Todo lo que conozcan pertenece a J.K Rowling.

Esta historia fue escrita solo con fines de entretenimiento y terapia debido a la cuarentena.

espero que todos se encuentren bien y sean precavid@s.


Muerte Viaje y Funeral

Era una clase de silencio que dolía en los oídos. Aire que secaba los pulmones y gritos de agonía atascados en el medio de su garganta, que le daban la sensación de que habían puesto una gran piedra sobre ella.

Había crecido sabiendo que un día moriría, lo sabían aquellos que nacieron antes que ella, y también iban a saberlo los que nacieran después de que sus huesos se volvieran polvo, había sido así desde décadas atrás en la historia y continuaría siendo así décadas hacia adelante.

Sabía desde el comienzo de aquella tarde, sabía que cuando todo acabara, Merope ya no estaría. Y es que ni siquiera lo intentó, se negó, no aceptó que se la llevará a un hospital, con mejores atenciones… dónde tendría más posibilidades.

Pero hasta sus últimos minutos se limitó a llorar por sí misma, de lo injusto que todo había sido y a pasarle su carga a ella.

-¿Se encargaría de enterrarla?- preguntó a la directora del orfanato aún mirando el rostro pálido de su hermana en la cama. Las manchas se sangre contrastaban con los cabellos lacios y negros de Merope, y del blanco de las sábanas.

-Por supuesto- afirmó la mujer desde una borrosa esquina de la habitación.

Más abajo, el pequeño Tom se removió en sus brazos. Y lo miró largamente con los labios apretados, percibió un azul familiar entre sus párpados, y desvío la mirada.

No, Moira no podía.

Caminó hacia la mujer y depositó al niño en sus brazos, y ella lo meció, confundida. Se volvió a la silla en la que había dejado su abrigo y bufanda, se vistió con ellos, luego recogió sus bolsos del suelo.

-Puedo darle ropas y mantas para el niño- ofreció cuidadosamente la mujer a sus espaldas. Moira no la miró.

Su respuesta fue rotunda.

-No me lo llevaré.

Al intentar que no flaqueara su voz, -dos tonos más graves que el de una mujer, pero no menos femenino- hizo que sonara más arisca y dura de lo que en realidad hubiera deseado.

La mujer -ya entrada en sus años- tardó unos minutos en procesar la dura respuesta de la partera y hermana de la difunta que yacía en la cama.

-Pero usted acaba de prometerle a su hermana que se haría cargo del niño- no se guardó ni tuvo reparos en hablar con reproche ni en mirarla con severidad, como si ella tuviera derecho a recriminarle eso.

Moira se echó el bolso de cuero viejo al hombro, dentro chocaron varios frascos de cristal, vacíos. Su rostro repentinamente se vió mucho más demacrado y cansado que cuando había llegado ayudando a Merope, la mezcla de esas expresiones y el esfuerzo por mantener un semblante endurecido hicieron a la mujer mantenerse en silencio, pero no evitó que continuará mirándola con reproche.

-Le dí a mí hermana un poco de paz antes de su muerte. Más de la que tuvo en su corta vida, y más de la que seguramente tuvo estas últimas semanas- la respuesta fue dicha con seriedad y parsimonia. La mezcla de luces que entraba por la ventana desde la calle iluminaron de forma fría los contornos del rostro de Moira; cuyos pómulo estaban muy hundidos, sus ojeras se marcaban profundamente con tonos lila y negro.

Las risas eran amortiguadas, no por las paredes, sino por la estela de la muerte en la habitación.

La mujer no se atrevió a decir nada hasta que Moira pasó junto a ella dando largas zancadas para salir del edificio.

-¡No puede sólo dejar a su sobrino!- insistió la anciana corriendo tras ella- ¡la necesita!

-No puedo cuidar de él- contestó tajante, corriendo a la puerta de entrada, tomó el pomo y lo giró con brusquedad. Se dio cuenta de que estaba huyendo, huía de la criatura que la anciana llevaba en brazos, y no sintió vergüenza de ello, sólo temor a arrepentirse sino se alejaba de una vez por todas de él.

-¡Señorita!- la detuvo la mujer con un grito agudo cuando abrió de par en par la puerta. El aire frío le dio en las mejillas y arrastró hacia ella algunos copos de nieve - ¡Piense bien su decisión antes de abandonar este edificio!

Calle arriba había un pequeño tumulto de gente. Miraban el cielo embelesados por los estallidos de diferentes colores de los cohetes lanzados durante esas fechas, más tarde, seguramente enviarían a los niños a dormir y el festejo continuaría hasta la madrugada.

¿Qué haría ella? ella que sólo tenía pelusas en los bolsillos, que no había comido nada decente en semanas y que aquella mañana había despertado como en muchas otras, en un apestoso callejón con ratas caminando sobre su cuerpo.

No podía cuidar a ese niño cuando tampoco podía procurar cuidados para sí misma.

-Aquí estará mejor que conmigo- y salió rápidamente de ahí, atravesó el patio y la cerca, y caminó calle abajo, hacia el tumulto de personas.

No lloró una sola lágrima por su hermana. Merope había elegido su destino -que había acabado en tragedia- y lo mismo haría ella. Se marcharía a algún condado de Irlanda, quizá y con suerte podría encontrar a algún pariente de su madre.

El niño permanecería a salvo y bien cuidado en el orfanato hasta que alguna familia decidierá llevárselo.

Una farola tras ella parpadeó cuando hubo otro estallido de cohetes en el cielo. Elevó la mirada para mirar el color verde con cierto desdén, al tiempo se le erizó el vello de la nuca y los brazos, bien cubiertos bajo sus viejas prendas.

Un segundo después y ahogando un gemido de sorpresa soltó sus bolsos cuando se vio presa por alguien que le sujetaba por la espalda. Una mano fría le cubrió la boca para no atraer la atención de la gente que más adelante solo prestaba atención al espectáculo en el cielo.

Pensó en su varita, oculta en un bolsillo interno de su abrigo, al que en ese momento no tenía acceso. El sujeto tras ella le susurró algo que no entendió debido a que prestaba más atención al intento de liberarse de su agarre.

Éste la levantó por la cintura metiéndolos a ambos a un callejón un par de pasos atrás de donde se hallaban. Agitó las piernas con fuerza y mordió su mano, ganándose unos segundos para poder escapar. Sin embargo, el sujeto fue rápido y volvió atrápala antes de utilizar la aparición.

Volvieron a aparecer mucho más al fondo del callejón, esta vez Moira en desventaja debido al efecto del método de transporte mágico al que no estaba acostumbrada. Estaban dentro de lo que parecía ser un armario que el hombre cerró con un movimiento de la mano.

Moira, aún sujeta por él, elevó la mirada al techo. Éste estaba compuesto por dorados engranajes que funcionaban alrededor de un cristal que emanaba una débil luz verde. También flotaban esferas plateadas y de diferente tamaño que se mantenían estáticas en el aire.

El hombre la obligó a girar con él para recargarse en una de las paredes laterales, Moira frunció el ceño cuando se encontró un enorme disco plateado que ella identificó como un reloj, dado a que tenía grandes manecillas y estaba conformado por anillos, uno más grande que el otro y llenos de inscripciones y números, que formaba parte de la pared del fondo del armario.

Por el rabillo del ojo vio cómo el hombre levantaba la mano empuñando su varita y apuntaba al reloj de varios anillos. Sus ojos se agrandaron cuando de inmediato intuyo que fuera lo que fuera aquel armario, era el reloj el que activaría el mecanismo. Hizo un último intento por zafarse y huir de él, pero la tarea del hombre era más fácil que la de ella y al instante en que el hechizo dio en el reloj y las manecillas y los anillos comenzaron a moverse, el armario provocó un extraño crujido y el cristal se encendió con fuerza, cegándoles.

Todo lo que Moira sintió después, fue una frecuencia que le golpeaba y comprimía con fuerza todo el cuerpo y que más tarde se volvió intermitente, cómo si atravesara una tras otra, paredes de concreto. Tenía la sensación de que perdía la capacidad de respirar, hubo una sacudida, o eso creyó ella, que la empujó a la pared lateral contraria. Estaba segura de que se había roto algún hueso cuando escuchó algo crujir con fuerza dentro de sus oídos.

La desesperación aumentó y disminuyó en un instante, y el final de la experiencia se anunció con el estallido del cristal en el techo. Luego hubo otro que los expulsó a su captor y a ella fuera del armario.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí tendida en el suelo, con el rostro salpicado de sangre y mugre, quizá segundos que se sintieron como una eternidad. No se movió ni un ápice, ni siquiera para quitarse el pesado brazo que le impedía respirar más fácilmente.

Pero sintió la vibración de algo en las ropas del hombre, que permaneció inconsciente con la cara enterrada en el barro, y todo lo que pensó fue en lo blanco y etéreo que se veía el cabello de éste a la luz del fuego.

Justo cuando perdía la conciencia, vio las formas de las llamas arremolinarse y fundirse con el estrellado cielo antes de que todo se volviera tranquilizadoramente oscuro y silencioso para ella.

*

Tenía las suelas de los zapatos enterradas en la nieve, y se preguntó cómo es qué no tenía frío.

Pero las risas de Morfin -de siete años y más limpió- la hicieron recorrer el escenario con la mirada y comprendió que en realidad estaba dentro de uno de sus propios recuerdos.

Estaban detrás del seto de su casa, había un gran hueco donde Marvolo estaba parado, observando a Morfin y a metros más alejado de él, a su madre -con un vientre prominente- y a ella -muy pequeña- tomadas de las manos.

La señora Gaunt tenía el cabello ondulado y castaño con reflejos dorados, la piel de un pálido color canela y labios un poco carnosos que alojaban una perpetua sonrisa. Estaban envueltas en abrigos celestes, con los cabellos levemente nevados, los amorosos ojos verdes de su madre escudriñaban el rostro de la Moira de seis años, silenciosa y observadora, que se aferraba a su mano.

Morfin corrió hacia Marvolo, y éste lo levantó por las axilas en una estridente carcajada antes de dirigirse al interior de la casa.

Moira también había querido correr y ser atrapada. Pero Marvolo quería más a Morfin, y solo la hubiese ignorado.

-No te preocupes Moira- susurró su madre inclinándose hacia la pequeña Moira- estamos las tres juntas.

Se sujeto el vientre con la otra mano. El escenario del sueño desapareció, pero notó el aliento de su madre sobre su oreja.

Estamos juntas…

*

Moira abría los ojos frecuentemente sin poder enfocarlos adecuadamente. Por lo que recordaba y notaba ver en sus pequeños cuadros de conciencia, estaba en un dormitorio pequeño, había una pequeña ventana cuadrada a la izquierda, las paredes tapizadas eran de color crema, había una mesa estrecha junto a la cama, su superficie rebozaba de frascos grandes y pequeños. También había una repisa sobre su cabeza y una puerta frente a la cama que escuchaba abrirse todo el tiempo.

Una mujer, de vez en cuando y de forma poco clara, escudriñaba la mesita; y cuando parpadeaba, su ovalado rostro de cejas y pestañas blancas aparecía inclinado y muy cerca del suyo.

También un hombre la atendía frecuentemente. Hablaba en un idioma que no entendía, le sonreía de vez en cuando. Tenía la mandíbula cuadrada, el pelo liso y cano y los ojos azules como los de la mujer.

Ambos eran viejos y por el brillo de los anillos que Moira recordaba ver cuando le acercaban las manos a la cara para darle de beber pociones, debían ser una pareja de casados.

Los lapsos de conciencia formaban una línea de tiempo, quizá de dos semanas, en un cálculo mental que hizo de acuerdo con las veces que recordaba el dormitorio iluminado por el fuego de las velas o la luz pálida de la ventana.

Cuando ya podía permanecer más tiempo despierta era consciente de todas las heridas de las que era dueña, por que por más que deseaba permanecer quieta en la cama unos terribles temblores se apoderaban de ella durante horas al igual que una terrible tos que no la dejaba respirar y que le molía el pecho, y como acompañamiento, escupía hilillos de sangre que salpicaban las sábanas sobre las que la mujer debía mover constantemente la varita para limpiarlas.

Ella hubiese preferido la inconsciencia.

Estuvo así por lo menos dos semanas más, hasta que su constante tos se redujo y la dejo aceptar ingerir por fin, algo de comida.

La primera vez no le vino bien. Le dieron medio plato de caldo, que bebió con afán, hasta que tuvo que inclinarse y devolverlo tan seguido que cómo lo había ingerido. Fue tal la vergüenza que no pudo disculparse con el hombre mientras este limpiaba el charco de vómito del piso y la alfombra junto a la cama.

Sus temblores desaparecieron por fin, pero dejaron en su lugar una sensación de debilitamiento que no le permitía siquiera sentarse en la cama. Por lo que aquella noche cuándo era el turno del hombre de alimentarla, se hallaba con una pila de almohadas bajó la espalda, en un cómodo silencio en el que no estaba obligada a abrir la boca más que para recibir la cuchara con caldo.

La puerta estaba abierta justo cuando la mujer salió del dormitorio enfrente al de ella. Una extraña sensación le burbujeo en el estómago cuando, postrado en la cama y en peor estado que ella, vislumbró parte de lo que quedaba del rostro y la cabellera de su secuestrador.

Una vela le iluminaba el lado derecho del rostro que no estaba cubierto en vendas, estaba despierto y parecía hablar con alguien que estaba sentado en un sillón a su lado. Moira no alcanzó a vislumbrar quién era gracias a que el respaldo del sillón no dejaba siquiera asomar los cabellos de la coronilla de la persona, pero estaba segura de que era una mujer por la delicadeza de la mano que se veía sobre uno de los brazos del sillón, sujetando una botellita de colonia muy elegante que resplandecía un tenue color malva.

La puerta fue cerrada por la mujer albina, que se cubría los ojos con una mano, y desapareció de su vista cuando avanzó por el pasillo.

Moira entonces volvió la vista al hombre, cuyas facciones estaban serias y endurecidas, los ojos fijos en ella, con las arrugas más marcadas alrededor de ellos.

-¿Él está aquí, verdad?- preguntó fríamente, ignorando la cuchara con sopa que el viejo sostenía para ella.

-Está en peor estado que tú- respondió en un perfecto inglés pero con un marcado acento extranjero.

Se miraron intensamente antes de que Moira aceptará la última cuchara de sopa, ya demasiado fría para su gusto.

*

La tragedia arribó bajo el manto de una noche estrellada, cuando Moira ya podía levantarse y tomar el aire junto a la ventana, que dejaba ver un vasto paisaje y setos de flores amarillas, violetas y rosas alrededor de la casa.

Iba al baño, que era el cuarto continuo al de ella y tomaba largos baños de agua tibia mientras meditaba profundamente su situación. El hombre y su esposa seguían cuidandola, administrandole pociones y comidas ligeras sin proveer ninguna información que ella pudiera siquiera conseguir a escondidas puesto que hablaban -y discutían de vez en cuando- en un idioma que ella no conocía.

Ese día, el silencio que normalmente reinaba durante la noche había sido roto por un desgarrador llanto proveniente de la habitación de su captor. Había comenzado de una manera tan súbita que Moira dio un saltó en la cama, y durante largo rato se mantuvo sentada en ella observando la puerta, hasta que un par de ruidos de movimientos y llantos la obligaron a levantarse por puro nerviosismo hacia el final de su cama donde permaneció por otro largo rato, con las manos apretadas, esperando que alguien subiera a decirle lo que había sucedido.

Sin embargo durante por lo menos una hora hasta que el reloj dio la media noche nadie empujó la puerta, no hasta que ella se decidió a salir con inseguridad y un poco de miedo que le hacían temblar levemente las piernas.

Bajó lentamente las escaleras hasta el rellano. Aguardó un momento antes de decidirse a continuar y avanzar por el pasillo que daba hacia el fondo de la casa, donde vislumbró el respaldo de un sillón.

Jadeó levemente cuando se adentró en la sala del hogar. Llena de pergaminos en las paredes, el piso y los sillones.

Habían improvisado un laboratorio en una de las esquinas, donde aún humeaba un caldero junto a una tabla de picar con trozos de raíz de algo y un líquido viscoso, mientras que en el otro extremo había un escritorio mirando a la pared que tenía una gran variedad de pergaminos sujetos por alfileres, el más grande mostraba un detallado mapa de Londres, según vio cuando se acercó.

Sin embargo, fue la esquina de un papel que ella reconoció como un calendario lo que llamó su atención. Tuvo que levantar el pergamino repleto de runas que cubría la mayor parte de éste.

El corazón le dio un vuelco y sintió que su alma era expulsada a kilómetros de su cuerpo por un increíble golpe que le dio de lleno en el pecho y que la obligó a arrancar bruscamente el pergamino de runas cuando tuvo la necesidad de cubrirse la boca al toser.

29 julio de 1995

Ponía la fecha, marcada en rojo, en el calendario. Moira lo tomó de la pared sin dejar de ver todos los días de la semana tachados hasta ése.

Repentinamente un par de gruesas manos le retiraron el calendario suavemente del agarre de sus dedos, lo depositaron sobre el escritorio y luego sostuvieron sus manos con suavidad.

El hombre, mucho más alto que ella y de anchos hombros, le devolvió una mirada enrojecida pero tranquilizadora. Moira intentó relajar su respiración mientras observaba manchas de tierra en sus ropas.

-¿Pero qué hago aquí?- preguntó tan queda y tranquilamente que se sorprendió de sí misma al oírse formular la pregunta.

-Debíamos traerte. Debes verlo- murmuró el hombre antes de guardar silencio, su labio inferior tembló y bajó el rostro para ocultarlo antes de soltar un gemido.

Soltó suavemente a Moira mientras se giraba hacia la luz de la ventana. Junto a ella había una puerta oculta tras una cortina.

Moira se acercó a la ventana para observar lo que el hombre también miraba con una expresión tan dolorosa.

Se encontró con las espalda de la mujer, que lloraba desconsoladamente frente a dos montículos de tierra que acababa de ser removida. Al fondo de ambos habían encendido una gran hoguera en forma de pirámide que ardía con fuerza.

-Debes irte.

Moira tembló en su sitio al mirar el perfil del anciano, que aún miraba hacia fuera con lágrimas que escapaban raudas y silenciosas de sus ojos.

-¿Por qué?- ladeó temblorosa. Una lágrima estaba asombrosamente contenida al borde del párpado inferior de su ojo y resplandecía bajo la luz de la luna.

El hombre la miró gentilmente.

-No te preocupes, estarás a salvo- murmuró mientras se giraba hacia la puerta oculta- estarás a salvo.

Repitió antes de salir afuera. Moira observó cómo abrazaba a su esposa, y se quedó durante unos minutos observandolos a ellos, las tumbas y la hoguera que continuaba ardiendo con fuerza cuando decidió regresar a acostarse sin hacer preguntas aquella noche.

Los dejó llorar a su hijo y a aquella otra mujer.


Perdonen si se me pasó alguna falta ortográfica.

Escribir y corregir en teléfono es muy difícil.

Próximo capítulo "Albus Dumbledore"