Ya son las 6:43
Y el cadáver el minuto que paso
Me dice: "Así se vive aquí te guste o no"
La nostalgia pone casa en mi cabeza.
Dos meses, trece días, veintidós horas, cuarenta y un minutos, cinco segundos…
Era otro caso más. Uno más sin ella. Había perdido la cuenta del número de casos cerrados desde que ella decidió no bajarse del avión después de su patética y abrupta confesión en Miami. Que idiota fue… ¿Acaso pensaba que por exponer sus sentimientos sobre la mesa después de que ella había explotado en el hotel, todo serian rosas y flores? Suspiró. Si, eso era lo que pensaba. Aparentemente había rebasado la cuota de paciencia que ella tenía después de doce años de idas y venidas, avances y retrocesos, frio y calor, tensión sexual y separaciones de cuerpo y alma… Una risa triste asomó por sus labios. Si, aun en ausencia el recuerdo de Teresa Lisbon podía hacerlo sonreír.
Si, habían hablado. Una semana después de su partida, se atrevió a marcar su número y ella contesto antes que él pueda cortar abruptamente la llamada. La saludo torpemente y se quedo callado. Lisbon sabia que si no lo calmaba no iba a sacarle ni media palabra mas y esa sería la única llamada que recibiría por su parte mientras siga respirando.
Jane… Patrick, estoy muy contenta que me llamaras… pensé que nunca volvería a escucharte después de lo que paso entre nosotros…
El tomo valor y le dijo que no se preocupara, que jamás volvería a hablar del asunto y que deseaba recuperar su amistad… aunque perdiera parte de su cordura y el integro de su corazón en el proceso, eso no lo dijo en la llamada pero no era necesario pues Teresa lo escucho fuerte y claro entre líneas, motivo por el cual ella jamás inicio una comunicación y dejaba que el diera la iniciativa…
¿Quién te dijo que yo era el sueño que soñaste una vez?
¿Quién dijo que tu voltearas mi futuro al revés?
Volviendo a los casos, solo eran una seguidilla de situaciones trágicas y terribles… la muerte corregida y aumentada en su máxima expresión: asesinatos, homicidios, suicidios, parricidios, filicidios, celos, despecho, avaricia, codicia, engaño, traición… los siete pecados capitales en fondo dorado con letras de neón y a vista y paciencia del público. Si antes ya era taimado y cínico en sus investigaciones ahora estaba suelto en plaza, sin correa y sin nadie que refrenara sus instintos desbocados y autodestructivos pero no por falta de intentos. Kim Fisher, Kimball Cho, Jason Wylie y el mismo Dennis Abbott hacían todo lo que estaba a su alcance para que su rostro recibiera menos golpes de los que merecía y ya parecía el hombre de la máscara de hierro porque era habitual que estuviera entre casos con el yeso nasal para que su tabique soportara la golpiza semanal a la que se sometía por parte de los sospechosos.
Setenta y tres días, veintidós horas, cuarenta y tres minutos, veinticinco segundos…
Ya son las 7:16
El cadáver del minuto que paso
Te dice: "Tu estrategia te arruino
No queda mas que ir aprendiendo a vivir solo.
Si te quedan agallas…"
Pero en algún momento, alguien; quien sea, tenía que romperse; tenía que poner punto y aparte, tenía que dar la voz de alerta. Maldita sea, alguien tenía que detenerlo antes que sea demasiado tarde.
Y dio la casualidad que ese alguien fuera Kim Fisher después de verlo avanzar a trompicones desde la sala de interrogatorios hasta su sofá de cuero marrón al lado de los ventanales de la oficina y caer pesadamente para descansar por un rato para después ir a enfrentar un nuevo round con el sospechoso del día. Ella estaba segura que su nariz no soportaría ni un solo golpe más antes de caerse al santo suelo debido al lamentable estado en que se encontraba: inflamada y amoratada, casi antinatural. Había sido suficiente y de dos zancos estuvo a su lado, pateando el sofá al más puro estilo Lisbon.
- ¡Ya! ¡Basta! ¡Detente de una buena vez!
- ¿Qué ocurre, Fisher?
- ¡Ella no va a volver solo porque te dan una paliza cada tres días, Jane! ¡Tienes que dejarla ir! ¡Ella está feliz en DC y tienes que aceptarlo!
- Eso ya lo sé. Ella no va a volver por nada que tenga relación conmigo… acepte eso hace varias semanas atrás.
- ¿Entonces porque haces esto? Siempre has cabreado sospechosos pero nunca con tanta saña, con tanto ardor… es como si quisieras que te masacraran sin piedad.
- Tonterías, Fisher. Es mi método de trabajo y después de varios meses ya deberías estar acostumbrada. Es más fácil cabrear al sospechoso para que en el fulgor de la colera revele su plan o cometa una indiscreción acerca de sus motivos…
- He visto esto antes, Jane y también se cómo termina… es suicidio por mano ajena.
- ¿Suicidio? Por favor, Kim, sé que me conoces mejor que eso…
- Porque te conozco sé que tengo razón. Bebes como un pez dorado y llegas medio borracho o en franca resaca a las escenas del crimen pero debido a tu pericia y brillantez, sigues resolviendo los casos como cuando estabas con… como cuando estabas sobrio. Abbott sabe que estas pasándola mal y por eso no te ha dicho más de diez palabras en estos días. No quiere llegar al extremo de suspenderte porque no podemos estar al pendiente tuyo las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana y solo Dios sabe que harás si te encuentras con demasiado tiempo libre y sin nadie… nada que te detenga pero Jane, hablo por el equipo en pleno en este momento: Todos estamos muy preocupados por ti.
La casa no es otra cosa, que un cementerio de historias
Enterradas en fosas, que algunos llaman memorias...
Mil setecientas setenta y cuatro horas, cincuenta minutos, dieciséis segundos…
Y Jane, siendo Jane, tranquilizo a Fisher con un poco más de reticencia de su parte y prometiendo tener más cuidado antes de quedar a la par de Michael Jackson y necesitar media docena de prótesis de nariz guardadas en el cajón de su escritorio. Dejo que Cho terminara el interrogatorio, mirando y analizando como un halcón desde la ventana de observación y haciendo una que otra sugerencia aguda que respaldaría el estilo frio y al hueso del detective coreano. Al final del día, obtuvieron la confesión y la obligatoria pizza de caso cerrado. Jane se obligó a estar de cuerpo presente y mente ausente en la reunión, conversó y bromeó con todos los presentes, hizo uno de sus viejos trucos de magia para diversión de Wylie, evitó las bebidas alcohólicas para esquivar el ojo vigilante de Fisher y luego se despidió de todos para dirigirse a su Aistream aparcado convenientemente en el estacionamiento del FBI.
Cerró la puerta de su vehículo y se dirigió a la cocina para sacar una botella de whisky y bebérsela a pico de botella sin molestarse en la delicadeza de usar un vaso. Se sentó en su cama improvisada y miro a su alrededor, la cabina del Aistream le parecía solitaria sin ella, el edificio de FBI le parecía insípido sin ella, la playa a la que va a relajarse cada vez que puede le parece un charco deslucido sin ella, la heladería al final de la calle ya no es atrayente sin ella, las investigaciones, interrogatorios, planes elaborados, capturas, casos cerrados, pizzas, donas, refrescos ya no son atractivos sin ella… diablos, la vida le quedaba demasiado grande sin ella pero mientras fuera feliz Y Pike la hiciera feliz, el soportaría estoicamente la agonía de morirse en vida desde el fondo de un vaso de alcohol.
Minutos,
Como sal en la herida.
Se me pasa la vida, gastando el reloj.
La sonrisa con la que se había mantenido toda la noche jamás llego a sus ojos y Kim lo sabía.
Al final de la semana llego otro caso que necesitaba la agudeza mental de Jane y sus obvias dotes de actor consumado. Iría de encubierto con Fisher para obtener información de unos contrabandistas de joyas falsas como una pareja de novios buscando el anillo de matrimonio perfecto. Era rápido, simple y sencillo; quizá un día o dos y podía hacer algo de turismo en la ciudad, molestar a Fisher para ir a un salón de baile y sacarla a bailar un mambo o un chachacha y ver como se impacientaría hasta lo sumo porque no sabía cómo bailarlo pero tampoco quería retroceder ante un reto…
Minutos.
Son la morgue del tiempo
Cadáveres de momentos que no vuelven jamás.
No hay reloj que de vuelta hacia atrás.
Ciento dieciséis mil quinientos minutos, trece segundos…
Hasta que nada salió como esperaban.
Para Jane fue como mirar todo en cámara lenta. Primero estaba intentando sacar información de una joven implicada en la estafa como la novia del mayor contrabandista siendo su yo amable, cortes y encantador. Todo finamente ensayado como una coreografía. Fisher vendría, le haría una escena de celos sin su correspondiente cachetada ya que la mujer se compadecía de su pobre rostro, y lo sacaría de ahí para regresar al hotel, corroborar información por parte de ambos y armar una secuencia cronológica, informar lo que tenían al equipo por Skype, limpiar y verificar sus coartadas, abandonar el hotel y regresar a Austin sin problemas.
Ninguno supo que el novio nunca salió de la ciudad para hacer su ultimo negocio y en su lugar fue uno de sus hermanos también implicado en el negocio y con un parecido sorprendente a su principal sospechoso.
Fisher logró neutralizarlo de un solo disparo antes que se desatara una balacera en el hall del hotel. Llegó hasta el hombre y le puso las esposas mientras forcejeaba con ella a pesar de la bala encajada en su hombro. Una vez que la policía vino en su ayuda, se levantó y miro a todos lados buscando a Jane pero no lo vio…
- ¡Jane! Maldita sea ¿Dónde estás?
Un quejido vino desde detrás de un diván donde la novia del contrabandista intentaba por todos los medios contener la hemorragia con su propia chaqueta. La muchacha estaba llorando y le decía a Jane que no cerrara los ojos pero por la cantidad de sangre que Fisher vio en el suelo supo que la ambulancia debía llegar en este preciso momento o Jane iba a cumplir su deseo nunca confesado desde que Teresa Lisbon abandono el FBI de Texas.
¡Como duele gastar el instante en el que tú ya no estas!
¡Como cuesta luchar con las cosas que no vuelven mas!
Fisher intercambio lugares con la chica y siguió persuadiendo a Jane para que no sucumbiera a la oscuridad y el alivio de cerrar los ojos pero se dio cuenta que Jane intentaba enfocar la mirada en sus ojos para decirle algo…
- ¡Guarda tu fuerza, Jane! ¡La ayuda viene en camino!
- Seis… seis millones novecientos noventa… y ocho mil… seiscientos treinta y dos….
- ¡Jane, no digas nada por favor!
- Seiscientos… cuarenta…
- ¡Jane!
El consultor inhalo trabajosamente y dejo de hablar porque ya no tenía aliento. Los paramédicos llegaron con la camilla y se lo llevaron de inmediato. Kim Fisher se quedó aturdida por la magnitud de lo que había pasado. Se suponía que ella lo vigilaría, que ella lo cuidaría. Se lo había prometido, se lo había jurado a Lisbon cuando ella se fue y ahora el hombre estaba con una bala en el estómago y sin ser médico, Kim sabía que tenía el pronóstico en contra.
- Dios… se va a morir ¿No?... Le dije a Sean que solo era un señor amable que me confundió con una ex novia… espero que se pudra en la cárcel… el señor no tuvo la culpa de nada… Mientras intentaba contener la sangre seguía diciéndome Teresa, lo siento Teresa, te amo… Voy a declarar en contra de Sean… voy a hacer lo que sea para que pague lo que le hizo a ese pobre señor…
Fisher por primera vez tomo interés en mirar a la pobre chica que tartamudeaba en medio del llanto mientras temblaba de rabia. Cabello oscuro, tez pecosa, piel blanca, ojos verdes…
Dios Santo.
- Me dijo en son de broma que sabía exactamente cuántos segundos hacía que su ex novia lo había dejado…
Ya son las 9:23.
El cadáver del minuto que paso
Se burla de mis ganas de besar la foto que dejaste puesta en el buro.
Seis… seis millones novecientos noventa… y ocho mil… seiscientos treinta y dos….
Kim Fisher se pasó ambas manos por la cara. Esa era la secuencia numérica que Jane repetía como una letanía mientras estaba en shock por la pérdida de sangre.
Sean Connor gritaba a todo pulmón mientras lo llevaban esposado por la puerta principal a la patrulla fuera del hotel que esperaba que ese rubio idiota estuviera muerto porque el iba a averiguar si no lo estaba y lo mandaría matar así tuviera que gastarse hasta el último centavo de su bolsa.
Mi soledad es tu venganza…
Todo este caso y los meses, con sus respectivos días, horas, minutos y segundos que se sucedieron desde la partida a Washington de Teresa Lisbon eran una verdadera, maldita, completa y jodida pesadilla.
Minutos que se burlan de mí.
Minutos como furia del mar.
Minutos pasajeros de un tren que no va a ningún lugar.
Minutos como lluvia de sal.
Minutos como fuego en la piel.
Minutos forasteros que vienen y se van sin decir.
Minutos que me duelen sin ti.
Minutos que no pagan pensión.
Minutos que al morir formaran el batallón del ayer.
Minutos que se roban la luz.
Minutos que me oxidan la fe.
Minutos inquilinos del tiempo mientras puedan durar.
Minutos que disfrutan morir.
Minutos que no tienen lugar.
Minutos que se estrellan en mi… son kamikazes de Dios.
