, cariño, di "Iza".

—I...

Izayoi acarició maternalmente la cabellera azabache de su nieto y le sonrió con genuina ternura. Aún recordaba cuán divertido había sido enseñarle a hablar a Inuyasha y ahora volvía a repetir la experiencia con su primer nieto. Estaba tan emocionada que a duras penas podía contener los gritos de alegría. ¿Qué más daba si el pequeño Kou apenas podía pronunciar la primera letra de su nombre? Al menos era algo y, si conseguía ser llamada "Izayoi" antes que su consuegra, se sentiría irremediablemente feliz.

Miró al infante frente a ella mientras gateaba entre un sinnúmero de juguetes, cubos y peluches que parecían más una pista de obstáculos antes que un parque de juegos. Desvió la mirada al enorme ventanal que daba a la inmensa ciudad plagada de edificios, la misma por la cual entraba un sol radiante y una brisa de lo más agradable. Desearía tanto poder alzar a su nieto para enseñarle lo monstruosamente altos que eran los edificios, pero no estaba segura de qué le diría su esposo si la pillaba haciendo algo así. Seguramente la tacharía de loca e imprudente. Mejor mantener las manos donde pudiera verlas y, hablando de ver, ¿dónde se había metido el niño?

—¿Kou...? ¡¿Kou?!

¡Inuyasha la mataría si lo perdía de vista! Se alzó con cuidado y se sacudió el inexistente polvo prendado de sus ropas y con ojos desorbitados comenzó a buscar al inquieto pelinegro.

—¿Kou? —Volvió a preguntar con temor y miró la extensa habitación celeste pastel.

Tras breves segundos que a ella le parecieron eternos, escuchó un gorgojeo proveniente de debajo de la cuna. Se agachó con miedo y, efectivamente, desde allí la observaban pícaramente un par de ojos dorados idénticos a los de su hijo.

—Ahí estás, pillo —y, lejos de querer arrastrarlo fuera de aquel nido de polvo y pelusas, la mujer se escurrió debajo de la espaciosa cuna junto a él—. ¿Qué tanto miras, eh? —Otro gorgojeo fue su respuesta y, sin poder contenerse más, le apretó las suaves mejillas con cariño— Eres tan adorable...

Observó el suelo desde su posición. Se sentía diminuta y, al mismo tiempo, era divertido esconderse junto a Kou y pretender no existir. De reojo pudo apreciar el momento exacto en que el niño quiso llevarse una pelusa a la boca, pero logró arrebatarle el polvoriento objeto justo a tiempo.

—No, Kou —regañó—, esto no se come. Te hará doler el estómago —tiró lejos la pequeña bolita de algodón y se acercó más al infante—. Mejor retomemos lo de antes, ¿te parece? A que sí. Repite conmigo: Iza... I-za...

—I... —Las pálidas mejillas se inflaban una y otra vez, intentando pronunciar una sílaba que para el niño eran más bien palabras impronunciables— I... —Volvió a intentar— Iz...

—¡Eso, eso! —Gritó eufórica y se apresuró a cubrirse la boca por temor a gritar demasiado alto— Ese es mi nieto —murmuró con apremio—. Iza... Izayoi... I-za-yo-i... ¿A que es bonito mi nombre? ¿No quieres que sea tu primera palabra? Estoy segura de que sí.

No podía contener su emoción. Sabía que Kou ya había pronunciado varias palabras. Su primera palabra había sido "mamá" y, más tarde, "papá", pero aún no había dicho su nombre, ni el de su abuela materna, por lo cual aún le quedaba tiempo para ganar esa competencia auto-impuesta. Se sentía tan cerca de cumplir su meta. No podía rendirse ahora.

Tras varios minutos, mofletes y caras chistosas, parecía estarlo logrando. Cada vez el infante pronunciaba con mayor facilidad las primeras dos letras de su nombre, demostrando así que los niños de verdad absorbían el conocimiento como esponjas. Claramente la inteligencia había sido heredada de su parte, ella misma se calificaba como una mujer muy astuta y locuaz.

—Izayoi —repitió—, vamos, dilo. Es tu turno.

—I-iza...

—¡Eso e...!

—¿Kou?

Su grito fue interrumpido por una voz sumamente conocida para ambos e Izayoi supo que su hora de jugar había finalizado. ¿En qué momento se había abierto la puerta del cuarto del bebé? No había oído a su hijo entrar.

—¿Dónde estás?

Escuchó una risa infantil provenir de debajo de la cuna e Inuyasha rodó los ojos con obviedad antes de agacharse para buscar a su primogénito. Los ojos dorados y maduros se encontraron con los oscuros y profundos de su madre y, al mismo tiempo, parecieron no coincidir en ningún momento. Tomó a su hijo en brazos con cuidado y lo alzó para quitarle el excedente de polvo. Definitivamente había salido igual de revoltoso y travieso que él.

—¿Qué hacías aquí abajo, eh? ¿Quieres que te construya un fuerte? —Bromeó.

Últimamente a su hijo le gustaba demasiado esconderse en ese lugar y quedarse por largos minutos balbuceando y riendo. Era algo que ni él, ni Kagome lograban entender, pero preferían dejarlo jugar allí. Por eso se esforzaban para mantener esa zona limpia el mayor tiempo posible. Lo que resultaba en una auténtica odisea teniendo a un hijo que cada vez adquería más independencia y un gusto casi monstruoso por tirar las cosas al suelo o patearlas debajo de los muebles.

Izayoi salió de debajo de la enorme cuna y volvió a sacudirse las ropas con parsimonia mientras miraba amorosamente al dúo de padre e hijo.

—Has crecido mucho... —Susurró al tiempo que sus ojos se tornaban vidriosos y se llevó una mano a la boca para cubrir cualquier quejido que intentase salir.

—Vamos, es hora de tu baño. Mamá estará pronto en casa... Y no quiero ni pensar en lo que me dirá si te ve con toda esa tierra encima.

Inuyasha dio media vuelta dispuesto a dirigirse al cuarto de baño, pero la voz inquieta de su hijo lo detuvo.

—I...

—¿Qué pasa?

—I... I...

Inuyasha reacomodó a su hijo y lo miró con dulzura para luego revolver su abundante cabello azabache.

—Sí, el nombre de papá comienza con "I", ese es mi muchacho —se dispuso a continuar su camino, pero nuevamente Kou se desacomodó y estiró su mano queriendo alcanzar algo que se encontraba a su espalda—. ¿Qué?

—I... Iz... Iz... ¡Iza!

En ese preciso instante, Inuyasha detuvo su marcha al tiempo que su corazón se helaba. A su espalda, Izayoi sintió un calor reconfortante en su pecho, el mismo que llevaba tiempo sin sentir nada más que frío.

—¡Iza, Iza!

Los gritos en su oreja lo obligaron a volver a la realidad que no sabía en qué momento había abandonado y miró con terror a su hijo que continuaba queriendo alcanzar algo tras él.

Izayoi se acercó lentamente hasta su nieto y tomó la pequeña manita que este le extendía. Le sonrió con ternura y poco a poco lo fue soltando.

—Jugaremos más tarde —susurró—, ahora debes ir con papi.

Y, como si este último hubiera sido consciente de su mención, finalmente se volteó aún con su hijo en brazos. Lo vio pasar del desconcierto a una angustia casi desoladora que pareció adueñarse de su mirada. Esa misma mirada que no veía en sus ojitos desde que era apenas un niño con temor a las agujas, a la oscuridad, a tantas cosas. Esa mirada había quedado atrás hace muchos, muchos años, cuando él se convirtió en un hombre. Ver sus ojos plagados de miedo, un miedo que le encantaría aliviar, solo podía producirle un incontrolable deseo de abrazarlo con todas sus fuerzas para no soltarlo jamás. Le daba tanta nostalgia verlo así... Pero no era necesario. Su hijo había crecido. Había pasado de ser un niño tierno a un adolescente irascible, un joven holgazán y, finalmente, un padre y esposo cariñoso que sorpresivamente era increíblemente similar a ella. Criaba a su nieto con las mismas mañas con las que ella lo había criado a él. Sin saberlo, siempre la había observado y ahora usaba esas mismas técnicas para educar a su propio hijo. Sonrió con ironía. Los hijos dicen desear no parecerse nunca a sus padres, pero cuando tienen hijos propios, todo lo que les queda es el ejemplo que ellos les habían dado al momento de criarlos. ¿Y quién diría que Inuyasha, el mismo que entregaba los trabajos una semana tarde, podía ser un padre tan responsable?

—No hagas esto más difícil, cariño —habló mirando al menor que continuaba haciendo pucheros y un esfuerzo casi sobrehumano por no llorar—. Sé un buen niño y ve a bañarte. Aquí estaré cuando vuelvas, ¿vale?

—¡Iza!

—Mamá...

Las dos voces, tan diferentes entre sí, extrañamente lograron sintonizarse para hablar casi con el mismo dolor. Mientras el niño, al fin, comenzaba a llorar, su padre solo podía apretar los dientes mientras intentaba ignorar el nudo en su garganta. Pronunciar esa palabra después de tantos años seguía logrando quebrar su voz.

—Yo... No puedo verte, madre...

Izayoi apretó los labios con dolor. Su hijo, por primera vez en años, era plenamente consciente de su presencia. No importaba que él no pudiera verla, ella sí podía verlo. Lo había visto graduarse de preparatoria, obtener su título, había visto su vergonzosa propuesta de matrimonio y, obviamente, su boda. Había estado presente en los eventos más importantes de su vida aunque para él ella hubiera brillado por su ausencia.

—Te extraño —susurró a la habitación vacía aún con su hijo en brazos. Sabía que podía oírlo, sabía que seguía allí, la mano extendida de Kou se lo confirmaba.

—Yo también, mi niño —respondió y acarició su mejilla, ocasionando en Inuyasha la sensación de ser mimado por la brisa que entraba desde el ventanal—. Nunca he dejado de extrañarte.

Ah, sí que había crecido. Ya no era un niño. Se había convertido en un hombre fuerte, seguro e independiente. Un hombre completamente capaz de dormir con las luces apagadas y sin miedo a las agujas e inyecciones.

—Tienes un hermoso hijo y una esposa devota que te ama. Me alegro, en verdad me alegro por ti, hijo.

Nunca había dejado de compartir su felicidad: celebrando sus victorias y sufriendo sus derrotas como si fueran propias. Arrullándolo por las noches con la brisa más amigable que pudiera brindarle para consolar el sinnúmero de veces que le rompieron el corazón, despejando las nubes del cielo en todos sus cumpleaños, llenando el firmamento de estrellas en su noche de bodas o colocando el sol más radiante durante su luna de miel. Nunca, ni por un momento, lo dejó solo, pero ahora que él podía sentirla tenía la necesidad de repetirle lo que por tantos años susurró en silencio: el orgullo que sentía por su amado hijo.

—Él... Él es Kou —murmuró casi sin fuerzas. Ahora comenzaba a comprender algunas cosas—. Gracias por jugar con él.

Ella estaba ahí, realmente estaba ahí. Viéndolo y escuchándolo. Un sentimiento de nostalgia se instaló en su pecho, pero casi al instante se sintió reconfortado. Cuando su madre murió producto de una enfermedad creyó que tendría que esperar a morir para verla de nuevo y, aunque no podía verla, por primera vez en años podía sentir su calidez junto a él. De una u otra forma estaba presente y tal vez era eso lo que le generaba esas ganas de llorar con el mismo fervor que lo hacía su hijo. Comenzó a mecerlo entre sus brazos para calmarlo y tal vez para distraerse a sí mismo de esas emociones que eran demasiado fuertes para su persona.

—Iza, Iza —repetía entre pequeños hipidos e Inuyasha rio genuinamente al escuchar el nombre de su madre en la voz de su amado hijo.

—Parece que está muy feliz al poder decir tu nombre, ¿eh, madre? Pero no la llames así —habló esta vez a su hijo—, mejor llámala... —Inuyasha se acercó al oído del pequeño y susurró algo inentendible aún para Izayoi. Tras breves segundos, Kou la miró con entusiasmo y gritó con júbilo una palabra que parecía comprender en su máximo esplendor.

—Abe... ¡Abela!

Izayoi abrió los ojos con asombro, para luego dar paso a una sonrisa resplandeciente que contrastaba con la alegría de su mirada. Inuyasha le sonrió al vacío, casi como si hubiera podido vislumbrar su reacción e infló su pecho con orgullo.

—Kagome se esfuerza constantemente para hacer que Kou hable y la palabra de esta semana era "abuela" o "abuelo" —explicó. Si bien al pequeño le costaba pronunciar el nombre de su abuela materna, por lo menos podía decir con mayor soltura la palabra que los unía por sangre—. Espero que a Kagome no le moleste que Kou te lo haya dicho a ti por primera vez y no a mi suegra —de todas formas no era necesario decirle que aquella palabra había sido pronunciada por primera vez hacia su progenitora, ¿no?

—¡Abela!

—Espero que no te moleste que te llame así.

—Honestamente no me agrada mucho —detestaba la idea de ser llamaba "abuela" y pensar que estaba repleta de arrugas o canas—, pero tener un nieto maravilloso como este... Vale la pena.

._._._._._._._._._._._.

La puerta del departamento se abrió y Kagome dejó caer pesadamente su bolso en el suelo. El día había sido eterno, agobiante y todo lo que deseaba era una ducha caliente, una larga siesta y una hermosa velada rodeada de los hombres a los que amaba con locura. Sin embargo, poco tardó en notar el silencio que inundaba el acogedor departamento. Cerró la puerta con llave y se dirigió al cuarto infantil algo dubitativa solo para encontrarse con una imagen que la dejó pasmada.

—¿Q-qué? ¿Inuyasha? —En el umbral de la puerta, con su hijo sonriente en brazos, Inuyasha miraba atentamente la habitación vacía. Sumido en un trance que lo obligaba a mirar a todos lados y a ninguno al mismo tiempo. Lo rodeó lentamente y abrió los ojos con sorpresa al ver las lágrimas recorrer las mejillas masculinas— ¿Estás bien?

La dulce voz de su esposa lo trajo a la realidad. Parpadeó rápidamente para quitar el exceso de lágrimas y la miró por primera vez. ¿En qué momento había llegado?

—¿Ocurrió algo? —Preguntó con genuina preocupación.

Inuyasha tuvo ganas de decirle tantas cosas, de llorar, de pedirle que sobre todo no lo tomara por loco ante lo que iba a decirle, pero no encontraba las fuerzas necesarias para hablar. El calor reconfortante que inundaba la habitación pareció alentarlo al tiempo que la brisa traía consigo el olor de los jazmines. Respiró hondo y toda la pesadez de su pecho pareció esfumarse en un instante.

—No es nada. Solo... Alguien muy importante vino a conocer a Kou.


FIN


¡Les dije que iba a volver! Soy como la cuarentena: no me voy jamás xD antes que nada quiero aclarar que tuve que crear un hijo "extra" para este AU, ya que siento que Keita y Kou tendrían personalidades diferentes dependiendo de su entorno. Aún no sé si va a quedar este nombre definitivamente jsjs

También quiero añadir que los niños son comúnmente encontrados debajo de camas porque ven fantasmas o duendes que quieren jugar con ellos, por eso me resultó interesante colocar a Izayoi jugando con Kou debajo de la cuna :o

¡Nuevamente gracias por leerme y gracias a las lectoras nuevas que se suman día a día en ambas plataformas! ¡Espero sus comentarios ansiosa para saber si les gustó! ¡Recuerden que sus comentarios me hacen crecer fuerte y sin pulgas! :D

¡Nos leemos pronto, hermosuras!

19.5.21