Intento de GojōHime pornoso y sin trama nomás porque si jajaja, tengo que reconocer que me gusta bastante su dinámica en el anime, me matan de risa estos dos.

Me disculpo de antemano por los fallos y gracias por su lectura y comentarios

(。•̀ᴗ-)* Enjoy!


applied.

Esa Voz


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Iori siempre tiene fragmentos de canciones en la boca, pero son susurros para sí misma y dependen de su estado anímico tanto de las Maldiciones que se le atraviesen. Gojō en cambio, berrea a viva voz y su estruendo desafinado hace temblar todo a su paso. Incluyendo a Utahime.

—Cállate Satoru Gojō, antes de que me revientes los tímpanos. —Utahime le objeta con cara falsamente alarmada.

—Vamos Utahime, la música me hace feliz y si no consigo que me cantes, debo hacer el trabajo por mí mismo. —Gojō vuelve a gritar con ritmos irregulares a la vez que gesticula exagerado hacia Iori.

—¿Y por qué demonios habría de cantarte algo? —Utahime se tapona los oídos y observa a Satoru modular la voz y susurrar algo que no puede entender, ese brillo malsano que despunta en sus ojos sin venda y que le cubre toda la cara—. ¿Qué dices?

Gojō la ve como si fuera lenta. Repite, con voz clara y las manos inquietas.

—Porque tu voz es mejor que el azúcar, es mejor que el chocolate. Si me cantaras viviría en un subidón permanente. —Gojō es pura energía aún cuando se ha callado. Utahime se ha apagado y tras unos incómodos momentos sacude la cabeza como desechando ideas raras.

—Idiota, que cosas se te ocurren. Aunque quizás no sea tan mala idea, nada me haría más feliz que mata... —Utahime no termina y se da la vuelta para huir de la cosa gigante y risueña que es el hechicero más fuerte. Del oso engullidor de azúcar (y de si misma) que es Gojō.

—Sí, me pone. Tu voz me pone —Gojō ya está encima de ella, manos enormes sobre su cara, el aliento dulce y caliente contra su mejilla—. ¿Por qué me la escondes, Utahime? Dámela, ¿Donde la tienes, eh? ¿Aquí...? ¿Crees que me asustas? Eres una debilucha.

Las falanges prensadas en un puño con la intención de conectar un golpe que no lo alcanza, porque Gojō Satoru la ataca. O así le parece. Es un beso, un choque de dientes y narices. Humedad en un rastro largo que va desde el interior profundo de su boca, hasta resbalar de las comisuras, la mandíbula y el cuello. Gojō lame y muerde. Iori se comprime contra él en un jadeo, los ojos moribundos y la espalda arqueada.

—Esa voz senpai, es la que quiero sólo para mí. —Gojō le susurra cuando Iori gime bajito al sentir las manos enormes colándose en su hakama, sobándole indolentes. Utahime emite sonidos ahogados e impacientes MasSatoru ohdiosnodejes y sólo cuando parece a punto del desvanecimiento, Gojō se apiada y se deshace de la vestimenta (de ambos) y se intensifica en totalidad; dedos firmes y brutales al principio, luego algo más ancho y caliente. Boca voraz, el vaivén de su cuerpo contra Utahime rápido e irregular, como sus propios gruñidos: rotos e inconstantes.

Utahime nunca había escuchado desacordes más hermosos. No volverá a burlarse del canto de Gojō Satoru nunca.

Terminan pronto, un último choque de cuerpos, jadeos sedosos y largos en Iori. Sudor y fluidos en ambos. Pechos que se regularizan tras el paso del orgasmo.

—Gojō... tu voz fea y desafinada la quiero sólo para mí, desde ahora.

—Ay Utahime habérmelo dicho antes. Siempre ha sido tuya.