I. Tiempo
LENA
No espero que crean mis palabras; sólo estoy aquí para contar mi historia. Mi nombre tal vez no sea importante, no significará nada para nadie que no me conozca; pero he de tener uno ¿no? Es la regla: naces y te nombran casi de inmediato, incluso muchos ya tienen nombre desde antes de ser concebidos. Pues bien, yo no soy la excepción. El día en que nací me llamaron Magdalena, tal vez lloré mucho, no puedo asegurarlo (mi memoria del incidente no es extensa, de hecho, es nula), tal vez mi madre estaba en las nubes después de ingerir narcóticos, o mi padre fue demasiado cobarde para exigir que me llamasen de otra manera... En fin, mi nombre completo es Magdalena Ann Heron, más conocida en el bajo mundo como Lena Heron. Es broma, nadie me conoce en el bajo mundo.
Sí, quizás estás riendo en este momento ¿Magdalena Heron?, dirás con una gran sonrisa en tu rostro, ¿Quién podría llamarse así?, vale, no te burles, yo me llamo así. Y no puedo hacer nada para impedirlo. Claro, podría cambiarme el nombre en el registro muggle, ¿pero de qué serviría?, seré Magdalena Heron toda mi existencia.
Ahora sí, pasemos a lo que vinimos. Dije que contaría mi historia, pues bien, aquí voy. El año 1998 fue un año de retos para la comunidad mágica en general: Quien no debe ser nombrado y sus seguidores sembraron caos y fue difícil recuperarse de ello. Al ser una nacida muggle, no podía saber lo que estaba ocurriendo en el mundo mágico hasta que recibí mi carta en agosto de ese año y pude acudir a un colegio semiderruido, que se fue reparando a sí mismo con el pasar de los meses.
De padre británico y madre medio latina por aquello de la migración, llegué a Hogwarts siendo una chiquilla flacucha y bajita, que aún usaba flequillo recto y que, cuando me dejaba alcanzar de mi madre, terminaba con un peinado al estilo Luz Clarita. Sin embargo, mis padres y sus arraigadas creencias religiosas no estaban muy contentos con mi asistencia a semejante "antro de brujería", por lo que nadie me peinó ese día. Hice un par de amigos en el tren: Collette Neveu, hija del medio de una familia de magos francesa, y Benjamin "Ben" Weasley, octavo y último hijo de una de las familias más famosas por su participación activa en la caída del régimen oscuro. Después de una curiosa canción del sombrero seleccionador, el profesor Flitwick, subdirector, jefe de Ravenclaw y maestro de transformaciones, puso el sombrero sobre cada alumno de nuevo ingreso. Tanto Ben como Collette fueron enviados a Hufflepuff conmigo.
Tras unas semanas de clases pude comprobar un par de cosas sobre mi escuálida persona: uno, era medianamente buena para volar en escoba, por lo que estuve dispuesta a presentarme a las pruebas para buscadora con la escoba de Ben en calidad de préstamo, haciéndome con un lugar en el equipo; y dos, los bowtruckles me odiaban, uno casi me arranca un dedo por el simple placer de verme gritar. Bueno, quizás exagero un poco, pero el bicharraco me atacó cuando paseaba por los terrenos del castillo cerca al lago: clavó en mi pobre índice sus pequeños y afilados dientecitos. Hagrid, quien estaba cerca en el momento en que solté mi dulcísimo alarido al tiempo que sacudía la mano con el animalejo aferrado a mi dedo, dijo, mientras me acompañaba a la enfermería, que probablemente hice mucho ruido al acercarme. Según mis conocimientos (nulos, por supuesto), esa cosa me tenía ojeriza desde el inicio.
Entre más pasaba el tiempo, confirmaba mis fortalezas y debilidades en el mundo mágico: Las transfiguraciones no eran mi fuerte, las cosas me quedaban a medias por más que me esforzara y sumado a ello la profesora Louper, quien había pasado a reemplazar a McGonagall cuando se convirtió en directora, no parecía estimarme demasiado; quizás era mi impresión, pero la mujer me preguntaba más cosas a mí que a los demás. Y ni qué decir de la historia de la magia, las fechas eran más confusas que el mandarín y el profesor Bins podía hacer dormir medio salón en los primeros tres minutos de la clase. Podría decirse que lo único que se me daba medianamente era defensa contra las artes oscuras y encantamientos, siempre y cuando les dedicase toda mi atención.
El profesor de defensa contra las artes oscuras, un anciano llamado Erwin Walburg, parecía que no iba a resistir otro año más dictando clase y, sin embargo, duró cinco antes de presentar su dimisión para cumplir su sueño de vivir en Argentina. Debo decir que el profesor Slughorn, que daba pociones, nunca me invitó a sus reuniones del estúpido club que lideraba, y no creo que deba aclarar por qué. La astronomía me gustaba y dibujaba bien, así que no sufría demasiado con ella. En tercer año decidí ver cuidado de criaturas mágicas y adivinación con una entusiasmada Collette y un malhumorado Ben, quién había tratado de mil maneras de convencernos de ver aritmancia.
-Puedes ver aritmancia solo -dijo Collette mientras sonreía radiante viendo su formulario para optativas diligenciado con su hermosa letra.
-No quiero estar solo -había mascullado Ben con las orejas coloradas, al tiempo que escribía "adivinación" en su propio formulario.
Volviendo al tema de defensa contra las artes oscuras, había dicho que el profesor Walburg se había marchado al final del quinto año a Argentina. Algo relacionado con el amor al mate, la carne y el fútbol, dijo el último día de clases al finalizar los T.I.M.O.S. El regreso a casa para el verano estuvo rodeado de decenas de especulaciones sobre quién sería el nuevo maestro de defensa contra las artes oscuras ahora que Walburg no estaba, llegando al extremo de decir que el mismísimo Harry Potter se uniría a la planta docente. Ben, que conocía las aspiraciones de su cuñado a jefe de aurores, se limitó a reír mientras cerraba la puerta en la cara de los Gryffindor de tercer año que habían acudido a nuestro vagón a confirmar su teoría. Lejos estaba de imaginar que mi sexto año sería el que definiría mi destino.
