Notas: Hola a todos! Bueno primero que nada quiero aclarar que soy nueva en esto (así que no sean tan malo T.T), aparte de que los personajes le pertenecen a la gran Rumiko Takahashiy la historia a J.R Wardpero yo en mis momentos de epifanías dije: Esto estaría bien pero con los personajes de inuyasha, y Boom la adapte, sin más por el momento, disfrútenlo.

Kagome Higurashi tomó su taza sin levantar la vista del borrador del testamento que había redactado y estaba revisando.

—Odio cuando haces eso. – Kagome miró al otro lado de su oficina hacia su asistente ejecutiva.

—¿Cuándo hago qué?

—Esa rutina de misil teledirigido por el calor buscando tu café.

—Mi taza y yo tenemos una relación muy estrecha.

Sango empujó sus gafas subiéndolas más sobre su nariz.

—Entonces me alegro de que tenga tapa. Si no sales ahora, vas a llegar tarde a tu cita de las cinco. Kagome se levantó y se puso la chaqueta de su traje.

—¿Qué tan mal ando de tiempo?

—Son las dos y veintinueve. Conducir hasta Caldwell te llevará un mínimo de dos horas y más con este tráfico, tu coche te está esperando en la puerta delantera. La llamada por conferencia con Londres está programada para dentro de dieciséis… quince minutos. ¿Qué tipo de limpieza quieres que haga antes del fin de semana largo?

—He analizado los documentos de la fusión de laperla y no me siento para nada impresionada. —Kagome le pasó una pila de papeles lo suficientemente grande como para ser usada como tope de puertas—. Mándasela por courier a 50 Wall ahora. Quiero tener una reunión con el Consejo opositor a las siete de la mañana. La mañana del martes. Que ellos vengan aquí. Antes de irme ¿Te debo algo?

—No, pero podrías decirme algo. ¿Qué tipo de sádico fija una reunión con su abogado a las cinco de la tarde del viernes del fin de semana previo al día del trabajador?

—El cliente siempre tiene la razón. Y la cuestión del sadismo está en el ojo de quién lo mira. — Kagome metió el testamento en un portafolio y luego recogió su bolso. Mientras paseaba la vista por su espaciosa oficina, intentó enfocarse en el trabajo que tenía pensado hacer durante el fin de semana

—. ¿De qué me estoy olvidando?

—La pastilla.

—Cierto, cierto. — Kagome usó lo que le quedaba en la taza para zamparse el medicamento que había estado tomando durante los últimos diez días. Mientras lanzaba la botella naranja a la papelera, se dio cuenta que desde el domingo no estornudaba ni tosía. Evidentemente la pócima había funcionado. Malditos aviones. Eran estanques de gérmenes con alas.

—Acompáñame. —De camino al ascensor Kagome le dio un par más de órdenes respecto a la organización. Sango se mantenía a la par a pesar de la carga de papel que llevaba en los brazos, pero en definitiva eso era lo sensacional respecto a esa mujer. Sin importar cómo, siempre se podía contar con ella. Cuando llegaron a la hilera de ascensores, Kagome presionó el botón para bajar.

—Bueno, creo que eso es todo. Que tengas un buen fin de semana.

—Tú también. Trata de descansar un poco, ¿quieres?

—No puedo. El martes tenemos a Technitron. Me voy a pasar la mayor parte del fin de semana aquí.

Cuatro minutos después estaba avanzando lentamente en el tráfico de Manhattan, tratando de salir de la ciudad. Once minutos después, le estaban traspasando una llamada con Londres. La llamada por conferencia duró cincuenta y tres minutos y menos mal que debido al tráfico básicamente era igual a estar en un estacionamiento porque la reunión virtual no fue bien. Lo cual era bastante habitual.

De todas formas, fue un alivio cortar y concentrarse en conducir. Probablemente Caldwell, Nueva York, estuviera a sólo ciento sesenta kilómetros del centro, pero Sango tenía razón. El tráfico era una putada. Aparentemente todo el mundo estaba tratando de salir de la Gran Manzana y todos estaban utilizando la misma carretera que Kagome.

Normalmente, no se hubiera tomado la molestia de conducir para ver a un cliente en su domicilio particular, pero la señorita Taisho era un caso especial por un montón de razones y no era como si la mujer pudiera acudir a su oficina fácilmente. Tenía ¿cuántos? ¿Ya habría cumplido los noventa y un años?

Cristo, tal vez era aún mayor. El padre de Kagome había sido el abogado de la mujer desde siempre y después de su muerte, ocurrida dos años atrás, Kagome había heredado a la señorita Taisho junto con el resto del patrimonio en la sociedad familiar.

La señorita Taisho era su único cliente de bienes e inversiones, y lo mismo le había ocurrido a su padre. La anciana tenía una fortuna cercana a los doscientos millones de dólares, gracias a los intereses que tenía su familia en diversas compañías. La señorita Taisho creía en continuar con lo que le era conocido y su familia había estado con la firma desde su comienzo en 1911.

La mujer era buena para los negocios cuando se trataba de ese testamento suyo. Revisaba los planteamientos que había en el mismo de igual forma que otras personas practicaban jardinería, y a un precio de seiscientos cincuenta dólares por hora de Kagome, las horas facturables sumaban. La señorita Taisho estaba constantemente revisando la porción para caridad de su patrimonio, cultivando aquella sección, recortando y replanteando las caridades cada vez que cambiaba de opinión. Kagome había gestionado las últimas dos modificaciones por teléfono, así que cuando esta vez la señorita Taisho le pidió una entrevista personal, tenía todas las razones para hacerle una rápida visita.

Kagome había ido sólo una vez a la propiedad Taisho, para presentarse a sí misma después de la muerte de su padre. Evidentemente la señoritaTaisho había visto fotos de Kagome a través de su padre y había aprobado el «porte elegante» de Kagome.

Lo cual era un chiste. Aunque era cierto que la vestimenta hacía al hombre y a la mujer, y el guardarropa de Kagome estaba lleno de trajes conservadores con faldas por debajo de la rodilla, eso era simplemente una cobertura superficial. Tenía la cabeza de su padre para los negocios y también su veta de agresividad. Podía parecer una dama desde el moño hasta sus juiciosos tacones, pero en el interior era una asesina.

Hasta ahora, el único inconveniente en la relación había ocurrido durante el primer encuentro cara a cara cuando la mujer le había preguntado a Kagome si estaba casada.

Kagome definitivamente no estaba casada. Nunca lo había estado, no le interesaba estarlo, no gracias. Lo último que necesitaba era algún hombre con derecho a opinar acerca de si se quedaba hasta muy tarde en la firma, o si trabajaba demasiado o acerca de dónde deberían vivir o lo que iban a cenar esa noche. No obstante Izayoi Taisho era obviamente de la opinión de que se-te-definía-por-el-tipo-de-pantalones-que-tenías-a-tu-lado. Por lo que Kagome se había preparado mientras le explicaba que, no, que ella no tenía marido.

La señorita Taisho había parecido desanimada, pero luego se había repuesto y había pasado rápidamente a la pregunta de si tenía novio. La respuesta fue la misma. Kagome no tenía ni quería uno de esos, y no, tampoco tenía mascotas. Se había producido un largo silencio. Luego la mujer había sonreído, hecho un breve comentario más o menos en las líneas de «Dios, como han cambiado las cosas», y allí habían quedado el asunto. Al menos por ese momento.

Cada vez que la señorita Taisho llamaba a la oficina, preguntaba si Kagome había encontrado algún hombre agradable. Lo cual estaba bien. Que se diera el gusto. Eran de diferentes generaciones. Y la mujer aceptaba los no con elegancia… tal vez debido a que ella misma nunca se había casado. Evidentemente tenía una vena romántica no satisfecha o algo así.

Si Kagome era honesta, todo el asunto de las relaciones le aburría. No, no odiaba a los hombres. No, el matrimonio de sus padres no había sido disfuncional. No, de hecho su padre había sido una figura masculina de lo más comprensiva. No había habido ningún fin de relación problemático, ningún problema de autoestima, ninguna patología, ninguna historia de abuso. Era inteligente, amaba su trabajo y estaba agradecida por la vida que tenía. Era sólo que todo el asunto de la casa y el hogar era adecuado para otras personas. ¿En conclusión? Respetaba completamente a las mujeres que se convertían en esposas y madres pero no les envidiaba la carga de asumir el cuidado de los demás. Y en la mañana de Navidad no sentía un agujero en el corazón debido a que estaba sola. Y no necesitaba partidos de futbol ni dibujos en el refrigerador ni regalos hechos a mano para sentirse realizada. Y el día de San Valentín y el día de la Madre eran simplemente dos hojas más en el calendario.

Lo que amaba era la batalla en la sala de juntas. Las negociaciones. Los intrincados recovecos de la ley. La responsabilidad energizante de representar los intereses de una corporación de diez billones de dólares… ya fuera comprando a alguien o despojándolo de sus activos o despidiendo a un Consejero Delegado por tener gastos personales ilícitos por cifras de ocho dígitos.

Cuando finalmente apareció el puente de Caldwell, Kagome ya estaba lista para llevar a cabo la entrevista, dirigirse de regreso a su apartamento de Park Avenue, y comenzar a prepararse para el enfrentamiento del martes con Tech-nitron. Demonios, tal vez hasta tendría suficiente tiempo como para regresar a la oficina.

La propiedad Taisho consistía en cuatro hectáreas de tierra trabajada, cuatro edificios anexos, y un muro que si querías escalar tendrías que tener equipo de rápel y el fuerte torso de un entrenador personal. La mansión era una enorme pila de roca ubicada en una elevación, un ostentoso despliegue de nuevo rico erigida durante el período de Renacimiento Gótico de 1890.

Tomando su bolso, se acercó a la casa pensando que debería llevar una cruz en una mano y una daga en la otra. Hombre, si tuviera la riqueza de los Taisho, viviría en algún lugar un poquito menos lúgubre. Digamos que en un mausoleo.

Un lado de las puertas dobles se abrió antes de que llegara al llamador con forma de cabeza de león. El mayordomo de la familia Taisho, que tendría unos ciento ocho, hizo una reverencia.

—Buenas tardes, señorita Higurashi. Si no es molestia podría decirme si dejó las llaves en el coche.

¿Su nombre era Myoga? Sí, eso era. Y a la señorita Taisho le gustaba que lo llamara por su nombre.

—No, Myoga

—¿Quizás querría entregármelas? En caso que deba mover su coche. —Cuando ella frunció el ceño, dijo en voz baja—, Me temo que la señorita Taisho no está muy bien. Si debo llamar a la ambulancia…

—Siento oír eso. Está enferma o… —Kagome dejó que la pregunta se desvaneciera mientras le entregaba las llaves.

—Está muy débil. Por favor, acompáñeme.

La casa estaba amueblada al estilo de las viejas familias adineradas, las habitaciones estaban atestadas con capas y más capas de obras de arte coleccionadas durante generaciones. La mezcolanza invalorable de pinturas y esculturas dignas de estar en museos era de diferentes períodos, pero fluía toda junta. Sin embargo qué trabajo de mantenimiento. Sacarle el polvo a esas cosas sería como cortar ocho hectáreas de césped con una cortadora manual… ni bien terminabas, debías comenzar otra vez.

Ella y Myoga subieron las imponentes escaleras en curva hacia el segundo piso y caminaron por el pasillo. A ambos lados, colgados de paredes de seda roja, había retratos de varios Taisho, sus pálidos rostros brillaban sobre fondos oscuros y sus ojos bidimensionales te perseguían.

Cuando llegaron al final del pasillo, Myoga golpeó una puerta tallada. Cuando se oyó un débil saludo, abrió ampliamente el panel.

La señorita Taisho estaba apoyada en una cama del tamaño de una casa, viéndose tan pequeña como una niña, y tan frágil como una hoja de papel. Había encaje blanco por todas partes, brotando del dosel, colgando hasta el suelo alrededor del colchón y cubriendo las ventanas. Era una escena invernal completa con carámbanos y bancos de nieve, salvo por el hecho de que no hacía frío.

—Gracias por venir, Kagome. —La voz de la señorita Taisho era frágil al punto de parecer un susurro—. Disculpe que no pueda recibirla apropiadamente.

—Esto está perfectamente bien. —Kagome se acercó de puntillas, temerosa de hacer ruido o movimientos bruscos—. ¿Cómo se siente?

—Mejor que ayer. Tal vez me haya contagiado la gripe.

—Anda por todos lados, pero me alegro que esté mejorando. — Kagome pensó que no sería de ayuda mencionar el hecho de que ella había tenido que tomar antibióticos para curarse de algo parecido—. De todas formas, seré rápida así puede seguir descansando.

—Pero debe quedarse a tomar el té. ¿Se quedará verdad?

Myoga intervino.

—¿Traigo el té?

—Por favor. Acompáñeme a tomar el té.

Infiernos. Deseaba regresar.

El cliente siempre tiene la razón. El cliente siempre tiene la razón.

—Pero por supuesto.

—Bien. Myoga, traiga el té y sírvalo cuando terminemos con mis documentos. —La señorita Taisho sonrió y cerró los ojos—. Kagome, puede sentarse junto a mí. Myoga le traerá una silla.

Myogano tenía aspecto de poder cargar ni siquiera un banquillo, mucho menos algo en lo que ella pudiera sentarse.

—Está bien —dijo Kagome—. Yo traeré una…

Sin siquiera tomar aliento, el mayordomo levantó fácilmente una antigua butaca, que tenía el aspecto de pesar tanto como un niño de 8 años.

Guau. Evidentemente era el mayordomo biónico.

—Ah… gracias.

—Madam estará cómoda aquí.

—si retírate por favor.

Cuando Myoga se fue, Kagome se sentó y miró a su cliente. Los ojos de la anciana seguían cerrados.

—Señorita Taisho… ¿Está segura que no desea que le deje el testamento? Puede revisarlo en su tiempo libre y yo puedo volver a certificar su firma.

Hubo un largo silencio durante el cual se preguntó si la mujer se habría quedado dormida. O, Dios no lo permita…

—¿Señorita Taisho?

Los labios pálidos, apenas se movieron.

—¿Ya tiene un caballero que la visite?

—Perdón…, er, no.

—Usted es tan adorable, sabe. —La señorita Taisho abrió los ojos acuosos y giró la cabeza en la almohada—. Me gustaría que conociera a mi hijo.

—¿Disculpe? —¿la señorita Taisho tenía un hijo?

—La he sorprendido. —La sonrisa que estiraba la piel delgada era triste—. Si. Soy… madre. Todo sucedió hace largo tiempo y en secreto… tanto el hecho como el parto. Lo mantuvimos todo en secreto. Mi padre insistió y tuvo razón al hacerlo. Esa fue la razón por la cual nunca me casé. ¿Cómo podía?

Santa… mierda. En aquel entonces, cuando fuera, las mujeres no tenían hijos fuera del matrimonio. El escándalo hubiera sido tremendo para una familia tan prominente como los Taisho. Y… bueno, esa debía ser la razón por la cual la señorita Taisho nunca había hecho mención alguna de su hijo en el testamento. Le dejaba el grueso de su patrimonio a Myoga porque las viejas costumbres eran difíciles de olvidar.

—Usted le gustará a mi hijo.

Bien, eso era absolutamente imposible. Si la mujer había tenido un hijo a principios de sus veinte, a esta altura el tipo tendría unos setenta años. Pero más que eso, puede que el cliente siempre tuviera la razón, pero de ninguna maldita manera Kagome iba a prostituirse para conservar a un cliente.

—Señorita Taisho, no creo que…

—Lo conocerá. Y usted le gustará.

Kagome adoptó su tono de voz más diplomático, el que era ultra—tranquilo y ultra—razonable.

—Estoy segura que es un hombre maravilloso, pero constituiría un conflicto de intereses.

—Ustedes se conocerán… y a él le gustará.

Antes de que Kagome pudiera intentar otra táctica, regresó Myoga empujando un gran carrito con suficiente plata como para calificar como exposición de Tiffany.

—¿Debo servirlo ahora, señorita Taisho?

—Después de los documentos, por favor. —La señorita Taisho sacó una mano venosa, con las uñas perfectamente limadas y pintadas de rosa.—. Claire, ¿me haría el favor de leerlos?

Mientras la frágil mano se enroscaba alrededor de la Montblanc de Claire y trazaba una temblorosa aproximación a «Izayoi Merchant Castile Taisho» en la última línea, Kagome intentó no pensar en las cuatro horas de tiempo de trabajo perdido ni en el hecho de que no soportaba consentir a la gente.

Kagome certificó la firma, Myoga firmó como testigo, y luego los documentos volvieron al portafolio.

La señorita Taisho tosió un poco.

—Gracias por conducir todo el camino hasta aquí. Sé que es una molestia y verdaderamente lo aprecio.

Kagome miró a la mujer que yacía entre el mar de espumoso encaje blanco.

Era difícil no sentirse como una canalla. Joder, se había recibido de rígida hija de puta profesional preocupándose por la pérdida de un par de horas de trabajo cuando parecía que a la señorita Taisho le quedaban tan pocas de vida.

—Fue un placer.

—Ahora, el té —dijo la señorita Taisho

Myoga empujó el carrito de metal acercándolo a la butaca y sirvió algo que olía como Earl Grey en una taza de porcelana.

—¿Azucar, madam? —preguntó.

—Sí, gracias. —Odiaba el té, pero el añadido de azúcar haría que pudiera tragarlo. Cuando Myoga se lo entregó, notó que sólo había una taza—. ¿No va a tomar nada, señorita Taisho?

—Nada para mí, me temo. Son órdenes del doctor.

Kagome tomó un sorbo.

—¿Qué clase de Earl Grey es éste? Sabe diferente de los que he probado antes.

—¿Le gusta?

—De hecho, sí.

Cuando terminó la taza, la señorita Taisho cerró los ojos con una expresión que extrañamente parecía de alivio y Myogase llevó la taza vacía.

—Bueno, creo que será mejor que me vaya, señorita Taisho.

—A mi hijo va a gustarle usted —susurró la anciana—. La está esperando.

Kagome parpadeó y apeló a su tacto.

—Me temo que debo regresar a la ciudad. ¿Tal vez pueda conocerlo en otro momento?

—Él necesita conocerla ahora.

Kagome volvió a parpadear y en su mente escucho el refrán de su padre: El cliente siempre tiene la razón.

—Si es tan importante para usted, yo podría… — Kagome tragó con fuerza—. Yo, ah… yo podría…

La señorita Taisho sonrió levemente.

—No será tan malo para usted. Él es como su padre. Una hermosa bestia.

Kagome se frotó los ojos. Había dos señoritas Taisho en la cama. En realidad, había dos camas. Entonces, ¿eso hacía que hubiera cuatro señoritas Taisho? ¿U ocho?

La señorita Taisho miró a Kagome con encantadora claridad y con indiferencia algo inquietante.

—No debe tenerle miedo. Puede ser bastante afable si está de humor. No obstante, yo no intentaría huir. De todas formas él la atrapará.

—¿Qué…? — Kagome sentía la boca seca y esponjosa, y cuando escuchó un ruido a su izquierda, fue como si el sonido viniera de una inmensa distancia.

Myoga estaba sacando la bandeja de plata del carrito de metal y poniéndola sobre un escritorio. Cuando regresó al carrito, desplegó un panel secreto que tenía en la parte de abajo y la cosa se convirtió en una especie de camilla.

Kagome sintió que se le aflojaban los huesos, y que luego colapsaban todos juntos. Cuando empezó a deslizarse hacia un lado de la butaca, Myoga la levantó en brazos y la llevó hasta el carrito, tan fácilmente como había trasladado la pesada butaca.

La estaba tendiendo de espaldas cuando comenzó a fallarle la visión. Desesperada, intentó conservar la conciencia mientras la llevaba por el pasillo hacia un antiguo ascensor de bronce y cristal. Lo último que vio antes de desvanecerse fue al mayordomo presionando el botón «S» de sótano.

El ascensor se tambaleó y ella se hundió con él, cayendo en la inconsciencia.