Quizás la mejor decisión que había tomado en su vida, fue haber salido aquel fin de semana a Hogsmeade luego de haber planeado sus clases para lo que restaba del mes.
Harry se puso su túnica diaria y se encaminó a tomarse algo al bar para relajarse, junto a Neville Longbottom, quien estaba enseñando ese año Herbología en Hogwarts, y ambos estaban teniendo un atareado semestre. Qué mejor que un pequeño descanso.
Llegaron al lugar, y solo bastó un avistamiento de unas túnicas elegantes de colores oscuros, unos rizos rubios casi albinos y unos ojos grises que se conectaron a los suyos casi de inmediato, para retroceder a cuarto año.
Los estudiantes de Beauxbatons y Durmstrang habían llegado desde hacía unas semanas y por todas partes había caos. Harry no estaba lejos de eso tampoco.
Con el peligro de Sirius, su persecusión, el hecho de que sin un maldito motivo (además de que alguien lo quería matar) había sido elegido como campeón sin ser mayor de edad, que la mitad de Hogwarts le odiara y la otra mitad lo apoyara solo por haber sacado la mayor puntuación en la primera prueba y con el Yule Ball a la vuelta de la esquina, sentía que iba a explotar.
Golpeó su cabeza contra la mesa, quejándose. Ya le había preguntado a Cho si quería ir con él y le contestó que Cedric Diggory ya se lo pidió.
Cedric Diggory.
¿Cómo podía competir con Cedric Diggory?
Ron estaba aún pálido luego del rechazo de Fleur, así que Harry, con la cabeza aún en la madera, extendió su brazo para darle unas palmadas en la espalda.
—¿Mejor? —preguntó, sabiendo que no era así.
—No entiendo todavía por qué lo hice —balbuceó el pelirrojo, mirando en blanco a su comida.
Estaban desayunando, y las opciones se acababan con el pasar de los días. Todos ya tenían una cita y sinceramente, si así seguía la cosa, ellos dos serían los últimos en conseguir una chica para ir. Si es que conseguían alguna.
Algo en su aura tuvo que haber predicho lo que le sucedía.
—Va a ser un espectáculo verte hacer el baile solo éste año, Potter.
Harry se tensó de inmediato, pero no se volteó. Había aprendido que con él, lo mejor era callarse y no prestarle atención. De esa forma se sacaba de quicio más rápido.
No fue el caso.
—Estaré repartiendo las insignias de 'Potter apesta' ese día, todos querrán una.
Abrió la boca para echarse comida, aún sin prestarle atención. Pero tenía razón, tenía mucha, mucha razón. Era un campeón, ¿cómo se supone que iba a bailar solo?
¿Y si lo hacían bailar con McGonagall?
Su cuerpo se sacudió en un escalofrío.
—He pensado-
—Oh, jódete Zabini —dijo su amigo.
Harry agarró el brazo de Ron con fuerza por debajo de la mesa. No quería amargarse, no quería tener nada que ver con el imbécil ese. No iba a dejar que lo sacara de sus casillas.
—Asumo que tú andas igual, Weasley —le dijo él con voz monótona—. Tranquilo, sé de un escreguto que estará feliz de ir contigo. Quizás vomite un poco, pero--
—No respondas —le dijo a Ron con la mandíbula tensa, mientras Zabini continuaba hablando—. Snape está mirando.
Lo había visto desde hace un rato. Severus Snape desde su lugar en la mesa de profesores no había apartado su mirada de él, en caso de encontrarlo haciendo algo que mereciera un castigo, o para perjudicarlo en el torneo. Daba igual, no le daría en el gusto.
Se mantuvieron callados un rato, nada más comiendo, mientras Zabini aún parloteaba a sus espaldas tratando de hacerlos reaccionar. No lo logró, y al cabo de un rato, se fue por dónde sea que haya venido, junto a sus dos gorilas que le guardaban la espalda. Soltó un suspiro.
—Tengo que encontrar una chica —se quejó nuevamente.
—Y yo —contestó Ron. Hizo una pequeña pausa, dónde sus ojos se desviaron brevemente hacia la mesa de Slytherin. Un brillo peligroso cruzó su mirada—. Tengo una idea.
Harry levantó la vista para encontrar lo que su amigo estaba mirando.
Allí, Zabini había tomado asiento al lado de Pansy Parkinson, quien estaba casi encima de él. Suponía que irían al baile juntos, a juzgar por el incesante parloteo de la chica en el oído del moreno. El problema era, en cuestión, que Zabini no la estaba mirando a ella.
Zabini estaba mirando hacia su otro costado.
Una rubia de melena, comía tranquilamente sin observar a ningún lado más que a su plato. Tenía movimientos delicados y elegantes, vistiendo el uniforme de Beauxbatons. Azul contrastando con su piel de una manera magnífica y sus mejillas algo sonrojadas por el calor de el comedor.
O tenía sangre veela, o era la chica más linda que había visto en su vida.
—Tienes que invitarla.
Su corazón dio un vuelco, mientras fruncía el ceño para volver a mirar a Ron. Él había vuelto a su comida, pero de vez en cuando lanzaba miradas furtivas hacia la mesa de al frente con los ojos entrecerrados. Harry lo observó con confusión.
—¿Qué? —logró decir.
Ron, con la boca llena, dirigió sus palabras hacia él.
—Defde que efa chica llegó —hizo una pausa para tragar— Zabini ha estado encima de ella. Le gusta, y tú puedes sacar provecho de eso.
Harry volvió a mirarla, se estaba volteando en dirección al moreno para asentir a algo que decía, pero sin prestarle real atención. Sinceramente no entendía cómo el resto de comedor no la estaban mirando. Su sola presencia podía eclipsar fácilmente a Fleur en la mesa de Ravenclaw, quién había sido la sensación desde que había llegado. No, esto no se comparaba.
—Puede haberla invitado él. En ese caso, quedaré como un imbécil.
Ron sonrió satisfactoriamente.
—No, escuché a Pansy decir por la mañana que Zabini la había invitado a principios de año, así que ella irá con él. Tienes el camino libre.
Harry, que aún no había dejado de mirarle, encontraba esta idea inconcebible. ¿Camino libre? ¿Con alguien que lucía así? Era...
—Imposible —determinó, volviendo a su comida—. Si Zabini no la invitó, alguien más tuvo que haberlo hecho para este punto.
El pelirrojo emitió un ruido de exasperación, dejando restos de comida en una servilleta. El ojiverde arrugó la nariz.
—No, Harry —aseveró—. El idiota ese no ha dejado que nadie se le acerque, ni de su casa, ni de otras. Pero hoy, cuando vayamos a ver a Hagrid con la capa invisible, puedes aprovechar que los estudiantes de Beauxbatons estarán allí y Zabini no podrá cortarte el paso. Es la oportunidad perfecta.
Harry analizó sus palabras, para fruncir el ceño y mirarlo por el rabillo del ojo. Podía ser muchas cosas, pero no estúpido.
—Suena a algo muy elaborado —le acusó.
Ron tuvo la decencia de enrojecer hasta la punta de las orejas, aclarando su garganta y rehuyendo de su mirada.
—Puede que lo haya pensado desde hace unos días...
—¿Invitarla? —preguntó con extrañeza. Él acababa de ver a la chica, y si Ron estaba interesado en ella desde antes, no entendía por qué le estaba sugiriendo que lo hiciera.
—No —dijo con lentitud—. Cómo joder a Zabini.
De pronto, sintió un potente cosquilleo en su frente que lo obligó a apartar la mirada, casi como una fuerza magnética y la dirigió hacia la mesa de al frente.
Unos ojos grises le estaban observando cuidadosamente.
Así, a la distancia, podía ver lo claro de su color, lo inocente que se veían en su ser. No había una sola expresión en el rostro ajeno, nada más que un cuidadoso análisis. Harry tragó saliva, incapaz de apartar la vista.
—Me va a rechazar —dijo, sabiendo que era verdad.
La rubia se pasó una mano por el cabello, tirándolo casi por completo hacia el otro costado de su cabeza, desordenándolo. ¿Cómo lo hacía para que su apariencia siguiese viéndose pulcra?
—Compañero, ¡ganaste la primera prueba! —lo alentó Ron— ¡Peleaste con un dragón!
Los ojos grises cortaron el contacto visual.
—No puede ser tan difícil.
Sí que lo era.
En el presente, Harry dió sus correspondientes disculpas a Neville y caminó a paso lento hacia su mesa, cada paso se sentía como uno hacia el abismo bajo su atenta mirada mercurio.
Harry estaba ansioso por caer.
—Supongo que ésta vez comenzarás por un hola, Potter —dijo, cuando llegó hasta su lugar.
El pelinegro dejó salir una exhalación divertida, bajando la cabeza y recordando.
—¡Ve, Harry!
Ron le empujó con su usual delicadeza para salir de la capa.
La luna junto a las estrellas ya estaban en el cielo, y a pesar de la poca iluminación, ya no había vuelta atrás. El crujir de sus pisadas al salir de su escondite, más el grito de Ron, había sido suficiente para que esa cabeza rubia se girara en su dirección.
Lucía aún más hermosa a la luz de la luna.
El ojiverde se plantó frente a ella, manos en los bolsillos, evitando su mirada, y dijo, con un montón de tacto:
—¿Quieresiralbaileconmigo?
Sus pálidas cejas se arrugaron con confusión y Harry tomó eso como una señal para retirarse. Esto era demasiado, demasiado para su sistema. Salvo que no pudo. No pudo moverse un centímetro.
Porque no era un ella.
Era un él.
—¿Huh? —preguntó.
Estaba entrando en pánico. Sabía que lo estaba. Solo esperaba que su exterior estuviese sereno, porque estaba invitando a un hombre.
EstabainvitandoaunhombreEstabainvitandoaunhombre. Mierdamierdamierda.
—Nada, lo siento, ¿cómo te llamas? —dijo con la garganta estrangulada.
El chico lo miró con aire desconfiado, sujetando los bordes de su uniforme. Harry trató con todas sus fuerzas de no perderse en sus rasgos.
—Draco —respondió lentamente, con duda—. Draco Malfoy.
Dejó salir una larga respiración. No tenía acento.
No tenía acento.
Hablaba inglés bien.
Hablaba inglés bien, por lo que entendió al menos algo de lo que le preguntó.
Mierdamierdamierda.
—Siento haberte incomodado, yo... —comenzó a decirle, lleno de fracaso, y a girarse para irse por dónde venía. Esto había sido una mala idea, esto--
—¿Cuál es el tuyo? —preguntó de repente, cuando ya iba a la mitad de vuelta.
Harry volvió la vista del suelo hasta sus ojos.
Sus largas pestañas bañaban sus mejillas y habían unas pequeñas pecas iluminadas solo con la luz de la luna. Sus labios estaban tornándose algo morados por el frío, pero aún así se veía precioso. La visión del desayuno no era muy distinta, salvó que de cerca, su voz era obviamente gruesa y sus facciones se hacían mucho más duras que delicadas.
El pelinegro pensó brevemente, que a pesar de todo, seguía siendo la persona más hermosa que había visto.
Se dió cuenta que lo estaba mirando fijo.
—Eh... —pestañeó un par de veces, volviendo a desviar la mirada. Gracias a Merlín era de noche y el sonrojo de sus mejillas no podía ser tan notorio—. Uhm... Harry.
El rubio se le quedó mirando, y cuando vio que no diría nada más, hizo un gesto con sus manos.
—¿Harry...? —cuestionó con suavidad.
Suspiró. Todos en Hogwarts sabían quién era, y esto era lo que menos le gustaba de su presentación. No quería un trato diferente. No sabía por qué pensó que podía ser distinto esta vez. Le miró de nuevo.
—Harry Potter.
Pero por su rostro no pasó ni el más leve reconocimiento. Asintió, chasqueando la lengua.
—Tú eres el Harry Potter del que Blaise me ha hablado tanto.
Oh, eso no era bueno, ¿verdad? El moreno se rascó el cuello, desviando la mirada hacia los estudiantes de Beauxbatons que venían hacia ellos. Bueno, estaba de más decir que el plan había resultado un fracaso. Incómodo, se metió las manos a los bolsillos.
—Sí —tocó el suelo con su pie en forma de un círculo—. Bueno, un gusto Draco. Supongo.
Se estaba girando de nuevo, cuando el chico lindo volvió a hablar. Harry, con las manos en los bolsillos, evitó mirarlo.
—¿Me estabas invitando al baile?
Entró en pánico de nuevo. ¿Sí? ¿No? ¿Podía ir al baile con un chico? ¿Le gustaban los chicos siquiera?
Un leve viento hizo que sus rubios cabellos se movieran y su cara quedara parcialmente cubierta por ellos. Su expresión era neutral, sus rasgos relajados y cómodos.
Bueno, ese chico sí le gustaba.
—Eh... ¿Sí? —dijo inseguro.
El tal Draco pasó un brazo sobre el otro, siendo él el que mirase a lo lejos ésta vez. Era el máximo símbolo de nerviosismo que consiguió de su parte en todo ese rato.
—¿Por qué?
Harry casi rodó los ojos. Casi.
¿Que es que ese chico no tenía espejos en su casa? ¿Por qué? ¿Por qué no querría? Esto era una trampa. Seguramente se iba a reír de él con Zabini en la mañana. Era una trampa y era estúpido.
—Eh, si no quieres, da igual —dijo con incomodidad, dando un paso hacia atrás—. Bueno, uhm, te veo en el castillo. Supongo. No lo sé. Eh, cuídate, Draco.
Y antes de que el rubio pudiese decirle algo, salió despavorido y con el estómago revuelto ante lo que acababa de suceder.
Harry se enfocó en el par de orbes grises frente a él en el bar. No habían cambiado en lo absoluto, seguían igual de brillantes y bellos como en aquella noche dónde descubrió su real identidad.
—Depende, ¿vas a intentar hablarme cada vez que me vaya? —respondió finalmente.
Draco esbozó una pequeña sonrisa, y apuntó con su mano hacia la silla frente a él, invitándolo a unirse.
—Harry Potter, ¿a qué se debe éste honor?
Con los años en Francia, había perdido su acento británico y se asemejaba cada día más al Francés, pero le quedaba bien. Todo le quedaba bien, de hecho. El magnetismo de su ser seguía presente.
—Yo trabajo por aquí —dijo Harry—, eres tú el extraño.
La sonrisa en el rostro ajeno creció, sin mostrar sus dientes. Tomó un sorbo de la bebida que tenía entre sus manos, y apuntó hacia afuera, hacia la dirección del castillo.
—Qué coincidencia, yo también trabajaré por aquí —dijo con aires de satisfacción.
Eso captó su atención, y como si aún tuviese catorce, su corazón comenzó a latir con rapidez en su pecho. Se acomodó en su lugar, inclinándose hacia adelante. Podía sentir la atenta mirada de Neville en su nuca, pero no podía importarle menos.
—¿Sí? ¿En qué?
Draco se lamió los labios, reclinándose hacia atrás en su silla y cruzando los brazos por encima de su pecho.
—Supongo que volveremos a vernos en los pasillos de Hogwarts, Potter.
Una calidez se extendió por cada centímetro de su ser, esbozando sin quererlo, una sonrisa, volviendo a aquel dulce tiempo donde, por unas semanas, pudo olvidarse de que en realidad Voldemort y sus seguidores estaban tras su cabeza.
—¡Era un chico! —exclamó Harry al día siguiente, cuando agarró a Ron en un pasillo.
La noche anterior, Ron volvió al castillo y se acostó a dormir antes de que Harry pudiera quejarse de su estúpido estúpido plan y se había levantado mucho antes de que el ojiverde pudiese asestar un cojín en toda su cara.
—¿Y? —Ron parpadeó, viéndose confundido.
Harry detuvo su marcha en medio del pasillo haciendo que unas personas se giraran en su dirección, agarrándolo del brazo y frunciéndole el ceño. El pelirrojo lucía perdido aún.
—¿Cómo que y?
Ron se rascó la cabeza, mirando a cada lado, buscando una salida. Por el rabillo del ojo, notó que alguien iba hacia ellos pero no le prestó atención.
—¡Era un chico! —repitió, elevando los brazos.
Ron estuvo a punto de hablar, cuando Hermione, quién aún estaba decidida a no hablarle a Ron por el incidente de, "¿tu eres una chica, verdad?" Se paró frente a él, tocándole el hombro y mirándole con gesto crítico.
—Lo que sucede, Harry, es que en el mundo mágico no se hace distinción. A nadie le importa si te gustan los chicos, las chicas, o ambos —dijo ella, sosteniendo un papel entre sus manos. El ojiverde se fijó en él y ella lo arrugó—. Si tus amigos se molestaran en educarte, quizás lo sabrías.
Sintió a Ron bufar a sus espaldas, pero le daba igual. Se enfocó en su amiga, apuntando con la barbilla el papel.
—¿Y eso?
Ella entrecerró los ojos, levantando el pedazo de pergamino hasta el nivel de sus ojos. Parecía estudiar cada uno de sus movimientos.
—¿Desde cuándo te gustan los chicos, Harry? —le dijo lento, mientras se lo entregaba.
El corazon del muchacho dió un vuelco, bajo la atenta mirada de Hermione, abrió el papel con manos temblorosas.
Allí, con una letra pulcra y bonita, muy bonita, decía: "Sí, quiero."
Todo el mundo pareció caer a su alrededor.
—Eh... —se frotó la parte posterior de su cuello inconscientemente, repasando con la yema de sus dedos cada letra— ¿Quién te dió esto?
Era una pregunta estúpida, y ambos lo sabían.
—¿Qué están tramando, huh? —dijo con aire sospechoso. Harry dió un paso atrás.
—Te veo luego, Hermione —Harry replicó, guardando la nota y volviendo con Ron.
—¡Harry!
Pero él ya estaba agarrando a Ron del brazo y corriendo lejos de allí, con el pulso a mil y la boca seca.
Había dicho que sí.
—¿Qué pasa? —preguntó su amigo, confundido. Harry se detuvo para encararlo, agitando el papel frente a él.
—Dijo que sí.
Su amigo agitó un puño en el aire en señal de victoria.
—¡Eso es genial!
Él suspiró, colocando sus lentes de vuelta a su lugar en el puente de su nariz y afirmando cada costado del pelirrojo.
—Pero--¿qué voy a hacer? Ni siquiera...
No pudo terminar la oración, ni continuar con su estado de pánico, porque a su lado, una mata de cabellos rubios pasó, mirándole con indiferencia.
Sintió cómo el tiempo se detenía, chocando sus orbes por lo que parecieron siglos enteros.
Se había cortado el cabello, cosa de que ya no quedara como melena, y lo traía suelto, sin gel o peinado. Se veía como la imagen de la perfección, si era sincero. Sentía cómo su boca caía abierta y como Ron hablaba, pero no fue capaz de prestarle atención.
Un segundo después, ya se había ido.
—Oh, hombre —la voz de su amigo había vuelto a sus oídos, y Harry se obligó a mirarlo—. Jamás pensé que te terminaría gustando de verdad.
El ojiverde se sonrojó, empujándolo lejos y dirigiéndose a su clase, con un zumbido en las orejas y la presión baja.
Había dicho que sí.
—No sabes de qué hablas.
Ambos sabían que era una mentira.
El Draco del presente seguía esperando una respuesta. Su exterior comtinuaba siendo igual de frío que la vez que le conoció, pero en sus ojos pudo ver un atisbo de duda. Harry, aún sonriendo, ordenó a lo lejos una cerveza de mantequilla.
—Espero que esta vez me hables, al menos —le dijo sin mirarlo—. No a través de notas con Hermione.
El más leve de los sonrojos se extendió por sus mejillas y el pelinegro se dió por satisfecho, recibiendo la cerveza de mantequilla en la mesa y un guiño del camarero. Draco estaba tomando un sorbo para esconderse.
—Tenía catorce —dijo con vergüenza—. Al menos no rapeaba alrededor tuyo.
Harry se tomó la cara entre las manos, sintiendo cómo ahora era él que se avergonzaba. Merlín, había sido tan tonto.
—¿Eras consciente de cómo te veías a esa edad para mis pobres ojos inocentes? —pronunció, aún con las manos sobre su rostro.
Draco rió, posando sus antebrazos encima de la mesa y volviendo a su posición inicial.
—No recuerdo, pero, ¿cómo me veo ahora? —preguntó con voz suave, un poco de acento francés colándose entre sus palabras. Harry abrió un hueco entre sus dedos para mirarle.
Su cabello era una melena nuevamente, y sus facciones se habían endurecido con el paso del tiempo. Las pecas habían incrementado y sus pómulos altos estaban aún más marcados, junto a su afilada nariz. Estaba más alto. En aquellos años, eran de la misma estatura. Ahí, los años lo habían transformado en un bello joven a un apuesto hombre.
Y Harry aún sentía que se derretía de solo mirarlo.
—Maldito egocéntrico, tienes claro cómo luces —dijo, tomando un sorbo de su cerveza y viendo brevemente hacia atrás a Neville, que se había enfrascado en una conversación con una mujer del bar. Retornó hacia Draco—. Siempre quise hacerte una pregunta.
El rubio elevó sus cejas, pasándose un mechón de cabello por atrás de la oreja y prestándole atención.
El ojiverde quería enterrar sus dedos entre las hebras de pelo de su cabeza.
—¿Qué?
Tomó una larga respiración, preparándose, y se lo dijo directamente.
—¿Por qué terminaste aceptando?
Draco perfiló una sonrisa, volviendo a reclinarse en su asiento y pasando un brazo por su respaldo, mientras el otro permanecía en la mesa.
Por Godric Gryffindor.
—¿Por qué preguntaste tú?
Por Ron. Y porque creí que eras una chica. Y porque al final de todo, quería.
Se encogió de hombros.
—Porque quería.
El ojigris tomó de su propia bebida.
—Ahí tienes tu respuesta.
Pero había algo más. Si el entrenamiento de Auror le había enseñado algo, era que el lenguaje corporal de Draco en ese momento y la forma en la que desviaba la mirada solo podía significar que estaba ocultando algo.
—¿Sabías quien era, verdad? En ese momento —cuestionó con cuidado.
La pequeña sonrisa del rubio se borró casi de inmediato, su expresión volviendo a transformarse en hielo.
—Sí. Y no —respondió con cautela—. Sabía que un tal Harry Potter había detenido a un mago oscuro al que mis padres se unieron cuando yo ni siquiera podía hablar. No me imaginé que fueras tú. Quizás un familiar tuyo, no lo sé. Además de eso, no tenía idea de ti, Harry. En Francia casi ni se hablaba de eso. No sabía quién eras en verdad. El único problema que me trajo tu identidad fue la rabieta que Zabini me hizo.
La sonrisa volvió a su rostro, cómo si estuviese recordando algo y el moreno estudió sus movimientos.
—Estaba enamorado de ti, ¿lo sabías?
—Por supuesto que lo sabía —Draco contestó con tranquilidad—. No era estúpido. Nunca sentí lo mismo, por supuesto.
—Creíamos junto a Ron, mi amigo, que él estaba cortando tus invitaciones al baile. Fue casi imposible poder hacerlo. Uhm, invitarte.
Draco lo observó nuevamente con aquella mirada estudiosa suya.
—Sé que en un inicio me invitaste como venganza, Potter —confesó, con voz neutral. No había acusación, pero sí seguridad.
Algo helado se instaló en el vientre de Harry, lo que era estúpido. Habían pasado cuánto, ¿casi catorce años? Eran niños. Miró al hombre con expresión culpable.
—Lo siento —le dijo sincero, tomando otro poco de cerveza—. ¿Por qué accediste a ir, entonces?
—¿No es obvio? Para poder dejarte en claro que no te metieras con mi amigo —contestó con simpleza.
Harry volvió a esbozar una sonrisa, sabiendo que en su mejilla derecha se formaba un pequeño hoyuelo, que Draco se quedó mirando más tiempo de lo adecuado.
—No dijiste nada de ello, al final.
—Te dije que terminé yendo porque quería, por sobre todas las cosas.
—Yo también quería.
—Sí, bueno. Ya dijiste esa parte —él respiró hondo, acomodándose para decir algo, algo que Harry sabía que le haría pensar por un tiempo. Así de bien podía preveer sus acciones, incluso con su estoica postura—. Pero no fue solo eso por lo que no lo hice.
Las cejas del pelinegro se dispararon, haciendo que se perdieran en su flequillo que estaba largo nuevamente, cubriendo parte de su gran cicatriz.
—¿Por qué, entonces?
—¿No recuerdas lo que sucedió esa noche?
Harry se estiró en su asiento, intentando hacer memoria.
El día del baile, se presentó con la túnica que Molly le ayudó a elegir y, secretamente, deslizó una nueva para Ron que encargo por lechuza para que no se pusiese la horrorosa que le dieron.
Todo listo, él, con los nervios de punta, estaba en la entrada del Gran Comedor para esperar que Draco apareciera.
Ron se encontraba ya al lado de una de las gemelas Patil, hablando ocasionalmente pero estirando a cada momento el cuello para divisar a Hermione. Harry podía notarlo, pero no dijo nada.
Comenzó a ver a su alrededor, algo que nunca antes notó. No solo habían parejas de hombres y mujeres, si no de hombres con hombres y mujeres con mujeres. A unos pasos, Seamus y Dean estaban tomados del brazo hablando alegremente, y atrás de ellos, Parvati tenía a Lavender abrazada de la cintura dentro de otro grupo donde conversaban. Harry sabía que era despistado, pero hasta ese momento, no se dió cuenta que tanto.
Un vestido azul apareció en su visión junto a una chica muy guapa que le dió un leve empujoncito.
—Te ves muy bien, Harry —dijo ella, y solo por su timbre de voz, pudo adivinar que era Hermione.
Harry la miró con los ojos bien abiertos. Su cabello estaba manejable y tenía un maquillaje totalmente pulcro. Un pequeño brillo labial resaltaba sus nuevos perfectos dientes y su piel morena se veía muy bella a la luz de los candelabros.
—Estás preciosa —comentó con total sinceridad, mientras Krum lo observaba con el ceño fruncido. Quiso poner sus ojos en blanco. Eran amigos, solo amigos. Nada más.
Vio que la chica estuvo a punto de replicar, pero se calló, justo en el momento en que un delgado brazo se enlazó con el suyo y Harry se volteaba para observar a un rubio con la mirada al frente y siendo la imagen de la perfección.
Su estómago se encogió en sí mismo, sintiendo esa molesta sensación de cosquilleo cada vez que le tenía cerca. Solo que ahora estaba ahí, tocándolo.
Tocándolo.
Draco estaba tocándolo.
Hizo un ruido estrangulado, sintiendo el tacto contra la tela de su túnica más que nunca, y se obligó a apartar la vista, aunque no podía, parecía que un imán le estaba forzando a verle.
—Bonne nuit, Potter —dijo, deslizando el francés por su boca como si fuese su lengua materna.
Harry tragó en seco.
—Eh...
—Tenue mignonne.
Harry sentía aquella sensación cálida que le atacó la otra noche expandirse nuevamente por su pecho, mientras las puertas del comedor comenzaban a abrirse.
—¿Sabes que realmente no hablo francés, verdad?
Por el rabillo del ojo, solo pudo ver cómo Draco sonreía de forma casi imperceptible. Se sintió bien.
—¿Ni siquiera aprender unas líneas baratas para tu cita, Potter? —replicó en tono aburrido— Espero que bailes mejor de lo que cortejas.
No sabía si fue dicho para ponerlo nervioso a propósito, pero lo hizo. Cita. Cortejo. Su corazón no tenía el derecho de estar latiendo tan fuerte.
Apenas miró a Cho, la chica que él sentía que le había gustado desde que el año escolar inició, o a Cedric, que estaba pegado a ella como nunca le había visto con nadie. No.
Toda su atención estaba puesta en Draco.
La pieza de inauguración empezó lento y él ya estaba teniendo problemas con llevar el ritmo. Habían ensayado con McGonagall, pero eso no significaba nada. No era lo mismo tener a tu profesora más severa guiándote, a afirmar la cintura envuelta en blanco de la persona más linda del planeta tierra, mientras con la otra mano sostenías su palma con delicadeza. Definitivamente no.
Con dedos temblorosos, trató de manejarlo por la pista de baile.
—Apestas en esto —susurró él luego de un rato. Harry frunció el ceño—. Déjame llevar a mí.
Un poco molesto, chasqueó la lengua, pero cambió la posición de sus mano hasta sus hombro y la del rubio se situó en su cadera, haciendo que por un momento su corazón latiera un poco más rápido. El pelinegro se dio cuenta, que Draco estaba rehuyendo al contacto visual.
Ser guiado era mucho más fácil, descubrió, sus movimientos salían con mucha más gracia y el ojigris, a diferencia de él, sabía lo que estaba haciendo, así que no fue una molestia en lo absoluto.
La molestia fue, que al final de todo, Draco aún se rehusaba a mirarle.
Luego de la apertura, y pasado un rato cuando las canciones más actuales del mundo mágico empezaron a sonar, Harry trató de sacarlo a la pista.
No funcionó.
Ni la primera, ni la segunda. A la tercera solo una corta pero severa mirada de su parte le advirtió que era mejor no preguntar, así que permanecieron sentados por alrededor de una hora, junto a Ron unas sillas más allá mirando malhumorado cómo Viktor y Hermione disfrutaban de la fiesta.
Ninguno estaba hablando.
—¿No te gusta bailar? —rompió el silencio al cabo de un rato.
Draco apenas dió signos de haberlo escuchado. Cruzando los brazos, mantenía su postura distante.
—Sí —respondió con simpleza.
El enojo estaba creciendo dentro suyo, y eso no era bueno. ¿Para qué aceptar entonces? ¿Para tenerlo allí, cómo tonto? Casi hubiera preferido sentirse mal por Cho y Cedric a la distancia, y no porque su pareja no quería estar en ese lugar. Suspiró, enderezandose en la silla.
—¿Qué estamos haciendo aquí entonces? —preguntó de forma directa, girándose para que le viera.
Draco alisó arrugas inexistentes de su túnica y cuando iba a replicar, encontró sus ojos.
Harry realmente sentía que podría llegar a perderse allí si lo veía por demasiado tiempo. Era extraño, sentir cada molécula de su ser reaccionando a una simple mirada. Tenía que ser parte Veela, o algo. Lo que sea. Porque era un ser totalmente irreal.
El chico exhaló largamente, para levantarse, cortando el contacto visual y voltearse a la puerta.
—Necesito un poco de aire —sentenció. Harry comprendió que era su forma de escabullirse, así que simplemente se acomodó en su silla, entendiendo que esa era la última vez que le vería por el día. Pero Draco habló de nuevo—. ¿Quieres acompañarme?
No, quería decirle, por el mal rato que le estaba haciendo pasar. Pero nuevamente captó un fragmento de sus orbes plata y se encontró a sí mismo levantándose y de forma insconsciente siguiéndolo hasta afuera.
El frío aire fue lo primero que sintió, totalmente opuesto al calor del baile del Gran Comedor. Mientras caminaba a un lado de Draco por los pasillos, supo de inmediato que estaban dirigiéndose a los jardines.
Estaba algo tembloroso por la expectación, el pensar en volver a estar a solas con el rubio. No sabría que decir, y la iba a cagar, sentía que la iba a cagar. Así que no dijo nada, solo se dejó guiar hasta los jardines del castillo, dónde ambos se sentaron en el pasto que era iluminado a la luz de la luna, algo alejados de los carruajes.
Draco cerró los ojos y respiró profundamente, por lo que Harry se dió la libertad de observarle de forma abierta. Su nuevo corte bañaba los costados de sus pómulos y su nariz recta junto a sus labios carnosos hacían que su perfil pareciera sacado de una obra de arte.
Estaba tan concentrado, que se sorprendió cuando le habló.
—¿Cómo es que no sabes bailar?
Harry se sobresaltó un poco, notando que el rubio había abierto los ojos, pero aún no le veía. Su mirada perdida en la oscuridad de las plantas. Negó, tocando el pasto con sus dedos.
—Bueno, perdón por no recibir lecciones desde los cinco años, Malfoy —le respondió como un niño pequeño.
Sintió cómo Draco ahogaba una pequeña risa, cubriendo su mano con la boca para ocultarla parcialmente, pensando.
—No se trata de eso.
—¿Entonces de qué?
—Te ví el día de la prueba.
Su cuerpo entero reaccionó, sintiéndose enrojecer. Sabía que lo había visto, era obvio, todo el colegio vio cómo esquivó al dragón encima de la escoba. Pero tener la confirmación y la confrontación directa hacía que cada vello de su cuerpo se erizara. No le gustaba hablar de sí mismo.
—¿Y...?
—Vuelas mejor que la mayoría de las personas —explicó el ojigris con cautela—. Diría incluso, que casi al mismo nivel que Viktor Krum.
Sentía que iba a explotar de la vergüenza. Se aclaró la garganta, volcando su atención a sus manos y jugando con ellas, sacando un poco de pasto también.
—Qué humildad —se burló Draco. Harry no sabía dónde meterse—. No lo digo para agrandar tu ego, Potter. Lo digo porque lo que he visto, y lo que he escuchado, es que te dejas guiar por tus instintos. Tienes control sobre tu cuerpo —continuó—. No tiene sentido que bailes mal.
—Muchas cosas no tienen sentido —murmuró de mala gana.
Draco se levantó, sacudiéndose el rocío de sus vestimentas y le tendió la mano, mirando las estrellas.
—Ven —ordenó.
Cada vez encontraba más difícil resistir las peticiones del chico.
Harry se paró de inmediato, sosteniendo su mano. El tacto de palma con palma era mucho mejor y más íntimo de lo que fue dentro del Comedor y la forma en la que ambos hablaban en voz bajo se sentía como estar en las nubes. Solo eso, estar allí.
—Si puedo hacer de ti un gran bailarín en diez minutos, me merezco un premio.
Harry se sintió nervioso instantáneamente, pero no se negó. Draco tomó su otra mano y la situó en su estrecha cintura, imitando la posición que tenían al inicio del primer baile. Se separó por unos centímetros, estudiando la lejanía de sus cuerpos.
—Da un paso con un pie delante y luego pega el otro —comandó con voz monótona, concentrado. Harry lo hizo—. Hazlo de nuevo, pero hacia el lado izquierdo —volvió a decir y el moreno obedeció nuevamente—. Ahora hacia atrás.
Una vez que fue hacia atrás, de forma insconsciente, dió un paso hacia la derecha. Draco sonrió, dándole una mirada de reojo hacia arriba y Harry se encontró deseoso de que se quedara en él, casi como una necesidad.
—Exactamente, Potter. Vas entendiendo.
El ojiverde poco a poco se fue soltando, siguiendo las indicaciones de Draco. No era tan difícil así, solo concentrado en la tersa voz del rubio y su cercanía. Excepto cuando de pronto, era consciente de lo que estaba haciendo y sus pies se volvían dos izquierdos, enredándose unos con otros y debían volver a comenzar.
—No pienses —ordenó nuevamente el chico.
—Es fácil para ti decirlo, tú te sabes estos pasos de memoria.
Draco elevó ambas cejas, mirándolo a través de sus pestañas.
Su réplica murió en la punta de la lengua.
Allí dónde sus manos se juntaban, se sentía como poder, poder expandiéndose por cada rincón de su persona. El brazo que se encajaba en su cintura parecía haberse fusionado con su cuerpo, haciéndolos solo uno, y con Draco, con la luz de la luna iluminando su cara, sin apartar sus orbes tan exquisitos y cálidos como el humo del fuego, de los suyos propios, sintió un clic en el fondo de su mente.
Sea lo que sea, nunca había estado tan seguro de nada en la vida.
Se inclinó hacia adelante, para atrapar sus labios con los suyos. El primer beso que daría en su vida, y no podía sentir nada más que una sensación de comodidad y confort.
Entonces en ese momento fue que escucharon la voz de Snape y Karkaroff.
—Bueno, ¿me enseñaste a bailar? —preguntó con inocencia, tratando de ignorar cómo a pesar de los años, el recuerdo de esa noche seguía sonrojándole.
Draco ya no se veía frío, ni distante, pero tampoco cómodo. Era una posición muy extraña y, a sus ojos, tierna.
—Sí... —pronunció con cautela— ¿No recuerdas nada más?
Todo. Como si se me hubiera grabado en la piel. Aún puedo sentir tu tacto. Aún puedo escuchar tu risa. Aún puedo ver tu mirada.
—Por supuesto que recuerdo más, ¿qué es exactamente lo que estás preguntando? —le dijo de forma directa.
Draco se mordió el labio, y, por las pocas emociones que el hombre frente a él expresaba, Harry se preparó para lo peor. No sabía por qué tanto secretismo por aquella noche, ni por qué de pronto se encontraban hablando de eso, y no de sus vidas, cómo les había ido luego de la última vez que se vieron. De la última vez que se enviaron una carta.
—Que esté aquí no es una coincidencia, Harry. ¿Tienes idea de por qué, apenas entraste, supiste donde estaba casi de inmediato? —Draco volvió a morderse el labio, y el moreno reconoció que era un gesto de nerviosismo.
Se sintió hundirse en su silla. ¿Qué significaba eso? No veía al rubio capaz de seguirlo a otro país, no él. No la única persona que no lo trató realmente diferente por lo que era. ¿Verdad? No lo había hecho antes, no lo haría ahora. ¿Y qué era eso de que supo dónde estaba cuando entró? No, no lo sabía. Fue una coincidencia.
¿Cierto?
Aunque una pequeña parte de su mente le gustó la idea de que no lo haya sido.
Sacudió la cabeza, concentrándose.
—¿A qué te refieres? —preguntó con miedo.
Draco se acabó lo último de su bebida y dejó caer el vaso sobre la mesa, volviendo a su posición del principio. Brazos rectos, postura derecha, antebrazos en la madera y manos entrelazadas. Emanando elegancia por cada poro.
El pelinegro necesitó de otro segundo para concentrarse bien.
—Soy parte Veela —dijo, como si eso explicara todo.
Harry apenas parpadeó.
—No luces sorprendido.
—Es porque no lo estoy.
Un brillo pasó por los orbes ajenos, pero se extinguió tan rápido como llegó. Su ansiedad, aunque no la demostraba en el exterior, estaba siendo contagiosa.
—Es solo una muy, muy pequeña parte —explicó, algo cohibido—. La mayoría de la gente apenas lo nota.
El moreno frunció el ceño, tratando de buscar en Draco alguna señal de que estuviera minimizando su herencia. Pero no lo estaba. No tenía sentido. Toda su persona parecía un imán para él, desde el primer momento en el que lo vió.
—No tiene sentido —expresó sus pensamientos en voz alta. El rubio le dedicó una dubitativa sonrisa.
—Bueno, así es —suspiró—. De todas formas, comparto la mayoría de las características que una persona con herencia mayor de una Veela tendría, y eso-- —se interrumpió, golpeando la mesa con su dedo índice— Tú, uh...tú, mmm —Harry alzó las cejas, divertido de verlo tropezar con sus palabras. Eso fue el incentivo suficiente para hacerle recuperar la compostura—. Tú, ¿has podido olvidar mi cara en estos años?
Se quedó congelado en su lugar, muy, muy quieto en su asiento. ¿Había sido tan obvio? ¿Algo había delatado que simplemente nunca pudo dejar de pensar en el rubio? Ni siquiera cuando le gustaron otras personas. La imagen de Draco siempre estaba presente, siempre. A veces volvía en sus sueños. A veces, lo atacaba de día. Una suave voz que lo saludaba como el día del baile. Pasó saliva.
—No entiendo que tiene que ver eso con--
—¿Has podido olvidar algún fragmento del tiempo que pasamos juntos? ¿Algo que no sea claro en tu memoria? Tenemos veintisiete, Harry. Ha pasado más de una década. No es normal que-- —exhaló temblorosamente— No es normal que todo esté tan claro en nuestras mentes.
Es que era verdad, todo estaba allí, tan fresco como si apenas hubiese sucedido ayer. La primera vez que sus ojos se cruzaron, la primera vez que hablaron, cuando tomó su brazo, cuando bailaron. Todo estaba en su memoria sin cambiar. Ni con el paso de los años, pasando por su mente al menos una vez al día. Arrugó la frente.
—¿Qué...? —comenzó, pero fue interrumpido.
—¿Recuerdas el momento del jardín? ¿Fuiste totalmente consciente de mi persona? ¿Sentiste un pequeño click en algún lugar de tu mente?
Eso estaba empezando a ser aterrador. ¿Qué era esto? ¿Le había hecho algo? ¡¿Draco le hizo algo?!
La idea parecía abrumadora, e irreal, e inverosímil. Pero no podía encontrar una explicación lógica para nada de lo que estaba experimentando. No podía.
—Se llama Tatouage d'âme —siguió él, con voz cansada—. Y créeme que ese día, hice lo posible por evitar que sucediera.
Harry se sujetó a la mesa, con el bar dando vueltas en su visión. ¿Tatu-qué? ¿Evitar? ¿Algo pasó? No entendía nada. Su mundo dió un giro de 180 grados en unos minutos sin esperarlo. Se había acercado feliz a una vieja cara, contento de verla, y ahora estaba cuestionando cada segundo que pasó a su lado. No comprendía.
—¿Recuerdas que traté de evitar tu mirada? —continuó Draco, lento. Como si Harry fuese a estallar en cualquier segundo. Él asintió, ausente—. Si recuerdas eso, entonces entenderás que lo evité, Harry. Te juro que lo evité. Pero esto-- —suspiró con un poco de estrés— Esto es más grande que tú y que yo. No pude detenerlo, habría pasado de igual forma, o no. No lo sé. Solo sé que no podía pararlo.
Harry aún estaba afirmando la mesa con tanto ahínco, que sus nudillos se pusieron blancos y su mente aún estaba revuelta. ¿Lo evitó? ¿Evitar qué, precisamente?
—¿Cómo...? —empezó, pero se sintió incapaz de continuar.
Draco, de todas formas, entendió.
—El Tatouage d'âme es...algo que solo sucede una vez en la vida de una Veela, y pasa de generación en generación. No se elige, solo...sucede. Nadie se explica por qué. Es, cómo su nombre lo dice, un tatuaje en el alma —su voz volvía a tener el tono neutral, cómo si quisiera hacer esto de la forma más impersonal posible—. Se da cuando tocas y ves a esa persona, todo al mismo tiempo. O esa es la teoría, no se sabe realmente. Yo--sentía que podías ser tú, era como una imán, como--
—Magnetismo —completó Harry, aún ido.
Draco guardó silencio por unos segundos.
—Sí.
Ninguno dijo nada, seguramente debido a que el rubio estaba dejando a Harry procesar la información.
¿Un tatuaje en el alma?
¿Qué significaba esto? ¿En dónde los dejaba eso a ellos? ¿Por qué se sentía tan extraño, y a la misma vez, tan correcto? ¿Cómo podían eliminarse catorce años de unas vidas, cómo podía sentirse que se eliminaban catorce años solo con verse? No conocía al hombre frente a él, no realmente, y aún así quería abalanzarse y no dejarlo ir nunca más. Nunca más.
—¿Por que no lo dijiste antes? Bloqueaste mis cartas. Nunca pude volver a escribirte —preguntó, aún con voz ausente.
Recordaba perfecto, cómo, a pesar del caos y el dolor reinante en su vida, siguió escribiendo. Draco le aconsejó con la muerte de Sirius, que llegó a sus oídos por sus padres y no por él mismo. Lo ayudó incluso con Zabini, aunque el rubio no supiera nada de su amigo, intentó cooperar en descubrir qué se traía el chico entre manos durante ese año. Pero las cartas se detuvieron, justo antes de que la guerra empezara, y Harry nunca supo por qué.
Sintió a Draco removerse incómodo en su silla, y Harry se forzó a volver a verle. ¿Cómo pudo pasar años sin divisar su precioso rostro? ¿Cómo fue capaz de aguantar?
—Quería... —dijo, pero luego decidió que esa no era la mejor opción. Sacudió su cabeza, inclinándose hacia él sobre la mesa sin siquiera notarlo— Decían que ibas a morir, Harry. Pude haber--pude haber hecho una locura. Hay casos de Veelas que enloquecen y son capaces de matar a un montón de gente con un estallido de rabia por la muerte de la persona en la que se tatuaron. Yo no--
Dejó las palabras en el aire, y para él fue suficiente. Doloroso, pero suficiente.
—¿Por qué estás aquí realmente, Draco? —dijo, con un suspiro.
El ojigris se encontraba tenso, y él podía notar que no se sentía seguro. Draco no quería hacer esto, no. Esto era, como bien él dijo, más grande que ellos.
—Yo...iba a enloquecer —confesó, sin rodeos—. Si pasaba un solo día más sin ver tu rostro, iba a enloquecer.
Era increíble, lo que unas simples palabras le hicieron sentir de forma inmediata. Tenía claro que no era una declaración de amor, por la forma en la que su expresión se contraía. Pero se sentía como una.
"Si pasaba un solo día más sin ver tu rostro, iba a enloquecer."
—¿Qué quieres decir? —preguntó con cuidado.
Draco esbozó una amarga sonrisa.
—Que, si no te veo cada día, literalmente, los pensamientos de ti me comerán vivo. Otra de las maravillas de mi herencia.
Harry se compadeció de él, viéndolo con ternura. Debía ser horrible y peligroso. Seguramente, Draco tuvo que cambiar toda su vida solo para poder verle, y él nada más dejó que los años pasaran. Creyendo que era solo un chico al que nunca dejaría de querer. Como un fantasma que miraba todas sus relaciones con otras personas desde una esquina, sabiendo que nadie podría llenar alguna vez el hueco que Draco había dejado con apenas unos días. No realmente.
—Y sé, sé que esto abrupto para ti, y que debes pensar que soy un loco, y que debes echarme la culpa de--
—No lo hago —le aseguró con firmeza—. No creas eso ni por un solo segundo.
No se lo esperaba. Sus labios se curvaron en una o minúscula, y su gesto se relajó, haciéndolo lucir unos años más joven. Las guardias bajadas por un solo segundo.
—Bueno... —siguió, tratando de fingir que nada había pasado— No es necesario... que haya algún tipo de relación romántica entre nosotros, si es eso lo que crees —se apresuró en agregar—. Han habido casos de compañeros de gente parte Veela que no se sienten atraídos, o enamorados. Y está bien. Yo... solo con verte día a día, debería bastar. Solo con saber que estás bien, yo estaré bien.
Esas palabras se asentaron en su corazón y esbozó una pequeña sonrisa. Era inevitable, y Draco, aún con todo su aspecto viril, no hacía más que verse adorable, diciendo todas esas cosas. Luciendo inseguro. Era casi cómica la idea de pensar en Draco Malfoy teniendo dudas acerca de algo.
—¿Que hay de lo que tú quieres? —dijo finalmente. El rubio frunció el ceño, una suave línea entre medio de sus doradas cejas.
—No importa lo que yo quiera.
—Importa para mí.
El rubio incrementó la línea, como si estuviese debatiéndose entre decirlo, o callar. Como si Harry estuviese jugando trucos.
No lo estaba.
—Han pasado catorce años, Potter —dijo, con intención de que haya salido con fuerza, pero salió bajito. Una duda no dicha.
¿Aún quieres esto?
Harry, con el corazón en la mano, y la promesa de no volver a dejarlo ir, se levantó, sintiendo aquel cosquilleo en el estómago, que después pudo reconocer como mariposas. Volvía a temblar, como aquella noche, y sus ojos grises volvían a estar frente a él. Tan vivos.
Tan bellos.
—No he podido dejar de pensar en ti por un solo día, y aunque está todo el tema de el tatu-no-se-qué, sé que no es solo eso, Draco —tomó su mano, y vio cómo la manzana de Adán subía y bajaba, recordando—. ¿Sabías que pensé que eras una chica cuando te conocí?
El hombre parpadeó un par de veces, sin entender el cambio de tema. Casi se rió.
—¿No...?
—A mí no me gustaban los chicos, no antes de ti —le sonrió con confianza, la seguridad de tenerlo a su lado volviendo a él—. No me importó, porque eras tú. Y sí, han pasado catorce años, ya no somos niños, no nos conocemos. No sabemos nada el uno del otro. Pero podemos intentarlo. Podemos hacerlo bien.
Sintió el pulso en cada parte donde su piel tocaba la ajena, y en su garganta había un pequeño nudo, pero no de pena, si no de las emociones que el solo hecho de tenerlo cerca le hacían sentir.
—Podríamos terminar odiándonos —dijo Draco con un poco de duda. Harry bufó.
—No hay forma de que te odie, no de verdad. Ni ahora, ni en otro universo retorcido —se inclinó un poco, para tenerlo cerca—. No hay amenazas de muertes ahora, ni kilómetros de tierra que nos separen. Podemos intentarlo. O puedes quedarte callado a cada momento y eso será suficiente para que funcione.
Draco le dió un golpe con la punta del zapato en el muslo, y Harry, sin immutarse, comenzó a descender hasta quedar de rodillas. Quería tenerlo cerca, eso era todo.
—Me parece... —comenzó a hablar, pero se cortó.
—¿Qué? —instó Harry, sin querer darle la posibilidad de que se cerrara, no de nuevo.
Draco, con sus largas pestañas bañando sus esferas de plata, su cabello cayendo a los lados de su cara y sus dedos cubiertos por anillos, alzó una mano para reposarla en su mejilla, haciéndolo sentir su cálido tacto encima de su piel, tocándole. Los dedos que una vez fueron suaves, ahora tenían un poco de aspereza. Seguían siendo perfectos.
—Que hay algo pendiente entre nosotros.
Y con ello, se acercó hasta acortar la distancia, posando sus labios sobre los suyos con solo un leve roce.
Un leve roce que el pelinegro no soportó, y transformó en un beso, abriendo la boca para poder tomar todo de él, de poder probarlo correctamente, sabiendo que ese era el primer beso, pero sintiendo que conocía sus labios desde hacía mucho, muchísimo tiempo.
Siglos, tal vez.
No era una afirmación, pero Harry sabía que ese era el comienzo de algo que nunca tendría final.
