Disclaimer: Disney no me pertenece.
Oportunidad
El trayecto de la oficina al parque Arendelle había transcurrido sin complicaciones, a pesar de ser mitad de semana y horario de salida de muchos adultos trabajadores como Elsa, que ya querían ir a casa o reunirse con sus seres queridos después de una extenuante jornada laboral de nueve a cinco.
La rubia aparcó su automóvil familiar en una plaza vacía del repleto estacionamiento del parque, el cual debía estar así por la reunión de los niños exploradores de ese día, establecida un periodo laboral debido a las vacaciones de verano, o al menos eso le habían dicho a Elsa al inscribir a su hija hacía unas semanas, justo cuando había cumplido los seis años.
Iduna le había insistido por semanas al ver Up y tras investigar, Elsa había sido convencida de que era una loable actividad en la que podía involucrarse su pequeña. Asimismo, su hija disfrutaría de estar fuera de su oficina, como acostumbraba en sus vacaciones, una cosa que la pequeña odiaba, debido a su amor por el aire libre; Elsa no salía mucho a tomar medidas de terrenos, pues su socia y prima, Rapunzel, prefería hacerlo, y por la tendencia de esta a confiar en extraños de apariencia temerosa, no le confiaba a la niña en esas encomiendas.
Una firma de Arquitectura y Diseño no era el lugar más atractivo para una chiquilla. Si a veces Rapunzel, Jazmín —su mejor amiga, socia y administradora de la empresa— y Elsa se sentían atrapadas entre las paredes del edificio acristalado.
Elsa despidió un suspiro de su boca y apeó de su vehículo. Golpeada inmediatamente por la temperatura cálida del exterior, hizo una mueca; no le gustaba el calor, sino el frío, incluso si el mercurio del termómetro de Noruega no alcanzaba números muy altos como en otros países.
Caminando hacia el área verde del parque, en la búsqueda del grupo de Scouts, en su periferia vio al conductor de una camioneta negra y se quedó levemente sorprendida por su atractivo, congelada en la acera, de lo que él no fue consciente concentrado en su manejo. Era un hombre de cabellos castaños rojizos y un rostro dorado de apariencia cincelada, era alargado, con barbilla prominente, nariz respingona y moldeados labios melocotones.
Elsa agitó su cabeza y siguió andando, no era la primera vez que veía un hombre guapo, había salido con un par antes de optar por la soltería y la inseminación artificial, más fiables que sus novios para formar la familia que deseaba.
No tardó en llegar a la ubicación de las decenas de excitables menores, advertida por sus sonoras pláticas y juegos. Tampoco lo hizo en encontrar a su hija, más que nada por la ayuda del indiscreto cabello anaranjado de la jefa Mérida, encargada del grupo de los Castores, la primera división de los exploradores.
Iduna la vio también y la saludó desde lo lejos agitando su mano. Elsa sonrió moviendo su mano, contenta de mirar su amada carita de nuevo. No había día que no se sintiera feliz de ser madre y tener a su pequeño corazón con ella.
Su hija se despidió de Mérida, pero anonadó a Elsa al acercarse a un niño rubicundo con el que intercambió unas palabras y tomó su mano para correr juntos hacia ella, ambos resaltando en el ambiente con sus uniformes rojo y negro.
—¡Mami! —gritó Iduna deteniéndose ante ella con su compañero, al que soltó brevemente para envolverla en un abrazo entusiasta, devuelto con todo el amor que Elsa tenía por dar.
—Cariño —susurró a su oído, acariciando sus despeinados cabellos castaños oscuros, tan opuestos a sus hebras albinas. —¿Cómo te fue hoy?
Con energía, Iduna se apartó de ella y Elsa notó de reojo las marcas marrones en su hasta entonces pulcro traje color índigo.
—Hicimos muchas cosas, muchas, muchas. Y tengo un novio. —Elsa quedó boquiabierta por la declaración de su hija, que sonreía ampliamente, presumiendo el espacio hueco de su dentadura. —Es él. —Señaló al chiquillo con su dedito. —Ven, Agnarr.
Muy solícito, el aludido asintió y marchó hacia ambas con una apostura sorprendente. En sus pueriles ojos de tono melado vio una seriedad rara en su edad.
—Buenas tardes, señora, soy Agnarr Westergaard —se presentó el niño con formalidad e inclinó la cabeza como lo haría una persona sofisticada, de la realeza.
—¡Es como un príncipe! —aseveró Iduna aplaudiendo, ganándose una sonrisa arrogante de Agnarr.
Debía tener una madre obsesionada con Disney.
—Mucho gusto, Agnarr, eres muy educado. —Miró a su hija. —Cariño, estás muy pequeña para tener novio.
Iduna formó un puchero. —Pero la tía Aurora dijo que si encontraba a mi príncipe él sería mi novio.
Esa holgazana prima suya, el objetivo de su vida había sido hallar a su amor verdadero, su príncipe, y solo había trabajado para lograrlo.
—Las cosas no funcionan así, lo hablaremos en casa.
—¿Ella no puede ser mi princesa? —inquirió Agnarr entristecido, de alguna manera manipulando la convicción de Elsa con su gesto compungido.
Definitivamente él tenía mucha influencia de cuentos; a su edad no les gustaban las niñas, les rehuían.
Estaba por responder del modo más amable posible cuando Agnarr lanzó una exclamación de alegría.
—¡Papi Hans!
Agnarr se echó a correr hacia su izquierda y al llegar a una figura masculina brincó a sus brazos extendidos.
Ella alzó la vista y contuvo una exhalación al reconocer al padre de Agnarr… era el hombre bien parecido que había visto minutos atrás.
Se le aceleró el corazón al contemplar la sonrisa que portaba en su guapo rostro, la cual incrementaba su atractivo. Hasta un calor se expandió en su pecho de observarlo.
…y de hacer vagar su mirada por su cuerpo.
Era un hombre atlético, por la manera en que unos perfectos músculos medianos se marcaban en el traje negro que vestía, dando elegancia a sus aproximadamente metro ochenta de estatura. Estaría en la treintena o hasta la cuarentena, bien conservado en su madurez.
Le sudó el cuello y supo con certeza que no era a causa del verano.
El padre de Agnarr compartió unas cuantas palabras con el rubio y ambos rieron, mostrando una buena relación entre los dos.
De repente padre e hijo se giraron hacia Iduna y ella y Elsa sintió que la expresión del mayor se petrificaba unos instantes mientras ella ahogaba un jadeo por la impresión de que sus pulmones se asfixiaban.
El rostro de Hans se compuso y ella le vio bajar a su hijo al suelo, algo distraído, pues conforme lo hacía sus ojos no la abandonaban a ella, contemplándola con una intensidad que podía sentirse aún a la distancia.
Sus ojos claros, de un color indistinguible en los metros que les separaban, la penetraban con fuego.
—Parece divertido tener un papi. Mami, yo también quiero un papi.
Elsa parpadeó al oír a Iduna y la miró apenada. Ya habían hablado de eso y nunca había insistido, aunque viera a muchos papás. Con las familias uniparentales, homosexuales o separadas, no era muy problemático.
—Iduna…
Se percató que Agnarr y su progenitor se acercaban a ambas. El adulto le sonrió a ella y causó un aleteo en su pecho. Le devolvió el gesto y no pudo evitar mirar su mano izquierda; él no tenía anillo, aunque eso no confirmaba nada en la actualidad.
Por lo tanto, ¿qué hacía admirando al padre de otro niño, posiblemente casado, y propenso a la infidelidad?
Claro está, como ella, no todos los padres estaban en una relación.
Se levantó con las piernas temblorosas por haber estado hincada mucho tiempo —no por la sensual mirada del cobrizo— a la vez que los dos se detenían.
Iduna tiró de su falda. —Quiero un papi. ¡Y Agnarr tiene dos!
El interés de Elsa cayó hasta el piso. ¿Se había imaginado su apreciación?
Agnarr asintió. —¡Sí! Tengo a papi Hans y papi Kristoff.
—¡Mier…melada! —resolló el pelirrojo, abriendo los ojos de par en par.
A Elsa le gustaron. Eran verdes como las esmeraldas.
Agnarr frunció el ceño. —Papi, es mermelada.
—Sí, me equivoqué, Agnarr —sentenció Hans con el rostro colorado.
Elsa rió por el bochorno del pelirrojo, pese a acabar de descubrir que era gay y sus posibilidades era nulas. Sabía lo que era evitar las malas palabras delante de su progenie.
Él carraspeó e intentó hablar.
—¿Y por qué quieres mermelada? —siguió Agnarr con curiosidad infantil, cortando a su padre.
Ocultó su sonrisa detrás de su mano, en tanto Iduna seguía interesada la conversación.
—Recordé que debo comprar más —expresó Hans con naturalidad, como si no estuviera mintiendo.
—¡De fresa! —Agnarr saltó. —¡Para los panqueques!
—Es rico, rico, con miel y chocolate —intervino Iduna, saltando también.
—¡Delicioso!
Los niños chocaron todas sus palmas y a Elsa le pareció muy dulce.
—Son ricos —corrigió suavemente.
—Son ricos, ricos —atrapó Iduna.
Hans esbozó una sonrisa hacia su hija. —Eres muy lista —halagó él, haciendo que sus pómulos se sonrojaran.
—Y bonita —añadió Agnarr con una expresión igual a la de su padre.
Ambos eran dos máquinas de matar con esas facciones y alabanzas.
Iduna se pegó a la cadera de Elsa, ocultando el tomate que era su cara. Le acarició su cabello, consolándola.
Para no seguir abochornándola y ella misma huir de un hombre muy fuera de sus límites, Elsa asintió a los Westergaard.
—Gracias. Creo que es hora de irnos; Iduna, debes despedirte de Agnarr.
Su hija movió su cabeza en asentimiento y se asomó.
—Nosotros vamos hacia allá —indicó Hans, para mortificación de Elsa.
—También nosotras —contestó resignada, ganándose una cara divertida del hombre, que debía haber adivinado sus pensamientos. En sus orbes había gran inteligencia y tenía que estar habituado a la apreciación femenina.
Comenzaron a ir al estacionamiento y rápidamente Iduna se olvidó de su vergüenza, porque empezó a cantar con Agnarr "Baby Shark". Para no ser dejada a solas con Hans, Elsa la sujetó de la mano, impidiendo que se alejara, siquiera unos pasos; sería muy incómoda una conversación "privada".
—Mami, quiero un helado —pidió Iduna al pasar frente a un local en el linde del parque.
—¡Yo también! —clamó Agnarr al mismo tiempo, girándose hacia su padre.
—Por supuesto, campeón; ¿por qué no le invitas un helado a tu novia, según dijiste? —sugirió Hans sacando monedas de su billetera, antes de que Elsa pudiera hablar.
—No es necesario —replicó Elsa, mirándolo ceñuda por respaldar el asunto del noviazgo, toda vez que se quitaba el bolso del hombro.
—Está bien, no es nada —dijo Hans entregándole el dinero al niño.
—Mami, ¿puedo?
Suspiró y afirmó.
—Perfecto, desde aquí les vemos. —Hans se adelantó, acorralándola. —Eres un niño grande de siete años, puedes con eso. Y así presumes frente a tu novia.
—¡Sí, sí! —Los niños se tomaron de la mano y fueron al local a quince metros de ellos.
Elsa bufó viéndolos correr.
—Entonces… —Se tensó sin apartar la vista de los menores. —¿Cuál es tu nombre? Ya sabes que soy Hans.
—Tu hijo es más educado que tú al presentarse.
Él rió entre dientes. —Oh, lo habría sido contigo, tal vez algo similar, pero presiento que no iba a agradarte.
En efecto.
—Elsa Andersen —informó con un asentimiento, rogando porque ese momento acabara pronto.
Jazmín se reiría a carcajadas al contarle eso al día siguiente.
—No es lo que parece.
Enarcó una ceja, observándolo de soslayo. —¿Disculpa?
—Comparto la custodia con mi ex esposa, que está casada. —Una frescura invadió sus miembros. —De lunes a viernes Agnarr vive con ellos y su bebé, que debieron llevar al médico y por eso vine yo por mi hijo. Soy soltero.
Parecía nervioso y ella reprimió una carcajada, también cuidando no mostrar su satisfacción por su estado civil.
—Mierda, he perdido la práctica —farfulló él.
Se compadeció levemente. —¿No sales desde tu divorcio?
—Nada de eso; o algo así, al poco de separarnos hubo una loca obsesionada con el romance, peor que mi ex, así que me detuve, ¿las atraigo? Fue hace unos cinco años.
Le sorprendió tal celibato de un hombre, y así de atractivo. Arrugó la nariz, por su insinuación hacia lo romántico, no era amante de ello, mas no se negaba de vez en cuando.
—No tengo nada contra el romance —agregó él, como si adivinara sus pensamiento—, pero Lottie era exagerada, más que Anna, mi ex esposa.
—Y toda esta plática… ¿Quieres invitarme a salir?
Él exhaló. —Estoy haciéndolo terrible.
—Tampoco ayuda que hables de tus anteriores parejas.
—Lo sé. Ya tardaron decidiendo el sabor del helado.
Ella rió, apartando por primera vez la mirada de los niños, los cuales admiraban la exposición de sabores —del que Agnarr leía los nombres en voz alta—, prolongando su tiempo en el local.
—¿Al menos parezco buen partido? —inquirió él curioso. —Es más, Anna podrá decirte maravillas de mí, terminamos bien y soy un gran padre, quizá no mejor que Kristoff, pero te convengo.
De reojo, vio su sonrisa torcida y ella entrecerró los ojos.
—Hans, ¿llevas varios minutos tratando de que ría?
Él cruzó los brazos detrás de su espalda, dando un paso hacia ella. —Mi intuición me dice que te gustan los hombres que te hagan reír.
—¿Y estás presumiendo tus habilidades como un macho?
Hans le guiñó un ojo, acercándose un poco más a su espacio personal.
—¿Funciona, Elsa? —preguntó él ronco, alborotando el estómago y ritmo cardíaco de ella.
Treinta y cinco años y actuaba como una adolescente hormonal.
Se acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja, dirigiéndole una mirada coqueta.
—Me gusta reír —cambió su expresión a su marca personal de Reina de Hielo—, pero no que traten de engañarme.
Ante su repentina frialdad, él perdió su sonrisa presuntuosa, recuperada con rapidez.
Era un hombre astuto, rasgo que a ella le gustó, contra todo pronóstico.
—Bueno, a mí me encantan los retos. Esa mirada tuya de hace un rato me envalentona. Sal conmigo y conóceme, no te engañaré.
Se encogió de hombros.
—Revisaré mi agenda y si te veo de nuevo por aquí, te diré —manifestó indiferente.
Sus últimas palabras coincidieron con el regreso de los niños, permitiendo únicamente que Hans riera. Fue una lástima, porque parecía experto en diálogos inteligentes.
Lo que restaba al aparcamiento era poco y solo hubo silencio entre los cuatro. Como los menores tenían sus bocas ocupadas, al separarse para ir a sus respectivos automóviles, se limitaron a agitar sus manitas y continuar con la guía de sus padres.
Apenas unos pasos después, Elsa miró sobre su hombro, descubriendo que él hacía lo mismo. Bajó la cabeza ligeramente con una expresión invitadora.
Él le sonrió con galanteo, elevando su mano en despedida.
Más adelante verían cómo resultaba.
Sin embargo, era la primera ocasión que todo el interior de Elsa se alteraba por alguien.
NA: ¡Hola!
Me es tan extraño escribir AU's, pero cuando la inspiración llega, hay que aprovecharla. No sé el destino de este pequeño universo, así que lo dejo completo. Espero que disfrutaran esta fresca lectura.
Cuídense. ¡Besos, Karo!
