OLOR A TI

Descargo de responsabilidad: Ni Skip Beat! ni sus personajes me pertenecen.

Feliz cumpleaños, querida Kikitapatia, que los cumplas muy felices, un abrazo enorme desde la distancia, espero disfrutes este pequeño detalle.

Una…, dos…, tres. Kyoko niega con la cabeza y se obliga a intentar concentrarse en el paisaje a través de la ventana del autobús y no en cómo las gotas de sudor hacen descenso casi que criminal sobre la piel del cuello de Tsuruga-san. Sí, el paisaje, tenía que concentrarse en el paisaje del otro lado de la ventana del autobús, ese seguramente no la haría sentir acalorada y 'rara'.

Suspira profundo y quiere darse de cabezazos contra la ventana, porque no puede ver ni pensar en otra cosa que esas pecaminosas gotas paseándose sobre la piel de su sempai.

Pero, ¿no le dijo en Guam que él no sudaba? Pues sí que suda, sí. Como el resto de los mortales… ¿Por qué no se quitaba el pulóver de una buena vez y acababa con su sufrimiento? Hacía más de una hora que habían salido de Tokyo y el clima era ahora unos grados más cálidos, los suficientes para hacer que la ofensiva prenda fuera innecesaria. Kyoko quiere decir algo, de verdad que sí, pero se muerde el labio inferior en un intento de abstenerse de decir lo que sus labios quieren pronunciar, mientras se remueve en su estrecho asiento, rozando su hombro contra el suyo por un breve instante y un pensamiento cruza su mente.

¡Era por ella! Tsuruga-san no se quitaba el pulóver por consideración con ella, para no molestarla al hacerlo, eran vecinos de asiento por todos los cielos, lo habían sido desde el inicio del proyecto cada vez que tenían que grabar en alguna locación, no que ella lo hubiese decidido así, simplemente así pasó. Algunos de sus compañeros de filmación comparaban la acomodación del elenco en los autobuses al de los viajes escolares, pero Kyoko no entendía a qué se referían, después de todo nunca ha estado en uno de esos…

—Deberías quitártelo —dice finalmente, dirigiéndose a Ren con toda la seriedad del mundo.

—¿Qué cosa, Mogami-san?

—El pulóver —dice Kyoko señalando la prenda. Y los ojos de Ren brillan traviesos y Kyoko puede escuchar en su mente lo que diría si estuviesen los dos solos, y el mero pensamiento hace que las orejas se le coloreen de carmín—, obviamente estás acalorado, eso no es bueno para tu salud —completa, intentando ignorar la mirada traviesa y la sonrisa torcida que ahora también ha hecho aparición en su rostro.

—No quería incomodarte —contesta, luciendo ahora un tanto apenado.

—Lo supuse, pero vamos, quítatelo, quítatelo, no quiero que me culpen si te deshidratas.

—¿No deberías invitarme a cenar primero antes de incitarme a que me quite algo, Mogami-san? —casi que susurra en su oído y Kyoko siente sus entrañas temblar y el sonrojo apoderarse de su rostro.

—¡Tsuruga-san! —casi grita. Pero sus compañeros, acostumbrados a sus peculiaridades, voltean a verlos un segundo y al ver que no sucede nada, siguen con lo que estaban haciendo.

Ren suelta una risotada y con una gracia que debería ser imposible, se empieza a sacar el pulóver y Kyoko se pierde en la flexión y extensión de los músculos causada por el movimiento, en cómo cuando el suéter ha salido finalmente, su cabello luce perfectamente despeinado, y es cuando Kyoko está intentando convencer a sus ojos de que dejen de mirar fijamente a su sempai, que la golpea como una tonelada de ladrillos, el olor, ese olor imposible, embriagante, enloquecedor, como nunca antes y Kyoko cierra los ojos, respirando profundo, dejándose abrazar por ese aroma, ese mismo que despierta otras tantas cosas que obstinadamente se ha empeñado en acallar. Y es ese mismo olor el que la invita a abandonar el imposible presente y perderse en ese otro universo personal, donde sus deseos y fantasías se hacen realidad. Y es en este universo fantástico donde los dos bailan al ritmo de la melodía en su corazón, esa que le recuerda a él, en medio de un cielo estrellado, donde él la sostiene tan cerca que siente el latido de su pecho en el suyo, donde su mirada se pierde en la suya, donde su olor la envuelve y le hace tener la certeza de que pertenece aquí, que siempre ha pertenecido aquí, en sus brazos, en su vida. Respira una vez más, llenando sus pulmones con su aroma, un alimento figurativo para su coraje.

—Cómo te odio —dice finalmente abriendo los ojos, su mirada en la suya, pero no hay en sus palabras veneno u odio real, en cambio hay una sonrisa en sus labios y un brillo renovado en sus ojos.

—¿Por qué? —pregunta él, con el codo sobre el reposabrazos que divide los asientos, y la cabeza apoyada sobre su mano, su corazón latiendo veloz en su pecho.

—Porque me haces desear —confiesa y luego de un suspiro agrega—, quererlo todo, tenerlo todo.

Y Ren, que no sabe qué ha causado todo esto, por primera vez responde sin pensar, directamente desde su corazón.

—Tómalo todo, siempre ha sido tuyo aunque no lo pudieses ver —dice ofreciéndole su mano sin importar el mundo a su alrededor.

—No te atrevas a romperme el corazón, Tsuruga-san —responde finalmente, entrelazando su mano con la suya.

—Nunca.