Estaba trabajando en el update de Devil Eyes pero mi imaginación se cagó, así que simplemente decidí hacer otra cosa y lo que hice fue esto :D. Aquí está, mi verdadero pairing fav de jjk: choita/chosoita. Los amo más de lo que nunca me llegaré amar a mí.
Espero les guste este porno sin plot, porque de verdad que no tiene ni una sola gota de plot. Also, mil disculpas los errores asquerosos, son las once cuarenta y cinco y llevo diez horas escribiendo sin descanso. Mañana me siento a editar.
Disclaimer: Jujutsu Kaisen pertenece a Gege Akutami.
Your power over me (is limitless)
No era que Choso no supiera que los hermanos no deberían hacer cosas así, o que, en un sentido básico, aquello estuviera mal.
Era, simplemente, que Yuuji lucía tan, tan triste.
Este era su quinto día juntos. Cinco días, cinco noches, caminando entre los restos de lo que alguna vez fue Shibuya, durmiendo entre escombros, revisando tiendas de convivencia a medio derrumbarse en busca de algo qué comer. Eliminando maldiciones día sí y día de por medio. Todavía podían encontrar cadáveres al doblar algunas esquinas, oler el tufo chamuscado e insoportable del humo saturando el aire, el grito lejano y sofocado de alguien desesperado, pidiendo ayuda, usando su último aliento en la esperanza de no morir enterrado tan profundo en el derrumbe que ni siquiera le llegaba la luz.
Pero la vida de las personas era efímera, y Choso tenía un objetivo. Un objetivo fijo, claro, un objetivo que era al mismo tiempo una razón para vivir. Llorar por desconocidos que, desde el principio, nunca tuvieron la oportunidad de sobrevivir no servía de nada, y eso él lo entendía perfectamente.
Yuuji no.
Choso podía verlo cada día, cada minuto, cada hora. La manera en que Yuuji se hundía, cómo el peso de las muertes ocasionadas por Sukuna aquella noche lo laceraban como si fuera él quien se estuviera quemando, como si todo lo que pudiera oír fueran las explosiones y los gritos de las personas atrapadas en el rango de la Extensión de Dominio de Sukuna. Lo veía en sus ojos marrones, en las ojeras debajo de ellos, en la expresión cansada y desgastada que ensombrecía su rostro todos los días, despierto y también mientras dormía, las pocas horas que dormía.
Yuuji estaba triste. Tan, tan triste. Y Choso no podía hacer nada para cambiarlo. Solo ver.
No podía decirle que no. Si Yuuji se aferraba a su brazo por las noches, si descansaba la cabeza en su hombro cuando el agotamiento le sobrepasaba, si de repente lo estaba besando. ¿Cómo podría Choso decirle que no? Su existencia entera giraba entorno hacer felices a sus hermanos. Hacerlos felices, asegurarse de que estuvieran seguros, de que estuvieran bien. Como el hermano mayor, ese era su trabajo. Su deber.
Así que, esa noche, cuando ambos se dejaron caer en el suelo sucio e infestado de grava en el piso alto de algún edificio que todavía se mantenía en pie en medio de todo el infierno que eran los restos de Shibuya, el cemento pulverizado clavándosele en las palmas de las manos con tanta fuerza como un cuchillo. Esa noche, cuando a pesar de la hora y el cansancio y las heridas, viejas y nuevas, Yuuji todavía estaba despierto, prácticamente echado encima de su costado, sin decir nada; todavía entonces podían escuchar el crujido de los escombros estrellándose unos contra otros cuando caían al suelo, las estructuras a su alrededor desmoronándose lenta pero inevitablemente, de la misma forma que Yuuji. Esa noche, cuando su hermano se echó la capucha roja hacia atrás, la maraña de cabello rosado y despeinado apareciendo debajo de la tela, apenas visible bajo la luz intermitente de los bombillos sobre sus cabezas.
Esa noche, cuando Yuuji lo besó otra vez, ¿cómo podría detenerlo?
¿Cómo podría detenerlo, cuando la respiración de Yuuji en su boca, tan extraña y correcta, era la muestra más grande de que estaba vivo? Cuando Yuuji se subió en su regazo, apartándole la tela del cuello y enredando los dedos en su cabello, obligando a Choso a sostenerlo de la cintura y reclinarse contra la pared a riesgo de caer, ¿cómo podría detenerlo? ¿Cómo podría decirle que no?
Cuando los dedos de Yuuji, callosos y duros, se arrastraron por la piel debajo de su ropa, desde la clavícula hasta el pecho, recorriendo todo el camino hasta la mitad del abdomen y luego de vuelta hacia arriba, todo eso sin parar de besarlo. Cuando Yuuji pasó la lengua a través de sus labios, forzándolo abrirlos, metiéndose dentro de su boca y provocando una sensación húmeda y nueva y placentera, una que Choso no conocía ni sabía que se podía sentir; cuando Yuuji atrapó su lengua entre los labios y la chupó suavemente, haciéndolo jadear.
Cuando Yuuji metió la mano en sus pantalones, sin titubeos, mirándolo a los ojos y diciendo, «Choso, lo necesito. ¿Me dejas?».
No había ninguna razón lo suficientemente grande por la cual él se negaría. Choso no lo detendría.
—Estás pensando mucho. ¿Te estás arrepintiendo?
La voz de Yuuji, ronca y húmeda y áspera en los bordes lo trajo de vuelta a donde estaba, sentado en el suelo incómodo y arenoso, con su hermano menor mal arrodillado entre las piernas y su pene en la mano. Choso miró cómo lo acariciaba, arriba y abajo, firme, primero viéndolo y luego procesándolo, el ramalazo de placer y calor que producían sus dedos en su piel enviando miles de sensaciones por todo su cuerpo. Como la manipulación de sangre, pero peor.
Choso escuchó las palabras de su hermano, pero no terminó de entenderlas. Yuuji le sostuvo la mirada, pasando entonces la lengua por toda la longitud del miembro antes de tragárselo, la sensación de humedad y calor apretándose a su alrededor poniéndole la piel de gallina. Esto era... tan nuevo. Desconocido. Diferente a todo lo que conocía. Yuuji cerró los ojos, murmurando un sonido de disfrute propio, enviando oleadas de nuevas y fuertes sensaciones a través del cuerpo de Choso, que solo pudo morderse el interior de la mejilla.
¿Qué debería hacer? Su cuerpo se sentía en llamas. Bajo la luz insuficiente, sus ojos atraparon las manchas de sangre y suciedad en la ropa de Yuuji. Era la misma ropa que estaba usando cuando Choso lo vio por primera vez, corriendo, ocupado con otra cosa antes de que él se lo encontrara para matarlo. ¿De quién era esa sangre?, ¿suya? ¿O de Yuuji? Choso no lo sabía.
—Estás pensando demasiado —repitió su hermano menor, otra vez, apartándose de su pene con un ruido húmedo y vulgar—. Puedo oírte pensar. Quieres que me detenga.
¿Le estaba preguntando? Choso negó con la cabeza, lentamente, estirando los dedos para pasarlos lentamente sobre la cicatriz que atravesaba el rostro de su hermano.
—No es así. Continúa.
Algo parecido al amago de una sonrisa curvó la comisura de los labios de Yuuji.
—Eso no fue nada sexy.
Algo parecido a la diversión. Choso observó cómo volvía hacerlo, primero lamiendo y luego chupándolo, su mejilla abultándose y la cortina de sus pestañas cayendo, creando pequeñas sombras encima de sus pómulos, y la sensación otra vez vino después de la visión, barriéndolo todo y ahogándolo en una oleada placer. Sus dedos comenzaron a temblar, apartándose del rostro de Yuuji y volviendo a su lugar, clavándose duramente en el cemento polvoriento del suelo. Yuuji pareció notarlo, soltando una de sus manos de donde estaba, quitando la tela del pantalón de su camino, y llevándola a por la suya, arrastrándolo de vuelta por la muñeca y dejándola caer en su cabeza.
Choso tomó una respiración profunda, su sangre rugiendo y su piel quemando, la boca dulce y adorable de Yuuji apretándose alrededor de su pene sin cansancio, y, otra vez, no era que él no supiera que eso, en un sentido básico, estuviera mal. Era simplemente que no encontraba dónde estaba mal.
«Lo necesito» había dicho Yuuji, sus labios suaves encima de los suyos y su mirada marrón ligeramente menos cansada, menos derrotada, menos hundida. Choso, entonces, quizás no entendiera completamente las implicaciones de lo que eso significaba, pero si algo conocía él, por encima de cualquier cosa, era la necesidad.
Necesidad.
Necesidad de proteger a sus hermanos.
Necesidad de cuidarlos.
Necesidad de ser un ejemplo, de ser la mejor versión de él, para ellos.
Necesidad de salvarlos. De asesinar a Kamo Noritoshi.
Necesidad de hacerlos felices, siempre, siempre, por encima de todo.
Choso vivía para ellos, y ellos vivían para él. Yuuji era su hermano, y eso significaba que, otra vez, su vida entera iniciaba y terminaba con él.
Sus dedos acariciaron lentamente los bucles de cabello rosado, con cuidado. Yuuji emitió otro sonido, un ruido de claro disfrute, chupando más ávidamente su pene, y la mente embotada de Choso solo pudo pensar que, realmente, no existía nada malo en esto.
Yuuji lo necesitaba, y él podía dárselo.
Yuuji estaba triste, y necesitaba algo, y él podía dárselo. ¿Por qué eso estaría mal?
Choso trazó el rostro de Yuuji con la mirada. Sus labios rojos, brillantes, estirados sobre su miembro; el cabello rosado, alborotado debajo de sus dedos. La sangre, ardiente debajo de su piel, coloreándole las mejillas, justo sobre el puente de la nariz y los pómulos. Los párpados cerrados y su expresión concentrada, determinada, la misma que tenía cuando ambos pelearon o cuando destrozaba una maldición a puñetazos. Choso podía sentir su propia sangre cantar, el corazón acelerándosele, dividido entre la inmensa, cruda e inadulterada felicidad de ver a su hermano con una expresión distinta al abatimiento que lo había estado nublando desde la noche en que iniciaron su viaje juntos, y la tormenta abrumadora y salvaje de sensaciones cocinándose debajo de su piel, quemándole el juicio.
Yuuji replegó los labios, succionando lenta, suavemente la punta, abriendo los ojos para echarle un vistazo, rompiendo de repente en una sonrisa.
(Choso no estaba seguro de haberlo visto sonreír nunca. Al menos, no en sus recuerdos recientes —reales).
—Tienes un montón de resistencia —murmuró, su aliento cálido estrellándose contra el tronco de su pene.
Choso parpadeó dos veces, respirando pesadamente.
—¿Eso es malo?
Yuuji resopló.
—No —respondió, antes de restregar los labios en la cabeza de la misma manera que hacía cuando se besaban—. Pero me gustaría poder tragarme tu corrida de ser posible.
A Choso le tomó un minuto completo entender el significado detrás de eso, la verdad intrínseca escondida debajo de un acto sexual tan mundano.
Primero, Yuuji quería llevarlo a la liberación, que Choso encontrara la cúspide de su propio placer con y en su boca, marcándolo, para así poder tragarlo. Yuuji lo quería. Quería conocer a qué sabía él, su hermano mayor, en su lengua. Cómo se sentía.
Segundo...
—Esta no es la primera vez que haces esto —dijo Choso, entre dientes, sintiendo el sabor y el peso de las palabras en su propia lengua. No era una pregunta.
Yuuji se detuvo, echándose ligeramente para atrás. El aire frío y nocturno sobre la piel húmeda y sobrecalentada de su sexo lo hicieron temblar, pero no tanto como las cejas fruncidas y la expresión repentinamente seria en el rostro de su hermano.
—¿Te molesta? —inquirió, casi en un ladrido. Parecía, tal vez, ligeramente... molesto.
Choso no quería eso.
Estiró la mano libre, lento, con cuidado, acunando la mejilla cálida y enfebrecida de su hermano en ella, sintiendo el tremor de la sangre corriendo salvaje debajo de sus venas. Choso acarició el pulgar sobre la cicatriz en la comisura de su boca, encantado con la diferencia de textura.
—No me molesta. Yuuji, eres mi hermano menor. No hay nada que me pueda molestar de ti.
Choso vivía para él, y también moriría por él.
—Ugh —balbuceó Yuuji, apartándole la mano de un golpe y volviendo a su posición anterior. Su rostro estaba levemente más rojo que antes—. ¿Quieres parar de decir eso? Es...
—No. No voy hacerlo —esta era la única cosa que Choso no le podía dar. Yuuji era su hermano, y él lo llamaría como tal.
Yuuji cerró los ojos, apretándolos fuertemente, envolviendo los dedos ásperos y duros alrededor de su pene.
—Entonces al menos no lo digas de esa manera.
Choso estuvo a punto de preguntar «¿de qué manera?» pero entonces Yuuji volvió a tomar su miembro en la boca, silenciándolo inmediatamente y abrumándolo nuevamente. El calor y la humedad envolviéndolo eran dos cosas que Choso no sabía, ni siquiera imaginaba se podían sentir de esa manera; nada de lo que había experimentado jamás podría haberle advertido sobre esto. Yuuji deslizó los labios, lento, subiendo y bajando, una y otra y otra vez, su cabeza meciéndose suavemente contra la palma de Choso en su cabello, dócil y tranquilo y adorable, todas las cosas que sabía era y no era su hermano.
Su hermano era fuerte. Su hermano era amable. Su hermano era capaz de una bondad inigualable, así mismo como determinación inquebrantable.
Choso lo sabía, así que lo dijo.
—Yuuji, eres hermoso. Eres fuerte. Eres perfecto —eres un Rey Demonio, y eres mío, así como yo soy tuyo, fue lo que no dijo.
No lo dijo, pero esa era la verdad, la única verdad absoluta: Yuuji existía para él, y él existía para Yuuji.
Yuuji se quedó quieto, mirándolo con ojos enormes, la boca llena colgándole laxa de manera ridícula. Choso escuchó su respiración trastabillar, por encima del jadeo bajo y constante de la suya o el bramido furioso de su sangre. Otra vez lo vio apartarse, alejándose de sus manos y deshaciéndose completamente de su toque, prácticamente trepando en su regazo y besando sus labios, el sabor salado y extraño de su lengua una nueva experiencia en la lista de cosas nuevas que Choso había experimentado esa noche.
—Maldición —susurró Yuuji, jadeando. Parecía enloquecido—, por qué eres tan...
Las palabras se perdieron entre sus labios. Choso lo sostuvo otra vez de la cintura, la fricción de la tela dura en la piel sensible de su miembro, atrapado entre ambos, resultaba extraña, demasiado brusca para sentirse placentera pero no lo suficiente para ser dolorosa. No era ni de lejos, ni en sueños, comparable a la calidez de la boca de su hermano, pero tampoco era desagradable, no con el calor corporal de Yuuji derramándose sobre él. Mantenía el placer a raya, como un zumbido bajo y controlado debajo de su piel, soportable mientras Yuuji le arrancaba el aliento a besos y se sostenía a su cuello como si la vida se le fuera en ello.
—Tócame —dijo, su voz ronca y rasposa dejándole un sabor peculiar, delicioso en la boca—. Por favor, Choso, tócame.
—¿Adónde?
—Solo jálame la verga, con eso bastará.
Choso parpadeó miró, parpadeando una sola vez.
—Sí —aceptó, inmediatamente, probando cómo las palabras rodaban por su boca—. Déjame jalarte la verga, Yuuji.
Yuuji gruñó, separándose de él y creando suficiente espacio entre ambos para abrirse el cinturón y luego el botón de los pantalones, bajándoselos hasta las rodillas.
Choso tragó duro, mirando el... la verga de su hermano, gruesa y dura en la luz insuficiente de la planta donde estaban, el color rojo enojado y brillante del líquido que escurría de la punta invitándolo a tocarlo, a probarlo. Si Choso se la llevara a la boca, ¿a qué sabría?, ¿Yuuji estaría bien con eso? Choso no estaba seguro de si eso es lo que su hermano menor querría ahora, en ese preciso momento, pero el pensamiento de hacerlo en alguna otra ocasión quedó instalado en la parte trasera de su cabeza.
Ahora, Choso simplemente la tocó con la mano derecha, sus dedos apenas rozando la piel suave y aterciopelada antes de que Yuuji chillara pesadamente, como si estuviera lloriqueando. Dejó caer la frente sobre su hombro, su respiración acelerada derramándose directamente en el caracol de su oreja, y Choso no pudo evitar tocarlo otra vez, más firme ahora.
—Joder —balbuceó, y entonces cuando Choso enredó todos los dedos alrededor e hizo lo mismo que había hecho con él la voz ni siquiera le salió.
Yuuji se restregó contra él, meciendo las caderas lentamente, llevando la cadencia con la que Choso lo jalaba, parando solo por lo que dura medio segundo para atrapar la verga del otro y devolverle el favor.
Choso dejó caer la cabeza hacia atrás, cemento duro conectando delicadamente con su cabello.
—Yuuji —suspiró, y sintiéndose valiente, dejó caer un beso en la piel húmeda del cuello de su hermano.
—Joder. Joder.
Yuuji se removió, restregándose un poco más. Choso se sentía mareado, extraño, el círculo cálido y perfecto de la mano de su hermano apretándose perfectamente en su verga al mismo tiempo que sus dedos no dejaban de acariciarlo, el pene de Yuuji perfecto, hecho para encajar en su mano. Podía sentirlo palpitar, la sangre caliente corriendo salvaje a más velocidad de lo que él jamás la llegaría a manipular, el líquido constante y tibio que goteaba de la punta empapando sus dedos y despertando otra vez su curiosidad por probarlo.
—¡Espera, espera! —exclamó Yuuji de repente, deteniéndose por completo.
Choso jadeó, ladeando la cabeza para poder mirarlo. El rostro de su hermano lucía concentrado y determinado.
—Déjame intentar algo.
Yuuji se movió, sentándose sobre sus talones un momento para poder deshacerse completamente de sus pantalones. Lamió dos dedos de su mano derecha, llevándola detrás suyo, la expresión de concentración agravándose mientras hacía algo de lo que Choso solo podía especular, quebrándose en un millón de pedazos en el momento en que su boca se curvó sobre el sonido húmedo y profundo de un gemido.
Yuuji dejó caer la mejilla contra su pecho, jadeando, permitiéndole sostener todo su peso, y fue entonces que Choso pudo verlo, su mano moviéndose rítmica y secretamente entre sus nalgas, haciendo algo de lo que Choso solo podía especular antes pero estaba seguro ahora. Estaba estimulándose, llenándose a sí mismo. Ni siquiera podía verlo bien, verlo completo, pero solo la visión de ello hizo que su sangre vibrara, ardiendo como lava hirviendo debajo de sus venas, viajando a todas partes de su cuerpo como si fuera fuego.
—Yuuji —gimió, sobrecogido.
Yuuji lloriqueó, también abrumado.
—Choso, Choso. Tócame, tócame, por favor. Yo-
Choso obedeció, llevando su mano a la verga de su hermano y jalándola con ganas, olvidándose del ruido ensordecedor de su propia excitación detrás de las orejas y concentrándose únicamente en Yuuji, en el jadeo ronco y arrebatado desbordándose de sus labios, su boca entreabierta, el cabello rosado más despeinado de lo acostumbrado y su mano incansable en el relieve redondo y perfecto de su trasero. Choso tenía los dedos húmedos, bañados en ese líquido tibio que le hacía agua la boca, deseoso de poder probarlo, y entonces apretó un poco más y Yuuji sollozó y-
—Espera —repitió otra vez, débil, la voz rota—. Espera. Esto no es justo para ti.
—Yuuji, yo estoy bi-
—Hermano, confía en mí.
Choso probablemente dejó de oír. No supo nada, no se enteró de nada, sordo bajo el rugido animal y descontrolado de su sangre, el latido violento de su corazón en el armazón de su pecho, corriendo desbocado. Sus manos viajaron por inercia a la cadera de Yuuji, anclándose duramente ahí cuando lo sintió montarse otra vez en su regazo, guiando con cuidado su verga y hundiéndola en la caverna suave de su interior, diez, cincuenta veces más cálida y apretada que su boca. Lo oyó gemir, gruñendo entrecortadamente entre dientes, quedándose quieto en el momento en que estuvo completamente sentado.
—Dios, eres enorme —graznó.
Choso ni siquiera lo escuchó, perdido en el bucle repetido de la voz de Yuuji dentro de su cabeza, sonando incluso por encima de su propio corazón. Todo era hermano, hermano, hermano, y Yuuji, Yuuji, Yuuji, Yuuji rodeándolo, Yuuji apretándolo, Yuuji moviéndose contra él y haciéndolo sentir como si pudiera morir y volar y revivir, todo al mismo tiempo.
Yuuji se molió contra él, enterrándose en la verga que lo llenaba brutalmente, lanzando ambos brazos alrededor de su cuello y atrayéndolo a su cuerpo. Choso aceptó, ciego, hundiéndose en el calor de su cuerpo, empujando hacia arriba y volviéndolo hacer otra vez cuando la voz de su hermano se quebró, fracturándose en una súplica llorosa.
—Choso, Choso —balbuceó contra su oreja—. Eres tan grande.
—Sí.
—Me siento tan lleno.
—Sí.
—Aquí —Yuuji desenredó uno de sus brazos, arrancando su mano derecha de su cintura y llevándola por debajo de su chaqueta, contra su vientre—, mira.
Choso dejó los dedos planos, explayados sobre la piel sudorosa y suave de su vientre, sintiendo los músculos duros y tensos, planos del abdomen de Yuuji, abultándose levemente en el momento en que empujó sus caderas, meciéndose contra su pene. Choso pudo sentirlo, claramente, la forma de su verga marcándose y llenándolo hasta lo imposible, dándole exactamente lo que Yuuji quería, lo que necesitaba.
Choso embistió otra vez, y otra, y otra, encantado con la sensación de hinchazón sobre las yemas de sus dedos, con la manera en que Yuuji lo abrazaba, en que el interior de su cuerpo parecía chuparlo hacia adentro, queriendo más, incapaz de soltar.
—Mi hermano mayor me llena tan bien —murmuró Yuuji, clavando los dedos de ambas manos en el cabello de Choso y jalando.
Choso hundió los dientes en el cuello de su hermano menor, sintiendo como si fuera a romperse si no lo hacía.
—Yuuji.
—Hermano.
—¡Yuuji!
En ese momento, Choso no necesitaba nada más. Nada más. Su hermano estaba en sus brazos, vivo, a salvo de la tristeza y cualquier otro sentimiento que lo haya estado privando de esto, esto que Choso sabía existía dentro de él, vibrante y brillante y ensordecedor. Choso arrastró su otra mano a la verga de su hermano, tocándolo otra vez como tantas veces le había pedido, y de repente Yuuji estaba temblando, sacudiéndose alrededor de su pene y encima de su regazo, llenándole los dedos de lo que probablemente era su semen, la voz rompiéndosele en un solo grito sofocado que pareció nacerle desde el centro de su pecho para terminar alojándose en lo profundo de sus propios huesos.
—¡Choso!
Choso sintió que estallaba. Su piel se incendiaba, se hacía pequeña, reventando en un brillo violento. Era como nacer de nuevo, como renacer, como estar muriendo por pedazos. Yuuji se sacudió, removiéndose dulcemente en el momento en que su propia semilla lo llenaba. Choso se mordió el labio inferior, oyendo cómo Yuuji volvía a gemir, bajito, detrás de los labios, balbuceando algo ininteligible.
Lo sostuvo de cerca, recuperando la respiración, sintiendo como si pudiera volver a explotar.
—Yuuji, te amo —dijo, sin arrastrar ni acelerar las palabras.
Su hermano no dijo nada, todavía recuperando el aliento, jadeando quedamente en su oreja. Casi como si se hubiera dormido.
—Te amo —repitió, solo porque podía decirlo, porque quería decirlo, porque su vida comenzaba y terminaba por él, porque estaba ahí y Choso nunca se cansaría de tenerlo cerca. Incluso en el suelo polvoriento de un edificio a medio derrumbar—. Te amo.
—Choso.
—Te amo.
—Choso.
Yuuji apartó su cabeza de donde estaba, enterrada en el hueco de su cuello, mirándolo a los ojos. Choso le sostuvo la mirada, revisitando las líneas de su rostro, las cicatrices en ellas, la calma que ahora las llenaba. Choso lo amaba.
—Gracias —dijo. Se inclinó, besando sus labios lenta y dulcemente, sin la desesperación de las otras veces, como si estuviera tratando de encontrarse a sí mismo en los labios del otro—. Por todo.
Choso miró por encima de su hermano, a la oscuridad apenas iluminada de las escaleras por las que habían subido. Tranquilo. Completo. En ese momento, realmente no necesitaba nada.
—No tienes que agradecerme —respondió, y era la verdad—. Eres mi hermano, y te amo. No hay nada que no haría por ti.
Y ambos lo sabían.
El título salió de la versión en inglés de la canción I can't stop me de TWICE. Síganme en twt, theakarachelsg
