Últimamente las patrullas, las cuales forman parte de su rutina diaria, se han vuelto amargas y, cuando estas finalizan, el balanceo de su yo-yo siempre termina conduciéndola al río Sena, casi sin darse cuenta. Se acerca lo justo para estar lo suficientemente cerca como para oírle rasgar las cuerdas de su guitarra, que últimamente solo lloran melodías tristes. Y Ladybug cierra los ojos, tratando de recordar con nitidez cuando esas cuerdas sonaban con alegría y cuando el chico que las hacia cantar le sonreía con dulzura, antes de inclinarse para darle un beso. Aunque fue algo que duró poco tiempo, sabe que va a dolerle toda la vida. Porque la dulzura de Luka se ha instalado en su pecho, incrustándose para siempre en una parte de su corazón, ahora provocandole un dolor agridulce. Por un tiempo más, Marinette desearía poder estar a su lado. Tener una relación como el resto de adolescentes tienen. Y aunque sabe que eso solo le provoca más dolor, no puede para de imaginar, con todas sus fuerzas, que acorta la distancia que ahora mismo los separa, revela su presencia ante el chico y lo consuela, a la vez que se disculpa entre llantos y le revela aquello que les ha hecho tanto daño. Aquel es un deseo que grita con fuerza en su interior y, a veces, temblorosa, da un paso hacia el barco donde él vive, con un nudo cerrándole la garganta. Pero nunca llega a dar más de un paso, sabe que debe mantener el secreto. No puede arriesgar su identidad, ni si quiera por un chico tan maravilloso como él. Así que con el pecho encogido y un suspiro escapando de sus labios, da un paso atrás y vuelve a girar su yo-yo, esta vez para dirigirse a su casa. Y durante el trayecto intenta convencerse a si misma (como hace cada día), de que mañana no volverá.