LINAJE

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia participa en el Reto #52: "Séptimo aniversario" de foro Hogwarts a través de los años.

Me he apuntado con el nivel intermedio y la categoría personaje original. El protagonista de esta historia se llama Marius Black, pero no es el Marius Black canon que ya conocemos, aunque tiene mucho que ver con él.


1

Magia

Magnus Black observó a sus hijos con detenimiento. Acababan de cumplir siete años y eran idénticos físicamente hablando. Ambos tenían el pelo negro y los ojos grises. Eran niños guapos y despiertos y ya iba siendo hora de introducirlos en el mundo de la magia. Magnus se sentó frente a ellos, con la espalda estirada y las manos apoyadas en las rodillas, y les habló en tono solemne.

—Hijos míos, ya sois mayores.

Thaddeus y Marius giraron las cabezas para mirarse, asintieron al mismo tiempo y volvieron a prestar atención a su padre. Magnus se sentía maravillado cada vez que los tenía frente a sí. Era increíble que estuvieran tan sincronizados y que siempre se comportaran como si sus cerebros estuvieran conectados.

—Ha llegado la hora de compartir con vosotros los secretos ancestrales de nuestra familia.

Los niños se enderezaron aún más, claramente interesados en lo que les estaba diciendo. Magnus sonrió y echó un vistazo por encima de su hombro. Grace estaba en la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa divertida asomando en sus labios. Sabía perfectamente lo que estaba pensando. "Eres un idiota, Magnus Black". Estuvo a punto de reírse porque tenía muchísima razón.

—Vais a tener que estudiar y practicar mucho para convertiros en magos dignos de nuestro apellido, pero yo estoy dispuesto a ayudaros en todo lo que necesitéis —Magnus se hurgó en el bolsillo del pantalón hasta que encontró lo que buscaba y lo depositó sobre la mesa—. Empezaremos con los juegos de cartas. Pueden parecer sencillos, pero no debéis fiaros de las apariencias.

Magnus comenzó a barajar las cartas bajo la atenta mirada de los niños. No fue extraño que Thaddeus formulara aquella pregunta. Siempre fue el más curioso e impaciente de los dos.

—¿Cuándo partiremos a mamá por la mitad?

La carcajada de Grace lo desconcentró. De forma inmediata, Magnus giró medio cuerpo y le pidió con un gesto que guardara silencio. Ella se disculpó alzando las manos y prometió no volver a emitir sonido alguno. Sólo entonces Magnus respondió a su hijo.

—Cuando sepas hacer correctamente todos los trucos de cartas.

Thaddeus pareció decepcionado. Era un crío ambicioso y eso estaba bien, pero debía ser paciente. Uno no se convertía en un buen mago de la noche a la mañana. Hacía falta ser muy mañoso y practicar muchísimo. Sobre todo, practicar. Magnus se dispuso a mostrarles el primero de los juegos, pero Thaddeus volvió a interrumpirle.

—¿Y cuándo haremos desaparecer el London Eye?

Magnus suspiró y contestó con toda la paciencia del mundo.

—Cuando hayas aprendido a partir a mamá por la mitad.

Thaddeus bufó y Marius sonrió y le dio un codazo bastante disimulado. Ahora sí, Magnus pudo empezar a instruirlos en el noble arte que llevaba generaciones siendo la especialidad de la familia. Mientras realizaba los trucos de cartas, Magnus pensó en su bisabuelo. Fue el primer Black en interesarse por la magia y, aunque nunca llegó a dedicarse profesionalmente a ello, sí animó a sus descendientes para que pusieran todo su empeño en dominarla. El abuelo Marius alcanzó cierta fama a mediados del siglo XX, pero fue el padre de Magnus quien se convirtió en una auténtica estrella internacional. Para Magnus nunca fue fácil seguir su estela y definitivamente no podía equipararse a él en talento, pero esperaba ser un buen maestro para sus hijos. Si es que ellos deseaban aprender magia, obviamente. Magnus pensó en su hermana Eunice y en los constantes enfrentamientos que tuvo con su padre a causa de su negativa para convertirse en algo que no quería ser.

Siempre que practicaba magia, Magnus perdía la noción del tiempo. En aquel instante ignoraba cuánto hacía que había empezado con la clase. Notó, eso sí, que los niños estaban cansados. Thaddeus ya estaba empezando a dominar el primero de todos los trucos de cartas que debían aprender, pero Marius no era capaz de hacerlo y tenía el ceño fruncido y los músculos del cuello tensos. Magnus decidió que era el momento de parar, así que dio una palmada y comenzó a recoger los naipes.

—Lo habéis hecho muy bien, chicos. Lo vamos a dejar por hoy, ¿qué os parece si vamos al parque?

Thaddeus asintió con entusiasmo. Fue extraño que Marius no hiciera lo propio. En lugar de eso, intentó recuperar la baraja de cartas de manos de su padre.

—Quiero seguir practicando.

—Ya ha sido suficiente por hoy, hijo.

—Pero el truco no me ha salido.

—No importa. Ya te saldrá mañana —Magnus se puso en pie para dejar bien clara su postura—. Ahora nos vamos.

Se dio medio vuelta. Grace se había sentado en una de las butacas que había junto a la librería y estaba leyendo una de sus novelas favoritas. A su esposa siempre le había gustado verle hacer magia. Magnus la conquistó gracias a ello, lo cual fue bastante sorprendente puesto que la mayoría de las chicas huían de él cuando pretendía mostrarles sus trucos. Claro que Grace nunca había sido como la mayoría. Magnus comprendió que era única la primera vez que la vio y jamás llegó a pensar otra cosa sobre ella.

Estaba comenzando a fantasear con el relajante paseo que daría abrazado a su esposa cuando Marius alzó la voz.

—¡Quiero seguir practicando!

Lo que ocurrió después fue algo absolutamente inaudito. Magnus sintió como la baraja de cartas se le escapaba de entre los dedos y volaba por el aire hasta caer otra vez sobre la mesa, frente a un Marius que estaba ligeramente rojo y tenía los puños apretados. Todo permaneció en el más absoluto silencio durante unos segundos. Todos miraban a Marius con los ojos abiertos como platos. Fue Thaddeus el primero en hablar.

—¿Cómo has hecho eso?

Su voz sonó más aguda que nunca. Marius ya no parecía enfadado ni frustrado. Se había puesto pálido y comenzó a negar con la cabeza una y otra vez, como si no diera crédito a lo ocurrido.

—Yo… —tartamudeó—. No… No lo sé.

—¿Puedes hacerlo de nuevo?

Thaddeus había vuelto a ser el niño curioso de siempre. Marius no dijo nada, como si la boca se le hubiera quedado pegada de repente. Magnus estaba paralizado, intentando recordar algún truco que le hubiera permitido a su hijo realizar aquel acto tan inaudito. Y Grace pasó junto a él y se agachó frente al niño, agarrándolo por los brazos y mirándole directamente a la cara.

—No pasa nada, cielo. ¿Quieres que nos vayamos al parque?

Marius asintió. Grace agarró las manos de sus hijos y se dispuso a sacarlos de la sala. Miró a Magnus antes de salir.

—Venga. Vámonos ya.

Y con esas palabras quedó zanjado el asunto del primer estallido de magia involuntaria de Marius Raphael Black.


2

Hermanos

Un baúl. Nada de una maleta con ruedas o una bolsa de deportes. No. Los brujos transportaban su equipaje utilizando baúles de madera forrados de cuero y con tachuelas brillantes. Antiguallas de tomo y lomo. Marius llevaba un buen rato observándolo con atención y preguntándose cómo era aquello posible en pleno siglo XXI. Le hubiera encantado consultar su duda con alguien que supiera del tema, pero en ese momento no había cerca ningún mago o bruja con quien hablar, así que no le quedó más remedio que empezar a guardar sus cosas. Ropa, libros, material escolar. Todo le resultaba extraño y como de otra época. Ni siquiera entendía cómo era posible que los brujos siguieran utilizando pluma y tintero. ¡Demonios! Hasta que no recibió la carta de Hogwarts con el listado de cosas que iba a necesitar, ni siquiera sabía que aún existía el pergamino.

—¿Quieres que te eche un cable?

Thaddeus estaba parado frente a la puerta del dormitorio que compartían. Llevaban durmiendo juntos desde el mismo día en que nacieron y Marius sabía que iba a echarlo muchísimo de menos. Era su hermano gemelo y le parecía súper injusto que no pudiera estudiar en Hogwarts porque nunca serían la misma clase de mago.

—No sé dónde poner la tinta. Si se rompe algún bote, se me manchará todo.

—¿Por qué no la guardas en bolsitas herméticas? ¿O no puedes llevar plástico a Hogwarts?

Marius pensó brevemente sobre ello y se encogió de hombros.

—Creo que sí. Nadie me ha dicho que no pueda.

—Pues espérate, que voy a buscarlas.

Thaddeus salió pitando. Marius le escuchó bajar las escaleras a todo correr y supo que no tardaría en regresar. Mientras tanto se sentó sobre su cama y dejó que una idea creciera en su cerebro. No quería ir a Hogwarts. No quería separarse de sus padres ni de su hermano. No quería dejar atrás su hogar, su colegio y a sus amigos. Quería seguir aprendiendo magia para ser un ilusionista, no un brujo. Quería que todo volviese a ser como antes de que el profesor Longbottom llegara a su casa y le hablara de Hogwarts y del mundo mágico. Quería meterse debajo de la cama, hacerse un ovillito y desaparecer para siempre.

—¡Uy, uy! —el regreso de su hermano le hizo sobresaltarse—. Ya tienes otra vez esa cara.

Marius intentó disimular, pero la verdad era que estaba a punto de echarse a llorar.

—¿Qué cara?

—La cara de acojone total —Thaddeus se acercó a él y le tendió un buen puñado de bolsas de plástico—. Toma, creo que tienes suficientes.

Marius las cogió con un gesto casi furioso y tuvo la imperiosa necesidad de defenderse.

—No estoy asustado. Es que no sé si quiero ir a ese sitio.

Thaddeus comenzó a echarle un vistazo a uno de los libros de texto. Transformaciones. ¿Qué clase de asignatura era ésa?

—Pues a mí me parece fascinante. Me muero de envidia.

—¿En serio?

—Claro, tío. Vas a poder hacer magia de verdad. Es una pasada.

Marius apretó los dientes. Desde aquella primera vez cuando tenía siete años, los estallidos de magia se habían ido sucediendo con bastante frecuencia. Cada vez que sus emociones se desbordaban, ocurría algo extraño. La mayoría de las veces pasaba cuando estaba en casa, pero en algunas ocasiones tuvieron lugar en el colegio o en cualquier otro sitio público. Entre todos habían ideado una forma para disimular, achacando que todo era un truco de magia. Para ser ilusionista había que tener un poco de mentiroso y los hermanos Black habían aprendido a serlo siguiendo el ejemplo de los mejores: sus padres.

—Además, si no te gusta Hogwarts puedes volver a casa —Thaddeus dejó el libro en su sitio y se aproximó a Marius, sentándose sobre su cama—. Es lo que dijo ese profesor, ¿no? No pueden obligarte a estar allí si no quieres.

Marius se dejó caer a su lado, empezando a resignarse ante lo inevitable.

—No creo —En ese momento sintió una creciente angustia subiéndole por la garganta—. Porque no van a obligarme, ¿verdad?

Thaddeus le observó con los ojos entornados durante unos segundos, hasta que soltó una carcajada y le palmeó la espalda.

—¡No seas cagón! ¿O es que quieres que ocupe tu lugar? Yo, encantado de ir a Hogwarts.

Era una idea interesante que no iba a funcionar.

—Se darían cuenta enseguida.

Thaddeus resopló y se tumbó sobre el colchón, apoyando la cabeza en sus manos.

—Es verdad. Es una mierda no hacer magia.

Marius se recostó a su lado, exactamente en la misma postura.

—Papá siempre dice que eres su mejor alumno.

—Ya sabes a qué me refiero.

Marius no respondió. Fijó la vista en el techo del dormitorio. Sabía que su hermano estaba haciendo exactamente lo mismo. Permanecieron en silencio un buen rato. Marius pensaba en todas las cosas que no había metido dentro de ese estúpido baúl y se imaginaba cómo sería Hogwarts. Thaddeus se mordía los mofletes y fantaseaba con lo que podría ocurrir más adelante. En un momento daño, se puso de costado y, alzando ligeramente la cabeza, le habló.

—Vamos a hacer un juramento ahora mismo.

Marius le miró con mucha curiosidad.

—Vas a ir a Hogwarts, vas a aprender muchísima magia y te vas a convertir en un brujo cojonudo. Júralo.

A Marius le parecía una tontería, aunque juró.

—Yo voy a aprender todo lo que pueda con papá, con el abuelo y con todos los magos que conocemos. Cuando salgas de Hogwarts, voy a ser un ilusionista de puta madre. Lo juro.

Marius resopló de la risa, pensando en que Thaddeus había heredado esa solemnidad ridícula que tenía su padre.

—Y entonces, nos juntaremos los dos y nos convertiremos en los magos más famosos del mundo. Los Fantásticos Hermanos Black.

Marius sabía lo que su hermano intentaba hacer y se lo agradeció enormemente. Además, había tenido éxito. Ya no pensaba en todo lo malo que podría ocurrirle yendo a ese colegio de magia. Pensaba en un futuro dichoso y divertido que, tal vez, nunca les perteneciera. Pese a esa duda, le siguió el juego.

—Los Fantásticos Hermanos Black suena fatal. Yo apuesto por los Hermanos Maravilla.

—¡No me seas cutre, tío!

—¿Qué? Es chulísimo.

—Es ridículo.

—¡Qué sabrás tú!

Se echaron a reír. Discutieron durante un buen rato sobre su futuro nombre artístico. Organizaron el baúl juntos y recibieron la visita nocturna de sus padres de buen humor. Marius sabía que aquella sería una noche muy larga y ya podía saborear el amargor de la futura despedida, pero decidió que lo mejor que podía hacer era disfrutar del momento. Cuando se metió en la cama, se sentía muy optimista y tenía ganas de conocer Hogwarts, que por lo visto era un castillo milenario. Estaba bastante convencido de que iba a gustarle, pero si no quería estar allí siempre podía hacer lo que Thaddeus le había dicho: volver a casa.


3

Primos

Marius había prometido que escribiría una carta en cuanto se hubiese instalado en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, pero a esas alturas de la noche no sabía por dónde empezar. Estaba tan fascinado que ni siquiera podía creerse el hecho de que su cama fuese gigante y tuviese un dosel. ¿Qué clase de personas tenían camas con dosel? Posiblemente los miembros de la realeza y poco más.

Ese detalle era insignificante comparado con todo lo demás. Marius había comenzado a alucinar en cuanto se subió al Expreso de Hogwarts. Viajar en ese tren fue una auténtica vuelta a un pasado remoto, cuando los trenes estaban fabricados casi por completo de madera y los vagones estaban compartimentados. El hecho de que existieran golosinas mágicas realmente extrañas ni siquiera iba a mencionarlo porque le parecía muchísimo más interesante describir esos botes que surcaron el Lago Negro y, ante todo, la fastuosidad y grandiosidad del castillo.

Sabía que le llevaría semanas recorrer Hogwarts. Pensándolo mejor, era bastante seguro que jamás llegase a descubrir todos los secretos que albergaba. Ese día se había conformado con admirar la belleza del Gran Comedor, con su techo que simulaba un cielo estrellado y sus paredes engalanadas con los colores de las cuatro casas. A él le había tocado en suerte Gryffindor, lo que le señalaba como un chico valiente, vete a saber por qué. Ese hecho significaba que tendría que lucir los colores rojo y dorado en su ropa y que dormiría en lo más alto de un fantástico torreón. Marius reconocía que las escaleras que se movían solas eran ligeramente aterradoras, pero su sala común era maravillosa y cálida y su dormitorio una auténtica pasada.

Marius se había encontrado con su baúl a los pies de su nueva cama. Cuando lo abrió para sacar su ropa, descubrió que ésta ya había sido marcada con los colores de su casa. La magia era fascinante. Apenas había tenido tiempo para dejar los libros sobre el colchón cuando dos chavales se plantaron frente a él. Uno de ellos tenía el pelo negro y el otro, rojo. Ambos sonreían y tenían los ojos castaños. Había algo travieso y prometedor en esas miradas infantiles y Marius sintió la necesidad de devolverles la sonrisa. Fue el pelirrojo el primero en presentarse, extendiendo una mano que Marius estrechó.

—Hola, colega. Yo soy Fred Weasley y éste de aquí es mi primo, James Potter.

—Marius Black.

Lo que dijo a continuación Fred Weasley le dejó desconcertado.

—James y yo lo hemos comentado antes. Lo de tu apellido.

Marius entornó los ojos y lo comprendió todo. No eran los primeros niños que sabían quiénes eran su padre y su abuelo, así que liberó el aire de los pulmones y sonrió.

—Sí, bueno. En mi familia hay algunos magos famosos.

—Y un poco oscuros, ¿no?

Fred Weasley le dio un codazo amistoso y otra vez se sintió confundido.

—¿Oscuros?

—Ya sabes. La siempre pura familia Black.

—No sé de qué me estás hablando, la verdad.

James Potter, quien había permanecido bastante callado hasta ese momento, se dio cuenta de que allí había un malentendido y así se lo hizo saber a los dos niños.

—Fred. Creo que Marius está hablando de otros Black.

El pelirrojo se rascó la cabeza y reflexionó sobre el asunto.

—No creo que haya más Black en el mundo mágico.

Ahora sí, Marius lo comprendió todo.

—Pero es que mi familia no viene del mundo mágico. Mis padres son muggles.

Los primos se miraron, formaron una O muda con la boca y finalmente asintieron con bastante rapidez.

—Entonces es eso —Fred frunció el ceño—. Pero antes has dicho que hay magos en tu familia.

Marius se dio cuenta de que tenía muchas cosas que explicar y decidió que era el momento de mostrar aquellos talentos que nada tenían que ver con la magia que se practicaba en Hogwarts. Sacó la baraja de cartas que siempre guardaba en el bolsillo del pantalón y miró a los dos niños, quienes le observaban con expectación.

—No sé si habréis oído hablar de mi padre, Marcus Black —James y Fred negaron con la cabeza—. Hace un par de años se hizo viral porque hizo que la luna desapareciera.

—¡Anda ya!

—Os lo digo de verdad. Es un mago súper famoso —Marius creyó conveniente realizar una puntualización—. Creo que, para evitar confusiones, lo mejor será que lo llamemos ilusionista. Él no puede hacer magia como nosotros, pero sí puede conseguir que la gente piense que la hace.

James y Fred parecían muy interesados. Marius comenzó a barajar las cartas, concentrándose a tope para que el truco le saliera bien. Mientras tanto, seguía hablando.

—Escoge una carta —estiró el brazo en dirección a James, quien le hizo caso de inmediato—. No me digas cuál es ni me la enseñes. Memorízala y déjala en la baraja otra vez —James obedeció de nuevo—. Mi abuelo, Marcus Black, era todo un experto en escapismo.

—¿Qué es el escapismo?

—Es cuando te encierran en sitios peligrosos y tú logras salir de allí sin ayuda —Marius escogió una carta de la baraja y se la mostró a James—. ¿Es esta la que habías elegido?

—No.

Fred se rio.

—¡Vaya birria de insinualista!

—Es ilusionista —Marius frunció el ceño—. Y no sé qué ha podido pasar.

Marius miró echó un vistazo a su alrededor, recordando lo exageradísimo que se ponía su padre en esa tesitura, y señaló con la cabeza algo que había sobre la mesita de Fred Weasley, justo al otro lado de la habitación.

—¿Me das un vaso de agua? Necesito concentrarme.

Fred hizo un comentario burlón que Marius no escuchó del todo. Prácticamente echó a correr rumbo a la mencionada mesita y Marius sonrió para sí mismo cuando vio que se paraba bruscamente.

—¡Ey, tíos! Aquí hay una carta.

—¿En serio? —Marius fue incapaz de simular sorpresa—. ¿Cuál es?

—El siete de picas.

—Dime, James. ¿Era el siete de picas tu carta?

—Pues sí.

Marius estiró la espalda y se encogió de hombros. A lo mejor esa falsa humildad podría resultar contraproducente, pero tenía la sensación de que acababa de hacer sus dos primeros amigos en Hogwarts. Sus sospechas se vieron confirmadas cuando Fred soló un silbidito de admiración.

—¡Guau, tío! ¿Cómo lo has hecho?

—Yo también soy un ilusionista de puta madre.

Durante un buen rato todo fueron felicitaciones y expresiones de asombro. En un momento dado, James sacó de su baúl una bolsa de ranas de chocolate que compartió con los demás, y los tres terminaron sentados en el suelo, con las espaldas apoyadas en la cama de Marius.

—¿Y dices que en tu familia sois buenos haciendo estas cosas? —inquirió James.

—Mi padre es el mejor.

—¡Es genial!

—A mi hermano y a mí nos enseñó a hacer trucos desde pequeños. Echaré de menos no poder practicar tanto como antes.

—Pero vas a aprender a hacer otra clase de magia —espetó Fred.

—Y será alucinante.

Se acostaron al cabo de un rato. A Marius no se le olvidó escribir la carta para sus padres. Gracias a James, quien le ofreció su propia lechuza para enviar el correo, puedo mandarla esa misma noche. Fue más breve de lo que le hubiera gustado, pero se le había hecho tarde y estaba cansado. Si el día anterior había temido no ser capaz de adaptarse a la vida en Hogwarts, esa noche comprendió que todo iba a salir a pedir de boca. Y se alegró.


4

Travesura

James llevó el Mapa del Merodeador a Hogwarts cuando comenzaron su segundo año. Hasta entonces había estado en poder de Teddy Lupin, pero como el joven brujo ya había terminado su andadura en el colegio, Harry Potter tuvo a bien entregárselo a su hijo mayor. Lo hizo a regañadientes, sabedor de que podía ser tan divertido como peligroso, pero no encontró ninguna excusa para confiscarlo. Después de todo, él apenas había sido un poco mayor que James cuando el pergamino llegó a su poder.

Fred sabía perfectamente cómo funcionaba, puesto que su progenitor también había tenido ocasión de disfrutar de todas las posibilidades que ofrecía, pero Marius no pudo evitar mirarlo con curiosidad. En cuanto James lo puso en funcionamiento, hizo la pregunta que todo el mundo hacía en primer lugar.

—¿Quiénes eran los Merodeadores?

Fred y James se miraron y sus amplias sonrisas estuvieron repletas de orgullo y malicia. Fred fue el primero en hablar.

—Los mejores brujos que han pisado Hogwarts jamás.

Marius alzó una ceja sin terminar de dar crédito a sus palabras. James intervino.

—Así que no te lo crees. Me temo, Fred, que vamos a tener que demostrarle para qué sirve nuestro querido mapa.

—Cuando quieras, James.

—Ahora mismo es un buen momento.

Hasta ese instante Marius no se había fijado en el contenido del pergamino. Fue cuando sus amigos terminaron de hablar que agachó la mirada y descubrió que un montón de líneas y nombres se habían dibujado en su superficie. Abrió los ojos como platos y soltó una exclamación.

—¡Vaya!

James y Fred intercambiaron una mirada satisfecha y el primero le pasó el brazo sobre los hombros.

—¡Ah! Esa es la reacción que esperábamos.

—Es un mapa de verdad.

—Gracias por señalar lo obvio —Fred alzó la varita y marcó un punto en el pergamino—. Aquí estamos nosotros, en nuestra habitación de la Torre de Gryffindor. Fíjate.

Marius afinó la vista y, efectivamente, distinguió un pequeño cartelito con su nombre. Silbó, fascinado y sin poder dejar de mirarlo.

—El Mapa del Merodeador muestra un plano completo de Hogwarts, sus terrenos y todas las personas que aquí habitamos.

—Y lo hace en tiempo real, por supuesto.

—¿Entiendes ahora lo que eso significa?

Fred parecía ansioso por escuchar su respuesta. Marius dejó de mirar el mapa y se centró en las sonrisas maliciosas de sus amigos.

—Podemos hacer casi cualquier cosa que queramos —aseveró. Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad—. Podemos colarnos en el despacho de los profesores para robar las preguntas de los exámenes.

Fred soltó una risotada y le guiñó un ojo.

—Me gusta como piensas, pero me temo que los profesores acostumbran a sellar bien sus puertas.

Marius chasqueó la lengua, contrariado. Por un segundo llegó a pensar que podría superar todos los exámenes de Transformaciones, su asignatura más odiada.

—Vale. Entonces podemos espiar al conserje y coger prestadas las cosas de su oficina. Allí no hay protección porque la gente se cuela constantemente.

—Y casi siempre les pillan, que el conserje no es tonto.

—Pues podemos localizar a ese Ravenclaw estúpido y vengarnos de él.

Se refería a Konstantin Markov, un listillo insoportable que se las tenía jurada desde el año pasado. En el mes de abril se las había arreglado para meterles en un lío considerable y la directora McGonagall les había impuesto un castigo que duró hasta finales de año. En cuanto escucharon su idea, James y Fred asintieron con entusiasmo.

—Se me acaba de ocurrir una cosa —cuando Fred ponía esa cara, no auguraba nada bueno—. En Sortilegios Weasley estamos experimentando con unos nuevos polvos transformadores.

James alzó una ceja y resopló.

—¿Estamos?

Fred le fulminó con la mirada.

—Sí, primo. Mi padre y tío Ron han dejado que les eche una mano durante las vacaciones, ¿vale?

James alzó las manos al tiempo que se reía.

—Vale, tío. Lo que tú digas.

Fred le miró como si le estuviera perdonando la vida y siguió exponiendo su plan. A Marius le interesaba mucho más que las constantes diferencias entre los dos primos.

—La cuestión es que sólo necesitamos soplar una pequeña cantidad delante de su cara y conseguiremos que algo de su cuerpo cambie.

—¿El qué? —inquirió Marius.

—No se sabe. Depende de cada persona. Podría crecerle la cabeza o a lo mejor las piernas se le transforman en patas de gallina.

—¿Y es seguro?

Marius quería darle una lección a ese estúpido cretino, pero no quería que quedara transformado para siempre o que le ocurriera algo peor. El hecho de que Fred se encogiera de hombros con indiferencia le hizo sentir bastante incómodo.

—¿Quién sabe? Como he dicho, estamos en fase de prueba.

James había escuchado atentamente esa breve conversación. Tenía fama de ser un chaval bullicioso y amante de las bromas, pero siempre era el que echaba el freno cuando Fred exponía alguna de sus disparatadas ideas o Marius se enfadaba y amenazaba con lanzar maldiciones a diestro y siniestro.

—Todo eso suena muy bien, Fred, pero no podemos utilizar a Markov como conejillo de indias.

—¿Por qué no?

—Porque podríamos terminar en Azkaban.

—Somos menores de edad. Como mucho nos llevaríamos una reprimenda.

Marius decidió intervenir.

—Obviamente no es legal transformar a alguien de forma definitiva, pero tampoco me parece que sea correcto.

Fred puso morritos y bufó, claramente contrariado. Marius añadió algo más.

—Además, no creo que Markov fuera a dejar que le soplemos los polvos esos en la cara. No es tan tonto.

—Seguro que se nos hubiera ocurrido algo para pillarle por sorpresa —Fred se cruzó de brazos, preparado para mostrar su enfado a como diera lugar—. Ahora os toca a vosotros pensar algo que nos ayude a vengarnos de él.

James y Marius se miraron, esperando que el otro tuviese una idea brillante. Marius frunció el ceño y se le vino algo a la cabeza. Observó el Mapa del Merodeador y buscó a Markov. Estaba en los terrenos del castillo, cerca de la vieja cabaña de Hagrid.

—Vamos a tener que ser muy pacientes, chicos, pero ya sé qué vamos a hacerle.


Potter, Black y Weasley. Minerva McGonagall lo había visto venir desde el primer día. No podía esperarse nada bueno de tres chicos con semejantes apellidos. Al principio tuvo algo de fe en el pequeño Marius, puesto que no tenía nada que ver con Sirius Black, pero se equivocó por completo. Tal vez, si nunca se hubiera juntado con los otros dos, ahora no estaría de pie en su despacho. Aunque, por otro lado, los profesores decían que Potter era un alumno aplicado y agradable que solo se desmadraba cuando estaba en compañía de los otros dos. Pudiera ser que Weasley fuese una mala influencia para ambos ya que se parecía demasiado a su padre. En cualquier caso, allí estaban los tres niños, con las cabezas agachadas y las sonrisas bailando en sus labios.

—Muchachos, ¿son conscientes de que ha incumplido varias de las reglas que rigen en este colegio?

Escuchó murmullos imprecisos que la hicieron enfadar.

—¿Cómo dicen?

Los tres alzaron la voz y hablaron al mismo tiempo. Minerva se estremeció al pensar que parecían una única persona.

—Sí, directora McGonagall.

—¿Qué tienen que decir en su defensa?

Disculparse hubiera sido lo adecuado. Esos tres chiquillos (se le ocurrían formas mucho más terribles para calificarlos) habían obligado a uno de sus compañeros de Ravenclaw a adentrarse en el Bosque Prohibido y se habían reído a mandíbula batiente cuando regresó al colegio totalmente aterrorizado. El pobre chiquillo había dicho algo sobre un coche muggle que intentó comerle. Minerva deseaba que sus tres alumnos estuvieran arrepentidos, pero las palabras de Marius le dejaron bien claro que no era así.

—Markov es un idiota.

—¿Disculpe?

Black abrió la boca como si quisiera responderle, pero Potter le dio un codazo y negó disimuladamente con la cabeza. Ante el persistente silencio, Minerva apretó los labios y se puso en pie para resultar un poco más intimidante.

—Han puesto en riesgo la integridad física de un compañero y, ¿no van a decir nada al respecto?

Weasley dio un respingo, ansioso por aclarar un importante detalle.

—Markov nunca estuvo en peligro.

—Ha sido atacado por un vehículo salvaje.

Potter habló en esa ocasión.

—Nuestro Ford Anglia nunca le hubiera hecho daño de verdad, directora. Sólo queríamos asustarle un poco.

Minerva parpadeó, procurando comprender los procesos mentales de los chavales frente a sí. Consciente de que Potter hablaba con honestidad absoluta, tomó asiento e invitó a los muchachos a hacer lo mismo. Colocó las manos en el reposabrazos de su sillón y le hizo un gesto a Potter para que siguiera hablando.

—Explíquese.

—Verá, directora. El coche que hay en el Bosque Prohibido es el Ford Anglia de mi abuelo.

Minerva cerró los ojos. Acababa de recordar cierto incidente del pasado, cuando Ron Weasley y Harry Potter llegaron a Hogwarts a bordo un coche volador. Así que se trataba de eso. El coche había sido hechizado por Arthur Weasley (hecho que él nunca confirmó oficialmente) y se había pasado todos esos años volviéndose salvaje en mitad del Bosque Prohibido. Pese a mantenerse alejado de los Weasley durante tanto tiempo, aún les debía cierta lealtad, si es que era cierto lo que estaba diciendo el joven Potter.

—Lo encontramos el año pasado. Estábamos… —Minerva vio como Weasley le daba una patada a Potter, pero se hizo la tonta—. Estudiando la vegetación junto al Lago Negro, para clase de Herbología, ya sabe.

—Por supuesto, Potter. Prosiga.

—Estábamos estudiando dentro de los límites del castillo cuando el Ford Anglia apareció entre los árboles y nos dio un susto de muerte.

—Pensábamos que iba a comernos —Fred sonó burlón. Sin duda se estaba acordando de Markov.

—Pero no lo hizo —James retomó la palabra. A Minerva ya le había quedado claro que estaba mucho más capacitado que su primo para dar esa clase de explicaciones—. En vez de eso nos reconoció y, no sé cómo explicarlo, se hizo amigo nuestro. Por eso pensamos que serviría para darle una lección a Markov.

—Queríamos asustarlo, directora McGonagall —Black habló con firmeza—. No íbamos a hacerle daño.

Minerva suspiró y miró detenidamente a los tres chicos. Parecían sinceros, aunque sus precursores también lo habían parecido en sus buenos tiempos. Potter y Black siempre fueron unos maestros de la mentira y la manipulación, mientras que los gemelos Weasley simplemente eran encantadores. O eso pensaba Minerva, pese a lo mucho que complicaron su existencia.

—¿Por eso lo secuestraron y lo obligaron a ir al Bosque Prohibido, porque no querían hacerle daño?

Las mejillas de Potter se pusieron muy rojas, Weasley se levantó de su asiento con la mandíbula casi desencajada y Black alzó la voz cuando se dispuso a dar las pertinentes explicaciones. Los tres eran la viva imagen de la indignación más absoluta.

—Nosotros no le obligamos a ir. Le tendimos una trampa.

Minerva resopló. El muchacho apretó los dientes y ella le animó a seguir hablando.

—Le hicimos creer que íbamos a hacer una cosa y como Markov sólo quiere meternos en problemas, nos siguió para poder chivarse de nosotros después.

—Y se encontró con el Ford Anglia —Weasley sonrió. Seguramente podría convocar patronus utilizando ese recuerdo—. Nunca olvidaré su cara mientras se metía en el maletero.

Los tres muchachos suspiraron al mismo tiempo. Minerva estuvo a punto de sentir cierta simpatía hacia ellos porque había visto bromas menos elaboradas que esa, pero debía mantenerse firme y disciplinar a sus alumnos para que Hogwarts no se le desmadrara. Así pues, adquirió su expresión más severa y miró a los alumnos por encima de sus gafas.

—Su comportamiento es inexcusable, señores. El señor Markov deberá pasar la noche en la enfermería y yo comunicaré sus acciones a sus padres. Como es evidente, deberán cumplir el castigo que les imponga su jefe de casa y disculparse con el señor Markov.

—Pero…

—¡Nada de peros, Weasley! —el chico enmudeció de inmediato, debidamente amedrentado—. En Hogwarts no vamos a tolerar acciones de esta clase —Minerva aZló el dedo índice a modo de advertencia—. Escúchenme bien. La próxima vez que ocurra algo semejante, con el señor Markov o con cualquier otro alumno, serán expulsados.

—¡Pero…!

Esa vez protestaron los tres al unísono. Minerva puso su mejor cara de hidra furiosa.

—He dicho que nada de peros. Ahora, vayan a hablar con el profesor Longbottom.

Los tres muchachos se miraron entre ellos, miraron a la directora y abandonaron el despacho arrastrando los pies. Una vez a solas, Minerva apoyó la espalda en el respaldo de su sillón y se preguntó si aquel sería un buen momento para jubilarse. Ya no se sentía con fuerzas para lidiar con la rebeldía adolescente y llevaba muchos años dedicada a la docencia. Tal vez, retirarse a su pueblo natal y cultivar flores sería la mejor manera de pasar la última etapa vital de su existencia. En cualquier caso, ya lo decidiría más tarde. Por el momento tenía asuntos profesionales que atender.


Limpiar la vitrina de los trofeos era todo un clásico en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. A ninguno de los tres niños les había sorprendido demasiado que el profesor Longbottom les impusiera ese castigo. Por norma general no era demasiado severo, aunque les echó una buena bronca por todo lo ocurrido con Markov.

El castigo duraría un mes y Marius se sentía muy frustrado. No por el hecho de haber sido castigado, sino porque no conseguían mantener limpios los malditos trofeos. Si un día dejaban brillantes los del estante superior, al siguiente ya estaban llenos de suciedad otra vez. Fue al tercer día cuando Fred le hizo aquel comentario.

—No te esfuerces mucho, colega. La vitrina está encantada.

James asintió.

—Todavía no ha nacido el mago o la bruja capaz de dejarlo todo limpio.

—Es una jugarreta de los profesores.

—Nos hacen perder el tiempo adrede.

—Para que reflexionemos, supongo.

Marius bufó y tiró el paño dentro del cubo que contenía el agua y el jabón.

—Pues vaya rollo.

—Yo no lo habría dicho mejor.

Fue James el primero en dejarse caer al suelo. Apoyó la espalda en la pared y un instante después ya tenía a sus dos amigos sentados a su lado. Permanecieron callados un buen rato, hasta que James señaló uno de los trofeos.

—¿Veis ese? Lo ganó mi abuelo jugando al quidditch. Y ese otro es de mi padre. Yo quiero ser buscador.

—¿Vas a presentarte a las pruebas este año? —preguntó Marius.

—Lo tengo un poco difícil porque tenemos un equipo muy bueno, pero voy a intentarlo.

—¿Qué posición prefieres?

—Estaría genial ser buscador, pero soy mejor como cazador.

Marius asintió. A él no le agradaba el quidditch. Volar en escoba no era su actividad mágica preferida y le gustaba más jugar al fútbol junto a otros compañeros hijos de muggles que compartían su pasión. Marius giró un poco la cabeza y miró a Fred, que tenía los labios ligeramente apretados. Estuvo a punto de meter la pata al preguntarle si el también aspiraba a formar parte del equipo. Recordó un día del año pasado, cuando tuvieron su primera clase de vuelo y el pobre Fred se desmayó. Todo fue bien al principio. Su escoba le hizo caso de inmediato, se subió a ella haciendo cierto alarde de chulería, se elevó un par de metros y se desvaneció. Fue realmente sorprendente para todos y, aunque fue a la enfermería, no resultó herido de gravedad. Físicamente, al menos, puesto que su orgullo sí se vio seriamente dañado cuando descubrió que sus sospechas eran ciertas: le daban miedo las alturas y nunca podría volar en escoba.

—Pues mucha suerte, tío —Marius se fijó en los trofeos—. ¿Dices que tu abuelo ya era bueno jugando al quidditch?

—Era cojonudo. Si no hubiera sido por la guerra, seguro que se hubiera hecho profesional. Y mi padre también habría podido. Fue el buscador más joven de Hogwarts en cien años. Lo que pasa es que prefirió hacerse auror.

—¿Y tú, James? ¿Serás el primer Potter jugador de quidditch profesional?

James se encogió de hombros y empezó a reírse.

—¿Quién sabe? Tengo muchos talentos y será difícil decidirse por uno solo.

Llegados a ese punto, Fred comenzó a meterse con su primo señalando lo presumido que era. Marius les observó con la sonrisa en la boca y, aunque no pensaba muy a menudo en ello, se dio cuenta de que realmente le apetecía cumplir con el falso juramento que él y Thaddeus se habían hecho tiempo atrás. No le costaba nada de esfuerzo imaginarse el fantástico espectáculo que podrían ofrecer si unían sus talentos y se dijo que sería agradable convertirse en alguien tan famoso como su padre.

Regresó a la realidad en cuanto James y Fred dejaron de lanzarse pullas. Al cabo de un rato empezaron a aburrirse, así que James sacó el Mapa del Merodeador. Siempre lo llevaba metido en su mochila y estaba demostrando ser un objeto muy útil. Lo primero que hicieron fue localizar al conserje, quien estaba al otro lado del castillo. Marius se fijó en que Markov estaba en su sala común y la directora McGonagall realizaba una visita al profesor de Encantamientos.

—Nunca me dijisteis quiénes fueron los Merodeadores —dijo, recordando la primera vez que vio el Mapa—. Porque eso de que eran unos magos grandiosos no es una respuesta.

James sonrió y pareció inmensamente pagado de sí mismo.

—No sé por qué no lo hicimos, Fred.

—Cierto. La respuesta es muy sencilla.

—El señor Cornamenta fue mi abuelo, James Potter.

—El señor Lunático fue el padre de Teddy Lupin. Lo conociste este verano.

—El señor Colagusano —James habló con cierto desprecio—, era una rata llamada Peter Pettigrew.

—Y el señor Canuto bien podría haber sido familiar tuyo, Marius.

El aludido alzó una ceja, incrédulo.

—¿En serio?

—Se llamaba Sirius Black.

Marius escuchó el nombre y, aunque sintió cierta sorpresa, no tardó en dejarlo caer en el olvido. Pero no sería por mucho tiempo.


5

Linaje

—Richard, por favor. Para de una vez.

La tía Eunice echaba chispas por los ojos. Se había puesto en pie y seguro que se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos. Como siguiera así, iba a estropearse la manicura. Marius sonrió y miró al tío Richard, quien estaba intentando subirse a la silla, con la corbata en la frente y una cogorza considerable. Por lo que sabía, el tío Richard no acostumbraba a beber demasiado a menudo. A lo mejor por eso le sentaba tal mal el alcohol.

—¡La noche es joven, mi amor! ¡Vamos a disfrutar!

La silla sobre la que se encaramaba el tío Richard se tambaleó y estuvo a punto de caerse sobre la mesa. Por fortuna, el abuelo Marcus lo agarró a tiempo y procedió a dirigirle una mirada heladora que lo dejó mudo y dispuesto a comportarse.

—Siéntate.

El tío Richard obedeció y el abuelo le retiró sin nada de disimulo la copa de whisky que se estaba tomando. Después, fue a sentarse junto a la chimenea, desde donde podía vigilar lo que hacían sus nietos más pequeños, los hijos de la tía Eunice. A Marius le gustaban sus primos, que eran tan pelirrojos y paliduchos como su padre. Definitivamente no se parecían demasiado a la familia Black.

Marius había tenido mucho tiempo para pensar sobre ello. En Hogwarts incluso había buscado en los anuarios para ver cómo era ese tal Sirius Black y descubrió con sumo asombro que se parecían muchísimo. El mismo pelo gris, las mismas facciones bien formadas, el mismo porte elegante que siempre había tenido su padre y, ante todo, los mismos ojos grises. Tanto le había llamado la atención el parecido que se quedó con la fotografía para mostrársela a la familia. Lamentablemente no podría enseñársela al abuelo Marcus porque él no tenía ni idea de que la magia de verdad existía y cabía la posibilidad de que sufriera un infarto si veía un retrato en movimiento. Así pues, la única esperanza era su padre, quien se estaba ocupando diligentemente de ejercer de anfitrión junto a su madre.

Marius ya había hablado del tema con Thaddeus y estaban de acuerdo en que allí había gato encerrado. Marius miró a su hermano, quien se había acercado al bisabuelo Marius. Al joven brujo le encantaba llevar su nombre porque siempre fue un hombre digno de admiración. El bisabuelo era un hombre muy anciano, estaba medio ciego y más sordo que una tapia y pasaba casi todo su tiempo sentado en una silla de ruedas, pero aún tenía la mente tan clara como antaño y se las apañaba para hacer magia de vez en cuando. Marius lo había extrañado mucho en Hogwarts y se pasó casi todo el día de Navidad junto a él, hablándole sobre su nuevo colegio, pero sin revelarle gran cosa sobre el mismo. No le gustaba tener que mentir, ni a él ni a los demás miembros de la familia. Y le gustó aún menos cuando esa mañana su padre había alzado la voz para exigir a todo el mundo que fueran menos impertinentes y le dejaran en paz.

Marius se fijó en su padre. Estaba junto a la ventana, observando el exterior. Había empezado a nevar un rato antes y, si seguía así, las carreteras no tardarían en ponerse impracticables. No importaba. Sus familiares ya tenían un lugar asignado para dormir en la casa, así que alargarían la fiesta nocturna todo lo que pudiesen. Marius se dijo que era ahora nunca y se acercó a él con las manos en los bolsillos. Magnus le miró de soslayo.

—¡Ey, papá!

—¿Todo bien?

—Quiero enseñarte una cosa. ¿Vamos a la cocina?

Magnus entornó los ojos y le miró como cuando era pequeño y quería sonsacarle una confesión. Finalmente asintió y juntos abandonaron la habitación mientras el abuelo Marcus se reía por algo que habían hecho sus nietos. Una vez en la cocina, Marius se aseguró de cerrar la puerta y se sentaron alrededor de la mesa, que estaba repleta de platos sucios y bandejas con restos de comida. Tener que fregar todo eso sería un rollo. Los brujos lo tenían más fácil, puesto que bastaba un movimiento de varita para solucionar el problema.

—¿Te pasa algo, Marius?

El niño no creyó conveniente dar explicaciones o andarse por las ramas. Sacó la fotografía que tenía guardada en el bolsillo y se la mostró a su padre, quien se quedó boquiabierto de forma inmediata. Marius no sabía si era porque Sirius Black le estaba guiñando un ojo o por la razón que expuso Magnus.

—¡Cómo se parece a mí!

Marius sonrió con satisfacción.

—A que sí.

—¿Quién es?

—Se llamaba Sirius Black. También fue un brujo y estudió en Hogwarts.

Magnus se concentró en la imagen, hipnotizado por el rostro de aquel desconocido.

—Black.

—No estoy seguro, papá, pero creo que podría ser un pariente o algo.

Magnus llenó los pulmones de aire e intentó reflexionar seriamente sobre el asunto, aunque no fue capaz de sacar una conclusión clara.

—Es posible.

—¿Tú sabes algo?

Mientras seguía mirando a Sirius Black, Magnus recordó su infancia más remota, cuando el abuelo Marius lo sentaba sobre sus rodillas y le contaba cuentos o historias relacionadas con la familia. Historias de grandes magos capaces de obrar maravillas. Auténticos ejemplos a seguir. Historias que, sin duda alguna, eran mentiras o exageraciones. Salvo una. La única historia triste que su abuelo le había narrado jamás.

—Mi bisabuelo también se llamaba Marius. Perdió a su familia cuando era muy pequeño y fue criado por un tío suyo que se llamaba Phineas. Recuerdo su nombre porque de niño pensaba que era el mismo que el del libro de Julio Verne.

Marius sonrió y supo de inmediato que lo que su padre estaba diciendo no era ninguna tontería.

—Mi abuelo recordaba vagamente a Phineas. Decía que era un hombre extravagante y que murió cuando él era muy pequeño. No se acuerda de su cara, pero solía vestir con túnicas y capas e iba a todas partes con un palo.

"Una varita". Ese pensamiento hizo que Marius diera un respingo.

—Mi abuelo decía que era un mago —Magnus suspiró al tiempo que su cabeza se llenaba de diversos pensamientos—. Nunca supe cómo perdió mi bisabuelo a su familia, pero supuse que murieron.

El corazón de Marius latía a mil por hora. Se puso en pie y comenzó a hablar atropelladamente sobre toda la información que había sido capaz de recabar en Hogwarts.

—El padre de mi amigo James tiene una casa en Londres, aunque no vive allí. La heredó de su padrino, Sirius Black. El de la foto —Magnus asintió—. Dice que en la casa hay un tapiz con el árbol genealógico de la familia Black. James dice que los Black han sido brujos desde hace siglos y que creían en la pureza de la sangre y todo eso. Dice que tenían por costumbre borrar del tapiz a los traidores como Sirius. Y a los squibs.

—¿Qué es un squib?

—Una persona que nace en una familia de brujos pero que no puede hacer magia —Marius hizo una pausa y respiró profundamente. Estaba muy nervioso y era consciente de que estaba a punto de resolver un gran misterio—. Papá, ¿tú crees que tu bisabuelo pudo ser un squib? ¿Crees que estamos emparentados con esa familia? James también dice que a veces los descendientes de squibs nacen con magia. ¿Crees que puede ser?

Magnus se lo pensó largamente. Estuvo tanto tiempo callado que incluso Grace fue a ver si les pasaba algo. Observó la foto y comprendió que no podía negar que fuese una posibilidad. Ese parecido era demasiado evidente como para negarlo. Marius se había sentado de nuevo junto a él cuando alzó la cabeza y se puso a hablar.

—¿Sabes el nombre de esas personas que borraron del tapiz?

—No es posible verlos. Están quemados.

—En ese caso es muy difícil asegurarlo al cien por cien, pero yo diría que es bastante posible.

No esperaba que el chico se entusiasmara tanto.

—¡Es alucinante, papá!

—Ha pasado mucho tiempo desde que murió mi bisabuelo, Marius. No creo que tenga tanta importancia.

Marius apenas le escuchó. Estaba de pie y daba vueltas a su alrededor.

—¿Crees que el bisabuelo me podrá contar cosas?

—Es muy mayor.

—Pero tiene buena memoria.

—No deberías molestarle.

Marius chasqueó la lengua.

—No le molestaré, papá. A él le encanta contar historias.

Magnus conocía lo suficiente a su hijo como para saber que no podía hacer nada para evitar que su hijo asaltara al abuelo, así que se resignó y se encogió de hombros.

—Pregúntale lo que quieras, pero no le hables de la magia o vendrán los brujos a echarnos la bronca.

—Tranquilo, papá.

Marius salió corriendo de la cocina. Se le había olvidado llevarse la foto consigo. Magnus decidió guardarla por su cuenta y fue a reunirse con su familia. Era curioso lo que acababa de pasar. Él siempre se había sentido orgulloso de su linaje. Formaba parte de una familia de buenos y afamados magos y disfrutaba mucho de su pequeña porción de reconocimiento. El hecho de saber que también pertenecía a una familia de brujos le hizo sentir algo calentito en el pecho porque, aunque nunca pudiera realizar un encantamiento o una maldición, llevaba la sangre Black corriendo por sus venas. Y se notaba.


Hola, holita.

Llevo años convencida de que Marius Black tuvo descendientes que fueron brujos y al fin lo he plasmado en esta historia. Creo que es posible que incluya a Marius en los futuros fics que escriba sobre James Sirius Potter porque me ha gustado mucho utilizarlo en esta ocasión. También me apetecía mucho introducir a un ilusionista en el mundo mágico y no he desaprovechado la ocasión. De hecho, puede que lo haga más veces. No voy a añadir nada más. Espero que os haya gustado esta historia.

Besetes y hasta la próxima.