Disclaimer: Los personajes de esta historia no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.

En problemas.

El repentino rugido de un rayo en medio de aquella lluviosa noche le hizo alejar su vista del viejo libro que había tomado prestado de la biblioteca personal de su abuelo en un intento de encontrar un descanso de sus propios pensamientos presos de los nervios de lo importante que sería para ella el día de mañana; podía escuchar las gotas de agua golpear con energía el techo de su habitación apenas iluminada por la sencilla lámpara en su mesita de noche.

Curiosa, cerró el libro cuidando de no perder la página que leía, lo colocó a un lado suyo sobre su cama y se levantó de ésta de un salto. Apenas terminó de ponerse sus mullidas zapatillas de noche, caminó hasta la gran ventana de su dormitorio.

Con cuidado hizo a un lado las delicadas cortinas rosas para poder observar mejor y pegó las yemas de sus dedos al frío vidrio, sensación que ciertamente le resultó agradable. La lluvia caía inclemente por toda la calle haciendo que las ramas de los árboles, e incluso las columnas de alumbrado público, bailaran al ritmo que el viento marcaba. Todo parecía indicar que ese clima duraría toda la noche, soltó un ligero suspiro, solo esperaba que para la mañana el sol fuera capaz de imponerse a las pesadas nubes, deseandole buena suerte.

Instintivamente dirigió su mirada hacia su derecha dedicando su atención a su escritorio repleto hasta los bordes de pesados libros con rebuscados títulos médicos grabados con letras doradas en sus dorsos, dibujos hechos a mano del cuerpo humano y fotografías de órganos internos: todos testigos de su esfuerzo, de su sangre y sus lágrimas, pero sabía que valdría la pena si conseguía aprobar el examen de mañana. Su pecho se infló de ilusión de tan solo pensar en todo lo bueno que vendría para ella si lo conseguía. Sabía que su vida cambiaría para siempre.

Un nuevo estruendo se escuchó en el cielo haciendo estremecer su ventana, un extraño sabor llegó a su boca y en su pecho se formó un nudo obligando regresar su mirada hacia la ventana. Perdió el aliento por un instante cuando, gracias a la luz que provocó el rayo que cruzó el cielo, pudo distinguir una tambaleante silueta acercándose casi arrastrando lo que aparentaba ser una motocicleta hacia su casa. Cuando la figura desconocida llegó hasta el punto de luz de uno de los faros de la calle identificó de inmediato su largo cabello negro y facciones afiladas.

«Tiene que ser una broma», pensó al mismo tiempo que se alejaba de la ventana, salía de su habitación y corría escaleras abajo con dirección a la puerta principal de su casa.

—¡InuYasha! —lo nombró apenas salió al portal de su casa, preguntándose si, a través de la fuerte lluvia que golpeaba tanto el pavimento como las tejas del pórtico que evitaban que acabara empapada, él había sido capaz de escucharla.

Cuando vio que las piernas de InuYasha flaqueaban a la mitad de la calle, amenazando con dejarlo caer al suelo sin remedio,además del violento ruido que hizo la motocicleta al caer sin más distracciones al suelo, decidió no esperarlo más. Tomó un paraguas del recibidor de su casa, abriendo el artefacto apenas comenzó a correr hacia él.

Sintió su corazón detenerse, obligándola a contener un jadeo de susto, apenas estuvo lo suficientemente cerca de InuYasha como para notar los serios golpes en su rostro, brazos y, por la manera en la que el pelinegro abrazaba su cuerpo, probablemente también en su abdomen y torso.

—Kagome… —la voz de InuYasha era áspera, su mirada parecía incluso nublarse. Kagome no perdió tiempo, los cubrió a ambos con el paraguas que llevaba, lo tomó con cuidado del brazo y lo comenzó a caminar con dirección de regreso a su casa

—Ahorra tus energías —le cortó ella sin apartar su mirada del camino frente a ella, luchando contra el violento ventarrón que casi le arrebata el paraguas de la mano—. No quiero que te desmayes sin antes explicar esto.

—No debiste salir —InuYasha la regañó como si no fuera él quien tenía una grave herida en la ceja que le había llenado la mitad del rostro de sangre—. Ahora estás empapada por mi culpa. Vas a tener problemas con tu abuelo.

Kagome rodó los ojos, con hastío—. No te preocupes por eso —le aseguró sin voltear a mirarlo—. Además, ya estoy en problemas.

Los condujo a ambos hacia dentro de la habitación, ayudó a InuYasha a quitarse los zapatos y lo llevó con cuidado escaleras arriba con dirección a su habitación. Agradeciendo al cielo que las píldoras para dormir de su abuelo fueran tan efectivas como para no despertarlo a pesar de los torpes pasos de InuYasha subiendo casi a rastras.

El pelinegro dejó escapar una cansada exhalación cuando se dejó caer sobre el sillón individual justo a un lado del escritorio de Kagome. Ella se quedó en silencio un momento antes de salir de la habitación e ir, prácticamente de puntillas, al cuarto de baño en busca de un par de toallas limpias.

Cuando regresó a su habitación, se dio cuenta de la mirada absorta de InuYasha en una de las paredes de su habitación. Curiosa, dirigió su vista a ese mismo rincón de su habitación, notando de inmediato el montón de cuadros con reconocimientos que saturaban la pared, todos de los diferentes niveles de su vida académica, todos reconociéndola como una estudiante de excelencia.

Kagome suspiró, tratando de no dejar que sus recuerdos escolares le envolvieran la mente, mientras se acercaba a su escritorio y buscaba en los cajones del mismo, su botiquín de emergencias: una caja de latón, vieja y despintada, que solía ser de chocolates ahora servía para guardar sus cosas.

InuYasha, como si ya conociera la rutina, se quitó su chaqueta de cuero negra, arrojándola en algún lugar de la habitación sin muchas ganas de averiguar dónde. Su maltrecha camisa corrió la misma suerte, quedando desnudo de la cintura para arriba. Kagome no dijo nada antes de pasarle la mullida tela seca; InuYasha comenzó a secar su cabello y las partes de su cuerpo que, aunque magulladas, no estaban salpicadas de su sangre.

—¿Y bien? —empezó Kagome acercando la silla de madera de su escritorio justo frente a InuYasha, colocó el botiquín sobre la superficie del mismo y comenzó a hurgar dentro—. ¿Vas a decirme que te pasó ahora? —preguntó haciendo énfasis en la última palabra al mismo tiempo que humedeció un par de trozos de algodón en alcohol.

InuYasha desvió la mirada, con fastidio, aceptando uno de los trozos de algodón que Kagome le acercó, tomándolo con su mano libre—. Fue un accidente —soltó sin atreverse a verla a los ojos, acercando el algodón hasta su rostro, comenzando a limpiar primero la herida de su labio—. Me caí de mi moto.

Kagome lo tomó de su brazo izquierdo, recibiendo un quejido de dolor en protesta que decidió ignorar. Observó bien la espantosa herida que cruzaba casi todo el brazo, dándose cuenta que, además de que tendría que suturar, no era nada parecido a un raspón culpa de la caída de una motocicleta a toda velocidad. Más bien era una herida causada por un objeto afilado; una navaja, tal vez.

Suspiró dejando ir todo su cansancio, bajó con cuidado el brazo de InuYasha y lo tomó por la barbilla, obligándolo a mirarla. Estudio los fuertes golpes en sus mejillas y debajo de sus ojos, su labio inferior casi pudo haber rebentado por lo que, adivinó, había sido una paliza. Bajó su mirada hasta el torso masculino, notando más golpes y magulladuras, no estando segura si habían sido culpa de puñetazos o patadas, había una gran posibilidad de que fueran ambas cosas.

Regresó su vista hacia su rostro, sintiéndose fastidiada cuando notó que, a pesar del fuerte agarre que mantenía en su barbilla, InuYasha seguía empeñado en evitar su mirada.

—Esto no fue ningún accidente y no me insultes pensando que me voy a creer eso —sentenció soltándole la barbilla, volviendo a tomarle del brazo para estudiar un poco más su herida antes de comenzar a limpiarla con ayuda del algodón empapado.

—Claro, a la cerebrito de mi ex novia no puedo ocultarle nada, ¿no? —era bueno darse cuenta que InuYasha, a pesar de estar tan seriamente apaleado, conservaba su ácido humor.

—Estoy esperando a que me digas la verdad —continuó Kagome tirando al tacho de basura el algodón, ahora repleto de sangre, para después buscar uno nuevo dentro del botiquín. Ignorando con todas sus energías el amargo sabor que le llenó la boca cuando él la llamó su "ex novia".

InuYasha resopló fastidiado antes de responder, haciendo una ligera mueca de dolor cuando el frío alcohol en el algodón volvió a tocar su piel expuesta—. Me encontré con Koga y con esos montoneros que tiene por amigos…

Kagome apartó la mirada del corte en el brazo de InuYasha, fijándose en el rostro magullado de InuYasha—. ¿Te encontraste casualmente con él? —preguntó con ironía al mismo tiempo que arqueaba una ceja. Odiaba eso de InuYasha, su incapacidad de decirle las cosas claramente y de una sola vez—. ¿Y así, sin más, se lanzó a golpearte con sus amigos?

—Puede que...nos encontraramos los dos en la misma carrera de motocicletas… —comenzó muy poco convencido de decirle toda la verdad.

—Carrera ilegal, por supuesto.

—Bueno, ¿quieres que te cuente o no?

Kagome giró los ojos, cediendo no muy contenta de ello—. Bien —renegó regresando su vista a su botiquín, buscando hilo y una aguja nueva—. ¿Entonces…?

—Si ese rabioso acaso creyó que iba a darme miedo que estuviera rodeado de todos esos matones de su clan de perdedores, estaba muy equivocado —continuó InuYasha, presionando el algodón unos segundos sobre su ceja, quizá disfrutando del efecto relajante que debía tener el alcohol frío sobre su herida.

—Entonces tú lo golpeaste primero —adivinó Kagome sacando la aguja de su empaque sellado, limpiándola con cuidado con ayuda de un algodón bañado en alcohol.

—¡No lo defiendas! —rugió InuYasha mirándola directamente a los ojos—¡Te estoy diciendo que estaba diciendo estupideces con tal de provocarme!

—¡Baja la voz!, ¿quieres que se despierte mi abuelo? —le retó tomando con firmeza su brazo herido, colocándolo sobre la mesa de su escritorio y acercando un poco el foco de su lámpara para poder observar mejor. InuYasha se mordió el labio inferior tratando de distraer el dolor cuando sintió la aguja atravesar su piel.

—¿No se pondrá feliz de saber que estoy aquí? —el sarcasmo en su voz era tan evidente que Kagome solo pudo soltarse a reír sin apartar su vista de las puntadas que cosía en el brazo del chico.

—Sabes perfectamente lo que él opina de ti

—Claro, claro, ¿cómo es que me llama?, ¿un alivio?

—Un problema —lo corrigió rápidamente. Ambos agacharon la cabeza en una risa cómplice. Kagome recuperó la compostura y volvió a su tarea de suturar el corte en su brazo, aunque sin borrar la sonrisa. Sintiendo una comodidad que hace meses no sentía.

El silencio que de pronto reinó en la atmósfera era ligero, inclusive relajante si solo se concentraban en el ruido de la lluvia que seguía cayendo detrás de la ventana de la habitación. Kagome continuó absorta en su tarea mientras InuYasha hacía lo posible por no quejarse cuando un pinchazo de la aguja le resultaba más doloroso de lo normal.

—No estoy defendiendo a Koga —rompió el silencio terminando de suturar la herida, cortando el sobrante del hilo con ayuda de unas tijeras—. Pero, tú lo conoces y él a ti. Sabes perfectamente que hará lo que sea necesario para desafiarte, y él sabe que no hace falta mucho para conseguir eso.

InuYasha bufó molesto, no queriendo darle la razón—. Es un idiota.

—¿Pero qué fue lo que dijo para que decidieras golpearlo? —lo cuestionó terminando de limpiar el corte ya perfectamente suturado para después cubrirlo con una gasa

—…

—¿Te dijo que iba a ganarse el premio o algo así? —insistió con ánimo, apartando su vista de él por un segundo mientras volvía a buscar en su destartalado botiquín vendajes nuevos para proteger la gasa.

—Habló de ti —soltó tan frío y directo como un dardo. Kagome tuvo que aferrar más de la cuenta su agarre en el rollo de vendajes para no soltarlo—. No dejaba de decir que ahora que nosotros habíamos terminado no iba a descansar hasta salir contigo.

—Fue un error golpearlo por decir eso —dijo en voz baja, mientras sacaba la venda nueva de su empaque—. No tengo ningún interés en Koga.

—Ni en nada que no sea la medicina—agregó InuYasha con recelo.

—De todos modos —retomó tratando por todos los medios no sonar tan incómoda como estaba, comenzando a envolver el brazo de InuYasha en la venda—. No debiste ir tú solo a esa carrera. No me encanta la idea de que vayas, en primer lugar, pero, si no hay más remedio, al menos podrías pedirle a Miroku que te acompañe.

—No tenía ganas de que me sermonearan —contestó con tranquilidad como quien habla simplemente del clima. La joven arqueó una ceja dando vueltas al brazo del chico con el rollo que cada vez se hacía más delgado.

—¿Y crees que yo no puedo sermonearte? —interrogó despacio.

—Mil veces peor que Miroku, para mi mala suerte—InuYasha enderezó la espalda con naturalidad, en un gesto perezoso—, pero al menos tú sabes primeros auxilios.

Infló las mejillas, fingiendo estar ofendida, y apretó con más firmeza la vuelta en el vendaje con intenciones de torturarlo. Al ver como InuYasha tensó la quijada ahogando un jadeo de dolor, supo que había logrado su cometido.

—Harías bien en tomar esta ocasión como una advertencia y dejar de asistir a esos lugares —el tono de Kagome pretendía sonar lo más casual posible, tomó un nuevo algodón humedecido con alcohol y se acercó al rostro de InuYasha, terminando de limpiar los golpes que él había dejado sin atender.

—Si te digo la verdad, tenía un buen tiempo sin ir —el pelinegro se sinceró de un momento a otro. Lo vio tomar un nuevo algodón, verter en él un poco del frío líquido y acercarlo a las heridas de su torso.

—¿En serio? —Kagome volvió a arquear su ceja, incrédula—. ¿Desde cuándo?

—Desde que terminaste conmigo —respondió InuYasha sin siquiera mirarla justo cuando un rayo cruzó el cielo haciendo un estruendo que le heló la sangre. Lo había hecho con una indiferencia que a Kagome sinceramente le dolió, como si el chico quisiera dejar en evidencia que ese tema ya no le causaba algún mal.

—¿Entonces por qué volviste a ir? —Kagome continuó con su interrogatorio,no iba a permitir que InuYasha la viera afectada por viejos fantasmas del pasado que tenían en común.

InuYasha se encogió de hombros, en un intento por aligerar el peso en su espalda—. Necesitaba el dinero.

—¿Tu hermano dejó de darte tu mesada? —no hubiera podido esconder su preocupación al escuchar eso, por más que lo hubiese intentado, por eso no se molestó en hacerlo.

—Puedo presumirte que nunca antes había estado tan contento conmigo. Así que no tiene quejas conmigo ni problemas con seguir dándome mi parte de los negocios —sonrió con jactancia—. Pero, esta vez, quería ganarme por mi cuenta ese dinero. Era para comprar algo importante...para alguien importante…

Ella apretó los labios, ahogando la pregunta sobre para qué quisiera él ese dinero. Fuera lo que fuera ya no era su asunto—. Lo que sea para lo que lo necesitaras, no puede ser más importante que tu bienestar, InuYasha —empezó despacio, terminando de limpiarle el rostro—. Ahora fue tu brazo, la próxima vez podría ser algo mucho más serio.

—¿Tanto te preocupas por mí? —InuYasha levantó la cabeza, ahora el tono sarcástico de InuYasha brillaba por su ausencia, Kagome fijó su mirada en la del chico a pocos centímetros de ella. Los ojos ámbar de InuYasha parecían brillar con anhelo.

Parpadeó un par de veces para despabilarse al mismo tiempo que se alejaba de él, volviendo a enderezar su espalda en el respaldo de su silla—. ¡Siempre me he preocupado por ti!, ¿qué pregunta es esa?

—¿Se quedaría sin su muñeco de prácticas, doctora Higurashi? —la acidez en InuYasha regresó de un momento a otro, vio cómo estudiaba el brazo que ella le había suturado y vendado.

Kagome frunció el ceño—. Todavía no soy doctora.

Si no hubiera sido porque estaba sentada, muy probablemente la sonrisa fanfarrona que le dedicó InuYasha hubiera hecho que sus piernas temblaran—. Lo sé —respondió con jactancia dirigiendo su mirada a la gran pira de libros y apuntes que estaban justo al lado de ellos—. Mañana es tu examen, ¿no?

Podía sentir las cuencas de sus ojos doler cuando abrió sus párpados más de la cuenta por la sorpresa—. ¿Te acordaste?

—¡Por supuesto que me acordé! —InuYasha frunció el ceño y arrugó la nariz, claramente ofendido—. No había día que no mencionaras ese examen, ¿para qué crees que quería el dinero de la carrera?

Lo vio morderse los labios y endurecer su mirada, como si se arrepintiera de decir la última frase, pero sin más remedio que apechugar.

—¿Pa-para qué…? —sintió su garganta secarse, así que la forzó un poco para poder terminar de formular su pregunta—. ¿Para qué querías ganar ese dinero?

La mirada de InuYasha se ablandó despacio, lo escuchó soltar el aire de sus pulmones en un pesado suspiro al mismo tiempo que estiraba su brazo vendado por el escritorio hasta la destartalada caja de latón que le servía a ella como botiquín. Lo vio acercar el objeto hasta él, abrir y cerrar la tapa repetidamente al mismo tiempo que estudiaba su pintura desgastada y sus bordes golpeados por la una que otra vez que se le resbaló de las manos y terminó en el suelo.

—Pensé que te hacía falta una nueva —murmuró vagamente sin dejar de juguetear con la tapa de latón.

Sintió su corazón palpitar con violencia. Por instinto se acercó a él y le quitó el botiquín de las manos—. No me hace falta —alegó para después apretar los labios.

—¡Tienes años con esa caja vieja! —alegó InuYasha utilizando el tono de voz más bajo que podía para no sonar que estaba gritando.

—No importa —Kagome se defendió con firmeza—. Es un objeto importante para mí.

—¿De qué hablas? —preguntó InuYasha no muy convencido.

—Tú me la regalaste, ¿no lo recuerdas? —fijó sus ojos chocolate en los ámbar del chico frente a ella, las pupilas de InuYasha parecieron expandirse con sorpresa. Kagome cerró la caja y la abrazó contra su pecho—. C-cuando era niña. Mi abuelo me tenía prohibido comer cualquier dulce. Tú te escabulliste a la estancia una tarde cuando estaba en mis clases extra. Esperaste a que mi profesora se distrajera y...me diste esta caja llena de chocolates.

—Los comiste todos tan rápido que enfermaste del estómago —complementó él dibujando una sonrisa en su arrogante rostro.

—Ya te acordaste...

InuYasha soltó una suave carcajada fanfarrona—. Si me tengo bien ganado el apodo que me dio tu abuelo, ¿verdad?

Kagome se permitió reír por ese comentario.

Por todos los dioses, no había querido admitirlo, pero ahora le quedaba claro lo mucho que lo extrañó.

Todos esos meses, desde que su relación había terminado, había echado en falta su sentido del humor, su actitud ante la vida...

Su extraordinario talento para meterse en problemas.

Tenerlo ahí en su habitación, recordando sus anécdotas juntos, casi le hacía olvidar que tenía tantísimo tiempo sin hablar con él.

Se preguntó sinceramente cómo había sobrevivido.

Un fugaz vistazo al montón de libros y apuntes frente a ella le respondieron casi de inmediato.

Su burbuja de recuerdos se reventó y regresó rápidamente su mirada hacia él cuando lo escuchó jadear por el esfuerzo que empeñó en levantarse del sillón, buscando su ropa mojada del suelo.

—Afortunadamente para ti, te diste cuenta que tu abuelo tenía razón —sugirió InuYasha dándole la espalda para comenzar a vestirse—. Y te alejaste de este problema.

Kagome no pudo evitar que la angustia dominara las facciones de su rostro. Aún cuando ella había tomado esa decisión, no quería decir que no le doliera. Además, sabía lo mucho que lo había lastimado a él.

—¿Qué pasa contigo? —lo escuchó preguntarle cuando ella agachó la cabeza, avergonzada—. ¿Por qué tienes esa cara de repente?

—Creo que nunca me tomé un momento para disculparme contigo por lastimarte como lo hice —susurró apretando los puños sobre su regazo—. Solo espero que...algún día me perdones.

Abrió sus ojos más de la cuenta por la sorpresa de sentir cómo las manos de InuYasha tomaban las suyas, obligándola suavemente a deshacer los puños y a relajar sus nudillos con una suave caricia de sus dedos. Cuando Kagome levantó la mirada se encontró con los ojos de InuYasha, quien se había acuclillado para estar a su altura, dedicándole un semblante pacífico.

—No quiero que te disculpes, no lo necesito —le aseguró sonriéndole en un intento por transmitirle tranquilidad.

—Estabas tan enojado ese día… —se justificó conteniendo las ganas de llorar.

—Oh sí, muchísimo. Cuando me fui de aquí lo único que quería hacer era acelerar al máximo mi moto y estrellarme con una pared —confesó volviendo a reír como solamente él sabía hacerlo, aunque esa idea le provocó una dolorosa punzada a Kagome en el lado izquierdo de su pecho—. Pero entonces me hubiese perdido los resultados de tu examen de mañana. Aunque no tengo duda de cómo serán. Lo que realmente me hubiera dolido perderme es tu reacción.

—InuYasha…

—Haz luchado tantísimo para conseguir graduarte. Lo entendí, ¿sabes? —continuó sin parar de acariciar sus nudillos con movimientos circulares—. Hiciste lo que debías hacer para perseguir tus metas. Tú eres una estrella que merecía brillar con todas sus fuerzas y yo...yo solo soy un problema.

El frío que sintió cuando InuYasha apartó sus manos de las suyas se sintió como una fría brisa de invierno. Como si la tormenta que seguía cayendo afuera hubiese logrado destruir las paredes de su habitación y ahora le lloviera justo en la cabeza.

—En fin —dijo poniéndose de pie, sacudiendo su chaqueta de cuero para ajustarla a su espalda—. Te he hecho perder mucho tiempo, ya deberías estar dormida. Mañana es un día importante. Gracias por ayudarme, cerebrito. Y suerte mañana, aunque no la necesitas.

Apenas terminó de hablar, InuYasha caminó con dirección a la puerta de la habitación tan en silencio como podía. Aún debía escabullirse por el corredor y las escaleras para poder salir del lugar antes de que el abuelo de Kagome pudiera notar su presencia. No le debía suponer mucho esfuerzo, después de todo no era la primera vez que lo hacía.

—Dijiste que habías dejado de ir a carreras clandestinas… —no supo de dónde sacó el valor para volver a hablar y que su voz no sonara entrecortada—. También has mejorado tu relación con tu hermano…¿por qué?

InuYasha se detuvo a un paso de la puerta, con sus dedos rozando la manilla— Quise dejar de ser un problema —soltó frío como un bloque de hielo, girando por fin la manilla para abrir la puerta.

—¿Por qué? —insistió Kagome.

Él no contestó, se quedó de pie justo bajo el umbral en un silencio que a Kagome le supo a funeral. Cuando InuYasha cruzó el umbral y cerró la puerta tras de él, haciendo que todo el aire de los pulmones de Kagome se le escapara en un jadeo.

Por todos los dioses, no había querido admitirlo, pero ahora le quedaba claro lo mucho que lo necesitaba en su vida.

Todos esos meses, desde que su relación había terminado, había echado en falta el toque de energía que InuYasha era por naturaleza, la actitud que aprendió de él y gracias a la cual fue capaz de sobrellevar la soledad que había elegido camino a su gran sueño...

Su extraordinario talento para alegrar todos y cada uno de sus días.

El fuerte estruendo de un nuevo rayo en el cielo hizo temblar la ventana, regresándola de un golpe a la tierra. Se levantó de un salto de la silla de su escritorio, salió de su habitación y corrió como alma que lleva el demonio escaleras abajo.

Lo escuchó ahogar un resoplido de sorpresa cuando llegó hasta él y cerró la puerta principal apenas él la había abierto para irse de una vez por todas.

—¿Pero qué demonios estás haciendo? —susurró lo más bajo que pudo, pero visiblemente alterado. Su rostro denotó aún más sorpresa cuando Kagome lo tomó del rostro colocando sus manos sobre sus mejillas.

InuYasha perdió el aliento cuando Kagome lo besó, quedándose congelado e incapaz de corresponderle en un primer intento, como si su cabeza no pudiese creer lo que estaba pasando.

Cuando sintió que se alejaba, InuYasha la tomó de la cintura y reanudó el beso, produciendo en Kagome cientos de escalofríos que le recorrieron desde la cabeza hasta las puntas de los dedos de los pies.

—¿Sabes lo que estás haciendo? —preguntó él en un murmullo cuando Kagome lo tomó de la mano y nos condujo de vuelta a la habitación.

—Lo sé.

—No me voy a perdonar si repruebas tu examen de mañana.

—No lo reprobaré.

—Vas a tener problemas con tu abuelo —insistió cuando entraron de nuevo a su dormitorio. Kagome cerró la puerta tras de ellos en silencio.

Se quedaron uno frente al otro, con sus ojos tan fijos que Kagome casi podía ver un brillo bailando en las pupilas de InuYasha.

—No te preocupes por eso —le aseguró sin dejar de mirarlo ni por un segundo, acercándose despacio a su rostro, hasta el punto que podía sentir su aliento sobre la comisura de sus labios—. Además...ya estoy en problemas.

FIN.