Capítulo 1: Sobrecarga


Suspira. Mira desinteresadamente sus anotaciones mientras repasa una técnica recientemente aprendida. Siente que se está quedando atrás, aunque luego un pensamiento doloroso la golpea. ¿Alguna vez les siguió el ritmo?

Le aterrorizan la mitad de sus compañeros y presiente que ellos ya lo saben. Está casi segura, de todos ella es la menos intimidante. Lo cual es vergonzoso teniendo en cuenta que Momo aún tiene el aspecto de una preadolescente. Si se lo pensaba mucho llegaba a sentirse patética...

La inútil Miwa, resuena en su cabeza y se sonríe. No lo cree del todo, pero en comparación con tan sobresalientes hechiceros ella es la menos importante del montón. Ni siquiera tiene una maldición innata y luego de su encuentro con Maki está segura de que aquello no le sirve de excusa.

Observa un par de abejas zumbando junto a su ventana. Primeros días de primavera. Los cerezos ya florecen y la academia está rodeada de pétalos rosas, lo que sólo significa una cosa. Se aproxima el 4 de abril.

Tantas recomendaciones a Primera Clase se habían dado el año anterior y ninguna con su nombre. Llegaría a los 18 años, terminaría sus estudios y seguiría estancada en el mismo lugar. Nadie le pagaría a un chamán mediocre, los mejores trabajos por supuesto son los más complicados y ella no está preparada para lidiar con una maldición de segunda clase por sí misma. Pero estaba empeñada en dejar de ser pobre y para cumplir ese objetivo, no hay más opción que hacerse más fuerte.

Envuelta en un sentimiento de pesadumbre, abre el cajón de su escritorio y una sonrisa se ensancha sobre su rostro. Toma aquel recuerdo y lo abraza sobre su regazo.

—Gojo sensei... —susurra con aquel preciado obsequio entre las manos.

Siendo realistas, lo más probable es que ni siquiera supiera quién era ella. Seguramente estaba al tanto del número de estudiantes de Kyoto o lo habría preguntado, quizás incluso compró recuerdos de más para que nadie se quedaba sin un presente aquella mañana. Pero, aun así él lo había comprado para ella, y con eso le basta.

Es especial.

Es de Gojo Satoru.

Se abstiene desde hace un tiempo de usar la foto que se habían tomado, como fondo de pantalla de su celular. Esta segura de que a Utahime-sensei no le agradaría demasiado verlo y de vez en cuando se pregunta qué será lo que tanto le mortifica de él. ¿Cómo es que puede desagradarle alguien tan gracioso y cálido como Gojo-sensei?

Todavía pesa en su mente el Intercambio, haberse quedado dormida justo antes de que la batalla comenzara no era algo que nadie le hubiera echado en cara. Nadie más que ella misma. La maldición de Toge era poderosa y ella no tenía manera de cumplir con las recomendaciones de Kamo.

Lo peor es que sabía que todos los maestros los habían observado desde uno de los templos y desde entonces teme haberle dejado esa terrible impresión a él.

Sabe que lo verá pronto, una reunión se llevará a cabo en la Academia y él estará aquí. Con un poco de retraso, pero nada que se no se compense con una sonrisa.

Miwa deja su recuerdo nuevamente en el cajón, le echa una última mirada a su foto favorita y continúa repasando antes de irse a entrenar una vez más.

Cansada de ser la inútil de Miwa, se concentra luego de haber encontrado en él un poco más de inspiración.

Toma una nueva katana del expositor. Está sola, Mia y Momo están en la ciudad de compras, pero antes de envidiarlas se concentra en mejorar al menos su técnica. Combate sola hasta que los músculos arden, su ropa de deporte sudada y sus mejillas completamente rojas.

De su bolsillo saca un paño blanco y limpia la hoja, aunque no se haya ensuciado. Y lo hace con tal devoción y respeto que pareciera deberle la vida a aquel objeto inanimado. La guarda en el mismo sitio del que la sacó y se limpia la frente. Está agotada.

Cuando las rodillas le tiemblan de camino a su dormitorio se detiene y se sienta en un sofá. Está cerca de la entrada y una ventana abierta deja entrar una corriente de aire lo suficientemente fría para aliviarle los músculos.

Casi no durmió la noche anterior y se levantó durante la madrugada a estudiar.

Cierra los ojos y suspira tan agotada que incluso los pulmones le duelen.

Sonríe antes de quedarse dormida, él llegará pronto y si tiene suerte quizás la inviten a presenciar la reunión.

Una ola de calor súbito, un cosquilleo particular entre las piernas y un sueño recurrente que la suele despertar avergonzada en medio de la noche. Un rostro que nunca llega a revelarse por completo y un montón de palabras groseras que le aceleran el corazón mientras son susurradas sobre su oído. Tan vívido que siente su aliento cálido acariciándole el lóbulo de la oreja. Manos de dedos largos escabulléndose atrevidamente bajo su uniforme. Escalofríos. Estremecimientos.

—Gojou-sensei... —susurra entre sueños mientras aprieta las piernas una sobre la otra.

—¿Me hablas a mí?

Miwa despierta de aquel perturbador y placentero sueño para ver al objeto de sus deseos sentado frente a ella. La mira, lo asume porque su rostro apunta directamente en su dirección y sabe que a pesar de las vendas puede verla, incluso siente que puede ver más de lo que ella desea. Él lo ve todo.

—¿Huh? —suelta Miwa completamente aterrada.

Gojo la ve arremeter con la espalda rígida hacia el respaldo del sofá. Las mejillas ardiendo y con apariencia de haber visto la más abominable de las maldiciones.

—No quise despertarte, te veías cansada. ¿Estabas teniendo una pesadilla?... No, no tenías aspecto de alguien que tuviera miedo. Dijiste mi nombre, ¿no? ¿Acaso soñabas conmigo? —pregunta en un tono casual, apuntando a sí mismo.

Si el corazón de Miwa ya latía aceleradamente durante su sueño, ahora estaba a punto de padecer un ataque cardiaco. Gojo tenía esa capacidad de hablar de lo que le apeteciera sin importarle las consecuencias y esta sería la primera vez en la que esa cualidad no le pareciera adorable.

—¡N-No! ¡Sensei! ¡No! ¡Se equivoca! —se apresura a decir sin otorgarle más respuesta.

Grita con el temor de alguien que ha sido descubierto y sabe que él lo sabe. La tiene entre sus manos y está tan avergonzada que su rostro se vuelve del color de una frutilla. Sus puños palidecen de la presión, tan empeñada está en sostener su mentira que se contrae como si el hermetismo de su cuerpo le ayudara. Pero no lo hace.

Él se lleva una mano a su cincelado mentón y se acaricia como si estuviera pensando en algo. Mmmmm, suena bajo su garganta. Un sonido deliberado.

—¿Mi nombre no es Gojo? Eso te oí decir. Dijiste Gojou-sensei.

—¿Eso dije? —contesta perpleja. Palidece ante el irremediable predicamento en el que se encuentra y repentinamente vuelve a sonrojarse.

—De-debió ser una pesadilla... Uhm, so-soñaba que usted... Ehm, llegaba tarde a... ¡A la reunión!

El tartamudeo no le ayuda mucho y ella teme que se de cuenta de que está mintiendo. Pero quizás por un golpe de suerte abandone el asunto, quizás incluso llegue a creerle.

—Ah... la reunión —comenta como si lo acabara de recordar y mira su celular—. Gracias por recordármelo, Miwa. Utahime debe estar molesta —dice y ensancha una sonrisa.

La alegría de escucharlo pronunciar su nombre, de reconocer su existencia, se esfuma casi tan rápido como aparece. No es la primera ocasión en la que lo ve sonreír de ese modo, pero algo le dice que tiene un significado importante y le entristece la idea que se llega a formar en su mente.

—A usted... Le gusta molestar a Utahime-sensei, ¿cierto? —Le pregunta repentinamente con un dejo de incomodidad en la voz.

—A ella le molesta todo. La edad la está alcanzando.

¿Pero no tienen la misma edad?, se pregunta Miwa y lo ve levantarse.

Gojo es terriblemente alto y al verlo ponerse de pie lo recuerda y suelta sin querer un suspiro. Pero él parece darse cuenta y curva una ligera sonrisa que esconde algo sombrío detrás.

—Nos vemos, Miwa. Luego me contarás esa pesadilla en más detalle.