Capítulo 1. Cambios
Introducción
Los años transcurrieron sin sucesos relevantes. Kaede y Rin compartían el mismo espacio, ahora la niña era una adolescente, pero su cambio era mínimo en apariencia. Ayudaba a la anciana en labores domésticas, y en algunos casos, colaboraba con todo lo relacionado a los alumbramientos de las mujeres del pueblo.
Por otra parte, Kagome e Inuyasha habían construido una choza común en el pueblo a unos metros de la de Miroku y Sango. Estos últimos, ya tenían descendencia: unas gemelas que eran la viva imagen de su madre, y un pequeño Miroku, llamado Hisui. El Hiraikotsu, luego de tantas batallas y de haberse fortalecido antes de la muerte de Naraku, ahora se hallaba casi en desuso. Solamente había sido de utilidad durante el breve enfrentamiento con el Nenokubi.
Mayormente, Sango se encargada del cuido de su familia, y Miroku, junto a Inuyasha, ejecutaban a demonios de menor calaña en las inmediaciones de las aldeas vecinas, lo que rápidamente les abastecía de provisiones alimenticias o bien, de algún otro tipo de pago a cambio. Inuyasha ya se había percatado de lo desmesurado de los pagos por la labor realizada, pero Miroku siempre aseveraba que tenía muchas bocas que alimentar.
Kagome por su parte, había ido perfeccionando su conocimiento acerca del uso de las hierbas medicinales, siendo Kaede su mentora. Pronto se cumplirían tres años desde que viajó por última vez a través del pozo, llegando así a la época feudal para quedarse definitivamente.
Algunas veces, Kagome se hundía en la nostalgia rememorando algunos de sus más preciados momentos junto a su familia, pero rápidamente salía de ese estado al recordar que ellos siempre la tendrían presente, aunque no fuese con tanto ahínco como Kagome a ellos. Eso la tranquilizaba. Su arco y flechas, al igual que el Hiraikotsu de Sango, permanecían quietos en algún rincón de la choza desde hacía bastante tiempo. Aquel aposento era víctima de Inuyasha cada cierto tiempo, pues este se encargaba de destruirlo debido a cualquier rabieta absurda de su parte.
Así se iban diluyendo los días en la aldea, pero algo estaba cambiando y eso eran las visitas de Sesshomaru a la aldea, pues cada vez eran menos frecuentes. La jovencita a quien este protegía, ya dejaba entrever otros rasgos de su personalidad: era más obstinada que antaño, algo distraída y sorpresivamente glotona. Más de una vez asustaba a la gente del pueblo debido a la cantidad de alimentos que era capaz de engullir en unos cuantos minutos. Si bien es cierto, también tenía numerosas cualidades, dicho rasgo era ya señalado por Kaede, cuyo objetivo de referirse a ello solo era uno y consistía en persuadirla para que se comportara como una jovencita.
Sesshomaru también había notado esa curiosa habilidad, pues aunque la joven disimulaba estando en su presencia al respecto, en algún momento del día se atragantaba con alguna buena cantidad de frutas y otros alimentos que mágicamente aparecían a la mano de la joven. No obstante, eso a él no le importaba. Cuando llegaba a verla, solía ser por la mañana o por la tarde, se quedaban junto a Jaken en los alrededores, culminando los encuentros con la entrega del algún obsequio, sea una vestidura, un objeto decorativo o algún otro artículo que a Sesshomaru le recordase a Rin mientras realizaba alguno de sus viajes.
Después de ese encuentro hubo otro cuatro meses después, y luego otro, tres meses más tarde. Un último se había dado hacía seis meses. Le había obsequiado un kimono camil con detalles dorados la última vez que la vio. Este comportamiento de su señor inquietaba a la joven, pues había llegado a considerar que su amo había empezado a olvidarla. Jaken en alguna oportunidad le comentó que su señor era un demonio con gran orgullo, quien tenía como prioridad el poder y el establecimiento de un imperio colosal en las tierras de Occidente, por lo que no podían visitarla tan frecuentemente.
"¿Por qué no puedo yo acompañarle como antes?" murmuraba ella entre dientes, pero ante la reprimenda del pequeño demonio, esta se limitó a sonreír con los ojos entrecerrados mientras cambiaba bruscamente de tema.
Por otro lado, el fuerte vínculo surgido a través de los años entre Sango, Kagome y Rin era francamente enternecedor. Cada una con sus atributos, su alegría y su pesar, pero juntas se apoyaban pese a sus diferencias. Kagome particularmente era objeto de admiración por parte de Rin, pues además de su gran pericia en combates del pasado con el demonio Naraku, poseía un carácter fuerte y conocía muchas cosas, las cuales parecían describir algo fuera de este mundo. Rin entendía la razón de ello: la época moderna, de donde provenía Kagome, estaba llena de misterios y eso la maravillaba al tiempo que la entretenía.
Así pasaron los meses de ausencia de su señor y Rin en ese tiempo se notaba bastante más alta, su cuerpo más formado -aunque no en demasía, valga decir-, su rostro más perfilado y su mirada igualmente amigable, pero había adquirido un dejo de misterio y una luminosidad coqueta que ya era señal de madurez. Su voz permanecía inalterable en cuanto al tono, pero sí había cambiado su forma de expresarse. Kagome le había enseñado a leer y escribir, por lo que había empezado a dejar algunos de sus pensamientos plasmados en papel, algunos con más empeño que otros, pero todos colmados de gran imaginación.
Era común verla acostaba boca abajo en algún prado cercano escribiendo alguna cosa. Eran esos espacios sus sitios predilectos a la hora de crear una historia o describir un pensamiento. El vaivén de las flores la seguía incesante, acompañando su escritura con parsimonia. Parecía existir una extraña conexión entre la joven y las flores. Ella decía que podía entenderlas, o más bien, ellas a su persona.
Hace algún tiempo, con un dejo de tristeza le había dicho a Kohaku, quien había sido su amigo de la infancia, que ella se parecía en la parte más endeble a una flor. Sin embargo, este último pensó que, si bien la joven se veía frágil, su espíritu parecía una robusta ramificación que se había sujetado a la vida gracias al señor Sesshomaru, y que había logrado enternecer a ese gran demonio únicamente con su sincera existencia.
Kohaku rara vez visitaba el pueblo, su objetivo era convertirse en un gran exterminador, por lo que aparecía esporádicamente para ver a su hermana, sobrinos y amigos. Esa vez vio a Rin más alta y juvenil, pero también captó que su mirada no era la misma. Era en cierta medida atractiva, sí, pero también había emergido de ella algo más intenso, un aparente entendimiento de la vida. La adolescencia era una etapa compleja. Seguramente, él también había cambiado su forma de mirar.
Luego de aquel breve encuentro pasaron algunos días antes de regresar nuevamente a la aldea y esta vez se quedaría una buena temporada para descansar de sus arduos entrenamientos.
. . .
Amaneció. Kaede despertó a Rin, y luego del desayuno procedieron a llevarle algunas medicinas a la señora Hoshiyo, quien tenía una protuberancia en su pierna. De camino se encontraron con Kagome, tal como lo habían acordado y así las tres acudieron a tratar a la señora. Luego de continuar haciendo algunas labores menores, Rin caminó hacia un sendero de tulipanes cercano a la aldea, el cual era uno de sus lugares favoritos debido a la panorámica que se podía apreciar desde allí.
Cerca de una hilera de tulipanes, Rin se tiró boca abajo no sin antes colocar unos melocotones a su lado. No vaya a ser que le diera hambre. Intentó en vano escribir durante al menos una hora, abrir su corazón, tal como le había aconsejado Kagome. Rindiéndose, reconoció que no tenía aún el dominio de la escritura, ni el valor para expresar aquello que desde hacía un tiempo llevaba pensando:
Mi familia murió, y una parte de mí se fue con ellos. Tengo al señor Sesshomaru, a Jaken, a la anciana Kaede y a los demás a mi lado, pero lo cierto es que ahora mismo me siento sola. Y tengo miedo. Tengo miedo de mis pensamientos cuando hay silencio.
Rin luchó con las lágrimas, se sentó recogiendo sus piernas mientras recordaba los rostros desfigurados de sus familiares. La mirada desdibujada de su madre; borrosa, muerta. La mano y pierna ensangrentadas de sus hermanos. El cuerpo amorfo de su padre visto desde el suelo, donde se encontraba Rin, pues al momento de la tragedia, se había quedado escondida cerca de un arbusto.
Comenzó a temblar, sintió desaparecer toda lógica. Lentamente, escondió su cabeza entre sus brazos.
Entretanto, Sesshomaru había estado observando a unos metros de distancia. Comprendió, leyendo aquel lenguaje corporal, que la joven estaba sumamente afligida, como solo un humano podría estarlo, y no entendía el porqué. El rostro del demonio era totalmente inexpresivo, pero algo en su mirada cambió al contemplar cómo temblaba la joven. En sus ojos ambarinos se reflejaba la escena, tatuándose así el recuerdo de una Rin desconocida.
Reflexionaba en silencio, se sentía ajeno a aquella humanidad, pero pensó acercarse a ella.
No obstante, escuchó una melodía proferirse de sus labios. Al inicio, fue un murmullo, luego fue aumentando el volumen dejando escuchar su voz entonada y suave, la cual adquirió aún más fuerza. Aquella vocecita luchaba por no quebrarse. La canción tenía un mensaje triste.
Al término, Rin tomó un melocotón. Miraba el atardecer mientras lo comía manteniendo la misma posición: sus manos posados en sus rodillas. Desde otra perspectiva solo se veía la hilera de tulipanes, anaranjados por el ocaso, y tras ellos su rostro inexpresivo, que mordía aquella fruta trabajosamente. Sus ojos derretidos veían el fin del día como chispas ondulantes.
Posteriormente, Sesshomaru la siguió en silencio para verificar que llegase con bien a la choza de Kaede. Las patitas veloces del señor Jaken sonaron en el pasto seco. Este le habló desde atrás al demonio:
- Amo Sesshomaru ¿Pudo encontrarse con Rin?
- ...
- ¿Amo Sesshomaru? - se asomó al rostro de su señor por un lateral.
-Andando, Jaken.
Rin entró a la choza rápidamente. La anciana Kaede miró de reojo el rostro hinchado de la joven. Sabía que había estado llorando. Rin, al poco tiempo de instalarse en su choza, había tenido pesadillas, y algunas veces la había notado suspirar perdida en sus pensamientos. La anciana Kaede supuso que la edad provocaba un gran efecto en las emociones de Rin, pues aunque seguía siendo hablantina, risueña y simpática, era mucho más consciente del mundo, y de su lugar en él. Rin, quien se había quedado mirando al piso, se rindió y corrió a los brazos de la anciana. Esta la acogió en su seno.
- Rin, hoy hice el estofado que te gusta. – Musitó la anciana.
Rin sonrió mientras continuaba abrazándola.
- Gracias, anciana Kaede.
. . .
Lejos, mirando el cielo nocturno se encontraba el Daiyokai. Jaken lo observaba por entre las rocas que le servían de asiento a su amo. Sabía que estaba más pensativo y serio de lo usual. Si bien es cierto, desde que habían dejado a Rin en la aldea su amo constantemente se ponía de mal humor, la situación cada vez empeoraba.
- Jaken – habló el demonio – Ya es momento.
El pequeño demonio abrió aún más sus ojos al no comprender aquella frase.
- Disculpe, Amo, ¿De qué ya es momento?
- Rin estaba llorando – en sus ojos vidriosos se reflejaba la luna.
- ¿Rin? Así que se encontró con ella...
- Ya es momento de tomar una decisión – sentenció.
Jaken siempre supo que la niña volvería con ellos, era evidente cómo la admiración de Rin por su amo se incrementaba con el paso de los años. No obstante, la conducta de su amo le parecía aún más indescifrable que de costumbre. Ese "ya es momento" proferido por el demonio solo podía apuntar a una cosa: Rin volvería a estar junto a ellos.
