El recién nombrado líder de los Vardenos Deynor y el rey de los enanos Hrothgar miraron al hombre frente a ellos, aunque se le definía mejor como elfo. Las orejas puntiagudas sobresalían entre el largo pelo de un brillante blanco y sus ojos azul hielo observaban con curiosidad la cámara donde le habían encerrado en cuanto le capturaron. Cuando le registraron en busca de armas le despojaron hasta los pantalones y la combinación de falta de camisa y pelo largo sobre un hombro dejaba ver los extraños tatuajes que formaban una línea sobre su columna. Estaba cubierto de arena y barro seco, no le habían permitido lavarse.
Estaban esperando a la embajadora elfa, Arya. Ella apareció con un paso rápido.
-¿Le reconoces?
Arya miró el espejo donde se veía el interior de la celda.
-No, y mi rey no me ha informado de que un elfo fuera a venir.
-Entonces tendremos que hacerle algunas preguntas.
Hrothgar dio la orden de que le trajeran. Dos enanos entraron en la celda con la intención de llevarle a la fuerza, pero él se dejó guiar sin ningún tipo de resistencia. Deynor sintió un escalofrío cuando entró en la habitación.
-Tu nombre, elfo.
El elfo permaneció en silencio un momento más, estudiando a Deynor, Hrothgar y Arya.
-Podéis llamarme Veran. Aunque lo que más os va a interesar es esto.
Se frotó la mano derecha contra el pantalón y les mostró la palma. Una espiral ovalada de un tenue tono plateado brillaba en el centro. Una gedwëy ignasia.
-Jinete...
Empezaron a mirarle con otros ojos. Él sonrió ligeramente, sabiendo lo que pensaban.
-No estoy en los registros de los Jinetes, crié a mi dragón al este, muy al este, más lejos de lo que nadie de Alagaësia ha llegado nunca-la ira brilló en sus ojos-. Pero vine aquí para destruir a Galbatorix.
-¿Y tu dragón?
Sus nudillos se volvieron blancos al apretar las manos en puños.
-Muerto. Sufrió el mismo destino que los dragones de los Apóstatas, Du Namar Aurboda, aunque no tuvo nada que ver con ellos ni los Jinetes. Estuve a su lado hasta que murió, cuando decidí venir y destruir a Galbatorix.
Esa explicación respondía tantas preguntas como las que provocaba, pero nadie quería hacerlas en voz alta.
Hrothgar y Deynor se miraron.
-Bienvenido a los Vardenos, Jinete Veran.
Él asintió, relajando los puños y moviendo incómodamente los hombros.
-¿Puedo recuperar mis armas?
-Te acompañaremos.
Hrothgar indicó la salida hacia otra habitación, donde estaban las extrañas armas que le habían quitado. Veran se acercó a la mesa y empezó por ponerse la camisa sin mangas que una vez fue blanca. Luego pasó a las correas en su muslo derecho y el gemelo izquierdo, la del bíceps derecho y una más alrededor de las caderas. Después empezó por las extrañas armas blancas. Tres cuchillos en el gemelo, uno más en el bíceps y dagas en la espalda baja, con las empuñaduras en direcciones opuestas. En el muslo colgó una extraña bolsa rígida y alargada de cuero.
-Nunca había visto ese tipo de metal.
-No es metal, son dientes de dragón-se giró para mirarles-, de mi dragón.
Se quedaron en silencio tras esa declaración. Usar los restos de un dragón de esa forma... Veran arqueó una ceja y volvió a girarse para coger una cinta con la que recoger su pelo largo. El negro de la cinta hacía resaltar su color blanco puro, no plateado como algunos elfos. La cola llegaba a media espalda y se movía con la misma suavidad que el Jinete.
Cuando terminó, le guiaron hacia el corazón de Farthen Dûr.
Arya miró con curiosidad al otro elfo. No creía que fuera un elfo, los conocía a todos y ninguno había vivido o viajado al este. Pero tampoco parecía del todo humano.
Era un misterio.
