1.

La única vez que Lugonis conoció las botas de su maestra fue cuando ella levantó el pie de entre los pliegues de su pesado vestido borravino, y aplastó sin miramientos la cabeza de una serpiente, que se había colado para dormitar entre las rosas y la tierra removida del jardín de la Casa.

Era de carácter taimado y callada; mas cuando supo que ese animal había provocado el llanto de su pupilo, mientras este entrenaba cerca de ese sitio, ella sólo se levantó de su sillón, dejó el libro a un lado y con un gesto de parsimonia caminó majestuosamente al encuentro del culpable.

Lugonis siempre juró sentir su gesto de ira, aún con la máscara dorada puesta en su rostro.

—No quiso hacerme daño, sólo me asustó— exclamó el niño, con apenas siete años de edad —. Podría haberla sacado del jardín, maestra.

—Podría, sí — contestó con voz suave, mirándolo — ; sin embargo, tomé la decisión de ultimarla, para que no volviera a cometer el error de dormir entre las rosas. De todos modos, estaba condenada con todo este veneno, así que tuve un poco de piedad.

Sacó la bota y el niño presenció la plasta de la cabeza y el charco de sangre, plagado de escamas verdes y viscosas.

Limpia eso, pequeño — se alejó, dejando sólo al pelirrojo.

2.

—Tienes que saber matar, Lugonis. Serás un soldado y la guerra te comerá vivo si no te mueves primero.

—No me gusta pelear sin razón — se defendió el pequeño, apretando un viejo libro sobre los mitos que solía leer.

Agatha lo enfrentó con un incómodo silencio en la mesa que compartían en la casa.

—Entonces, tienes que aprender que hay gente que mata, sin razón o necesidad, sólo porque les divierte — se inclinó hacía adelante — . A esa gente debes aprender a enfrentar.

—¿Por qué?

—Para impedir que dañen a otros, Lugonis. Es la parte mas importante de tu misión: saber que peleas por defender a los que no son como tu.

El pelirrojo se miró las manitos entrelazadas.

—¿Y cómo soy yo?

La mujer sonrió tras la máscara.

—Es una excelente pregunta. Averigüémoslo juntos.

3.

—Agatha de Piscis, este es Ilias, candidato a la Armadura Dorada de Leo.

Sage lo señaló con suavidad, y el niño rubio de ojos azules se inclinó levemente hacia adelante; alto, flaco y estoico como era. La mujer con la máscara dorada y escamosa se cruzó de brazos de modo elegante, haciendo que la copa de su vestido largo se contorneara levemente. El observado se puso rojo y corrió la mirada, claramente tenso.

—Mnh... celta o romano, no sé bien tu procedencia, pero eres europeo — fue su respuesta. Sage parpadeó curioso, y el jovencito se puso derecho de pronto — . Dime, niño, ¿eres huérfano?

—Sí, señora — contestó con una voz grave para su edad — . Padre y madre fallecieron de una enfermedad, y el resto de mi familia me entregó aquí. Dijeron que algún día volverían a buscarme, cuando fuera el momento indicado.

Detrás el Patriarca negó levemente para que Agatha comprendiera, y esta se tomó unos minutos para contestar.

—Suenas convencido de eso.

—Mi familia nunca me ha mentido, ni me ha fallado.

—¿Y por qué regresarían a verte? Todos somos niños abandonados por los nuestros en el Santuario; ya que conocen que nuestro Destino es diferente y mayor. ¿Por qué serías la excepción?

—Porque mi estrella es la de Leo, el signo más brillante y poderoso del zodíaco y de la Orden de la Diosa.

—... ¡Jajajajaja!

—¡Agatha! — Sage sancionó su risa, algo que desconcertó al pequeño rubio.

—¿Tu le has dicho eso, Patriarca? ¿O es que este crío es así desde antes?

—No, está convencido de ello y no lo voy a contradecir — la miró con severidad — . Es una buena señal que conozca su suerte.

—Sólo repite lo que le dice su cosmos dormido aún. No significa que sea cierto. Pero es Leo, es natural que querrá que su pequeño cachorro se sienta el mejor — Ilias frunció el ceño — . Aún le falta mucho para afirmar esa teoría.

—No es una teoría, señora, es la verdad. — contestó con algo de prepotencia. Piscis volvió a reírse con los brazos en jarro.

—Aún tienes mucho que aprender, niño. Las Cloths no siempre tienen razón. Transmiten lo que desean, como las personas. Está en ti hacerlo real o desmentirla. — caminó unos pasos hacia él y se inclinó levemente mirándolo a la misma altura — ¿Cuántos años tienes, Ilias?

—Doce.

—Estás cerca de convertirte en un muchacho que comenzará a pensar diferente antes de lo que crees — el chico la miró confundido — , y un día recordarás las palabras de la pobre Viuda Negra... — se incorporó — ¡Lugonis!

El pelirrojo apareció revelándose desde las sombras. Sage lo miró con curiosidad y estiró su mano, llamándolo. El niño corrió hacia él y sonrió, disfrutando del contacto, mientras el anciano los colocaba frente a frente.

Él es mi alumno, Lugonis, candidato a la Armadura de Piscis — continuó Agatha, caminando cerca de ellos— . Los Peces Dorados somos los feroces guardianes del Templo del Patriarca y de la Citadela de Atenea, custodiados por el sendero mortal de las rosas envenenadas, mis armas y la mayor advertencia para los enemigos... — Ilias no pareció afectado, así que prosiguió — . Y también para los aliados.

Antes de que pudiera preguntar, la delicada mano cubierta en un guante de terciopelo negro tomó por la barbilla el restro del rubio de un modo poco femenino.

Escúchame bien. Leo no es la estrella más importante ni la más poderosa. Tiene once hermanos en igualdad de condiciones; y cualquiera podría destrozarlo en una buena pelea — sonrió tras la máscara — . Así que si fuera tú, Ilias, guardaría esa soberbia para enfrentar a los enemigos del Santuario. Aquí sólo eres un soldado más de esta Orden, con el privilegio de vestir dorado y tener un sentido más despierto en tu alma... pero tras el metal y la capa, eres carne y hueso que puede triturarse y desaparecer.

Los ojos del rubio se pusieron como platos, en tanto Lugonis contuvo la respiración, asustado por el tono de su maestra.

Jamás subestimes a nadie a tu lado, porque te puedes arrepentir. Lugonis será tu compañero y, si tienes suerte, su amigo. Pero eso será cuando él lo decida y yo no exista más. Hasta entonces, no te acercarás a él, ¿entendido?

—Sí... entendido.

—Pasarás tu vida aquí hasta que él decida que lo mereces. Durante mi presencia, no eres digno de él.

Lo soltó con suavidad, y tomó la mano de su alumno, esta vez sacándose el guante y rozando la piel del pequeño entre sus dedos ennegrecidos en las puntas, como si estuvieran pintados.

—Agatha...

—No los importunaremos más, Sage — le cortó — . Sólo quería introducir correctamente a la Doceava Casa, para que quede claro. Si siente curiosidad, podrá venir cuando termine sus entrenamientos, y lo que usted le asigne como tutor. Si consigue pasar las rosas, es bienvenido. Gracias por este tiempo.

Se inclinó levemente, saludándolo. Lugonis hizo lo mismo, algo torpe y tímido. Enseguida partieron sin mirar hacia atrás.

—Es una Casa algo compleja, por lo que veo.

El hombre miró a Ilias cuando hizo ese comentario, y suspiró.

Sería difícil.