El infinito dolor que sentía, no le permitía ver una salida. Albert se marchó sin dejar rastro, dejándola sola con su melancolía, como si no le importara su sufrimiento y, aunque no quería admitirlo, en el fondo de su mente, podía ver el porqué de su desesperación por encontrarlo, pues desde aquella dura separación, se volcó por completo en ayudar a su amigo como una forma de no pensar en nada más. Ahora, sola nuevamente, vivía el día a día a duras penas. En cuanto dejaba atrás la pequeña clínica, su desocupada mente se llenaba de aquel fantasma que no se atrevía a nombrar; y en las noches, se torturaba con imágenes de una escalera y un cálido abrazo que no podía dejar atrás. Era imperioso hacer algo, su búsqueda no rendía frutos y su desesperanza sólo iba en aumento.
Una tarde, deambulando distraída camino a casa, chocó de frente a una mujer.
-¡Sigues siendo una atolondrada!
-¡Mary Jane!- exclamó Candy.
Sin saber porqué, las lágrimas comenzaron a brotar sin control, bañando el rostro de la joven. La veterana enfermera le miró asombrada, abrazándola, por primera vez, para darle consuelo. Esperó pacientemente a que la muchacha se calmara y pudiera hablar. Candy jamás imaginó que la respuesta a sus plegarias estaría en ese fortuito encuentro.
Después de aquella providencial coincidencia, escribió cartas de agradecimiento a sus madres en el Hogar de Pony; a sus amigos, una para cada uno, resaltando esos momentos importantes y lo que significaron para ella. Otra para su benefactor, el abuelo William, pidiéndole perdón por millonésima vez, pues estaba segura rompía nuevamente con sus expectativas. En cada carta, además de retribuirles por ser parte de su vida, imploró por su libertad, porque le permitieran avanzar por el camino elegido sin cuestionamientos.
Sonriendo recordó a los que había dejado atrás. Si fue un acto que podría considerarse egoísta, era el primero en su vida. Sin embargo, era un paso que debía dar. "Mira siempre hacia adelante, Candy…" Un escalofrío la recorrió entera, hacía meses, desde que llegara a Francia, que no había vuelto a pensar en él. Su vida dio un vuelco tan grande que apenas tenía tiempo para descansar, mucho menos para divagar.
-¡Scheisse!- soltó violentamente el soldado que atendía en el hospital donde consiguió trabajo rápidamente debido a las convulsiones ocasionadas por la gran guerra. En cada sitio de Europa se necesitaban manos y no importaba el origen de éstas. -Debería poner más atención a lo que hace, señorita pecas- le recriminó.
Candy retrocedió alarmada, llevando una mano a su agitado pecho.
-¡¿Alem…?!
El soldado saltó rápidamente de su camilla hasta alcanzarla, atrapándola con su maltrecho brazo, mientras que con la otra mano tapaba su boca.
-Guarde silencio- dijo en voz baja a la chica que se removía con fuerza en sus brazos. - No soy alemán, puedo asegurarlo… Quédese quieta de una maldita vez…Ayyy.
Candy pateó con fuerza los tobillos del hombre, pero este no soltó su agarre y, dado que lo único que los separaba de su entorno era una paupérrima cortina, si ella seguía dando pelea, podría llegar alguien más en cualquier momento, para asistirle.
-Por favor deténgase... Puedo explicarle todo si me lo permite- logró decir a duras penas, entrecerrando los párpados debido al dolor infringido por su enfermera.
La curiosidad era lo suficientemente grande como para detener su ataque. Candy asintió a regañadientes con la cabeza. Dubitativo, el muchacho la soltó liberando también su boca.
-¿Me dejará hablar?- preguntó el soldado, aunque manteniéndose cerca en caso de tener que actuar nuevamente.
-Sí, pero primero, vuelva a la cama para que pueda terminar con las curaciones- le indicó la camilla tras ellos.
Ambos se movieron lentamente, prácticamente midiendo las acciones del otro. Una vez que llegó al borde de la cama, el joven comenzó a sentarse con dificultad. Un fuerte suspiro salió de su pecho, se abrazó a sí mismo sin poder ocultar el dolor que sentía y que nada tenía que ver con la agilidad mostrada apenas segundos atrás... Candy se acercó y lo ayudó a recostarse.
-Eso te pasa por bruto- afirmó en un murmullo acomodando la almohada.
-No, esto pasó por tu sobrerreacción- espetó él con molestia.
Candy se sorprendió ante aquella respuesta y por cómo comenzaron a tutearse sin darse cuenta "¿Lo dije en voz alta? ". Sin embargo, mantuvo la compostura y se mostró imperturbable. Terminada la tarea, se movió a los pies de la cama y tomó la tabla que colgaba de ella. Una pequeña base de datos de cada paciente. Nombre, rango, daños, diagnóstico y tratamientos.
-Según esto: su nombre es Dimitri Karnakov, capitán del imperio ruso, bajo el mando del general Brusilov...- le dijo posicionándose nuevamente en su papel de respetuosa enfermera observando, además, como el rostro de aquel hombre se contraía con cada una de sus palabras. -¿Cómo es que llegó desde tan lejos a Bélgica? … ¿Si es que todo esto es verdad? - levantó la tabla. -Tiene acento al hablar, como cualquier extranjero- apuntó hacia sí misma. - pero eso no me dice nada - lo observó con suspicacia.
-Gracias a Edith…- sonrió con tristeza. -Edith Cavell, así se llama nuestro ángel… Éramos parte de la ofensiva rusa en Prusia. Ella nos rescató de ese infierno, se esforzó en que los heridos no muriéramos en territorio enemigo- dijo lleno de admiración -No soy el único de esa división en este hospital, vaya y revise las demás habitaciones. Lea más tablas e interróguelos hasta satisfacer su curiosidad- su voz destiló molestia.
-Pero… esa palabra...
-Hablo inglés, ruso, alemán y francés ¿contenta? -le cortó.
-Perdón- bajo el rostro en señal de vergüenza. -Tiene usted razón, me precipité y le causé un daño innecesario- podía ver que el dolor del hombre que tenía frente era más que físico y ella era la responsable de ello.
-Haga lo que tenga que hacer y déjeme descansar- miró hacia otro lado, ignorándola por completo.
Ese sería otro turno eterno para Candy, no paraban de llegar los heridos y no tenía tiempo para descansar. A una hora indeterminada, y sin estar más de cinco minutos sentada en una de las salas dispuestas para el reposo del personal médico, un soldado entró a toda prisa.
-¡Mademoiselle! ¡Aidez-moi s´il vous plait!
Su francés estaba lejos de ser siquiera bueno, pero los meses de exhaustiva labor en un hospital al que llegaban buena parte de los heridos de guerra, le habían enseñado el significado de aquella frase. Corrió junto al hombre que le indicaba el camino. Enorme fue su sorpresa al ver al soldado convulsionando en su cama. Se quedó helada por un momento, sintiendo una mezcla de miedo con culpabilidad que le impedía actuar.
-¡Aleksei!
El soldado que la fue a buscar intentó detener los movimientos del muchacho mientras le llamaba por un nombre que ella recordó no haber visto en su ficha. Candy salió de su estupefacción para ir en su ayuda. Después de horas, logró el objetivo: Dimitri, o como se llamara, estaba a salvo. El militar que fue a por ella, y que no se había movido de su lado en ningún momento, una vez que vio a su amigo más recuperado, tomó ambas manos de la enfermera, agradeciéndole en más de un idioma. Ella sólo se limitó a sonreírle al tiempo que lo invitó a volver a su cama, pues también necesitaba recuperarse de sus heridas.
El sol apenas iluminaba las calles por las que Candy se dirigía a su lugar de residencia y, pese al cansancio, no podía dejar de pensar en Dimitri y su delirio febril.
"Julius… Julius… Ich liebe dich"
Ahí estaba de nuevo, hablando en alemán, mientras su compañero se mostraba contrariado. ¿Sería por el nombre que repetía? ¿o las frases que seguían escapando de su boca? Entró al departamento y dejó en una silla todo lo que llevaba puesto. Se arrastró hasta la cama y cerró los ojos, cansada. Mañana sería otro día, sonrió con malicia, pues supo que no dejaría el tema por la paz. Dicen que la curiosidad mató al gato, pero este tiene nueve vidas.
A la mañana siguiente llegó sonriente al hospital. Saludó a sus colegas y atendió pacientes, haciendo las rondas que le correspondían. Le desilusionó no ser asignada al ala donde Dimitri se encontraba, pero sería paciente, el enfermo no tenía dónde moverse. Al finalizar la jornada y con el cansancio de un turno difícil, pero dentro de todo, en relativa calma, una de sus compañeras le solicitó ayuda antes de marcharse. Era el cumpleaños de su hijo y quería estar con él, pero aún le quedaban enfermos por atender. Candy aceptó feliz, lo último que quería era separar a una madre de su hijo. Sin embargo, mayor fue su entusiasmo cuando esta le comunicó la sala con los pacientes pendientes.
Avanzó en silencio por el pasillo y abrió la puerta sólo unos centímetros. Desde donde estaba podía verle. Se encontraba sentado en la cama, mirando con tristeza sus manos, mientras platicaba con el soldado que tenía a su costado. Sin dejar de observarlo y pese a que sentía una inexplicable pena por él, caminó a paso firme hasta la cama de los, hasta ese momento, dos únicos pacientes de la sala 502. Necesitaba respuestas.
-Buenas noches- les saludó.
Notó el pequeño salto que dio el soldado a la izquierda de Dimitri, mientras que este le ignoraba por completo, por lo visto su molestia seguía intacta. Se acercó a la cama del hombre cuyo nombre no lograba recordar. Sonriéndole tomó su cartilla.
- ¿Cómo se encuentra hoy, Señor Petrov?- preguntó sin dejar de leer el informe médico.
Escuchó a Dimitri hablarle a su compañero y como este le respondía.
-Yuri no habla inglés, pruebe con el francés, cómo hacen las demás enfermeras- sonrió con sorna. – de todos modos, dice sentirse bien- añadió.
Candy respiró profundo, conteniendo su ira. Se volteó dándoles la espalda, dirigiéndose a la gaveta donde se encontraban los remedios. Sacó lo necesario y volvió hacia la cama del paciente.
-Monsieur Petrov, il est temps de prendre vos médicaments.
Le entregó las píldoras, al tiempo que se giraba a la mesita de noche, donde se encontraba una jarra con agua y vasos. Sirvió uno y se lo entregó.
-Merci- le sonrió el hombre.
Ella correspondió el gesto, para luego cambiarlo drásticamente al momento de enfrentar a Dimitri.
-Señor Karnakov- dijo secamente.
El hombre soltó un sonoro silbido seguido de una estruendosa carcajada.
-¿Pero qué trato es ese, señorita pecas?- volvió a reír.
Una punzada de dolor se instaló en el pecho de Candy.
-No me llame así, por favor- le pidió contrariada aún.
-¿Cómo debería llamarla?- preguntó sin dejar de sonreír.
-Mi nombre es Candice White Andley- respondió molesta. - ¿Y el suyo? - contraatacó.
-Ya lo sabe.
-¿Sí? ¿Y cómo debo llamarle, Aleksei o Dimitri? - replicó irónica.
El rostro del hombre se tornó serio. Candy oyó a sus espaldas como Petrov le apremiaba por algo, pero el hombre frente a ella le cortó.
-Ese es mi segundo nom…
-No le creo, y voy a reportarlo con el director de este hospital- se giró y encaminó hacia la puerta.
-¡Un momento!- se removió en la cama quejándose a causa del dolor.
Candy se detuvo en ese momento, sonrió antes de enfrentarle nuevamente, había logrado lo que quería.
-Puedo explicarlo todo- dijo el joven asustado.
-¿Puede?
El soldado intercambió unas cuantas palabras en su lengua natal con su compañero de cuarto, antes de volver a hablarle a Candy. El rostro de Yuri pasaba del asombro al miedo, y luego a la angustia. Aquí ocurría algo importante. Ella los dejó interactuar, algo le decía que si intervenía en esa conversación sería para peor.
-Tome asiento, señorita Candice- le indicó una silla cercana. – Esta historia es un poco larga…
Aleksei Mijáilov, era un joven noble, fruto de la relación entre una plebeya y un marqués ruso. No fue reconocido hasta la muerte de su madre, cuando fue llevado a la mansión familiar. Allí conoció a su hermano mayor, por el cual llegó a sentir adoración. Por él es que, en el actual anonimato, llevaba su nombre y, por razones en las que no quiso ahondar, su hermano ya no estaba en este mundo. Quien fuera la novia de éste, tomó a un joven Aleksei, llevándolo con ella a Alemania, donde cambiaría su identidad, haciéndole llamar Klaus Sommerschmitt. Por varios años, vivió en Regensburg, siendo internado en el colegio de música Saint Sebastian.
Como había dicho, su historia era muy larga, y una noche no fue suficiente para todo lo que tenía para contar. Cada vez que le fue posible, Candy se paseaba por la sala sureste del hospital para escuchar otra pequeña parte de la historia de Aleksei. Parecía mentira, como la vida de este muchacho tenía estas extraordinarias similitudes con la de esa persona por la que terminó huyendo de su país. Aunque no sólo era eso, pues ambos tenían una actitud muy similar, lo que, por cierto, resultaba muy enervante para alguien que busca olvidar.
-Aún no me ha contado por qué lleva otro nombre, por qué se hace llamar como su hermano- le dijo un día mientras le cambiaba los vendajes.
-Es usted muy entrometida, señorita pe…-
En un impulso, le tapó la boca con una mano, lamentándolo inmediatamente, estaba muy cerca de él, en más de un sentido, borrando la línea enfermera paciente. Comenzó a sentir el cómo el calor subía por su cuerpo hasta su rostro.
-Ya le dije, preferiría que llamara Candy.
-Candy… Lo último que te recomendaría sería enamorarte de mí- Aleksei le guiñó un ojo burlándose.
-¡Tendría que estar loca! ¡Él es un millón de veces mejor que tú! - retrocedió rápidamente.
-¿Él? Interesante…- sonrió.
-No me cambies el tema- sacudió su cabeza, esto se estaba saliendo de control, tanto, que ya lo tuteaba sin remilgos.
-Definitivamente, no le haces honor a tu nombre. De dulce, poco y nada- se encogió de hombros. -So, so mi querida enfermera- dijo al ver el rostro enfurecido de Candy. – Prometo comportarme. Anda, termina con el vendaje mientras te cuento otra parte de mi historia.
La fina cortina que separaba los camastros les dio una ilusión de privacidad, haciéndolos sentir seguros. Aleksei comenzó nuevamente a relatar otro episodio de su historia. Hablando un poco más de Dimitri, su adorado hermano, un hombre que, a pesar de nacer en la nobleza, era un revolucionario, un idealista que buscaba no sólo su propio bienestar, sino el de su pueblo a la par. Fue traicionado, lo habían capturado para finalmente ejecutarlo. Y él, por su parte, decidió seguirle los pasos. Candy sintió su corazón latir fuertemente ante sus declaraciones.
-Pero, si no estás a favor del Zar ¿Cómo es que terminaste aquí? ¿Qué haces peleando esta guerra? - dijo en un murmullo.
-Como mi hermano, casi termino muerto- suspiró. -Me enviaron a una prisión en Siberia… Yuri…- apuntó al otro lado de la cortina. -…junto a otros camaradas, lograron sacarme de allí. ¿Y qué mejor lugar para ocultarse que en las narices del enemigo? Mirarían en cualquier dirección, menos dentro de sus tropas- su mirada se tornó oscura. –Mi gente no quería pelear esta guerra, y yo estoy procurando, desde dentro, reunirlos, para juntos levantar nuevamente la revolución.
Candy sintió la fuerte necesidad de cambiar de tema. Era un error hablar de eso en el hospital, volviéndose de pronto consciente de lo que podrían enfrentar estos dos hombres si eran descubiertos.
-¿Quién es Julius?- preguntó.
El soldado le miró sorprendido antes de inquirir:
-¿Cómo es que sabes de Julius?
-Le nombrabas una noche, cuando ardías en fiebre- se sintió como una intrusa sin saber por qué.
-Alguien que conocí en el colegio- sus ojos se tornaron tristes. -Estoy cansado ¿puedes continuar con tu interrogatorio otro día? – hizo una mueca a modo de sonrisa.
-Si claro, descansa.
Le ayudó a ponerse la camisa y luego, acomodó sus almohadas. Él se recostó y cerró los ojos de inmediato. Claramente no quería seguir hablando, y ella debía respetar eso. Abrió las cortinas, saludó brevemente a Petrov antes de marcharse.
Durante los siguientes días, no volvió a hablar de su familia o Julius. Limitándose a seguir con la extraña y familiar dinámica de molestarse mutuamente. Ella por su parte, por primera vez en mucho tiempo, comenzaba a abrirse, hablando del hogar, de sus amigos, pero siempre evitando hablar de aquella persona. Lo último que quería era que se hiciera un chiste de algo tan delicado para ella.
Sin embargo, había un mal hábito que tenía, y odiaba, era su maldita curiosidad. No dejaba de pensar en la triste mirada de Aleksei al oírle decir ese nombre ¿Habría muerto ese muchacho? ¿Sería su mejor amigo? ¿Qué significaban las palabras que le dirigiera en el delirio? Se dispuso a preguntar, discretamente, entre sus colegas si conocían a algún traductor alemán. Su compañera, a quien le ayudara con el cambio de turno, le llevó con un joven soldado que oficiaba de intérprete para los aliados.
Se sentía avergonzada de sí misma por haber llegado tan lejos, y ahora, frente a la camilla del muchacho, no era capaz de articular palabra.
-La Sra. Jones me comentó que necesitaba ayuda con una traducción- dijo dubitativo.
-Sí…- se acercó y tomó asiento en la silla dispuesta para las visitas. -No hablo el idioma, pero creo poder pronunciarlo- se excusó.
El muchacho no pudo evitar sonreírle.
-Bien, soy todo oídos- dijo más que dispuesto a ayudarle.
-Ig libe dig… o algo así- se sintió ridícula.
-¿Ich liebe dich? ¡¿Eso le dijeron?!- preguntó asombrado.
-Sí, ¿por qué? ¿Es algo malo?
-Bueno, depende, si la declaración de amor viene de la boca incorrecta…- pudo ver el signo interrogativo en el rostro de la enfermera. -De un enemigo…- le aclaró. - Te amo… eso es lo que significa…
Candy abrió los ojos sorprendida, y automáticamente dejó de escuchar al intérprete. ¡¿Aleksei amaba a un hombre?!
Desde que descubriera el significado de esas palabras, su cabeza era un torbellino. Quería preguntarle, pero no se atrevía. ¿Era por eso que también sufría? Su amor, como el de ella, era imposible. Un desasosiego se alojó en su pecho, el cual sólo aumentó con el pasar del tiempo. Quería sincerarse, pedirle perdón por inmiscuirse así en su vida.
Yuri ya estaba recuperado y fuera del hospital. Venía de visita, para ver la evolución de su protegido, y para tratar asuntos concernientes a su retorno a Rusia. Sólo era cuestión de tiempo para que a Aleksei le dieran el alta. Tenía que hablarle pronto.
-Au revoir- se despidió el uniformado.
Candy se despidió de Petrov al tiempo que se cruzaban en la entrada de la sala. Cuando llegó al lado de Mihailov, vio que reía con ganas.
-Veo que estás de buen humor, Dimitri- había nuevos pacientes en la habitación y ya no podía llamarlo por su nombre, sólo lo hacía en esos momentos de falsa privacidad.
-Yuri y sus locas ideas…- le dedicó una amplia sonrisa. - ¿Vamos a dar una vuelta? El doctor me ha dado el alta hace unas horas nada más, mañana vuelvo a la madre patria- le informó.
Candy se quedó en blanco, contrariada.
-¿A dónde quieres ir?- le dijo unos segundos después y con genuino pesar.- No hay nada que ver en este hospital o sus alrededores.
-Llévame a caminar, a ese lugar que sueles visitar en tus días libres- apuntó al bolso que se encontraba a los pies de su cama. – Yuri procuró dejarme una muda limpia de ropa- le guiñó un ojo. - déjame tu dirección y esta misma noche pasaré por ti, no creo que vayan a extrañarme si parto unas cuantas horas antes.
Intentó en vano disuadirlo. Candy creía prudente que descansará hasta el último minuto que se encontrara en el hospital, pero él se mostraba en absoluto desacuerdo. Si la milicia consideraba que estaba en excelente forma para volver a sus filas, bien podría hacer esto. Nerviosa, la enfermera se hizo de un papel y lápiz. Escribió la dirección, con pequeñas notas explicativas, para que supiera cómo llegar. Le entregó el trozo de papel indicando en qué horario podía pasar por ella a su residencial y volvió a sus labores de manera inmediata. Sentía el estómago revuelto, y seguiría así si no sacaba todo lo que tenía en el pecho. Tan distraída estuvo durante el día, que logró sacar de quicio a más de un doctor.
-Vaya a casa y descanse… No nos sirve en estas condiciones en el hospital- le dijo la jefa de turno.
Se odiaba a sí misma por su falta de profesionalismo, más decidió dejar de lamentarse. Ahora necesitaba ocuparse. Pasó por la pequeña tienda donde siempre se abastecía: llevó unos encurtidos, pan y vino de la casa. No era una persona que gustara de beber, pero necesitaba de la ayuda de un vino para envalentonarse y hablar. A la hora señalada tocaron a su puerta.
-¿Te vio la casera?- le dijo a modo de bienvenida, tirando de su brazo para hacerle entrar. Tarde recordaba la regla "nada de hombres después de las 8 de la noche".
-No, una vecinita tuya me dejo pasar… me aseguró que no le diría a nadie- sonrió pícaro. – Así que no están permitidas las visitas masculinas...- agregó coqueto. – eres toda una rebelde.
Otra punzada en el pecho, era una constante desde que le conociera, pues, aunque no quisiera, Aleksei siempre le recordaba a Terry, sus bromas pesadas, algunas actitudes, parte de su historia. Al punto de no querer pelear más con su mente, dejando que su nombre llenara sus pensamientos de manera libre y sin reparos.
-Toma asiento- apuntó hacia el pequeño living comedor.
-¿No vamos a salir?- preguntó.
-Las calles no son seguras, estoy cansada y no estás en condiciones. Aunque digas lo contrario- remató.
Aleksei le miró con ternura y tomó de su mano para arrastrarla hacia la mesa, mostrándose feliz al ver el pequeño refrigerio preparado por ella.
-¿Qué es lo pasa, Candy? ¿Por qué esa cara? Hay algo que no me estás contando… No me digas que Yura estaba en lo correcto y terminaste por enamorarte de mí… Es un imposible, ¿lo sabes? - dijo bromeando.
Candy llenó la copa que tenía enfrente para luego beberla de un tirón, asombrando a su invitado.
-Lo dices por Julius ¿verdad? Ich liebe dich- no se atrevió a mirarlo. - Esas fueron tus palabras- no encontró otra forma de comenzar con la conversación.
-¿Acaso sabes su significado? ¡¿Qué estoy diciendo?! Seguro que la señorita fisgona lo averiguó…-respiró profundo por unos segundos. -¿Eso es lo que tanto te atormenta? ¿Querías saber de Julius?
Candy se mantuvo en silencio avergonzada.
-¿Sabes por qué siempre busco bromear cuando estoy contigo?- esperó una respuesta de la muchacha, quien sólo se limitó a negar con la cabeza. – Me recuerdas mucho a ella…
-¡Ella!- soltó Candy de pronto.
-¡¿Pensabas que era un hombre?!- Aleksei se echó a reír con ganas. -Puedo entender tu error, por su nombre…- guardó silencio unos momentos, perdido en sus recuerdos. - …y si la conocieras, estarías más confundida aún- tomó la botella y procedió a llenar ambas copas.
Le habló de la chiquilla que lo conquistó vistiendo un traje de hombre. De su desgracia, ocultar su género y todo por una venganza. De las veces que le ofreció golpes, otras tantas donde arrancaba de él como la sarna. Le contó cómo descubrió que era una mujer, y de cómo sus vidas estaban entrelazadas para siempre por culpa de una ventana.
-¿Por qué no te quedaste con ella?
-Porque estaba destinado a volver a Rusia, la madre patria nos llamaba. ¿Qué iba a hacer con ella? ¿Arrastrarla a vivir el infierno que he vivido durante todos estos años? - Se agarró la cabeza con ambas manos. - Por amor a mi hermano y a la patria… la abandone dos veces. La última vez que la vi fue en mi país ¡Ella me siguió, sin yo pedírselo! ¿Puedes creerlo?! - sus ojos estaban llenos de remordimientos. – Quizás, si no me hubiera lanzado del tren aquella vez…
-¿Cómo dices?- le interrumpió Candy consternada.
Le contó del día que dejara tierras alemanas. Julius, en su desesperación, galopó sobre un pura sangre hasta lograr alcanzar el tren. Él la escuchó mientras ella gritaba su nombre, la vio caer del caballo en su loca carrera por alcanzarlo. No podía simplemente ignorarla. Mucho estaba en juego, pero ella valió más en ese momento. Se despidió del Stradivarius de su hermano y, sin meditarlo más, se lanzó.
Candy lloraba con amargura recordando ese efímero encuentro en Chicago. Se vio a sí misma emprendiendo una carrera similar arriba de un carruaje, sus piernas recordaban el esfuerzo al tratar de alcanzarle. Ella también gritó. Él la vio… pero él no se lanzó por ella. Terry siguió su propio camino, dejándola atrás.
Asustado, Aleksei se acercó hasta acunarla en su pecho, intentó calmarla. Candy no podía más con la tristeza que albergaba en su corazón, sentía que se ahogaba.
-¿Por qué me dejó ir sin dar pelea? Me pidió que fuera feliz como si mis sentimientos no importaran… ¿De verdad pensó que estaría bien sin él? ¿Qué sería tan fuerte? ¿No soy digna de ser amada de esa misma forma? - dijo haciendo referencia a las últimas palabras de Aleksei.
Sintió la cálida mano de Mijáilov acariciando su espalda.
-No puedo opinar por él, no me has contado toda la historia. Pero, te aseguro que mereces eso y más- le aseguró. -En el tiempo que llevo conociéndote, he aprendido a valorarte, eres admirable.
Era fuerte, bella y valiente. Al menos eso pensaba mientras acunaba el bañado rostro con ambas manos. Si tan sólo… Dejó los pensamientos atrás, permitiendo que sus labios hablaran por él. El inevitable beso se presentó más pasional de lo que hubiera pensado. Ambos aferrándose al otro con absoluta vehemencia, sin dejar un espacio donde pudiera transitar el aire. Aleksei la alzó en vilo, con sorprendente fuerza, para un convaleciente. Dio pasos de ciego por la pequeña sala de estar hasta tropezar con un viejo diván. La depositó en el mismo, con sumo cuidado, para luego posarse sobre ella. Los sentimientos a flor de piel, el alma removida por los recuerdos, el cuerpo tan hambriento, la piel ardiendo. Se tocaban como reconociéndose, como buscando algo en el otro que no podían encontrar. El fuerte suspiro que brotó del pecho de Candy le alertó de lo que estaban haciendo. Se habían abandonado a las sensaciones del momento y eso no era bueno. Se detuvo al instante, abrazándola fuerte mientras besaba su frente.
-¿Por qué…?
Aleksei volvió a besarla, de forma más pausada, tomándose su tiempo.
-Me equivoqué- dijo muy cerca de esa boca roja. -Haces absoluta justicia a tu nombre- susurró.
Candy soltó una suave risilla ante el comentario.
-Porque sería un error…- espero a que sus palabras se asentaran en la mente de Candy. -Si dijera que te quiero, no estaría mintiendo. Pero, si insinuara que te amo, lo haría.
Se acercó nuevamente, depositando suaves besos, en sus ojos y en su boca.
-Si te hago el amor hoy, me odiaras mañana. Y no quiero que tu corazón me recuerde así, Candy- la abrazó. –No quiero que termines arrepintiéndote, sintiendo que te entregaste a alguien más presa de la tristeza o la rabia. Créeme, no es falta de ganas- rió. -Me niego a mancillar tu recuerdo, eres valiosa para mí- declaró.
Candy sentía ganas de llorar, se abrazó fuertemente a él, escondiendo su rostro en el varonil cuello.
-No volveremos a vernos, ¿verdad? – expresó con pesar.
-No veo esa posibilidad.
-Mientras estemos vivos…
-Para que mentirnos, Candy. Para que crear falsas esperanzas, si saliéramos vivos de esta, no te veo visitando mis tierras, ni yo las tuyas- se alejó lo suficiente para poder mirarle a los ojos. - No puedes seguir evadiendo, ni viviendo con ese dolor. Es una locura ir exponiéndote por la vida para huir de los recuerdos. Dices no ser fuerte, sin embargo, estas aquí enfrentando los horrores de la guerra- la abrazo nuevamente. -Sé que puedes seguir adelante
Se mantuvieron en esa posición el resto de la noche. Candy se durmió, arrullada por los latidos del corazón de Aleksei, ni siquiera se dio cuenta cuando este se levantó. Mijáilov la observó por varios minutos antes de marcharse. Esta vez no sentía ese pesar en el pecho, no hubo mentiras, ni promesas hechas. Se iba con la certeza de haber hecho lo correcto, deseando su felicidad.
No le sorprendió no encontrarlo al despertar. Tomó asiento en el diván, dándole las gracias en silencio por esa sanadora noche. Con nuevos bríos miraba el mañana. Escribió cartas, dando razón de su paradero, pero, por sobre todo, pidiendo perdón. Rogándoles, rezaran por ella. Siguió trabajando con tesón, poniendo lo mejor de sí, y esta vez no por evadir, sino por vocación. Feliz fue aquel día que pisara nuevamente suelo americano. En el puerto, sus amigos y familia. Mientras les abrazaba, oraba en silencio por ese soldado.
FIN
Agradecer, como siempre, a mis adoradas betas Only D y Krimhild con el beteo de este reto 3
