Dios

No importa cuántas veces

me has dicho que querías marcharte.

No importa el aliento que has tomado,

todavía no podías respirar.

No importa cuántas noches te quedaste despierta

con el sonido de la lluvia venenosa.

¿A dónde te fuiste?

¿A dónde te fuiste?

¿A dónde te fuiste?

Mientras los días pasan, la noche está que arde.

Y ella solo sonrió. Y él se sintió aliviado, conmovido, sumergido en una calma beatífica que era casi enferma. El viento los acariciaba. Qué cálido era. —Cálido y caliente—. Tan sereno. Como todo lo que ella representaba para él. Lo único bueno en mi vida. Qué bueno que no te perdí. No la habíaperdido, ¿verdad?, ¿verdad? Gracias… Gracias… Mil veces gracias. Porque había sentido morirse por dentro; de tristeza; de culpa; de soledad.

Los ojos de Abigail lo miraban anhelantes. Le decían que lo quería con ella para siempre. Sí. Él la interpretaba muy bien, porque él también era ella. Y ahora se alegraba tanto de tener ese don maldito, porque todo lo que quería era eso; ser ella.

Para siempre.

Y la joven le extendió un brazo.

—¿Vienes? —dijo la morena con suavidad—. Hay un lugar para nosotros… ¿lo recuerdas? Tú me lo dijiste. Quiero ir a ese lugar, Will.

—Lo hay, Abigail, si estamos juntos siempre habrá un lugar —repuso con la mirada fija a esos dos zafiros que reflejaban su alma herida.

—Entonces toma mi mano…

¿De verdad quieres?

¿De verdad me quieres?

¿De verdad me quieres muerto?

¿O vivo para torturarme por mis pecados?

—¡Will! —Alana exclamó de repente. Él la miró. Se la notaba agitada, como si hubiera hecho un esfuerzo sobrehumano. Y seguramente así debía ser. El ascensor hacia la terraza de ese edificio estaba averiado, y desde que ella no podía caminar sin la ayuda de, mínimamente, un bastón, el subir unas escaleras se había vuelto una tarea titánica. Ella lo miró unos instantes, como analizando la situación. Su mente ahora era mucho más aguda que antes del trascendental suceso que la dejó con aquella discapacidad en la columna. Por unos instantes mostró un miedo visceral, cosa que desconcertó un poco al criminólogo, pues hacía años que la Alana ingenua y noble había muerto, en cambio, lo único que la psiquiatra mostraba normalmente era recelo, dureza y frialdad. Pero Will sabía que eso era una coraza, una que Hannibal la había obligado a construir—. Ven —pidió con firmeza y calma. La expresión de miedo desapareció, pero el varón supo que solo era apariencia.

Alana estaba aterrorizada.

—Abigail me necesita, Alana. —Volvió a mirar a Abigail. Ella seguía con la mano extendida, suplicante, frágil, dispuesta a guiarlo.

—Will… —¿Qué decir cuando uno está tan asustado que apenas puede musitar una palabra, cuando el corazón está tan frío de desesperación? Al final siempre fuiste la misma. Al final siempre te quiebras cuando se trata de él, como cuando le pediste casi de rodillas a ese monstruo que lo salvara solo para que volviera a sumergirlo en la locura, esta que parece nunca acabar. Porque él no olvidaba. Nunca lo hacía. Sin importar el tiempo que pasara.

¿Y acaso ella podía culparlo?

Ya no puedo gritar. Ya no puedo correr. Ya no puedo llorar.

Menos olvidar.

Y la voz simplemente ya no le salía. Lo único que le nació hacer fue extender un brazo y desnudar su alma ante él. Sin máscaras. No más. No con Will. En realidad nunca pude engañarlo, y es que nunca quise hacerlo, solo quería engañar al monstruo, pero ¿se puede hacer eso? A él que fue nuestro creador… La fémina miró al varón a los ojos y con ellos le imploró que tomara su mano, que se fuera con ella. Y él entendió lo que le estaba diciendo.

—Lo sient…

—Yo también te necesito, Will… —logró decir. Sus ojos se humedecieron. Una vez, solo una vez, permíteme llorar sin que te burles de mí, Dios…—. ¿Hasta cuándo dejarás que te afecte? Abigail ya no está… Ya no está, Will…—La primera lágrima luego de tantos años cayó. Y él permaneció igual, sin impactarse por esas palabras. Pero había profundo dolor y un rastro de pureza herida en sus ojos.

Y, aun así, volvió a mirar a Abigail.

—Will… —La adolescente seguía con la mano extendida, con la diferencia de que ahora tenía el corte en el cuello sangrante. La mitad de su rostro era escarlata. Sangra, sangra, siempre sangra. Su mente sangra, su cuerpo sangra. Entre todos la habían vuelto los miserables despojos de lo que debía ser una chica risueña y llena de plenitud. Y tan solo había pedido ser normal... solo eso… ¿Fue tanto pedir? Y él sabía que era doloroso. Siempre lo era, y, contrario a como debía ser, el sentimiento solo aumentaba. Pero ya no podía seguir sucediendo.

—Él sigue apartándote de mí… una y otra vez…—declaró Will en un hilo de voz quebrado.

—A Dios le gusta jugar con la vida —repuso la menor.

—Hannibal no es Dios, Abigail —contradijo, con la voz eternamente mordaz cuando se trataba de él.

Dime, ¿matarías por salvar una vida?

Dime, ¿matarías por demostrar que tienes razón?

Destroza, destroza, quema, deja que todo arda.

Este huracán nos está persiguiendo bajo tierra.

La joven tragó saliva. Le dedicó otra sonrisa compungida y temblorosa.

—Pero le encanta jugar a serlo… Y le sale muy bien…

Le sienta muy bien…

Porque creaba y destruía a su antojo.

—Lo siento…

Las promesas que hicimos no fueron suficientes

-nunca jugaré a este juego otra vez-.

Las oraciones que rezamos fueron como una droga

-nunca saldré al exterior-.

Los secretos que vendimos nunca se conocieron

-nunca cantaré una canción para ti.

El amor que teníamos, el amor que teníamos,

Tuvimos que dejarlo ir

-nunca cederé de nuevo, nunca cederé de nuevo-.

—Dijiste que lo atraparías… dijiste que me liberarías de él… pero al final solo atrasaste lo que comenzó… Al final él me apartó de ti solo para probar que es imposible engañar a Dios… Por favor… —La sonrisa se convirtió en un llanto desgarrador—. No dejes que ahora también…

—¡Will! —La voz de Alana lo hizo volver en sí. Aunque no podría decir si fue eso o el hecho de que lo tenía tomado de la mano fuertemente. Luego sintió un tirón que lo atrajo hacia ella.

—Alan…

Sobrecogido, volvió a mirar a donde Abigail había estado. Solo pudo ver la oscuridad de la nada que había más allá de la orilla del edificio.

Una vez más, Dios la había apartado de él.

FIN.

N/A: Los fragmentos de las estrofas son de la canción Hurricane de 30 seconds to Mars.

Muchas gracias por leer.

PD: ¡Nuevo triángulo amoroso activado! :D

PD: Amo a Molly, digo a Alana XD