Antes de darse cuenta, esperaba por los miércoles.

Nunca se había detenido a pensar por el momento exacto en el que notó el patrón, pero siempre que el chico aparecía, era miércoles.

No significaba que cada miércoles estaría ahí sin falta. A veces pasaba semanas sin verlo. Pero si iba a poner pie dentro de la tienda, sería en miércoles sin duda.

En realidad los miércoles eran exactamente igual a cualquier otro momento de la semana para ella, no había sido hasta que uno de sus compañeros le hizo el comentario que fue consiente de su actuar.

"¿Estás esperando a alguien?" le había dicho. Maka solo se le había mirado extrañada como respuesta. "Es que no paras de mirar a la puerta cada que suena la campanilla"

La chica había sonreído distraída, negando con la cabeza, y había regresado a su labor de limpiar la barra de la pequeña cafetería donde trabajaba desde hacía dos años, diciéndose a si misma que su compañero solo imaginaba cosas. Pero entonces la campanilla de la puerta había sonado, y Maka había girado la cabeza hacia la entrada en un reflejo. Al darse cuenta frunció el ceño, confundida, regresando la atención a su labor, intentando convencerse de que había sido culpa de a extraña pregunta que le habían hecho.

Cada vez que la puerta sonaba, tenía que frenar el impulso de girarse. A veces lo lograba. Muy pocas veces a decir verdad. Aún así, el día pasó sin mayor novedad. Maka cumplió con su turno, se despidió de sus compañeros e inició la caminata hasta su pequeño departamento. Se puso los audífonos a todo volumen pero la música se había convertido en mero ruido de fondo. Más tarde, al llegar a casa, no podía ni recordar que estaba escuchando. Todo el camino lo había dedicado a pensar en el sonido de la campanilla, tratando de encontrar la razón de su reacción. No lo logró.

Y el miércoles pasó.

Vino el jueves, y el viernes, y el resto de la semana pasó en un borrón de emparedados y tés y el aroma a café impregnándolo todo.

Y de nuevo, miércoles. Y de nuevo, mirar a la puerta en cuanto sonaba la campanilla.

Ahí fue cuando su curiosidad la pellizcó, casi dolorosamente, como una punzada en la nuca. Trató de pensar hasta el último detalle de los días anteriores. No recordó haber volteado ni una sola vez. Siguió atendiendo a su labor, preparando bebidas y sirviendo emparedados. Volteando discretamente con cada sonar de la campanilla.

La tarde siguió su curso, estirando los últimos rayos de un cálido naranja de otoño para dar paso a la noche. Fue ahí que la campanilla sonó una vez más. La pequeña cafetería se encontraba ya casi vacía. La mayoría de la gente buscaba resguardarse del helado viento de las noches de octubre, dejando las calles solitarias desde temprano.

El joven entró apretando una gruesa bufanda de lana roja , cubriendo la mitad de su rostro, dejando entrar el aire frio detrás suyo. Para ese momento Maka era la única atendiendo el lugar. Su compañera en turno había comenzado a poner orden en la bodega, preparándose para el cierre aprovechando la baja clientela. Maka lo saludó con su bonita sonrisa de atención al cliente. Tomó y cobró su orden, (un té de jengibre con miel y un rol de canela); lo preparó con rapidez y lo llevó hasta la mesita que su cliente había tomado para sentarse. Regresó a su lugar detrás de la barra y comenzó a ordenar. Después, sacó un libro de debajo del mostrador y comenzó a leer, levantando los ojos de vez en cuando, mirando a los pocos clientes que quedaban en el lugar y asegurándose de que no necesitaban nada.

Al cabo de una media hora, solo quedaba el chico de la bufanda roja. Había sacado su portátil y tecleaba con rapidez, concentrado en la pantalla. Maka trataba de seguir su ejemplo concentrándose en su lectura, pero, cosa inusual en ella, las palabras parecían moverse sin sentido por el papel.

Abrumada, cerró el libro y centró casi sin querer toda su atención a su último cliente. Al atenderlo no se había detenido a pensarlo, pero era un cliente regular. Era fácil reconocerlo por su inusual apariencia. Su cabello blanco puro y la inusual palidez de su rostro lo hacían resaltar aun sin pretenderlo. Y sus ojos tan peculiares, de rojo borgoña, parecían brillar hoy mas de lo normal gracias a la bufanda a juego que enmarcaba su rostro.

Si no mal recordaba, había empezado a frecuentar el local hacía medio año atrás. No recodaba exactamente el cuándo, pero si que podía traer a su mente el cómo. El chico había entrado en compañía de otros dos jóvenes que parecían de su misma edad, y que también tenían el don de arrastrar la atención de toda una habitación directamente a ellos, no precisamente de la mejor manera. Ese día Maka había salido mucho mas tarde de lo normal, gracias a que uno de los chicos, la personas más ruidosa e inquieta que ella había visto jamás, había volcado la mesa en la que se habían acomodado y lanzando las tazas a todas direcciones en el proceso. Uno de los tres se había quedado a deshacerse en disculpas, ofreciéndose a pagar los daños y ayudar a limpiar, mientras el a albino sacaba casi a patadas al culpable alborotador, tan avergonzado como si él mismo hubiera lanzado las tazas a las paredes.

Maka había rogado al universo porque nunca regresaran. Y lo cierto es que no lo hicieron. Al menos no el responsable del desastre. Pero el chico de blanco cabello había regresado a la semana siguiente. Y a la que vino después de esa.

Siempre elegía la misma mesa, al fondo a la izquierda, sentándose de frente a la barra. Dedicaría un par de horas a teclear en su computadora y después se levantaría para guardar sus cosas y colocarse la mochila al hombro, acercaría su taza y plato a la barra, (un detalle que a Maka le parecía ligeramente adorable pues lo común era que ella fuera a limpiar las mesas de los demás comensales), y se marcharía.

Justo como lo estaba haciendo ahora.

Se despidió con un sucinto "Gracias" y un "Buenas noches" y salió del lugar.

La campanilla de la puerta sonó un par de veces más después de su partida, transeúntes que hacían parada por una bebida caliente para soportar el resto de su camino. No fue sino hasta que la cerradura de la puerta hizo clic al cerrar el lugar que Maka se dio cuenta de que no se había girado a ver la puerta con ninguno de ellos. Se había detenido justo cuando su cliente regular había llegado. Una ventisca helada atravesó la acera, levantando hojas y agitando faldas y abrigos a su paso, haciendo sonar la dorada campanilla sobre la puerta.

Maka levantó la mirada, sonriendo divertida.

"Pavlov estaría orgulloso" pensó, iniciando su caminata de vuelta a casa, con la imagen de una bufanda roja grabada al fondo de su mente