Fanfics para celebrar la #RengaWeek2021

Disclaimer: SK8 no es de mi propiedad.


El bullicio de la capital del Imperio era algo a lo que Langa no estaba acostumbrado, el sonido apresurado de los pasos de la gente en su ir y venir, la mezcla de voces por todos lados que resultaba en una cacofonía y, aunque Langa generalmente no ponía la suficiente atención a lo que ocurriera a su alrededor más allá de lo que sus cinco sentidos pudieran percibir, incluso él podía sentir la energía apabullante con la que la ciudad se movía, siempre con algo por hacer.

Siendo justos, el alboroto producido por los habitantes de la capital podría ser consecuencia de las festividades que estaban por llevarse a cabo en unas semanas, aunque la facilidad con la que las personas se movían a paso rápido sin chocar unas con otras, moviéndose veloces para evitar roces y sin detenerse un segundo a pensar entre una tarea y otra contaban otra historia, una de experiencia y costumbre.

Langa simplemente no podía seguirles el paso, no porque no pudiera físicamente o no contara con los reflejos, al contrario, después de todo, antes de su profesión actual Langa había explorado el camino de la caballería y aunque ese fuese un sendero al que quería evitar llevar sus pensamientos, el entrenamiento siempre estaría grabado en su cuerpo. No, el problema era que Langa no estaba acostumbrado a este nivel de energía, rebosante y aparentemente con un entusiasmo interminable; la ciudad parecía moverse como una máquina en descontrol a primera vista, pero aun así parecía funcionar.

Los intensos rayos de luz provenientes del sol no eran una limitante sino que aparentaban revitalizar a la población.

Eso era otra cosa a la que Langa no estaba acostumbrado, la intensidad con la que el sol irradiaba desde el cielo, incluso aunque no se hallara en su máximo esplendor. Langa, a pesar de su previo entrenamiento y su actual trabajo, se había criado en uno de los muchos territorios pertenecientes a la nobleza del Reino, más no en la propia capital, por lo que era esperado que el bullicio de una ciudad como S le sobrepasara hasta ser ensordecedor.

Ah, y por supuesto, no era ciudadano del Imperio.

El Imperio de Joe, cuyo territorio se extendía hasta casi la mitad del continente, había sido establecido hace más de 1, 500 años bajo el mandato del primer Rey Nanjo. La historia contaba que, su majestad el Rey Nanjo, había sido bendecido al nacer por la deidad del Sol, siendo escogido como aquel que llevaría su linaje al mundo mortal y, después de valientemente combatir contra el Rey Demonio y su ejército, vencería y convertiría en monarca de su propia nación. Esta finalmente crecería hasta convertirse en el Imperio que es hoy.

La descendencia del monarca llevaría en sus venas sangre divina y, como regalo por su heroica hazaña y conmovida por el actuar de aquellos hombres y mujeres que habían ayudado a aquel que consideraba un hijo propio, cada cierto tiempo nacería un santo con poderes divinos que habría de fungir como conexión entre sus descendientes y su deidad, la diosa Phos.

De igual manera, en agradecimiento por los sacrificios ocurridos durante la guerra con el mal, las tierras que veneraban el nombre de su elegido y el suyo propio serían siempre acogidas por la diosa, quien daría señales al brillar como no lo haría en ningún otro lugar. La gente y las cosechas serían tal, que a diferencias de otros podrían prosperar en sus brazos, con la intensidad que reflejaba su amor y misericordia.

O al menos esa era la versión de la historia que le habían hecho repasar durante las tres semanas que había durado el viaje del Reino al Impero.

Y es que aunque el Imperio en realidad sí mencionaba la contribución de aquellos que no se encontraban bajo el ala de la diosa que resplandecía en el día, el enfoque que tenía su manera de contar la historia favorecía al linaje de Nanjo y su grupo, sin temblarles ni un dedo.

No que el Reino no fuese culpable de lo mismo.

Sólo que esa era la versión con la que Langa estaba más familiarizado, claramente.

En la misma época en la que Nanjo, en ese entonces un plebeyo, era protegido por Phos, en otra región el hijo de un noble de un reino todavía inestable y no hace mucho fundado recibía la bendición de la diosa Yue, la diosa de la luna.

Ese mismo niño, primer hijo y heredero del Duque Sakurayashiki, inteligente, elegante, educado y hábil con la espada, con la agilidad digna de sólo él, se aliaría en nombre de su benefactora con Nanjo para luchar durante años contra la misma amenaza. El papel que ambos habían jugado en la guerra y en la victoria era por igual importante, aunque podía debatirse que de no ser por las estrategias y el rápido poder de improvisación y pensamiento del heredero Sakurayashiki el resultado habría sido muy distinto.

Esta historia Langa la había escuchado y él mismo la había recitado innumerables veces, primero como cuentos para dormir, después en la escuela, y en cada festividad y celebración; cuando se había unido al Templo, cada día antes del amanecer cuando la luna seguía en el cielo y al anochecer cuando esta aparecía, Langa recitaba una versión aún más larga que se mezclaba con oraciones y elogios.

La historia era columna del Reino de Cherry Blossom, pues no sólo los había aparentemente erigido como uno de los reinos más prósperos y poderosos del continente, sino que en su momento, le había dado a una nación aún sin identidad y sin una autoridad en la que sostenerse una oportunidad. A su regreso, el heredero Sakurayashiki había sido coronado rey y celebrado por las próximas tres lunas llenas.

A diferencia de los pobladores del Imperio de Joe, los habitantes del Reino de Cherry Blossom realizaban las actividades más importantes antes del alba y al ocultarse el sol, pues era el momento en que Yue podía cuidarlos en su máxima gloria. Los ciudadanos de Cherry Blossom estaban preparados para ver bien en la oscuridad, habituados al frío de la noche y frecuentemente mostraban una actitud más taciturna, reservada y tranquila.

Por esto mismo, Langa no estaba acostumbrado al ruido, ni a los fuertes rayos del sol.

No obstante, con el matrimonio de los monarcas de ambas naciones a la vuelta de la esquina, que significaría el que ambos reinos volvieran a unir fuerzas y los largos siglos de tensión y pequeños conflictos llegaran a su fin, las preparaciones tenían que ser igualmente de memorables y grandiosas.

Y es que el matrimonio entre su majestad el Emperador Kojiro y el Rey Kaoru marcaría un antes y un después en la historia.

Eso también lo había estado escuchado Langa durante las tres semanas de viaje.

Si Langa era honesto, la razón por la que había decidido venir como parte de la comitiva del Templo en nombre de Cherry Blossom y la diosa Yue era por la misma razón por la que se había vuelto aprendiz de sacerdote: su madre.

Langa no recordaba mucho de ello, después de…de lo que había sucedió al escuadrón de caballeros enviado a resolver una trifulca en la frontera con otro reino vecino, Langa simplemente había perdido la motivación para seguir con su entrenamiento para unirse a las mismas fuerzas que le habían arrebatado una parte de sí.

Además de abandonar su puesto, Langa había perdido también su ánimo y eran raras las ocasiones en las que en realidad ponía atención, abstraído en su mente en un intento de pensar y no pensar que se repetía en un círculo vicioso.

Su madre, ahora sola con él, había buscado diversas formas de ayudarlo y al parecer, en un intento desesperado de acuerdo a ella misma, una de las tantas santas del templo (a diferencia del Imperio, las santas del Reino si bien importantes, no portaban la misma conexión con su diosa pues así lo había querido ella) había predicho que hallaría su propia felicidad después de unirse al Templo de la Luna, en uno de los viajes diplomáticos que llegaran a surgir.

Los primeros meses habían sido los más difíciles, y se había mantenido únicamente con la esperanza de calmar las preocupaciones de su madre. Langa jamás lo diría en voz alta, porque terminaría perjudicando a su madre, pero desde el incidente la fe que le pudiera haber llegado a tener a Yue se había esfumado.

¿Por qué habría de venerar a una diosa que no había podido salvar a un mortal que vivía para proteger su legado?

Y sin embargo, había terminado entre las filas de aquellos cuyo trabajo era reverenciarla.

No había destacado mucho como aprendiz, pero en necesidad para el evento que se estaba por realizar, el Templo decidió tomar consigo cuantas manos jóvenes pudieran obtener.

Supuestamente, tal vez, en este viaje encontraría ese algo que podría calmar la ansiedad de su madre, no deseaba ni esperaba por nada más, su progenitora suficiente cargaba ya con ser la cabeza de la única clínica de vuelta en su hogar.

Y con ser viuda.

Langa no esperaba muchas cosas al llegar a Crazy Rock, el Templo Real del Sol, el más importante en la capital, en todo el Imperio.

Como no esperaba mucho, tampoco estaba preparado para la cadena de eventos que se desencadenarían.

Nuevamente no había puesto la suficiente atención, a diferencia de sus compañeros, la apariencia del edificio (o múltiples, sí, Langa creía haber visto otras edificaciones similares de reojo al entrar, pero no podría asegurarlo) lo tenía sin cuidado; lo único que había notado era el color del lugar, un blanco tan puro que te dejaba ciego en combinación de decoraciones de lo que Langa suponía era oro en grandes cantidades por todo el templo.

Los sacerdotes (¿y tal vez aprendices?) que los habían recibido desde la entrada y que después habían tomado la responsabilidad de guiarlos hasta lo que serían sus aposentos durante el tiempo de las preparaciones y de la celebración portaban túnicas de igual combinación que contrastaban con la comitiva a la que pertenecía Langa, con ropajes de color azul oscuro como en una noche de luna nueva e hilos de plata que simbolizaban la protección de Yue.

Ostentosos, en ambos casos.

Eso era lo único que Langa había alcanzado a notar antes de separarse accidentalmente del grupo, perdiéndose entre los muchos pasillos del templo.

Y oh como agradecería Langa su tendencia a distraerse hasta el punto extraviarse más que en sí mismo y deambular sin un rumbo. Como también agradecería haberse tropezado, consecuencia de su naturaleza con un extraño artefacto con ruedas (que después sabría era para una de las exhibiciones).

¡Hey!, ¿puedes detener eso?

Porque eso lo llevaría a conocer al mismo Sol.

En el Imperio de Joe se supone que además del monarca con sangre divina debería de existir una santa que vele por el interés y bienestar de aquel que lleva la bendición de Phos. Una santa que brille con una intensidad similar a la de la diosa, que trasmita su calidez y seguridad, que sea vida, pues la diosa es también vida y la santa ha de ser la representación de la diosa en tierra aconsejando a su propio hijo.

La santa, a través de las generaciones, había demostrado que al igual de la diosa con el primer monarca Nanjo, no discriminaba al escoger a quien representaba esa posición.

Para el Emperador Kojiro todavía no había una santa, pero a murmullos secretos de aquellos que habían tenido la fortuna de conocerlo antes de que se uniera como aprendiz en Crazy Rock y que a día de hoy todavía lo veían de cuando en cuando, aquel que ocuparía ese lugar ya había sido elegido y sólo esperaban el día en que se manifestara como tal

Y es que uno de los trabajadores de la florería más importante en la capital (Langa recordaba se llamaba Hiromi aunque en ocasiones se refería a sí mismo como Shadow, Reki personalmente los había presentado cuando Langa lo había acompañado a revisar el encargo para la primera ceremonia previa a la de matrimonio), a regañadientes tal vez, que las flores parecían florecer con emoción pero también con parsimonia, que aquellas plantas que se habían secado parecían revivir y que los girasoles seguían su camino una vez que aparecía. Toda la tienda se iluminaba y parecía como si el Sol mismo hubiera descendido del cielo para con sus rayos tocar cada centímetro de cada planta y cada esquina de la tienda, en la inmensidad de todo él. La tienda su propio mundo de prosperidad, con las flores buscando aprobación luciendo su mejor versión y el tiempo se detenía, porque los rayos tenían que reconocer el esfuerzo de todas por igual.

(Langa podría tanto como sí como si no, haberle sumado su propia interpretación al testimonio).

De acuerdo a Miya, uno de los genios de patinaje del Imperio (al parecer, ese era un deporte que se practicaba no sólo en la capital de Joe sino también en la capital de Cherry Blossom, algo que nunca había notado y tal vez no lo hubiera hecho de no ser por Reki, quien le había asegurado que, aunque un deporte que amaba, era relativamente nuevo por lo que no debía preocuparse de no saber) él también había percibido lo mismo.

Porque cuando él se acercaba, Miya sentía la calidez recorrer su cuerpo hasta llenarlo de un sentimiento de tranquilidad, fuese de día o de noche, verano o invierno, el calor lo abrazaba hasta alejar cualquier inseguridad el frío.

Cuando había algún tipo de contacto, siempre quedaba un fantasma de este, y cuando se daban la mano, sus dedos eran los mismos rayos del sol, dibujando sobre un cuerpo mortal con una pluma cuya tinta era de fuego, pero sin ser pluma y sin quemar, sólo transmitiendo esa calidez adictiva, esa satisfacción de tener, por un momento, la atención de un ser sobrenatural y divino.

(Langa definitivamente había agregado su propia experiencia a ese testimonio, y le había sacado los insultos aunque igual sabía que Miya no los decía en serio).

Langa no sólo había experimentado esto por igual, sino que también había aprendido lo que era ser cegado por la intensidad del Sol. Y esta tendría que ser su experiencia favorita, porque cada que Reki sonreía, Langa era cegado como lo había sido en su primer día, pero al mismo tiempo no porque cada sonrisa de Reki era nueva, cada vez que Langa la veía se sentía como una primera vez distinta, una nueva oportunidad de ser bendecido como mortal, de redescubrir la luz. Y aunque Langa jamás había entendido porqué la gente insistía en cegarse con la ostentosidad del oro en el Imperio, Langa miraría nuevamente la sonrisa de Reki y entendería la razón por la que se mira al Sol y aunque te deje ciego, regresas la mirada para no apartarla más.

No obstante, Langa no podía encontrarse de acuerdo con Shadow o con Miya, o incluso con el mismo Emperador (según Miya, los rumores habían llegado al palacio, aunque todavía no se extendía por la ciudad). Reki no podía ser la santa, porque para Langa Reki tenía que ser el mismísimo Sol.

La reencarnación misma de la diosa Phos, no su representante para con el Emperador.

No

Reki tenía que ser no un dios de algo sino el mismo algo, fuese un sacrilegio o no a Langa no le importaba, Reki era el Sol.

Y así se lo haría saber.

Incluso su sonrojo era comparable a la coloración rojiza que el astro a veces mostraba, y Langa una vez más se sintió bendecido por poder presenciar otra faceta del Sol.

¡Detente! ¡Detente! Langa, ¿cómo puedes decir esas cosas sin avergonzarte ni un poco? No, ¿cómo puedes decirlas sin preocuparte, cuando sé que como aprendiz entiendes la magnitud de tus palabras? Ahhhhhh, verdaderamente estás en otro nivel.

¿Cómo podría Langa avergonzarse cuando finalmente podía expresarse?, ¿cómo, cuando sólo había dicho algunas de las muchas cosas que quería?, ¿cómo, si finalmente había encontrado su felicidad?

¡Bien! En ese caso, ¡yo haré lo mismo!

Y es que para Reki, Langa era la personificación de la Luna, con un porte seguro, elegante y que parecía de una verdadera divinidad más que de un mortal, con la decisión y determinación de permanecer en el cielo y brillar con un reflejo que lo hacía diferente al del sol. Todo él resplandecía, todo él trasmitía seguridad, todo él imponía con su calma pero con un poder que aunque no alardeaba, era claro tenía. Porque como la Luna, Langa era ese consejero que sabe escuchar y sabe actuar, que sin su compañía la noche abrumaría por su oscuridad y las estrellas que esperan cada noche por ella se sentirían perdidas.

Reki era una de esas estrellas.

Langa no entendía como el Sol podía perderse sin la Luna, pero si este buscaba su compañía Langa gustoso de la daría.

Al día siguiente, con la entrada de los rayos del sol por la ventana, Langa abriría sus ojos con la misma parsimonia con la que recordaría que las flores se preparaban para la visita del Sol, y se encontraría con el suyo propio recostado a su lado.