Bellatrix contemplaba en el espejo su túnica de Hogwarts: negra y larga casi hasta los pies. Hacía juego con su pelo y con sus ojos, no le disgustaba. Sin embargo, no era una opinión unánime:
-Mira, Bella, te presto mi lazo. Es rosa y brillante y así queda menos soso –comentó su hermana pequeña tendiéndole el adorno.
-Gracias, Cissy, pero tenemos que ir todos iguales, no se puede llevar lazos. Además ya sabes que odio el rosa.
-Pues cuando yo vaya a Hogwarts me lo pienso poner –declaró la niña-. Y si alguien me dice que me lo quite…
-Le echaré una maldición, no me costará mucho ser la mejor duelista –comentó Bellatrix distraída.
Narcissa abrazó a su hermana y con ojos llorosos susurró que la iba a echar mucho de menos. Le pidió que le escribiera todas las semanas y Bellatrix prometió hacerlo. Cuando salieron al pasillo, se cruzaron con Andrómeda.
-¡Que vaya muy bien, Bella! Vas a ser la slytherin más famosa de la historia.
-No lo dudes, Andy.
Se fundieron las tres en un abrazo colectivo hasta que del recibidor llegaron los gritos de Druella exigiendo a su hija que bajase de una vez. Bellatrix se despidió de sus hermanas, levitó su baúl tras ella y se marchó saltando los escalones de tres en tres. Recibió otra bronca de su madre por ese comportamiento tan impropio de una señorita, pero no le importó lo más mínimo. Su madre le dio la mano para aparecerlas a las dos. No podía practicar magia fuera del colegio ni aparecerse hasta cumplir diecisiete, pero los Black consideraban que esas normas eran para castas inferiores. Ellos empezaron a enseñar magia a sus hijas a los cuatro años. Pronto descubrieron que la mayor tenía un don, especialmente para las artes oscuras, y le consiguieron un profesor particular.
-Apareceremos en los baños de la estación, para que no vean que practicas la aparición conjunta
La niña asintió. Diez segundos después salieron de los servicios de King Cross con la elegancia y dignidad innatas en ellas. Cuando cruzaron el andén, Bellatrix contempló la locomotora roja que la llevaría al colegio. Después miró con envidia a los alumnos que llevaban jaulas con mascotas. Ella había suplicado que la dejasen tener un gato, una lechuza o aunque fuese un sapo. Le encantaban los animales y tenía facilidad para tratar con ellos (no así con los humanos). Pero sus padres eran muy estrictos y sentenciaron que "Con vosotras tres ya tenemos seres vivos de sobra".
-Druella, querida, ¡cuánto tiempo! –exclamó una rubia con tono empalagoso- ¿Qué tal las vacaciones? ¿En Francia, como nosotros? ¡Qué preciosa está Bella! Y veo que no te acompaña Cygnus…
-Qué alegría verte, Alizzee –respondió Druella con un tono más frío pero igualmente falso-. Está cerrando negocios con Gringotts. Para traer a la niña tampoco hace falta mucha fiesta…
Bellatrix las ignoró buscando algún rostro conocido entre la marabunta de gente. Reconoció a algunos hijos de amigos de sus padres, todos de sangre pura y actitud hipócrita. Distinguió a sus tíos entrando con sus hijos. El pequeño Regulus lo miraba todo con la boca abierta, insistiendo en que él también quería ir mientras su madre lo consolaba. Sin embargo, el mayor simulaba el más absoluto desinterés, probablemente para fastidiar a sus padres. Desde que tuvo uso de razón Sirius se mostró contrario a preservar las tradiciones familiares y se pasaba la vida castigado. Sus padres intentaban ocultar al mundo la actitud de su descarriado hijo pero él no hacía ningún esfuerzo por complacerlos.
De pequeños Bellatrix y Sirius eran mejores amigos. Se escapaban por las chimeneas de sus casas para ir a jugar con el otro ganándose innumerables broncas. Pero cuando el chico empezó a retar a sus padres y a insultar sus ideales de pureza, Druella y Cygnus advirtieron a sus hijas que no se acercaran a él, no fuese a ser contagioso. Bellatrix no obedeció, pero si la descubrían jugando con Sirius, la castigaban y le quitaban su varita. Entonces tuvo que hacerlo a escondidas. Le pidió a Sirius que aguantara las tonterías de los adultos como hacía ella pero cuando él se negó, empezaron a distanciarse.
Aún así, Bellatrix se sentiría más confortada en Hogwarts si él estuviera con ella. Hizo ademán de acercarse a saludarlo pero entonces el hijo de Alizzee se acercó a ella muy sonriente. Era también de primer curso, con el pelo rubio oscuro y ojos verdes.
-¡Bella! ¡Mira que me han comprado para el correo! –exclamó enseñándole una jaula con un majestuoso cuervo.
-¡Hala, qué bonito! –comentó Bellatrix admirando al animal con envidia- ¿Cómo se llama?
-Lechuza.
-No, es un cuervo. Y me refiero a qué nombre le has puesto.
-¡Lechuza! ¡Es un cuervo y lo he llamado Lechuza! –explicó su amigo divertido.
-Eres tonto, Rod –dictaminó la niña riendo mientras acariciaba al animal.
-Así es, enana, todos tememos que lo pongan en hufflepuff –comentó un alumno de cuarto año.
-Cállate, Rab –le espetó Rodolphus a su hermano-. Vamos a estar en Slytherin, ¿a que sí, Bella?
-Claro, es la mejor casa –declaró ella sin dudar.
Rodolphus asintió orgulloso y comentó al verla jugar su cuervo:
- Le caes bien a Lechuza, te lo dejaré para el correo.
Bellatrix asintió un poco más animada. Pese a sus dificultades para socializar, con Rodolphus se llevaba bien: era muy tranquilo, de carácter alegre y nunca la molestaba. Así al menos tendría un amigo. Rabastan, a quien su madre había ordenado cuidar de su hermano pequeño, les indicó que ya era hora de subir al tren.
-Es que iba a… -empezó Bellatrix buscando a su primo con la mirada.
Localizó a Sirius. Sus padres se habían marchado y él (que tenía mucha más facilidad que su prima para relacionarse) charlaba entusiasmado con otro chico de pelo oscuro. Era el hijo de los Potter, pero como esa estirpe se mezclaba con gente impura, los Black los despreciaban, así que no lo conocía. "Bueno, ya hablaré luego con él" pensó Bellatrix.
-No avergüences a nuestra familia, ten claro tu apellido y tu estatus –fue la despedida de Druella.
Bellatrix asintió y observó como los Lestrange se despedían de sus padres con sendos abrazos. Rabastan subió su baúl y ella cogió la jaula de Lechuza para ayudar a Rodolphus. Y así transcurrió su primer viaje a Hogwarts.
-Logras conseguir lo que te propones esperando siempre el mejor momento para atacar. Hay astucia, desde luego, y ambición sobra también… Un hambre de poder difícil de saciar y una inteligencia casi sin igual… una combinación extremadamente peligrosa.
Toda esa disertación el sombrero seleccionador prácticamente la susurró al vuelo, porque en el momento que rozó su cabeza, proclamó: "¡Slytherin!". Bellatrix se levantó de un salto con expresión neutra. Estaba contenta (aunque ni por un momento había dudado) pero había aprendido que era mejor ocultar sus emociones, si no cualquiera podía usarlas contra ella. Justo cuando se sentaba en una esquina de la mesa, escuchó al sombrero gritar "¡Gryffindor!". Giró la cabeza con horror y lo comprobó: Sirius no estaba con ella, Sirius estaba en la casa rival. Sintió una profunda decepción y una inmensa tristeza.
Podrían ser amigos, sí, no le importaba lo que dijeran los demás, pero… ¿Por qué Sirius no estaba en Slytherin como todos los Black? ¿Había algo mal dentro de su cabeza? ¿Y por qué parecía tan feliz y orgulloso? Su tristeza se convirtió en rabia y después en desprecio. Solo por llevarles la contraria a sus padres, Sirius tenía que fastidiarlo todo. Ya estaba harta de él, que se pudriera en esa ridícula casa de memos.
-¡Lo sabía, estamos en Slytherin! –exclamó Rodolphus sentándose a su lado- ¡Ves, Rab, nada de Hufflepuff!
Eso la devolvió a la realidad. Al menos su amigo estaba con ella. Asintió forzando una sonrisa y comentó que mejor Hufflepuff que ser un estúpido gryffindor.
-No te preocupes –comentó un chico frente a ella-, probablemente esos idiotas arrogantes se caigan por las escaleras bajo el peso de su propio ego.
A Bellatrix le extrañó escuchar una frase tan retorcida de un niño de once años, pero dedujo que él también leía mucho, como ella. Así que estuvo de acuerdo. Viendo que a su amiga le caía bien, Rodolphus decidió ampliar su círculo:
-Soy Rodolphus, puedes llamarme Rod. Y ella es Bellatrix, no la llames Bella si no te da permiso.
-De acuerdo. Yo me llamo Severus Snape –respondió tensando la boca en lo que fue una sonrisa nerviosa.
Sin duda ese chico también tenía dificultades para relacionarse. Por suerte pronto apareció la comida y se abalanzaron sobre ella.
Para Bellatrix las clases resultaron altamente decepcionantes. Ansiaba aprender magia pero todo lo que le enseñaban (al menos en las asignaturas que le interesaban) era muy básico. Le resultaba frustrante:
-¡Sé levitar una estúpida pluma desde que tengo cuatro años, qué tontería es esta! –protestó airada.
Lo mismo que en Encantamientos le sucedió en Vuelo ("¿Pero cómo se desplazan estos críos sin no saben volar?"), en Astronomía ("Estudié el cielo nocturno a los seis años para conocer la estrella a la que le pusieron mi nombre") y en Transformaciones ("No veo la necesidad de transformar una aguja en una cerilla si conozco hechizos para incendiar la clase"). En Defensa contra las Artes Oscuras el asunto resultó tan flagrante que se levantó y se marchó del aula alegando que se encontraba mal. Historia de la Magia era tan tediosa que ni prestó atención y la Herbología tampoco entraba en sus campos de interés. Cuidado de Criaturas Mágicas se convirtió en su favorita, al menos podía jugar con los animales. Las pociones eran su punto débil, así que en esa clase sí que se esforzaba.
-¿Te encuentras mejor, Bella? –preguntó Rodolphus durante la cena puesto que había vuelto a sentirse indispuesta durante Defensa.
-No, me encuentro enferma. La mayoría de clases son una pérdida de tiempo. Defenderse de un maleficio de mocomurciélagos es tan ridículo que mi maestro ni me explicó cómo hacerlo, dio por hecho que me saldría solo. Menos mal que me dio un montón de libros para que estudie por mi cuenta…
Rodolphus se encogió de hombros y siguió comiendo y charlando con el resto. Sin embargo, el comentario llamó la atención de su otro amigo.
-Estoy de acuerdo. Sabes, a mí también me interesa la magia más avanzada, podríamos estudiar juntos –ofreció Severus con cautela.
Bellatrix al principio mostró cierto recelo, pero en cuanto su compañero le mostró los maleficios que él mismo había creado, aceptó sin reservas. Pasaban muchas horas juntos estudiando en la biblioteca. Él la ayudaba a mejorar en Pociones, con los meses logró incluso que disfrutase de la concentración y la calma que ese arte requería. Ella le ayudó en Cuidado de Criaturas mágicas, pues todas las criaturas huían nada más verlo.
Además los unía otra cosa: un profundo odio hacia James Potter. El chico ya había tenido un enfrentamiento con Snape en el tren y Bellatrix le consideraba responsable de haber perdido a su primo. Sirius y James eran también de los mejores del curso, solo que mucho más populares. Ya llevaban unos cuantos castigos por sus gamberradas, encabezaban la lista negra de Filch y parecían altamente orgullosos de ello.
-¡Quejicus! ¿Ahora tienes novia? –se burló James una tarde que tenían Transformaciones juntos.
-No soy su novia –aclaró Bellatrix-, pero aunque lo fuera no sería tan bonito como lo tuyo con Filch. Entiendo que quieras que te castiguen a todas horas para pasar más tiempo con él.
Snape dibujó una pequeña sonrisa al ver la expresión de sorpresa en el insolente rostro de James Potter. Sirius contemplaba la escena divertido pero sin intervenir. Cuando a James se le ocurrió una respuesta, Bellatrix ya había perdido el interés y estaba ayudando a Rodolphus con sus apuntes. Con ella no se atrevieron (o quizá Sirius no lo permitió), pero Snape recibió una jugarreta tras otra y él no se quedaba corto devolviendo maleficios.
-¡Qué le has hecho a Sirius, arréglalo! –le exigió James durante una clase de Herbología en la que el rostro de su amigo empezó a hincharse.
-No he hecho nada, de hecho no veo diferencia –espetó Severus burlón.
Bellatrix, que estaba ocupada con Rodolphus acuchillando a una mimbulus mimbletonia, se giró hacia ellos. Al momento levantó la mano y creyeron que se iba a chivar. Los tres afectados negaron con la cabeza: ser un traidor era el escalón más bajo. Pero Sprout ya la había visto y le preguntó qué sucedía.
-Sirius es alérgico a esta planta.
-¡Santa Helga, es verdad! –exclamó la profesora examinando el rostro del chico- En la Enfermería te curarán en un momento. Acompáñalo, Bellatrix. Y diez puntos a Slytherin por reconocer los síntomas.
-¿Puedo acompañarlo yo? –se apresuró a preguntar James.
-Quiero que vaya a la Enfermería, señor Potter, no que destruyan el castillo. Usted aquí quieto.
La fama tenía su lado negativo. Los Black abandonaron el invernadero. Se mantuvieron en silencio durante todo el trayecto, el chico tenía bastante con la hinchazón y el picor que sentía en los ojos. Aún así, cuando ya llegaban comentó:
- Creí que no me hablabas.
-Me estás hablando tú –remarcó ella altiva.
-Pero me has salvado de morir de esto.
-Solo porque tu cara estropearía el tapiz de los Black, no quiero tener eso en mi casa.
Pese al insulto, Sirius sonrió. Le comentó que no se preocupara: su madre le amenazaba constantemente con borrarle y estaba seguro de que terminaría sucediendo. Su prima no respondió. Entraron a la sala y en pocos minutos el rostro de Sirius recuperó su proverbial belleza arrogante. Tuvieron pocas interacciones más durante ese curso y todas fueron similares.
Bellatrix terminó su primer año con todo Extraordinarios. Decidió que el colegio no estaba mal, pero tampoco soñaba con volver: su única ambición era terminar cuanto antes para ser reconocida como la bruja más poderosa del mundo mágico. Quizá así por fin podría tener su propia mascota…
