Tomaba mi latte, distraído como siempre, sentado en aquél café atiborrado de gente a pasos de la 5ta. , caótica avenida de New York cuando lo crucé.
Hablaba por su celular... hablaba? Digo... le gritaba a alguien que seguro quedó sordo del otro lado de la línea.
Gesticulaba exageradamente cuando entró por la puerta de la 34st. Su flequillo le caía hermosamente sobre sus ojos turquesas, y con su mano derecha intentaba correrlo hacia el costado, exasperado. Llegué a escuchar un "Mon Dieu!" antes de que corte, volvió a correrse el flequillo y respiró pausadamente mientras se disponía a elegir su pedido.
Intentaba tranquilizarse, era claro.
También era claro para mí que no lo lograba.
Guardó su celular en el bolsillo, no sin antes volver a checkearlo. Sus gestos eran delicados. Su cabello color verde azulado era largo y lacio, le llegaba a la cintura, vestía unos jeans casuales y all stars.
No podía dejar de mirarlo... creo que mis mejillas se sonrojaron.
Llegó su turno para pagar y al darse vuelta caminó hacia mí, me puse tan nervioso que de mi boca resbalaron unas gotas de café. Torpemente pasé una servilleta por mis labios en el momento que él se sentó a mi lado.
Tomé mi celular del bolsillo, revisé mis mensajes para hacer algo, antes de que mi estupidez me deje mal parado.
Kardia me sacó de mis pensamientos: ya estaba esperándome afuera.
- paso x el wc y voy ;)
- apúrate
Siempre tan amoroso.
Tomé mi mochila con fastidio y bajé las escaleras, no sin antes volver a mirarlo de reojo, sus ojos no se despegaron de su celular.
El wc estaba lleno de gente.
Mis ojos instantáneamente giraron hacia atrás y volví lentamente sobre mis pasos... y ahí estaba nuevamente.
Mis ojos sobre los suyos.
Enarcó su ceja derecha y esbozó una media sonrisa, le devolví el gesto y seguí subiendo.
Llegué a la puerta y mi hermano me esperaba con los brazos cruzados.
Intenté con todas mis fuerzas no ponerle los ojos en blanco... sin éxito.
- Tarde hermanito. Vamos.
- Kardia porque no me dejas disfrutar las vacaciones? Siempre estamos apurados
- Ya ya
Intenté seguirle el paso entre la multitud, se dirigía hacia el Empire State.
- Oye! Espera! Porque tanta prisa?
Como si estuviera sordo, lo intenté de nuevo.
Abrió la puerta de vidrio y se internó dentro.
Volvió con dos entradas en la mano y la novedad de que se encontraría con alguien en el piso 102.
- Bueno... vamos a entrar o que?
- Y yo a que iría? A tocar el violín?
Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, su típico gesto de fastidio.
A veces odiaba a mi hermano mayor. Lo detestaba.
- No seas idiota, Milo. Porque me tratas de estúpido?
Tomé mis lentes de sol y lo seguí. Sabía de sobra que sus planes nunca terminaban bien.
Subimos por aquel increíble ascensor transparente con unas vistas estupendas, el sol estallaba de colores tras los vidrios con fuerza, bañando cálidamente todo alrededor. Tomé mi celular y saqué un par de fotos... típico de turista.
Kardia apuraba el paso en aquél corredor que a cada lado que mirabas, la ciudad de Manhattan se expandía más y más bajo el cielo celeste a nuestros pies.
- Fantástico... a que si?
Tenía esa sonrisa pícara en su cara cuando volteó a verme, con sus cabellos azules despeinados "de casualidad" y sus zafiros rebosantes de felicidad.
Sonreí cómplice, su alegría y ansiedad eran contagiosas.
Volteamos a la derecha y... allí estaba él, de espaldas a unos metros de distancia, distraído mirando por uno de los ventanales.
Mi corazón se aceleró.
Su cabello verdoso me llamaba a tocarlo, acariciarlo... busqué a Kardia para dejar de pensar tonterías, pero ya había desaparecido.
Volví a mirar aquellos hombros, deseando que se diera vuelta. Poder volver a verle esa cara de porcelana perfecta, sus turquesas y perderme en ellos, su media sonrisa.
Me acerqué un centímetro sin darme cuenta, necesitaba posar mis dedos en esas mejillas y sentir como se sonrosaban, como un imán me acercaba hacia donde no debía ir. Que le diría? Ya parecía un acosador.
- Allí está. Ven Milo, tengo que presentarte a alguien
Lo vi caminar hacia él.
De pronto, como en cámara lenta, lo abrazó desde atrás. Ambos rieron y mi hermano apoyó su cabeza sobre su hombro izquierdo, besándole la mejilla.
Me quedé helado.
Espera... que pasa? Vamos hombre no es para tanto, porque me siento así?
Retrocedí unos pasos sin poder despegar mis ojos de sus espaldas.
Mi corazón latió a mil por hora.
Esta sensación de... desolación.
Pero aguarda, mi hermano es feliz, lo veo sonreír, carcajearse, eso está bien.
En el fondo, le amo.
Quién podría echarle la culpa de algo?
Quién podría no decir que en realidad él tuvo la suerte de conocerlo primero?
Tiene la suerte de conocerlo... Besarlo. Tocarlo.
Retrocedí unos pasos más, como en trance.
Los veo de espaldas, pegados abrazándose, con una mano en el bolsillo del jean del otro, mirando el atardecer.
Debo irme.
Soy un monstruo que no deja de pensar que yo soy el que debería estar ahí con él y no mi hermano. Estoy... celoso? Me doy asco.
Llegué a un pasillo. Había una máquina expendedora, coloqué unas monedas y tomé un refresco. Tenía que calmarme.
Me apoyé en la pared y lentamente fui resbalando hacia el piso.
Tenía que sacarme de encima esta sensación de soledad y decepción.
Dejé el refresco a un lado y tomé mi cabeza entre las manos. Me ardían los ojos.
Alguien me tocó la nuca. Sentí escalofríos.
- Salut! Te encuentras bien?
Levanté la vista lentamente y ahí estaba, agachado sobre mi, con sus cabellos haciéndome cosquillas en mi cara, mirándome con preocupación.
- Si, si. Estoy bien...
Intenté levantarme y me tendió su blanca mano.
Se la tomé y lo tuve enfrente. Quedé en blanco.
- Seguro? No lo pareces
Y sonrió. Sonrió con ganas, sus dientes blancos, perfectos.
Sus turquesas me miraban escrutadoras, como con ansias de encontrar algo.
Sonreí. Sentí que mis mejillas se acaloraban, pero no debía...
- Lo siento. Debía escapar de tanta gente, pero tú no estabas...?
- Estoy igual. Los lugares cerrados me ponen un poco nervioso.
Sus pestañas eran negras y hermosamente largas. Su boca parecía esculpida, sonrosada, deseable. De que podría culpar a Kardia? Simplemente era perfecto.
Sentí envidia. Soy un ser repulsivo.
Pero lo tenía tan cerca...
Me debatí internamente que hacer mientras me perdía en esa mirada de océano... Podía traicionar a mi propio hermano?
Di medio paso hacia adelante, apoyé mi mano izquierda en la pared que él tenía detrás. Los dos éramos de la misma altura, miré su flequillo, sus pómulos y esas carnosidades que deseaba probar. Ya era mi presa... sus ojos pasaban de los míos a mi boca, sus labios se entreabrieron un minúsculo centímetro, dejó escapar una leve exhalación, mi mano se dirigió a su mejilla izquierda dispuesta a acariciar lo que tanto ansiaba y...
- MILO!
Di un brinco hacia atrás... Que?
Cómo explicarle a Kardia mis intenciones? Mi cerebro se entumeció.
- Milo! Milo! Estás bien?
Me zarandeaba. Pero que...?
- Si. Ya, mira lo siento de verdad... yo, esto... bueno es que...
- Dos minutos te dejo solo y desapareces. Que diablos te pasa?
Mi hermano estaba preocupado. Y yo aún seguía en estado de coma.
Cómo explicarle esta situación?
Miré hacia abajo, esperando encontrar alguna frase con sentido.
- Petit frère où étais-tu?
Levanté la vista y... tuve ganas de reír. Reír como nunca. Solté un suspiro aliviado y me tapé la boca, intentando que esa risa no se escapara.
El muchacho a mi lado también rió.
El recién llegado corrió su melena verde a un costado, nos miró con cara de reproche mientras ajustaba sus lentes en su nariz y luego arqueó una ceja a Kardia, que simplemente levantó sus hombros.
- Milo, te presento a Degel.
Miré a Degel a los ojos, un poco más arriba que los míos... detrás de esos lentes una mirada violácea me examinó.
Le tendí la mano y él me la estrechó con una sonrisa.
Cómo podría haberlos confundido?
- Y yo les presento a mi pequeño hermano, Camus. Aunque veo que ustedes ya se conocían.
Y se giró hacia Kardia, dándole un casto beso.
- Enchanté... al fin conozco al novio de mi hermano!
Soltó un suspiro y me miró con una sonrisa
- Y al fin se tu nombre, Milo.
- Y yo el tuyo, Camus.
Nos miramos como si ellos no estuvieran allí parados, no entendiendo la situación.
Sus turquesas brillaban, como seguro mis zafiros.
- Bueno... vamos a comer algo? Muero de hambre!
Mi hermano me despeinó cariñosamente, dio la vuelta y tomó a su peliverde de la mano, caminando delante nuestro, despreocupados.
Camus me ofreció la suya y distraído aún, la tomé.
03/03/21
