Capitulo 1

June se apoyó ligeramente sobre la encimera de la cocina mientras esperaba a que se terminara de hacer el café. La estancia aún estaba sumida en la oscuridad a pesar de que los primeros rayos del sol ya despuntaban en el horizonte. No se molestó en encender las luces. Se conocía al dedillo cada centímetro de su hogar.

Tras la muerte de su marido y su hija dos años atrás, estuvo a punto de hacer las maletas y dejar aquella casa. Demasiados recuerdos, demasiadas imágenes. Demasiado dolor. Pero finalmente decidió quedarse. Sopesó las opciones y decidió que empezar de cero en un lugar nuevo no merecía la pena.

Hoy era el aniversario de aquella trágica fecha y el peso de ese detalle estuvo a punto de hacerle llamar al trabajo y decir que se encontraba enferma y no podía ir. Así podría pasarse el día en la cama retroalimentándose de una pena que parecía no desvanecerse nunca.

El pitido de la cafetera la sacó de su ensimismamiento y de manera automática vertió el liquido en el termo para después comenzar a preparar un par de sándwiches para media mañana. Ir a trabajar era lo mejor. Una jornada dura en las Urgencias del hospital adormecería aquella sensación de ahogo y tristeza. Al menos por unas horas.

De alguna manera había aprendido a vivir con ello. Compensaba la soledad y el silencio de su hogar con el bullicio de su trabajo. Una monotonía tranquila y apacible en la pequeña ciudad de Lawton donde el tiempo parecía haberse detenido.

Se mudaron allí cuando Rose tenía tres años. El ascenso de Harry les llevó del caos de Atlanta a algo mucho más soportable para la pequeña familia. Ahora él dirigía la sucursal que tenían allí y a June no le costó mucho encontrar trabajo como enfermera en el hospital.

La casa permanecía prácticamente igual casi diez años después. Había cambiado algún mueble que otro y había reformado el cuarto de baño de su dormitorio. Las fotos que habían inundado la casa habían desaparecido casi por completo, salvo una de los tres en su mesilla de noche y en la pared de la entrada. Mejor así. El resto de cosas importantes de su marido y su hija permanecían guardadas en el desván de la casa.

Cuando terminó de preparase la comida regreso a su habitación para ponerse su uniforme de enfermera. A pesar de que la ciudad no era muy grande y que estaban a mitad de semana, estaba segura de que tendría trabajo. A parte de la gente de la ciudad, el hospital de Lawton era el encargado de atender los casos de la gente que vivía en los pueblos limítrofes lo que significaba que siempre había trabajo.

Se recogió el pelo en una sencilla coleta y tras una mirada rápida a la habitación para asegurarse de que todo estaba en su sitio, apagó las luces y volvió al piso de abajo.

La cocina estaba ya iluminada con el sol de la mañana y sin pensárselo dos veces cogió el café y los sándwiches y salió de casa. El frío aún se notaba en el ambiente y la mujer se levantó el cuello del abrigo para resguardarse antes de meterse en el coche.


John se pasó una mano por la barba mientras pensaba detenidamente. A primera vista, las fichas que tenía no mostraban una palabra lo suficientemente decente para ponerla sobre el tablero. Todo eran simples palabras de cuatro letras y no quería que eso afease la buena racha que llevaba. Había conseguido poner "serpiente", "galleta" y "pistola". Su siguiente palabra tenía que estar a la altura.

Jugaba al Scrabble consigo mismo. Parecía patético, pero aún no había conseguido convencer a nadie de la comisaría para que jugase con él.

–Lo siento amigo. Yo soy más de póker –le había dicho su compañero Rick Grimes cuando se lo preguntó por primera vez.

–"Ya encontraré a alguien" –pensaba sin perder las esperanzas. Jugar sólo no era un problema para él pero si que reconocía que sin otra persona, el juego perdía parte de su encantó.

La comisaría de Lawton comenzaba a llenarse de gente tras el tranquilo turno de noche. Como todas las mañanas, era el primero en llegar. Tomaba el desayuno fuera de casa, en la cafetería de la plaza y para estar seguro de empezar bien el día, le gustaba tomarse el café recién hecho y el trozo de bizcocho de arándanos recién sacado del horno.

Había nacido y crecido en aquella ciudad por lo que conocía a la mayoría de gente y de la misma manera, casi todo el mundo le conocía.

John Dorie. Un buen tipo. Quería pensar que aquello le facilitaba el trabajo. Sentía que la gente le respetaba y por eso rara vez tenía que lidiar con algo serio.

A decir verdad, en Lawton rara vez pasaba algo grave. Si, había atracos muy de vez en cuando y alguna vez habían sufrido algún homicidio. Pero en general, la ciudad y el resto de pueblos que conformaban su jurisdicción eran un lugar tranquilo y apacible.

Mientras esperaba a que llegara su compañero Rick, decidió dejar la búsqueda de la palabra perfecta para su partida de Scrabble y darse un paseo por la comisaría para dar los buenos días a los que ya habían llegado. Sonrió al ver a Michonne. Le caía bien –sospechaba que al recién separado Rick Grimes le caía mas que bien–. Habían trabajado juntos en alguna ocasión y la tenía en gran estima tanto personal como profesional.

Su sonrisa se desvaneció ligeramente al ver entrar por la puerta a Shane Walsh. Se le había olvidado que aquel era el día en que volvía de sus vacaciones, lo que significaba que el trabajo en la comisaría iba a ser menos tranquilo. Walsh había venido de Atlanta hacía un par de años. Comparado con la gran ciudad, Lawton parecía una ciudad fantasma y eso no le sentaba bien al policía, quien parecía tener algún problema que otro con el manejo de la ira y la escasez de situaciones que le ayudasen a soltar adrenalina.

Debido a su afable carácter, John no había tenido nunca ningún problema con él, a diferencia de Rick. Su compañero tenía menos disposición para sus salidas de tono y en alguna ocasión sus discusiones se habían caldeado lo suficiente como para casi llegar a las manos y había tenido que ser el mismo John el encargado de separarles.

Salió a la entrada de la comisaria. Le gustaba sentir el aire fresco de la mañana y decidió esperar allí a que Rick llegara para empezar su jornada de trabajo.

Le gustaba ser policía. Era un mundo al que pertenecía desde que tenía uso de razón. Su padre, sus tios y su abuelo habían servido en las fuerzas del orden por lo que era imposible que siguiera otro camino. El día en el que se puso su uniforme por primera vez fue el dia mas feliz de toda su vida.

Aquel trabajo le permitía dejar atrás por unas horas su solitaria vida. Tenía una pequeña cabaña a las afueras de Lawton, justo en donde la ciudad dejaba paso a extensos campos y riachuelos de agua clara. Allí se encontraba cuando no trabajaba, lejos de todo, con otra partida de Scrabble, sus libros, su colección de películas antiguas y su fiel pastor australiano Ozzie.

La soledad fuera del trabajo era su compañera desde hacía ya unos cuantos años y aunque se sentía bastante a gusto con ella de vez en cuando se preguntaba cómo sería tener una vida distinta; una casa dentro de la ciudad, una mujer, hijos…

Una sonrisa se le dibujo en la cara. Quedaban sólo dos días para que llegase el viernes. Dos veces al mes se llevaba a Ozzie al orfanato y junto a su perro hacían una pequeña exhibición para los niños que vivían allí. Nada espectacular. Básicamente les enseñaba lo que el animal sabía hacer –que no era poco– y algunos trucos con el lazo al estilo del lejano Oeste. Sin embargo para aquellos niños su visita era todo un evento y a John le hacía extremadamente feliz ver sus caritas de entusiasmo.

El coche de Rick Grimes asomó por la entrada del parking. Nada más salir del coche, su compañero le pidió disculpas por la tardanza y se apresuró a entrar a la comisaría para recoger sus cosas. Mientras le esperaba, John se dirigió al vehículo policial para comenzar a ponerlo en marcha.

Esa era su vida. Cada día exactamente igual que el anterior y sin embargo John Dorie estaba seguro de que en algún momento pasaría algo que lo convertiría en especial, al igual que todos los días.