NOTA 1:

A mi querida kikitapatia.

Otro año más, sí. Pero este año es más especial que de costumbre, lo sabes. A veces resulta difícil hacer balance, pero lo que cuenta siempre es aquello con lo que nos quedamos y lo que ya hemos dejado atrás. Así que ríe en voz alta, amiga, ríe. Que te oigan los vecinos, ríete a carcajada limpia porque eres feliz, porque estás llena de dicha, porque has triunfado. Ríe porque sí.

Ah, y porque es tu cumpleaños. Por eso también ;)

Muchas felicidades, querida mía.

NOTA 2:

La frase pertenece a David Sant (davidsant PUNTO com), que amablemente me ha permitido usarla.

Descargo de responsabilidad: Pues lo de siempre… Skip Beat! no me pertenece pero esta historia es solo mía. Bueno, y también de kikitapatia


SUPONGAMOS

—Supongamos que por suponer, acabas en mis brazos…

La frase no era inocente, desde luego. Una frase como esa NUNCA podrá ser del todo inocente… Y eso, que alguien como Kyoko pudiera darse cuenta, ya era notorio en sí mismo. Como si frente a ella apareciera un letrero de neón gigante, de los que hay en los rascacielos de Tokyo, y que alumbrara la noche con un discretito "¡Peligro, peligro!".

Ella había escuchado bien. Aunque quisiera no haberlo hecho… Pero no fueron solo las palabras las que la tomaron por sorpresa, no. La voz de él, enronquecida y profunda, los ojos turbios, entrevelados por esas largas pestañas que la volvían loca, y esa pose de abandonada indolencia sobre el sofá, con las mangas enrolladas casi hasta mitad de los antebrazos, era más de lo que Kyoko podía soportar… Todo ello —todo él— provocaba en ella emociones desconocidas, nuevas y vertiginosas, y ¡hasta escalofríos!, que no tenían nada que ver con el frío ni tampoco con el miedo, sino que respondían a algo más instintivo, más básico y desconocido… De eso Kyoko estaba bien segura. Oh, sí…

La dichosa frase había sido pronunciada casi como por casualidad al término de una de sus habituales cenas juntos en el apartamento de Tsuruga-san. No, se dijo Kyoko, obligándose a corregirse, de Ren-san (para su propia mortificación, ¡ahora tenía que llamarlo Ren-san!). Y la pregunta nunca pronunciada estaba implícita, claro está, y casi pudo oírla en el silencio que siguió a las otras: "¿Qué harías?".

Ambos fingían que las cosas no habían cambiado entre ellos. Fingían que no se daban cuenta de que sus cenas eran más íntimas, más cercanas, o que sus momentos a solas eran más buscados que antes. Ni que los muros que ambos habían erigido contra el mundo se derrumbaban, ladrillo a ladrillo, estando en la compañía del otro, dejando entrever a la persona real que se ocultaba tras ellos. Pero sobre todo, fingían que no eran plenamente conscientes de que la otra persona reciprocaba sus sentimientos. Que eran absolutamente correspondidos…

Y por más que los dos hubieran acordado que no iban a hacer nada más allá de reconocer los propios sentimientos y darles voz, Kyoko no podía evitar sentir el vértigo en la boca del estómago y concentraba todos sus esfuerzos más o menos conscientes en sofocar el gritito de ardillita temerosa que quería escapar de su garganta.

Pero Kyoko también sabía —de eso estaba segura— que él no iba a forzar una situación que ella no quisiera ni para la que no estuviera preparada. Aún…

Aún…

El 'aún' colgó en el aire, entre sus pensamientos enfebrecidos, resplandeciendo fugazmente antes de desaparecer y dejando tras de sí el eco de su brillo por un instante más.

Aún…

Cuando ella empezó a boquear, como pececito fuera del agua, con unas cuantas neuronas cortocircuitadas, él tan solo había sonreído (algo a medio camino entre quitándole importancia y la decepción). Se levantó, le revolvió el pelo al pasar a su lado en un gesto afectuoso que no era nuevo, y siguió caminando hasta la cocina, mientras se subía y se ajustaba las mangas para ponerse a lavar la loza de la cena. Como si no hubiera pasada nada… Como si no hubiera dejado el mundo —a ella— ardiendo a su espalda… Quizás, pensó Kyoko, es que nunca había esperado una respuesta…

Sin embargo, el que había pronunciado esas palabras no había sido el Emperador de la noche. Había estado ahí, ciertamente. Kyoko no podía confundirlo, pero, al menos, no había sido solamente el Emperador… No, esto era mucho más peligroso que las emociones primarias descubiertas de un hombre. Aquí había habido deseo, y fuego, sí (porque AHORA ya sabía lo que eran y cómo llamarlas), pero también había habido anhelo, un mucho de esperanza y una vulnerabilidad que Kyoko reconocía como igual a la suya.

Y eran demasiadas cosas juntas, todas a la vez y en el mismo hombre… Similares, complementarias y también del todo opuestas y contradictorias… ¿Cómo no iban a freírsele las neuronas? Es que a Kyoko todavía le costaba lidiar con la idea de que ¡él la amaba!, y que era ella, y solo ella, la única que suscitaba esa clase de emociones en él. Que esa vulnerabilidad solo se le mostraba a ella. Y que el Emperador de la noche únicamente existía por y para ella…

¡Ella!

Y por todos los dioses, que la sola idea la hacía sentirse poderosa…


Mientras hundía las manos en el agua enjabonada, Ren también pensaba en la dichosa frase. O mejor debiera decirse, rumiaba en qué demonios estaba pensando (o no pensando) para decirla de la manera en que la dijo. De hecho, se había arrepentido no bien las palabras abandonaron su boca. Pero si era sincero (y eso era algo en lo que había estado practicando mucho desde que Kyoko y él estaban no-saliendo y teniendo no-citas), en parte sí que esperaba una respuesta…

O como mínimo, una reacción que no la sumiera en el pánico…

Porque era culpa suya… Él nunca antes había estado enamorado —porque nunca había sentido por nadie antes todo esto que siente ahora, todos estos miedos, toda esta alegría—. Realmente era lamentable la forma en que necesitaba cerciorarse de que ella realmente le amaba, por más que ella ya lo hubiera dicho aquel día en el ascensor. Pero para Ren era como si todo hubiera sido alguna escena de su imaginación, o un sueño demasiado vívido que pareciera real. Sí, era algo patético… O sencillamente, quizás el patético era él…

Pero es que ella era muy buena en ocultar sus emociones más profundas (su expresividad era asunto aparte), tanto, que nunca se le pasó por la cabeza que ella pudiera corresponderle verdaderamente. Se había resignado a tan solo sacárselo del pecho al confesar sus sentimientos, así que nunca lo vio venir. Sabía bien que para Kyoko todo esto de tener un no-novio era algo nuevo, y que su vida estaba ahora llena de las primeras veces que debió haber vivido antes. Y no es que él no estuviera satisfecho con la intimidad creciente entre ellos, porque sí que lo estaba, pero en ocasiones, se sentía egoísta y quería más. Quería verla encenderse en llamas con la caricia de su voz, pero más que nada, tan solo quería comprobar que él la afectaba de la misma manera en que ella lo hacía con él. Es lo que tiene ser un novato en estas lides… Nunca terminas de creértelo…

Aunque Ren sabía bien que era esta un arma de doble filo… Porque si ella, solo ella, era capaz de alterarlo así —por no hablar de las veces en que se alteraba de maneras más prosaicas—, ¿qué sería de él cuando Kyoko fuera plenamente consciente del poder que tenía sobre él?

Estaría indefenso…

—Pero es que eso ya ha pasado antes, Ren-san… —La inesperada voz lo sorprendió a su derecha, y la encontró cerca, demasiado cerca para su cordura (sí, no debía olvidar que Kyoko había entrenado sus habilidades ninja). Ladeaba la cabeza mientras lo miraba y le hablaba, con la cadera apoyada contra el mueble y uno de sus brazos descansando sobre la encimera—. Y más de una vez, si la memoria no me falla… —Él le robó una mirada rápida (nop, esto no iba nada bien…) y siguió lavando la loza como si la vida le fuera en ello. Sí, el agua estaba fría, gracias a los dioses—. Supongamos que por suponer, que esta vez eres —dijo ella, haciendo énfasis en el pronombre a la vez que le clavaba suavemente el dedo índice en el costado— el que acaba en mis brazos…

La taza que enjuagaba resbaló de su mano y cayó al agua, hundiéndose con un sonoro plonc al tocar el fondo del fregadero. A él se le abrieron mucho los ojos y solo entonces la miró directamente. Y no vio el descaro de Setsu, ni siquiera la sensualidad de Natsu. Solo vio a Mogami Kyoko. Con las mejillas encendidas y la piel a punto de arder en llamas, mordiéndose el labio inferior, tragándose los nervios y la vulnerabilidad… Y sin embargo, sus dorados ojos, brillaban llenos de determinación… Esa era solo Kyoko. Ninguna otra, escondida tras algún personaje. SU Kyoko.

Había también —los dioses no hacían más que burlarse de él— una vacilante seguridad en su manera de moverse que era absolutamente nueva y desconcertante para el pobre desgraciado.

A él no le quedó otra que suspirar, con cierta expectante resignación, y aceptar que su pequeño mundo nunca volvería a ser el mismo.

Porque Kyoko lo sabe.

Y sabe que él lo sabe…

Tsuruga Ren —SU Tsuruga Ren— tragó saliva.